Amor de familia, necesidades de una madre.

Iremos conociendo a esta familia en la que, madre e hijos, se irán uniendo cada vez más por el amor.

Amor de familia, necesidades de una madre.

Mi nombre es Marta y quería contaros la extraña y dulce relación que tengo con mis hijos. Ahora ya tengo casi ochenta años y quisiera recordar lo vivido con ellos en este relato, espero que os guste.

Todo empezó hace más de veinte años, por aquellos días tenía cincuenta y cuatro años. Yo no era una mujer que se considerara excesivamente guapa ni con un cuerpo perfecto. Nunca he sido muy alta, un metro cincuenta y cuatro. Gracias a hacer ejercicio, conseguía mantenerme con una figura no demasiado rellenita; sí, es verdad que tenía algo de barriguita. Mi peor pesadilla eran mis pechos, no muy grandes y algo caídos, pero lo que me enorgullecía era mi redondo culo, con algo de celulitis, pero gracias a mis anchas caderas, era grande y respingón.

Hacía ya diez años que me había separado de mi marido, y con cuarenta y cuatro años tuve que volver a rehacer mi vida. Gracias a Dios tenía un trabajo, pero con mis dos hijos, Enrique y Jesús, los días no tenían suficientes horas para llevar todo por delante. Fueron diez años en los que tuve que ocuparme de todo, y gracias a la ayuda de mis dos hijos, pudimos salir adelante.

¡Mis hijos! Enrique es el mayor. Cuando me separé, tenía quince años. Era el más dispuesto a ayudarme con las cosas de la casa y con el pasar del tiempo, también se fue ocupando de otros asuntos para sacar la casa adelante. Jesús tenía doce años, y por ser el pequeño siempre le permitíamos que se hiciera un poco el remolón con las cosas que había que hacer. Los tres lo pasamos mal con la marcha de su padre, pero con el tiempo, poco a poco nos fuimos acostumbrando a vivir solos y hacer todo lo posible por tener una vida feliz.

Pasado diez años, cuando comienza la historia que os quiero contar, ya podía disfrutar de más tiempo libre. Enrique tenía veinticinco años y trabajaba en una farmacia. Jesús tenía veintidós y aún estudiaba física en la facultad. Así que los tres habíamos conseguido seguir con nuestras vidas gracias a ayudarnos entre todos.

Gracias a que mis hijos ya no necesitaban tanto de mis cuidados, iba teniendo cada vez más tiempo para mí. Así que muchas tardes durante ese año, si mi trabajo de enfermera me lo permitía, iba al gimnasio para mantener mi cuerpo más o menos bien.

Si bien el ejercicio físico mantenía mi cuerpo sano, las tardes que pasaba en el gimnasio afectaban a mi psicología. Y no es que me estuviera volviendo loca, no, pero ver los hermosos cuerpos de algunos jóvenes con los que coincidía en el local me despertaba una lujuria que llevaba muchos años callada.

Así fue como cada noche que volvía del gimnasio, al acostarme, me masturbaba pensando en los cuerpos de aquellos hombres que hacían ejercicio junto a mí... Pensar en sus fornidos cuerpos, en sus penes que se marcaban en las ajustadas prendas que vestían, sus prietos culos que se endurecían con cada ejercicio...

“¡¡¿Por qué estoy tan caliente?!!” Me pregunté la primera noche que no pude resistir la lujuria que me provocaban los cuerpos de aquellos hombres. Imaginé a Juan, un hombre de unos cuarenta años. Coincidíamos muchas veces en el gim y poco a poco íbamos tomando una cierta amistad. No es que yo quisiera tener un romance con él, para nada, pero aquella lujuria que crecía en mi interior necesitaba de su imagen para encenderse hasta llevarme al placer. Y así comencé mi primera masturbación desde hacía mucho tiempo...

Por extraño que pueda parecer, - mi imaginación empezaba a volar mientras mi mano se metía bajo mis bragas y tocaba mi coño - no hay nadie en el gimnasio, sólo estamos Juan y yo. El entrenador ha tenido que ausentarse por media hora y nos ha dejado solos. Él hace ejercicio en una de las máquinas y puedo ver como se marca su enorme polla en sus calzonas, cada vez que abre las piernas puedo ver la redondez que toma la fina tela que rodea sus enormes testículos. ¡Quién pudiera besarlos y lamerlos!

