Amor de madre 09

La pasión de las dos madres e hijas se desborda. Por fin las hijas tienen sexo fuera de la familia ¿os imaginais con quién?

Amor de madre 09.

Ha pasado mucho tiempo desde el último relato, por ello quiero pedir disculpas a los seguidores de la historia de Carmen, María Dolores, Pilar y Carolina. Recomiendo leer las anteriores partes:

parte 1

parte 2

parte 3

parte 4

parte 5

parte 6

parte 7

parte 8

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Las cuatro cenaron. Carmen y Carolina no podían dejar de mirarse de reojo y sonreír. Mientras María Dolores y Pilar no paraban de hablar de lo bien que se lo habían pasado.

—Tienen una casa increíble, mamá —le contaba a Carolina—, es enorme y tiene un jardín con piscina.

Carolina tan solo asentía sin prestarle mucha atención.

—Me han dicho que puedo volver cuando quiera a bañarme, ¿me dejarás ir?, verdad mamá.

—¿Eh?, si, si cariño, pero no hay que ser pesada.

Cuando terminaron de cenar se despidieron yéndose Carmen y Pilar a su casa. Aquella noche, a pesar de la sesión de sexo que habían tenido, Carmen y Carolina follaron con sus hijas haciendo que se corrieran hasta que las cuatro cayeron agotadas. Aunque para ellas no fueron tan satisfactorios como los que esa misma tarde habían experimentado en la cama de Carolina, y las dos necesitaron masturbarse cuando sus hijas se durmieron, pensando que aquellos dedos que las recorrían eran de la otra.

Los días pasaron y la rutina no se rompió. Las dos abnegadas madres satisfacían a sus hijas y ellas disfrutaban cada vez más con ello. Sin embargo no pudieron volver a tener un encuentro las dos nuevamente debido a que no surgió la oportunidad a pesar de que ambas lo deseaban. A veces cuando lo estaban haciendo con sus hijas se imaginaban entra las piernas de su amiga y el orgasmo se aceleraba y el placer se incrementaba. Y es que a pesar del placer que sentían cuando follaban con sus hijas, las dos necesitaban cada vez más el sexo fuera de la familia, y desde que se habían descubierto la una a la otra lo que necesitaban era tener sexo entre ellas.

Por fin llegó el día de las vacaciones. Todos quedaron en el centro de rehabilitación, al final eran 8 los chavales con sus respectivos padres los que iban a la playa. Carolina los conocía a todos, cada uno tenía su historia, a cada cual más triste, y sabía por experiencia que la vida de todos era muy dura. Esperaba que aquellas vacaciones le sirviera para desconectar.

Abundaban las madres, y no era algo raro, muchas parejas se habían separado debido a que es muy difícil llevar la situación con un hijo en esa situación. Tan solo había dos matrimonios, y un viudo.

—¿Qué tal, Paco?

—¡Ah! hola Carolina, bien y tú —le dijo mientras se daban dos besos.

Paco era el viudo, un hombre de unos 45 años, que había envejecido prematuramente. Su mujer murió en el accidente que dejó a su hijo, Joaquín, en una silla de ruedas, y se había volcado desde entonces en su cuidado, y de eso hacía ya más de 10 años.

—Y tú Joaquín ¿qué tal estás?.

—Muy bien, gracias.

Joaquín tenía paralizada la parte inferior de su cuerpo, había tenido suerte le dijeron los médicos, y podía hacer una vida relativamente cómoda con las adaptaciones pertinentes. Era un chico delgado, moreno con la cara muy blanca en la que destacaban dos ojos verdes, que ahora llevaba ocultos tras unas gafas de sol. Era, a pesar de su desgracia, un chico moderno, de su tiempo, no había abandonado sus estudios y en septiembre empezaba la universidad, aunque su padre, muy protector desde lo del accidente, al principio no quería ni oir hablar de ello, al final transigió.

Todos se saludaban según iban llegando, eran un grupo pequeño y todos se conocían, serían unas buenas vacaciones.

María Dolores estaba hablando con Pilar, que acababa de llegar con su madre, que saluda a todo el mundo. Carmen era la que se había encargado de todo y ella fue la encargada de dar las últimas instrucciones antes de que llegara el autobús.

