Amor de 3 Cap. 03: La Razón de ser

Ante todo me disculpo por la demora, puesto que entre el trabajao y el estudio realmente me quedan muy pocas horas libres que debo dedicar a tareas y quehaceres. Ésta entrega es un poquito mas extensa como para justificar mi tardanza. Espero les agrade. Besos desde Argentina.

La razón de ser:

-        Hola amor, ¿cómo estas?... Disculpa la demora… ya sabes como soy… siempre sucede algo que me entretiene… - Dice Nadia apenas se abre la puerta.

-        Hola cariño, no te preocupes… después de dos años ya me acostumbré. Pasa. La comida ya está lista… hoy cociné yo… - Sonríe pícaramente Bárbara.

-        Ah, sí… ¿a qué se debe ésto? Nunca cocinas. De hecho odias la cocina amor…

-        Bueno, es que… ¿no recordás que día es hoy, verdad? …  - Bárbara le dice, con desilusión, mientras camina hacia el comedor a terminar de poner la mesa.

-        ¡Uy amor!, disculpa… No es que me olvidé… ya sabes como soy… ¡Feliz  aniversario! …

-        Si bueno, gracias. Ya está. Otro año más en el que sólo yo recuerdo las cosas… - Reprocha con tristeza Bárbara.

Después de lo sucedido el año anterior, Bárbara esperaba que este año fuese distinto. Pensó que al ser el segundo año juntas Nadia lo recordaría. - Después de todo,  ¡qué tan difícil era poner en la agenda de su celular la alarma recordando la fecha! …

Bárbara sabía que la amaba con locura, pero no estaba tan segura de los sentimientos de Nadia. Nunca decía palabras de amor. No recordaba las fechas importantes así como tampoco se interesaba en demostrarle algo… una mínima gota de amor por ella. Muchas veces le dijo que la amaba, pero tan sólo cuando existía la posibilidad de que ella la dejara. Siempre en situaciones límites. Sabía que la quería, pero no estaba segura de que la amara. La verdad no entendía porque Nadia era de esa manera con ella. Le demostraba de mil formas al día que la amaba, que podía confiar en ella… pero parecía que nada era suficiente.

La verdad del porque Nadia se guardaba tanto… el porque nada demostraba, ni dejaba a nadie entrar en su corazón no la conocía, ni llegaría a conocer.

Habían pasado ya más de siete años desde aquello. Su primer amor. Su primera decepción. Su primer gran dolor…

Nadia provenía de una familia rica, y por tanto, desde niña, había asistido a las mejores instituciones. Sus padres no reparaban en gastos pero tampoco reparaban en ella. No eran más que lejanas fotografías que la acompañaban en los solitarios días en los jardines de los internados en los que paso gran parte de su vida como pupila. En silencio sufrió durante años, pero, para ese entonces,  era incapaz de no acatar un dictamen de sus padres. Y esto se debía, por un lado, a la firmen convicción de  que al hacerlo llegaría el día en que se darían cuenta de que ella también era parte de su familia y la llevarían con ellos; y por otro lado estaba la esperanza de que verían todo el esfuerzo que ponía en los estudios y en su comportamiento y sus padres le demostrarían orgullo y amor. Pero ese día nunca llegó.

Anabel, su madre, había sido la esposa perfecta. Se  dedicó a su marido desde el día que se casaron, todo lo hacía por él y para él. No tenía vida fuera de su esposo. Siempre lo acompañaba a donde él fuera. Todos sus deseos ella los complacía. Fue así como a tan sólo tres meses de casados quedó embarazada de su hermano, Lorenzo. Y no pasó más de un año en que la tuvo a ella. Desde el día en que nacieron sus hijos los crió con amor y ternura. Pasaba las mañanas y las tardes con ellos. Por las noches los arropaba y les contaba cuentos antes de dormir. Pero los dos sabían que el amor que ella les tenía no se comparaba al amor que sentía por su esposo. Al cumplir los cuatro años su hermano, Lorenzo, fue enviado a un internado para varones. Y un año más tarde ella fue enviada a otro que era sólo para niñas.

Cuando su padre decidió enviarlos de pupilos, su madre lloró por semanas, pero nada más hizo. Se quedó en las lágrimas y el dolor. Pero al acabar las lágrimas se quedó junto a su esposo y se convenció a sí misma de que era lo mejor. Después de todo, sus hijos recibirían la mejor educación y formación.

Para Nadia los años pararon lentamente y en soledad. Su única compañía era su mejor amiga, Ayelén. La conoció el primer día en el internado, y desde ese día jamás se separaron. Crecieron juntas. De niñas pasaron a jóvenes. Y de jóvenes a adolescentes. Compartían la soledad y el desamor así como también compartían sus días felices. Pero a pesar de ello, Nadia no lograba llenar el vacío que en ella dormía. La necesidad de un abrazo, de un beso de sus padres, la llenaban de tristeza. Nada contra eso podía hacer su amiga.

Tenían 15 años cuando todo comenzó. Nadia poco a poco fue cambiando, y fue, quizás por un capricho de la vida, o quizás porque simplemente tenía que ser así, que una mañana de marzo ella despertó con un terrible dolor en el corazón. Y es que ella guardaba en su interior un secreto, uno que la oprimía…

Esa mañana despertó confusa, se sentía rara. Sabía que algo en su interior había cambiado. Sabía que lo sucedido la noche anterior la había afectado. Y es que, aquella noche había visto a Ayelén besar a su novio. Y no sabía muy bien porque, pero aquello que sus ojos habían vislumbrado le había causado una gran molestia. Se había enojado no sólo con su amiga sino con ella misma. Un maremoto de emociones la inundó en unos segundos.

