Amo de casa (8)

Javi se despide de Guille con una inquietante advertencia

Capítulo 8 - Inquieto

-Mmmm mmmm mmm siii.

Los gemidos de Gustavo fue lo primero que oí al despertarme. Incluso podría decir que fue precisamente eso lo que me despertó. Entorné los ojos. Vi a Gustavo con sus habituales pantalones cortos pero esta vez en los tobillos. Estaba follándose a Javi, que parecía gozar como un loco, aunque estaba atado al potro. Me percaté que yo no estaba atado a la cama, de hecho estaba muy cómodo y habría seguido durmiendo de no ser por la ruidosa escena que tenía a escasos centímetros. Permanecí observando en silencio. No quería que se percatasen que estaba despierto, no sea que fuese invitado a esa fiesta.

-Que culito –dijo Gustavo en voz baja.

Curiosamente parecía querer respetar mi sueño, sin embargo, el escandaloso sonido que producía el golpeteo de sus huevos contra el culo de Javi eran más que suficientes para mantenerme despierto. Me preguntaba quién me había desatado, incluso se me pasó por la cabeza pensar que quizá había descubierto Gustavo que Javi me había atado y estaba dándole su merecido por ello, aunque Javi tenía cara de todo menos de sufrimiento.

-Mmm te voy a preñar el culito, como en los viejos tiempos –le dijo de nuevo en voz baja.

A los pocos instantes cumplió su palabra. Arqueó la espalda y cerró los ojos. A su gemido se le unió el de Javier, que había permanecido empalmado durante todo el tiempo. En cuanto terminó de correrse se la sacó y se giró hacia mí. Cerré rápidamente los ojos temiéndome lo peor. Enseguida noté un suave meneo en el costado.

-Eh Guille, hora de levantarse –dijo al tiempo que se subía los pantalones.

-Hola –dije abriendo los ojos y poniendo cara de dormido.

Enseguida miré el potro donde seguía Javi. Puse la cara más extraña que pude y a continuación miré a Gustavo en mitad de un bostezo. Me devolvió una extraña sonrisa.

-Venga, arriba, desata a Javi del potro y que vaya a prepararme el desayuno mientras tú te aseas.

-Enseguida –dije frotándome los ojos y estirándome.

Gustavo salió por la puerta, seguramente iba a arreglarse para ir a trabajar. Me senté sobre la cama y miré a Javi y que torcía el cuello para mirarme.

-Buenos días rubito –dijo con una sonrisa-, ¿me desatas?

-Debería dejarte ahí hijo de la gran puta –le espeté malhumorado pero asegurándome de no alzar la voz más de lo necesario.

-Ya, pero Gus espera que le haga el desayuno, y no querrás que vea que no está hecho por tu culpa, ¿verdad?

Le observé unos instantes. Miré su culo, chorreaba semen de Gustavo. De no darme asco y no haber llevado el cinturón de castidad quizás se la hubiese clavado con todas mis ganas; eso sí, buscando producirle dolor, no placer. Incluso se me pasó por la cabeza coger uno de los consoladores de la estantería, pero el desayuno no habría estado a tiempo, y tampoco quería ganarme todo un día encerrado en la jaula. Me levanté comprobando que tenía los músculos de la espalda agarrotados, probablemente de la tensión sufrida por la noche, al intentar soltarme de la cama. Desenganché los arneses que unían a Javi al potro y apenas se hubo puesto en pie, se apresuró a pasarse la mano por el chorreante culo y a continuación llevársela a la boca.

-Aaaaaggg que puto asco tío –le dije con una más que sincera cara de repugnancia.

-No quería irme sin probar de nuevo la leche de Gus –me dijo con cara de vicioso-, ¿quieres un poco?

Me mostró su mano, con algunos restos de semen en sus dedos. Se la aparté de un manotazo y me fui directo al baño.

-Estás enfermo y eres un puto cerdo –le dije encerrándome en el cuarto de baño.

