Amor de madre 01

¿Qué no haría una madre por su hija?

-Es hora de levantarse, perezosa.

Como cada mañana Carolina iba la habitación de su hija a ayudarla a levantarse. Desde el accidente que la había dejado postrada en una silla de ruedas, María Dolores, necesitaba ayuda para hacer cualquier cosa.

El accidente había ocurrido hacía más de diez años, cuando solo contaba con doce años, un conductor borracho se estrelló contra el coche que conducía su padre, y mató a este y dejó muy mal parada a María Dolores. Los médicos lograron salvarle la vida pero con una invalidez casi total, no podía mover ni los brazos ni las piernas, aunque afortunadamente respiraba por si sola, ya que durante algún tiempo los médicos pensaron que necesitaría un respirador para toda la vida.

Su madre se quedó viuda y con una carga de por vida, que asumió con resignación. Ella era aún joven pero sabía que su hija necesitaría a alguien a su lado cuando ella ya no pudiese atenderla, por eso con el dinero del seguro de vida de su marido y con la indemnización que le dieron a su hija montó una fundación que aseguraría el bienestar de María Dolores cuando ella ya no estuviese.

María Dolores, ya estaba despierta, como cada mañana, pero le gustaba quedarse en la cama, había dejado de ir al Instituto debido a las dificultades que se le planteaban, pero por las tardes venía una profesora que la preparaba para ir a la Universidad. Iba con un poco de retraso pero no le importaba. Por las mañanas iba a rehabilitación todos los días un par de horas, en el gimnasio que tenía la Fundación que la atendía.

-Vamos hija, que ya son las nueve y media y van a pasar a buscarte.

Todas las mañanas a las diez y media una furgoneta con Asistentes médicos la recogía al igual que a otras tres muchachas en una situación parecida.

Carolina se pasó el brazo izquierdo de su hija por sus hombros y la incorporó en la cama. María Dolores se dejaba hacer, hacía mucho tiempo que había comprendido que su vida estaría muy limitada y que dependería de los demás para hacer cualquier tipo de actividad.

Para evitar tener que levantarla por las noches, debido a lo complejo que resultaba, Carolina, como casi todas las madres, ponía un pañal para dormir a su hija. Como cada mañana su madre le quitó el camisón que usaba para dormir, y tumbándola le quitaba el pañal que en esta ocasión tenía restos de orina. Con una esponja húmeda le limpiaba toda la zona.

María Dolores mantenía las piernas alzadas gracias a una grúa especial que había sobre su cama. A pesar de la humillación que aquello suponía, mostrarse totalmente desnuda y espatarrada delante de su madre, sentía un cierto placer cuando esta frotaba su vulva para limpiarla. Aquello lo había descubierto hacía varios años, a pesar de su parálisis tenía capacidad de sentir placer cuando la tocaban el clítoris. Su madre, que era la única que le había tocado ahí, por lo menos desde que dejó el hospital, hacía como que no se daba cuenta y prolongaba la limpieza de la zona por más tiempo del estrictamente necesario, era consciente de que su hija no había experimentado nunca un orgasmo y que lo más probable es que si ella no se lo proporcionaba, no lo experimentaría nunca. Por ahora ella le proporcionaba estas pinceladas de placer desde hacía tres o cuatro años, pero nunca hasta el límite de que su hija no pudiese disimular el placer que sentía cuando elle la tocaba allí.

Carolina sabía que otras madres hacían lo mismo con sus hijas en esa situación. Pilar era una chiquilla con una enfermedad degenerativa que la había ido atacando al sistema nervioso y con doce años sus piernas dejaron de responderla al igual que sus brazos. Carmen, su madre, se lo había comentado una vez hacía unos años.

—Ayer cuando estaba bañando a Pilar —le confesó una mañana que había ido a visitarla, aprovechando que las niñas estaban en el Instituto— y le estaba lavando su pubis noté que ella estaba sintiendo placer. Se congestionó y me miró con asombro. Yo disimulé y dejé de tocarla, y ella no dijo nada pero yo sé que le gustó.

