Amor de madre 07

Por fin Pilar pierde su virginidad a manos de su madre, mientras Carmen y María Dolores siguen gozando de su sexo.

AMOR DE MADRE 07

Antes de empezar, recomiendo leer las anteriores partes de este relato:

Amor de madre 01.

Amor de madre 02.

Amor de madre 03.

Amor de madre 04.

Amor de madre 05.

Amor de madre 06.

También pedir disculpas por la tardanza en la publicación de esta séptima parte, espero que las siguientes no tarden tanto.

Por último me gustaría que comentasen los relatos y diesen ideas para mejorarlos.


A las cinco y media pasadas el timbre de la puerta sonó.

—Hola qué tal estás, preciosa, —le dijo a Pilar mientras se agachaba para darle un par de besos.

—Muy bien, y usted, —contestó sacándose de la boca la varilla que le permitía controlar la silla eléctrica, que llevaba. Esta silla le daba cierta autonomía ya que no tenían que andar empujándola para desplazarse.

—También bien, pero no me llames de usted que me haces muy mayor.

—De acuerdo... Carolina.

—Y tú, qué tal Carmen.

—Pues bien, —contestó con una sonrisa entre pícara y nerviosa en la cara, mientras las dos entraban en casa.

Pilar estaba postrada en una silla de ruedas desde los doce años, una enfermedad degenerativa había ido atacando el sistema nervioso, y le provocó que piernas y brazos no le respondieran, sin embargo a diferencia de María Dolores ella no había perdido la sensibilidad, solo era que sus extremidades le habían dejado de funcionar.

Era una chica muy guapa, tenía ahora 19 años, era algo más joven que su hija, pero las dos eran buenas amigas. Tenía el pelo teñido de un rubio llamativo, tipo Madonna, con un mechón rojo en el flequillo. Los ojos eran verdes, —herencia del cabrón de su padre—, le había contado Carmen, y tenía unos labios muy carnosos que casi siempre mostraban una sonrisa, a pesar de que Carolina veía en sus ojos la amargura de encontrarse postrada en un silla. Era una expresión muy característica de las personas que se encontraban en esa situación, y la había visto miles de veces en la cara de su hija.

Su cuerpo estaba atrofiado por la falta de movimiento y no se apreciaba debido a las ropas anchas que le gustaba ponerse, aunque sabía por lo que le había contado su madre, que tenía un cuerpo muy bonito, y voluptuoso, con un pecho generoso —herencia de su madre—, a juego con un buen culo, en palabras de Carmen.

Su padre las había abandonado poco después de que ella naciera y empezaran a manifestarse los primeros síntomas de su enfermedad. Afortunadamente los padres de Carmen tenían una buena posición económica y nunca les había faltado de nada.

A pesar de poder disponer de enfermeras y asistentas Carmen se había encargado del cuidado de su hija, lo cual era muy loable, ya que había sacrificado su juventud y belleza por su hija.

Carmen era una mujer de unos cuarenta y pocos años, aunque estupendamente llevados. Apenas tenía arrugas en una cara limpia y tersa, que según ella lograba solo con crema hidratante, aunque Carolina sospechaba que el causante de aquella tersura era el botox. Un pecho firme aún y un cuerpo que, si quisiera, podría conquistar a cualquier hombre, en donde destacaba un magnífico culo.

Carmen no se había abandonado e iba al gimnasio casi todos los días, y hacía natación, por las tardes, mientras que su hija estaba en clase de rehabilitación. Esto había hecho que sus carnes estuvieran firmes y prietas a pesar de su edad, y la verdad es que estaba muy buena, se sorprendió Carolina al pensar esto. ¿Habría descubierto que le gustaban las mujeres y no solo su hija?

Las cuatro merendaron, y hablaron de cosas intrascendentes. Carmen estaba nerviosa y no sabía como iba a sacar el tema, esperaba que su amiga lo hiciera por ella.

Carolina empujó la silla de su hija a su habitación seguidas de Pilar que dirigía con gran maestría la suya.

—¡Qué bien manejas la silla ya!

—Si, la verdad es que es muy fácil de llevar después de unos cuantos días, —contestó cuando llegaron a la habitación.

Carmen le había comprado esta silla hacía un mes más o menos, y al principio le había contado que no era capaz de controlarla y que le había rayado todas las paredes de casa.

—Aquí os dejo, chicas, para que habléis de vuestras cosas.

—Mamá enciende el equipo de música.

Su madre hizo lo que le indicó y enseguida empezó a sonar una música rapera, ininteligible.

—No sé como os puede gustar esta música.

—Esta música no es para viejos, ja, ja, ja.

—¡OOOye! guapa que yo no soy una vieja...

Y las dejó allí con su música y sus cosas. Antes de volver al comedor pasó por su habitación y sacó del armario el arnés.

—Bueno Carmen, aquí está —dijo mostrando el arnés negro en el cual estaba enganchado el vibrador de su hija.