Dejé mi pubis tan suave como pude, la verdad es que me gustaba tenerlo así, incluso puede que mantuviese esa costumbre cuando saliera de aquel infierno. En la ducha fui especialmente concienzudo con mi culo, no quería dejar ningún rastro de Javi. Después de ponerme mis, cada vez más asquerosos y sucios calcetines, gracias en parte por mi eventual compañero de cuarto salí del baño. El olor a café recién hecho parecía inundar toda la casa. En la habitación, los tempranos rayos de sol se colaban por la persiana que descansaba medio abierta, iluminando, y dando especial protagonismo dentro de la habitación, a la jaula. No era el lugar más indicado para tomar el sol, pensé con cierto sarcasmo.

-¿Ya estás limpito? –me preguntó Gus al entrar en la cocina.

Tanto el como Javi tenían el desayuno a medias. En la mesa, una taza con todo dispuesto para un tercer comensal.

-Desayuna con nosotros –me dijo indicándome la taza vacía.

Sonreí forzadamente y me senté. La verdad es que no estaba nada mal salir de una buena ducha mañanera y tener el desayuno listo, era algo a lo que podría acostumbrarme; y al menos alguien en esa cocina desde luego, estaba acostumbrado a ello.

-Bueno y qué tal anoche, os dormisteis muy tarde u os estuvisteis conociendo mejor –preguntó Gustavo irrumpiendo en un silencio algo incómodo.

-Pues la verdad es que…

Un golpecito en la pierna no me dejó acabar. Javi me taladró con la mirada. Una vez que captó mi atención empezó a acariciarme con el pie en la pantorrilla. Noté el calcetín que la noche anterior había tenido metido en mi boca y las ganas de contar lo sucedido casi me controlaron.

-¿Es que…? –repitió Gustavo mientras mojaba media magdalena en el café con leche.

Miré a Javi de reojo. Había cambiado su mirada por una casi de súplica. Disfruté de aquellos momentos, supe que eso que me hizo no lo habría aprobado Gustavo. Por un momento incluso, dejó de acariciarme. Sólo fueron un par de segundos de silencio, pero los disfruté como si hubieran sido dos horas.

-Nada…  -dije finalmente-, nos dimos las buenas noches y nos acostamos.

-Bien, así me gusta –dijo llevándose otra magdalena chorreante a la boca.

Javi hizo una mueca de alivio, apuró su taza de café y se levantó, fregó su taza y miró a Gustavo.

-Voy a darme una ducha rápida, creo que podremos salir juntos, mi autobús sale en cuarenta minutos –le dijo.

-Date prisa –dijo Gustavo mirando la hora.

Gustavo miró por encima de su hombro, la puerta de la cocina estaba justo a su espalda. Se aseguró de oír cerrarse la puerta del cuarto de baño de mi particular habitación ante de dirigirse a mí.

-¿En serio no pasó nada ayer por la noche? –me preguntó con un tono de lo más amigable.

-No, que va, en serio –dije poco convincente.

Le observé, no se estaba tragando, pero por alguna razón no quería que Gustavo castigase a Javi. Simplemente deseaba que se marchase y a ser posible no volver a verlo más. Si decía algo quizá no ocurriese eso, o le dejase encerrado en la jaula varios días, o quién sabe si algo peor. Rápidamente pensé en algo, sonaría ridículo pero quizás funcionase.

-La verdad es que…

-Dime –dijo Gustavo muy atento.

-Empezó a decirme que era un chico muy guapo, que le encantaría hacerlo con alguien como yo, rubio y eso. Yo me enfadé con él, me molesta que un tío, y más si está en bolas me diga eso, sinceramente.

-Es verdad que eres muy guapo –me dijo siendo muy condescendiente- y no deberías molestarte tanto, cada uno es como es.

-Es posible –dije fríamente tratando de acabar con la conversación, que dicho sea de paso, no me estaba agradando lo más mínimo.

