Amor de hijo, amor furtivo.

Vuelven Luis y Lorena con nuevas y calientes aventuras. Juan llega a casa y tienen que esquivarlo para poder tener su amor. La presencia de una chica altera la "tranquilidad" incestuosa que allí habita.

Amor de hijo, amor furtivo.

Después de aquella tarde con Cristina y Jorge, Lorena y Luis eran más que madre e hijo, se habían convertido en una pareja atípica de amantes. Mantenían una vida normal fuera de su casa, pero de puerta para adentro se convertían en un hombre y una mujer que se amaban por encima de todo. Dormían juntos y tenían todo el sexo que necesitaban. Luis había descubierto el sexo con su madre y, dada su juventud, quería estar todo el día amándola. Ella tenía que frenarlo casi todo el tiempo para tener una vida más o menos normal.

Juan, el padre de Luis, llevaba ya quince días fuera de casa y aquella pareja prácticamente se habían olvidado de que tenía que volver, aun faltaban dos semanas para su vuelta. La mañana que sonó el teléfono y Lorena contestó, todo se volvió triste para ellos. Juan había tenido una caída y se había roto una pierna, así que volvía esa tarde y tendría que estar en reposo durante un mes aproximadamente.

Madre e hijo permanecían abrazados delante de la ventana. La ambulancia llegó a la puerta de la casa y bajaban a Juan con una silla de ruedas. Los dos se besaron apasionadamente y se despidieron como si fueran a marcharse de viaje por un largo tiempo, durante el mes que estaría allí Juan no podrían tener aquella relación de pareja que habían mantenido.

Los dos lo saludaron efusivamente, como si realmente se alegraran de su vuelta a casa. Juan sabía que su mujer no estaría muy contenta de tenerlo allí. Era muy consciente de la relación entre ellos, él ponía el dinero y ella hacía lo que le pedía… pero una mujer así, con aquel cuerpo y su belleza, era la envidia de sus compañeros. A Juan lo que le gustaba eran las prostitutas, se sentía poderoso cuando pagaba para que una mujer hiciera lo que él quisiera, fuera lo que fuera. Si bien Lorena accedía a muchos de sus deseos, no todas sus perversiones eran admisibles para una esposa.

-          ¡Cariño, creí que sólo te habías roto una pierna! – Dijo Lorena.

-          No, mira, la caída me produjo la rotura de una y lesiones en la otra… Me han inmovilizado las dos. – Lorena pensó primero que aquello lo haría estar quieto y que tendrían más libertad ella y su hijo. - ¡Tal vez necesite contratar los servicios de una enfermera!

-          ¡De inmediato busco una! – A Lorena le asaltó la ingrata idea de tener que limpiarlo, alimentarlo y cuidarlo… Eso no le agradaba.

Los enfermeros de la ambulancia lo subieron al piso superior, lo depositaron en su cama y se marcharon. Luis se quedó junto a su padre hablando, mientras Lorena fue rápido a buscar una enfermera por teléfono.

Entre la madre y el hijo atendieron a Juan el resto de la tarde y la noche. Dada la dificultad que era dormir con aquellas dos escayolas en las piernas, Lorena le dijo a su marido que dormiría en la habitación de invitados, que estaba una puerta más allá de la habitación de Luis. Si la necesitase para algo, podía llamar al móvil y ella iría inmediatamente. Sobre la mesita de noche le dejó el móvil, una botella de agua y los libros que él pidió por si quería leer algo.

Lorena cerró la puerta de su habitación, allí dentro había dejado encerrado a su marido. Una extraña sensación recorría su cuerpo, un nerviosismo y una excitación que nunca había sentido. Abrió la puerta de la otra habitación y entró, cerrando la puerta tras ella. Se giró quedándose apoyada en la puerta y sintió que su coño estaba húmedo, muy mojado.

-          ¡¿Ya se ha dormido?! – Susurró Luis desde su cama.

-          ¡No! – le contestó Lorena. – No podemos hacer mucho ruido… - Lorena se quitó la bata y quedó desnuda, levantó las ropas que cubrían la cama de Luis y se metió dentro con su hijo. – No sé si en mi habitación se escucharán los ruidos que hagamos…

-          Sé que se escuchan… - Dijo Luis besando a su madre en los labios dulcemente. – Muchas veces os he escuchado gemir…

-          ¡Mi pobre niño! – Lorena acarició la cara de su hijo y lo besó apasionadamente por unos segundos. - ¡¿Sufriste mucho cuando mami tenía que estar a la fuerza con tu papi?!

-          ¡Sí, sufría al no ser yo el qué te hacía gemir y gritar de placer!

