Amor Comprado: Ernesto y Alfonso

Ernesto por fin ha logrado su objetivo y ha encontrado a su gemelo... ¿Qué pasará ahora?

AMOR COMPRADO

CAPÍTULO VII “El Accidente”

SEPTIEMBRE 2000.

Cuando lo vi ahí parado, con sus jeans azules, su camisa azul de cuadros, zapatos negros, y observándome fijamente, me sorprendí demasiado; no sabía qué hacer, no podía pensar… de repente todo se desvaneció a mi alrededor, y la oscuridad pronto me absorbió completamente.


Cuando mi gemelo se desmayó, tuvo suerte de que su acompañante estuviese al lado, de no haber sido así, se habría dado un buen golpe al caer al suelo. Me acerqué y Julio hizo lo mismo, de inmediato me agaché y traté de moverlo, pero no despertaba. Julio me ayudó a subirlo al auto mientras que el chico que estaba con mi gemelo se quedaba inmóvil; el pobre chico estaba en shock, me acerqué a él y le dije que todo estaría bien, le pedí que subiera al auto y nos dirigimos a la casa de Julio.

El chofer de Julio no dijo nada de lo sucedido, cuando llegamos a su casa, subimos a mi gemelo a la habitación de Julio y de inmediato le dio los primeros auxilios necesarios mientras yo me quedaba observando la situación, al lado del chico que acompañaba a mi gemelo.

  • ¿Alfonso se pondrá bien? – me preguntó el chico.

  • Estoy seguro de que así será – le dije – no te preocupes.

  • Me llamo Jacko – dijo – Jacko Muñóz.

Lo saludé, me presenté y, justo cuando estrechamos la mano, mi gemelo empezó a recobrar el conocimiento e intentó moverse; por supuesto, en ese momento Jacko se acercó a él.

  • Amor – le dijo - ¿Estás bien?

  • ¿Qué pasó? – dijo Alfonso - ¿En dónde estamos?

  • Estás a salvo – dije mientras me acercaba – Alfonso, me alegro de haberte encontrado, hermano.

Alfonso me observó y, en cuanto estuve cerca de él, ambos acariciamos nuestros rostros «Como dos gotas de agua» pensé mientras lo observaba a los ojos para después darle un fuerte abrazo que me hizo derramar lágrimas de felicidad. Entonces pude recordar aquel suceso… Hace diez años, me desperté temprano, recuerdo que había hecho una promesa de ir a recolectar insectos, pero no recordaba a quién le había hecho esa promesa, ni tampoco mis padres me dieron explicación alguna de la segunda cama que estaba en mi habitación.

Era como si él jamás hubiera existido, pero en el fondo sentía un vacío, una sensación de haber perdido a alguien… hasta que dejé de darle importancia al asunto y seguí normal con mi vida. Pero la primera etapa de mi vida estaba bloqueada… hasta ahora.

  • Ahora recuerdo todo – dije – cuando tenía diez años, le hice una promesa a alguien de ir juntos a recolectar insectos.

  • Yo también recordaba esa promesa – dijo Alfonso – es increíble el poder de la mente.

  • Logró bloquear nuestros recuerdos, la pequeña parte de la infancia que vivimos juntos… - suspiré – todo.

  • No importa ya – dijo Alfonso – lo importante es que volvemos a estar juntos.

Abracé a Alfonso una vez más, para después pedirle a Julio hablar a solas, afuera de la habitación; Julio hizo un gesto de aceptación moviendo su cabeza y ambos salimos al mismo tiempo; Julio cerró la puerta de la habitación y me pidió alejarnos un poco en el pasillo.

  • ¿Qué haremos ahora? – le pregunté.

  • Antes de tomar decisiones – empezó a decir – hay que regresar a tu casa.

  • Pero no se pueden enterar mis padres – le dije – por ningún motivo.

  • Eso ya lo sé – me miró frustrado – Ernesto, regresaremos a tu casa y fingiremos normalidad.

  • Está bien – respondí – vamos entonces a despedirnos de mi gemelo y mi cuñado.


Estaba aún acostado en la cama, mientras Jacko me sostenía la mano derecha, ya que estaba sentado en un costado de la cama; de repente se escucharon tres toques leves en la puerta, de inmediato respondí con un «Pasen» y no perdieron tiempo en entrar; una vez ahí, Ernesto y Julio nos dijeron que debían retirarse.

  • Alfonso – dijo Ernesto – debemos marcharnos ¿Estarán bien?