-Así que, ¿no intentó nada más?

-No –me apresuré a decir-. Bueno, lo intentó diciendo que tenía unos ojos muy bonitos, pero no soy tan fácil.

Gustavo me miró fijamente. Por un momento pensé que no se estaba creyendo nada de lo que le decía hasta que rompió a reír. Respiré aliviado.

-Este Javi siempre tan seductor. La verdad es que es un buen chico –dijo terminándose el café.

Me limité a guardar silencio. Le había salvado el culo y puede que algo más al cerdo cabrón que me había violado por la noche.

-Bueno recoge esto, ya sabes, y para hoy haz la comida y lo que te quede de las tareas de casa. Hoy llegaré antes, por la tarde saldremos juntos.

-Sí, por supuesto –le dije rápidamente.

Aunque lo cierto es que tardé unos instantes en asimilar aquellas últimas palabras que había pronunciado. Estuve recogiendo los restos del desayuno medio zombi. ¿A dónde iríamos? La verdad era que me apetecía salir de aquella casa y tomar un poco el aire, antes de entrar me pasaba los días vagando por las calles en busca de trabajo y echaba de menos caminar un poco, además hacía muy bueno y apetecía estar en la calle. Mis pensamientos se vieron interrumpidos por Gustavo, que a voz en grito, me pidió que fuese a ayudar a Javi a vestirse. Salí a la entrada y me lo encontré quitándole todos los candados que llevaba en muñequeras, tobilleras y collar.

-Venga Guille, ayúdale a quitarse todo esto, que si no perderá el autobús y yo no llegaré a trabajar a la hora.

Gustavo se marchó y nos dejó solos. Javi había comenzado con las muñequeras, así que me puse a quitarle las tobilleras, que yo mismo le había puesto. De cuclillas se las fui sacando, era como quitar un cinturón ancho y corto de un tobillo.

-Si quieres puedes lamerme los calcetines que tanto te gustan, ya que estás ahí cerca –me dijo en tono travieso y bajito.

-Si quieres puedes besarme el culo –le respondí casi sin poder controlar el tono de voz.

-Créeme que lo haría de tener tiempo –dijo riéndose-. Vamos hombre, no te pongas así, era una broma. Gracias por no contarle a Gus lo de ayer, conociéndole me habría dejado aquí un par de días como poco en la jaula, y no veas lo incómoda que es.

-Créeme, sé lo incómoda que es –le respondí mientras me ponía con la segunda tobillera-, pero no lo hice por ti, si no por mí, no quiero verte más.

Casi a la par terminamos, yo con las tobilleras y él con las muñequeras y el collar. El baúl esperaba abierto. Javi cogió su ropa y empezó a vestirse, primero los pantalones, luego la camisa, todo con cierta rapidez. Me puse a ordenar aquellos horribles elementos de cuero en el cajón de donde habían salido, mirando de reojo mi ropa en el interior del baúl, con las zapatillas de Javi justo encima.

-Bueno ha sido un placer conocerte –dijo mientras las cogía.

-No puedo decir lo mismo –dije cortante.

Saqué la mochila de Javi del baúl y la dejé en el suelo. Gustavo esperaba ya detrás con el candado para dejar encerradas mis cosas de nuevo. Las eché una melancólica mirada y cerró el baúl. Javi se terminó de atar las zapatillas y colocarse el cuello de la camisa, realmente se le veía un chulito y algo arrogante, pero en el fondo, por algún motivo no me había caído tan mal.

-Venga vamos, que voy con el tiempo pegado al culo –dijo Gustavo  abriendo la puerta.

Sin verle venir, Javi se inclinó sobre mí y me dio dos besos. Se detuvo y en bajito me dijo algo al oído, tan rápido que casi me costó entender que me estaba hablando, pero el mensaje fue claro:

-Ten cuidado con Alexander.