Carmen no dijo nada, se quedó con la boca abierta mirando aquel falo de plástico. Calculó que era algo más pequeño que el que ella había comprado, y se pregunto si no sería demasiado grande para su niña.

—Qué pasa, no dices nada.

—Eh.... ah sí, muchas gracias —contestó tartamudeando ligeramente de lo nerviosa que estaba.

Carolina sacó el vibrador del arnés y lo puso encima de la mesa del comedor, sin que su amiga pudiera quitarle la vista de encima.

Esta pesar de su nerviosismo notaba como le palpitaba la entrepierna, y como se humedecía ligeramente debido a la situación tan surrealista que estaba viviendo: su amiga le estaba prestando un arnés para que lo use, con un consolador que ha comprado, para dar placer a su hija invalida. La verdad es que si lo pensaba...

—¿Has traído el consolador que has comprado?.

—¿Eh?, si claro, aquí está —dijo al tiempo que extraía de su bolso el objeto envuelto en papel.

—Ufff, no se si va a valer este arnés, el consolador es algo más grande que el mío.

Sin embargo a pesar de la ligera diferencia de tamaño el arnés se adaptó al dildo.

—Bueno, ya estᗠdijo Carolina, que debía reconocer que se había excitado al ver aquel pedazo de plástico, era algo más grande del que ella usaba y la verdad le gustaría probarlo.— Ahora te voy a decir como se pone. A mi me costó un poco la primera vez, pero una vez que aprendes es bastante sencillo.

Carmen no salía de su asombro, su amiga, no solo le prestaba el arnés sino que iba a enseñar a ponérselo.

—Venga Carmen, quítate los pantalones, —la urgió sonriendo ante la cara que puso esta ante su propuesta. La verdad es que ni ella misma se reconocía diciendo aquellas palabras.

—¿Cómo?, —respondió descolocada.

—Pues eso que te quites los pantalones, —insistió una divertida Carolina.

—Y no puedes hacerlo con los pantalones puestos, es que...

—Qué, que te da vergüenza.

—Bueno... un poco, si la verdad me da un poco de corte. Además con las niñas ahí al lado.

—¡Bahhh!, por eso no te preocupes, que están con la música, bueno música, el ruido ese que escuchan.

—Es que... no se —dijo mientras se pasaba la mano nerviosa por su melena.

—Venga no seas mojigata. Si quieres me los quito yo primero y ves como queda.

Sin esperar respuesta por parte de su amiga, Carolina se desabrochó el botón y se bajó la cremallera de su pantalón el cual cayó al suelo por efecto de la gravedad y de un sensual movimiento de cadera, que no pasó desapercibido para una cada vez más nerviosa Carmen. Se ajustó la braguita, que se le había bajado ligeramente por detrás, y con una gran habilidad se colocó el arnés con el consolador de su amiga.

—¿Ves?, no pasa nada. Y es más cómodo para enseñarte como se pone. Además no creo que escondas entre las piernas algo que no haya visto antes, —dijo riéndose Carolina, viendo la cara enrojecida por el estupor y la vergüenza de su amiga.

Esta a pesar de la vergüenza, estaba hipnotizada viendo como de entre las piernas de su amiga surgía un falo de plástico. Era lo más parecido a una polla inhiesta que había visto en muchos años, y aquello, a pesar del azoramiento que sentía, debía reconocer, que la estaba excitando. Era algo extraño, ella estaba segura de su heterosexualidad pero no podía evitar ver a su amiga como una posible compañera de cama. Sacudiendo la cabeza apartó esa idea de su mente.

Sin apartar la vista de la entrepierna de Carolina, o más bien del arnés que se ajustaba a su zona pélvica, se quitó los zapatos, y se desabrochó el pantalón corto que llevaba puesto. Lo dejó caer al suelo. Con el pie derecho lo izó y lo depositó con cuidado en el respaldo de una silla, donde descansaba la prenda de su amiga. Estaba muy nerviosa y no podía dejar de mirar hacía la puerta del salón pensando en lo que dirían si la vieran en aquella situación tan embarazosa.

—Ves, como no pasa nada,—dijo Carolina mientras se aproximaba a su amiga bamboleándose el falo de plástico que tenía entre las piernas a cada paso. Se quedó a escasos centímetros de su amiga, que notaba como la punta de aquel artilugio le rozaba justo en la zona de su rajita.

Carmen no decía nada, notaba como le palpitaba la almeja, y como se estaba humedeciendo, lo que hacía que la cara se le pusiera aún más colorada. Además notaba como los pezones se le habían endurecido, y si no llega a ser por el sujetador, a esas alturas su amiga ya se habría dado cuenta de su excitación.

La tensión sexual podía cortarse con un cuchillo en aquella habitación de lo que se dio cuenta Carolina que dio un paso atrás y se quitó el arnés, y se dispuso a colocárselo a su amiga.

