Amor de azúcar - Capítulo 2

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El funeral había sido un desastre. Diez personas habían tenido que cargar el ataúd de Jeffrey y, no conforme con eso, se descubrió que el difunto no tenía ni una ni dos, sino tres amantes. La parcela del cementerio donde estaban todos se había convertido en una batalla campal y, tanto Lucía como Inés, no habían podido evitar las carcajadas.

—¿Qué crees que pensaría Jeffrey si se enterara que esta semana me he reído como nunca gracias a él? —preguntó Lucía mientras se secaba las lágrimas del rostro, que de tristeza no eran.

La chica estaba apoyada del muro que dividía las parcelas en el enorme jardín del cementerio.

—Supongo que estaría agradecido, al parecer le gustaba hacer feliz a las mujeres —respondió Inés entre risas— ¿Quieres ir a tomarte un café? —preguntó mirando a su amiga y acomodándole un mechón rubio detrás de su oreja.

—Vamos, quiero contarte algo —respondió animada.

Anthony volvió a acercarse a ellas. El delgaducho muchacho se veía más imponente debido al saco que vestía. Traía el cabello oscuro desordenado por el viento y caminaba entristecido.

—¿Ya se van? —preguntó.

Lucía asintió y esperó que su amiga se despidiera de él. Al cabo de unos minutos se encaminaron hacia una cafetería de estilo vintage que habían visto antes.

—Anthony cree que no te cae bien —dijo pasado unos minutos.

—Es tu culpa —respondió Lucía mientras aguantaba la puerta de vidrio para que su amiga pasara.

Inés la miró con sorpresa.

—Nunca hacemos nada juntos, siempre salimos tú y yo, o él y tú —elevó los hombros y la miró—, no he tenido tiempo de hablar con él.

—Deberíamos hacer algo juntos, sería genial si pudieras llevar a alguien también —dijo y Lucía la miró con seriedad.

—No voy a aceptar ninguna cita a ciegas —dijo adelantándose a lo que ya sabía que su amiga había hecho.

—Vaaaamos —enfatizó—, es un chico muy guapo, es amigo de Anthony, practica esgrima, de buena familia.

Lucía rió.

—No, no, no —negó entre risas—, tengo demasiadas cosas por las que preocuparme ahora, no tengo tiempo para salir con nadie.

Pidieron dos cafés a la chica que las había atendido y a la cual Lucía miró con interés.

—Pues esa es razón suficiente para que salgas con alguien, necesitas relajarte —insistió Inés—, a no ser que te gusten de otro tipo —dijo insinuando un ligero toque de homosexualidad en su amiga.

Lucía la miró con fastidio y suspiró.

—Está bien —dijo y su amiga la miró con emoción.

—Le escribiré a Anthony para que reserve el sábado.

Lucía, abatida, movía el café con una cucharilla.

—Listo —dijo alegre guardando su teléfono— ¿Qué es lo que quieres contarme?

Lucía no habló, solo sacó el panfleto de su bolsillo y se lo mostró. Inés lo miró con atención.

—Es un cabaré —dijo mirándola— ¿Quieres trabajar en un cabaré?

—No es el mejor lugar, pero pagan buen dinero.

—¿Sabes qué son los cabarés de esta ciudad realmente? —dijo mirándola con seriedad.

—Solo iré a ver qué es lo que buscan —aclaró tomando el panfleto de vuelta—, si hay algo que no me guste, no lo acepto y listo.

—Está bien —dijo iracunda—, no quiero que te veas en la necesidad absurda de conseguir dinero de cualquier forma .

Lucía la miró sorprendida.

—Nunca haría algo así —dijo con cierto enojo en su voz.

El ambiente se tensó y Lucía se tomó su café en dos sorbos.

—Hay quienes no tienen la vida tan sencilla, Inés —dijo levantándose de su silla—. Y no puedo creer que asumas que puedo, si quiera, pensar en prostituirme para conseguir dinero.

Inés la miró sorprendida pero antes de poder emitir cualquier palabra, Lucía salió del lugar y se perdió de vista.

Quizás había exagerado, quizás no. Pero estaba realmente furiosa. Se detuvo en una calle vacía mientras secaba las lágrimas de su rostro, respiró hondo y llamó a un taxi.

Había decidido en ese instante ir a la entrevista en el cabaré, porque los había contactado el día anterior. Necesitaba, de una vez por todas, agotar las oportunidades, necesitaba un empleo.

El taxi olía a tabaco y menta, una extraña pero entendible combinación. No era desagradable, le apaciguaba el enojo que tenía por culpa de su amiga. La pantalla de su teléfono se iluminaba cada cinco minutos, era ella. Empezó a sentirse mal, pero por tercera vez, desvió la llamada entrante. Hablaría con ella luego.

Justo antes de llegar al sitio, vio de reojo el antiguo edificio De Santis. Apretó los puños sobre sus piernas para evitar mirar. La entrada estaba ocupada por varios vehículos de color oscuro. Estaban vendiéndolo.

Exhaló el aire contenido cuando el taxi se detuvo frente al dichoso cabaré. Era muy elegante e imponente. Pasado unos segundos se dio cuenta de que nunca había estado en ese lugar de la ciudad. El estilo burlesque de los locales contrastaba con los de cualquier otra zona; las luces, los colores, incluso las personas, sobre todo las mujeres. Era como entrar a una época distinta.

Lucía cruzó la entrada del local y rezó para que ese día no muriera nadie.

Un aroma dulce le golpeó el rostro. El cabaré era deslumbrante. Lo primero que notó fue el techo, estaba forrado en terciopelo negro, adornado por docenas de guirnaldas de luces blancas y amarillas. Las paredes hacían el contraste, estaban forradas de terciopelo vinotinto y cada dos metros se alzaban hermosas farolas de pared.

En ambos extremos del local estaban ubicadas mesas rectangulares de color beige con muebles tapizados en cuero color granate. Más adelante, se encontraba lo que asumió que era la zona VIP. Un mueble enorme en forma de herradura con una amplia vista hacia el escenario que se encontraba al fondo, a escasos metros.

Sobre el escenario estaban varias personas, yendo de un lado a otro con micrófonos, cables y luces enormes. Caminó hasta el escenario buscando con la mirada a alguien que la pudiera ayudar.

—¡Hey! —un chico se acercó a ella sonriéndole— Tú debes ser la chica que llamó ayer.

—Hola, sí, soy yo —respondió enérgica.

Agradeció en silencio que el muchacho se viera tan bien de salud, al menos era poco probable que cayera al suelo por un infarto.

Lo siguió hasta una puerta de madera oscura que se escondía detrás del escenario, al lado de lo que parecía ser la entrada a la cocina.

—Espera ahí adentro, Madame Sofía vendrá ahora —el chico se dio la vuelta, le abrió la puerta y esperó a que entrara al salón.

El salón era otro espacio increíble. Tenía los mismos colores del cabaré. Terciopelos negros y rojizos, alfombras, sillones de cuero. El espacio se dividía en dos áreas, del lado izquierdo estaba una pequeña sala con varios sillones y una mesita en el centro y justo al frente estaba un escritorio antiguo. En él descansaban varias cajetillas de tabaco, copas de vino vacías y papeles manchados.

Lucía se sentó en uno de los mullidos sillones y se hundió en él, a la espera de Madame Sofía. Ignoraba la sensación de estar totalmente fuera de lugar, sus pensamientos se centraban solo en una meta: conseguir el empleo.


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Nos vemos!