Amor Comprado: Un doloroso pasado

Diego prefiere olvidarlo todo... pues recordar sólo lo acerca más al odio

AMOR COMPRADO

CAPÍTULO II “Recuerdos Dolorosos”

AGOSTO 2000.

Mientras estábamos bailando, Julio me sorprendió con un beso en los labios; al principio no supe reaccionar y me quedé inmóvil, pero después me dejé llevar por ese beso mientras rodeaba su cuerpo con mis brazos.

Julio y yo nos separamos y nos volvimos a sentar, me sentía demasiado incómodo; unos minutos después, les notifiqué que quería irme ya y me empecé a despedir, pero Julio me pidió que me quedara un rato más, y si accedía, él mismo me regresaría a mi casa «Esto no puede ir mucho mejor» pensé.

Minutos más tarde, Tamara se acercó y me dijo que necesitaba hablar conmigo en privado; así que me levanté y la acompañé afuera del lugar; mientras salíamos, se veía molesta, aunque no sabía exactamente porqué ni tampoco qué iba a decirme.

  • ¿Qué pretendes? – me preguntó mientras cruzaba sus brazos.

  • ¿Cómo dices? – le pregunté mientras me recargaba en la pared.

  • No finjas – me respondió – sé perfectamente que estás detrás de Julio – dijo mientras me observaba con enfado – es evidente tu interés por él.

  • Eso no es cierto – empecé a decir – yo jamás le diría algo así; además, Julio…

  • Julio jamás será para ti – dijo – si no es mío, tampoco será tuyo.

  • Yo no he… - dije.

  • ¡Es obvio que te mueres por él! – gritó mientras movía sus brazos con rapidez – he visto cómo le miras, cómo cambias totalmente cuando estás junto a él.

  • Eso no es verdad – empecé a decir.

  • No mientas – dijo – te he visto y tu actitud no me hace pensar algo más que eso.

La miré fijamente a los ojos, a través de los cuales pude darme cuenta de que ella sentía odio, rabia, desesperación y miedo… ¿miedo? ¿A qué le tiene miedo? Pensé ¿Acaso ellos son pareja? Suspiré y volteé a ver la puerta, quería irme de ahí lo antes posible me sentía incómodo; sin embargo, no pude hacerlo, ya que Tamara seguía ahí. Antes de irse, me hizo una última advertencia: “No importa cuánto hagas o digas, ni con quién estés, solo te diré que si no te alejas de Julio, te haré la vida tan difícil que terminarás arrastrándote ante mí para suplicarme que te deje en paz”

Me dirigí al sanitario; al llegar, observé mi rostro en el espejo mientras empezaba a llorar «¿Por qué él?» pensé «Habiendo tantos chicos tenía que enamorarme precisamente de un chico hetero» Minutos después, me limpié el rostro y me lo enjuagué con agua; tomé papel de baño y me sequé para después acomodarme la ropa y salir lo más normal posible de ahí. Al llegar a la mesa, no vi a Julio, ni tampoco a Tamara; me quedé parado unos instantes pensando en lo que había pasado hasta que Luis me habló y me indicó que me sentara al mismo tiempo que se movía al asiento de al lado.

  • ¿Cómo te la estás pasando? – me preguntó amablemente - ¿Estás bien?

  • Si – respondí – pero no tengo con quién bailar – suspiré.

  • No hay problema – dijo Tania – yo puedo bailar contigo, digo, si tú quieres.


Tania y Ernesto se levantaron para ir a la pista de baile, dejándonos a Carmen, a Diego y a mí solos, así que le hice señas al barman para que se acercara a la mesa y cuando llegó le pedí un vodka.

  • Pobre Ernesto – dijo Carmen, mientras buscaba un cepillo en su bolsillo – se nota que se enamoró de Julio.

  • Sí – dijo Diego – y el chico no me cae mal – suspiró – lástima que ande tras Julio.

  • ¿Es mi imaginación o es verdad que te interesa Ernesto? – le pregunté a Diego.

  • ¿A quién? – preguntó - ¿A mí?

  • ¿Tú qué piensas, Luis? – me preguntó Carmen, mientras me observaba y se peinaba al mismo tiempo - ¿Será posible que aquí, nuestro amigo Diego – empezó a decir mientras lo señalaba con su cepillo – se está enamorando del chico nuevo?