—Lo primero sujeta el arnés a la cintura con esta correa —comenzó a explicarle.

Carmen asentía nerviosa.

—A continuación pasas esta correa por entre las piernas y la enganchas a la correa de la cintura —Carolina hizo esta operación rápidamente, pero le bastó para darse cuenta de dos cosas: la primera que la vagina de su amiga estaba cubierta por una importante mata de pelo que a duras penas podía tapar la braga color carne y nada sexy que llevaba, y la segunda para notar su excitación. Desprendía calor de su entrepierna y pudo ver una pequeña mancha de humedad en sus bragas. Rozó con el dorso de su mano la parte interior de uno de los muslos de Carmen, lo que hizo que esta se pusiera tensa y aumentase su nerviosismo, y en un movimiento involuntario echara para atrás el culo

—Y ya está, —dijo dando un último apretón para ajustar bien el consolador al pubis de Carmen, y alejándose para ver como le sentaba, como si nada hubiese ocurrido.

Carmen bajó la vista y vio que lo que había "surgido" entre sus piernas. La verdad que la impresionó y la excitó aún más de lo que ya estaba, lo que la hizo sentir un poco incomoda.

—Te sienta genial, pareces un travestí, ja, ja, ja.

—Qué graciosa eres, Carolina, —dijo con un tono de voz que denotaba cierto reproche a su amiga por los comentarios tan sardónicos que le lanzaba, y que le hacía aún más embarazosa la situación, aunque había logrado romper la tensión que se vivía en aquella habitación.

—No te pongas así, —se disculpó Carolina, —venga, te lo voy a quitar y ahora pruebas tú.

Con gran habilidad desabrochó el arnés y se lo tendió a Carmen que lo cogió de una manera insegura, sujetándolo del extremo de una de sus correas.

Con torpeza se lo colocó sobre la braguita que cubría su desnudez, y retorciéndose logró abrocharse la primera de las correas, ante la diversión de su amiga que veía como Carmen se retorcía.

—Muy bien, ahora la otra correa.

Sorprendentemente esta correa no le costó tanto a Carmen, y se ajustó rápidamente el arnés a su cuerpo. Una vez hubo acabado levantó la vista buscando la aprobación de su "maestra".

Esta con una sonrisa movía la cabeza asintiendo. Y ambas se echaron a reír de lo extraña que era la situación en la que se encontraban.

Carolina se acercó a su amiga y la rodeó observándola, aún riéndose.

—Está usted muy bien dotado, caballero —dijo impostando la voz y dirigiéndose a su amiga, que no pudo reprimir una nueva oleada de carcajadas.

Carolina abrazó a su amiga sin poder dejar de reírse, lo que provocó que se desequilibraran y cayeran ambas al sofá, incrementando el nivel de las risas por la situación tan cómica que estaban viviendo. Allí estaban dos mujeres adultas, en bragas, una de ellas con un arnés del que salía una polla de plástico, y las dos riéndose en el sofá.

—No, ya en serio, te queda bien, seguro que Pilar y tú vais a disfrutar mucho —le dijo al tiempo que se acercaba a ella para darle un nuevo abrazo, esta vez de complicidad y apoyo por lo que, sabía, que a su amiga le había costado mucho decidirse a hacer

—Gracias —respondió esta con sincero agradecimiento, ante el apoyo de su amiga, mirándola a los ojos—, eres una amiga de verdad.

Y en un arrebato irracional e inexplicable incluso para ella, la besó de forma apasionada en los labios. La besó como si fuera su hija o su ex-marido, el que estaba allí en el sillón, y no su amiga Carolina.

Esta se quedó inmóvil, no sabía que hacer, su amiga la estaba besando. La besaba de forma lujuriosa. Era algo totalmente inesperado, nunca hubiese imaginado que Carmen, que se avergonzaba de mostrarse en ropa interior delante de ella, la estuviese besando de aquella manera.

Aquello duró poco, Carmen se dio cuenta de lo que estaba haciendo y como un resorte se separó de su amiga y se levantó del sofá. La situación era muy tensa, no sabía que le había ocurrido.

—Lo siento, no se.... no se lo que me ha pasado —dijo al borde del llanto, tratando de quitarse el arnés, —lo siento, lo siento, por favor perdóname.

Carolina no sabía que decir, ella también estaba en estado de shock por lo que acababa de ocurrir, no sabía como reaccionar. Es más no sabía si realmente aquello le había disgustado o en el fondo, deseaba que ocurriese.

Carolina luchaba con el arnés, el cual era incapaz de quitarse debido al estado de nervios en el que se hallaba. Se retorcía tratando de soltar las correas que lo mantenían amarrado a su cuerpo, lo que provocó que diera un traspiés y cayera al suelo, quedando sentada en él. Avergonzada, se cubrió la cara con su manos, rompiendo a llorar de una manera desconsolada.