No tuve ni tiempo para apartarme, ni mucho menos enfadarme por haber recibido los dos besos de Javi. Me quedé mirándolo. Su cara ya no era risueña, como toda la mañana, si no cómplice y sincera. Ambos salieron del piso y la puerta se cerró. Me quedé a solas con mis pensamientos mientras escuchaba las vueltas de cerradura de la puerta blindada. No pude ni decirle adiós, no obstante no habría sido adiós lo que le habría dicho, si no más bien, ¿quién coño era Alexander?, y porqué debía tener cuidado con él. Giré sobre mis talones y caminé pensativo mirando al suelo. Después de martirizarme con cientos de dudas y preguntas durante un buen rato mientras fregaba la cocina, decidí tratar de olvidarme. Me fui al salón y comencé a hacer zapping hasta que me quedé viendo una película. Tenía tiempo de sobra. Cuando acabó la peli seguí zapeando. Recordé la porno que había estado viendo Gustavo la noche anterior. Tuve una sospecha acertada y bajo el televisor encontré una gran colección en DVD de películas del mismo estilo, todas las carátulas eran durísimas, chicos atados, sodomizados, torturados… No molaba, al menos a mí. Dejé todo donde estaba y me fui a la habitación de Gustavo a hacer su cama. Cuando terminé me fijé en el portátil. Estaría bien poder entrar en internet y consultar el correo, pensé.

-Mierda, tiene una puta contraseña –dije al contemplar aquella ventanita.

Pensé en fechas de cumpleaños y cosas así, pero caí en la cuenta de que no conocía absolutamente nada, a parte de lo evidente a mi casero, y sospechaba que no sería algo tan común lo que usaría para poner como contraseña. Finalmente, miré la hora en el reloj despertador que había sobre una de las mesitas de noche de la gran cama de matrimonio sobre la que dormía Gustavo y decidí ponerme con la comida.

-Mmmm no había probado nunca unos macarrones tan ricos, ni pensaba que pudieran saber así de buenos –dijo Gustavo con la boca llena.

-Gracias –dije con una leve sonrisa.

-En serio, Guille, tienes que darme la receta, están de muerte.

Estaba claro que Gustavo no daba normalmente con gente que supiera cocinar, aquellos macarrones estaban buenos, pero tampoco eran nada del otro mundo. Sin embargo, mi cabeza había vuelto a las andadas y las preguntas seguían agolpándose. Probé suerte.

-¿Puedo hacerte una pregunta? –le dije tímidamente.

-Sí, claro, por poder…

-¿Dónde iremos esta tarde? –pregunté.

Se limitó a sonreír y a servirse más macarrones de la fuente. Le observé cómo lo hacía pacientemente, ansiaba la respuesta.

-Ya lo verás, tranquilo.

No lo estuve. En absoluto. Tenía la sensación de que el pecho me oprimía. Era un manojo de nervios y de ansiedad. Gustavo me permitió que descansase un rato después de recoger la mesa. “Échate una siesta” fueron sus palabras exactas, y lo intenté con ningún éxito. No dejaba de pensar en que quizás, tuviera una ocasión para escapar. Después de poco más de una hora empecé a escuchar movimiento, un bostezo en la lejanía del pasillo, y un sonoro pedo. Todo gracias a que Gustavo ni se había molestado en encerrarme en la habitación.

-¡Guille!, venga, que tienes que vestirte –le oí gritar.

De un salto me fui hasta la entrada donde me esperaba Gustavo ya vestido, con el baúl abierto. Había tirado al suelo las zapatillas y la camisa que llevaba cuando llegué a su casa, pero no el pantalón. Estaba rebuscando en mi macuto.

-No creo que… todo lo de ahí es ropa sucia –dije algo avergonzado- ¿buscas algo en concreto?.

Continuó rebuscando. Por fin sacó unos pantalones vaqueros, en ese momento no les vi nada en particular, salvo que estaban algo arrugados, muy gastados, y bastante usados. Prestó especial atención a las perneras.

