Amor, calor y leyendas vascas

Me contó por el MSN las múltiples estrategias, incluido aprobar el curso con buenas notas, que había desarrollado para conseguirlo. Sus papás consideraban que los dieciséis años que Leo tenía eran insuficientes para efectuar solo tan largo viaje. Creo que al final influyó las ganas que les dejase en paz y no estar oyendo continuamente su petición.

AMOR, CALOR Y LEYENDAS VASCAS

No pensaba pudiera tener la dicha que a mi amado rubio de Internet le permitieran llegar hasta España, para pasar una breve temporada en mi casa.

Me contó por el MSN las múltiples estrategias, incluido aprobar el curso con buenas notas, que había desarrollado para conseguirlo. Sus papás consideraban que los dieciséis años que Leo tenía eran insuficientes para efectuar solo tan largo viaje. Creo que al final influyó las ganas que les dejase en paz y no estar oyendo continuamente su petición.

También influiría que se encontraron con el billete de avión que mis padres enviaron desde España, al que solo tenían que poner en la oficina de Iberia la fecha de salida, al que acompañaba una nota de invitación y su compromiso que le cuidaríamos debidamente y se lo devolveríamos feliz y contento de haber pasado unas vacaciones, en lo que pomposamente denominamos desde aquí "la Madre Patria".

No tiene especial interés para el lector su llegada y nuestro especial recibimiento por lo que me saltaré su descripción. Lo que ninguno creo me perdonaría es que me saltase también la pormenorizada parte sexual del primer caliente y encendido encuentro nocturno, que pudo finalmente desarrollarse, aunque a una hora bastante tardía, ya que mi familia deseando agasajarle y atenderle debidamente, alargaron la tertulia después de cenar hasta que les recordé que nuestro invitado estaría cansado y necesitaba acostarse.

La verdad era que nos habíamos hecho señas del mutuo deseo que teníamos de encontrarnos abrazados bajo las sábanas, pues Leo dormiría en mi misma cama a pesar de la nefasta idea de mi madre que, para que se encontrase cómodo pretendió preparar, sacando todas las cosas de una habitación, que solo se utilizaba para planchar, coser y guardar trastos, poniendo en ella una cama supletoria que una vecina le prestaba.

- Mamá lo que deseamos es hablar de nuestras cosas, él mismo me ha pedido dormir en mi habitación y como la cama es bastante ancha. . . . Pues. . .

Nos habíamos amado en multitud de ocasiones en Internet, así llamábamos nosotros el hacernos a la vez una paja contemplándonos en la pantalla y escribiendo frases amorosas cuando nos podían oír o hablándolas por las bocinas cuando estábamos solos y estábamos muy deseosos de no solo vernos sino también tocarnos debidamente nuestras carnes.

Sabíamos que ahora iba a ser distinto, gozaríamos de una vista real, no en una pantalla, de nuestros cuerpos y genitales, sentiríamos el aliento al besarnos, el roce y el calor de la piel al acariciarnos y nuestras entrañas notarían las emboladas de los duros penes y la entrada del caliente semen en el interior de nuestros cuerpos.

Al llegar a la habitación me paré frente a él. Estábamos de pie, uno frente al otro, muy cercanos, respirando entrecortados. Los brazos a lo largo del cuerpo. Llegaba hasta mí su maravilloso olor que me embriagaba. Percibí en su mirada algo que nunca antes vi en los ojos de nadie y sin darme cuenta mi cara fue acercándose lentamente a la suya, con mis ojos fijos en los de mi vida, que permanecía quieto, impasible, esperando, con sus labios entreabiertos que se le unieran los míos.

Cuando sucedió, cuando la carne de mi boca tocó sus labios, cuando mi lengua encontró, después de sus dientes, la suya, cuando estábamos abrazados besándonos, sentí un latigazo en mi columna, que recorrió en milésimas de segundos, desde su punta inferior hasta su unión con el cerebro, que estalló en lucecitas de calidoscopio.

- Tenía ganas de poderlo hacer así – le dije cuando recuperamos el aliento.

  • Yo también, mi bebé querido – me contestó.

Siempre me ha hecho gracias el que me llame bebé cuando él es el pequeño de los dos ya que tengo cumplidos los diecisiete años.

Aunque en este caso era yo el que parecía de menor edad pues me encontraba tan aturullado que solamente sabía admirarle, abrazarle y besarle y tuvo que ser Leo quien me comenzó a desnudar y agachándose buscó mi endurecida polla que ávidamente metió en su boca y quien mientras la lamía, acarició, apretó y amasó con sus palmas mi espalda y glúteos.

El contacto de sus manos, sirvió para poner todas mis terminaciones nerviosas en tensión. Los axones erizaron mi vello, que se puso en estado de alerta, como si un cable eléctrico me hubiese tocado.

  • Estaba loco de deseo que me pudieras hacer esto – le dije casi a punto de correrme después que me dio unos cuantos golosos lametones.

Paró la mamada al indicárselo para alargar el placer del encuentro, porque intuía que aquella noche disfrutaríamos de más de una corrida.

Nos quitamos el resto de las ropas que aun no habían caído al suelo y dedicamos unos instantes a contemplarnos desnudos.

Creo que mi cuerpo le gustó lo suficiente para que exclamase.

  • Qué lindo y bello eres, mi bebé querido.

