Amocarlos1

Un castigo muy especial.

AMOCARLOS1

El silencio se hizo en la sala.

Ella sabia que era el preludio de un severo castigo, pero lo deseaba.

Su Amo se lo tomaba con calma.

Le oía pasear a su alrededor.

Sentía su presencia en cada poro de su piel.

Atada de pies y manos.

Desnuda y con los ojos vendados.

Abierta y expuesta para su Amo.

Esperaba y a la vez desesperaba.

Los nervios a flor de piel.

Sabia que cuando empezara el castigo nada lo detendría.

Pero el silencio y la espera se hacían insoportables.

De repente sintió el frío cuero acariciar su espalda.

Un escalofrío la recorrió.

El pulso se le aceleró, la respiración era casi imposible.

Estaba excitada.

Iba a ser azotada y en cambio estaba excitada.

Su cuerpo no podía ocultar sus deseos.

Los pezones erguidos y el sexo destilando jugos.

Sabia que había obrado mal.

Había desobedecido una orden directa y debía pagar por ello.

Su Amo merecía su sufrimiento.

De repente un silbido cortó el aire.

Zashhh!!!

_ Uno, gracias mi Amo.

El látigo le cruzó la espalda y la hizo arquear su cuerpo.

Zashhh!!!

_ Dos, gracias mi Amo.

Los latigazos se sucedían en su cuerpo, casi sin respiro.

La fuerza de los golpes aumentaba en cada uno de ellos.

Intentaba no gritar.

Sabia que su Amo la quería en silencio.

Pero su cuerpo no paraba de arquearse en cada golpe.

Su garganta ahogaba gritos cada vez más desgarrados.

Zashhh!!!

_ Cincuenta, gracias mi Amo.

Ya casi no podía contarlos.

Le costaba respirar, y tenía los ojos rojos intentando aguantar el llanto.

En cambio su sexo ardía.

Su Amo se detuvo y contempló su obra.

Sus nalgas estaban rojas.

Su espalda y muslos adornados con rallas coloradas que la travesaban de un lado al otro.

La piel le ardía por los azotes.

Un sudor frío le resbalaba por la espalda.

A su Amo le encantaba verla así.

Marcada por sus manos.

Suya.

Entregada a su voluntad.

Le acarició suavemente las marcas, mientras le susurraba al oído para tranquilizarla.

Aquello no había terminado aun, su Amo no consentiría que se fuera así.

Pero no era cruel de manera que de momento la desató.

Sus piernas no podían sostenerla, de manera que se dejó caer de rodillas a los pies de su Amo.

Su cuerpo temblaba.

Él se arrodilló a su lado, y la abrazó hasta que ella se tranquilizó un poco.

_ Ves zorrita, si me hubieras hecho caso a la primera todo lo que te habrías ahorrado. Vamos, lávate que vamos a salir.

Terminó de desatarla.

Ella bajó la mirada y fue a asearse.

Se vistió y maquillo para su Amo.

Este la cogió de la mano, como una pareja de enamorados y salieron a la calle.

Se fueron a comer a un restaurante y se pasearon a la sombra de los árboles del parque, como si no existiera nadie mas que ellos.

Era un paréntesis a lo que habían dejado entre las paredes de la sala de castigos.

Ella sabia que era un buen Amo, y que jamás la llevaría mas allá de sus límites.

Le gustaba saber que estaba a su lado protegiéndola.

Pero seguía con la extraña sensación que la recorría la espalda.

Tenia una deuda con su Amo, pero no sabia como terminaría.

Su cuerpo no aguantaría mucho más.

Los nervios se habían apoderado de su estomago.

Disfrutaba de las caricias de su Amo, de sus atenciones.

Pero su mente no dejaba de darle vueltas al castigo.

Como seguiría.

¿Hasta donde la llevaría?

No sabia que era lo que su Amo le tenia preparado, pero fuera lo que fuera sabía que lo aceptaría gustosa de complacerlo.

Y porque negarlo deseaba hacerlo también.

De repente, paseando casi sin darse cuenta, se encontraron de nuevo delante del edificio donde escondían sus más oscuras fantasías.

Se detuvieron.

Su Amo la miró, como pidiéndole permiso.

Ella, temblorosa por lo inesperado, bajó la mirado y dio un paso al frente.

Lo deseaba, en el fondo de su ser lo deseaba.

Subieron otra vez a la sala.

A cada paso que daba el pulso se le aceleraba.

Ella no lo sabia pero su amo no la iba a torturar mas, al menos físicamente. Eso sí, la quería angustiada un rato más.

La dirigió hacia la cama y la desnudó.

Era tan tierno que no parecía el mismo de unas horas antes y eso la desconcertaba.

La recostó en la cama.

La ató en cruz boca arriba.

Le vendó los ojos.

La acarició muy dulcemente el vientre en dirección a sus senos.

Deslizó el dedo por sus pezones, haciéndolos poner mas duros aun si cabe.

Rozó sus labios hasta que ella los entreabrió soltando a la vez un suave gemido.

Estaba muy excitada.

Las manos de su Amo continuaron tocándola.

La cara interna de los muslos, el cuello, no dejaba ningún lugar por acariciar excepto su sexo.

Ella deseaba cada vez mas esa caricia.

Ansiaba sentir esas manos en su sexo húmedo.

Deseaba desesperadamente dejarse llevar por el orgasmo.

Pero él ni tan si quiera se acercaba.

Sus gemidos eran ya mas que evidentes.

Estaba a punto pero no podía terminar.

Su cuerpo temblaba de deseo.

Entonces su Amo se levantó de su lado y se fue sin decir nada.

Su cuerpo estaba ardiendo.

Sus sentidos alterados.

Sentía la boca seca, y el pulso descompensado.

Quería gritarle, pedirle que por favor siguiera que no la dejara así.

Pero no podía articular palabra.

Se quedó tendida en la cama, deseando que su Amo siguiera acariciándola, incluso que decidiera castigarla más. Pero deseaba que él siguiera allí con ella.

Deseaba sentir el tacto de sus manos sobre la piel.

Poco a poco fue recuperando el aliento.

Pasaban los minutos, las horas, pero no se escuchaba ni un suave susurro.

Nada que le indicara que su Amo había vuelto.

La espera era terrible, perdió la noción del tiempo.

Parecía como si llevara allí días enteros.

Su cuerpo, se había relajado pero seguía excitada.

Escuchaba todos y cada uno de los ruidos de la sala, pero no conseguía sentir a su Amo.

Lo deseaba y deseaba que él la deseara a ella.

De repente sintió unas manos en sus tobillos.

Llevaba allí tres horas y él no se había separado de ella, observándola.

Ahora la desataba con dulzura.

Por ese día ya había sido suficiente.

La mandaba para su casa a cumplir con sus obligaciones.

Pero ella sabia que le pertenecía a él en cuerpo y mente.

Era de su Amo.