Amor accidental ii

ROSE GRAYSON ACABA DE SUFRIR UN FUERTE ACCIDENTE, QUE SERA LO QUE NOS TRAE MÁS ADELANTE LA HISTORIA CREADA POR Por B.L Miller Y SUS TRADUCTORAS Traductora Guri - Revisora Gorky

AMOR ACCIDENTAL

Por B.L Miller

Traductora Guri - Revisora Gorky

Durante las tres horas de cirugía Verónica estaba muy preocupada. No había tenido noticias de la joven mujer que había golpeado y la falta de conocimiento ponía los nervios de la ejecutiva en el borde. ¿Y si murió? Verónica se estremeció en el pensamiento. Entonces otro pensamiento llegó a su mente. La luz del día llegaría pronto y el daño obvio en el frente de su auto sería evidente. Evidentemente significaría preguntas, preguntas que no quería contestar. Caminó al teléfono público. La mujer que siempre concedía favores ahora necesitaba uno. Verónica marcó el familiar número. En el tercer timbrazo, una voz masculina llena de sueño contestó. "Tú, es mejor que tengas una buena razón de mierda para despertarme."

"Frank, soy Ronnie."

¿"Ronnie?" El tono cambió inmediatamente. "Hey Cuz, ¿qué pasa?"

"Yo necesito..." tragó. "Necesito un favor."

"¿Tu conseguiste que ese idiota concediera la transición?"

"Eso está en la bolsa. Escucha Frank, esto es importante." Oyó el sonido de un encendedor cuando su primo encendió un cigarro en un intento de despertarse completamente. "Necesito que vengas a recoger mi auto y me dejes otro."

"¿Desde cuando me convertí en tu servicio privado de remolque de coches?"

"Desde que tuve que pasar una noche afianzando tu trasero saliendo con esa imbécil de Grace," gruñó. "Está en el estacionamiento de emergencias en el Centro Médico de Albany. Coloca el otro auto en el estacionamiento general y tráeme las llaves a la sala de espera de emergencias. Frank, tienes que hacer esto ahora. No puedo esperar hasta mañana." Sabía que el costo de pedir el favor compensaría mucho el actual favor pero a veces era justo la manera que debía ser. Por lo menos sabía a quién avisar cuando necesitaba hacer algo discretamente. Su primo preferido no era nada si no cuidadoso.

"¿Sala de emergencias? Ronnie, ¿tu estás bien?"

"Calma, Frank. Despertarás a Agnes. Sí, estoy muy bien, solo muy conmocionada." Miró en su reloj. "Realmente necesito que vengas aquí y te lleves el auto."

"Está tu auto manejable o lo envolviste alrededor de un árbol?"

"El parabrisas y el frente están echo añicos. Tu mejor lo conduces un par de calles y después lo pones en una grúa."

"Caramba, no pides mucho, ¿no es así? Sabes que tendré que conseguir a John para ayudarme? No puedo conducir una grúa y un auto de repuesto."

"Pon el repuesto en la grúa, entonces no necesitarás otro conductor, solo haz esto ahora." Colgó y volvió a la silla que había estado haciendo su trasero incómodo por las últimas tres horas. Recogió la revista del cuarto mes de People y había justo empezado a hojearla cuando el Doctor Maise entró en el cuarto.

"Grayson. ¿Hay alguien aquí para Grayson?" Él preguntó en voz alta, aunque Verónica era la única persona en el cuarto.

"Aquí." Se levantó rápidamente. "¿Cómo está ella?"

"Tan bien como puede estar en su estado, supongo. Está descansando ahora. ¿Es usted familiar?"

"Uh... no, soy su jefa."

"Oh... ¿pudo usted ponerse en contacto con su familia ya?"

"No todavía. Mi secretaria está trabajando en eso," mintió. "¿Cómo está?"