-Te pondrás esto.

En ese momento rebuscó en el bolsillo de su pantalón, y sacó un pequeño llavero. Me fijé especialmente en él. Tenía varias llaves, una de ellas muy pequeña y las otras algo más grandes, aunque no de igual tamaño. Se acercó a mí y abrió el candado de mi collar. La verdad es que me había olvidado por completo de él. Después me cogió los brazos y me abrió también los candados de las muñequeras.

-Bueno, vete quitándote las muñequeras –dijo mientras él me quitaba con delicadeza el collar-.

Me las quité y se las di. Las tiró directamente en el baúl. Froté con delicadeza mis muñecas, tenían sendas marcas, seguramente se habían producido por el forcejeo la noche anterior cuando me ató Javi a la cama, sin embargo no eran para nada llamativas, pasarían desapercibidas.

-Vete vistiéndote mientras me termino de arreglar –dijo cerrando el baúl de nuevo.

Se dio la vuelta y caminó hacia su habitación. Sin embargo, le interrumpí antes de perderle de vista.

-Gustavo, pero… ¿y las tobilleras? ¿y esto? –dije señalándome la polla y por ende el cinturón de castidad.

-Eso se queda puesto, venga, vístete.

Torcí el gesto, pero nadie lo vio. Comprobé que en la cuidosa selección de ropa que me había dejado no había calzoncillo. Casi mejor, pensé. No habría sido cómodo llevarlo sobre el cinturón de castidad. Me puse los pantalones, la camiseta y por último las zapatillas. Echaba de menos ir calzado, el suelo de aquel piso no era precisamente caliente. Me miré a los pies y entendí por qué Gustavo había estado rebuscando en mi ropa. Aquel vaquero me estaba particularmente grande, y era ancho, de manera que las tobilleras no se me veían. Al moverme, comprobé que éstas rozaban con mis zapatillas y me restaban movilidad, era lo más parecido a llevar unas botas.

-¿Ya estás? –me preguntó Gustavo.

-Sí, ya estoy, pero… me molestan un poco las tobilleras con las zapatillas…

-¿Prefieres salir descalzo? –me preguntó con gesto indiferente.

-No, no –dije rápidamente.

-Entonces, te aguantas.

Abrió la puerta usando la llave. Desde luego no dejaba ningún detalle al azar. Salimos y cerró de nuevo. Cuando el ascensor llegó pulsó el botón del sótano y nos quedamos en silencio. Fuese donde fuese iríamos en coche. Coche que por cierto no estaba mal, aparcado entre dos columnas aquel sedán de color azul no debía tener ni un año. A mi casero le iba bien, sin duda. Me pasé el viaje mirando a la gente, la calle. Habría salido a pasear con tal de caminar un poco y respirar, incluso me habría conformado con bajar la ventanilla, pero Gustavo era más partidario de darle uso al climatizador del vehículo. Durante las horas que pasé solo pensé que iríamos a algún lugar alejado, un chalet, un pueblo, todo eran especulaciones, sin embargo no me esperaba en absoluto el sitio en el que estábamos entrando. Un simple centro comercial. Metió el coche en el aparcamiento subterráneo y buscó una buena plaza, desechando las estrechas, o en las que la maniobra fuese más complicada. Me hizo gracia ese cuidado que tenía con su coche nuevo. Por otro lado, poco a poco me fui tranquilizando, a fin de cuentas en un centro comercial nada malo podía hacerme. O eso pensé.

-Venga, vamos –dijo abriendo su puerta.

Salimos juntos y subimos por unas escaleras mecánicas hasta la galería comercial. Caminábamos como si fuésemos dos colegas que van a hacer unas compras, solo que en silencio. Tuve varias tentaciones de salir corriendo, sin embargo no pensaba que fuese el momento, Gustavo iba muy pegado a mí, y se le veía en forma, seguramente me habría dado caza sin complicaciones. Subimos dos plantas de escaleras mecánicas hasta llegar a unos multicines.

