Amor Comprado: Jacko

La historia sigue, ahora con dos nuevos personajes: Jacko y su novio... ¿Quiénes son?

AMOR COMPRADO

CAPÍTULO III “Secretos”

AGOSTO 2000.

Suspiré y lo observé, mientras él se vestía con rapidez; me acerqué a donde estaba mi ropa y también me vestí; al final, me dijo que debía acompañarlo a comer, debido a que no estaba la secretaria con la que se iba a comer habitualmente. Estando en el restaurante, él y yo empezamos a hablar de los chicos y me volvió a insistir en que debía hacer que Ernesto trabajara para él realizando escenas, hecho que a mí no me gustaba en absoluto, pero por el momento no se me ocurría nada para evitar que el viejo desistiera.

  • Así que – empezó a hablar – aún no sabes cómo traerme a tu amigo.

  • No – respondí – es complicado ¿Por qué no se busca a alguien más?

  • Yo quiero a tu amigo – respondió – será mi venganza.

  • ¿Venganza? – pregunté sorprendido – No entiendo ¿Acaso hay algo oculto en todo esto?


Me quedé callado ante la pregunta de Diego, sinceramente no tenía planeado decirle nada, pero ya mencioné la venganza, y no puedo ocultar las cosas por mucho tiempo. Me disculpé con él y me levanté de la mesa para entrar al baño, en donde respiré profundamente y me mojé el rostro, me limpié y regresé con él.

Me disculpé una vez más y le dije que debíamos regresar al despacho con rapidez, ya que tenía una cita con un cliente; pagué la cuenta, abordamos mi automóvil y en unos minutos ya estaba estacionando el auto en mi lugar; Diego bajó con rapidez y se dirigió a la entrada principal, en donde lo detuvieron dos de mis chicos porque, al parecer, había pasado algo grave.

Cuando me acerqué, me notificaron que Enrique había tenido una complicación médica, y de inmediato me acerqué a donde se encontraba; al llegar, estaba severamente golpeado y, por si fuera poco, tenía sangrado anal. Tuve que realizar una llamada para que uno de mis contactos sobornara a un médico y pudiera atender a Enrique de inmediato; cuando observé a Diego, él hizo un gesto de desagrado y enfado que no pudo disimular.

En cuanto la ambulancia llegó, me subí, acompañado de Diego; el trayecto fue largo y dentro de la ambulancia se sentía un ambiente de tensión debido a la situación; al llegar al hospital, trasladaron a Enrique a terapia intensiva y nos pidieron que esperáramos. Diego se sentó en una de las sillas disponibles de la sala y se cubrió el rostro con ambas manos; se veía devastado. Me acerqué e intenté tocar su hombro, pero él se apartó.

  • ¡No me toques! – exclamó – Esto no está bien.

  • Tranquilo – empecé a decir – Enrique…

  • ¿Quién más sigue? – me preguntó mientras levantaba el rostro y fijaba su fría mirada en mí - ¿No te bastó con Alan y Mauro?

  • Ellos tuvieron la culpa – respondí – ellos…

  • Ellos sólo hacían su trabajo – dijo Diego – deberías tener más cuidado con tus chicos, no sólo se mueren por infecciones.

Me quedé callado, mientras pensaba en lo que Diego había dicho; y es que, después de todo, él tenía razón: Mauro Hernández trabajaba como sexoservidor en uno de mis bares clandestinos y… bueno, él era muy guapo, moreno, alto, ojos miel, cuerpo perfectamente trabajado… lamentablemente, uno de los clientes exigió algo fuera de lo común y… bueno, murió desangrado en el hospital.

En cuanto a Alan Perales… él quería probar la fama, y hace unos meses lo había contratado una productora de EEUU… se había puesto demasiado alegre cuando le notificaron que se iría con los gringos… lamentablemente, el nuevo medio en el que Alan llegó fue demasiado rudo… los chicos de esa productora lo envidiaron por convertirse en pocos días en el favorito… cinco chicos lo acorralaron en un callejón al salir de la productora, lo golpearon hasta el cansancio, lo acuchillaron y lo dejaron gravemente herido en el hospital, en un par de meses, el chico no resistió más y se nos fue… en verdad, lamento su pérdida, era excelente frente a las cámaras.