  • Estoy seguro de que sí – respondí y de inmediato volteé a verlo - ¿O me equivoco, Diego?

Diego tosió, suspiró y se acomodó en su asiento, mientras sacaba su móvil del bolsillo de su chamarra de mezclilla, la cual estaba colgada en el respaldo de su silla.

  • Por supuesto que no – respondió – si me interesara, ya le hubiera dicho que me gusta ¿no creen?

  • Diego – empezó a decir Carmen, después de guardar su cepillo – tú no le dirías nada ni a él ni a nadie – dijo mientras trataba de estirar su blusa para desvanecer las ligeras arrugas de la tela – además, necesitas superar lo que pasó con Jerónimo.

  • ¿Me disculpan un momento? – preguntó Diego – voy a atender mi llamada.

Diego se levantó al mismo tiempo que apretaba la tecla “Llamar” de su móvil, dejándonos a los demás en la mesa.


Me alejé del lugar para poder hablar sin el riesgo de decir algo comprometedor, apenas atendí la llamada y el Sr. Eugenio Covarrubias ya empezaba su sermón.

  • ¿Cuánto tiempo más voy a esperarte? – me preguntó – Necesito un chavo más.

  • Ya lo sé – respondí – pero ya sabes que no es tan fácil encontrar uno.

  • Ven de inmediato a mi oficina – ordenó malhumorado – Raúl ya tiene dos más y quiero que les des el visto bueno.

  • Está bien – respondí – voy ahora mismo.

Finalicé la llamada y regresé con los chicos para notificarles que debía acompañar a mi padre a realizar un trabajo adicional en su oficina, ya que de esta forma no podrían sospechar que en realidad no iría a ver a mi padre; salí, abordé un taxi y cinco minutos después ya estaba en mi destino.

Bajé del vehículo después de pagarle al chofer y observé por enésima vez aquel edificio ejecutivo de 12 pisos revestido con grandes ventanales; entré y subí en el elevador; al llegar al piso 10, salí y caminé el largo pasillo hasta llegar al despacho del Sr. Covarrubias, di tres golpes en la puerta y después escuché su voz indicándome que ya podía pasar.

  • Buenas tardes, Sr. Covarrubias – lo saludé – vine lo más pronto posible.

  • Diego – me dijo - ¿qué pasó con los chicos que prometiste conseguir?

  • Señor, lo estoy intentando, pero – empecé a decir – no es tan fácil conseguirlos.

  • Necesito que te apresures – dijo – acompáñame.

El Sr. Covarrubias y yo salimos de su oficina, él es un señor moreno de unos 50 años de edad, con demasiadas canas y arrugas, de ojos grisáceos y nariz afilada, además, está alto a comparación de otros señores de su edad; vestía un traje gris con corbata negra, a pesar de los años, seguía conservando su figura esbelta, algo que me sorprendió mucho cuando lo conocí.

Entramos en el elevador y, minutos después, llegamos al sexto piso, en donde se llevaba a cabo toda la operación. Apenas salí, pude ver el pasillo perfectamente iluminado, decorado con diversas fotografías de antiguos “empleados” del lugar, con diferentes poses e, incluso, de la pared colgaban algunas fotos que habían sido tomadas exclusivamente para la productora porno del Sr. Covarrubias.

El Sr. Covarrubias abrió una puerta metálica de la cual se escapaba una ligera luz blanca y entró; me apresuré a alcanzarlo y, cuando entré, me quedé asombrado de lo que estaba viendo; había varios chicos teniendo relaciones mientras que los camarógrafos realizaban muy bien su labor, enfocando la cámara justo al punto vital de cualquier película porno.

  • Como ves – empezó a decir – te agradezco que me hayas traído a estos chicos – dijo mientras frotaba sus manos con alegría – gracias a ti ya casi está filmada la próxima película de la productora.