—Carmen —reaccionó por fin Carolina, acercándose a su amiga y rodeándola con sus brazos—, Carmen, no llores, que no pasa nada, ha sido el momento, la situación en la que nos encontrábamos. No te preocupes, que no ha pasado nada.

A pesar de lo que decía ella estaba todavía asimilando lo que había ocurrido, su amiga la había besado, y ¡vaya beso!.

—Venga cálmate, que te van a oír las niñas —le insistía, mientras Carmen trataba de controlar los nervios y ahogar el llanto.

—Lo... lo siento, de verdad, que lo siento, no se.... no se lo que me ha pasado....ha sido..... ha sido.... no se lo que ha sido, lo siento, lo siento mucho.

—No te preocupes. Venga deja de llorar que no ha pasado nada —y sin saber muy bien porqué Carolina besó a su amiga, primero en la frente, tratando de calmarla pero luego, atrayéndola hacia sí con las manos, le dio un apasionado beso en la boca que dejó a Carmen tan sorprendida como ella se había quedado cuando esta la besó a ella.

Poco a poco Carmen respondió al beso de su amiga y las dos empezaron a juguetear con sus lenguas en la boca de la otra. Las dos estaban muy excitadas, y la situación, ni buscada y ni esperada por ninguna de las dos, hacía que sus mentes se olvidaran de dónde y con quién estaban.

Carolina deslizó una de sus manos dentro de la blusa de su amiga y acarició uno de sus pechos, esta gimió al notar como sus pezones se ponían erectos por las caricias que le estaban proporcionando.

Su otra mano se deslizó hacía la entrepierna de su amiga, y allí se encontró con el dildo, el cual había olvidado que lo llevaba puesto. Como si de una polla se tratase lo acarició. Carmen a su vez, venciendo su vergüenza había deslizado su mano por la espalda de su amiga y acariciaba su culo por encima de su braga. La verdad es que la situación era extraordinariamente excitante y ambas notaban como sus vaginas empezaban a humedecerse por la excitación.

Las dos permanecían con los ojos cerrados concentradas en el placer que proporcionaban y el que les era dado. Carolina a pesar de que se lo pasaba muy bien con su hija, esta era necesariamente pasiva en la relación, ahora a ella también la acariciaban y le gustaba esta sensación.

De repente un ruido las sacó de su ensoñación, había sonado en el pasillo, las dos se separaron inmediatamente alertas, pero no escucharon nada, sin embargo el hechizo se había roto.

Las dos apartaron las manos, no sin cierta pena, del cuerpo de la otra, y sin decir una palabra se separaron.

Carmen se quitó el arnés y lo guardó en su bolso, mientras su amiga ya se había vuelto a poner los pantalones, se asomaba a la puerta del pasillo para ver que había sido ese ruido, no vio nada lo cual la tranquilizó, y volvió al salón donde su amiga terminaba de colocarse la ropa.

—Carmen, yo...—comenzó a decir.

—Nos tenemos que ir, —dijo esta secamente, la verdad es que no sabía como reaccionar ante lo que había pasado, y lo mejor era dejar las cosas tal y como estaban.

—De acuerdo, voy a por las niñas.

Los cuatro se despidieron, tratando Carmen y Carolina de aparentar de que nada había pasado, pero lo cierto es que fue muy difícil.

Carolina y María Dolores permanecieron un largo rato en silencio, hasta que aquella se dio cuenta de que no estaba siendo natural. No es que le diera vergüenza contarle a su hija lo que había pasado, es que realmente no sabía lo que había pasado.

—Bueno, hija y que tal lo habéis pasado.

—Buah, pues una juerga, no veas mamá —respondió irónicamente.

Sin embargo la respuesta no fue escuchada por su madre que seguía pensando en Carmen y en lo que hacía menos de diez minutos había pasado allí mismo, y lo cierto que cuando lo recordaba notaba como un escalofrío de excitación la recorría.

—¿Qué te pasa mamá?, —preguntó al darse cuenta de lo distraída que estaba su madre.

—Oh, nada, hija, nada, solo que estoy un poco casada, es este maldito calor que me tiene agotada.

Esa noche, follaron como cada noche, pero Carolina no podía dejar de pensar en su amiga, lo cual hizo que se corriera como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Las dos acabaron agotadas y durmieron toda la noche, aunque en los sueños de Carolina aparecía una nueva persona, su amiga Carmen.

—Mamá.

—Dime hija.

—Esta tarde os he visto.

—El qué has visto, —respondió sin saber a que se refería su hija.

—Como tú y la madre de María Dolores os besabais en su casa.

Aquello hizo que se le cayera de las manos el plato que estaba secando, y que le diera un vuelco el corazón. Allí estaba su hija en la puerta de la cocina diciéndole que la había visto enrollarse con la madre de su mejor amiga.