  • No te preocupes – sonreí – mientras Jacko esté aquí, no me pasará nada.

  • Alfonso – dijo Julio – toma, es mi número telefónico – dijo mientras terminaba de apuntarlo en un papel – si necesitas algo, me llamas.

  • Está bien – dije mientras tomaba el papel – muchas gracias.

  • Jacko – dijo Ernesto – cuídate, hermano... también cuídate.

  • Tú también – respondí – cuídate.

Mi gemelo y su novio salieron de la habitación, dejándonos solos a Jacko y a mí; aproveché el momento para abrazar a Jacko y darle un beso en los labios, mientras lo recostaba poco a poco en la cama. Pronto nos terminamos desnudando y abrazando mientras seguíamos besándonos, poder tocar su suave piel y recorrer cada milímetro de su cuerpo es lo más maravilloso del mundo; en ese instante el mundo se detuvo, estaba en el paraíso.

Ver sus ojos azules brillar con emoción me enloquece y me hace poner una sonrisa de tonto «No sé qué haría sin él» pensé mientras le daba besos por todo su cuerpo. Jacko me tiró en la cama y se sentó en mi abdomen; poco a poco fue acariciando mi cuerpo hasta que se agachó y me besó en los labios; no conocía este comportamiento, era un Jacko diferente, un Jacko que quería tomar el control.


Besar a Alfonso me enloquece, pero me siento raro, no sé, de repente me han surgido dudas… me siento incompleto ¿Por qué? No tengo la respuesta, sólo que hoy no me siento bien, no sé qué me pasa, es la primera vez que dudo…

  • ¿Qué pasa? – preguntó - ¿Estás bien?

  • No lo sé – dije – es como si faltara algo.

  • ¿Algo? – preguntó Alfonso.

  • Hoy no me siento como debería – empecé a decir – tengo la sensación de algo que no me deja progresar.

  • No te preocupes – dijo – ven, descansa un rato – dijo mientras me recostaba en la cama.

Alfonso se recostó a mi lado y yo de inmediato puse mi cabeza en su pecho, para después cerrar los ojos y descansar. Cuando me desperté, Alfonso no estaba, y me levanté para buscarlo; de repente escuché risas, ruidos en otra habitación; me acerqué sigilosamente y encontré el cuarto; pegué mi oído a la puerta para escuchar y me aterró bastante lo que escuché.

  • Me enloqueces – dijo la voz – desde la primera vez que te vi, no puedo dejar de pensarte.

  • ¿No te preocupa que Jacko se entere? – preguntó mi novio, quien, por su voz, supe que era él – podría escucharlo todo.

  • Lo acabo de ver – dijo la voz, que no podía identificar – está profundamente dormido.

  • Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos – dijo Alfonso.

  • Hay que divertirnos un rato – dijo de nuevo la voz – aprovechar el momento.

  • Como debe de ser – dijo Alfonso.

Agarré la puerta y la traté de abrir, me sorprendió ver que no estaba puesto el seguro; me quedé observando a través del pequeño espacio, evitando mover la puerta para que no me descubrieran y, al verlos, me sentí morir. Pude ver a Alfonso penetrando a alguien; la penetración era profunda, ambos se sincronizaban perfectamente; jadeaban y sudaban, Alfonso se movía con demasiada rapidez y lo único que podía ver de la otra persona eran sus pies.

Me dio demasiada rabia en ese momento, apreté los puños y los dientes mientras sentía cómo se elevaba la temperatura de mi cuerpo; mi sien estaba a punto de reventar, no aguantaba esto, jamás creí que fuera a traicionarme. Abrí los ojos y me di cuenta que Alfonso estaba dormido; mi corazón latía muy rápido «Sólo fue un sueño» pensé «No tengo nada que temer» Me levanté y busqué mi móvil entre mi ropa, el reloj marcaban las 3:17 a.m., busqué la cocina y bebí un poco de agua, lavé el vaso y regresé a la habitación para abrazarlo y dormir de nuevo.


Me despertó el ruido de mi móvil; la alarma estaba sonando, me levanté con pesadez y lo apagué, después me metí a la ducha y, cuando salí, me encontré a Jennifer durmiendo como toda una reina en mi cama. Me acerqué a darle un beso y me vestí con rapidez; bajé a la cocina y encontré a Ernesto bebiendo agua, se veía inquieto, estaba ya vestido y observaba el reloj de pared con insistencia.