SEPTIEMBRE 2000.

Me levanté tarde aquel domingo, puesto que no tenía planes de salir; apenas bajé las escaleras, me encontré a mis padres, hecho que me pareció demasiado inusual. Saludé desganado y me senté en la mesa; de repente, mi madre se acercó con rapidez mientras le mostraba a mi padre una prueba de embarazo.

  • ¿Y bien? – preguntó mi padre - ¿Cuál es el resultado?

  • Positivo – dijo – Estoy embarazada otra vez.

  • ¡Otra vez! – exclamé con pesadez – No deberían haberlo hecho.

  • Alégrate – me dijo mi madre – estoy segura de que tendremos una hija…

  • ¿Y si es otro niño? – pregunté - ¿Harán lo mismo que hicieron con mi hermano?

En cuanto les pregunté eso, ambos se quedaron callados mientras se veían fijamente, intercambiando miradas de complicidad; hasta que mi padre se atrevió a romper el silencio que invadía el comedor, intentando justificar a ambos.

  • Hijo – dijo - tu hermano murió….

  • ¡Eso no es verdad! – empecé a decir mientras golpeaba la mesa con mi puño – ¡ustedes lo vendieron! ¿Qué clase de padres son si han sido capaces de vender a su propio hijo? – exclamé enfurecido.

  • ¡Basta! – gritó mi padre - ¡Tú no tienes derecho a hablarnos así!

Mis padres me observaron y se quedaron callados, sorprendidos ante mi actitud; de repente, mi padre se acercó a mí y me subió a mi habitación, en donde me dijo que me quedaría ahí y sólo podría salir para ir a la escuela. En cuanto me quedé solo, me acosté sobre mi cama y empecé a llorar «Haría cualquier cosa por salir de aquí»


En cuanto desperté, observé mi reloj de pared, y me di cuenta de que ya eran las 8:03 pm; me dirigí a mi ropero y del interior saqué una pequeña caja de cartón, la abrí y extraje el contenido que me ayudaría a salir: la copia de la llave de mi habitación; me apresuré a ingresarla en la cerradura y, apenas la giré, pude abrir la puerta y salir al exterior.

Guardé la llave en la caja y de nuevo la escondí, cerré la puerta y bajé con mucho cuidado las escaleras; apenas llegué a la puerta, tuve que quedarme quieto porque escuché pasos y voces: eran mis padres, que supuse apenas salían de su habitación. Me dirigí apresurado a la biblioteca y me escondí debajo del escritorio de mi padre; apenas escuché el portazo, salí de mi escondite y me apresuré a tomar una chamarra para, posteriormente, salir por la puerta trasera, ubicada en la cocina.

Ubiqué el automóvil de mis padres y me di cuenta de que ya lo estaban abordando; esperé a que se fueran y busqué a Arturo, quien estaba fumando un cigarrillo cerca de la fuente. Me acerqué a él con rapidez y le pedí que me llevara a mi destino. El trayecto fue rápido y cómodo; cuando llegué, ya estaba él esperándome en la entrada del cine. Se veía guapísimo, con su chamarra de piel en color negro, su cabello perfectamente peinado con gel y su pantalón de mezclilla azul marino; en cuanto me vio se acercó y me sonrió mientras me observaba con sus hermosos ojos miel.

  • ¡Hola Ernesto! – dijo mientras extendía su mano - ¿Estás listo?

  • ¡Hola! – respondí – ¡Sí, me muero por entrar!

Saludé a los chicos y Julio me pidió que lo acompañara a comprar los boletos de entrada mientras Tamara y Carmen platicaban y reían con Luis y Diego; minutos más tarde, ya estábamos de regreso con ellos.


Julio le pidió a Diego que lo acompañara al sanitario, así que tuve que quedarme con las cosas porque Tamara y Carmen habían ido al tocador y yo me quedé ahí parado, sin decir nada, hasta que me acerqué a Ernesto para platicar.