Del centro iban cuatro cuidadores, entre ellos Pablo el chico que había conocido hacía unos meses cuando estaba de compras.

—Hola chicas —les dijo a las dos cuando pasó por su lado.

Carolina se dio cuenta como su hija se ruborizaba y como Pilar le decía algo, haciendo que María Dolores fingiera una protesta.

Al fin el autobús llegó y después de instalar a todo el mundo salieron hacia la playa. Les esperaban más de ocho horas de viaje. Habían pensado en ir en tren, pero era algo engorroso y el avión se salía del presupuesto de muchas familias. Así que se decidió ir en autobús y hacer un par o tres de paradas.

Era un autobús especial, donde la parte de atrás estaba habilitada para las sillas de ruedas y en la parte de adelante había veinte asientos donde iban los padres y los cuidadores instalados. Eran catorce padres y cuidadores, y los ocho chavales, tres chicos, y cinco chicas.

El viaje transcurrió sin incidentes, y por fin a última hora de la tarde llegaron al destino. Todos se quedaron maravillados de lo bonito que era todo, el hotel parecía estupendo, todo nuevo, y estaba a escasos cincuenta metros de la playa. Una playa de arena fina y blanca que se perdía en la distancia. Les recibió el propio director, el cual había perdido a su hijo, también parapléjico el año pasado, les deseo que lo pasaran bien y que si necesitaban algo no dudaran en pedirlo.

Las vacaciones no solo eran para los chicos, eran también para los padres que dedicaban todo el año a cuidarlos, por ello habían ido cuidadores del centro y se había elegido este hotel, porque además de las instalaciones totalmente adaptadas contaba con sus propio personal para atender a los chavales.

Carolina y Carmen compartirían su habitación con sus respectivas hijas, en habitaciones contiguas. Incluso estaban comunicadas por una puerta que estaba cerrada por los dos lados, pero que ellas podían abrir cuando quisieran. Se trataba de habitaciones amplias, con una cama doble, y con una grúa para poder mover a sus hijas por toda la habitación. El baño al igual que el resto de la habitación estaba adaptado a las necesidades de las niñas. El resto de padres se fue instalando en las cómodas habitaciones.

A pesar del cansancio la cena estuvo muy animada, la ayuda de los empleados del hotel y de los cuidadores permitió a los padres desentenderse un poco del cuidado de sus hijos, aunque a decir verdad ninguno de ellos apartaba la vista de sus vástagos. Además de Pilar y María Dolores había otros dos chicos totalmente paralizados, mientras que el resto tenían un cierta autonomía.

Acabada la cena cada uno se dirigió a sus habitaciones, todos estaban muy cansados del viaje y a nadie le apeteció salir al paseo marítimo o acercarse a la discoteca del hotel.

—¡Qué hotel más bueno! —dijo Carolina a Carmen mientras las dos subían en el ascensor con sus hijas a sus habitaciones.

—Ya te lo dije. Verás que bien nos lo pasamos —respondió mirando a su amiga y sonriendo, haciendo ver el doble sentido de su aseveración.

Carolina asintió, sonriendo también, pero era seguro de que esta noche no pasaría nada, estaba agotada.

—Buenas noches Carmen, buenas noches Pilar —se despidió de su amiga y de hija, respondiendo estas de la misma manera.

—Mañana hay actividades para los chavales en la piscina, mientras nosotras podemos ir de compras.

—No sé, es que dejar sola a María Dolores...

—No te preocupes, va a estar muy bien atendida. Además nosotras también nos merecemos un descanso.

—Si mamá, no te preocupes, estaré bien.

—De acuerdo —transigió al final Carolina. Además necesitaba desconectar un poco, porque a pesar de que su vida había dado un giro radical desde que se acostaba con María Dolores, no podía abstraerse de que hija necesitaba atención y cuidados las veinticuatro horas del día, y eso quemaba a cualquiera.

Las cuatro se dirigieron a sus habitaciones, y durmieron durante toda la noche. Estaban las cuatro agotadas y tendrían tiempo de disfrutar la una de la otra durante las vacaciones.