-          ¡Y en que pensabas! – Lorena acariciaba el joven cuerpo de su hijo mientras lo besaba por el pecho.

-          No imaginaba, soñaba con ser tu amante, con poder estar en la misma cama, como ahora…

Besó apasionadamente a su madre y sus manos acariciaban todo su cuerpo. Lorena se giró y le dio la espalda, acurrucándose entre sus brazos y pegando su cuerpo al de su hijo. La erecta polla se acomodó en la raja de su culo.

-          ¡Mi niño me estaba esperando desnudo! – Podía sentir como aquella polla hacía presión contra ella.

-          Si no hubieras venido, te hubiera ido a buscar a tu cama… - Besó suavemente el cuello de su madre y la abrazó con fuerza.

-          ¡Duerme cariño! – Acarició sus manos que la agarraban por su vientre. – Mañana nos tenemos que levantar temprano para ayudar a tu padre.

-          ¡Y si contratas a un enfermero! ¡Estarías libre para atender a tu hijo!

-          ¡Todo está pensado, tranquilo, todo está pensado!

Abrazados y sintiendo sus cuerpos, poco a poco se fueron durmiendo. Lorena sentía la gruesa polla en su culo que poco a poco fue menguando. El sueño se apoderó de ellos con un dulce y amoroso abrazo. Juan permanecía boca arriba en la cama, leyendo un libro. Sus ojos empezaban a cerrarse. “¡¿Cómo haré para tener una puta aquí?!” Ese fue su último pensamiento antes de dormir.

Cuando Luis abrió los ojos, su madre ya no estaba en la cama. Se levantó y después de ducharse, bajó para buscar a su madre, su padre sabía bien dónde estaba. Se aproximaba a la cocina y podía escuchar a su querida madre que hablaba con alguien.

-          ¡Buenos días mamá! – Dijo Luis y quedó paralizado cuando los ojos azules de la chica que estaba con su madre lo miraron de arriba abajo.

-          ¡Hola hijo! – Saludó Lorena. – Mira, esta es Esther. Está estudiando enfermería y le vendrá bien cuidar a tu padre.

-          ¡Hola, encantada! – Esther le dio dos besos y Luis pudo sentir su delicioso aroma.

-          ¡Voy a coger el teléfono! – Dijo Luis cuando sonó en el salón el teléfono.

Sentado en el sillón, contestó a la llamada. Era su amigo Jorge. Le contó lo impresionante que era la chica que su madre había llamado para que cuidara de su padre. Jorge no tardó en invitarse a pasar por casa de Luis para conocerla, y si podía, llevarla al huerto. ¡Qué dos preciosidades! Pensó Luis al verlas salir y subir al piso de arriba, hacia la habitación de su padre. Después de un buen rato, las dos mujeres volvieron a bajar y pasaron por delante de Luis, que aún permanecía sentado en el salón, contemplando los cuerpos de aquellas mujeres.

-          ¡Adiós! – Dijo Esther a Luis.

-          ¡Adiós! – Contestó él.

Juan estaba tumbado en la cama, inmovilizado. Había quedado impresionado por la belleza de aquella joven que había traído su mujer para que lo cuidara, aquellos ojos no se le iban de la cabeza. Continuó leyendo unos informes de la empresa para intentar no pensar en ella.

El fuerte golpe en el culo despertó a Luis. Al abrir los ojos pudo ver a las dos mujeres más hermosas, su madre y Esther estaban de pie junto al sofá, sonriendo.

-          ¡Anda perezoso! – Dijo Lorena. – Coge esas dos maletas y ayúdanos a subirlas al cuarto de invitados.

-          ¡¿Se va a quedar en casa?! – Dijo él con cierta alegría.

-          ¡Qué no se te pase por la imaginación nada raro! – Le aseveró su madre con un rostro de enfado. - ¡No querrás que la chica esté yendo y viniendo desde su casa!

-          No… No… - Fue lo único que pudo decir mientras cogía las maletas y las seguía escaleras arriba.

Ellas hablaban y contoneaban sus cuerpos con cada escalón que subía. Aquellos dos magníficos culos se agitaban con cada paso y Luis se sentía más caliente por momentos. Entraron en la habitación y soltó las dos maletas, quedó de pie mirándolas.

-          ¡Vale Luis! – Le dijo su madre. – ¡Ya te puedes ir a tu habitación!

Se marchó y se recostó en su cama. Estaba alterado, excitado con la presencia de Esther allí. Amaba a su madre que estaba tan buena como aquella joven, pero verlas a las dos hacía que su imaginación volara por momentos de tríos. Por unos minutos los imaginó allí en la cama, tocándolas y besándolas por todas partes, su polla empezó a crecer. La puerta se abrió y entró su madre que se colocó junto a su cama, con los brazos en jarra y mirándolo fijamente.