"Bien, ambas piernas estaban seriamente fracturadas y había una muy fina fractura en su cráneo, muy probablemente al golpearse con el coche. Con excepción de raspones y un corte profundo en su cara que requirió varias puntadas, no había mucho más. Ninguna lesión interna de todos modos. Ella vivirá, pero pasará un buen tiempo antes de que pueda volver a trabajar, estoy seguro." Él se quitó sus lentes y los limpió con la esquina de su chaqueta. "Diría que probablemente unos tres meses para que las piernas se curen, entonces quizá tres a seis meses de terapia física."

"Oh Dios." Verónica se sentó nuevamente, incapaz de creer que en una fracción de segundo le había arruinado la vida a alguien más por quién sabe cuanto tiempo.

"¿Usted vio el accidente?" Él preguntó, sacándola de sus pensamientos.

"Uh, no, yo no," dijo, rogando que Frank no se hubiera quedado dormido y estuviera en camino con la grúa y un auto de repuesto.

"Bien, quienquiera que haya sido golpeó a esa pobre chica duramente. Probablemente algún borracho que incluso probablemente ni se dio cuenta que la golpeó."

"Probablemente," repitió.

"Bien, si usted me disculpa, necesito ir a vigilarla." Él salió de la sala de espera. Lo vió alejarse, entonces se hundió nuevamente en la silla anaranjada. La mujer, Rose, viviría. Suspiró aliviada por eso, pero la culpabilidad todavía pesaba fuertemente sobre ella. En un breve momento había destruído las piernas de la joven mujer, en su mente posiblemente la Srta. Grayson quedara lisiada de por vida.


El cielo seguía estando oscuro cuando Verónica cerró los ojos, el cansancio amenazaba reclamarla. Minutos más tarde ellos se abrieron otra vez cuando su nariz fue atacada por el olor de lejos de demasiada colonia barata. "Cuz."

"Hola Frank," dijo con cansancio cuando él se sentó en el asiento a su lado. "¿Te ocupaste de eso?"

"Todo hecho," dijo orgullosamente, extendiéndole un juego de llaves. "Mazda Azul. Tercer nivel, placas del distribuidor. No hay perdida."

"Gracias."

"Seguro. Siempre feliz de hacerle un favor a mi prima preferida." Sonrió, mostrando los dientes que eran demasiado blancos para ser verdaderos. "Y bien, ¿qué hiciste? ¿Golpeaste a alguien?"

"¡Cállate!" Susurró apretando los dientes, sorprendida de la cantidad de estupidez que su primo parecía poseer.

"Lo siento." Levantó sus manos en un apaciguador gesto. "Caramba, ¿es tú tiempo del mes o algo así?"

"Gracias por ocuparte de eso, Frank. Ahora hazme un favor y asegurarte de que el Porsche sea llevado a mi casa. Colócalo en el garaje. Haré que Hans vaya y lo arregle."

"No entiendo por qué no lo llevas, podrías tener a Michael trabajando en el. Sabes que es él propietario..."

"Michael posee una representación de Toyota. Trabaja en autos de veinte y treinta mil dólares, no Porsches. Hans es el mejor mecánico que conozco. Solo asegúrate de que esté puesto en el garaje, fuera de la vista. Mueve el jeep si necesitas el lugar."

"Bien," suspiró, sabiendo que nunca ganaría la discusión. Echó un vistazo por algo que ocupaba su interés.

"¿Qué es?" Cuestionó, mirándolo mordazmente y entonces a la puerta.

"Tu no vas a decirme por qué estás aquí o por qué tu auto está todo destrozado, ¿no es así?"

"Frank, lo que sucedió a mi auto o por qué estoy aquí, es mi asunto, justo como donde todos los beneficios del autolavado vayan es tu negocio. ¿Lo entiendes?"

"Lo entiendo." Sabía que era mejor mear lejos de su prima, sabiendo perfectamente bien cómo de volátil ella podía ser a veces. Se levantó. "Sabes mi número si necesitas algo."