—Buenos días cariño —le dijo Carolina a su hija cuando esta abrió los ojos.

—Buenos días mami —respondió mientras bostezaba —¿qué hora es?.

—Las nueve menos cuarto —respondio antes de besar a su hija en la frente. Era un beso maternal sin ninguna connotación sexual, porque a pesar de haberse convertido en amantes también eran madre e hija y ella no estaba dispuesta a renunciar a esto.

Permanecieron en silencio un rato, las dos tumbadas en la cama escuchando el remoto sonido del mar rompiendo contra la playa.

—Mamá —rompió al final el silencio Carolina.

—Dime hija —respondió girándose hacia ella.

—Tengo ganas...

Carolina sonrió, la verdad que ella también se había levantado con ganas.

—Y de qué tienes tú ganas amor —respondió Carolina apartando un mechón de pelo de la cara de su hija.

—¡Ay mamá!, ya sabes.

—No, no lo sé, dímelo tú —respondió antes de inclinarse y besara a su hija muy cerca de los labios.

—Tengo ganas de correrme.

—¡Será descarada esta niña! —replicó con una falsa indignación.

—Venga mamá, porfa, porfa, porfa...

Carolina sonrió y empezó a deslizar una mano por el desnudo cuerpo de su hija. Ninguna de las dos se había puesto el pijama, ¿para qué? si ninguna de las dos tenía nada que la otra no hubiese visto.

Acarició los pechos de su hija, pellizcando los pezones, que reaccionaron inmediatamente ante la manipulación a los que estaban siendo sometidos, a pesar de que María Dolores no sentía nada. La mano siguió su camino posándose en el vientre y acariciándolo, rodeando el ombligo de su hija. Carolina sabía que nada de aquello lo notaba su hija, pero sabía que a ella le gustaba que la tratase como si no tuviera un discapacidad que no le permitía sentir.

Por fin su mano se posó en el pubis de su hija, estaba suave, totalmente depilado, como a ella le gustaba llevarlo, y pudo notar incluso por fuera que estaba húmedo.

—Pero hija, ¿cómo estás así? —dijo al tiempo que introducía un dedo en su interior con total facilidad.

—Uhmmmmmm —gimió María Dolores, que sabía perfectamente porque estaba así. Esa noche había soñado que en vez de su madre estaba con Pablo, y que este la follaba como nunca nadie antes lo había hecho.

—Estás ardiendo cariño.

—Quiero correrme mamá, quiero que hagas que me corra como un perra en celo.

Aquello sorprendió a Carolina, que nunca había visto tan desesperada a su hija, ni siquiera al principio. Pero bueno ella estaba allí para aliviar a su hija y lo haría. Además, por qué no decirlo, aquel lenguaje arrabalero la excitaba y notaba como la humedad empezaba a inundar su entrepierna.

Sin más dilación se incorporó y colocó su cabeza entre las piernas de su hija. Enseguida pudo apreciar el olor característico de la excitación femenina, aquel que desde hacía algún tiempo conocía tan bien. Podía ver como la raja de María Dolores estaba perlada por la excitación. No sabía a que era debido pero lo que era seguro es que su hija estaba deseando correrse, y ella no era nadie para contrariar los deseos de su hija.

Sin más su lengua recorrió el coño húmedo y caliente que se le abría ante sus ojos, degustando aquel sabor al que se había acostumbrado. Su lengua se introducía en la cavidad de su hija mientras que el dedo corazón de la manos derecha trabajaba con entusiasmo el clítoris que coronaba aquella abertura.

—Así, sigue así no pares —gemía de placer una María Dolores que imaginaba que quien se lo estaba comiendo no era su madre sino Pablo. Imaginaba la lengua del cuidador recorriendo cada centímetro de su intimidad, como esta se introducía traviesamente en su interior haciendo que su excitación aumentase.

—Ahhhh, más, más fuerte —gimió al notar como su madre introduía los dedos en su coño —quiero sentirlos más detro, ¡ahhhhh!.

Los dedos corazón y anular de la mano izquierda, se movían con rapidez en su interior, mientras que con la lengua continuaba estimulando su cada vez más sensible clítoris.