Voy a hacer el mismo ejercicio que él, en la máquina que está en frente. Antes de sentarme, me subo mi legging para que los labios de mi coño se marquen, hoy no me he puesto bragas adrede. Empiezo el ejercicio, abro y cierro mis piernas para mostrarle cómo la tela marca mis abultados labios vaginales, calientes y mojados al imaginar mi boca sobre su sexo. Lo miro, él me mira y me sonríe. Creo que lo estoy calentando, sus ojos se dirigen descaradamente a mirar mis movimientos de piernas, a admirar mi sexo.

  • Tengo que hacer abdominales... - me dice mientras se levanta y camina hacia mí suavemente - ¿Me ayudas? - me pregunta mientras su mano agarra su paquete y se lo coloca descaradamente.

Me tiende la mano y lo sigo por el local. En un rincón se para, coge una colchoneta y la extiende en el suelo.

  • ¡Aquí está bien! - se inclina sin doblar las rodillas y su culo redondo queda en pompa, deseo acariciarlo y morderlo – Primero haré yo una serie y después lo haces tú.

Se acuesta en la colchoneta, pone sus manos en la nuca, dobla las piernas y me pide que las aguante. Pongo mis manos en sus pies y puedo ver muy de cerca el bulto en su ropa, mi deseado bulto. Empieza a hacer el ejercicio y mis ojos no pueden mirar a otro lado más que entre sus piernas.

  • ¡Ahora tú! - le suelto los pies, él se levanta y yo permanezco de rodillas. Se acerca y su sexo queda a pocos centímetros de mi boca... - ¡Vamos, túmbate!

Me pongo a cuatro patas y le muestro mi culo marcado por la fina tela. ¡Espero qué se excite! Me tumbo sobre la colchoneta y siento la caliente humedad que brota de mi coño. ¡Estoy muy caliente! Abro un poco mis piernas para mostrarle mi sexo, sus ojos lo miran descarado y una lujuriosa sonrisa se dibuja en su boca... ¡Le gusta lo que ve! Pone sus fuertes manos en mis muslos y pega su musculoso pecho contra mis piernas. Deseo abrirlas y que caiga entre ellas, encima de mi coño. Empiezo a hacer los movimientos y puedo sentir cómo sus brazos me agarran con fuerza. ¡Sí, eres fuerte y me puedes abrir las piernas de par en par para tomar mi sexo! Voy a arder de lujuria y deseo que me folle.

  • ¡Venga, ahora me toca a mí otra vez!

Se pone en pie, se quita la camiseta y me muestras sus poderosos pectorales. ¡Me vuelvo loca al verlo! Se tumba y agarro sus piernas. De la misma manera que él me sujetó. Puedo sentir su suave piel en mi mano. Con sus movimientos, mis manos acarician disimuladamente sus muslos. Mis tetas se agitan contra sus piernas y mis pezones se ponen cada vez más duros. ¡Ardo en deseos de poseerlo! Miro a su sexo y todo mi cuerpo tiembla por lo que veo. Por el filo de las calzonas, por una de sus piernas, me parece ver asomar el glande de su polla. No lo pienso, mi mano se desliza por su muslo y empieza a colarse por debajo de la prenda que oculta el objeto de mi deseo.

Se detiene, me sobresalto y lo miro. No decimos nada. La sonrisa que me muestra me invita a seguir buscando bajo la tela. La punta de mis dedos encuentra un suave glande que empieza a incharse con el contacto de mi mano. Es grande y gorda. Mis dedos la rodean y se agitan para darle placer, para conseguir que alcance su máximo tamaño y me dé todo el placer que necesito. Por unos instantes mi mano masturba su polla mientras siento cómo mi vagina se vacía, mojándose para prepararse a recibir tanta carne.

Mientras mi mano juega con su sexo, una de sus piernas se estira y los dedos de su pie tocan mi caliente coño. Abro un poco las piernas y puedo sentir sus caricias. Nos estamos masturbando el uno al otro y los dos disfrutamos. Mi coño se ha convertido en una fuente que no deja de lanzar flujos, no puedo pararlo.