  • ¿Estás bien? – le pregunté.

  • Sí – me respondió – gracias.

  • ¿Qué te parece nuestro grupo? – pregunté - ¿Te sientes cómodo?

  • Sí – respondió – está muy bien.

  • Si… si necesitas algo… - empecé a decir – sólo… sólo dime y te ayudaré en lo que pueda – solté por fin, mientras sentía mi cara completamente enrojecida.

  • Gracias – sonrió.

Me quedé ahí, observándolo… me gusta mucho, pero primero necesito conocerlo mejor, quizás con el tiempo pueda decírselo. Sólo espero que Ernesto pueda corresponder a esto que estoy empezando a sentir por él.


Por fin me desperté después de tantas horas de sueño, y es que en verdad necesitaba dormir; esto de estar trabajando en la cocina todos los días es demasiado cansada… y para colmo, ahora mi jefa quiere que me encargue del aseo de los sanitarios… claro, como Karla se fue, alguien debe de hacerse cargo… no entiendo por qué mis padres me dejaron aquí.

  • ¿Cómo va todo, Sonia? – me preguntó Paula, la ama de llaves - ¿Dormiste bien?

  • Sí – respondí – gracias, por fin pude hacerlo.

  • Me alegro mucho por ti – respondió – eres como una hija para mí.

  • Por cierto, Paula – empecé a decir – jamás me has dicho qué pasó con mi familia.

Paula me observó detenidamente, mientras abría sus ojos con expresión de sorpresa; trató de decir algo pero su repentino nerviosismo evitó que pronunciara palabra alguna, hasta que por fin dijo un simple «Me tengo que ir, luego hablamos» era la misma respuesta que me daba cada vez que le preguntaba por mi familia… ¿Qué habrá pasado?


Cuando me preguntó eso por enésima vez, no pude evitar ponerme nerviosa, y es que juré que jamás le diré la verdad… no entiendo por qué ellos son tan crueles con la muchacha, ella no se merece vivir así cuando podría estar viviendo con su familia.

Me destroza verla así, Sonia es una chica morena, de facciones finas, ojos color miel, pelo castaño claro, largo y rizado, labios gruesos y colorados y de nariz chata… se parece mucho a uno de sus hermanos… pero no recuerdo quién de ellos es… en fin, pobre chiquilla, con tan sólo 12 años debe trabajar muy duro para ganarse el pan de cada día… si pudiera hacer algo por ella, lo haría de inmediato sin dudarlo.

Le pedí que se apresurara con los deberes de aquel día, ya que los señores Zarate habían organizado una fiesta y todo debía quedar limpio antes de las 6 de la tarde, además de que debía preparar la comida y los bocadillos lo antes posible.


Cuando vi a Ignacio Jiménez entrar en la mansión, me sorprendió verlo sólo con su esposa, y se me hizo raro que su hijo Ernesto no apareciera por ningún lado, ya que siempre había venido con él, pero pensé que quizás el muchacho llegaría después a la fiesta; después de todo, sus padres son muy estrictos con él. Me acerqué a saludarlos amablemente y de inmediato su esposa y yo nos pusimos a platicar, mientras que Ignacio me lanzaba miradas recelosas… y de pronto, se acercó a nosotras a pasos apresurados y me apartó de ahí.

  • ¿Qué crees que estás haciendo? – me preguntó enfadado - ¿Acaso estás loca?

  • Sólo estaba platicando con tu esposa – le respondí – ¿Hay algo de malo en eso?

  • Sí – respondió alterado mientras empezaba a alzar la voz, pero en cuanto se percató, bajó su timbre de voz – si mi esposa se llega a enterar de lo nuestro…

  • Descuida – respondí – no se enterará – sonreí – ni de mí ni de Óscar.

  • ¡Calla! – expresó con nerviosismo - ¿En dónde está Óscar?

  • ¡Mamá! – se escuchó un grito que me llamaba - ¡Aquí estás! – dijo – te está buscando mi tía Rosa.

  • Hola Óscar – saludó Ignacio - ¿Cómo te ha ido?