-          ¡Así que te pone caliente esa niña! – Su tono severo asustó a Luis.

-          No mamá… - Se levantó de la cama y fue a abrazarla, su erección bajó en cuanto escuchó la voz de su madre. – Es bonita, pero yo sólo soy para ti… - Rodeó la cintura de su madre con los brazos y puso su cara contra su vientre. - ¡Te quiero mamá!

-          ¡Mi niño! – Lorena acarició el pelo de su hijo. – Si te gusta es normal, es una chica muy bonita. Además, tú estarás conmigo el tiempo que tú quieras. – Sonó el teléfono que ella llevaba en un bolsillo. – Es tu padre, querrá algo…

Luis miró a su madre mientras salía por la puerta. Ella caminó hasta la puerta de la habitación de su marido, la siguiente puerta era la habitación donde Esther se acomodaba para empezar a trabajar cuidando al cabrón de Juan. Entró en la habitación y se excitó al pensar que mientras él estuviera allí, inmovilizado mientras se curaba, ella y su amado hijo estarían follando desesperadamente al otro lado de aquella pared.

-          ¡Tráeme agua! – Ordenó como el que lo exige a un esclavo.

-          ¡Ya voy yo! – Dijo la dulce voz de Esther y una amplia sonrisa cambió el aspecto de Juan. - ¿La cocina está abajo?

-          Sí, te acompaño. – Le dijo Lorena y las dos salieron de la habitación.

Juan quedó en la cama. La había visto por un momento, toda vestida de blanco. Aquella especie de bata se ajustaba a su cuerpo y le marcaba su delicada cintura, mostrando sus redondas caderas. Su rubio pelo lo llevaba recogido en una cola. Juan sintió un pinchazo en el corazón cuando aquellos ojos azules lo miraron y se derritió con la dulce sonrisa que le dedicó, nada comparado con los toscos modales que su mujer le daba.

Luis andaba aquel día caliente. Para él, llevaba muchas horas sin tener el cuerpo de su madre, aunque fuera una simple felación, un cunnilingus o un excitante sesenta y nueve. Deambulaba al acecho por los pasillos, esperando tras los enceres que su presa quedara en soledad y desprotegida. Entre las sombras vio llegar a Esther seguida de su madre. Las dos entraron en la cocina. Esperó con la esperanza que su presa, su madre, quedara sola. La hermosa Esther salió con una bandeja hacia la escalera. ¡Ahora era el momento! Se dijo mientras la joven comenzaba a subir y él entraba en la cocina. Sigilosamente se aproximó a su madre.

Lorena miraba por la ventana, hacia el jardín, pensando que aquella chica parecía haber impresionado a su hijo. Sintió celos de ella. Sabía que en belleza no podía ganarle, en el sexo no lo sabía, pero le aterraba una cosa en la que nunca le ganaría. Esther era más joven que ella. Y Luis era un chico apuesto, con un padre que tenía dinero. Cualquier joven estaría dispuesta a conquistarlo aunque sólo fuera por dinero. “¡Cómo yo hice con su padre!” Se dijo y sintió pena de no haber disfrutado nunca de un amor verdadero.

-          ¡Ya eres mía! – Luis se aferró a su presa, oprimiéndola contra la encimera, agarrando sus pechos con las manos mientras empujaba su polla contra el culo de su madre.

-          ¡Suéltame malvado! – Protestó Lorena mientras disfrutaba del contacto del cuerpo de su hijo. - ¡Está Esther y nos puede pillar!

-          ¡No me importa si nos pilla! – Luis estaba enloquecido. Giró a su madre y la besaba y mordisqueaba por el cuello. - ¡Te deseo y quiero tenerte! ¡Te amo mamá!

-          ¡Mientras esté aquí Esther lo tendremos que hacer a escondidas!

-          ¡Sí, es verdad! – Dijo Luis soltándola y pareciendo entrar en razón. - ¡Me esconderé!

Sin que Lorena pudiera hacer nada, cómo si fuera un gato que se lanza sobre su presa rápidamente, Luis se agachó y levantó la amplia falda que llevaba su madre, se metió bajo ella y su boca comenzó a besar y mordisquear su coño cubierto por aquellas delicadas bragas blancas. Una descarga de placer recorrió el cuerpo de Lorena al sentir los incestuosos besos que su hijo daba sobre su sexo, sobre su húmedo sexo. En el momento que su hijo tocó con sus labios su coño, su vagina comenzó a lanzar flujos preparando el camino para que él la penetrara.

-          ¡Por favor para! – Le imploraba Lorena. - ¡Nos puede ver Esther y eso sería muy vergonzoso!