El suyo sí que me parecía bellísimo, además de un muy agraciado rostro, era el de un jovencito que se estaba convirtiendo en hombre, alargando sus huesos, tomando formas sus músculos sin dejar de continuar con la suavidad de la reciente pubertad, estrechando las caderas, redondeando sus glúteos y muslos, alisando su estómago, creciendo su pene y bajando sus testículos preparándolos para producir suficiente semilla reproductora y dotando todo el conjunto genital de unos alrededores poblados de un vello rubio, como su cabello, ensortijado y sedoso.

+ Tú sí que lo eres mi amor

Fui yo quien en esta ocasión, permanecíamos aun de pie, empuñó su verga para meterla, ya arrodillado, en mi boca y poder degustarla en vivo, después que en mi imaginación lo había virtualmente hecho multitud de veces admirándole en la pantalla del ordenador, mientras solitario frotaba desesperado mi verga.

Las papilas de mi lengua pudieron notar su especial y delicioso sabor entre dulce y salado, mientras la cercana nariz percibía y se llenaba del almizclado, pero para mi agradable olor, que desprendía el resto de sus desnudos genitales.

A base de lametones y golosos chupeteos conseguí manifestase en forma de gemidos y continuas contorsiones de su cuerpo, el placer que le producía mi lengua y labios subiendo y bajando a todo lo largo de su duro y mojado mástil y mis manos acariciando la suave zona donde colgaban sus calientes huevines y que llegase a pedirme entrecortadamente.

  • ¡¡Sigue amor mío! No pares por favorrrr!! ¡¡Ayyy muerdelaaaa!

A pesar de sus súplicas y enfado por haberme parado, tuve el cuidado de no pasarme lamiéndole su verga para evitar su corrida, pues como dije, deseaba alargar en todo lo posible, su primer derrame.

Había llegado el momento de echarnos sobre el lecho y acariciar nuestros cuerpos de todas las formas posibles por lo que dejamos trabajaran los labios, la piel, las manos y la imaginación.

- ¿Recuerdas nuestra manera de follar en Internet? – le pregunté

  • Aun no te he dado las gracias, mi cariño, por los maravillosos momentos que me proporcionaste.

- Vamos a repetirlo, pero esta vez será algo diferente, tus manos me pajearán a mí y las mías te lo harán a ti .

- Pero lo haremos despacio, lentamente, dejando que las palmas resbalen, porque cuando en mi habitación realizaba mi paja, era tal el deseo que me hacías sentir que frotaba tan desesperado mi verga que no era capaz de retener ni un segundo la salida de mi semen.

Para poder realizarlo de la manera que habíamos programado ensalivamos primeramente nuestras pollas para obtener, entre nuestras manos y los penes, el resbalamiento que deseábamos y recreándonos en el movimiento de subida y bajada de las semicerradas palmas, recordábamos la cantidad de semen, que desde nuestra declaración de eterno amor, aun encontrándonos en dos continentes enormemente separados, nos habíamos dedicado el uno al otro.

La otra mano y los labios no permanecieron ociosos mientras duró el pajeo, ni se dejaron de escuchar nuestras palabras de amor, mientras intentábamos y conseguimos terminar con un enamorado y largo beso cuando las puntas de nuestras pollas, derramaban a la vez, sus jugos.

La naturaleza, en nuestra ayuda, intuyendo lo deseosos que estábamos de continuar el encuentro. Repuso la sangre que endurecía nuestras vergas en un tiempo más breve de lo normal, por ello el descanso fue corto.

Creo que iniciamos lo que se pueden llamar los prolegómenos de las folladas que pensábamos realizar, como todos, nuevas caricias, lascivos besos sexuales, rozamientos de los cuerpos y todo ello mezclado con calientes palabras amorosas para elevar la libido, aunque nosotros no necesitábamos elevarla más de lo que ya estaba. Hasta las empinadas vergas buscaron rozarse entre sí intentando gozar por su cuenta, mientras buscaban ávidas algún agujero del cuerpo por donde penetrar.

La primera que encontró un hueco fue la de mi rubito que, después que yo lo ensalivase, penetró, tras varios fallidos intentos, por mi culo y atravesó el recto hasta llegar a mis entrañas.

¡¡Cuántas miles de veces había deseado que esto ocurriese!!, ¡¡No era un sueño, tenía ya el cuerpo de mi amor enganchado al mío!!, ¡¡Éramos ya uno solo!!, ¡¡Iba a recibir verdaderamente su semilla!!, ¡¡Cuántas pajas me había hecho ante la pantalla del ordenador imaginando vivir este momento!!

Todo lo que habíamos realizado hasta este instante nos fue fácil y gozoso, llegaba realizar ahora algo en el que éramos totalmente inexpertos, pero intentamos suplir nuestra inexperiencia con el deseo de haber estado, durante tanto tiempo esperando poderlo hacer. Me refiero a follar porque, tanto Leo como yo, era la primera vez que jodíamos de verdad.

Parece que es una acción que de tanto hablar de ella se conoce perfectamente, pero no sé si en nuestro caso éramos más torpes que el resto, porque no nos salió, en un principio, tan perfecto como hubiéramos deseado.

Nuestros primeros movimientos, como novatos y con demasiados deseos de follarnos, fueron totalmente descompensados y para evitar que su pene, con el mal calculado movimiento de mi pelvis y sus rabiosas emboladas, se saliese de mi orto, como amenazaba ocurrir en cada empuje, tuvimos que parar y reiniciar él su bamboleo y yo el avance y retroceso de la parte baja de mi cuerpo, en multitud de ocasiones.

