Amo de casa (9)

Guille comparte con Gustavo y Alexander una caliente tarde de cine

Capítulo 9 – Mala crítica

Al apagarse la luz desapareció la única protección de la que gozaba. Miré atrás en busca de miradas, de gente, pero salvo el grupo de féminas de arriba del todo no había nadie más. Era la primera sesión de la tarde y era obvio que no estábamos ahí por casualidad. La película que iban a proyectar llevaba semanas en cartel, prácticamente todo el mundo que habría querido verla la habría visto ya. El grupo de chicas seguramente fue a verla por segunda o tercera vez. Y no me servirían de nada, ni siquiera verían lo que me iba a ocurrir, estaban demasiado ocupadas contándose sus cosas y riéndose de sus novios.

-Gustavo, por favor, no me gusta esto –dije muy asustado.

-Ni a mí esta estúpida película –dijo sarcásticamente.

Y es que Alexander había acercado más aún su cabeza la mía. Notaba como su nariz rozaba mi mejilla, subía por las orejas y se sumergía en mi pelo mientras me sujetaba con una mano la cabeza y con la otra, mis huevos. Mantenía una presión firme y constante. No moví ni un músculo, tenía la impresión de que podía quedarse con ellos en la mano si lo hacía enfadar.

-Mmmmm me encanta Gus –dijo Alexander en mi oído derecho-, aunque me huele demasiado a champú.

-Ya sabes que me gusta que estén limpios, pero prueba otros sitios, quizás tenga más suerte -dijo bajando el volumen, la película comenzaba tras los tráileres.

Gustavo se limitaba a mirar la escena y sobarse el paquete de vez en cuando. En la penumbra se podía ver sin dificultad que su polla estaba casi a pleno rendimiento. Alexander por su parte continuó lo que me pareció humillante y degradante, tanto para él como para mí, me levantó un brazo e incrustó su cara en mi sobaco.

-Nada tío, lo tienes demasiado limpito –dijo Alexander en voz baja.

Miré de reojo a Gustavo, parecía pensativo. Por fin pareció dar con la solución al terrible problema de Alexander. Se inclinó y noté como me levantaba el pie izquierdo. Desató mis cordones y me sacó la zapatilla.

-Toma, prueba con esto –dijo dándole mi Adidas de color blanco del 44 a Alexander.

Aunque dudó en un principio Alexander aceptó el ofrecimiento e hizo exactamente lo que me temía. Ponérsela en la cara.

-MMMMMMMMMMM me encanta –dijo casi sin bajar la voz-, que bien hueles.

-Eso mismo dije yo –dijo Gustavo entre risas.

Alexander se recostó en la butaca y cerró los ojos oliendo mi zapatilla y manoseándose el paquete. Paquete, que por cierto y a pesar de la penumbra no presagiaba nada bueno para mí. Parecía tener una enorme culebra dentro del pantalón. Durante unos minutos incluso pude mirar la película que se proyectaba, hasta que Gustavo decidió pasar a la acción y se la sacó por la bragueta. No le costó nada, pues parecía no llevar calzoncillos. La descapulló y me hizo un gesto señalándomela. Volví a echarle un vistazo a Alexander que parecía extasiado con mi zapatilla, por un instante, corto, eso sí, pensé que quizás se conformase solo con eso. Desde luego no sabía cuán equivocado estaba. Tras un suspiro de resignación me incliné sobre la polla de mi casero y comencé a chupársela. Con la mano izquierda se la agarraba y pajeaba al tiempo que movía mi cabeza de arriba abajo. Los gemidos de Gustavo no tardaron en aparecer, pero quedaban silenciados por el volumen de la película.

-Mmmm, así así rubito, qué bien lo haces, cómo has mejorado –dijo acariciándome la cabeza.

Continué durante un rato. Las caricias se convirtieron en presión sobre mi nuca que marcaba el ritmo de la mamada. Empezaba a estar muy familiarizado con aquellos sabores y lo que era más, ya no me daba asco. Oí un ruido que me sobresaltó. Al parecer Alexander se había aburrido de la zapatilla. No pude despegarme de la polla de Gustavo, pero noté cómo me sobaba la pierna derecha hasta llegar a mi otra zapatilla. Sin si quiera molestarse en desatarla me la sacó de un tirón. Supuse que había empezado a olerla, quizás, pensé, había extraído todo el jugo a la primera y necesitaba más. Cuando sabía que Gustavo estaba casi apunto aceleré con la intención de que acabase aquello cuanto antes, pero Alexander interrumpió mi trabajo.