Tenía la certeza de amar, sentía la dicha de amar, pero sabía que según la sociedad y los valores morales de su familia amaba a quien no debía. Era un amor prohibido pero al mismo tiempo era su felicidad. La amaba… Amaba con locura a ese ser que se convirtió en su amiga…Amaba con locura a esa niña que la conocía en profundidad… A esa mujer que conocía sus sueños y se tomaba el tiempo de escucharla… A esa niña que sólo procuraba su bienestar.

Sin embargo, en su corazón, Nadia sabía que Ayelen no la correspondería, estaba segura de que sólo la veía como a una amiga, ¿pero qué más podía hacer? Ella sabía que los  sentimientos no se podían cambiar; ya que por más que luchaba ferozmente por evitarlo no podía obligarse a amar a alguien más; simplemente no podía elegir a quien amar.

Pasó dos años amándola en silencio, en soledad. Pero un día Nadia sintió que ese largo silencio debía terminar. Ya estaban por terminar su estancia en el internado y sabía que de no hablar perdería la única oportunidad de sincerarse con ella.

Fue una tarde gris. Estaban tomando un poco de aire en uno de los descansos. Era habitual que compartan sus horas libres, pero ese día todo era distinto. Nunca fue un problema hablar con ella, decirle lo que sentía y pasaba en su corazón. Pero ese día lo era. Y es que, siempre es delicado para cualquier persona, expresar sus sentimientos, su amor… Y para ella lo era aún mas, porque tenía el temor a que después de hablar todo terminara mal, a que todo se quebrara.

Estaba tensa, se sentía incómoda, era muy difícil expresarle a su amiga cuanto le gustaba… Sin embargo, ese sentimiento lejos de alarmarla, de atemorizarla le daba paz, le aportaba luz, le imprimía identidad. Lo que realmente la horrorizaba era perderla, porque lo que sentía por esa mujer no era una simple atracción, lo que sentía por ella era definitivamente amor; y lo que surgía cuando la abrazaba, con el contacto de su cuerpo era pasión. Ella la amaba, a pesar de todo y de todos. Sabía que no amaba sólo a una mujer sino que amaba a una persona.

Luego de unos minutos de pensar y reflexionar se armó de valor y confesó lo que por ella sentía. Ayelen se escandalizó, no podía aceptar, no podía comprender sus sentimientos. Simplemente se levantó de su lado y sin emitir sonido se alejo. Camino sin voltear su rostro un segundo dejándola atrás, en el olvido.

Desde aquel día, olvidándose de que se trataba de su amiga, pasó el tiempo restante ignorándola. Parecían dos desconocidas en medio de una gran ciudad. Como si nunca se hubieran conocido. Como si el pasado hubiera sido tan sólo un sueño. Huía de ella… Parecía como si el amor que Nadia le tenía pudiera impregnarse en ella. Y eso no podía ser. No era capaz de enfrentar el que dirían.

La felicidad que le producía su presencia, la alegría que la desbordaba con tan solo verla, se transformaron en una gran tristeza y frustración. Saberla unida a su hermano la llenaba de decepción. Y es que, unas semanas después de confesarle su amor, Ayelén, se acercó a Lorenzo, su hermano. La gran traición. La daga de la venganza. Se aseguró de lastimarla. Con el paso de los días el amor entre ellos crecía. Ayelén conocía muy bien a su amiga. Sabía que contra su hermano ella nada haría. Pero, acaso ¿era necesaria tanta crueldad?…

Fue tan grande su dolor, su vergüenza que sintió que enloquecería… Pero… ¿puede enloquecer una mujer por amor? Estaba devastada, porque el amor que por ella sentía, no medía consecuencias, no tenía en cuenta su género, su amor por ella no tenía fronteras…era un amor generoso que sólo sabía de entrega…no entendía de reservas.

Pero, ella, Ayelén,  al casarse con su hermano, la mutiló, la denigró, logró que despertaran sentimientos que jamás imaginó, se sentía despreciada, devaluada, atormentada. Por ella lloró, por ella gritó…porque ella...sólo ella, le desgarró el alma.

Y así fue, su primer amor la llevó a cambiar su manera de ser, de sentir. No permitiría que asesinaran nuevamente sus sentimientos, aquellos sentimientos que alguna vez pensó, era los mas  hermosos del alma,  esos sentimientos que Ayelen arranco de su corazón de un sólo tajo  dejándoselo fragmentado en mil pedazos.  Y, sabiendo que jamás su familia aceptaría su condición y con la intención de alejarse de quien ahora era su cuñada, fue que decidió marcharse, alejarse de todo, dejar atrás la seguridad económica de su apellido y comenzar una nueva vida. Esa nueva vida se la forjaría sin sentimientos, sin involucrarse seriamente, cerrando definitivamente la puerta de la felicidad.

El amor llega a aquel que espera, a aquel que aún cree…a quien todavía necesite amar, el amor llega a quienes tienen la fe y el valor de construir…ella ya no era feliz…ya no volvería a sentir…sacrificar cualquier tipo de sentimiento era en definitiva lo que la mantendría viva…