Amor de 3 Cap. 04: Sorpresas
Muchas gracias por el apoyo...intento aprender de este arte..esperando con cada entrega cosechar mas lectores en esta mi primer aventura. Besos desde argentina
Sorpresas:
Era una calurosa mañana. Los rayos del sol parecían penetrar su musculosa blanca. Su fuerza y calor la hacían sudar. Llevaba una pequeña maleta color gris. Tan sólo había recogido lo indispensable. No planeaba quedarse mucho tiempo.
Hacía unas pocas semanas desde que había recibido aquel inesperado llamado. Eran las tres de la tarde de un lunes. Ese día se había levantado algo tarde. Eran casi las dos de la tarde cuando sonó el teléfono.
- Diga.
- Hola, ¿Bárbara?
- Si. ¿quién habla?
- Hola amiga, tanto tiempo. Soy yo, Lucina. ¿Acaso ya te olvidaste de mí?
- Por supuesto que no, ¿cómo estás? Tanto tiempo…
Pasaron más de media hora hablando por teléfono. Ese día su entrañable amiga la había llamado para hacerle una propuesta de trabajo. Sería temporal, pero le abriría muchas puertas. Al principio le dijo que lo pensaría pero luego de que Nadia dejara su casa esa mañana le mandó un mensaje avisándole que partía para Nueva York.
Camino al aeropuerto no podía dejar de pensar en lo que había sucedido hacía tan sólo unas horas. La noche anterior había sentido por primera vez que la mujer que amaba le había hecho el amor. Pero eso, en lugar de acercarla, la había alejado aún más. No podía entender porque había reaccionado de esa manera. Pero darse cuenta de que quizás Nadia nunca la había amado realmente hasta esa noche le rompió el corazón. La felicidad y la dicha que había sentido al mismo tiempo la habían llenado de dolor. Se sintió usada. Se sintió vacía. Se sintió presa de una fantasía que ella misma había creado. Y no podía… no podía seguir después de eso. Necesitaba un tiempo. Necesitaba pensar bien las cosas. Necesitaba que Nadia le demuestre que realmente la amaba y para eso, sabía, era necesario que piense que la había perdido. Porque, la verdad era que nunca la había perdido… simplemente la había puesto a prueba. Sí, era la prueba final, necesitaba sentir que ella sería capaz de hacerlo todo por recuperarla.
Eran casi las once cuando llegó al aeropuerto. Estaba muy cansada y el calor era casi insoportable a esa hora del día. Al entrar al hall sintió un gran alivio. El aire acondicionado refrescó su cuerpo. se tomó unos segundos y se dirigió a abordar. No había mucha gente ese día. Mientras caminaba observaba todo a su alrededor. Las personas parecían detenidas en el tiempo. Siempre le llamó la atención lo colorido de la ciudad. Esa fue una de las razones por la que decidió, luego de terminar la universidad, viajar hacia Dubai. Sus paisajes, sus exóticas edificaciones, pero por sobre todo, su gran abanico cultural y la diversidad de rostros y colores la llevaron a ella. Como fotógrafa sabía que ciudades como esa presentaban una gran variedad de imágenes para ser capturadas por el lente de su cámara. Ese día la llevaba. Tenía grandes deseos de tomar fotos. Los rostros y las imágenes de los aeropuertos siempre le llamaron la atención. En ellos se podía encontrar un sin fin de emociones; soledad, tristeza por la partida, felicidad, emoción por un reencuentro, ansiedad, desorientación…
Escucha la llamada de su vuelo. Ya era hora de abordar. Sube al avión y una bella azafata la conduce hacia su asiento. Ella llamó su atención. Ya en su lugar la miró hasta despegar el avión. Sus suaves movimientos y la gracia de su caminar, su dulce voz y tierna mirada… todo aquello le provocan hablarle. Pero no podía. No sabía que podría llegar a pensar. No sabía si era como ella. Quizás solo le pediría un tragó o algo para comer, así la podría tener unos segundos a su lado. Pero…, se sorprende a sí misma pensado en aquella mujer. Estaba enamorada de Nadia, la amaba… pero también estaba dolida, esa mujer que durante dos años amó sin medida nunca la había amado hasta la noche anterior.
- Disculpa…
- Si. ¿Qué necesita?
- Podría traerme un café, por favor.
- Por supuesto señora. En un segundo se lo traigo.
Realmente era hermosa. Sentía culpa, pero al mismo tiempo sentía gran curiosidad y deseo por aquella mujer. Hacía tiempo que no se sentía tan atraída por alguien mas que no fuera Nadia. Hacía tiempo que sólo tenía ojos para ella. Pero después de todo ahora estaba sola. No estaba engañando a nadie por desear a otra mujer. Además, no sería tan fácil para Nadia. Tendría que luchar por recuperarla, eso si realmente la amaba… y sabía que, en su corazón, eso era lo que más deseaba, que Nadia luchara por su amor.
El avión aterrizó en Nueva York. Estaba en la ciudad que nunca duerme. En la salida del aeropuerto se encuentra con Lucina. La estaba esperando. Realmente la sorprendió.
Lucina y ella se conocían desde la secundaria. Ambas compartían algo que las había unido en temprana edad, su amor por las mujeres. Sin embargo, se hicieron una promesa para nunca perderse la una a la otra, nunca compartir las sábanas. Sin embargo, siempre le resultó atractiva. Era de media estatura, con unos inusuales ojos verdes. Su rostro moreno con una mezcla árabe y española era de forma casi simétrica excepto por sus remarcados pómulos. Su cuerpo, ahora un tanto regordete, aún mantenía firme sus parte más prominente, sus senos.
- Hola amiga, no esperaba que vinieras a esperarme.. ¿Cómo estás?