Carolina la miraba asombrada. Pensaba que la única que hacía aquello era ella.

—El mes pasado... —dudó Carolina antes de contárselo a su amiga— cuando limpiaba a María Dolores, como todas las mañanas, ella también... .

Nunca ninguna de las dos volvió a sacar el tema, pero Carolina empezó a proporcionarle cierta satisfacción a su hija, a pesar de que aquello le producía mucha vergüenza.

-¿Cómo has dormido hoy, hija? -le preguntó cuando hubo terminado de limpiarla y la empezaba a vestir.

-Bien, como todas las noches, -contestó María Dolores, que se frustraba cada vez más por no ser capaz de lograr más que aquellas ligeras sensaciones de placer secreto.

Para María Dolores su vida era muy triste, tenía unas pocas amigas del centro de rehabilitación, pero no salía con ellas más que a las excursiones que organizaba la Fundación a la playa. Pero más allá de aquello no tenía ninguna motivación para seguir viviendo. Había pensado muchas veces en el suicidio pero era algo inviable dada su situación, y no se atrevía a planteárselo a su madre, pues sabía que esta se negaría.

Si mala había sido su infancia desde el accidente, con unos compañeros de clase que la daban de lado por su invalidez y la inexistencia de amigos, la cosa empeoró con la edad, con dieciséis años sus compañeras de clase, cuando todavía iba al colegio, contaban sus primeros escarceos amorosos o como descubrían su sexualidad. Ella nunca podría experimentar aquello, y la comezón de su vagina había días que se hacía insoportable, notaba como por las noches cuando recordaba las conversaciones de sus compañeras, este se ponía caliente y supuraba, a pesar de su invalidez la naturaleza la castigaba con estos deseos imposibles de satisfacer.

Solo los escasos tocamientos de su madre cuando la limpiaba o la bañaba la aliviaban ligeramente pero también le mostraban un mundo de sensaciones que ella nunca podría alcanzar. Con la edad había ido calmando el furor de la adolescencia pero anhelaba alcanzar un placer pleno.

Carolina, mientras su hija estaba en el centro de rehabilitación se dedicaba a hacer las tareas domésticas, pero aquella mañana el timbre de la puerta sonó.

—Buenos días Carmen —la saludó cordialmente alegrándose de verla.

—Hola, qué tal —contestó Carmen con un tono de preocupación en su voz.

—Pasa y tomamos un café.

Se acomodaron en el salón delante de dos humeantes tazas de café con leche, y durante un rato ninguna de las dos dijo nada.

—Y bien qué tal todo— dijo, Carolina rompiendo el tenso silencio que se estaba creando.

—Anoche me acosté con mi hija—, dijo de un tirón y sin apartar la mirada de la taza que sostenía en su mano.

Aquello dejó anonadada a Carolina a la que se le cayó la taza que sostenía en sus manos.

—¡Lo sé, lo sé! —exclamó Carmen, ante la mirada de asombro de su amiga— es algo horrible, he cometido el peor pecado que se puede cometer.

Aquello rompió los diques y las lágrimas desbordaron sus ojos.

—¿Por qué? —comenzó a decir Carolina —¿cómo has podido?, por Dios Carmen ¡Es tu hija!.

—Lo sé, crees que no lo sé, pero no podía soportar ver como mi hija se frustraba día tras día, pensar que jamás experimentaría ese tipo de sensaciones. Yo se que está mal pero también sé que mi hija lo deseaba desde hacía mucho tiempo, seguro que no de la manera que ha sucedido, pero sé que ella anhelaba esta experiencia.

Las lágrimas arrasaban sus ojos y se abrazó con su amiga.

—Tranquila, tranquila.

—A pesar de todo no me arrepiento de lo que he hecho.

Aquello le resultaba a Carolina increíble, pero, ¿se atrevería ella a hacer algo así por su hija?, ella sabía que María Dolores, también tenía ese tipo de necesidades pero pensaba que con el tiempo las superaría.