La verdad es que no nos importó demasiado, cuando parecía que nos desenganchábamos nos reíamos y nos decíamos

+ Cada vez que reanudamos el mete-saca es como empezar una nueva follada y así podemos sentir el placer como si jodiésemos varias veces.

Mientras nos acariciábamos y cogíamos nos repetíamos las mismas frases que solíamos decir o escribirnos en Internet.

  • ¡¡Dame mi amor todo lo tuyo!! ¡¡Lléname mi cuerpo de tu semen!! ¡¡Llévame hasta la gloria!!

Ya no paramos nuestro coger para buscar el derrame, por lo que dejé que Leo continuase trabajando mi ano con su polla y mientras yo continuaba acariciando y animándole con dulces palabras de amor, de entrega y de elogio hacia su fortaleza sexual, pude llegar a sentir algo inenarrable en mi interior cuando depositó en él su caliente leche.

+ ¡¡Te estoy recibiendo!! – contuve mi grito para no ser oído por mi familia.

Después de calmarse de las convulsiones de su segunda corrida de la noche mientras yo preparaba su postura para embolarle me dijo.

+ ¡¡Ya verás qué diferente es el placer sentido, cuando en vez de encontrar tu semen entre los dedos de las manos, sabes que ha penetrado en el cuerpo del ser que amas!!Cuando te pajeas notas que solamente te produces sensación gozosa en la zona genital, cuando la lefa se expulsa al exterior, pero cuando follas, estando enamorado como yo lo estoy de ti, el gozo y el placer sexual se inicia en el cerebro, se expande después por todo el cuerpoy no tienes palabras para definir lo sublime que es lo que sientes

  • Estoy ansioso por vivirlo – le contesté y añadí algo que había oído aconsejar una vez - no hay que ponerse nervioso sino relajarse y poquito a poco ir ensalivando la entrada para que la "cosa" entre sin que se sienta dolor. ¡¡Ah!! Y cuando se note la entrada de la verga por el culo hacer fuerza como si se quisiera defecar. El placer, dicen, no se siente cuando la verga entra, sino al saber que la polla, del ser que amas y deseas, está dentro de ti y con el roce que hace sobre la sensible piel del recto.

Tardé quizá más de lo preciso para iniciar mi cogida real por no causarle ningún dolor, pero no perdimos el tiempo, porque mientras, nos acariciamos y dijimos todas las lisuras que se nos ocurrieron.

Cuando finalmente se encontraba mi verga totalmente dentro de su cuerpo, al haber ya tomado posesión de él, sentí una oleada de amor y cariño tan intensa que mis lágrimas fluyeron a los ojos.

- Me perteneces totalmente, eres ya mío y siempre será así. Quiero permanecer enganchado a ti, siendo uno solo, hasta la eternidad – le dije amoroso.

- Yo también lo deseo mi bebé, pero no quieto como estás, sino moviendo tu polla dentro de mi trasero, para sentir el placer que me puedas dar – me respondió sonriente invitándome a que iniciara mi coito.

Durante mi follada, que siguió a continuación, ya aprendimos a hacerlo mejor y los días siguientes, pues todas las noches repetimos hasta dos veces nuestros encuentros sexuales, llegamos a convertirnos en unos expertos folladores.

Había notado que no por hacerlo de manera rápida se conseguía un mayor placer, por ello inicié las emboladas de mi pelvis más lentas pero profundas, intentando que mi verga penetrara todo lo posible dentro de él.

Creo que lo estaba haciendo muy bien si me atengo a las frases que mi amor me decía entre suspiros, ayees de placer y apretones de sus manos en mis glúteos.

  • Bebé mío, deseo quedes eternamente dentro de mi, inyéctame todo el amor que me tienes con tu semilla.

Seguimos así, arqueando yo mi cuerpo para conseguir que la ardiente y endurecida carne de mi verga entrase hasta el fondo de su recto y quedase medio salida de su orto en el retroceso, sin dejar, a la vez, que mis manos dejasen de frotar su verga y él efectuando el movimiento contrario de su torso para conseguir que el placer que nos proporcionase el coito fuese el máximo.

Deposité la semilla que me pedía dentro de él mientras la suya se derramaba entre mis dedos y convulsos y abrazados nos dejamos caer jadeantes sobre la cama para dormir en esa misma postura.

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Cuando mi amor me dijo, al cabo de varios días que estaba en mi casa, que le gustaría conocer como era la tierra donde yo había nacido y que no le disgustaba subir montañas, que es el deporte que sabía yo practico, le advertí que no encontraríamos aquí cimas tan imponentes como las que hay en Mexico, su patria.

- No poseemos una Sierra Madre, pero en pequeña escala también hay algunas montañas, que aunque más bajas tienen su encanto. Además poseen la indudable ventaja que se pueden subir sin demasiado esfuerzo.

Para poder pasar la noche en casa de mis abuelos y que conocieran a mi queridísimo rubio preparé una expedición de fin de semana y un jueves por la tarde un autobús nos llevó hasta Bilbao, capital de Vizcaya, donde yo nací.

No les podía comunicar aún a mis queridos abuelos que era el chico a quien amaba, pero cuando llegase la ocasión de hacerlo, ya lo habrían conocido en persona, les habría gustado y solo tendría que recordarles

+ Aquel maravilloso chico de pelo como el oro, que vino conmigo, es al que amo y con el que voy a vivir eternamente.