Óscar, un muchacho de tez blanca como la mía, cabello castaño y corto, nariz afilada, delgada y con tan sólo 13 años de edad, observó con inquietud a Ignacio, a quien apenas empieza a tratar; en sus ojos marrones se notaba su confusión, y de inmediato, hizo la primera pregunta.

  • Hola – dijo - ¿Te conozco?

  • Si – respondió Ignacio – soy tu…

  • …Es tu nuevo tutor en el colegio, hijo – interrumpí mientras observaba a Ignacio – él se encargará de que tu situación académica vaya en buen camino.

  • Mucho gusto, Señor…

  • Jiménez – completó la frase – Ignacio Jiménez – dijo.

Óscar me dio un beso en la mejilla, me sonrió, se despidió y se retiró de la habitación, dejándonos solos a Ignacio y a mí en la sala. Después de un silencio incómodo, Ignacio decidió hablar de nuevo.

  • ¿Por qué no me dejaste decirle que soy su padre? – preguntó con inquietud.

  • ¿Para qué? – respondí - ¿Acaso cambiará la situación con eso?

  • No – respondió – pero él tiene derecho a saber quién es su padre.

  • Pues yo no quiero que Óscar lo sepa – respondí – está mejor así.

  • No lo creo – me dijo – y tengo una solución a esto.

  • ¿Y cuál es? – pregunté.

  • Tienes tres días para decirle que yo soy su padre y marcharte sin mi hijo – respondió.

  • ¿Y qué pasará con él? – pregunté – yo no puedo abandonarlo ¡es mi hijo!

  • Pero ningún hijo mío vive sin los lujos que yo tengo – respondió – yo le puedo dar la vida que tú no le has podido dar.


Observé a Karina Barraza y me marché demasiado molesto por su actitud «¿Quién se creé esa estúpida para negarme ante mi propio hijo?» pensé «Esto me lo pagará muy caro» pensé en voz alta y de inmediato le hablé a Juan Jacinto, mi fiel asistente.

  • Juan – dije a través del móvil – necesito que me hagas un trabajo.

  • A sus órdenes, Sr. Jiménez – respondió a la brevedad posible - ¿qué necesita?

  • Necesito quitarme una piedra del camino – le dije – pasa a mi despacho hoy a las 5 pm.

  • Ahí estaré, Sr. Jiménez – dijo – hasta pronto.

  • Adiós – dije y finalicé la llamada.

Guardé mi móvil en el bolsillo de mi pantalón y de inmediato busqué a Vianney Mandujano, mi esposa, con quien necesitaba hablar; cuando la encontré, estaba con sus amigas platicando cómodamente y decidí acercarme.

  • Buenas tardes, damas – dije - ¿Necesitan algo?

  • No, Ignacio – me respondió Jéssica, una de las amigas de mi esposa – estamos bien, muchas gracias.

  • Perfecto – sonreí – ¿Me permiten unos minutos con Vianney?

  • ¡Por supuesto, honey! – sonrió Marta – nosotras nos retiramos ya mismo.

  • Muchas gracias – respondí.

Jéssica, Marta, Elena, Gisela y Miriam se retiraron del lugar, dejándonos solos a mi esposa y a mi, momento en el que mi esposa puso en evidencia su molestia hacia conmigo por el hecho de haberla interrumpido.

  • ¿Ahora qué quieres, Ignacio? – me preguntó mientras ponía sus manos en su cadera - ¿Qué no ves que estoy ocupada?

  • Necesitamos quitarnos una piedra del camino – respondí – y esto también te interesa.

  • ¿Y como por qué me tendría que interesar? – preguntó – Yo no tengo…

  • ¡Cállate y escucha! – dije, tratando de disimular – escúchame, Vianney, podemos obtener dinero de la estúpida de Karina Barraza.

  • ¡Ah! – exclamó – no me digas que tu amante ya se cansó de ti y te está chantajeando.

  • Mira, Vianney – dije molesto – ella y yo tenemos un hijo…

  • Eres un maldito sínico, Ignacio – expresó irónica – no sé por qué no me sorprende escuchar eso de ti.