Se pasaron un buen rato abrazadas. Carolina trataba de consolar a su amiga y esta no podía dejar de llorar.

Al cabo de diez minutos Carmen se tranquilizó y se separaron.

—Y cómo... —dudó Carolina— cómo ocurrió.

Carolina se sorprendió de que aquella pregunta saliera de su boca, pero lo cierto es que tenía gran curiosidad por saberlo.

—Quiero decir, si te lo pidió ella o se dejó hacer sin más.

Carmen necesitaba contárselo a alguien, y nadie mejor que su amiga Carolina con la que había compartido confidencias hacía un tiempo, y podía confiar en ella.

—Fue anoche— comenzó —como cada día antes de acostarla la estaba bañando. No ocurrió nada fuera de lo normal hasta que me dijo que se estaba orinando.

—¿No te puedes aguantar un poquito a que termine de bañarte?

—No, no puedo, mamá de verdad tengo que mear.

—Pues venga hazlo en la bañera.

—No era la primera vez que pasaba—, continuó contando Carmen a su amiga —así que me retiré un poco y Pilar orinó. Cuando terminó continué lavándola, hasta que llegué a la vagina. Esta tenía los restos de la orina y la empecé a lavar y ya de paso a proporcionarle su desahogo diario. Sin embargo ayer fue distinto, no sé porque pero prolongué más de lo habitual los tocamientos, sin que Pilar dijera nada, hasta que me di cuenta de que si seguía no podría contener el orgasmo y retiré bruscamente la mano.

—Venga ya he acabado, vamos a sacarte de la bañera— dijo Carmen azorada por lo que acababa de suceder.

—No me podía creer lo que había estado a punto de suceder, había estado a punto de masturbar a mi hija.

Una vez seca y peinada la a llevé a su habitación y la tumbé en su cama, y fue entonces cuando sucedió.

—Mamᗠdijo con la voz baja Pilar.

—Si, amor mío— contestó Carmen mientras acomodaba a su hija en la cama.

—¿Te parezco alguien horrible?

—Me quedé asombrada ante aquello, jamás me había dicho algo así, no sabía a que venía aquello ahora.

—¿Por qué dices eso?, no quiero que digas eso.

—Nadie me quiere, ni nadie me va a querer jamás —dijo Pilar rompiendo a llorar —quién va a querer estar con un monstruo como yo que ni siquiera puede limpiarse cuando mea.

—No digas eso, eres una chica preciosa, y yo te quiero mucho, seguro que el día de mañana encuentras a alguien que quiera estar contigo.

—Yo sabía que eso es algo improbable, para que vamos a engañarnos, pero tenía que evitar que Pilar se deprimiera.

—Sabes, mamá, jamás he estado con un chico, no sé lo que es un beso..., bueno un beso en la boca, no sé lo que es sentir mariposas en el estómago por estar enamorada, y aunque las sintiera sé que no sería correspondida, no sé...—dudó Pilar un segundo —...no sé lo que es tener un orgasmo— dijo volteando la cabeza evitando la mirada de su madre que ya tenía los ojos llenos de lágrimas por lo estaba escuchando.

—No sabía que hacer Carolina, no sabía que decirle a mi hija, y sobre todo no podía permitir que mi hija estuviera tan hundida, así que tome una decisión. Me incliné y besé suavemente su frente, luego sus párpados cerrados sobre unos ojos de los que no dejaban de salir lágrimas de frustración y tristeza, y a continuación sobre sus labios. Aquello hizo que Pilar abriera los ojos de par en par y me mirara con asombro.

—Con la lengua forcé la entrada y la moví dentro de su boca, fue un beso en toda regla. Ella no hacía nada, no sabía que hacer, hasta que pasados unos segundos comprendió lo que pretendía y se relajó y empezó a mover su lengua luchando con la mía.

Carmen miraba a su amiga asombrada mientras esta continuaba contando la historia.

—Estuvimos así un rato hasta que me retiré de su boca.

