Amo de la montaña
Que más se puede pedir de un trabajo.
Llevaba bastante tiempo sin empleo, el suficiente como para ver mis ahorros comprometidos. Aunque estoy separado, mi ex mujer y mis hijos dependen económicamente de mí.
Cuando la preocupación ya era muy grande, recibí una llamada de un antiguo compañero de facultad, que si bien no lo había visto en años, periódicamente manteníamos contacto por mail.
Me contó que había un puesto para mí, igual al que el poseía, con un muy buen sueldo y atractivas ventajas. Como ya sabía de mi situación, pensó en ofrecérmelo, seguro de que con su recomendación no habría problemas. El único inconveniente radicaba en que se trataba de una construcción perdida en medio de la nada. Quedaba lejos de cualquier lugar civilizado (trabajo como ingeniero especializado en minas), y en medio de montañas que prácticamente no poseían caminos siquiera.
Pero al no estar en condiciones de esperar algo mejor, acepté. Al otro día, ya me confirmó que debía presentar allí inmediatamente.
En dos días ya estaba esperando al costado de la ruta el vehículo que me debería pasar a buscar. Grande fue mi sorpresa cuando apareció un Land Rover cuatro por cuatro flamante, y al volante mi amigo Pedro. Tardamos más de tres horas en recorrer cuarenta infernales kilómetros, para llegar al campamento. Durante el trayecto me fue informando que el se vería absorbido por la construcción de una carretera apta para camiones, por lo que no se daría tiempo para terminar con la limpieza del frente de cantera, ese sería mi trabajo.
Cambiamos a temas personales, le conté de mi frustrado matrimonio y la incómoda situación económica que tenía. El me dijo que aún estaba casado con Marta, mujer que yo conocía de hace quince años, cuando ambos eran novios, antes de que cada uno tomara su rumbo. La recordaba como a una mujer hermosa, tal vez la más linda de la facultad. Cuando nosotros estábamos en el último año, ella recién comenzaba. Era alta, más de uno setenta, rubiecita de ojos celestes, no exuberante, pero con todo bien puesto y acorde con su cuerpo. Tal vez lo más llamativo era su cinturita, mínima, que acababa en una cadera ancha, con unas nalgas perfectamente formadas.
No habían tenido hijos, (noté un dejo de tristeza en su comentario) y me comentó que me alojaría con ellos, por lo menos durante un mes, hasta que estuviera lista mi casa/casilla.
Cuando llegamos, me sorprendió verla a Marta. Para ella los años no habían pasado, tal vez hasta la madurez le había dado mayor interés a su belleza. Me saludo como si fuéramos viejos amigos, y se la notaba contenta y feliz.
No tenía palabras de agradecimiento para la pareja, ya que además de conseguirme el empleo, me brindaban las pocas comodidades que poseían. Es que en la montaña no hay ni luz, ni agua corriente, ni cloacas, ni kioscos y centros comerciales. No hay prácticamente nada. Vivían en una modesta casita prefabricada de un dormitorio, con una salita y una cocina que servía para todo uso. Yo dormiría en un incómodo diván el la salita. Pero no tenía motivos de queja.
Los cuatro o cinco primeros días fueron de reconocimiento. Pedro me mostraba los avances y las planificaciones a futuro. Yo me iba embebiendo de todo, y aunque aún me quedarían por un buen tiempo cosas que consultarle, ya podía empezar a tomar decisiones. Éramos un poco los jefes de la cantera, ya que le dábamos las indicaciones de trabajo al capataz, y este se encargaba del personal. Supervisábamos los trabajos, y desarrollábamos informes semanales para remitir al la empresa.
Ya a la tardecita, regresábamos al hogar, y Marta efectuaba todas las labores de ama de hogar. No hacía diferencia entre nosotros, solo quedaba para ellos solos la intimidad de su cuarto. Debo aclarar que es muy raro que una mujer acompañe a su marido a la montaña, pero distaba mucho de poder preguntarle el porqué.
Como a la semana, Juan comenzó los preparativos para ausentarse de la mina y comenzar el proyecto de la carretera. Lo que yo no sabía es que esto lo levaría a ausentarse por largos períodos.