-Oye tío, estoy a mil, ¿me dejas al chico?

-Está bien –dijo Gustavo de mala gana.

Me hizo levantar la cabeza. Por un instante vi en la pantalla a uno de esos extraños y afeminados vampiros que tan de moda estaban, pero lo que llamaba la atención o era eso realmente. Alexander tenía mi zapa en su mano derecha y con la izquierda sujetaba lo que era un enorme pollón negro. Apenas podía abarcarlo con la mano y no mediría menos de 21 ó 22 centímetros. Su capullo brillaba con el paso de las escenas de la película. Alexander me agarró directamente de la cabeza y me la llevó hasta aquel gigantesco trozo de carne palpitante.

-Podías haber dejado que terminase conmigo –dijo Gustavo con un falso tono de enfado.

-Te estaba viendo disfrutar demasiado y me estabas dando envidmmmmmmmm

Había empezado a lamerle la polla a Alexander. Pese a la oscuridad, mi mano blanca resaltaba en el color de su miembro. Se la meneaba lentamente, pero el verdadero trabajo estaba en la lengua y es que no daba abasto, era enorme, sólo las había visto en películas porno, y nunca pensé que acabaría teniendo la polla de uno en la boca. Tenía un sabor distinto aunque no desagradable a las dos pollas que ya había probado, y es que con esa, ya llevaba tres. Alexander, a diferencia de Gustavo, no me marcó el ritmo, dejó que hiciese mi propio trabajo. Levantó su mano derecha que aún sostenía mi zapatilla y se la volvió a pegar en la cara. Enseguida noté cómo la lubricación aumentaba, por un momento pensé que se iba a correr, pero no.

-Mmmm, lo hace de muerte tío –le dijo a Gustavo.

-La verdad es que ha mejorado mucho –dijo este con un con un cierto tono de orgullo.

-Mmmm que rico de verdad podría pasarme así toda la tarde.

Y esperaba sinceramente que no lo hiciera. Me sobresalté cuando noté cómo me juntaban los pues. De reojo observé que Gustavo se había inclinado sobre ellos y me estaba subiendo un poco las perneras. Cuando se incorporó, comprobé que no podía separar los pies, los tenía juntos. Sin duda había juntado mis tobilleras con uno de sus candados.

-Me voy a por algo de beber –dijo-, te lo dejo atado, no irá ningún sitio.

-No le dejaría, créeme mmmmm –dijo Alexander apartando mi zapatilla de su cara por un instante.

Ni había tenido tiempo de pensar en huir y menos enlatado entre dos tipos más grandes que yo, pero si había una oportunidad habría sido esa, pero Gustavo, una vez más se había adelantado y como perro viejo que había demostrado ser, me dejó con los pies atados. De nada me servía tener la fila libre a mi izquierda, por otro lado estaba seguro de que Alexander no tenía la menor intención de dejarme ir.

-Mmmm como me pones cabrón –dijo acariciándome la cabeza.

Lo hacía de una forma extraña, no era una caricia al uso, metía sus enormes manos entre mi pelo, lo manoseaba, lo agarraba, incluso tiraba suavemente de él y volvía a empezar, y todo sin separar su cara de mi zapatilla. Al rato, la fila de butacas se movió con brusquedad. Gustavo había llegado de nuevo.

-Toma te he traído un refresco –dijo.

-Mmmm, graciasss.

Seguí durante un largo rato, no sabía que alguien pudiera aguantar tanto tiempo. Sin embargo, cada vez lubricaba más y más. De pronto, con gran brusquedad, un tirón de pelo me hizo levantar la cabeza. Alexander metió su polla en mi zapatilla y empezó a frotarla con rapidez, en pocos segundos se produjo lo inevitable, con mi cara de asombro y asco clavada en mi zapatilla.

-¡No!, joder… -dije en voz baja

-Mmmmmmmmmmmmmmmm ooooooooooooooohhhh siiiiiii

-Sssssh más bajo tú, que no estamos solos hoy –le recriminó Gustavo.

-MMMMm que pedazo de corrida –dijo Alexander cerrando los ojos y restregando su polla en mi maltrecha zapatilla.

Cuando se aburrió de ella la tiró al suelo como si fuese un vulgar pañuelo de mocos. Cogió su bebida y pegó un trago. No se guardó la polla, lentamente fue perdiendo tamaño. Miré al frente, con la intención de ver algo de la película. Parecía ir bastante avanzada y no me enteré de mucho. Casi sin tiempo para respirar, Gustavo se la volvió a sacar, esta vez lucía algo más morcillona.