—Te quiero hija, y haré todo lo que esté en mi mano para que seas feliz— le dijo a Pilar mientras su mano recorría el pecho desnudo de su hija.

—A pesar de su enfermedad, Pilar tiene zonas de su cuerpo muy sensibles y el pecho es una de ellas, al momento se le pusieron erectos los pezones, y me los llevé a la boca lamiéndolos con mi lengua. Los engullí, ya no había marcha atrás, estaba dispuesta a hacer por mi hija lo que nadie haría.

—Mamá, mamá, esto no está bien... hummmm.

—Yo continué descendiendo lamiendo su paralizado cuerpo, introduje la lengua en el ombligo y allí estuve un rato mientras pensaba en las consecuencias de lo que estaba haciendo. En ese momento ya era consciente de que no era algo que la gente comprendería, pero estaba dispuesta a soportarlo todo por mi hija, me tragaría la vergüenza y satisfaría a mi hija.

—Armándome de valor dí el último paso, y apartado los pelos de la vagina de Pilar, se la empecé a la lamer, me centré en el clítoris, y la respuesta por su parte fue inmediata, noté como se humedecía y como el clítoris se agrandaba la contacto con mi lengua.

—Mamá, mamá, ahhh, ahhh, te quiero, ahh...

—Yo continué lamiendo, notando como mi hija experimentaba sensaciones totalmente nuevas para ella, como se humedecía, como después de un rato Pilar estaba a punto de conseguir su primer orgasmo. No paré hasta que ya no aguantó más y se corrió como nunca lo había hecho.

—Ahhhhhhhhh, ahhhhhhhhhhh, mamá me corro, ya no puedo más ahhhhhhhhhhhhhh— gimió Pilar echando para atrás su cabeza, al notar como una oleada de placer nacía en su entrepierna y la recorría todo el cuerpo, que paralizado por su enfermedad permanecía inerte.

—¡¡Se corrió!!, Carolina, ¡se corrió como nunca se había corrido! su pequeña vagina se encharcó y yo continué lamiendo y limpiando los fluidos que expulsaba en abundancia.

—Mamá ha sido increíble, nunca había sentido nada igual, muchas gracias— dijo Pilar aún jadeante por la placentera experiencia.

—De nada hija, de nada— dije totalmente ausente, aún entre sus piernas paralizadas y enfrente de su húmeda vagina.

—Yo no sabía que hacer, y permanecía así durante unos minutos durante los cuales no deje de espimular a Pilar con los dedos, fue algo totalmente involuntario, te lo juro, pero no podía dejar de tocarla.

—Pilar estaba excitadísima, y cuando me quise dar cuenta ella ya estaba otra vez mojada y su clítoris pugnaba por salirse de su capucha.

—Mamá, mamá otra vez, estoy cachonda otra vez, no pares por favor hummmmm...

—Jamás había oído a mi hija hablar así, pero seguí masturbándola, con una mano estimulaba su hinchado clítoris mientras le introducía con delicadeza dos dedos de la otra mano en su virginal vagina, moviéndolos rítmicamente simulando que la penetraban, ella no tardó en correrse nuevamente, noté como los dedos se llenaban de fluidos mientras ella gemía de placer.

—Ahhhh, ahhhh, me corro, mamá me corro—gemía mientras movía la cabeza de un lado a otro totalmente descontrolada.

—Enseguida noté como su vagina se distendía y como todo volvía más o menos a la normalidad. Yo me incorporé y me dirigí al baño sin decir nada, cogí una palangana y una esponja y volví a la habitación. Me situé nuevamente entre sus piernas pero esta vez para limpiarle los restos de la corrida que manchaban su mata de pelo.

—Mamá —dijo por fin Pilar— qué ha pasado.

—Yo no sabía que contestarle Carolina.

—No lo sé hija, solo sé que esto no puede volver a pasar...

—Pero mamá....

—Por Dios Pilar ¡¡Soy tú madre!!!.

—Ya lo sé, y si no hubiese sido por ti jamás hubiese tenido un orgasmo.