El viernes de madrugada tomamos nuestras mochilas, las llenamos de viandas, ropas y todo lo necesario para pasar tres días en la montaña y salimos en un tren de cercanías en dirección a una zona montañosa cuyo centro es Durango (pueblo que también existe en México), donde se ubica el macizo más alto de Euskadi (país vasco) de nombre Gorbea.

Iniciamos la ascensión alrededor de las once de la mañana nada más llegar el tren.

+ Aprovecharemos a comer algo durante la subida para no perder tiempo, necesitaremos unas siete horas de marcha normal para llegar al refugio de la Federación de Montaña donde dormiremos. Mañana ascenderemos hasta la Cruz del Gorbea que señala el punto más alto del país euskaldún.

Llevábamos caminando alrededor de cuatro horas cuando se desató la tormenta. Podíamos haber desistido de continuar, pero estábamos más cerca del final que del principio y completamente mojados porque no nos había dado tiempo a refugiarnos en ningún lugar cuando empezó la fuerte lluvia, por lo que decidimos seguir ascendiendo hasta la Campa de Arraba, donde estaba el refugio y podríamos secarnos y cambiar de ropa.

En la montaña, más si se camina por zona de árboles, cualquier tormenta es peligrosa por los rayos y ésta no estaba exenta de ellos y aunque nos mojábamos más elegíamos senderos que no los tuviesen, lo que nos retrasaba más la marcha.

Al vernos como el agua nos entraba por todos los lados y salía, atravesando la totalidad de la piel de nuestro cuerpo, por las encharcadas botas como si estuviésemos totalmente vestidos bajo una ducha, nos reíamos felices porque la temperatura, a aquellas horas, aun no era especialmente fría.

Al ir avanzando el día, sin amainar la tormenta, sí fue bajando la temperatura. Los caminos y senderos se convirtieron en impracticables y al notar que mi "rubito" estaba agotado, sentí pavor que mis fuerzas no fueran suficientes para llevarle hasta el refugio donde pensábamos pernoctar, porque encima a causa del nublón, comenzó a echarse la noche y a oscurecerse el día antes de la hora normal.

Paré en un rincón en el que una punta de roca saliente nos evitaba la lluvia y saqué de mi mochila un frasco de alcohol, que pensábamos utilizar para encender un hornillo con que calentar la comida, con el que friccioné todo su cuerpo para hacerle reaccionar.

En otras circunstancias, tocar aquella bella y tostada piel me hubiese enervado pero ahora lo único que sentí fue no poder darle todo el calor que necesitaba y aunque la maniobra le permitió continuar andando durante un rato, noté que se quedaba de nuevo atrás y necesitaba le ayudara, primeramente cogiéndole del brazo y al final, su agotamiento fue tal, que se sentó bajo la lluvia y al negar poder continuar, tuve que ponerle a "cuchus" sobre mis espaldas.

Dejé la mochila más pesada y parte de lo superfluo de la pequeña, que recogeríamos a la vuelta, en un lugar perfectamente señalado. Lo importante era llevar a mi querido mexicano hasta el lugar en que se cambiase la ropa y descansase.

Así llegamos, calados hasta los huesos, agotados totalmente y cegados por la fuerte lluvia, al refugio donde comprobamos consternados que estaba totalmente lleno. Incluso varios montañeros federados, que tienen prioridad de alojamiento, ocupaban con sus mochilas y extendidos sacos de dormir, suelos, pasillos y toda la superficie utilizable.

Deposité a mi amor en el exterior del edificio, sobre el duro suelo de cemento, tan aterido que le costaba mover sus miembros y cobijados contra la pared de piedra del refugio, intentamos que el alero del tejado nos protegiera de la torrencial lluvia que ahora caía, animada de rayos y relámpagos, sin saber que actitud tomar, ni qué hacer, mientras caían grandes goterones de nuestra ropa que formaba charcos a nuestros pies.

Un pastor de la zona, reconocible por las abarcas de piel de oveja que calzaban sus pies y la pelliza del mismo material sobre sus hombros, que se cubría con un amplio capote de plástico, al pasar, se nos quedó mirando y al comprobar el estado lastimoso que debíamos presentar, ateridos y temblando y sobre todo el rostro desencajado de aquel bello, casi un niño, muchacho que me acompañaba, se conmovió lo suficiente para que se nos acercara y ofreciese.

+ Podéis secar vuestras ropas al fuego de mi choza, dormir y mañana con el día tomáis la decisión de continuar o descender del monte.

Conozco la caballerosidad y honradez de estos pastores, que cuidan sus rebaños de ovejas en esta parte de los montes de Euskadi, por haber contactado con ellos en alguna otra excursión, por lo que acepté encantado.

+ Eskarrik asko (gracias en vascuence, lengua antiquísima que se habla en la región) – le dije

Ayudé a mi niño, débil y agarrotado, cargándole a "cuchus" de nuevo a la espalda, nos adentramos por unos ayales que había a la izquierda del refugio y bajamos hasta una pequeña hondonada donde se encontraba la cabaña que nos había ofrecido tan amablemente aquel pastor.

Se trataba de una construcción rudimentaria, muy común en estos montes, baja, de amontonadas piedras no labradas, cubierta por un tejado de césped, que aprovecha el desnivel de una cuesta y se apoya en unas vigas atravesadas de gruesas ramas de roble. Solo la utilizan los pastores durante los meses de primavera y verano, cuando suben los rebaños para aprovechar los jugosos pastos de la montaña. Al llegar a la mitad del otoño, cuando se inicia el frío y aparecerá pronto la nieve y ya recogida la cosecha de trigo y maíz en la zona llana, las ovejas poseen alimento, descienden a pasar el invierno a ella.