-          ¡No, no pararé hasta que tu coño esté satisfecho! – Subió sus manos y bajó las bragas hasta las rodillas de su madre. - ¡Hueles a hembra en celo! – La obligó a girarse y el redondo culo quedó delante de su cara. - ¡Adoro tu culo! – Comenzó a lamer y morder los cachetes.

-          ¡Si vas a follarme, hazlo rápido, antes de que nos pille! – Lorena se inclinó más y dejó su culo bien en pompa.

No dijeron nada más. Luis salió de debajo de su madre y levantó la falda sujetándola en la espalda de ella, dejando su redondo culo al aire. Luis sacó su polla con una mano y la restregó entre las piernas de su madre. Al momento sintió el intenso calor que salía de la mojada vagina. Colocó su glande en la entrada de aquella fuente y empujó. Un leve gemido de su madre le mostró que la estaba penetrando, el calor envolvía su polla y comenzó a penetrarla con ganas. Lorena giró la cabeza y miró a su hijo, aquel día le parecía más excitante que nunca. Parecía enfurecido y la penetraba con violencia, desesperado por tenerla y hacerla gozar. El orgasmo empezaba a llegar y cogió un trapo de la cocina para tapar su boca. Lanzaba gemidos apagados por la tela mientras sentía en su culo las endiabladas embestidas de su hijo que la llenaban por completo con su polla, hasta lo más hondo de su vagina.

-          ¡Quiero beberte! – Dijo entre gemidos Lorena. - ¡Quiero tu semen en mi boca!

Aquellas palabras volvieron loco a Luis. Usó todas las fuerzas que le quedaba en penetrar rápidamente y con fuerza a su madre que se retorcía de placer. Sus huevos iban a reventar, querían soltar toda su carga, pero su amante madre le pidió el semen para bebérselo.

-          ¡Ya… ya… ya…!

Fue lo único que pudo decir al sentir que el semen comenzaba a subir por su polla. Lorena empujó a su hijo y se separó. Rápidamente se giró y se arrodilló delante de él. Su boca abierta, con la lengua fuera se acercaba al turgente glande de donde empezaba a brotar semen. En cuanto la mano de la lujuriosa madre agarró aquella joven polla y la agitó, Luis se convirtió en una fuente de semen. El primer chorro de semen entró en lo más profundo de la garganta de Lorena, lo tragó con dificultad. El siguiente erró su objetivo y alcanzó la frente de aquella incestuosa madre. No se lo pensó. Lorena envolvió con su boca el hermoso glande y succionó levemente para extraer el néctar de su hijo.

A Luis le temblaba todo el cuerpo. Ver a su madre de rodillas, saboreando su semen, mamándole mientras él se corría en su boca… Todo aquello lo volvía loco y con cada succión le producía un placer extremo.

-          ¡Te quiero mamá, me encanta lo que me haces! – Dijo con una suave y agotada voz.

Lorena lo miró con ojos de pasión. Su boca liberó el glande de la polla y lo miró abriendo su boca. Luis se estremeció al ver toda la boca llena de semen. Ella cerró la boca y sonrió, cuando volvió a abrirla todo aquel fluido blanquecino había desaparecido.

-          ¡Adoro el sabor de mi niño! – Lorena pasó su lengua por los labios y besó suavemente el glande que empezaba a deshincharse.

-          ¡¿Señora, señora?! – Esther llamaba desde la parte baja de la escalera.

-          ¡Sí, ya voy, un momento! – Dijo Lorena recomponiendo su falda y limpiando el semen de su cara con las bragas. - ¡Toma, me las has mojado totalmente! – Besó a su hijo y se marchó a buscar a la preciosa enfermera.

Luis las escuchó hablar sin entender lo que decían. Cuando vio que no había nadie, subió a su habitación. En la habitación de sus padres, los tres hablaban. Se tumbó en su cama y esperó a que su madre volviera.

-          Ya sabes, en esos muebles tienes todo lo que necesites. – Le decía Lorena a Esther mientras salía de la habitación donde su marido reposaba. – Si necesitas algo más, llámame.

Cuando Juan vio salir a su mujer de la habitación, toda su actitud distante con ellas cambió. Él mostraba una gran sonrisa. Esther lo miraba tímidamente. Él no dejaba de mirarla, siguiéndola con la vista, deseando desnudarla y tomarla cómo el macho que se sentía. Su polla empezó a despertar bajo las sábanas.

-          Señor, empezaré por limpiarle la cara y después seguiré bajando por el resto del cuerpo. ¿Le parece bien?