Sin palabras, se retira y se pone en pie. Quedo de rodillas, mirándolo a los ojos, implorándole que me haga suya. Se acerca a mí de pie y coloca su sexo, aún cubierto por las calzonas, justo delante de mi cara. No hay palabras. Miro con deseo el bulto que se forma en aquella prenda. La he tocado y es grande, muy grande.

De un solo movimiento baja su ropa y libera aquella polla. ¡Me golpea en la cara! Siento aquella gran cantidad de carne chocar contra mi mejilla y me siento más caliente que nunca. Lo miro. La gruesa polla que está delante de mis ojos casi no me deja ver la cara de deseo que tiene Juan. Seguimos sin hablar, pero sé lo que tengo que hacer.

De rodillas, sumisa por la pasión y la lujuria que me posee, abro mi boca y saco mi lengua. Su mano agarra su endurecida polla y la golpea contra mi boca, contra mi lengua. Puedo sentir el deseado aroma de su polla, ese olor llega a mi mente y me vuelve loca. Siento la suave piel de su redondo glande frotarse contra mi lengua y mi boca se aferra sobre él. En mis labios puedo sentir el pronunciado final de su glande, lo tengo por completo dentro de mi boca. Succiono y lo escucho estremecerse por el placer. “¡Qué bien sabe esta polla!” Pienso mientras voy dando suaves chupetones que hacen que le tiemblen las piernas.

De repente, agarra mi pelo con una mano, me separa de su polla arrancándomela de mi boca. Se coloca tras de mí y me empuja para forzarme a ponerme a cuatro patas. Mi corazón late y mi coño se moja más por la excitación. “¡Me va a follar, me va a follar!” Pienso mientras pongo todo mi culo totalmente en pompa para ofrecérselo. Sus fuertes manos agarran mi legging y de un tirón me lo baja hasta las rodillas. Mi culo está totalmente ofrecido a él... ¡Me va a follar!

Siento sus manos en mis nalgas, las acaricia, las amasa y de repente, las separa. Pierdo el sentido cuando siento su húmeda lengua lamer y jugar con mi ano. Su caliente saliva moja mi estrecho esfínter y cae hasta mojar mis labios vaginales. Ese redondo músculo se agita involuntariamente, abriéndose y cerrándose como si quisiera comerse su lengua. Ronroneo de placer cuando mi vagina se siente invadida por los dedos de mi amante. No lo puedo soportar. Su lengua juega con mi ano mientras su mano me masturba. Primero entra un dedo y me da placer. Después dos van dilatando mi vagina que lleva tiempo sin acoger a ningún hombre...

Me abandona en aquella postura, a cuatro patas, ofreciéndole todo mi cuerpo. Ha dejado de lamer mi culo y de masturbarme. Voy girando mi cabeza, preguntándome qué ocurre, cuando siento que mi vagina se inunda con la enorme polla de Juan. Estoy tan mojada que entra totalmente, dilatándome el coño de una forma algo dolorosa, pero extraordinariamente placentera. Sus manos agarran con fuerza mis caderas y me agita para penetrarme bestialmente, llegando con su glande hasta lo más profundo de mi coño. No para, no se cansa, su polla entra y sale de mí y me arrastra a un enorme orgasmo. No puedo más.

Bocarriba, con las piernas totalmente abiertas, en medio de mi cama, empiezo a sentir un gran orgasmo. Hacía mucho tiempo que no me masturbaba y mi cuerpo se agita y tiembla por el placer mientras mi mano castiga mi mojado coño. Me mordía el labio inferior mientras intentaba no gritar de placer. Mis caderas se agitaban incontroladas cuando llegó el momento esperado. Hundí mis dedos en mi vagina y arqueé mi cuerpo al sentir aquel orgasmo, un gran chorro de flujo brotó incontroladamente de mi coño. ¡Me estaba corriendo!

No sé cuánto líquido brotó de mi cuerpo, no lo sé, pero tras unos minutos de descanso, tuve que cambiar toda la ropa de la cama pues estaba totalmente mojada. Mi sexo se había despertado y deseaba más. Una buena masturbación me dejaba tranquila por un tiempo, pero necesitaba más, necesitaba una buena polla de verdad que me llenara por completo. Desde ese día comencé a buscar un buen macho como si fuera una gata en celo.