Las dos habían vuelto a casa en un incomodo silencio. Carmen no sabía porqué Pilar estaba así, supuso que a lo mejor se había peleado con María Dolores. En casa cenaron en silencio, y como cada noche recogió la mesa. Esta noche estaba dispuesta a satisfacer a su hija, aunque no sabía si esta estaba de humor. Ella a pesar de todo estaba aún muy excitada y necesitaba el desahogo que suponía el satisfacer a su hija.

—Te tienes que estar confundiendo....

—¡Venga mamá!, no vengas con esas, os he visto claramente, las dos en el suelo, besándoos y magreándoos, os he visto.

Carmen se había puesto colorada de la vergüenza que sentía en ese momento, su hija la había visto en una situación muy embarazosa.

—Además te he visto con eso... puesto —dijo refiriéndose al arnés—, ¿qué pasa, que con ella si puedes follar y conmigo no?, eres... eres... eres una PUTA.

Aquello hizo reaccionar a Carmen, que como un acto reflejo le dio una bofetada a su hija, que se la quedó mirando sorprendida, no es que le hubiese dolido mucho, es que su madre jamás le había puesto una mano encima.

Carmen se arrepintió en el mismo instante en que la palma de su mano se estrelló contra la cara de su hija.

—Lo siento hija, lo siento, no sé lo que me ha pasado.

Pilar se dio la vuelta en su silla y se fue sin dirigirle una sola palabra y con los ojos arrasados en lágrimas por la humillación.

—Lo siento, lo siento, —gritaba Carmen a su hija sin atreverse a seguirla, en parte por lo que acababa de hacer y en parte por la vergüenza que sentía de que su hija la hubiese visto.

En su habitación Pilar lloraba desconsoladamente, no por la bofetada, que apenas le había dolido, sino porque su madre prefería acostarse con otras antes que con ella, o por lo menos así lo pensaba, hasta que transcurrido un cuarto de hora aproximadamente.

—Cariño, de verdad que lo siento.

—Vete, no quie...., —Pilar no terminó la frase, al girarse vio a su madre en la puerta de su habitación totalmente desnuda y con un arnés cubriéndole su pubis, dejando solo a la vista unos cuantos pelos negros y rizados que sobresalían por los laterales, con un consolador de plástico negro surgiendo de su centro, formando un ángulo recto casi perfecto con su desnudo cuerpo. La imagen la dejó sin palabras, que no se podía creer lo que veían sus ojos.

—Lo siento, de verdad que lo siento, siento haberte pegado, y siento no haber entendido antes que tus necesidades no se limitan únicamente a alimento y protección, ahora lo entiendo, y si tu quieres yo estoy dispuesta a satisfacer esas necesidades.

Pilar no sabía que hacer se había quedado sin habla, con la cara congestionada por el llanto y húmeda por las lágrimas que le habían escurrido.

—Quiero que sepas, que no me he acostado con Carolina, ella solo me estaba enseñando a ponerme el arnés, y una cosa llevó a la otra, pero que sepas que no hicimos nada, solo quería aprender para poder hacerlo contigo.

—Pe... pero mamá, —acertó a decir entrecortadamente.

Sin embargo su madre no le dejó terminar la frase dándole un profundo beso en la boca, el cual hizo que ha Pilar casi se le desorbitaran las ojos por la sorpresa.

—Te quiero hija, y haré cualquier cosa por ti, incluso.... esto.

—Yo también te quiero, mamá, y siento haberte llamado puta, no lo decía en serio, —contestó incapaz de contener las lágrimas.

Carmen abrazó a su hija y las dos permanecieron unos segundos en esa posición solo separados por el trozo de plástico que surgía de entre las piernas de aquella.

Sin decir una palabra Carmen tomó a su hija con delicadeza de su silla, y sin ningún esfuerzo la llevó a su habitación donde la dejó con cuidado bocaarriba sobre su cama, aquella cama que hacía muchos años que no experimenta lo que iba a experimentar esa noche.

Sin dejar de mirar a su hija, comenzó a desvestirla, como había hecho durante años, pero esta vez la finalidad no era cambiarla de ropa o prepararla para el baño, en esta ocasión su niña dejaría de serlo para convertirse en una mujer, y ella sería quien la ayudaría a dar ese paso en la vida. No podía negar que en su interior, mientras descubría el pálido cuerpo de su hija, pugnaban dos sentimientos: el nerviosismo por lo que estaba a punto de hacer, y la excitación, es más estaba sorprendida del grado de excitación que notaba. Muchas noches había aliviado esta sensación en la soledad de su alcoba ahogando los gemidos de placer que se proporcionaba a si misma, pero hoy no habría necesidad de disimular el placer que estaba segura que no solo proporcionaría a su hija, sino el que ella misma experimentaría al dárselo.