"Sip." Abrió la revista People y miró a través de las páginas, eficazmente despidiéndolo. Esperó hasta que salió por la puerta antes de dirigirse a la estación de enfermeras a preguntar sobre la condición de la joven mujer.


Verónica salió al deprimente gris de otro día. La nieve había parado y ahora las calles estaban llenas de gente que intentaba una forma de pasar a través de la nieve congelada. Metió la mano en su bolsillo y sacó la tarjeta de la biblioteca. Morris Street. Intentó imaginar donde estaba la calle en referencia al hospital. Seguro que no estaba lejos y que podría encontrarla sin un mapa, Verónica se dirigió hacia el garaje de varios niveles del estacionamiento.

El pequeño auto azul estaba estacionado justo donde Frank había dicho que estaría. La mujer de cabello oscuro lanzó su maletín en el asiento del pasajero y dobló su largo cuerpo dentro del pequeño espacio del asiento del conductor, agachándose hasta que encontró la palanca que permitió que empujara el asiento atrás de modo que sus rodillas no besaran su barbilla. Tuvo que girar la llave varias veces antes de que el 323 pudiera chisporrotear a la vida. Verónica bombeó la gasolina en varias ocasiones hasta que el viejo auto parecía dispuesto a continuar por el mismo. "Frank, tu hijo de perra," juró que le daría una paliza como excusa por el vehículo, lentamente lo sacó del estacionamiento y lo dirigió hacía la rampa.

Verónica tomó a la izquierda del garaje del estacionamiento y condujo sobre la avenida New Scotland hacia el parque. Condujo dos calles antes de que la señal de la calle que estaba buscando apareciera. Como pensó, Morris Street era de un solo sentido, por supuesto en la dirección contraria del camino que quería ir. Un rápido giro sobre Madison y otro en Knox la puso en el otro extremo de la calle y finalmente pudo subir por la estrecha calle.

Morris Street fue una vez el hogar para doctores y familias ricas pero hacía mucho que había cambiado a una calle conocida únicamente por los esporádicos conductores que pasaban de largo y las cucarachas que algo más. Las casas estaban abarrotadas firmemente juntas, normalmente con menos de un pie entre ellas. Verónica aparcó sobre el único espacio abierto que encontró, no haciendo caso de la salida contra incendios rojo que estaba prominentemente situado sobre la rota acera. Verónica agarró su maletín del asiento al lado y salió del auto. Brevemente pensó en cerrar el montón estropeado pero decidió que no valía la pena el esfuerzo. Si un ladrón quería luchar con la cosa estúpida para conseguir que funcionara, eso estaba bien para ella. Subió sobre el banco de nieve y echó un vistazo al el número de la casa. A la mayoría de los edificios les faltaba uno o ambos dígitos pero finalmente encontró el lugar que Rose Grayson llamaba hogar.

Verónica subió los desvencijados y resbaladizos escalónes hasta que llegó al exterior de la puerta que conducía al primer y segundo piso de apartamentos. Una mirada a los tres buzones montados en la pared mostró que Rose vivía en el apartamento del sótano. Sacó del pequeño buzón de correo las cartas que había y dio un paso atrás sobre la plataforma. Maldiciendo en el pensamiento de bajar las escaleras cubiertas de nieve otra vez, la mujer de cabello oscuro puso la enguantada mano sobre el inestable metal del pasamanos y lentamente regresó al nivel de la calle. Debajo de las escaleras encontró una puerta que la mayoría de su pintura había desaparecido. Una pequeña tarjeta pegada al cristal decía simplemente "Grayson". Verónica golpeó varias veces pero no recibió respuesta. Quizás la joven mujer vivía sola. Metiendo la mano en su bolsillo, sacó la llave de la gastada cartera deportiva y la introdujo en la cerradura montada adentro en la manija de la puerta. Tomó algunos intentos pero finalmente la cerradura giró, permitiéndole a la ejecutiva entrar al pequeño apartamento.

