Amor de familia (1)

El mejor sexo de mi hermana.

Nos pusimos en marcha, Susana y Cristina delante, y nosotros detrás, ya teníamos claro quien iba a por quién, así que nos limitamos a sonreir, como dos diablillos a punto de salir del infierno. Ellas iban hablando, en voz baja, por delante. David fué el primero en unirse a ellas, por supuesto, flanqueándole, yo fuí detrás, al lado de Susana. Parecía que todo iba bien, y aún quedaba un buen trecho hasta llegar a la famosa oficina.

Susana, se había cerrado el plumas, y ahora que no se movía rítmicamente, agitando vistosamente las caderas y otras partes de su cuerpo, casi parecía una chica normal. Realmente lo parecía, su pelo castaño y rizado, no muy largo, era de lo más normal, era sólo cuando su naricilla respingona se iluminaba, cuando alzaba la cabeza y su piel suave y luminosa se reflejaba en mis ojos cuando era realmente seductora. Sus ojos oscuros eran un espejo perfecto, mirando a través de ellos, me veía a mi, y a través de mi deseo, a ella.

Caminaba despacio, sin hacerme demasiado caso, estábamos hablando sobre algo relaccionado con la enseñanza.... Es increíble las chorradas que puede decir alguien cuando está con la cabeza en otro sitio.... y las manos en otro. No podía esperar, la había conocido hace menos de dos horas, parecía una chica muy normale, no había bebido, no estaba colocada, no estaba de juerga; ya llevaba la marcha consigo.

Mi mano, nerviosa, no sabía que hacer, si ahuecarse los pantalones, que estaban empezando a quedarse estrechos, meter las manos en los bolsillos, o abrazar a Susana. Es obvio, lo último era fundamental, así que lo hice, mientras aprovechaba para mirarla una vez más a los ojos, directamente, sin preocuparme en ocultar lo que deseaba, hablando por ellos. Sus ojos contradictorios, que decían una cosa, y pedían otra, no pudieron esta vez ocultar su deseo, y aunque fugazmente, me devolvió la mirada.

David ya iba más allá y ya se había metido en un cajero, y no precisamente a sacar dinero. Irónicamente, yo sí que necesitaba sacar dinero, así que con una pizca de mala intención, agarré a Susana de la mano y le dije - Hala, vamos a sacar dinero - y sonreí hasta donde mis labios me lo permitieron. Abrí la puerta, y David me miró con una mez de increduleidad y diversion, alzé los brazos, con la visa en alto, y con voz de víctima indefensa dije - ¡ Necesito dinero !. Saqué unos billetes, sabía que los iba a necesitar. Ahí mismo, iluminados tan sólo por la pantalla verde del cajero, apoyé a Susana contra el teclado, y la besé. Mis manos, que al principio acarariciaban su cara, fueron bajando, hasta encontrar algo, al final de aquel plumas tan molesto que fuera de su agrado. El deseo ya ardía en nuestro interior, y mis manos iban por libre, acariciando con deseo aquel culito redondo.

Quería ir más allá, desabrochar lentamente aquel plumas, pero ella me sujetó de los hombros y me echó para atrás - Venga, vamonos que ya casi estamos -, me decía, mientras me abrasaba con su mirada. Salimos del cajero, poco había faltado para empañar los cristales, y nuestros amigos sonreían, mientras salíamos. Eso no era un cajero automático ¡ era un escaparate !. Llegamos al portal, el frío sólo se había apoderado de nuestras orejas, lo demás seguía bien caliente, y sobre todo, el deseo, que ardía con fuerza cada vez mayor... Susana ya había explorado por el camino cuan grande era mi grado de deseo, y su sonrisa lujuriosa parecía aprobarlo.