-          ¡Hija, tú eres la profesional! – Con aquellas palabras, Juan mostraba su deseo de que fuera una auténtica profesional, pero profesional del sexo y le diera lo que tanto le gustaba, el sexo con una prostituta.

Esther mojó un trapo y comenzó a lavar la cara de Juan. Él no dejaba de mirar sus ojos azules y ella evitaba las miradas directas. Iba lavando el maduro cuerpo de aquel hombre que no la dejaba de mirar y sin saber la razón, empezaba a estar algo excitada. Aquel hombre, que podía ser su padre, desprendía un olor que la excitaba, no era feo, ni tenía un cuerpo atlético, pero por algún motivo sentía una extraña sensación. Bajó la sábana que lo cubría hasta su cintura y notó que su polla abultaba la leve tela.

-          ¡Perdona hija, hace tiempo que no me tocan y…! – Su sonrisa no desapareció de su boca y no mostraba ningún signo de vergüenza, todo lo contrario, aparecía orgulloso.

-          ¡Oh, no se preocupe! – Dijo Esther con una temblorosa y delicada voz.

-          ¿Sabes lo difícil que es para un hombre de mi edad tener sexo? – Juan se lanzaba al ataque.

-          Pero usted no es viejo… - Aquel comentario animó a Juan.

-          Bueno, viejo, viejo, no. Pero ya tengo una edad que no atraigo a las jovencitas. ¿Seguro que tu me ves cómo a un viejo?

-          Tengo que limpiarle los genitales… - Dijo Esther y quitó la sábana. Apareció aquella polla totalmente erecta.

-          ¡Te pido perdón de nuevo! – Dijo Juan divirtiéndose con aquello y haciendo que la polla se agitara arriba y abajo.

-          ¡Ouf, se mueve sola! – Dijo ella sorprendida.

-          ¡¿Te gusta cuando se mueve?! – Juan podía hacer aquel movimiento a voluntad, empezó a moverla y contempló la inocente sonrisa de aquella chica, eso lo excitó aún más.

-          Es divertido. – Dijo ella. – Pero tengo que trabajar…

Sin que él se lo esperara, ella la tomó con mano firme y jaló hacia abajo hasta que salió su glande. Con la otra mano, agarró el trapo y empezó a limpiar aquel turgente y redondo glande, después bajó y continuó limpiándolo. La mano que sujetaba aquel miembro, se agitaba y se movía arriba y abajo. De forma inconsciente, aquella joven le hacía una sutil paja que le daba placer. Ella cambió de postura, se colocó de pie, inclinada para alcanzar su sexo, dejando a la altura de su cara su redondo culo en pompa. Juan tuvo la tentación de acariciarlo, se contuvo, pero poco después no pudo aguantar. Su madura mano se agarró desesperadamente al joven muslo y de su boca salió un leve ¡Dios!

Esther estaba acabando de limpiar los genitales de su paciente, con aquella polla en su mano, sintió que empezaba a vibrar. Un gran chorro de semen salió disparado y pasó cerca de su cara. Sorprendida se apartó un poco pero no soltó aquel falo. Miró a su paciente que agarrado a su muslo y con los ojos cerrados, seguía lanzando semen a diestro y siniestro. Ella lo ayudó y siguió acariciando su polla hasta que dejó de salir semen. Él la miró y parecía asustado. Ella le sonrió mientras agitaba levemente su polla.

-          ¡Vaya, voy a tener que volver a limpiarlo, señor!

-          ¡Perdona hija, no he podido contenerme! – Juan estaba muy avergonzado.

-          ¡No se preocupe! – Dijo ella limpiando todos los restos de semen. – ¡Me ha gustado verlo correrse por mí! – Juan sonrió complacido. – Ahora si no le importa, suerte mi muslo para que pueda acabar de lavarlo.

-          ¡Oh, perdona hija!

Lorena estaba en el salón, sentada. Su coño aún vibraba después del polvo que le había echado su hijo. Aquella había sido la primera vez que su hijo no la había amado, le había echado un polvo, con violencia, con lujuria, con pasión… Tal vez la presencia de Esther lo excitaba más. Se levantó para ir a darse un baño.

-          ¡Hola! – Dijo Lorena al entrar en la habitación donde su marido descansaba y su enfermera lo vigilaba por si necesitaba algo. - ¿Todo va bien?

-          ¡Sí, cariño! – Dijo Juan. - ¡Esther me ha aseado y ahora estoy mucho más cómodo!

-          ¡Gracias Esther! – Le dijo Lorena. – Si necesitas algo más, estaré dándome un baño.

