Amor de azúcar - Capítulo 4

Amor de azúcar - Capítulo 4...

«¿Podemos hablar?»

El sábado por la mañana Inés no había parado de enviarle mensajes.

«Lucía, por favor, responde. Sino, tendré que hablar con tu mamá»

Lucía suspiró y pensó que ya no valía la pena estar enojada con ella y como todo había salido bien en su visita al Gato Negro, decidió llamarla.

Eres una idiota ¿sabes cuánto he llorado por ti? —Inés había elegido la violencia esa mañana.

—Jeje —rió— ¿puedes venir?

Ya estoy afuera .

El timbre de la casa sonó y Lucía carcajeó en seguida.

—Eres una psicópata ¿lo sabías?

Se puso de pie y salió a abrir la puerta.

Inés estaba de pie del otro lado, sosteniendo el teléfono en su oreja.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí parada?

Cortó la llamada y abrazó a su amiga para que entrara.

—Ha sido solo una coincidencia —dijo apenada.

Ambas entraron a la habitación, entre risas y empujones. Y al cerrar la puerta, Inés tomó a su amiga de ambos brazos y la miró fijamente.

—En serio lamento mucho lo que pasó en el café. Yo jamás asumiría cosas de ti.

—Está bien, estamos bien —dijo Lucía con una sonrisa.

Hubo un minuto de silencio y Lucía añadió:

—He ido al cabaré.

Inés se movió incómoda.

—Ha salido bien, de hecho. Mientras hablaba con la madame del lugar, apareció Valérie Géroux.

La mandíbula de su amiga se desencajó.

—No te creo.

—Y no solo eso, me ha pedido que trabaje para ella.

—NO TE CREO.

Inés la abrazó con emoción.

—Géroux es la empresa más influyente de este país.

—¡LO SÉ!

—¿Y cuándo es la entrevista?

—Hoy por la tarde —dijo mientras miraba la hora en su teléfono—. Dios, estoy demasiado nerviosa.

—Lo harás bien y cuando salgas iremos a celebrar con Anthony y tu posible futuro esposo.

Lucía rió y puso los ojos en blanco. También decidió no mencionar que había olvidado por completo su cita doble.

Las relaciones amorosas eran algo que a Lucía no le quitaba el sueño. De hecho, muy poco pensaba en el asunto y cuando lo hacía era porque Inés se lo recordaba. Sus intereses eran dibujar, aprender a usar programas de dibujo y animación, la universidad, ayudar a su mamá a enseñar y, cuando su papá estaba vivo, le gustaba ir a la constructora a fingir que sabía de qué trataba su trabajo. Había algo en el ambiente que le daba alegría, ver cómo se construían casas usando materiales que ella veía a diario y que eran tan comunes. La transformación le apasionaba. Igual con sus pinturas, la forma en cómo podía crear paisajes y rostros de la nada, era fascinante ante sus ojos.

Pensar en el amor se le hacía un campo desconocido. Lo que sabía del tema era lo que había visto en sus papás. La forma en cómo se miraban, cómo se entendían el uno al otro, incluso sin decir una sola palabra, las tardes de paseos tomados de las manos mientras ella brincaba en cada charco que encontraba. Para ella, el amor era compañía, era respeto y tolerancia. A veces pensaba que Inés no sabía mucho del amor, sabía que ella y Anthony se querían muchísimo, pero a veces notaba sensaciones desagradables cuando se encontraba en medio de sus peleas. Sensaciones que, a su parecer, eran solo de personas egoístas.

Volviendo sus pensamientos al asunto de la cita doble, sabía que no le emocionaba ni un poco. En realidad, los muchachos no le emocionaban ni un poco. Quizás por eso evitaba pensar en el amor y en encontrar pareja. No sabía cómo se sentía al respecto, había intentado reprimir la atracción por temor a encontrar la respuesta que buscaba. Y ese mismo día lo iba a descubrir, quisiera o no.

Inés había sacado varios outfits del clóset de Lucía y los había dispuesto ordenadamente sobre la cama.

—Muy bien, te presento el outfit n°1 , falda ajustada, top ajustado y un blazer que dice “soy una asistente sexy”.

Lucía hizo una mueca de desagrado.

—De acuerdo, seguimos, no hay problema. Tenemos el outfit n°2 , pantalón de cuero que realza ese increíble trasero tuyo, blusa elegante de tela muy suave que invita a mirar pero no tocar .

Lucía la miró con incredulidad.

—Inés, quiero hacerte una pregunta —dijo mientras juntaba sus manos y cerraba los ojos un momento— ¿Qué piensas que voy a hacer en esa empresa? Digo, porque te preocupaba que saliera a “putear” en un cabaré y me das estas opciones que incitan a cometer pecados sexuales.

—Lo siento, la ropa no incita a nada, solo quiero darle cualidades para que te sientas perrísima y muestres seguridad.

Lucía rió y negó con la cabeza.

—Me gusta la blusa elegante, pero creo que dejaré pasar el pantalón de cuero ¿sabes el calor que está haciendo afuera?

—Sí, ya lo sé, pero estarás más tiempo en el edificio Géroux y estoy segurísima de que tienen aire acondicionado hasta en los baños.

Luego de varios minutos de histérica discusión sobre la ropa que Lucía debía usar, el maquillaje que debía llevar, incluso el perfume que debía ponerse, la chica se miró al espejo y soltó un sincero “wow” al darse cuenta de que realmente se veía bien.

—El cabello suelto te hace ver mil veces más preciosa de lo que eres. Si conquistas a alguien hoy allá, que estoy completamente segura de que será así, házmelo saber y cancelo al amigo de Anthony —dijo entre risas.

—Deséame suerte —dijo tomando las manos de su amiga.

—El trabajo es tuyo, nena. Solo asegúrate de entender bien de qué trata y que el pago sea atractivo.

—Claro, claro —dijo acomodándose las mangas de su blusa.

El taxi que había llamado ya estaba en la puerta y Lucía se apresuró a tomar su cartera, su teléfono y darse una última mirada en el espejo de la entrada. Se subió al taxi y exhaló el aire contenido.

—Al edificio Géroux, por favor.


Gracias a las personas que están apoyando la historia y me escriben. Un abrazo.