La desnudez de Pilar ya solo la cubría su ropa interior, un sujetador blanco y unas feas bragas del mismo color, de las que traslucía el color negro de su vello púbico, y una pequeña mancha que denotaba la excitación que estaba sintiendo.

—Mamá.... muchas gracias.

Carmen no dijo nada, se agachó y besó la frente de su hija con un beso maternal, pero enseguida bajó hasta su boca donde sus lenguas se encontraron y lucharon por la hegemonía en la boca de la otra. Esto no era nuevo para ellas, desde que Carmen empezó a masturbar a su hija, los besos apasionados formaban parte del ritual. Pero este beso era distinto, desprendía no solo amor de madre sino lujuria, una lujuria que conduciría irremediablemente al desfloramiento de Pilar.

Esta notaba como el consolador le rozaba en el abdomen mientras su madre y ella se besaban apasionadamente.

Carmen descendió besando los pechos de su hija aún cubiertos por el sujetador que no tardó en serle retirado no sin cierta dificultad por su madre que cada vez estaba más nerviosa y excitada. Ante ella surgieron aquellas dos masas de carne blancas y rematadas por un puntiagudo pezón de color rosa, rodeado de una pequeña areola, aquel pecho que había visto miles de veces, aparecía ante ella como si fuese la primera vez que lo contemplaba, y en cierto modo así era, era la primera vez que lo admiraba no como madre sino como amante, ni siquiera cuando la había masturbado lo había visto como un elemento sexual, aunque sabía que era una de las partes más sensibles del atrofiado cuerpo de su hija

Sus dedos se deslizaron suavemente desde el cuello de su inmóvil y muda hija, hasta llegar al nacimiento de esas montañas, lo que provocó una escalofrío en esta y que su piel se erizara. Con delicadeza, tomó los dos pechos en sus manos desde la parte inferior y como su marido había hecho con ella antes de abandonarla, los masajeó, usando su boca y su lengua para lamer los pezones que respondieron a este trato creciendo aún más, convirtiéndose en dos pequeños apéndices deseosos de ser lamidos.

—Ahhhhhhhh, mamá, sigue, sigue, ahhhhh, es increíble, nunca había estado tan excitada.

Carmen no dijo nada, siguió lamiendo el pecho de su hija, en la cual notaba como el pulso se le aceleraba. Con decisión bajó su mano derecha hacía el vientre de su hija, deslizándola por debajo de la goma de la braguita de esta, sintiendo como su vagina estaba totalmente humedecida. Nunca la había visto así tan pronto. Su hija se corría siempre que la masturbaba, pero no recordaba haberla notado tan húmeda antes de haber empezado a tocarla. Con decisión separó los labios externos del coño de su hija con los dedos índice y anular y dirigió el corazón hacía su clítoris.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, —la reacción fue inmediata, fue como un schok eléctrico para ella notar el contacto con la cálida mano de su madre, que apenas la había rozado.

Carmen comenzó a frotar el pubis de su hija notando como se humedecía más, como la respiración entrecortada de esta anunciaba un pronto desenlace. Con rapidez se incorporó y le quitó las bragas a su hija dejándola totalmente desnuda encima de su cama.

—Eres preciosa mi amor.

—Por favor mamá sigue, no te detengas ahora, estoy muy excitada.

Sin hacerse de rogar Carmen se agachó, encogió, separó las piernas y lamió la almeja húmeda de su hija, que no pudo reprimir un gemido de placer al notar la suavidad de la lengua de su madre sobre su clítoris.

Hasta ahora no habían hecho nada nuevo, a veces su madre le lamía el coño antes de que se corriera. Sin embargo el hecho de saber lo que vendría más tarde había excitado sobre manera a las dos mujeres, notando la madre, como se le humedecía el coño como hacía mucho tiempo, y la hija no pudiendo evitar dar gemidos de placer cada vez que su madre la rozaba.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro, ya no puedo más, —gritó al tiempo que notaba como por primera vez su madre introducía, primero uno y luego dos dedos en su estrecho canal, los notaba moverse adelante y atrás y oía como chapoteaban en su propio flujo que inundaba su vagina—, mamá sigue, métemelos más adentro, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Pilar estalló en un orgasmo que provocó que la humedad de su vagina se convirtiera en una pequeña fuente que no dejaba de manar flujo, que era engullido sin ningún remilgo por su madre, que no cejaba en su empeño de proporcionarle placer a su hija con la lengua y sus dedos.

Durante más de media hora los orgasmos se sucedieron en Pilar que casi había olvidado que su madre era la que se los estaba proporcionando, estaba en el cielo, no notaba el cansancio, solo quería que aquello no se acabara. Era tanto su placer que había olvidado que su madre disponía de otra herramienta para hacerla sentir placer.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro otra vez, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, no pares ahora, no pares, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —fue el último orgasmo de una larga serie, su pulso acelerado, su almeja palpitante y el sudor que perlaba su cuerpo eran signos inequívocos del placer que estaba sintiendo.