La puerta de entrada era simplemente un hueco en la pared de uno de los laterales y era tan baja y pequeña que obligaba a agacharse para traspasarla. Solo en el centro podía el pastor, más alto que nosotros, permanecer de pie. No poseía ninguna ventana y se conseguía la ventilación necesaria buscando producir una corriente de aire entre el hueco de la puerta y un agujero en el techo, en el que había colocado un tubo de Uralita que hacía de chimenea. Poseía también un liar, encendido en uno de los rincones a nivel del suelo, donde hervía un puchero de hierro lleno de agua.

Me quité la ropa mojada, menos los calados slip y ayudé, como si fuese mi hermano pequeño, a desnudar totalmente el cuerpo de mi amor que no podía casi mover sus agarrotadas manos, mientras Santi, como nos dijo se llamaba el pastor, reanimaba el fuego y tendía una cuerda para que colgáramos la empapada ropa lo más cerca posible del calor.

Para que el desnudo, amado y aterido cuerpo de mi amor acabase de reaccionar le obligué, después de frotarle con el resto de alcohol, que se metiera en el único saco de dormir que habíamos subido y se colocase cerca de la lumbre, mientras sacaba los escasos alimentos que quedaban en la mochila pequeña.

Invité a nuestro protector a que los compartiera, él puso pan de maíz que había cocido al mediodía, un trozo de queso que allí fabricaba y un gran cuenco de leche de oveja y sentados alrededor del fuego, lo comimos comentando los problemas que la tormenta nos había ocasionado.

Al terminar, Santi encendió una rudimentaria pipa construida por sus propias manos aprovechando una dura raíz y yo me introduje en el mismo saco, quitado el húmedo slip, donde mi cariño, amoroso, con el cuerpo ya caliente me hizo sitio y se arrebujó contra mí.

Así de placenteros, muy pegaditos, entrelazadas nuestras piernas y con nuestros sexos empinados por el contacto y cercanos, de estar solos, no hubiéramos podido resistir iniciar una apasionante sesión de amor y entrega pero delante del hospitalario pastor, intentábamos mantener una actitud completamente normal, sin que ningún gesto indicase que éramos mucho más que simples amigos.

Era el único buen momento del día después de las penalidades pasadas. El placer por nuestra parte era total, nuestros cuerpos pegaditos habían hecho regresar el calor, teníamos la parte principal de nuestra piel en contacto y aprovechábamos de vez en cuando para meter la mano dentro del saco, como si necesitáramos rascarnos o buscar postura para acariciarnos los genitales. Era una sensación tan maravillosa, sublime, agradable y placentera como si hubiéramos podido follar.

Podía parecernos, desde dentro de la cabaña, atenuado el ruido de la fuerte lluvia por su tejado de tierra que había amainado la tormenta, más los continuos resplandores con que se iluminaba el monte por los relámpagos que cruzaban el cielo, los rayos que se precipitaban en tierra y el estruendo ensordecedor de los truenos, que retumban de continuo en la montaña, repetidos por el eco, que no era capaz de mitigar aquel techo, nos la seguía recordando.

Mi compañero, muy miedoso, aprovechaba cada estallido para abrazarme tembloroso y pegar y rozar más su caliente cuerpo, al mío.

+ ¡Qué miedo!, ¡Este rayo ha caído cerca! ¡Vamos a morir chuchurreados aquí! - decía mañoso abrazándome y metiendo su duro pene entre mis piernas.

Santi, socarrón, fumando apaciblemente se reía por lo bajo del miedo que mi amor manifestaba e incluso lo alimentaba.

  • En el monte las tormentas, si vienen acompañadas, como ésta, de electricidad, siempre son muy peligrosas, nunca sabes donde puede caer un rayo. Veréis mañana que más de un árbol cercano ha quedado chamuscado
  • le decía viéndole temblar a cada fogonazo que se producía en el exterior.

El nublón continuaba impasible con su gran batahola de ruido y electricidad y ya nos disponíamos a pedir a Santi que apagase el candil de carburo con que nos alumbrábamos, porque vimos acababa de vaciar y guardar su pipa, cuando un fuerte alarido se oyó cercano.

Parecía venir de una zona, que recuerdo por otras excursiones al monte Gorbea, se denomina Paso de Aldape. Se trata de un corto, no más de ochenta metros, estrecho, pero muy peligroso sendero, cortado en la roca, que rodeando el peñasco, une dos de las principales zonas de pastos de la montaña, la Campa de Arraba e Itzina, separadas por un barranco de más de doscientos metros de profundidad por donde corre un riachuelo. Es obligatorio atravesar si se desea ir de una zona a la otra. De día, con cuidado, se puede pasar aun con cierto peligro, pero en la oscuridad y con aquel fuerte aguacero, que te ciega la vista y que hace que el suelo rocoso esté resbaladizo, atravesarle podía ser mortal.

El terrible grito nos dejó en suspenso. Al pronto creí que alguien desafiando la tormenta, se había aventurado a atravesar el peligroso paso y debido a la ventisca se había despeñado, pues me había parecido que lo que se había escuchado era un grito humano.

Después de dos o tres minutos se repitió el grito. Era un alarido alucinante y terrorífico. Leo se agarró temblando a mí.