- Pero si estás hermosa. Parece que los años no tocaran tu cuerpo. Estaba realmente ansiosa por verte… No puedo creer que estés acá…
- Bueno, vos también estás hermosa y radiante como siempre. Pero te voy a confesar algo, si estoy acá es porque estoy huyendo de lo que dejé atrás.
- Bueno, vamos que el taxi está esperando. En casa hablamos bien, que quiero saber todo… todo.
Se suben al taxi en que Lucina había llegado al aeropuerto. Todo el camino hablaron de pequeñas cosas, su estado de ánimo, el viaje, el clima, la ciudad… Al llegar al departamento de Lucina, Bárbara se detiene a observar la casa de su amiga. Era un pequeño departamento con ladrillos vistos. Tenía una sola ventana frontal, la cual, se podía ver desde afuera, estaba adornada con unas hermosas cortinas rosas. En el frente tenía un camino de flores amarillas. Al verlas Bárbara sonríe. Recuerda el amor que su amiga tenía por las plantas. De seguro ella misma las había plantado.
- ¿No pensas pasar? Mira que no cobro… le dice Lucina interrumpiendo sus pensamientos.
- Claro, disculpa…
Su departamento era pequeño, pero muy acogedor. Sin embargo era claro que su amiga no había cambiado en algo: seguía siendo la misma desordenada de siempre. En cierta forma eso la alivió. Sintió por unos segundos que nada había cambiado desde la secundaria. Sintió que volvió a un pasado donde era feliz y el amor no le producía tanto dolor.
Lucina conduce a su amiga a una pequeña habitación. Era su estudio. En él acomodó un sofá cama. Trató de acomodar todo, pero en realidad sólo acumuló todas las cosas en un rincón de la habitación donde se podía ver a pesar de su gran intento por esconderlo. Al lado del sofá acomodó una pequeña mesita de luz y en ella puso un florero rebosante de lirios. En general el cuarto estaba acomodado, salvo por ese cúmulo de cosas apiladas en el rincón…
Mientras Bárbara acomodaba sus cosas en el estudio, Lucina preparaba café. Una vez terminada la tarea, Bárbara acompaña a su amiga en el comedor. Mientras compartían un café hablaron de todo lo que pasaron durante esos años sin verse. Lucina le contó acerca de su última pareja, quién la había dejado por una mesera de un club al que regularmente iban; le contó también de su trabajo y de lo feliz que la hacía, después de tanto esfuerzo, poder decir que tenía su propia casa. Por su parte, Bárbara le relata acerca de su vida en Dubai, de los exóticos lugares que conoció en él; y finalmente le habla de Nadia.
- La verdad amiga no te entiendo, si la amas… y decís que esa noche pudiste sentir su amor, ¿por qué la dejaste?...
- Sé que parece una locura. Por fin sentí el amor que tanto esperaba de ella y me alejo... Pero es que…
- ¿Qué? Te moriste de miedo, ¿no?
- ¿Miedo? ¡Qué decís!
- Miedo, eso digo. Mira, hace mucho tiempo que nos conocemos… es la primera vez que te escucho hablar así de una persona. Puedo darme cuenta de que la amas, pero también puedo decirte que te morís de miedo porque te diste cuenta de que ella también te ama y de que podes alcanzar la felicidad… es normal ¿sabés? Muchas personas se paralizan frente a la idea lograr un estado de felicidad plena. No saben que hacer.
- ¿De qué hablas?... no tengo miedo a ser feliz, que más quisiera en esta vida que eso…
- ¿Estás segura? Me vas a decir que no se te cruzó por la cabeza la idea de perderlo todo… Es decir, logras lo que durante dos años estabas esperando y ahora que lo tenés te aterra la idea de que algún día lo puedas perder. Y eso te dolería aún más que nunca haberlo disfrutado…
- No… no es así. Si la dejé y me fui fue porque quería que ella me demostrara su amor. Que luchara por mí…
- Esté bien, pero decime ¿cómo pretendés que una persona luche por tu amor si no tiene idea de dónde estás?...
- No sé… tendrá que buscarme, que sé yo… No me des vueltas las cosas. Ya lo pensé todo y ésta es mi decisión. Dejame que haga las cosas a mi manera…
- Está bien, pero prometeme que vas a pensar en lo que te dije. No quiero que sola te arruines la oportunidad de ser feliz. Lo que más quiero es verte sonriendo y llena de felicidad.
- Te lo prometo. Ahora, ¿podemos hablar de otra cosa?
- No, te propongo algo mejor… Vamos a cambiarnos y a salir. Después de todo estás en la ciudad que nunca duerme. Te voy a llevar a un par de lugares que te van a encantar.
Bárbara de poca gana acepta. No se sentía de ánimo para salir. Pero su amiga la había invitado tan animosamente que no se pudo negar. Se puso unos jeans y una remera blanca al cuerpo. Sólo se delineó los ojos y apenas un poco los labios. Pero su amiga hizo todo lo contrarió. Vistió un vestido al cuerpo que apenas le tapaba las nalgas. Planchó su pelo y se maquilló completamente todo el rostro. Estaba demasiado producida para el gusto de Bárbara, le agradaba más su amiga al natural.
Fueron a un bar que estaba a un par de cuadras del departamento de Lucina. Estaba repleto. De casualidad encontraron una pequeña mesa en un rincón con tres sillas. Pidieron un par de tragos y se pusieron a charlar. Estaban riéndose descaradamente cuando una dulce voz le dice:
- Disculpá, ¿está ocupada esta silla?
No puede creer lo que ven sus ojos. Era la azafata. Era esa hermosa mujer que observó durante todo el vuelo. Había pasado horas mirándola y deseándola y ahora… ahora la tenía parada a su lado en un bar gay.