—¡Ahhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhh, así, así no pares¡ —gemía mientras que en su mente eran los dedos de Pablo los que le horadaban, esos dedos que tantas veces la habían tocado para levantarla o ayudarla a realizar algún ejercicio de rehabilitación. Pero ahora se perdían en lo más profundo de su ser, haciendo que latigazos de placer la hicieran estar a punto de estallar en un orgasmo.

No aguantaría mucho más lo sabía, estaba a punto de estallar, quería correrse, estaba deseando hacerlo. Estaba deseando correrse en los dedos de su amante. Cuando de repente...

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhh! me corro, me corro.

Carolina se detuvo, manteniendo los dedos dentro del coño de su hija. Oyendo los gemidos y gritos de placer que provenían de la habitación de al lado. Era Pilar la que gemía de aquella manera, estaba claro que no eran las únicas que estaban disfrutando esta mañana.

Madre e hija se miraron y sonrieron pícaramente, al tiempo que una nueva explosión de placer se anunciaba en la habitación contigua.

—¡Siiiiigueeee!, sigue, no la saques, ¡me coooorroooooooo! ¡ahhhhhhhhhhhh, ahhhhhh!

Era increíble, parecía que no les importaba que alguien las pudiera oir, estaban totalmente desinhibidas, y eso que a Carmen le había costado muchísimo decidirse a hacer gozar a su hija.

Aquello había hecho que Carolina se excitara sobremanera. Sin saber muy bien por qué se incorporó de la cama y en un arrebato que no sabía de donde salió, abrió la puerta que separaba ambas habitaciones...

—Pero mamá.... —le dio tiempo a decir a María Dolores antes de que su madre girara el pomo de la puerta.

Estaba abierta, y allí delante de sus ojos apareció su amiga y su hija totalmente desnudas, con aquella encima de Pilar follándosela con un enorme consolador que llevaba sujeto a su cuerpo. Ninguna de las dos se percató de la presencia de Carolina, que permaneció unos segundo en la puerta antes de decidirse a entrar, observando como su amiga se movía encima de su amiga, viendo como el consolador entraba y salía del coño de una Pilar que no podía dejar de gemir y de pedir más.

—Servicio de habitaciones —dijo imaginándose que era ella la que se encontraba debajo de su amiga siendo horadada por aquel trozo de plástico.

La sangre se le heló a Carmen, y sintió como por un instante se le detenía el corazón, mientras su hija palidecía ante el sonido de aquella voz. Fueron escasos segundos hasta que ambas comprobaron que la que pronunció aquellas palabras era Carolina.

María Dolores estaba asombrada por lo que acababa de hacer su madre, ella permanecía abierta de piernas en la cama, observando lo que ocurría en la otra habitación.

—Nos han despertado los gritos de Pilar —dijo mostrando una sonrisa de oreja a oreja viendo las caras de susto que tenían su amiga y su hija.

—Lo... lo siento, es que Pilar... —pudo balbucir una avergonzada Carmen.

Carolina no pudo aguantar más y comenzó a reírse a carcajadas, durante unos segundos Carmen y Pilar se la quedaron mirando y mirándose entre sí, hasta que las risas de su amiga las contagiaron.

—María Dolores —pudo decir una vez que la risa empezaba a remitir —estábamos haciendo los mismo, pero ella no grita tanto como Pilar.

Las risas empezaron a apagarse y la excitación que había conducido a Carolina a hacer aquella locura comenzó a imponerse. Podía ver a su amiga con aquel trozo de plástico enorme asomando entre sus piernas, y se imaginó siendo follada por él, sintiendo como la llenaba por dentro.

Carmen se dio cuenta, y mirando a su hija buscando su aprobación dijo: —¿queréis uniros a nosotras? en esta cama hay espacio para dos más —dijo al tiempo que palmeaba con la mano el colchón.

Carolina no se lo pensó, se dio la vuelta y se dirigió a la habitación donde su hija permanecía boquiabierta ante lo que estaba pasando, aunque debía reconocer que la situación había hecho que su entrepierna se humedeciera aún más y que sus ganas de correrse aumentasen. Con impaciencia recogió a su hija y en brazos la condujo a la habitación vecina depositándola con cuidado en la cama.