Buscamos las llaves, mientras David y yo nos mirábamos fugazmente, concentrando nuestra atención en las luces del vecindario, nunca habíamos estado en esa urbanización, ni siquiera durante el trabajo, así que no sabíamos que íbamos a encontrarnos detrás del portal, aunque seguro que fuera lo que fuera iba a ser muy agradable. La puerta, sonó con el típico ruido de puerta, y se cerró con el mismo típico ruido de puerta cerrándose, todo muy normal. - No hagáis ruido, - nos dijo Cristina. - A la porra el ruido - dije, antes de besar con el deseo que tenía acumulado, mis manos, libres ya de aquella coraza de plumas, palpaban y acariciaban con suavidad aquellos senos, erguidos y duros. - Veeeenga, veeeenga - nos dijo David, que no pudo evitar una risotada. Ya estabamos sólos en aquel extraño despacho, nos sentamos en el sofá de piel, y aproveché para besarla de nuevo. Sus labios carnosos y húmedos eran cada vez más deseables, cada vez más rojos. Mientras la besaba, pasé los brazos detrás de ella, por encima del plumas.

La apreté contra mí, a la vez que me inclinaba sobre mi espalda, poco a poco, como un árbol recien talado, caímos sobre el sofá, ella encima de mí, como un presagio divino. Con los ojos cerrados, recorría su espalda con mis manos. Separamos nuestros labios un momento, mientras ella se quitaba el plumas, su pelo castaño, oscuro y misterioso, con aquellos rizos que le daban agresividad, y sus ojos negros eran lo único que me unía al mundo terrenal, porque con los sentidos, me iba alejando cada vez más de este mundo. Léntamente, fué desabrochando el plumas, detrás, una breve camiseta, que no podía ocultar sus pechos, voluminosos, firmes, que se alzaban ante mí, cuando ella, arqueando su espalda hacia atrás, me mostraba su estómago perfecto, inmediatamente, la cogí de las cadenas, atrayéndola hacia mi, que estaba ya tumbado completamente sobre el sofá. Bajó la cabeza, y nos besamos de nuevo, más salvajemente si cabe que antes.

Mientras, ella buscaba uno por uno, los botones de mi camisa, deslizando sus dedos entre cada una de mis costillas, y de mis abdominales. Estabamos prácticamente uno encima del otro, y veía sus senos, presos del sostén, que se mantenían flotando a escasos centímetros de mí, entre beso y beso, mordía sus lóbulos, como un cachorro juguetón, deslizando mi escurridiza lengua juguetona por su cuello y sus orejas. Ella se echaba para atrás y se reia, yo seguía bajando y bajando, hasta llegar a la camiseta, seguí, jugando con sus pezones a través de la tela, los podía sentir, detrás de la tela, pidiendo auxilio, queriendo ser libres. Intentó quitarse la camiseta, pero no la dejé, y con las manos, la agarré de la nuca, mientras la besaba de nuevo. Fuí bajando las manos mientras duraba aquel desenfrenado beso que nos tiró al sofá de nuevo, las manos iban bajando poco a poco, recorriendo el surco que formaba su columna vertebral, bajando, bajando, hasta encontrarse con los pantalones, y siguiendo por debajo de ellos, reptando como serpientes.

Acababa de encontrar sus bragitas, pero ella, aún no había desabrochado mi camisa del todo, dejando mi pecho al descubierto, que recorría con firmeza, de arriba a abajo, arañandome con las uñas, sumergiendo sus dedos entre los pelos, arrancándolos, frotando el pecho con sus palmas. Yo seguía jugando con su ropa interior, humedeciéndome los dedos, hasta que encontré la entrada. Lo supe, porque en aquel instante su lengua me beso con mas pasion si cabe, y mi dedo encontro el origen de toda aquella caliente y dulce humedad.

Detuvo sus manos, que dejaron por imposible la camisa y lo intentaron el pantalón. Lentamente, acariciaba su clítoris con mi dedo indice, completamente empapado, con la otra mano, había conseguido encontrar sus botones, que desabrochaban con torpeza el pantalón, mientras, ella, estorbando mi mano con la suya propia, intentaba hacer lo mismo. El bulto de mis pantalones se lo dificultaban, y apenas hubo desabrochado el primero, con las dos manos, abrió el resto de un tirón. Me bajó los pantalones unos centímetros, y mis slips, asustados por aquella fiera, se ciñeron aún más contra mi pene. Sus pantalones estaban ya sin botones, tan sólo faltaba ya el golpe final, así que de un suave movimiento, los bajé. Sus labios se apartaron de los mios y saque aquel dedo jugueton, que se habia escapado hasta el interior de su sexo. Su lengua empezó a bajar por mi cuello, por mi pecho, humedeciendo allá por donde pasaba... iba hacia el último bastión de mi libertad.