Me quedé observando a Vianney unos segundos, y se me ocurrió pedirle su ayuda para que salgamos pronto de este problema, puesto que ella, al ser jefa de gobierno, tiene algunos contactos que nos pueden ayudar. Estuvimos conversando un rato más y acordamos vernos en una bodega abandonada cerca de un bosque virgen y, para no levantar sospechas, cada uno tomó su camino; por supuesto, Vianney fue la primera en despedirse y salir de la mansión, mientras yo me esperé media hora más para salir.

Al llegar a la bodega, me di cuenta de que mi ágil y audaz esposa ya había hecho su labor, puesto que la persona que contrató ya había vendado, torturado y amarrado a Karina; por supuesto, faltaba hacerla sufrir más por su atrevimiento.

«Está lista» me dijo Vianney mientras me acercaba a Karina, quien estaba pálida y asustada, completamente desnuda. Me acerqué y la empecé a acariciar; a cada roce de mis manos en su piel, ella empezó a suplicar por su vida «Qué patética se ve, pero también qué exquisita está» pensé, mientras buscaba su vagina, la cual apenas la ubiqué, le enterré los dedos sin lubricación, mientras escuchaba sus gritos de dolor.

Me apresuré a desabrocharme el cinturón y prepararme para la penetración, tomé un condón del bolsillo de mi pantalón y me lo puse en mi pene de 19 cm, y casi en seguida, lo metí hasta el fondo. ¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo! – gritó, mientras hacía un esfuerzo inútil por librarse; por supuesto, la penetración fue rápida y brusca, tiempo después, retiré mi pene y me quité el preservativo lleno de semen, mientras le decía a Karina «Espero que hayas aprendido la lección».

  • ¿Ahora qué haremos con ella? – preguntó Vianney - ¿La dejamos libre?

  • No, dile al que la trajo que se divierta un rato con ella – empecé a decir – y después, que le cierre la boca para siempre.


Abracé a Jacobo Muñóz, mi novio; mientras lo iba arrastrando poco a poco a su cama, lo besaba con delicadeza. Me encantaban sus labios rosados, suaves y delineados, que hacían juego con sus ojos azules y su cara blanca, que combinaba con sus pequeñas orejas siempre enrojecidas y su cuerpo delgado, claro, no tiene mucho músculo, pues apenas empieza a ejercitarse pero, a mi gusto, tiene un cuerpecito perfecto y que antoja besarlo y disfrutarlo todo.

Jacobo atrapó mi cintura con sus piernas mientras me acariciaba la espalda, me gusta sentir el roce de mi Jacko, pues sus manos son suaves y pequeñas, pero su tacto me eleva al mismísimo cielo. Nos quedamos observándonos unos instantes, él tenía un brillo especial en su mirada que jamás había visto antes «Estoy preparado» susurró «Quiero que seas el primero y el único hombre en mi vida»

Trataba de excitarlo con cada roce de mis manos, lo acariciaba con suavidad, pues temía ponerlo nervioso para que disfrutara al máximo este preciado momento; poco a poco le fui quitando la ropa, hasta dejarlo sólo con su bóxer negro, mientras que con mi mano acariciaba su pene a través de la tela. Tan pronto terminé de desvestirlo, me apresuré a hacerlo yo también y me puse encima de él para besarlo y recorrer todo su cuerpo, hasta llegar a esa tela que pronto retiraría de su piel, la cual retiré sin prisa, acariciando cada parte de sus muslos.


Estar así con Alfonso no tiene precio, y es que cómo negarme ante un chico como él, seguro de sí mismo, y con un carisma inigualable. Ambos tenemos 15 años, pero Alfonso es único. Me enloquece su piel morena, enredar su sedoso cabello castaño oscuro y liso, observar sus ojos cafés, besar sus delgados labios rosados, acariciar su nariz chata con la mía, disfrutar su cuerpo esbelto… en fin, Alfonso es el chico que me enloquece cuando está cerca de mi.

  • Eres muy guapo – le dije – me gustaría estar contigo toda la vida.