Decir que Rose vivía en miserable pobreza habría sido amable. El primer cuarto en el que Verónica entró era muy probablemente la sala, aunque nadie habría sabido de los muebles. Una silla de jardín a la que le faltaban varias tiras estaba colocada en el centro del cuarto, libros marcados "Albany Public Library" apilados junto a esta. Ése era el alcance del mobiliario. Ni un solo cuadro o póster colgaba en las paredes. No era que una docena de cuadros hubiera hecho la diferencia. El yeso viejo, desmigajado había desaparecido en varios lugares, mostrando las secas salidas tablillas debajo. El techo estaba en un estado similar de deterioro. Las manchas amarillentas por el agua formaban accidentados círculos y en varios lugares este cedía visiblemente. Verónica dudó que pasara mucho tiempo antes de que el techo comenzara a derrumbarse. El apartamento estaba extremadamente frío y una rápida comprobación del termóstato demostró por qué. El polvo se había colocado en el marcador, indicando que la temperatura no había sido cambiada en bastantes horas. Fue establecido en treinta pero con las ráfagas que venían de las viejas ventanas el cuarto se sentía más como diez. Dejó su maletín en la desvencijada silla, entonces metió la mano en su bolsillo y sacó las dos cartas que había tomado del buzón de Rose. La primera era nada más que propaganda postal anunciando que si el número ganador igualaba con el que estaba en el sobre que "Inscrito a Grayson" sería el ganador de once millones de dólares. La otra carta era un sobre amarillo de la compañía de luz. Aunque sabía que no debía, Verónica deslizó una muy manicurada uña bajo la esquina y la abrió. Como había sospechado, era un aviso de desconexión. La metió en la parte trasera de su bolsillo y se dirigió hacia el dormitorio, esperando encontrar una agenda de direcciones o algo que indicara a quién debería avisar que la joven mujer estaba en el hospital.

El dormitorio era justo tan revelador como la sala. Una pequeña cama estaba empujada contra la pared y una silla plegada servía como un improvisado tocador. Un par de jeans que hacía mucho habían visto sus mejores días e igualmente desgastadas sudaderas componían el pequeño apilado de ropas junto con algunos pares de calcetines que parecían más como queso suizo que calzado. Una minuciosa búsqueda, no que esto tomara mucho esfuerzo, faltaba revelar alguna agenda de direcciones u otros artículos personales. Ni una carta de un amigo, ninguna fotografía, nada que indicara que Rose conocía a alguien... o que alguien conocía a Rose.

El cuarto de baño fue solo otra deprimente parada en el recorrido de Verónica. El botiquín contenía un casi vacío tubo de desodorante y un aplastado tubo de pasta dental, ambos luciendo el nombre de la marca de Money Slasher. Dos tampones situados en el mueble del retrete junto con un rollo medio vacío de papel de baño. Una gastada toalla estaba cubierta sobre el borde de la tina y tres pares de ropa interior hecha andrajos colgaban sobre el tubo de la ducha. "¿Cómo lo haces tu para vivir así?" Preguntó en voz alta mientras giraba dejando el pequeño cuarto de baño. Mientras lo hacía, notó el único artículo que previamente había pasado por alto antes. Encajonado entre la tina y la pared una pequeña caja arenera. "Bien por lo menos no estás sola." Como si hubiera oído la frase, un anaranjado y blanco gatito de no más de cuatro meses vino corriendo al cuarto de baño, maullando bastante fuerte para anunciar su presencia. "Hola allí."

"¡Mrrow!" Verónica se inclinó para acariciarlo pero el gato salió hacia la cocina. "Ven aquí. No voy a lastimarte."

"¡Mrrow!" El gato permaneció en la entrada de la cocina, negándose a acercarse. "Bien, será de esa manera, veremos si te doy algo." Pasó al lado del gatito y entró a la cocina, deseando rápidamente que no lo hubiera hecho.