Entre tanto, sus braguitas estaban tan solas como mis slips, un poco más húmedas quizás. Yo recorria y exploraba de nuevo su sexo, jugueteando con mis dedos entre los pelillos que habia debajo de sus bragitas. Procurando acariciar con suavidad por donde pasara, entrando y saliendo de su sexo con infinita calma y precision, casi podía oir suspirar de placer a Susana, que estaba ya besando lo que había detrás de mis slips. Sus uñas profanaban ya el templo de mi sexo, que se veía invadido, y pronto sería engullido en aquella boca ansiosa sino hacía nada al respecto. La agarré del pelo suavemente, impidiendole dar el paso final ante mi pene, que estaba sujeto por una de sus manos, que lo mecía suavemente de arriba a abajo, dandome un placer que no tenia forma. Saqué la otra mano de entre su ropa interior y aproveché para bajarle sus bragas hasta las rodillas. Me incorporé y la miré a los ojos, sin besarla, no hacían falta palabras. Se subió la camiseta mientras yo arrancaba los pocos botones que quedaban de mi camisa. Me lancé sobre ella, caímos al suelo.

Me coloqué encima suyo, besándola con fuerza. Me quité los zapatos con los pies, y bajé sus pantalones hasta las rodillas. Una vez más, separé mis labios, y la miré a los ojos, sus pupilas eran todo un universo en llamas, que me gritaba con voz muda. Nos dimos la vuelta, se arrodilló encima de mi, y con un gesto de satisfacción, empezó a inclinarse arriba y abajo sobre mi pene, que entraba y salía con una perfección asombrosa. Fué tan súbito como profundo, un placer muy fuerte entraba y salia con sus movimientos, me retorcia de placer, y mi mente se alimentaba cada vez mas con sensaciones y pensamientos de lujuria incontrolada. Ella se agachaba, besándome, y mordiéndome con pasión, mientras que ambos seguíamos el ritmo impuesto.

De repente, se echo para atrás en un gemido profundo de placer, y giró la cara hacia el techo, abriendo la boca hasta el máximo. Yo aprovechaba entonces para desabrochar lo poco que quedaba de su ropa: el sujetador, que caía lentamente, ofreciendo a mi vista sus dos senos, de perfecta redondez, completamente erectos.

Los sujeté con mis manos, mientras me moria de placer. Los acariciaba, bordeaba con mis dedos sus pezones, duros como una piedra, mientras mi ritmo se aceleraba cada vez más, notando como el momento se iba acercando. Sintiéndome absorvido por su sexo. Puse mis manos sobre sus caderas, ayudando el moviento de sus caderas, mientras mi respiracion se aceleraba y no podia evitar un murmullo de suspiros de placer. David y Cristina estaban observándonos divertidos, y no me percaté de ello hasta que giré mi cabeza a la izquierda.

Cristina agarró a David y se lo llevó al salón de nuevo, bien sabe Dios que David era rápido, y eso se iba a volver contra él. Susana se echó sobre mí como una tigresa en celo, con los pantalones todavía por las rodillas, impidiendo que se moviera con agilidad. Aproveché la situación, y me levanté, subiendome los pantalones, mientras la esquivaba. Nos habiamos quedado en el borde, y sin embargo, era mejor la sensacion de deseo insatisfecho que el placer por si mismo. Ella se reía, mientras yo la agarraba por detrás y la inmovilizaba, rozando su culito con mi pene erecto y húmedo. La sangre me empezaba a hervir con aquellos roces. Me levanté, con ella en brazos. Se dejaba coger, mansa como un corderito. Tenía los brazos en torno suyo, agarrándola firmemente a la altura de la cintura, podía sentir su suave piel en mis brazos desnudos, y sus senos apretados firmemente contra mi pecho. Echó la cabeza sobre mi pecho. Su cabello, olía a frescor y a perfume, estaba limpio y suave. Agaché la cabeza, y me interné en su espesura.