-Venga, acaba lo que empezaste –dijo meneándosela y sonriendo a la vez.

Resignado, una vez más, me incliné sobre su miembro y empecé a chupársela. Rápidamente recobró su tamaño anterior en el interior de mi boca. Se la chupé con delicadeza, subiendo y bajando la cabeza al ritmo que él me marcaba. Paré sobresaltado, arqueé la espalda. La enorme mano de Alexander estaba recorriéndome cada centímetro de piel por dentro de la camiseta. Al principio me resultó desagradable, pero acabó por ser placentero.

-Que bien lo vamos a pasar luego –dijo Alexander.

Aquellas palabras arruinaron esos instantes de relativa calma. Por un momento, incluso dejé de chupársela a Gustavo. Aunque este me forzó para que continuase. Mi cabeza comenzó de nuevo a atormentarme con pensamientos terribles. El problema es que ahora en esos pensamientos había una cara y una enorme polla nuevas, y eran elementos más que suficientes para que mi fértil imaginación me tuviese asustado.

-Mmm sigue un poco más que ya casi está –dijo Gustavo.

Alexander sacó su mano de mi espalda y me cogió la mía, la que me quedaba libre. Estuve desconcertado por unos instantes hasta que reconocí de nuevo su polla, y no estaba como la última vez que la vi, precisamente. Había recuperado todo su esplendor. Colocó mi mano en su polla y la meneó un poco. La idea era obvia. Comencé a pajearle despacio, mientras se la chupaba a Gustavo. Tratando de evadirme de la situación, me vino la cabeza la frase de una antigua novia mía del instituto con la que no acabé precisamente bien, por motivos que no vienen al caso, pero fue algo como “los chicos no sabéis hacer dos cosas a la vez, sois unos inútiles”. Si me hubiera visto en ese momento…

-Sí, sí mmmm

Gustavo se había corrido. Me había llenado la boca una vez más con su semen. Me lo fui tragando conforme salía y lamiendo la punta provocándole pequeños espasmos y gemidos. Se la limpié bien antes de que me dejase levantar la cabeza. Por fin me incorporé. No me quedó otra que centrar todas mis energías en la otra cosa que me traía entre manos, y era grande, muy grande. Al fondo se escuchaban las risitas de las féminas de las primeras filas al ver a su ridículo héroe en acción.

-Me gustó el trabajito de antes, ¿qué tal si lo repites? -me dijo amablemente Alexander.

De nuevo, y con la boca con sabor a semen, me incliné sobre la descomunal tranca de Alexander. Comencé a lamerle su suave y redondo capullo. Pequeños lametazos, como si de un helado de una sola bola se tratase. De vez en cuando asomaba alguna salada gotita de lubricación. Los gemidos volvieron. Su mano izquierda me sorprendió sobándome el muslo a la altura de la rodilla. Mientras seguía dando lametazos fue subiendo la mano, hasta que claramente, se detuvo en mi entrepierna. Notaba como acariciaba mi paquete, a buen recaudo bajo el cinturón de castidad. Por fin me metí su polla en la boca, tenía que abrirla bastante para que me cupiese entera, en ese instante, Alexander metió la mano entre mis muslos de nuevo y agarró mis huevos, que continuaban donde los dejó, apretaditos y atados por el cinturón. Por un instante paré, me temía lo peor.

-Continúa –me ordenó.

Seguí. Pero paré de nuevo en cuanto su enorme mano empezó a apretar.

-Aaah aaah –grité tratando de que no se oyese.

-No seas tan cabrón, al menos aquí hombre, ya tendrás tiempo –le recriminó severamente Gustavo.

Automáticamente la mano liberó mis maltrechas pelotas. Reanudé la mamada con gran alivio por un lado y la preocupación del qué pasaría después. En ese instante, era tal la ansiedad, que de no haber tenido los pies atados habría dado un salto sobre las butacas y habría salido corriendo, aunque fuese sin zapatillas. De hecho llegué a tantear las tobilleras, aunque seguían manteniendo la eficacia que tan bien conocía.

-Mmmm, así así, como antes, muy bien –dijo Alexander.

Seguí y seguí, marcando yo el ritmo, por supuesto, pensé que al haberse corrido minutos atrás tardaría más que la primera vez, y pero no fue así. Se dejó caer un poco por la butaca completamente relajado y me llenó la boca con su leche.

-Oooh ufff, ha sido mejor que antes –dijo muy satisfecho.