Carmen se incorporó echándose al lado del desnudo cuerpo de su hija sin dejar de tocarla a lo largo de todo él. Notaba la humedad que lo cubría y como el corazón de su hija estaba tratando de recobrar la normalidad. Pilar mantenía la boca semiabierta tratando de hacer llegar el oxigeno suficiente a cada una de sus células, y los ojos cerrados debido a la excitación y el placer que acababa de experimentar.

Su madre la besó en la mejilla, haciendo que Pilar abriese sus ojos y girase la cabeza para mirarla.

—Gracias mamá ha sido fantástico.

—De nada hija, pero aún no hemos terminado, ¿recuerdas?, —dijo dirigiendo la mano de su hija hacía el consolador que permanecía anclado a su pubis desde el comienzo de la noche.

El contacto con el suave objeto de látex hizo que Pilar se sintiera de nuevo excitada y deseosa de sentirlo en su interior.

—Mamá, —dijo mirando a lo ojos a su madre mientras esta guiaba su mano a lo largo del falo de plástico, —fóllame, quiero que me folles.

Carmen sonrió por el lenguaje tan vulgar que empleaba, pero lo cierto es que, por raro que le pareciese, no le resulto extraño que su hija la hablase de ese manera, lo tomó como algo natural entre dos amantes, que era lo ellas eran en aquellos momentos. Ella: el hombre que iba a desvirgar al amor de su vida haciendo que aquella experiencia le resultase inolvidable, y su hija, la joven, que estaba a punto de entregar su más precioso tesoro a la persona que más quería.

Carmen se incorporó haciendo que el brazo de Pilar cayese a un lado de su paralizado cuerpo. Se situó delante de las piernas de su hija que permanecían abiertas. Con soltura pasó su mano por la velluda entrepierna de esta, e introdujo un par de dedos en su vagina, comprobando que estaba húmeda y caliente. Estaba lista para ser penetrada.

—¿Estás lista hija?.

Pilar asintió con la cabeza, no pudiendo apartar la vista de aquel objeto negro de unos veinte centímetros de largo que se movía, como si tuviera vida propia en la entrepierna de su madre.

—Si te hago daño, dímelo y lo dejamos.

Carmen tomó con su mano derecha la base de su "pene" y lo colocó en la entrada de la cueva de su hija. Colocó su mano izquierda en la parte superior de su pubis y usando los dedos índice y anular separó sus labios, utilizando el dedo corazón para frotar su excitado clítoris.

Con decisión pero con la mayor de las cautelas fue acercando el consolador a la vagina de su hija, hasta que hizo contacto con ella.

En ese momento Carmen miró a los ojos de su hija, la cual devolvió la mirada.

—Te quiero hija, —dijo al tiempo que empujando con su cadera empezó a hundir el falo de plástico en el interior de su hija. Con firmeza este fue entrando hasta que notó la primera resistencia, Carmen se detuvo no parando de frotar el clítoris de su hija, lo que hacía que la sensación que experimentaba esta fuese de plenitud. Por una parte notaba como el placer no la abandonaba por completo por la experta manipulación de su clítoris por parte de su madre, y por otra notaba como la vagina estaba siendo llenada por un objeto sólido que sabía que le proporcionaría gran placer.

Carmen movió ligeramente su cadera hacia delante y atrás, haciendo que el canal de su hija se adaptara al invasor que pretendía tomar aquella fortaleza.

—Sigue mamá, sigue, uhhhhhhmmmm, no te detengas, uhhhhhmmmm, notó como entra dentro de mi, ahhhhhh, ahhhhhh, sigue, sigue.

La sensación para Pilar era indescriptible, estaba en el cielo, y notaba que no podría aguantar mucho más para tener su enésimo orgasmo de esa noche.

A su vez Pilar notaba como la parte posterior del consolador rozaba su zona más erógena, y como debido a la excitación de esa noche estaba también a punto de correrse. No sabía si aguantaría hasta desvirgar a su hija.

—Métemelo, más mamá, quiero notarlo todo dentro de mi. Fóllate a tu hija, por favor mamá desvírgame.

Con firmeza Carmen empujó su cuerpo contra el de su hija, notando como la fina barrera de piel que protegía su virginidad se rompía, al tiempo que la presión sobre su clítoris aumentaba provocándole una oleada de placer que recorrió toda su anatomía.

—¡Ay!, —gimió débilmente Pilar al notar como algo en su interior se rasgaba, al tiempo que notaba como toda su vagina era invadida por un cuerpo extraño, provocando en ella una ola de calor que hizo que se sonrojase.

Carmen se detuvo asustada ante el gemido de su hija.

—Lo siento hija, ¿te duele?, —preguntó iniciando un retroceso de su cadera.

—No mamá, por favor no lo saques, no pasa nada, ya no me duele.