Encontré su cuello, y empecé a besarlo con suavidad, subiendo por la garganta, hasta llegar a su boca. Y de nuevo, la besé con fuerza, juntando mi boca con aquellos labios rojos, húmedos y apetitosos. Mientras nos besábamos apasionadamente, ella se fue zafando poco a poco de mi sin liberar mi presa, y logró darse la vuelta, quedandose de espaldas a mí, abriendo ligeramente las piernas, y dejando que mis manos le acariaran por todas partes, mientras mi boca y mi lengua se deslizaban como una babosa por su cuello. La suave luz de la habitación parecía apagarse por momentos, me sumía en un nuevo sopor de placer, en el que me parecía estar entre algodones perfumados. De pronto, la cerradura de la oficina, empezó a hacer ruido, unas llaves intentaban abrirla. Un pensamiento fugaz cruzó mi cabeza, - ¿Un ladrón? - pensé. No tuve tiempo, ella me agarró del brazo, mientras yo, aún pensativo, miraba pasmado la puerta que iba perdiendo cerrojo tras cerrojo.

Tropezamos con algunos muebles mientras ella iba recogiendo con desesperada rapidez la ropa que había en el suelo, la ayudé como pude, recogiendo mis zapatos y mi camisa del suelo. Salimos corriendo, pisando la moqueta sin hacer ruido. Llegamos al salón, donde ya estaban David y Cristina, completamente asustados, y como nosotros, con toda la ropa en la mano. David tenía ya puestos los pantalones, a diferencia de mi, que sorprendentemente, había perdido los pantalones, y ahora estaban en la mano de susana. Estaba completamente desnudo. Había una sofá cama desplegado, con las sábanas deshechas, que cristina, de espaldas y tan sólo con una camiseta color naranja chillón, se afanaba en recoger a toda prisa. Se oyeron voces en la entrada, eran algunas risas. Acaba de entrar un hombre y una mujer. Eran adultos. Las luces de la entrada de encendieron, alertando a todos.

Rápidamente busqué con la mirada algún sitio donde escondernos, nada, no había nada salvo un pequeño armario. Susana decidió por mí, nos metimos los dos ahí, apretujando la ropa como podíamos. A los pocos segundos, y antes de cerrar la puerta, entró cristina, con una sábana en la mano, y el resto de su ropa en la otra. No me atreví a preguntar donde estaba David, en ese momento veía como alguien se acercaba por el pasillo. Oía sus pasos por la moqueta, y cómo un hombre bromeaba con la mujer, los pasos cesaron, y también las voces, dejando paso a un inquietante silencio, que hizo que contuviera mi respiración, temeroso. Habíamos apagado las luces justo a tiempo, y ya no se veía gran cosa en la habitación, sólo sombras. Veía a Cristina, mirando por el pequeño espacio que había entre las láminas del armario. De pronto, se echó contra mí. Un golpe seco hizo temblar la puerta del armario, y un suspiro se pudo oír al otro lado de la delgada puerta, que se combaba, con una gran sombra detrás. La respiración se me entrecortó de nuevo, con el corazón a punto de salirseme por la boca, agarré a Cristina para que se apartara de ahí, se sentó sobre las piernas de Susana, que aún me agarraba fuertemente del brazo.

El armario era bastante grande, cabíamos los tres sin problemas, había un juego de cajones donde Susana y yo estábamos sentados. La ropa estaba bajo nuestros pies, se amontonaba en un oscuro grupo de sombras, junto con el resto de la ropa que había colgada en el armario, que gracias a Dios, era poca. El armario se combó de nuevo, algo estaba apoyado ahí, y se estaba moviendo. La sombras bailaban dentro del armario, produciendo extraños juegos de penumbra, que iluminaban los sensuales cuerpos de Cristina y Susana. Pronto caí en la cuenta de lo que pasaba, y respiré con un poco más de calma, sin duda alguna, era alguna pareja que había tenido la misma idea que nosotros.