  • ¿Que es eso mi bebé?

Los alaridos sobrenaturales, que helaban la sangre en las venas, se fueron sucediendo a intervalos.

+ Será el viento a su paso por el barranco – le dije y me aferré a esta idea para poder respirar tranquilo.

Entonces Santi dirigió su arrugado rostro hacia nosotros y nos dijo.

*+ Os aseguro que no es el viento.

  • Si no es esa la causa se tratará de una persona y habría que ayudarle*
  • dije sin darme cuenta que en mi situación poco podía hacer. + En efecto se trata de una persona, mejor dicho de un ánima a la que no se le puede ayudar en este mundo, si no es rezando por ella. Todos los pastores del Gorbea hemos oído esos gritos pidiendo socorro algunas noches de tormenta y también nuestros padres los oyeron, pues esos gritos lastimeros datan de casi un siglo.

Leo, ya bastante asustado por los rayos y relámpagos de la fuerte tormenta, unido a los terribles gritos oídos y saber ahora, por la explicación del pastor, que eran lanzados por el alma de un fantasma que vagaba por el monte, casi le castañeaban los dientes de terror y se había incrustado tanto en mí, que casi no me dejaba respirar.

  • Esa voz pertenece a Antón de Aldape. Su historia me la contó mi padre cuando era pequeño, después indagué en los archivos que se conservan en el pueblo y añadí lo que recordaban haber oído algunos viejos del lugar. Si queréis podría contárosla.

Noté que Leo mostraba, por una parte deseos de escucharla, pero por la otra un terror supersticioso a todas las cosas en las que pudieran aparecer muertos, almas en pena o fantasmas no enterrados, pero yo, ante la imposibilidad de dedicar los próximos minutos, por la presencia de Santi, hasta que me llegara el sueño a cogernos dentro del saco, me adelanté a aceptar.

Santi, parsimonioso, preparó y encendió una nueva pipa y se preparó a contarnos la siguiente leyenda.

      • o o o - - -

Antón de Aldape había nacido en el pueblo de Ceánuri, es el último que pasasteis, donde se inicia la cuesta. En aquel tiempo el pueblo no estaba como ahora, era pequeño, pero más bonito y genuino, todo el mundo era feliz cuidando de sus tierras y sus ganados. Era de ver las nescas (chicas jóvenes) que paseaban los domingos por la plaza con sus limpios delantales y pañuelos a la cabeza.

Durante el baile, al son del chistu (especie de flauta), tamboril y pandereta, después del rosario, no había nadie que bailase la jota con más agilidad de movimientos y pasos difíciles que Antón, joven, guapo y trabajador, del que todas las mozas estaban prendadas.

Destacaba también sobre los demás chicos, en el frontón, en el juego de la pelota. En el de los bolos era el que más lejos los lanzaba. Poseía además un carácter alegre y simpático. Decían tenía una mirada con la que mostraba su honestidad y limpieza de mente, lo que hacía que todo el pueblo le apreciase.

También era poseedor del rebaño de ovejas más numeroso del entorno, pues su oficio era el de pastor. Había añadido muchas cabezas, al ya importante que heredó de su padre, que había muerto hacia ya años.

Debería deciros ahora, que durante el otoño e invierno las ovejas tienen suficiente comida allá abajo, los campos, de los que se ha retirado la cosecha, producen una tierna y jugosa hierba invernal que llamamos vallico que unido al trigo y maíz que se les da de refuerzo, hace que produzcan una buena leche.

Pero cuando llega la primavera no hay hierba porque los campos se siembran y es necesario subir el rebaño a la montaña, donde hay verdes, tiernos y buenos pastos. Se sigue haciendo lo mismo ahora. Las laderas de la cumbre del monte Gorbea, la gran campa de Arraba, donde está el refugio e Itzina, que está al otro lado del monte, separada por ese gran peñasco que está ahí mismo, son bienes comunales que pertenecen a varios pueblos de abajo, Ceánuri, Villaro, Ubidea y otros .

Al inicio del otoño, cuando aquí empiezan las tormentas, el frío y a caer la nieve, vuelven a bajar los ganados al pueblo, a las tierras bajas, pues ya se ha segado el trigo y guardado el maíz, cuyas hojas secas constituye, junto con esa hierba especial de invierno y algo de harina, como pienso, la alimentación principal de las ovejas y cabras.

Aquel año que os cuento, hubo una terrible sequía, se retrasó mucho la siembra y como continuase sin llover, los cereales sembrados, malos y ralos tardaron en crecer, por lo tanto la siega se retrasó de tal manera, que tuvieron los rebaños que permanecer en el monte más tiempo que el normal. Los pastores que pudieron, conociendo lo cruel que era el monte desde que comienza a nevar en el inicio del invierno, lo fueron abandonando en previsión del mal tiempo y la época de tormentas eléctricas tan corrientes por esta zona durante esos meses.

Los hubo que prefirieron diezmar el rebaño, vendiendo los animales que no podían alimentar, pero también los hubo, entre ellos Antón, que prefirieron, a pesar del peligro del invierno, alargar su estancia. Aguantaron los más valientes, al pensar era preferible perder alguna oveja que vender parte del rebaño, teniendo en cuenta que los precios habían bajado enormemente al ser muchos los vendedores.

El tiempo comenzó a empeorar, se registraron las primeras tormentas de lluvia, granizo y rayos y cuando ya amenaza la nieve con cubrir todo el macizo del Gorbea, los pastores que habían quedado, reunidos en asamblea, decidieron era tiempo de bajar a las tierras llanas.