—Lo sé, lo sé...

Y dicho esto la puse su camisón y la acosté dándolo un beso de Buenas Noches.

—Es increíble Carmen —dijo anonadada Carolina.

—¿Y sabes lo más vergonzoso de todo?, que sentí placer. Durante la masturbación noté como me humedecía, y como el placer me invadía, tuve que esforzarme para no gemir de placer y correrme cuando mi hija me llenó con sus jugos.

—Cuando me fui a mi habitación y me desnudé delante del espejo vi que tenía las bragas manchadas por la humedad, me toqué por encima de la tela y noté como el más mínimo roce me erizaba la piel me desprendí de ellas y no pude evitar masturbarme allí de pie y correrme en pocos minutos, ahogando mi orgasmo a duras penas.

Carolina no dijo nada pero ella se había excitado también escuchando el relato de su amiga y esperaba que esta se fuera para masturbarse, notaba como se le humedecían las bragas y como el coño le palpitaba. Esto era algo que la turbaba y se preguntaba si ella también sentiría placer si lo hacía con su hija.

Durante un rato ninguna de las dos dijo nada, hasta que el sonido del reloj de pared las devolvió a la realidad, era la una del mediodía y en poco menos de media hora sus hijas llegarían a casa.

—Me tengo que ir, Pilar va a llegar a casa.

—Si María Dolores también.

Carolina acompañó a su amiga a la salida y antes de abrir la puerta esta le cogió las manos y le dijo:

—Por favor no le cuentes esto a nadie

Carolina lo pensó solo un par de segundos.

—No te preocupes, confía en mí.

Una vez que su amiga se hubo ido, Carolina se dirigió al baño y desprendiéndose del pantalón de chándal que llevaba cuando estaba en casa y de las bragas húmedas por la excitación, se sentó en el water y comenzó a masturbarse. Su vagina tenía una gran cantidad de pelo, ya que desde que murió su marido se había dedicado a su hija en cuerpo y alma, no había vuelto a acostarse con nadie, y había descuidado su aspecto. Pasaban meses sin que se depilara y había ocasiones que el pelo de piernas y axilas crecía más de habitual en una mujer.

Apartando la mata de pelo de su vagina observó la humedad de su interior. Se concentró en su clítoris y en introducirse uno o dos dedos en su coño, que entraban con gran facilidad debido a la lubricación que tenía gracias a lo que le había contado su amiga.

Desde hacía más de diez años no se había acostado con nadie, ninguna polla la había dada placer desde la muerte de su marido.

Cuando este vivía follaban casi todas las noches. Ya desde novios no desaprovechaban cualquier ocasión en que se quedaban solos para hacer el amor. Carlos, su marido, tenía una polla maravillosa, y a ella le encantaba darle satisfacción en todos sus deseos. Le encantaba sentirla dentro de ella, notar como las paredes de su vagina la acogían y como se corría en su interior vaciándose.

Ella perdió la virginidad con él, fue una experiencia increíble, al principio un poco dolorosa pero Carlos supo proporcionarle placer desde la primera vez. Fue en casa de sus padres, estos habían ido al pueblo a visitar a sus abuelos y se quedarían todo el fin de semana. Ese fin de semana Carlos se quedó a dormir en su casa, y la primera noche ocurrió.

Carolina cada vez que se acordaba se sonreía de lo tonta que era en aquella época. No había visto jamás una polla y le impresionó cuando sé la vio al que por aquel entonces era su novio, no podía concebir que aquello pudiese entrar en su "rajita" como llamaba desde niña a su vagina. Todo ocurrió de noche mientras veían una película y se besaban, Carlos empezó a tocarla los pechos y ella se dejó hacer, hasta ese momento era lo más lejos que le había dejado llegar, pero aquella noche se entregó a él dos veces y al día siguiente no salieron de la habitación de sus padres donde hicieron el amor sin importarles nada.