Me quedé observando la grabación «pobres chicos» pensé «graban sin siquiera estar conscientes de lo que hacen… es una lástima que Julio vaya a terminar así, pero bueno, trabajo es trabajo, y no voy a sacrificar mi excelente comisión por él»

El año pasado llegué aquí, buscando trabajo; necesitaba dinero para continuar mis estudios, gracias a que mis padres habían perdido el empleo y, por lógica, se me había terminado mi vida de lujos y comodidades a la que estaba acostumbrado tener… hasta que el Sr. Covarrubias me encontró y me ofreció trabajar aquí, aunque preferí no hacerlo, ya que su estudio se dedica exclusivamente al porno bareback.

Tiempo atrás se me había ocurrido la loca idea de grabar para el Sr. Covarrubias pero, cuando él me dijo que debía usar drogas y follar a pelo, no acepté; según él «El porno sin condón se vende más que el sexo seguro»

  • ¿En qué piensas, Diego? – me preguntó el Sr. Covarrubias.

  • Señor – dije - ¿Está usted seguro de que lo quiere específicamente a él? – pregunté - ¿Acaso no hay más chavos en la ciudad?

  • Tengo mis motivos para quererlo a él en especial – respondió – y no vuelvas a preguntarme nada, mejor acércate.

  • Está bien – respondí – no le vuelvo a preguntar nada, pero tampoco quiero que me siga presionando ¿quedó claro?

Me acerqué y él me rodeó mi cintura con sus brazos, mientras me empezaba a besar con desesperación; odiaba esto, pero no tenía otra opción… si realmente quería tener dinero para cualquier capricho, debía pagar el precio por eso.

El Sr. Covarrubias me llevó a su oficina, en donde me pidió que me desvistiera, como cada vez que lo veía; mientras lo hacía, el viejo me miraba con lujuria y desesperación, mientras que yo me moría de asco. Acercó mi cuerpo al suyo y me senté encima de él, sintiendo su pene duro a través de su pantalón, palpitando como si quisiera romperlo y entrar en mí.

Me separé de él y le bajé la cremallera del pantalón para poder liberar sus 25 cm de carne dura y gruesa mientras veía cómo él me observaba atentamente con sus ojos grisáceos; me llevé su pene a mi boca y empecé una tremenda felación que lo dejó casi sin aliento, puesto que le daba pequeños besos en el tronco y succionaba la punta, mientras que, con mis manos, acariciaba sus testículos grandes y el perineo.

Finalmente terminamos desnudos sobre el sillón amplio del despacho y él me quiso penetrar sin condón, pero yo hábilmente, le pedí que lo usara, ya que de esa forma, le podría seguir llevando “mercancía” por más tiempo. El Sr. Covarrubias se puso el condón y acarició mi ano con uno de sus dedos para que, a la brevedad, lo cambiara por su falo, el cual palpitaba con rapidez; de repente sentí cómo empezaba a ejercer presión para enterrarme su tremendo falo; una vez dentro, comenzó el vaivén con lentitud, y pronto fue aumentando el ritmo de la penetración.

  • Bésame – me dijo mientras intentaba acercar sus labios a los míos.

  • Por favor, Sr. Covarrubias – le dije – es sólo sexo, aquí no hay besos.

  • Aunque sea uno – dijo – o si no…

  • ¿O si no, qué? – le pregunté desafiante - ¿Acaso usted me va a echar de la productora?

  • Exacto – dijo – y no creo que…

  • Más bien – le interrumpí – yo no creo que a usted le convenga, ya que todo esto puede… llegar a saberlo quien no debe.

Traté de levantarme para cambiar de posición, pero él me sujetó fuerte de la cadera y se empezó a mover más rápido; cada movimiento suyo me transportaba a una magnífica sensación de placer que disfrutaba al máximo; minutos después, él estaba eyaculando con su pene aún dentro de mí.

  • ¡Ah! – exclamó mientras me sujetaba la cadera – como siempre, me dejas exhausto, pero feliz.

  • ¡Ja! – expresé irónico – ojalá y yo fuera feliz con esto – dije – pero un corazón envenenado como el mío no puede ser feliz de nuevo.

  • Normalmente no me meto en la vida de mis muchachos pero, tú eres diferente… - suspiró - ¿Qué te pasó?

Lo miré fijamente a los ojos y me acerqué a la ventana del despacho, procurando abrir ligeramente la cortina, así nadie vería nada raro. La ventana estaba entre abierta y, a través del cristal, pude ver el cielo limpio y colorido, acompañado de hermosas nubes blancas que se movían lentamente en dirección del viento que soplaba fresco en el ambiente y, finalmente, empecé a hablar.