La mañana que partió, para volver a los dos o tres días, noté una profunda angustia en el. Le pregunté que le pasaba, pero minimizó el tema. Realicé mis tareas de costumbre, y para cuando finalicé, el sol se ocultaba ya detrás de los picos más altos.
Llegué a "mi" hogar bastante cansado, para encontrarme con Marta haciendo la cena. La saludé, me devolvió el saludo con una sonrisa, y recién ahí me percaté de que estaría solo en el medio de la nada, con una mujer muy atractiva. Pero traté, aunque sin lograrlo del todo, sacar ese pensamiento de mi cabeza.
La cena fue normal, casi. Creo que Marta estaba más nerviosa que yo. Conversamos banalidades de sobremesa, y sin otra cosa mejor que hacer nos dimos las buenas noches. Me dormí fantaseando con poseer a Marta, pero internamente comprendía que buscarlo, sería una canallada.
Al despertarme en medio de la noche, escuché sollozar a Marta. Después de un tiempo y sin poder conciliar el sueño, me acerqué a la puerta y golpeándola con los nudillos, le pregunté si todo estaba bien. Me contestó que si, que no me preocupara, tratando en vano de ahogar los gemidos. Me acosté nuevamente, pero sin poder volver a dormir.
Me levanté antes que ella, no deseaba confrontarla esa mañana. Tendría sus problemas y si no me quería participar, no andaría yo preguntando. Mis obligaciones diarias insumieron mi mente, pero al terminar la jornada, volvía recordar la noche pasada.
Llegué a la casilla y me encontré con Marta esperándome sentada frente a la puerta, sosteniendo su cabeza con ambas manos.. Se la veía cansada y ojerosa. La saludé a la distancia, pero ella llamó mi atención de inmediato, pidiéndome que me sentara, que quería hablar conmigo y explicarme algunas cosas. Aquello no me daba buena espina, pero no tenía otro remedio, ni siquiera excusa.
Cuando empezó a hablar, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas inmediatamente. En un largo monólogo, solo interrumpido por súbitos quiebres de voz, me contó su versión de su matrimonio desde el comienzo mismo. Pedro, desde joven había tenido problemas de erección, cosa que ya sabía, pero al parecer fueron recrudeciendo con el tiempo. Una fallida operación terminó por dejarlo totalmente impotente. Según me contaba, ella lo seguía amando, pero era una mujer joven y con necesidades. Viendo por donde venía la cosa, traté de hablar, pero con un ampuloso gesto de su mano, siguió su relato. En las primeras ausencias de Pedro, ella se había conseguido un amante. Era solo para una descarga sexual, ya que para ella, el único hombre de su vida era el. Con el tiempo, Pedro supo de sus deslices, que al parecer fueron bastantes y con el tiempo poco disimulados, por lo cual su marido había aceptado este trabajo con la condición de que se fuera a vivir con el. Vivía sola aislada del mundo sin familia ni amistades. Por eso, cuando surgió la contingencia de tener que traer otro ingeniero, para que su esposo pudiera ausentarse por largos períodos, Pedro pensó en renunciar. Fue idea de ella llamarme, ya que siempre su esposo había confiado en mí. Pero anoche, sola conmigo en aquella casucha, no pudo dormirse pensando en mi, que por eso había llorado tanto, por la impotencia que sentía. Pero hoy se había decidido a contármelo todo, que quería que la comprendiera, y bajando la voz y la vista, me pidió que la reconfortara.
Estuve bastante tiempo pensando antes de abrir la boca. Sentía pena por esa mujer, que se había humillado tanto al contarme sus pesares, y más aún, rogándome que cumpliera con las relaciones que no podía brindarle su marido. Pero también sabía que no me era posible comportarme de esa manera, y cuando se lo comuniqué, agregando que en cuanto volviera Pedro renunciaría y me marcharía, ella rompió de nuevo en llanto, y aunque se me partía el alma por ella, opté por salir de la casa y dejarla sola.
Esperé durante horas, deambulando por ahí, hasta que la última luz de la casa se apagó. Deje pasar un buen rato, y en silencio me acosté en mi lugar. El cansancio pudo más que mi cabeza y por fin me quedé dormido.