Lorena salió de la habitación y dejó a enfermera y paciente allí. Sabía que algo había pasado pues su marido tenía una cara rara. Se olvido de aquello y caminó hacia el baño. Entró y se encontró a su hijo metido en la bañera. Estaba recostado y parecía dormido. Cerró la puerta sin hacer ruido y echó el cerrojo para que nadie pudiera molestarlos. Lorena se quitó la ropa, más bien la dejó caer al suelo, a sus pies. Se estaba convirtiendo en una insaciable madre que deseaba el sexo de y con su hijo. Se arrodilló junto a la bañera y contempló el cuerpo de su hijo sumergido en el agua.

Luis se sobresaltó al sentir la presencia de su madre. Casi se había quedado dormido y al abrir los ojos y ver la bonita cara de su madre y aquellos dos espectaculares pechos, sabía que ella no estaba totalmente satisfecha con lo que había pasado en la cocina.

-          ¡Mamá!

-          ¿Qué hijo?

-          ¿Te gustó lo de la cocina?

-          Sí, claro. – Lorena lo miró pensativa. – Dime la verdad… ¿Esther te ha puesto caliente y por eso me has amado así?

-          Perdona mamá… - Luis mostraba unos ojos de pecador que implora perdón. – La verdad es que me excité pensando en ustedes… - Luis hizo un silencio esperando que su madre no se hubiera dado cuenta de en qué pensó.

-          ¡Vaya, vaya! – Dijo Lorena y metió una mano en el agua para agarrar el pene de su hijo, lo acarició con suavidad. - ¡Así que te gustaría hacerlo con tu madre y otra mujer! – El color de la cara de Luis tomó una tonalidad rojiza.

-          ¡Venga mamá, déjate de tonterías! – La agarró por los brazos y la hizo caer dentro de la bañera, salpicando agua fuera. - ¡Ahora te voy a dar lo que a ti te gusta!

Los dos empezaron a besarse y a acariciarse. La bañera era amplia y Lorena abrió las piernas y se colocó sobre su hijo. Bajo su coño sintió su polla, aún no estaba tan dura como a ella le gustaba, pero con una mano abrió los labios que custodiaban su vagina y envolvió la polla. Mientras se besaban y acariciaban, ella agitaba sus caderas suavemente. La polla de su hijo le acariciaba el clítoris, aquello le producía un gran placer y Luis también disfrutaba ya que su polla crecía por momentos.

-          ¡Mami, muévete para que te penetre!

-          ¡Nada de eso hijo! – Ella empezó a jugar. - Me has follado como un animal en la cocina, te pone cachondo la jovencita enfermera y me has reconocido que quieres follar a dos mujeres a la vez… ¡Eres un pervertido y ya no me la meterás hasta que me demuestres que eres bueno!

-          ¡Pero tú deseas que te folle!

-          No lo deseo… - La cara de Luis mostró extrañeza. – Mi cuerpo se derrite por sentirte dentro de mí, por que me penetre hasta lo más hondo de mi vagina… - Mientras hablaba, se frotaba con fuerza contra su hijo y sentía que se iba a correr. - ¡Sí, me encanta cuando tus huevos golpean contra mi coño al follarme! – Se agitaba y empezó a sentir un orgasmo. Luis intentó moverse para penetrarla, pero ella se abrazaba más fuerte para que no pudiera. - ¡Estoy teniendo un orgasmo!

Se separó de su hijo. Allí estaba Luis, con su polla totalmente erecta y esperando para correrse.

-          ¡Mira cómo estoy! – Dijo él agitando suavemente su polla y mostrándole el turgente y enrojecido glande. - ¡¿Me vas a dejar así?!

-          ¡No hijo! – Dijo Lorena y levantó las caderas con sus piernas abiertas. - ¡Puedes masturbarte mientras te muestro mi sexo!

La mano de Luis se movió más rápido y con más presión a lo largo de su polla. Lorena abrió sus labios vaginales y le mostró el rosado inicio de su vagina. No pudo aguantarlo. Luis se lanzó de cabeza contra su madre y, con la boca abierta, mordió suavemente aquel húmedo coño. Ella no pudo contener el leve gemido que le provocó el ataque de su hijo.

Luis lanzó su lengua contra el sexo de su madre, pudo saborear el orgasmo que había tenido unos momentos antes y la introdujo todo lo que pudo, como si la follara con ella. Después subió por aquella candente raja y jugó con su endurecido clítoris. Las caderas de su madre se movían involuntariamente, deseaba que le lamiera todo su coño.

La sujetó con fuerza por las caderas e intentó ponerse de rodillas para clavarle su polla. Ella no lo quería dentro, lo quería castigar; bajó su culo y se giró para zafarse de su hijo. Los dos resbalaban por la bañera y el agua iba de un lado para otro, salpicándolo todo.