Fue hace dos años, cuando aún mi corazón no estaba envenenado; tenía 13 años. Recuerdo que inicié clases temprano en mi escuela y, al salir, se acercó un muchacho, le calculaba unos 17 o 18 años; se llamaba Gregorio, él era un chico alto, delgado, moreno, de ojos cafés, pestañas largas y enchinadas, nariz afilada, labios delgados y rosados, y de orejas pequeñas y rojizas.

Cuando pasé por la calle, él me observó detenidamente y dudó unos instantes en acercarse a mí pero, finalmente se decidió a hacerlo. Me sentía nervioso y, hasta cierto punto, indefenso; giré mi cuerpo y empecé a correr con desesperación lo más rápido que podía, debido a que mi mochila me estorbaba en esos momentos.

Iba corriendo tan rápido que no me di cuenta de que, en el piso, frente a un parque, había una raíz de un árbol, estaba afuera y había roto el concreto. Cerré mis ojos pensando que en instantes estaría en el suelo… pero no fue así.

Sentí que unos brazos me sujetaron de los brazos y de la cintura; cuando me di cuenta de ello, traté de levantarme, pero no pude, y giré mi cabeza para ver a la persona que había evitado mi caída, encontrándome con él.

  • ¿Por qué corrías tan deprisa? – me preguntó.

  • Disculpa, yo… - empecé a decir – creí que me perseguían y… me asusté.

Él me observó y me sonrió. El chico me ayudó a ponerme en pie y me saludó «Me llamo Gregorio» dijo, mientras yo me acomodaba la ropa; me sentía avergonzado por lo que pasó pero él, en cambio, se mostraba tranquilo y amable. Me disponía a ir al colegio pero Gregorio no me dejó ir solo, e insistió tanto en acompañarme que terminé aceptando su ofrecimiento; cuando llegamos a mi escuela, él me dijo «Me gustaría verte otra vez» yo me sonrojé y le dije que salía en 6 horas de la escuela.

El tiempo que pasé en la escuela fue muy lento, por primera vez me la pasé pensando en alguien, y ese alguien no era nadie más que aquel chico que conocí por la mañana. Cuando terminaron las clases, me sentí aliviado y me dispuse a guardar mis cosas en mi mochila para salir a prisa rumbo a mi casa. Iba caminando por la avenida cuando sentí que unos brazos me sujetaban, lo que provocó que, por instinto, volteara a ver a la persona que me estaba sujetando; me sorprendí de verlo ahí, observándome con sus ojos cafés llenos de un brillo especial que me hacían estremecer.

  • Mi deseo se cumplió – me dijo – volvimos a vernos.

  • ¿Qué buscas? – le pregunté – Apenas te conozco y…

  • Lo sé – dijo – y te pido una disculpa, es solo que me gustas… me “gusta” tu compañía.

Me quedé observando su rostro, el cual me envolvió en un extraño mundo en el que no existía nadie más que nosotros dos. Él me abrazó y me dijo «¿Quieres ser mi novio?» Me quedé mudo ante su pregunta, y no sabía qué pensar, apenas me conocía y quería que yo fuera su novio… me asusté y traté de correr pero, una vez más, él me lo impidió.

  • ¡Ey! – exclamó – Espera, no tengas miedo – dijo mientras él trataba de abrazarme.

  • Discúlpeme – le dije mientras trataba de evitar el abrazo – yo no lo conozco…

  • Pero yo sí – respondió mientras me apretaba fuertemente contra él – te he observado desde hace un año y no pude evitar enamorarme de ti.

Logré separarme de él y traté de escapar, pero me extrañó que él no tratara de alcanzarme, así que decidí regresar a donde él estaba y lo observé detenidamente. Él, al darse cuenta de que yo seguía ahí, me sonrió y me pidió que lo acompañara a donde él vivía, pero yo le dije que otro día iría, ya que necesitaba ir a mi casa. El tiempo pasó y todos los días que pasaba de regreso a casa, lo volvía a ver, y me quedaba platicando un rato, hasta que un día, accedí a acompañarlo a su casa, que no era más que un pequeño departamento en el tercer piso de un edificio de la colonia Viveros de la Loma, en la Delegación Tlanepantla.