Por supuesto tragué, y tragué, ¿qué otra cosa podía hacer? Limpié su enorme capullo y me puse de frente a la pantalla. Aparté el pelo de mi cara observando la película y pasándome la lengua por la comisura de los labios, como si no hubiera pasado nada. Alexander me dio un par de palmadas en la pierna.

-Muy bien chaval, lo haces de lujo.

-Gracias –dije sin más.

Durante los siguientes tres cuartos de hora vimos la porquería de película que teníamos enfrente. Mis compañeros de butaca estaban exhaustos, les daba igual la película. De vez en cuando intercambiaban algún comentario, o hacían algún chascarrillo sobre los protagonistas, a quien sin duda se follarían.

-Pero tú eres más guapo que ese –me dijo Gustavo acariciándome la mejilla con la única intención de fastidiarme.

Y lo consiguió. Chasquee la lengua y sacudí la cabeza tratando de alejarme de su mano. Ambos se rieron. La película había sido tan terrible que dudaba hasta dudaba si prefería haber seguido chupando pollas en vez de verla, pero llegó a su fin. En cuanto apareció el primer título de crédito, Gustavo se inclinó y me quitó el candado de las tobilleras. Separé un poco las piernas y a palpas encontré una de mis zapatillas y me la puse, la izquierda, concretamente. Cuando encontré la otra, entre los pies de Alexander, había olvidado el regalo que había dejado para mí. En cuanto metí el pie, mi calcetín se caló casi por completo con su enorme corrida. Salvo en el talón y un poco en el empeine no había zona que no notase empapada. Moví los dedos en el interior, estaban pegajosos.

-Aaaaag –dije con cara de asco.

-¿Qué te pasa ahora? –dijo Gustavo mirándome extrañado.

-La… zapatilla… -dije entrecortadamente-, está llena de lefa.

-¿Cómo?, ¿qué te has corrido en su zapatilla? –dijo mirando a Alexander.

Parecía no haberse enterado de lo ocurrido. Alexander le hizo un gesto afirmativo con la cabeza aunque quitándole importancia. Gustavo le miró y puso cara de asco por un momento, a continuación empezó a reír a carcajadas.

-Eres un cerdo –dijo logrando contenerse por un instante-, siempre haces lo mismo.

Ambos se rieron. Yo no. Até los cordones y me bajé el pantalón todo lo que pude. En cuanto Gustavo se puso en pie, le imité, y detrás de mi Alexander. Las chicas que habían compartido con nosotros aquel bodrio insufrible ya se habían ido.

-Por cierto que peli más mala –dijo Gustavo.

-Sí, tenía mala crítica, pero bueno, eso no nos importaba demasiado ¿no? –le respondió Alexander con una luminosa sonrisa. Los dientes de un blanco impoluto contrastaban con el tono de su piel.

-Desde luego. Habrá que ir a casa un rato ¿no crees? –dijo Gustavo mientras abandonábamos el cine.

-Por supuesto –dijo Alexander poniéndome la mano en el hombro y llevándome muy pegado a él-, me muero de ganas.

Yo me moría de ganas, pero de no ir. Con Alexander a mi lado pude ver lo grande que era. Me sacaba más de una cabeza, su pesado brazo casi rodeando mi cuello hacía del todo imposible, si acaso imaginarme una huida. Encima, por si fuera poco, a cada paso que daba me resbalaba el pie derecho en el interior de la zapatilla. Era como haber pisado un gigantesco charco de mayonesa teniendo un agujero en la suela. En pocos minutos estábamos caminando hacia el flamante coche de Gustavo. A escasos metros, los cuatro intermitentes parpadearon nerviosamente y Gustavo se adelantó a abrirme la puerta, esta vez la de atrás.

-Vamos, sube.

Igual que si fuese un detenido por la policía, Alexander me acompaño hasta la misma puerta del coche. Me metió dentro y cerró de un portazo. En ese momento pensé en abrir y salir corriendo, no quería ver lo que me esperaba y con razón, pero en el momento en el que Alexander entró en el habitáculo, Gustavo pulsó el botón del cierre. Y en los coches modernos, como pude comprobar, no había forma de salir de las plazas traseras con el cierre activado. Y lo intenté, vaya que si lo intenté, aunque eso sí, disimuladamente. Gustavo me tenía controlado por el retrovisor en todo momento. Nos pusimos en marcha de vuelta a casa, mi casa, la única que tenía, y al último sitio donde quería ir en el mundo.