  • ¿Vas a alguna parte – pregunté – o sólo estás admirando la decoración?

  • Vamos afuera – me dijo – aquí no puedo decirte nada.

  • Vamos – dije mientras lo seguía.

Ernesto y yo salimos de la casa, y fue ahí donde me dijo que tenía que ir a ver a su gemelo; me contó todo lo sucedido, desde el desmayo, los recuerdos… todo; le pedí que me esperara para vestirme y acompañarlo. Subí a la habitación y me vestí con precaución, pues Jennifer aún seguía dormida, en cuanto terminé, regresé con Ernesto y juntos nos fuimos a la casa de su novio, en donde estaba el gemelo.

Cuando llegamos, no pude evitar sorprenderme al ver a Alfonso, y de inmediato corrí a abrazarlo «Me alegra que estés aquí» decía mientras lo observaba una y otra vez y le acariciaba el rostro «Me alegra que estés en perfectas condiciones»


Caminé unas cuantas calles y llegué a un antro, eran las 8:17 pm y ya había mucha gente; llevaba unos tenis azules, chamarra de piel, gafas de sol, y jeans de mezclilla; cuando entré, presenté una identificación falsa y me colé entre la multitud. Me senté en una mesa y pedí un vodka; mientras esperaba al mesero, se acercó un chico de unos 14 años; no estaba mal, cuerpo delgado (aunque no era atlético, tenía buen cuerpo), llevaba unos jeans oscuros y zapatos.

  • Hola – me dijo – ¿Puedo sentarme aquí? – preguntó.

  • Claro – dije – no hay problema.

  • ¿Viniste con alguien? – me preguntó - ¿O viniste solo? – dijo en un tono cachondo.

Me acerqué a él y lo empecé a acariciar, mientras lo besaba con rapidez; el chico no decía nada; tan solo se dejaba hacer todo lo que yo quería, mientras recorría su cuello, él daba leves suspiros de placer; al final, se levantó y me llevó a la pista de baile, en donde estuvimos un rato bailando salsa y cumbia.

De vez en cuando el chico no perdía oportunidad para restregar su trasero en mi paquete, me producía una sensación increíblemente agradable el tener ese tipo de roce aún a través de la ropa; mi bulto ya empezaba a notarse un poco a través de la mezclilla; pronto regresamos a la mesa para quitarme la chamarra y seguir disfrutando del baile, mientras seguía el manoseo.

Después de un buen rato bailando, el chico fue al sanitario y realicé una rápida llamada telefónica para poder comunicarme con el Sr. Eugenio Covarrubias, quien no tardó en responderme la llamada.

  • Hola Diego – me saludó amablemente - ¿A qué se debe tu llamada?

  • Buenas noches, Sr. Covarrubias – dije correspondiendo el saludo – Le tengo buenas noticias.

  • ¿Convenciste a Ernesto de trabajar en la compañía? – preguntó.

  • Sr. Covarrubias – empecé a decir – ya sabe que es complicado ese asunto, debo planearlo bien.

  • ¿Entonces qué buenas noticias me tienes? – preguntó molesto.

  • Conseguí un chico que puede ser útil para las películas – respondí - ¿Quiere que se lo presente?

  • Claro – respondió – tráelo aquí, y si no quiere, ya sabes qué hacer.

  • Muy bien – dije – en un rato estamos por allá.

  • Nos vemos en un rato, Diego – respondió – no me falles.

  • No le fallaré – dije – no se preocupe.

Finalicé la llamada y me acerqué al sanitario para buscarlo, pero no hubo necesidad de hacerlo, puesto que el chico ya estaba saliendo de ahí; en cuanto me vio, sonrió y me pidió que siguiéramos bailando, pero ya tenía un plan en mente. Le pedí que me acompañara al lugar donde laboro, puesto que mi jefe “tenía una emergencia” y necesitaba ir pronto. Durante el trayecto, el chico no dijo nada, pero se veía incómodo; quizás de algún modo presentía que algo malo estaba por pasar «Su intuición no se equivoca» pensé.

Cuando se dio cuenta de que lo llevaba a la oficina de la productora pornográfica, el chico intentó huir, pero yo logré someterlo y, después de darle un golpe en el estómago, el chico y yo nos dirigimos al lugar, en donde ya nos esperaba el Sr. Covarrubias. Cuando entramos a su oficina, el Sr. Covarrubias me felicitó por llevarle un “buen material” y de inmediato empezó a tocarlo, mientras que el chico, intimidado por el golpe, sólo intentaba evadir el tacto del Sr. Covarrubias.