Y era cierto, el pinchazo que notó solo había durado un instante, y realmente no podría decir si verdaderamente fue dolor lo que sintió.

Carmen detuvo su retirada, y permaneció con la mitad de consolador en el interior de su hija mientras se sostenía con sus manos apoyadas en el colchón a los lados de su cuerpo. Miró hacía abajo, hacia la entrepierna de ambas, y allí estaba, y pequeño hilillo de sangre que el consolador arrastró tras de sí. No era nada alarmante, ella sabía que era normal que su hija sangrase un poquito al ser desvirgada, pero le impresionó que ella fuese la causante de aquello, era ella quien la había desvirgado, y además lo estaba haciendo con un gran placer por su parte.

Una vez comprobado que su hija estaba bien, Carmen inició una conquista más profunda de aquel territorio inexplorado. El consolador entraba con total facilidad en el interior de una Pilar que cada vez estaba más excitada.

Con los ojos cerrados trataba de concentrarse en la avalancha de nuevas sensaciones que estaba experimentando, era mejor que nada que nunca hubiese podido imaginar. Experimentaba una sensación de plenitud que hasta ese momento era desconocida para ella, y que desde ese momento no querría renunciar a ella nunca más.

Los labios de Carmen se pegaron a los de su hija en el mismo instante en que sus pubis entraban en contacto, el consolador había llegado hasta el fondo de su hija, y presionaba contra el clítoris de su portadora que trataba de contener su placer.

Fue un beso profundo, lascivo, que preludió el movimiento de vaivén de Carmen en el interior de su hija, que notaba como el látex se deslizaba suavemente por sus humedecidas paredes vaginales, y como su clítoris recibía la fricción de su parte superior, estaba siendo follada por su madre, y aquella sensación hizo que no pudiese contener un gemido de placer, apenas inteligible debido a que su boca y lengua luchaban con la de su madre.

La habitación se llenó de sonidos y olores que no hacían más que excitar los sentidos de las dos. Madre e hija disfrutaban de lo que estaban haciendo, de lo que olían y de lo que oían, todos sus sentidos estaban inundados por el sexo.

Carmen aceleró el ritmo de sus envestidas, levantando su tronco y apoyando las manos a los lados del cuerpo de su hija. Solo estaban en contacto por aquel trozo de plástico que entraba y salía de Pilar impulsado por los movimientos de su madre.

—Ahhhhhhhhhhhhhh, me voy a correr hija, ya no puedo más, —gimió Carmen incapaz de retrasar más su orgasmo. Este era ya inevitable, y no estaba dispuesta a dejarlo pasar.

—Córrete mamá, córrete mientras me follas, no pares, córrete.

—Ahhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro, ya no puedo más, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —Carmen estalló en una prodigiosa explosión de placer que inundó su vagina, escurriendo su corrida por el arnés y resbalando por el falo de plástico que permanecía en el interior de su hija, uniéndose con los restos de corridas anteriores de su hija.

Carmen reanudó el mete saca inmediatamente provocando que su excitado clítoris reaccionara, haciendo que el placer se prolongara, sucediéndose pequeños orgasmos continuamente.

—Sigue, mamá no pares, uhhhhmmmmmmmmmmm, no pares, me voy a correr, no pares, sigue, métemelo hasta dentro, ahhhhhhhhhhhhhhh, no pares, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro, me corro, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.

—Yo también me corro, otra vez, hija, me coroooooooooooooooooo, ahhhhhhhhhhhhhhhhh, me corro ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, —gimió Carmen mientras que introducía en toda su extensión el falo de plástico en el interior de Pilar que no podía parar de gemir y de correrse debido al placer que le estaba proporcionando.

Las dos estallaron en un orgasmo casi simultáneo, sus coños se inundaron nuevamente, desbordándose definitivamente. A pesar de esto Carmen continuó con su tarea e hizo que su hija prolongara su orgasmo, que se corriera nuevamente, al igual que ella. Madre e hija se corrían sin ninguna vergüenza la una delante de la otra, la una con la otra.

Tras más de dos horas, Carmen se salió del interior de su hija, que al igual que ella estaba agotada, echándose bocaarriba a su lado. Las dos respiraban con dificultad, tenían el pulso acelerado y sus cuerpos brillaban debido al sudor. Las dos podían apreciar el calor que emanaba de sus cuerpos y el olor que inundaba todo, era el olor del sexo.

Pilar giró la cabeza y mirando a su agotada madre, le dijo —gracias mamá.

Esta abrió los ojos emocionada por lo que acababa de hacer y con ternura apartó el mechón de pelo rojo todo mojado, de la cara de su hija y sonrió sin decir nada.

A las dos las venció el sueño al poco tiempo, dormirían juntas como cuando Pilar era pequeña y pensaba que había un monstruo en el armario, sin embargo a partir de esa noche ya no solo dormirían como madre e hija, sino como amantes.

CONTINUARÁ... AQUILEXX