+ Si ya empieza a nevar, como suele hacerlo por estos lugares, aun conociendo el monte muy bien, sabéis hay multitud de veredas y pasos, así como huecos que esconden cuevas subterráneas con el consiguiente peligro para el ganado que no puede encontrar los caminos porque desaparecen al estar cubiertos por la nieve.

Solo Antón votó en contra de esta proposición y decidió arrostrar los peligros de quedarse más tiempo arriba. No tenía posibilidad de alimentar en el pueblo su extenso rebaño porque no poseía tierras propias y deshacerse de una parte de él, era como quitarle un trozo de su vida.

+ No os preocupéis por mí - les dijo cuando marchaban y se despidieron - yo sé lo que me hago.

Les vio partir y se quedó solo en el monte.

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Santi paró su narración unos momentos para reavivar la lumbre que se estaba apagando, echándole dos nuevos maderos y Leo se arrebujó más entre mis carnes metiendo sus calentitas manos entre mis muslos, que dejó pegadas a los genitales, a los que de vez en cuando acariciaba y movía con el cuidado que no se le notara.

El pastor continuó narrando.

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Nevó bastante los siguientes días, pero aun había pasto para el ganado de Antón en la campa de Arraba en las zonas pegadas a los picachos cercanos que protegía el viento. Construyó un elemental cercado en este lugar donde encerraba sus ovejas y cuidaba por la noche, porque los lobos, bastante numerosos en aquel tiempo, merodeaban hambrientos buscando también algún alimento.

Una mañana encontró la zona donde habían podido pastar hasta entonces, arrastrada por un vendaval que había soplado durante la noche y con tanta nieve que era imposible que aquellos animales encontrasen la hundida hierba. Pensó entonces, que al otro lado del monte, en la ladera opuesta, en Itzina, la que da a Barazar y Ubidea, quizá no hubiese aun nevado o si lo había hecho, la capa de nieve no fuese tan alta.

Sacó las ovejas del redil y atravesando todo Arraba pasó el estrecho y peligroso sendero que le permitía rodear el peñasco y pasó a Itzina, al otro lado del monte. Cuando llegó después de ímprobos esfuerzos, comprobó que era del todo imposible permanecer en aquel lugar, pues aquellos lugares no solo estaban nevados sino que la nieve endurecida se había convertido en hielo.

Aunque para Antón la palabra imposible no había nunca existido se convenció que no podía, derrotado por los elementos, continuar en el monte y se veía obligado a regresar a Ceánuri y vender las ovejas que no pudiera alimentar.

A través de la nieve helada, con un esfuerzo titánico tanto para él, sus perros pastores y el ganado, inició la vuelta porque el camino para descender hasta su pueblo se iniciaba en Arraba.

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Aproveché la parada que hizo Santi para añadir más leña al fuego, para decir por lo bajo a Leo.

+ Uno de esos perros pastores del Gorbea, es una raza vasca, es mi perrita Chiqui, la que conoces.

Mi amor, por toda respuesta, acarició mi endurecida polla que yo había conseguido pegar, tomando una postura fetal, a su caliente culito. No pude acariciar la suya, porque mis brazos para darle más espacio los había sacado fuera del estrecho saco donde estábamos los dos metidos.

Santi continuó:

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Para aumentar la dificultad de la marcha comenzaron a caer unos enormes copos de nieve y a oírse cercanos truenos señalando que prontamente una nueva tormenta se acercaba.

La que ahora está desarrollándose ahí fuera no es nada comparada con la que comenzó a caer mientras Aldape se volvía desde Itzina con su rebaño, según la describen los documentos que obran en la parroquia. Quien la regía en aquel momento dejó escrita una especie de crónica de los principales acontecimientos que sucedieron mientras él fue párroco de Ceánuri.

De aquel suceso dejó escrito.

"El cielo lanzó todo su poderío sobre la tierra. En la parte baja del monte cayeron granizos de un tamaño como nunca se habían visto y arriba, se desató una horripilante tormenta eléctrica con ventisca y gran cantidad de nieve que duró varios días seguidos".

Los rebaños de ovejas suelen seguir, cuando los caminos son los de siempre, a una oveja vieja que los conoce y hace de guía, mientras los perros suelen marchar por detrás o a los lados haciéndolas avanzar y evitando que algunos animales se separen del conjunto y se desmanden. Cuando el camino es desconocido, es el pastor el que hace de guía yendo delante del rebaño.

En esta ocasión, eran tantas las ovejas que se quedaban rezagadas y perdidas entre la nieve por la ceguera de los grandes copos que caían que los perros no daban abasto a incluirlas de nuevo en la fila de las demás, Antón se veía obligado a multiplicarse, yendo delante, en medio y a la vez detrás. Con un esfuerzo sobrenatural iba consiguiendo que el rebaño avanzase poco a poco hacia la campa de Arraba donde os dije se inicia el camino de bajada hacia su pueblo.

Las huellas que el rebaño había dejado marcadas en el estrecho y peligroso sendero cuando antes lo atravesaron habían quedado tapadas en segundos. Los rayos, relámpagos y sobre todo los truenos, cuyo ruido se multiplicaba en las oquedades, atemorizaban a los hambrientos animales, que habían caminado, sin descanso, durante varias horas, por senderos que les eran desconocidos.