Desperté con una rara sensación en mi pene, y tratando de dirigir mi mano hacia el, me noté inmovilizado. Tenía ambas muñecas atadas, sobre mi cabeza, y los tobillos liados también. No tenía ninguna capacidad para moverme, y menos para ver, ya que la oscuridad en esos lugares es absoluta. Una mano me masturbaba, y cuando notó mis movimientos tratando de zafar las ataduras, la voz de Marta me dijo que me quede quieto y goce. Mi razón no quería pero mi pene no entiende razones. Una vez que estuvo bien erecto, ella se subió sobre mí, para penetrarse casi al instante. La penetración fue lenta, y para cuando me convencí que no tenía remedio, me dediqué a gozar de aquella mujer. No podía verla, ni siquiera dibujar su contorno, así que solo podía usar nuestro contacto físico para imaginar la situación.
Una vez que se hubo penetrado hasta el fin, se quedó quieta por unos instantes. Contraía los músculos vaginales a placer, creo que por el solo hecho de demostrarme sus cualidades amatorias. Apoyo las manos sobre mi pecho, inclinándose un poco hacia delante, y comenzó a moverse, solo con la cadera, lentamente, realizando un corto pero muy efectivo recorrido, muy placentero. Aceleró de golpe el ritmo, subiendo y bajando hasta lograr un frenético orgasmo que transmitió a mi cuerpo. Su uñas marcaron mi pecho, y con sus últimos temblores, descansó apoyándose en mi.
Todavía estábamos unidos, y para cuando normalizó su respiración, fue irguiéndose de nuevo, buscando una mayor penetración. Sus manos buscaron apoyo sobre mis piernas, inclinando esta vez su cuerpo hacia atrás. No hubo ninguna delicadeza ahora, sus movimientos fueron muy veloces. Subía hasta casi salirse, para dejar caer todo su peso, logrando unas penetraciones muy violentas. En otro momento, ya no hubiera resistido, pero el raro caso de esa noche me impedía eyacular. De a poco me fui soltando, gozando cada vez más aquella infernal cabalgata. Me hubiera gustado poder usar las manos, para apretarle los pezones, para tomarla de la cintura, y marcarle mi propio ritmo. Pero nada de eso, aceptaba lo que ella quisiera darme, y con un placer que aumentaba en cada movimiento.
El frenesí del orgasmo la capturó de improviso, cesando casi del todo su vaivén, quedando yo casi en el umbral de mi propio goce. Se desmontó casi de inmediato, no podía ver lo que hacía, pero mi temor a quedarme tal cual estaba, atado, me hizo decirle que no podía dejarme así. Marta comprendió otra cosa, y tanteando tomo mi muy duro pene, llevándoselo a la boca. Esa cálida cavidad, tragó todo mi pene de una vez, para sacarlo y jugar con su lengua, recorriéndolo, besando el glande y volver a meterlo completo. Sus manos se ocupaban de acariciar mis pezones y mis muslos, pasando delicadamente sus uñas, dejándome un recorrido de placer.
Sentí el orgasmo que llegaba con fuerza, advirtiéndoselo, pero Marta redobló su faena, haciendo mi acabada aún mas explosiva. Sentía como su garganta se esforzaba por tragar todo mi semen, si dejar de ordeñarme, y no tengo dudas sobre que consiguió comérselo todo. Ella siguió mamando, con mayor lentitud y cariño, hasta que me dejó limpio y tranquilo.
Sin cruzar una palabra, se marchó a su cuarto, y al poco rato caí rendido en profundo sueño.
Me desperté con el aroma del desayuno, desatado. No había cenado, y me encontraba famélico. Marta me dio los buenos días con un beso en la boca el cual respondí, medio sin darme cuenta y medio dormido aún. Me senté a la mesa, mientras ella me servía, con una amplia sonrisa, fingiendo ser un desayuno hogareño. Cuando el candente café aclaró algo mi mente, intenté aclarar algo las cosas, explicándole que lo de anoche solo había sido un error, que no podía volver a pasar, que ella era la mujer de mi amigo y que no debías seguir en esa forma. Marta me escuchó pacientemente, pero en su rostro y con el brillo de sus ojos me decía que nada de lo que yo le digiera le importaba. Me preguntó si ya había terminado, solo para comenzar a hablar ella.