-          ¡Ven aquí! – Le decía Luis intentando agarrar el resbaladizo cuerpo de su madre. - ¡Sé que deseas que te la meta!

-          ¡No idiota! – Le contestaba ella, empujando sus manos para liberarse. - ¡Me muero por tenerte dentro, pero estás castigado por pervertido!

Ella quedó a cuatro patas, dándole el culo a su hijo que la intentaba asir por la cintura con gran esfuerzo. Con tantos movimientos de cuerpos y fluidos, Lorena se golpeó en la cabeza con el grifo del baño.

-          ¡Ouf, Dios, cómo duele! – Se quejó la madre.

-          ¡Pobre madrecita! – Cesó el forcejeo y él la abrazaba desde atrás, hablándole suave y cariñosamente al oído. - ¡Si nos vamos ahora mismo a la cama, te daré todo el cariño que quieras hasta que se te quite el dolor!

Juan estaba acostado en la cama. Junto a él, en un amplio sillón, Esther Leía un libro de sus estudios en la universidad. Él la miró y parecía que ella no se hubiera dado cuenta. Se sentía atraído por aquellos ojos azules, por aquel pelo rubio… Hubiera dado todo su dinero para tener la edad de su hijo y poder cortejar a aquella adorable joven. Entonces ella lo miró y le regaló la sonrisa más hermosa que nunca había visto. Su corazón se aceleró. Por extraño que pudiera parecer, se estaba enamorando de aquella chiquilla.

-          ¡¿Qué te gusta más?! – Dijo Esther sin apartar la vista de su libro.

-          ¡Cómo! – Juan se sentía ruborizado por una mujer por primera vez en su vida.

-          Llevas un rato mirándome… ¿Qué te gusta más? – Juan intentó tomar de nuevo el control de su mente.

-          ¡Bueno, eres una joven muy bonita!

-          ¡Seguro que en tus viajes habrás visto y “tocado” muchas jóvenes bonitas!

-          ¡Oh, sí! – De nuevo perdió toda su seguridad de hombre maduro y acostumbrado a tratar con todo tipo de mujeres. - ¡Bueno, tampoco es que esté por ahí ligando!

-          ¡Vamos señor! – Dijo ella cerrando el libro y acercándose a su paciente. Le habló bajito al oído. – Un hombre apuesto y viril como usted tendrá muchas oportunidades de estar con jovencitas… y si no tiene oportunidades, seguro que sabe buscarlas ¿a qué sí?

-          Hija, cuando viajo voy a trabajar, no voy de cacería de jovencitas… - Aquella diabólica chica lo desarmaba y no conseguía controlarse.

-          ¡Vamos Juan! – Aquellas palabras se las susurró al oído y le rozó levemente la oreja. El cuerpo de Juan llegó a temblar. – Antes he visto lo viril que puedes llegar a ser… ¿no me dirás que no te gustan las mujeres?

-          ¡Claro que sí, mucho! – Intentó controlarse. - ¡Y tú eres una chica preciosa!

-          ¡Vale! – Dijo ella incorporándose, sentándose en su sillón y abriendo de nuevo el libro. - ¡Yo soy guapa y a usted le gustan las mujeres! ¡Todo aclarado! Ahora deje de mirarme y duerma un poco, no me puedo concentrar si me mira.

-          ¡Pero ahora no puedo dormir!

-          ¡Está bien! – Dijo Esther y se levantó para coger su bolso. Juan veía como aquel delicado cuerpo se movía por la habitación. Cogió algo de dentro y caminó hacia él. - ¡Toma! – Le entregó una foto. – Me la hice el verano pasado en la playa, espero que te guste. Mire la foto y yo podré leer…

-          ¡Gracias hija!

Juan tomó la foto y pudo contemplar el hermoso cuerpo de Esther en bikini. Tenía una pose con el culo en pompa y sus brazos apretujaban sus tetas para que parecieran más grandes de lo que realmente eran. Aquella imagen lo excitó.

-          La verdad es que prefiero verte en la realidad…

-          Sí, claro, pero necesito estudiar esto y si ahora no necesita nada de mí, me gustaría aprovechar el tiempo. – Esther le hablaba amenazando con su dedo índice, como si Juan fuera un niño malo que no hacía lo que debía. - ¡Venga, ponte cómodo y cierra los ojos! ¡A dormir! – Le acomodó la almohada y le pasó la mano por la cara para que cerrara los ojos.

-          ¡Está bien! – Dijo Juan divertido por la situación. - ¡Seré un niño bueno! – Cerró los ojos al pasar la mano de la chica por su cara. Entonces sintió en sus labios un beso que ella le daba, un delicado y suave beso. No abrió los ojos y esperó.