Durante días estuvo en un sin vivir porque lo hicieron sin condón y hasta que no le vino la regla no se quedó tranquila. Desde aquel momento aprovecharon cualquier momento para disfrutar el uno del otro e ir descubriendo poco a poco las grandes posibilidades del sexo.

A Carlos le encantaba su cuerpo, sobre todo sus tetas, las cuales magreaba incesantemente mientras follaban, y en muchas ocasiones, cuando tenía la regla, le había hecho cubanas con ellas, corriéndose él sobre sus pechos.

Desde el accidente no había vuelto a follar con nadie y debía conformarse con la masturbación y con un consolador que se había comprado hacía cinco años, el cual usaba frecuentemente, sobre todo por la noche cuando estaba relajada y su hija se había dormido.

El orgasmo silencioso de Carolina era inminente, su coño rezumaba fluidos y latigazos de placer recorrían su columna vertebral con origen en su clítoris, en pocos segundos, Carolina, mordía su mano izquierda mientras con la derecha exprimía las última gotas de placer que se acababa de proporcionar.

Aquella tarde María Dolores estuvo más callada de lo habitual, apenas habló y no prestaba especial atención a la televisión. Esa tarde su profesora tuvo que llamarla la atención por su continúa falta de atención, estaba como ausente.

Después de cenar Carolina la condujo con su silla de ruedas a bañarla como hacía todas las noches antes de acostarla.

—Hoy has estado muy callada, ¿ha ocurrido algo en la rehabilitación?.

—Nada mama, —contestó secamente María Dolores.

Carolina no insistió pues sabía que su hija tenía días malos, y no era de extrañar con las penalidades que pasaba.

Ella la limpió con delicadeza, con una esponja le enjabonaba el cuerpo, levantaba sus brazos y limpiaba sus axilas.

—Tengo que depilarte las axilas, —dijo Carolina al ver que había algunos pelillos rebeldes en el sobaco de su hija.

Cuando llegó a la zona púbica Carolina no pudo evitar recordar lo que aquella misma tarde le había contado su amiga. María Dolores la miró con cara de expectación, esperando su ración de placer frustrado de todos lo días. Carolina posó la esponja en el pubis de su hija y con delicadeza lo enjabonó, sin embargo esa noche no se detuvo más tiempo del necesario allí y la decepción se vio reflejada en su cara.

—Mamá, —dijo María Dolores de sopetón —necesito que me masturbes.

—¿Queeeeé? —la sorpresa hizo que a Carolina se le escapara la ducha con la que enjuagaba a su hija.

—Mamá por favor, lo necesito —dijo María Dolores con los ojos arrasados por las lágrimas. —por favor, no puedo aguantarlo más, me voy a volver loca si no me ayudas a quitarme la picazón de mi...

María Dolores dejó la frase a medias cuando notó como una mano le acariciaba su coño, como unos dedos se enredaban en su poblada mata de pelo púbico, como un dedo comenzaba a frotar su clítoris.

—Gracias mamá, gracias.

No hubo más palabras, Carolina estaba masturbando a su hija y ya no había marcha atrás, su dedo anular frotaba con delicadeza el clítoris de su hija mientras introducía el dedo índice en la vagina de su hija, que notaba como el orgasmo se aproximaba. La sensación era rara, parecía que se iba a orinar, pero ella sabía por lo que había leído que esa era la sensación que se tenía cuando se aproximaba el orgasmo. Y este no tardó en llegar.

—¡Ahhhhhhh!, mamá me voy a correr, no pares ahora, no pares, ¡ahhhhhhhhhhhhhhh!.

Carolina notó como el coño de su hija se encharcaba y como esta alcanzaba el primer orgasmo de su vida.

Ninguna de las dos dijo nada, y Carolina terminó de bañar a su hija, limpiando los restos de fluidos de su coño.

Carolina llevó a María Dolores a su habitación, estaba dispuesta a todo esta noche. Su hija se extraño ya que normalmente, si ella no dice lo contrario su madre la lleva a su cuarto donde la cambia y la acuesta. Sin embargo esta noche sería inolvidable para las dos.