Regresó a su habitación de donde recogió su consolador y su arnés, cuando llegó a la habitación de su amiga ya lo llevaba puesto.

—Fóllame mamá —le dijo su hija nada más verla.

—No —respondió esta ante el asombro de su hija, que iba a protestar, cuando Carolina que había entendido lo que su amiga se proponía alargó una mano para acariciar el expuesto pecho de María Dolores.

—Yo lo haré, cariño.

Aquello dejó a María Dolores y a Pilar con la boca abierta, pero ninguna dijo nada. Iban a tener su primera relación sexual fuera de la familia, bueno más o menos.

María Dolores desvió su mirada hacia el consolador que sobresalía de entre las piernas de Carmen.

—Es enorme —dijo, excitadísima, deseando que aquello se introdujera en su interior. La excitación había regresado a ella con más fuerza que antes de que su madre irrumpiera en la habitación de su amiga.

—Pero va a entrar bien en tu coño —dijo al tiempo que con dos dedos comprobaba como estaba de mojada y caliente.

—Uhmmmmmm, siiiiii —suspiró María Dolores al sentir los dedos en su interior.

Mientras Carolina no había perdido el tiempo y tenía la cabeza entre las piernas de Pilar y su lengua recorría el coño y el clítoris de la niña, que suspiraba y gemía de placer ante la manipulación de la que era objeto.

Los gemidos, los suspiros, las respiraciones entrecortadas, el sonido de coños encharcados siendo comidos o masturbados, el olor a sexo y excitación era lo único que se podía apreciar en aquella habitación. Los cinco sentidos estaban siendo estimulados, y solo existía el sexo, solo deseaban sexo, solo querían sexo.

Ahora María Dolores y Pilar permanecían bocaarriba, con las piernas abiertas y flexionadas, mientras sus amantes les comían los coños.

—¡Ahhhhh, ahhhhhh! —se oía alternamente o simultáneamente. Las dos estaban a punto de correrse. Pilar ya se había corrido al menos dos veces esta mañana con su madre, pero que la mejor amiga de esta le estuviera comiendo el coño, era suficiente para que estuviera a punto de estallar nuevamente.

—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! me corrooooooo, me corrooooooooo ¡ahhhhhhhhhhhh, ahhhhhhh, máaaaaaaaaasssss! ¡ahhhhhhh! —María Dolores no pudo aguantar más y se corrió mientras Carmen continuaba comiéndole el coño.

—¡Ahhhhhhh, ahhhhhhhhh! —no podía dejar de gritar de placer mientras notaba como varios dedos la penetraban lo que hacía que su placer se mantuviera y se multiplicara.

Era lo que necesitaba una excitadísima Pilar, que al oir a su amiga no pudo contenerse más y explotó en un orgasmo prodigioso.

—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!, ¡ahhhhhhhhhhh, me coooooorrrrooooooo!, ¡ahh, ahhh, ahhhhhhhhhh! —Los gritos y gemidos de placer fueron ensordecedores. A pesar de lo bien que lo hacía su madre nunca se había corrido como se estaba corriendo en ese momento. Y es que el saber de lo prohibido de aquella situación, la mejor amiga de su madre comiéndole el coño mientras su madre se lo estaba comiendo a su mejor amiga e hija de aquella, hacía que el placer se estuviera multiplicando.

Los gemidos de placer de las dos se entremezclaban. Les faltaba el aire, y por increíble que pareciera los orgasmos se encadenaban uno tras otro. Estaban agotadas pero no quería que aquello se acabase nunca.

Y sus respectivas amantes, como si pudieran leerles el pensamiento, no tenían intención de detenerse. Las dos casi al unísono, se incorporaron quedando de rodillas entre las piernas de Pilar y María Dolores. Las pollas inhiestas se balanceaban delante de los coños deseosos de recibirlas de sus hijas. Las dos observaban las caras y cuerpos sudorosos de sus hijas y sin demorarse ni un solo momento más las penetraron a la vez hasta que sus pubis chocaron con los de sus hijas.