El chico me atendió muy bien, me ofreció agua y algo de comer e, incluso, me ayudó a resolver la tarea que me habían dejado en la escuela aquel día, para que pudiéramos estar tranquilos. De repente, me pidió otra vez que fuera su novio y yo, tontamente, le dije que sí, y él se acercó para besarme. Con él aprendí muchas cosas que jamás podré olvidar, aprendí a besar, aprendí a convivir en pareja, conocí varias personas ajenas al instituto e, incluso, aprendí a entregarme en cuerpo y alma… algo que, a pesar de que fue lo más maravilloso en su momento, me dejó una herida tan profunda que, hasta hoy, no ha podido cicatrizar.

La primera vez que tuve sexo fue con él, pero no fue solo una simple sesión de sexo, sino que fue algo más, con él hice el amor, nos amábamos con intensidad; me gustaba disfrutar de cada caricia que él me daba, y de los besos que nos dábamos… si pudiera corregir mi error, aún podría estar con él.

  • ¿De qué error hablas? – me preguntó el Sr. Covarrubias.

  • Del error que me hizo lo que soy ahora – respondí.

Hace nueve meses, conocí a un chavo, un año mayor que yo; él insistió en que saliera con él, pero yo me negaba, evidentemente no dejaría a Gregorio por él, ya que, para mí, Gregorio era mi vida, lo era todo, y siempre tenía algún detalle conmigo. Entre Gregorio y yo no había secretos, y le dije que me estaba molestando un chavo en la escuela, así que él me pidió que le mostrara al chavo y, cuando lo hice, Gregorio se acercó a él y ambos empezaron a discutir acaloradamente, hasta que el chavo se metió en la escuela y yo hice lo mismo.

El día trascurrió sin problemas; cuando salí de la escuela, me fui a casa, sin darme cuenta de que el chavo me estaba siguiendo; cuando llegué a casa, me sorprendió ver a Gregorio platicando con mi madre; así que me acerqué y saludé.

  • Hola mamá – dije – Hola Gregorio.

  • Hola hijo – dijo mi madre – Saluda a Gregorio, él es hijo de una amiga.

  • Hola Gregorio – lo saludé fingiendo no conocerlo – ¿Cómo está?

  • Hola Diego – me saludó – le comentaba a tu madre que estoy organizando un evento para adolescentes y me dijo que te invitara.

  • Hijo – dijo mi madre – es un club de lectura que Gregorio organizó y me gustaría que fueras.

  • Claro, madre – respondí – ahí estaré. ¿Cuándo empiezan?

  • En quince minutos – me respondió – sólo será hoy, es un día a la semana.

  • Está bien – respondí desganado – iré ahora mismo.

Me despedí de mi madre y Gregorio y yo comenzamos a caminar, mientras me explicaba en qué consistía el club; llegamos al lugar, estuvimos leyendo una hora y, al salir, íbamos caminando por la calle y se acercaron unos chavos armados, nos asaltaron y nos dejaron sin dinero.

Estaba asustado por lo que había pasado, pero Gregorio me dijo que no había motivo para preocuparme, ya que sólo nos habían quitado cosas materiales, pero ambos estábamos bien, que era lo importante; fuimos al departamento y me dijo que tomara una ducha mientras él me lavaba mi ropa. Cuando salí de la ducha, él estaba en su habitación y yo me fui hacia allí, obviamente desnudo, dado que él no me había dado algo para ponerme. Cuando él me vio, sonrió y me besó, mientras me abrazaba y poco a poco se iba recostando sobre la cama, hasta que quedé encima de él; me observó fijamente y me dijo «Lo haremos, sólo si tú quieres, no quiero presionarte»

Fue un momento mágico, me quité la toalla y lo seguí besando, mientras él se desvestía con rapidez; una vez desnudo, me subí acosté sobre él, juntando nuestro pecho, mientras lo besaba, hasta que él me pidió que lo penetrara; así que, lentamente me fui moviendo, recorriendo su cuerpo con mis labios, besándolo delicadamente, hasta que llegué a su pene, el cual lamí, besé, succioné, masturbé y, finalmente, tragué todo su semen o, querré decir, intenté, ya que jamás había hecho algo así.