  • ¿Conoces el motivo por el cual estás aquí? – preguntó el Sr. Covarrubias.

  • No lo sé – dijo el chico – déjeme ir – pidió asustado.

  • No temas – dijo el Sr. Covarrubias – si cooperas, no te pasará nada.

El chico se dio cuenta que resistirse no le iba a llevar a nada; y al final, terminó accediendo al Sr. Covarrubias, quien ya lo empezaba a desvestir. Me acerqué a ellos y terminé el trabajo, mientras besaba al chico. Al final, estaba temblando y cubriéndose sus genitales con sus manos; se veía patético, me acerqué y quise obligarlo a hacerme sexo oral, pero el Sr. Covarrubias me interrumpió.

  • Antes que todo – empezó a decir – tengo que probar la mercancía.

El Señor Covarrubias lo empujó con fuerza y el chico cayó sobre el sillón; el Señor Covarrubias se acercó a él y lo obligó a chupar su pene de 26 cm; el chico intentaba chupar, pero su cara de asco no la podía ocultar y constantemente se detenía. El Señor Covarrubias empujaba mucho la cabeza del chico para que le realizara el sexo oral; tiempo después lo obligó a arrodillarse para que lo pudiera penetrar. Estar viendo ahí me producía asco, sinceramente no entiendo la finalidad de la pornografía, después de todo, sólo es vender sexo y cuerpo.

Cuando el Señor Covarrubias lo intentó penetrar, el chico se quejó mucho y quiso detenerlo, pero el Señor Covarrubias le introdujo el pene a fondo y el chico gritó de dolor mientras empezaba a llorar; tiempo después de estarlo penetrando, el Señor Covarrubias retiró su pene y el chico cayó en el suelo; me acerqué a auxiliarlo y me asusté mucho al verlo.

  • ¿Qué hizo? – pregunté aterrorizado – Este chico necesita un médico.

  • No necesita nada – empezó a decir.

  • ¡Está sangrando mucho! – dije - ¡Hay que ayudarlo!

  • No – respondió – déjalo ahí, ya se le pasará.

Observé al chico una vez más, había perdido el conocimiento; clavé mis ojos en el Señor Covarrubias y me levanté para salir del lugar «No puedo seguir con esto – dije – olvídese de mi» Estaba dispuesto a salir de ahí, pero el Señor Covarrubias me detuvo y me obligó a regresar y sentarme enfrente de su escritorio.

  • Toma – dijo mientras me daba un fajo de billetes – tu pago por hacer un excelente trabajo.

  • Gracias – murmuré – como si fuera el mejor trabajo del mundo.

  • Deberías estar agradecido – dijo el Señor Covarrubias – después de todos los beneficios que tienes aquí…

  • ¡Pero ya me cansé de esta vida! – exclamé – Llegué aquí con la esperanza de llenar el vacío que él me dejó y…

  • ¿Y qué? – preguntó - ¿Acaso no lo has logrado?

  • No – dije mientras empezaba a salir una lágrima de mis ojos – cada día que pasa me siento aún más vacío que el anterior – dije mientras apretaba mis puños – estoy cayendo al abismo y no puedo seguir aquí.

El Señor Covarrubias me observó fijamente y suspiró profundamente, se hizo un silencio en el despacho por varios minutos hasta que volvió a hablar.

  • Está bien – dijo – podrás irte.

  • ¿Cómo? – pregunté sorprendido por lo que acababa de escuchar - ¿Puedo irme así, sin ningún problema?

  • No es tan fácil como tú crees, Diego – dijo el viejo – si quieres irte, tendrás que dar algo a cambio.

  • ¿Qué quiere? – pregunté ansioso – ¿Quiere que tengamos sexo? O ¿Quiere que haga un último film? – preguntaba con desesperación – Usted dígame lo que quiere.

El Señor Covarrubias se recargó en el respaldo de su silla y cruzó los dedos de sus manos justo detrás de su cabeza, cerró los ojos, suspiró profundamente y, al abrirlos de nuevo, me observó sin perder un solo detalle de mi cuerpo.