Mirándola con cariño Carolina, haciendo un gran esfuerzo ya que en su habitación no tenía la grúa que usaba para mover a su hija, la acuesta en su cama de matrimonio. Allí le quita el albornoz con delicadeza. Apartándose admira el cuerpo paralizado de su hija, delgado, de un color blanco niveo, adornado con dos hermosas tetas que serían la delicia de cualquier chico si ella no estuviera postrada, un pubis peludo y muy cerradito, en comparación con el suyo donde sobresalían ligeramente los labios menores. Le recordaba a ella cuando era joven.

Carolina comenzó a quitarse la ropa, ante la atónita mirada de su hija, esta contempló el cuerpo de su madre en donde sobresalían un pecho abundante con unos pezones pequeños de color rosado, su pubis era muy peludo y en definitiva tenía un cuerpo magnífico.

—Mamá....

—Chisttt, no digas nada y disfruta.

Carolina se situó entre las piernas de su hija y comenzó a lamer el cerrado coño de esta que aún, a pesar de la ducha conservaba los restos del anterior orgasmo. Sus dedos apartaron los pelos y los labios del coño de María Dolores y comenzó a lamer el clítoris que en poco tiempo hizo que María Dolores empezara a mojarse.

—Hummmm, que bien, es algo increíble, —suspiraba una María Dolores que no podía creerse que su madre la estuviera haciendo un cunilingulis.

Esta seguía en su tarea añadiendo a su lengua un par de dedos que se introducían con toda comodidad en el interior de una caliente María Dolores. A su vez Carolina notaba como su coño empezaba a reaccionar, y como también se humedecía al tiempo que notaba como el de su hija se iba convirtiendo en una caldera húmeda y caliente. Con la mano libre comenzó a tocarse y a excitarse.

Con sus dedos podía notar como las paredes del coño de su hija se contraían y distendían debido al placer que le estaba proporcionando, no podía creerse que ella, que en su vida solo había estado con su marido estuviese masturbando a su hija, y que además estuviese excitándose con ello.

—Mamá sigue, sigue, ahhhhhhh, no pares, me voy a correrrrrrrrrrrrrrrr.

Carolina aceleró los lametazos en el clítoris de su hija que no podía dejar de correrse, encadenando orgasmo tras orgasmo.

—ahhhhh, ahhhh, ahhh, es increíble, no puedo más mamá...

A su vez ella notaba como su orgasmo se aproximaba y apretando los labios contra el pubis de su hija a modo de ventosa ahogó un tremendo orgasmo que hizo que se corriera como hacía años que no lo hacía, desde que su marido había muerto.

Después de esta explosión de placer Carolina se reincorporó y se acostó al lado de su hija besándola dulcemente en los labios, abrazándola.

—Mama, —dijo María Dolores jadeando aún por el esfuerzo—, esto ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Muchas gracias, me estaba volviendo loca.

—Sabes que haría lo que fuera por ti, y a partir de ahora solo tienes que pedírmelo y te volveré a dar placer.

—Gracias mamá.

Las dos permanecieron tumbadas y calladas en la cama de Carolina durante un largo rato, hasta que María Dolores habló.

—Mama...—dijo insegura.

—Qué cariño.

—Ahora que... bueno que hemos intimado, ¿puedo hacerte una pregunta personal?.

—¿Ajá?—contestó Carolina.

—¿Has estado con muchos hombres?

Aquello sorprendió a Carolina que se incorporó sosteniéndose con el codo mirando la cara de su hija.

—¿Por qué preguntas eso?.

—Por nada, por curiosidad.

—Bueno, yo solo he estado con tu padre, —dijo melancólica.

—¿Con nadie más?, ¿ni siquiera después de...? bueno ya sabes del accidente.

Aquello incomodaba bastante a Carolina pero deseaba que su hija y ella no tuvieran secretos. —Con nadie más hija, con nadie más...—dijo recostándose nuevamente al lado de su hija, quedándose dormida casi a la vez que esta.

CONTINUARÁ... AQUILEXX.