Gregorio levantó las piernas y me pidió que le practicara el beso negro, y yo, con mi torpeza de la primera vez, traté de hacerlo lo mejor que podía, haciendo que él se retorciera de placer; lentamente fui introduciendo mis dedos en su ano, hasta que pude tener tres adentro; Gregorio no soportó más y me pidió ansiosamente que lo penetrara; me dio un condón y me lo coloqué en mi pene de 14 cm; posteriormente, fui ejerciendo presión hasta que entró todo mi pene en él.

Mis movimientos fueron lentos y torpes, pero procuraba hacer que él se sintiera cómodo y a gusto con los besos que le daba; estábamos sudando y nuestros cuerpos se estaban fundiendo en un solo ser. Al final, eyaculé bastante semen en el condón, retiré mi pene y me quité el condón, le hice un nudo y me dirigí al cuarto de baño para tirarlo en el cesto de basura.

En Febrero, él empezó a evitarme hasta que, un día, después de que no había sabido nada de él, decidí ir a su departamento, para su mala suerte yo tenía una copia de la llave de la puerta, lo que me facilitó la entrada sin tener que avisar y… lo encontré en la recámara con mi primo Jorge, a quien conoció dos semanas antes en una fiesta a la Gregorio y yo fuimos.

Mi primo me enfrentó y me dijo que yo no tenía nada que hacer ahí, ya que él se había “ganado” a Gregorio, él y yo discutimos acaloradamente hasta que él corrió a la cocina y tomó un cuchillo para amenazarnos a Gregorio y a mí, haciendo que nos pusiéramos muy nerviosos. Gregorio trató de conversar con él, pero Jorge no quería escuchar.

Las cosas empeoraron, parecía que Jorge jamás iba a soltar el cuchillo y estaba llorando, hecho que me preocupaba bastante; hasta que no pudo más y cayó al suelo. Gregorio se acercó y lo abrazo para calmarlo, hasta que, aparentemente, ya estaba mejor. Gregorio se levantó y me rodeó el cuello con su brazo, mientras caminábamos juntos hacia la puerta, todo iba bien, hasta que Jorge se levantó y tomó el cuchillo, Gregorio volteó y se dio cuenta de que Jorge iba a apuñalarme, se puso enfrente de mí y todo se precipitó.

Gregorio cayó al suelo, Jorge tiró el cuchillo y se quedó inmóvil, mientras que yo me agachaba para sostenerlo. Le dije a Jorge que necesitábamos una ambulancia urgente, y él se acercó al teléfono de la sala para marcar el número. Jorge me notificó que la ambulancia pronto llegaría, mientras tanto, buscó un botiquín de primeros auxilios y buscó lo necesario para detener la hemorragia, él se quedó con Gregorio mientras yo me disponía a lavarme las manos. Cuando terminé, se escuchó el sonido del timbre y me acerqué a la puerta para abrirla.

La policía entró y de inmediato nos esposó, para llevarnos a la delegación, donde mi primo y yo pasamos 72 horas encarcelados, por culpa de los celos de éste. Finalmente, el tiempo ahí se prolongó dos días después, cuando me liberaron, gracias a que Gregorio había declarado que yo no había tenido nada que ver en los hechos; sin embargo, mi primo se quedó ahí y, después, enfrentó un juicio debido a que Gregorio no retiró los cargos contra él.

Cuando salí, me fui al departamento de Gregorio y él me trató muy mal, me dijo que no quería volver a saber nada de mí y que no tratara de buscarlo de nuevo; me quedé solo, ya que mi familia, al enterarse del motivo por el cual terminé en la delegación, me dieron la espalda y me desconocieron, dejándome claro que no podía volver a buscarlos; por lo que tuve que buscar un trabajo y vivir en la calle, hasta que llegué aquí.


Muchas gracias por leer mi relato, espero que les guste. Si tienen alguna duda mi correo es guadalupe00023@gmail.com o pueden contactarme en Facebook dando clic al siguiente link: https://www.facebook.com/guadalupelopezmexico .

Saludos..!!

Les deseo un excelente día..!!

Atte.: Guadalupe.

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