El gran cipote de plástico de Carmen, entró como si del dedo meñique se tratase. María Dolores se sentía llena, podía notar como en su coño no cabía nada más pero deseaba que aquello nunca saliera de su interior. El vaivén empezó inmediatamente y la calentura y la excitación por lo que estaba ocurriendo hizo que no tardará más de cinco minutos en correrse.

—Me cooooorrooo, Carmen, me corro, no la saques, ¡ahhhhhhhhhhhhhh!, la siento, la siento ¡ahhhhhhhhhhhhhhh! Fóllame, fóooollame, no paresssssssssssssss ¡ahhhhhhhhhhhhh!.

Carolina y Pilar miraban como su hija y amiga respectivamente se corría con la polla de plástico que transformaba a Carmen en el mejor de los amantes. Era increíble, el orgasmo se prolongaba en el tiempo mientras Carmen no cejaba en su empeño de horadar hasta lo más profundo la cavidad vaginal de la hija de su amiga, lo cual fue respondido con nuevos gemidos de placer por parte de una María Dolores que sentía como su ser se licuaba por su coño. El sonido del chapoteo del consolador en los fluidos que de ella manaban se incrementaba por segundos y el orgasmo se hizo inevitable.

—¡Ahhhhhhh, me corro, me corro otra vezzzzzzzzzz!, ¡ahhhhhhhhhh, ahhhhhhhhh! siiiiiiiiiiii.

Carmen fue reduciendo el ritmo hasta detenerse por completo echándose encima de María Dolores, notando su cuerpo perlado de sudor. Su boca se dirigió hacia la de ella y la beso, un beso apasionado, lascivo que hizo que la piel se le erizase y que un escalofrío recorriese el cuerpo de ambas.

—Necesito descansar, estoy agotada —dijo una desfallecida María Dolores, que notaba como el consolador permanecía dentro de ella.

Mientras Carolina había retomado su labor con Pilar, la cual haber escuchado y visto a como su madre hacía que se corriese su mejor amiga, provocó que estallase en un nuevo orgasmo en apenas unos minutos.

Los gemidos se multiplicaron y la humedad de su coño aumentó, hasta que el orgasmo hizo que estallara. Gemidos y gritos de placer exteriorizaron el placer que estaba experimentando. El no poder moverse y agarrar algo hacía que los gemidos fuesen la única forma de aliviar la tensión que el placer le estaba provocando.

—Dios ha sido... ha sido increíble —pudo decir por fin Pilar, después de que Carolina extrajera el dildo de su interior, tras haberse corrido como nunca en su vida.

—Y que lo digas —corroboró una María Dolores algo más recuperada.

Sus madres estabas tumbadas a su lado, sonriendo, satisfechas por lo que acababan de hacer por su hijas, aunque deseando poderse dar satisfacción ellas también, pues ambas estaban superexcitadas, y ya no tenía sentido ocultarles a sus hijas la satisfacción que obtenían la una de la otra. Sin embargo...

...el teléfono de la habitación de Carolina y María Dolores sonó, sacando a las cuatro de su ensoñación. Se miraron con un poco de preocupación, ¿y si alguien los había oido?.

Carolina se levantó y se dirigió a la habitación y descolgó el teléfono.

—Si, dígame.

—...

—¡Ah!, de acuerdo, muchas gracias, ahora mismo bajamos, es que nos hemos dormido, ya sabe el viaje de ayer fue un poco cansado.

—...

—Muchas gracias.

Al poco de colgar el teléfono de la habitación de Carmen y Pilar sonó.

—Son de recepción, que las actividades de la piscina van a comenzar —dijo Carolina, antes de que su amiga pudiera descolgar el teléfono.

Mientras ella respondía Carolina cogió a su hija con delicadeza y fue al baño de su habitación donde ambas se dieron un baño, que les refrescó.

Carmen, una vez, acabada la conversación telefónica hizo otro tanto con su hija.

Las cuatro abandonaron sus habitaciones con una sonrisa de oreja a oreja y sin decir una palabra, pero cada mirada que se echaban era un recordatorio de lo que acababa de pasar y mejor aún de lo que iba a pasar.