Sin emitir ningún sonido, miré a Cristina, que estaba de pie frente a nosotros, mirando hacia la puerta, sin atreverse a mirar entre las láminas de madera. Era ella la hija de la dueña de la oficina, así que debía saber quien se trataba, intenté hacerme entender en la oscuridad, pero no veía nada, tan sólo la silueta de su cuerpo y el tenue brillo de sus ojos. Podíamos ver ahora con más claridad la sombra de dos personas besándose contra la puerta. Poco a poco mis ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad, y pude ver a Cristina, mirando sorprendida y furiosa al otro de la puerta, debía saber algo que desconocía.

Le rocé el muslo con la mano para que me prestara atención, cuando me miró, señalé a la puerta, con un gesto de sorpresa, preguntando con los hombros. Por su mirada y la expresión de su rostro, me pareció ver que era alguien conocido, así que no me costó mucho llegar a la conclusión de que debía ser la famosa madre, que debía estar pasándolo en grande con algún novio... No pude evitar sonreír con malicia, Cristina lo debió ver y me dió una patada en la espinilla, con los pies desnudos, poco daño iba a hacerme, no obstante, Susana la cogió de las manos y la sentó de nuevo sobre sus piernas. Ambas estaban delante mío, entre la puerta y yo.

El juego de luces empezó a jugar a mi contra, la débil luz que entraba a través de las láminas del armario, se encendió de pronto, como una explosión. A través del polvo, que se flotaba caprichosamente en el aire, podía ver con claridad, los rayos de luz que se filtraban entre las rendijas, perforando como cuchillos, la intimidad de nuestro pequeño y oscuro armario: Uno de ellos había encendido una luz. Mientras mis pupilas se iban recuperando, intentaba seguir con la vista las dos figuras, que se iban aclarando cada vez más.

No había duda, era la madre: Una mujer cuarentona, de buen aspecto, y un hombre, un poco más joven que ella, que la besaba y la iba empujando poco a poco hacia la cama. Desvié la vista por un momento hacia la pareja de amigas que me habían metido en ese embrollo. Ambas estaban mirando atentas el exterior, Cristina parecía bastante furiosa. De pronto se quitó la camiseta, dejándome observar sus pechos desnudos, y en una desarrollada ereccion, debio pasarle lo que a nosotros, y haber interrumpido en lo mejor de la noche. No me hizo falta preguntarme el porqué, el calor en aquel armario era cada vez más pesado, y algunas de sudor empezaban a corretear por mi nuca. Pasé mi mano por ella, limpiándome el sudor. Aproveché para ponerme los slips. Me fue un poco difícil entre toda aquella estrechez.

Cuando alcé la vista de nuevo, Susana tampoco llevaba la camiseta que se puso rápidamente cuando entramos en el armario. Con aquellos cuerpos desnudos tan cerca, el calor empezó a subirme desde la cintura hasta la nuca. Y mis slips fueron aumentando su volumen lentamente. Empezábamos a mirarnos, preguntándonos con los ojos que podíamos hacer, Cristina no seguía el juego, al contrario que su amiga y que yo; no parecía divertida lo más mínimo, más bien parecía que iba a abrir la puerta y salir hecha una furia.

Quizás si yo no estuviera ahí lo habría hecho: quizás si no estuviera completamente desnuda, con un chico semidesnudo en el armario, y con su mejor amiga en las mismas condiciones. El morbo de la situación poco a poco se empezó a apoderar de mí, y la erección fue inminente. Me afanaba en que no se notara demasiado, pero pronto se dieron cuenta, ya que mi pene se salia del slip, sin darle demasiado importancia, aunque con un pequeño brillo de malicia en sus ojos.