La cocina era un viejo modelo de gas que probablemente fue bastante eficiente en los tiempos de su abuela. Una pequeña sartén para freír y una cafetera situados encima mientras una bien usada lamina para galletas yacía dentro del horno. Abrió un cajón y dio un paso atrás cuando varias cucarachas corrieron alrededor, intentando furtivamente regresar dentro de la oscuridad. Cerró el cajón rápidamente, pero no antes de notar el único juego de cubiertos que este contenía. El refrigerador contenía una botella de leche de plástico que había sido llenada con agua, la mitad de un frasco de mayonesa, una barra de margarina, y una casi vacía botella de ketchup. Cuando Verónica alcanzó la puerta del armario, sus piernas fueron rápidamente rodeadas por el ansioso gato.

"Meow, meow, ¿mrrrow?" Efectivamente, el armario tenía dentro una caja medio vacía de comida para gatos de Money Slasher y una caja de macarrones. "Mrrow, ¿meow?"

"Ok, Ok, entendí la indirecta," dijo, sacando la caja. El anaranjado y blanco gato correteaba sobre su tazón, esperando sin demasiada paciencia que la alta humana le diera de comer. "¿Cuánto comen los gatos de tu tamaño, pues?"

"¿Mrrow?"

"No importa." Sirvió el seco alimento en el tazón hasta que llegó al borde. "Aquí tienes, eso debe entretenerte por un rato." Miró el cuenco del agua. "Supongo que quieres un poco de agua también, ¿su majestad?" El gato estaba demasiado ocupado comiendo abajo para responder. Verónica llevó el cuenco al fregadero y tiró la restante agua antes de girar el grifo. Un horrible sonido vino de las tuberías y rápidamente lo cerró. "Parece que tu conseguiste el agua del refrigerador." Dejó el cuenco en el piso al lado del tazón de la comida y estaba a punto de continuar su búsqueda cuando oyó golpes en la puerta.

"Grayson, sé que estás allí adentro. Te oí abrir el agua." Una enojada voz en el otro lado de la puerta gritaba. "¡Es el tercero ya y quiero mi puto dinero del alquiler ahora!" Golpeó otra vez. "Maldición, estoy enfermo de tu lloriqueo sobre tu minúsculo cheque. Si tu no puedes permitirte este lugar entonces tu nunca debiste haberte mudado aquí... ¡Maldición pedazo de basura!"

La puerta fue abierta de golpe para revelar a un corpulento hombre que apestaba a alcohol a pesar de la hora temprana de la mañana. "¿Quién mierda es usted? Le dije a ella que los compañeros de cuarto costaban extra."

"¿Cuánto le debe ella?" Verónica preguntó, intentando muy difícilmente mantener su mal humor controlado.

"Cuatrocientos cincuenta. Seiscientos si descubro que está viviendo aquí también," gruñó. "¿Y quién mierda es usted?"

Verónica no contestó, en lugar de eso fue a la silla y revolvió su maletín hasta que encontró su chequera.

"¿Cuál es su nombre?"

"¿Qué le pasa a usted?"

"Si usted quiere que sea pagada la renta, necesito un nombre para endosarlo en el cheque... ¿o puedo yo solo poner la palabra estúpido pedazo de burro?"

"No tomo cheques de mierda. Ellos siempre botan."

"Garantizo que éste no botará. Déme su nombre."

"Cecil Romano, pero no aceptaré ningún cheque de mierda."

"¿Ha oído de Cartwright Corporation?" Preguntó mientras llenaba varias partes del cheque.

"Por supuesto, ¿y quién no?"

"Bien, Soy Verónica Cartwright. Este cheque es de mi cuenta personal. Si usted quiere su dinero de la renta yo le sugiero tomar este." Entregó el cheque. Cecil lo miró cuidadosamente, seguro que era un engaño.

"Necesito la identificación."

"Bien. ¿A usted le gustaría ver mi licencia de manejo o alguna importante tarjeta de crédito?" Preguntó, alcanzando el maletín y sacando su cartera. En ese momento el anaranjado y blanco gatito decidió salir y ver que era todo ese escándalo.