  • Yo le doy gracias a la vida por tenerte aquí – respondió – gracias por esto.

  • Jamás me separaré de ti – le susurré al oído – eres mío y de nadie más.

  • Por supuesto – respondí – tuyo por siempre.

Me dediqué a probar su pene, me encantaba el contacto, era delicioso, lo hice con torpeza y a veces me ahogaba con sus 16 cm, pero Alfonso gemía constantemente mientras me decía «Qué bien lo haces, sigue así, no pares» hasta que terminó eyaculando en mi boca, era la primera vez que probaba el semen, y qué mejor que el de mi chico.


Me levanté de la cama y acosté a mi Jacko con delicadeza, para empezar a recorrer su cuerpo, lo amo, recorrer su piel suave y morena, no tiene precio. Lo acaricié completo, y después me dediqué a su pene, también de 16 cm, lo lamí con mucho cuidado, saboreando cada parte de esa barra, y después lo atrapé con mi boca hasta sacarle hasta la última gota de semen.

Lamí sus testículos pequeños y redondos y después le levanté las piernas para poder observar su ano rosadito. Se veía delicioso, cerrado y virgen. Apenas lo vi, empecé a acariciarlo con el dedo medio de mi mano derecha mientras él sujetaba sus piernas; después le besé su ano y empecé a empujar el dedo lentamente para que no le doliera.

  • ¡Ah! – exclamó – ¡Qué rico! Méteme el dedo ya.

  • Ahí va – dije mientras ejercía presión – relájate.

  • Espera – dijo – me duele un poco.

Me acerqué a Jacko y lo besé de nuevo, y después me dediqué a acariciar su ano nuevamente hasta sentir el cuerpo de Jacko completamente relajado, fue entonces cuando aproveché para ensalivar mi dedo y ejercer presión constante, hasta que logré meterlo por completo.

  • ¡Ay! – exclamó – me duele – dijo mientras yo me quedaba inmóvil unos minutos.

  • Relájate – dije – verás que pronto el dolor pasará.

Jacko dejó caer el peso de su cuerpo sobre el colchón mientras yo le acariciaba y besaba sus piernas, tratando de evitar que piense en el dolor, de este modo pude relajarlo y fue cuando empecé a mover mi dedo en círculos, hasta que vi que Jack emitía leves gemidos de placer; decidí empezar a meterle más dedos, hasta que por fin tenía tres de mis dedos en su cavidad anal.

Retiré mi dedo y coloqué la punta de mi pene en la entrada de su ano, esperando un gesto de aceptación de su parte, hasta que movió la cabeza y fue cuando empecé a ejercer presión sobre su ano mientras me acostaba encima de él para besarlo. Jacko hacía gestos de dolor mientras lo iba penetrando, hasta que pude meter por completo mi pene en su interior, lo observé y lo besé «Eres mío y de nadie más, seremos uno por siempre» dije.

Me moví lentamente para evitar que Jacko sintiera mucho dolor, hasta que se acostumbró a mis movimientos y pude acelerar el ritmo; lo penetré durante 20 minutos, después sentí la explosión de la eyaculación; estábamos empapados de sudor y nuestros cuerpos se sentían pegajosos; lo observé y él me dijo «Te amo, Alfonso».


¡Muchas gracias por leer mi historia y valorarla, espero que este capítulo les guste! Le envío saludos y un fuerte abrazo a Luis Pérez Bulbó, Ronald A Canadia II, Andrés Javier Arrauth Amaris, Juan Rodríguez, Alan Ver, a mis dos hermanos: Marco y Anderson, a Julio Bastidas, Rubén Muñóz, Jhonny Pharnon y a Raúl Valle Vega. Cuídense mucho..!! Los quiero..!!

Bueno, me despido de todos y espero que les haya gustado este relato, nos vemos la próxima semana con el siguiente capítulo..!! Mi correo es: guadalupe00023@gmail.com y mi perfil es: https://www.facebook.com/guadalupelopezmexico . Además, no olviden visitar los sitios web: https://sites.google.com/site/amorcompradotr/ y http://amorcompradotr.blogspot.mx/ .