Me contó que esta mañana la vivía como un sueño, que se sentía feliz y que por favor no se la arruinara. Que ella era conciente de todo, pero que quería que mientras no estuviera su marido presente, fuera yo el sustituto. Que me cuidaría como jamás nadie lo hubiera hecho, que atendería todos mis caprichos, con tal de que la dejara soñar despierta y gozar de aquella felicidad que la embargaba.
No tuve la suficiente fuerza para decirle que no. Le dije que lo pensaría durante la jornada, pero ella me contestó que la pusiera a prueba. Mi miembro ya se encontraba erecto, suficiente para dominar mi mente.
Le ordené que se desnude, lo cual hizo con rapidez, mostrándome orgullosa su gran belleza. La tomé por detrás situando sus manos contra la mesa, extendidas y abiertas, para separar luego sus piernas. Cuando vio que tomaba un poco de manteca, comprendió mi intención para decirme que tuviera cuidado, que aún su ano era virgen. Yo ya no estaba para cuidados, y además quería probar hasta que punto podía ella llegar. Unté su agujerito con un dedo, era pequeño y de color apenas más oscuro que el resto de su cuerpo. Afirmé mi glande y presioné. Costó bastante, y algo de dolor, poder vencer su esfínter. Pensé que a Marta le dolería mucho más que a mi, pero ella solo estaba muy tensa, sin emitir sonido alguno. Cuando mi presión encontró tope, me quedé quieto por unos instantes, para que su ano se acostumbrara por lo menos algo a su nueva situación. Asiéndola fuertemente por los senos, comencé un lento vaivén dentro de ella. Me parecía mentira, estar así, con semejante belleza aceptando de buena gana y feliz, ser sometida de esa manera. Estos pensamientos aumentaron mi lívido, y mi ritmo. La penetraba con pasión, al tiempo que retorcía sus pezones con una mano mientras la otra dedeaba su vagina. El orgasmo nos alcanzó al unísono, y fue salvaje, bestial. Momentáneamente sin fuerzas, recosté el peso de mi cuerpo sobre el suyo. Temblaba, trémula, sin poder contenerse. Al poco tiempo, mi ya casi flácido pene, fue saliendo de su cálida vaina. Una fea combinación de semen, sangre y algún resto de excremento corrían por sus muslos y manchaban mi pene. Le ordené que me limpiase como anoche, y al girar ella, pude ver su rostro lleno de lágrimas, pero complacido y satisfecho. Su semblante cambió al notar mi pedido, pero tratando de disimular, cumplió con creces.
Acariciando su pelo, le dije que había sido muy buena, que me esperara con al almuerzo, que seguro volvería antes de esa hora. Sin decir nada más, me terminé de vestir, tomé mi casco y salí del lugar.
La mañana se desarrolló lenta. Me costaba concentrarme en mi trabajo, pero sabiendo que vidas dependían de mi tarea, logré hacerlo. En un alto en mis actividades, me aparté un poco y me puse a revisar el sitio donde me encontraba.
Hace diez días solo estaba preocupado por mi situación financiera, ero ahora tenía un muy buen empleo, alejado del mundo y de sus complicaciones, mandando a una fuerte cuadrilla de hombres, los cuales me confiaban su vida. Me gustaba todo esto, el aire limpio, la brisa fresca de la mañana. Y me gustaba Marta, sería un mentiroso si lo negara.
La lluvia interrumpió mis cavilaciones y la jornada de trabajo. Duró, para mi suerte y placer, todo el resto del día y gran parte de la noche. Corriendo, alcancé la casa, mientras veía a los mineros llegar a su barraca, bastante separada de nosotros.
Al entrar, me encontré con Marta aún desnuda, esperándome sonriente. Tal vez al ver mi cara de desconcierto, me dijo que no le había ordenado vestirse. Sonriendo, la abracé con fuerza, besándola con pasión. Durante un buen rato nuestras lenguas me movieron como esgrimistas, pero para el tiempo que mis manos llegaron a acariciar sus perfectas nalgas, la levanté en vilo, y me dirigí con ella al dormitorio.
Pero esa es otra historia.
Agradezco comentarios, y si son buenos, casi seguro una segunda parte será escrita.
Un beso muy húmedo a mi musa inspiradora, Ixel.