"¿Qué mierda es eso?"

"A mi me parece un gato. Dígame, ¿es usted capaz de formar una oración completa sin la palabra mierda en ella?"

"Le dije a ella no mascotas. No mascotas significa ninguna mascota de mierda. No mascotas, no compañeros de cuarto, no... quienquiera que usted mierda sea." Dobló el cheque y lo guardó en su bolsillo. "He tenido suficiente. Ella perrea acerca de todo desde el pequeño ruido en las tuberías, en la falta de pintura en las paredes y ahora esto. Cuando usted vea a la pequeña perra le dice que la quiero fuera de aquí antes del fin de semana. Ella y esa pulgosa cosa peluda pueden ir a vivir al banco de nieve no me importa."

"Bien. Veré que sus cosas sean sacadas de aquí inmediatamente. ¿Supongo que usted es el propietario de la vieja cocina y refrigerador de hace cientos de años?"

"Maldita sea claro que soy el propietario. Soy el propietario de esa cama en la que ella duerme también. Estaba supuestamente queriéndomela comprar por cincuenta dólares pero no la he visto todavía."

"Bien, ahora usted no ganará. Usted puede conservarla." Metió su cartera y chequera nuevamente dentro de su maletín. "¿Hay algo más o usted siente la necesidad de continuar asaltándome con su apestosa respiración?"

"No doy una mierda por usted, no puede venir a mi casa y hablarme de esa manera," gruño. "Solo asegúrese de que el lugar esté en las mismas condiciones que cuando ella se mudó o no conseguirá su garantía devuelta."

"Dudo que usted la regresaría de todos modos" Verónica contrarrestó. "Después de todo, usted es el epitome de un señor de los cuchitriles."

"Mejor toma a ese maldito gato con usted cuando se vaya o yo retorceré su cuello de mierda y lo tiraré en el banco de nieve." Salió dejando la puerta abierta, dejando que el frío aire se mezclara con el frío aire ya dentro del apartamento. "Y asegúrese de que ella reexpida su correo de mierda," gruñó cuando cerró de golpe la puerta.

Verónica volteó y frotó su frente.

"¿Meow?"

"Bien, supongo que tendré compañía por algunos días, ¿huh?" Dijo, sentándose en el vacío piso al lado del gato. "Quisiera saber tu nombre. Eso es mucho más fácil que llamarte 'gato' todo el tiempo."

"Mrrow," el gatito respondió, subiéndose en el regazo de la mujer de cabello oscuro. Verónica permitió que el ronroneante felino permaneciera por algunos minutos mientras intentaba pensar bien justo qué sucedió. Había solamente querido investigar a quién contactar para dejarles saber que Rose estaba lastimada y terminó por conseguir que echaran a la joven mujer de su casa. No que fuera mucho una pérdida, considerando las condiciones en las que vivía. No importa, decidió. Su primo Danielle, encargado de Cartwright Properties, lo solucionaría seguramente allí había un apartamento accesible disponible en el cual podrían poner a Rose. "Algo con paredes verdaderas," murmuró, mirando que el plato de comida era del tamaño del agujero en la pared opuesta. "Ok gato, hora de moverse." El gatito objetó ruidosamente pero finalmente accedió cuando la alta humana se levantó. "Vamos a conseguir juntar las cosas de tu mami y sacarte de aquí y meterte a algún lugar cálido."

Mover las pertenencia de Rose fue fácil, especialmente cuando Verónica decidió que las únicas cosas que tenían que salir del decrépito apartamento eran los libros de la biblioteca y el talonario de cheques que encontró en el cajón de la cocina. La gastada ropa, el inservible mueble... decidió que para cuatro cientos cincuenta dólares Cecil podría limpiarlo el mismo. Metió el talonario de cheques en su maletín los libros de la biblioteca bajo su brazo, y del gato dentro de su chaqueta, Verónica dejó el apartamento, no molestándose en cerrar la puerta.