Cuando se acercaban al estrecho y temible paso algo debió asustar a la cabeza del grupo que aumentó el ritmo, hasta el punto que comenzaron a correr. Antón conociendo el peligro de la vereda, al ver lo que estaba ocurriendo intentó alcanzar la cabeza para poder frenarlas, pues veía que las ovejas de atrás, cegadas por la nieve las empujaban.

No le dio tiempo, cuando el grupo cabecero estaba en mitad del estrecho paso, alguno de los animales resbaló, se fue al suelo y ocasionó la caída de los siguientes. Se formó una gran montonera ya que las de atrás, con el suelo helado, no pudieron parar su alocada carrera.

Los berridos de los enloquecidos animales y el estruendo que originó un alud de nieve desgajado de la montaña hizo que tapase para la eternidad, todo el rebaño en el fondo del barranco.

Antón ciego de dolor y loco por la pérdida de todos sus animales, se arrojó al abismo en pos de ellas.

Al cabo de los días, cuando la tormenta pasó, los vecinos preocupados subieron al monte en su busca. Nunca encontraron su cuerpo ni su rebaño. Desde entonces ese paso lleva su nombre "Paso Antón de Aldape" y en los días en que los meteoros se desatan como hoy, sus gritos llamando a sus ovejas, se oyen lastimeros por todo el macizo del Gorbea."

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La pipa de Santi se había apagado, atizó el fuego acercando unos nuevos troncos para que nos dieran calor el resto de la noche y mientras fuera continuaba la lluvia, los relámpagos y los rayos junto a los gritos de Antón llamando a su despeñado rebaño, se despidió de nosotros, porque según nos dijo pensaba dormir en la cabaña de otro pastor amigo que le había invitado, nos deseó las buenas noches, se agachó y desapareció por el hueco de la puerta.

Fue grande el alegrón que sentimos al quedarnos solos porque con tanto roce de piernas y escondidas caricias en las partes más sensibles del cuerpo, disfrutábamos de un buen calentón por no haber tenido ocasión de cogernos y descargar nuestros testículos.

En ningún momento pensamos en salirnos del saco porque a pesar que algo de lumbre aun se mantenía en el hogar, la temperatura era lo suficientemente baja para no intentar sacar, ya el desnudo cuerpo, ni siquiera los brazos fuera de él.

Masturbarse dentro de las estrechuras de un saco de dormir es fácil, pero realizar cogidas, invito a los que me leen lo intenten para saber de su dificultad. Nosotros lo conseguimos, poniéndonos en posturas inverosímiles para poder descargar nuestros cojones las dos veces que teníamos por costumbre cada noche. Cuando los vaciamos nos dormimos contentos aunque rendidos por todo lo que nos había sucedido durante el día, hasta que la presencia del pastor, asomado a la pequeña puerta de la cabaña, nos despertó, cosa que no había sido capaz de hacer la avanzada luz del día.

Como os he descrito pormenorizadamente el primer encuentro sexual entre Leo y yo, permitirme que no me explaye con éste, pues tengo cierto temor de escribir sobre las diversas caricias, masturbaciones y folladas que se desarrollaron en el Monte Gorbea, casi sin poder movernos encerrados en aquel saco, porque cada vez que lo sucedido aquella tormentosa noche vuelve a mi mente, hablo o escribo sobre ello, me ocurre una cosa bastante extraña, se me endurece tanto la polla y me dura tanto tiempo en ese estado, sin que consiga su reblandecimiento si no saco de ella varias veces su jugo, que llego a sentir un fuerte dolor en mis huevos.

En un principio pensé que era la nostalgia de no tener el culito de mi amor a mi disposición y él el mío, como lo tuvimos aquella noche, porque mi novio marchó hacia su tierra hace varios días, pero no creo fuese esa la causa porque durante la estancia de Leo en mi casa tuvimos varios encuentros, aunque menos gimnásticos, tan gozosos y placenteros como el que mantuvimos en la cabaña del pastor.

Imaginé después que quizá influyera en mi mente y desde ésta a mis genitales el lugar en que sucedieron los hechos, una pequeña choza en la montaña más alta de mi país, la circunstancia cómo ocurrió, durante una fuerte tormenta que seguía en todo su apogeo mientras dentro de aquel estrecho saco nos arreglábamos para darnos mutuo placer.

Supe también que mi amor, regresado a su país, seguimos siendo novios y lo seremos eternamente, me confesó que le ocurría idénticamente igual cuando las escenas del Gorbea volvían a su mente.

Recordé posteriormente que las sensaciones paranormales comenzaron en el mismo instante de nuestra primera corrida mutua pues a la vez que salía a borbotones nuestro semen se iluminó en la noche tan enorme relámpago y después se oyó un trueno tan terriblemente fuerte que entonces creí casualidad pero ahora me hace pensar si no fue motivado por algunas extrañas y fantasmales fuerzas de la montaña para celebrar nuestro derrame.

Así que he llegado a la conclusión que el espíritu de Aldape, las brujas del monte o las ánimas de las ovejas que siguen insepultas en aquel peligroso pasadizo, tienen mucho que ver con la dureza de nuestras vergas, pues después de comprobar que nos ocurría a los dos, nos pajeamos cinco veces seguidas, con pequeños descansos, y no fuimos capaces de ablandar lo que teníamos como una piedra entre las piernas.

Perdonarme pare ahora de hablar de esta cuestión porque ya la tengo dura y me voy a ver forzado a estar frotándomela y corriéndome hasta esta noche y aún son las diez de la mañana

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