“Quiero que me traigas a Ernesto”


Caminaba tranquilamente por las calles del centro de la ciudad, acompañado de Julio, quien debía ir a comprar un regalo para una tía, cuyo cumpleaños es en unas horas. Ya habíamos visitado varias tiendas, pero Julio no encontraba algo que le agradase. De vez en cuando observaba el paisaje, veía mucha gente, parejas, familias con niños, personas de la tercera edad… en fin, creo que había de todo por aquí; cuando pasé por una tienda de ropa masculina, observé una camisa de cuadros, el fondo era gris y los contornos que formaban los cuadrados era de color vino; en fin, estaba preciosa.

Le pedí a Julio que me acompañara a buscar la talla adecuada para Andrés, estuvimos un buen rato buscando entre la ropa, ya que, después de encontrar la talla, nos quedamos un poco más para decidir comprarnos algo también; al final, nada de lo que estaba ahí fue de mi agrado, pero Julio se probó una chamarra de mezclilla con decorado verde que terminó comprando. Julio y yo empezamos a caminar sin rumbo después de salir de la tienda; yo no quería separarme de él y supuse que él tampoco, pues me tomó de la mano y la apretó fuerte para después soltarla y seguir caminando a mi lado.


Mientras caminaba junto a Ernesto, se me ocurrió ir a un parque cerca del centro, así que empecé a caminar hacia allí y Ernesto me empezó a seguir. El día estaba despejado, era temprano, calculaba más o menos entre las 10 y las 11 am, la verdad no me interesaba en lo absoluto saber la hora, lo único que me importaba era estar con él… con Ernesto.

Al llegar al parque, me senté en la primera banca que encontré, y Ernesto no tardó en sentarse a mi lado. Observé bien el paisaje, me gustó mucho; había una fuente en el centro de aquel parque, habían muchos niños corriendo, otros recorriendo el parque en bicicleta, gente caminando, platicando, etcétera. Al estar observando, vi a un señor vendiendo algodones de azúcar, y le pedí a Ernesto que me acompañara hasta allí; en cuanto llegamos, elegí mi algodón y Ernesto, después de convencerlo, terminó eligiendo el suyo.

  • ¡Ernesto! – dije asombrado cuando vi mi reloj - ¡Es tarde! Ya es mediodía – respondió – le dije a mi madre que llegaría temprano para ayudarle a preparar lo que falta.

  • No te preocupes – respondí – entiendo.

  • Me voy – dije mientras lo abrazaba – te amo.

  • Y yo a ti – respondió mientras me besaba.

Me separé de él y empecé a correr en dirección a la parada del bus, de repente volteé y lo vi ahí parado, con su algodón en una mano y haciendo un gesto de despedida con la otra. Mi autobús no tardó en llegar, lo abordé a prisa y me senté cerca de la ventanilla para poder verlo desde ahí.


Me quedé ahí parado, viendo el autobús alejarse… «Ha sido un gran día» pensé. De repente, empezó a sonar mi móvil; cuando vi la pantalla, aparecía un número telefónico que no conocía; apenas atendí la llamada, escuché una voz agitada… era una chica.

  • ¿Diga? – atendía al teléfono.

  • ¿Eres Ernesto? – me preguntó la chica.

  • Si – dije - ¿Con quién tengo el gusto?

  • Soy Jennifer – respondió – la novia de tu hermano Andrés.

  • ¡Hola Jennifer! – Saludé efusivo - ¿Cómo han estado?

  • Ernesto – empezó a decir – tengo una mala noticia.

  • ¿Qué ha pasado? – pregunté inquieto.

  • Necesito verte ahora mismo – dijo.

  • Está bien – respondí - ¿En dónde?

  • En la cafetería cerca de tu casa – respondió.

  • Ahí estaré – dije – llegaré lo más pronto posible.

  • Nos vemos – dijo.

Finalicé la llamada y empecé a caminar rumbo a la cafetería «¿Qué habrá pasado para que Jennifer esté tan angustiada?» Cuando llegué ahí, Jennifer ya estaba en una mesa. Me acerqué y la saludé mientras me sentaba.

  • ¡Hola Jennifer! – dije – Me da mucho gusto verte.

  • Hola Ernesto – respondió – necesito decírtelo ahora mismo.

  • ¿Qué pasa? – pregunté - ¿Puedo ayudarte en algo?

  • Ernesto – empezó a decir Jennifer con desesperación - ¡Andrés está hospitalizado!

  • ¡¿Qué?! – exclamé asombrado.

Al escuchar esto, toda la felicidad que tenía se fue, dejándome sumergido en un mundo de angustia y desesperación… «Andrés está hospitalizado» sonaba la frase en mi cabeza… «Andrés… no puedes morir, hermano»


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