-          Así le deseaba las buenas noches a mi padre cuando estaba enfermo en su cama…

-          ¡Espero no recuperarme en mucho tiempo! – Dijo Juan que permaneció con los ojos cerrados y en silencio, soñando con que amaba a aquella preciosa chica.

Lorena caminaba desnuda delante de su hijo. Los dos iban desnudos en dirección a su cama.

-          ¡Puedes darme caricias y besos, pero no puedes hacerme el amor!

-          ¡Pero mira cómo estoy! – Luis le mostró la tremenda erección que tenía.

-          Has sido un pervertido al pensar en dos mujeres a la vez… ¡Estás castigado! – Se tumbó en la cama boca abajo.

Luis contempló el hermoso cuerpo de su madre. Su redondo culo estaba allí, delante de sus ojos. Sus manos no tardaron en posarse sobre él, lo amasó y ella puso sus brazos hacia delante, uniendo sus manos bajo su cara. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la dulce boca de Lorena. Por los lados de su pecho asomaba parte de sus tetas aprisionadas contra la cama. Luis recorrió con sus manos desde el culo hasta la parte alta de la espalda. Ella ronroneaba de gusto al sentir las caricias. Luis se subió a la cama y se colocó sobre su madre, mientras las manos bajaron hasta acariciar la carne aprisionada de las tetas.

-          ¡Cuidadito dónde la pones! – Dijo Lorena al sentir sobre la raja de su culo la endurecida polla de su hijo. - ¡No intentes meterla!

-          ¡Sólo te estoy dando un masaje! – Lorena volvió a relajarse.

Las manos de Luis comenzaron a acariciar los hombros de su madre. Podía sentir su calido cuerpo. Se agitaba débilmente para frotar su cuerpo contra ella. Podía ver la bonita cara de placer que su madre tenía. Movió sus caderas y el frotamiento fue más descarado. Lorena abrió los ojos y fue a protestar.

-          ¡Aaaagh, qué bueno! – Cuando sintió el leve mordisco que su hijo dio en su cuello, todo intento de protesta fue mitigado. - ¡Eres perverso, ouf, sí! ¡Sabes que no me puedo resistir a esto!

Luis no hablaba, se dedicaba a morder y chupar todo el cuello de su madre, su nuca y parte de la espalda. Ella se agitaba bajo su cuerpo y daba golpes con sus pies por el placer que estaba sintiendo. Luis agitaba su polla sobre el culo de su madre que cada vez gozaba más, toda su resistencia estaba desapareciendo. Movió las caderas y levantó la polla de su madre para intentar penetrarla. Se dejó caer suavemente lanzando su arpón para atravesar su mojada vagina.

Lorena lanzó un quejido mezclado con cierto placer. Nunca había sentido algo así, nunca lo quiso hacer, le aterraba pensar en aquello, su culo era virgen. El pinchazo que sintió en el momento que su ano recibía el suave empujón del glande de la polla de su hijo, desapareció al momento. Aquellos mordisco que su hijo le daba en el cuello habían relajado tanto su cuerpo que su ano se había dilatado antes del fortuito ataque de Luis. Sintió que la punta de la polla de Luis había entrado y apenas le había dolido.

-          ¡Oh, sí hijo, empuja un poco más! – Le suplicó.

-          ¡Te gusta que tu hijo entre en tu vagina!

-          ¡Sí hijo, pero hasta hoy no había probado lo que es que te follen el culo! – La excitación se desbordó en él al saber que le daba por el culo a su madre. - ¡Sigue, sigue, no pares!

Aquello embruteció a Luis. Empujó y clavó por completo su polla en el culo de su madre, sin dejar de morderla, aumentando la intensidad de las penetraciones y de los mordiscos. Lorena tuvo que hundir la cara en la almohada para que sus gritos de placer desesperados no se escucharan en la casa. Con cada embestida y mordida que su hijo le daba, su coño lanzaba oleadas de flujos, se corría una y otras vez. Incomprensiblemente tenía orgasmos disparatados sin que aquella polla llegara a entrar en su vagina, sin que nada rozara su clítoris. Se sentía llena de la polla de su hijo y los orgasmos se sucedían uno tras otro, sin poder diferenciarlos bien. Y entonces sintió en sus entrañas el calor de su hijo. Luis Empujó su polla totalmente contra el culo de su madre y se tensó. Oleadas de semen brotaban y caían en el interior de Lorena que jadeaba y se agitaba por el placer de entregar su culo a su hijo. Los dos quedaros exhaustos en la cama, el hijo sobre la madre, la polla dentro del culo. Luis besaba suavemente a Lorena agradeciéndole el placer que le había dado. Lorena correspondía a sus besos y los dos permanecieron abrazados por un buen rato.