Desayunaron y dejaron a las niñas en la piscina eran la once y media y a ninguna de las dos les apetecía ir de compras como habían planeado la noche anterior, asi que decidieron tumbarse al sol en el césped de la piscina.

—Que a gusto se está de vacaciones.

—¿Eh?, si, si, muy a gusto —respondió una distraída Carmen, que no podía sacarse de la cabeza lo que acaba de ocurrir.

—¿Estás bien? —preguntó Carolina sentándose al lado de su amiga que también se había incorporado.

—Si, creo que sí.

Durante un instante un silencio las rodeó.

—Lo que hemos hecho —comenzó a decir Carmen —no está mal ¿verdad?.

—Pues claro que no —contestó Carolina que desde hacía mucho tiempo había llegado a la conclusión de que cualquier cosa que hiciera feliz a su hija no podía estar mal.

—Es que no sé, ya no solo lo hacemos por las niñas..., nosotras también... ya sabes, lo buscamos.

—¿Y qué?, ¿qué hay de malo en ello?. Nuestras hijas disfrutan de algo, que si no se lo proporcionamos nosotras es muy difícil que ellas puedan lograr. Seamos sinceras, no creo que Pilar y María Dolores tengan muchas oportunidades en el terreno sexual. Y mientras yo pueda y ella quiera no me voy a detener.

—Si eso lo comprendo, lo que me cuestiono es lo nuestro.

—Bueno...—dudó un instante —somos dos personas adultas que han descubierto que la otra le atrae. No creo que haya nada malo en ello.

—Pero meter en medio a las niñas... eso es lo que me causa un poco de inquietud.

—Yo creo que a ellas no les importa —respondió Carolina, que a pesar del aplomo con el que estaba defendiendo su postura, era cierto que también tenía la misma duda, ¿estaban haciendo lo correcto, creando una relación, no a dos, sino a cuatro, y para colmo con sus hijas entre medias?.

—Además, no hacemos daño a nadie —continuó agarrando la mano de su amiga que agradeció el gesto con un sonrisa —yo hace tiempo que me he olvidado de los convencionalismo sociales establecidos —retomó con más convicción —me da exactamente igual lo que dila la moral mayoritaria o los usos y costumbres en los que me eduqué. Yo sé que a mi hija la hago feliz, y que he descubierto una persona —prosiguió apretando con más fuerza la mano de su amiga, para enfatizar que se refería a ella —que me gusta y que me hace sentir mujer después de mucho tiempo.

Carmen no pudo evitar que dos lagrimillas corrieran por su mejilla. Ella sentía lo mismo hacia su amiga.

—En cuanto a lo de meter a nuestras hijas... pues no sé, a mi me parece que si las cuatro sabíamos los que hacíamos las unas con las otras, tarde o temprano iba a ocurrir lo que ha ocurrido esta mañana. Pero si tú no estas cómoda...

—¡No! —respondió antes de que Carolina pudiese terminar la frase.

—Tienes razón, al carajo, lo que piensen los demás, yo lo que quiero es que mi hija sea feliz y desde que me acuesto con ella es feliz.

—Así me gusta —respondió una sonriente Carolina que tampoco pudo evitar que sus ojos se humedecieran

—Y además —continuó Carmen, mirando a su amiga y sonriendo —no había visto a Pilar correrse nunca como lo ha hecho esta mañana contigo.

Aquello fue lo que les hacía falta, las dos estallaron en risas, que atrajeron momentáneamente la atención de los bañistas más cercanos, pero que a ellas no les importó lo más mínimo para fundirse en un abrazo, que era algo más que un abrazo de amiga. Era la forma de sellar un pacto por el cual a partir de ahora solo existía lo que hiciera feliz a su hijas y a ellas, y lo que las hacía felices a las cuatro ahora es compartir este secreto.

Continuará...

Espero que os haya gustado la continuación. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última aportación, pero es que no sabía muy bien como continuar. Ahora tengo algunas ideas y a partir del próximo capítulo introduciré más personajes, entre ellos un hombre, como me pedíais algunos en los comentarios.

Seguid comentando para poder mejorar. Muchas gracias.

AQUILEXX