-Bien, llegamos pronto –dijo mirando la hora.

-¿Pronto? –dije muy sorprendido.

-Si, claro, no hay nadie –me dijo con una sonrisa-.

No salía de mi asombro. Se dirigió a la taquilla y compró dos entradas para la sala seis. Ni siquiera me fijé qué película era aquella que íbamos a ver, me sentía ridículo después de haber estado pensando en cosas extrañas durante todo el día. Entramos en la sala, era muy estrecha y alargada, era la típica sala donde ponen las películas la semana antes de quitarlas de la cartelera. Me limité a seguir a Gustavo, a mí siempre me gustaba ponerme en medio, pero no así a él que se puso casi bajo la pantalla, en la segunda fila y me señaló para que entrase delante.

-Pero, ¿no la veríamos mejor desde el medio? –dije inocentemente.

-No, pasa para ahí –dijo cortante.

Entré y me coloqué a una butaca de la pared estábamos muy  arrinconados. Empezaba a olerme algo raro. Gustavo se sentó a mi izquierda, se acomodó y miró a la pantalla. De vez en cuando consultaba su reloj. Se oyeron las puertas de entrada y el murmullo de gente entrando. Tanto Gustavo como yo giramos la cabeza. Sólo eran un grupo de chicas que se sentaron más bien atrás del todo, bien surtidas de palomitas y refrescos. Gustavo se giró de nuevo con gesto de decepción.

-Por cierto, ¿qué vamos a ver? –le pregunté.

-Pues…

Aquello me preocupó aún más. Metió mano en el bolsillo de su camisa y sacó las entradas. Me la enseñó.

-¿Esta no es una de vampiros? –dije extrañado.

-Si, creo que sí –dijo sin darle importancia.

-Creo que es la tercera parte de la saga, vi la primera, pero no la segunda –dije tratando de darle conversación.

-Pues que bien, yo no he visto las dos primeras, y no tengo pensado verlas, la verdad.

Aquello confirmó mis sospechas, no estábamos ahí por la película. Había algo más, al final, ni la más extraña de mis ideas podía haber dado con el plan de Gustavo. De pronto un hombre apareció entrando por nuestra fila. Era negro, aunque siendo más preciso diría que tenía la piel color chocolate con leche, muy musculado. Parecía tener la edad de Gustavo o puede que algo más mayor. Tenía un pendiente en cada oreja y el pelo muy corto, vestía una camiseta ajustadísima y unos vaqueros claros. Las botas naranjas que calzaba le regalaban unos dos o tres centímetros de altura, aunque no le hacían falta en absoluto, pues superaba y con mucho en altura a Gustavo.

-¡Hombre!, creí que ya no venías –dijo Gustavo levantándose y dándole un amistoso abrazo.

-Por los pelos pero aquí estoy –dijo el tipo con un débil acento que no supe identificar del todo. Posiblemente cubano o puertorriqueño.

-Siéntate ahí –dijo señalándole la butaca que había entre la mía y la pared.

El individuo avanzó. Tuve que ponerme rápidamente en pie para dejarle pasar. En cuanto se sentó pude observar con cierto detalle su brazo izquierdo, era enorme, casi como un muslo mío, si no más grande.

-Os presento –dijo Gustavo en tono amistoso-, Alexander, este es Guille, mi actual inquilino, ya te he hablado de él en alguna ocasión.

Instintivamente le extendí mi mano cortésmente. No tardé en arrepentirme. Alexander me dio tal apretón de manos que pensé que me la rompería, me miraba con una sonrisa que no me estaba gustando nada. De pronto me vino a la cabeza la última frase que Javi me había dicho “Ten cuidado con Alexander”. Sin duda era él. Y por su aspecto las palabras de Javi cobraban sentido.

-Es más guapo de lo que me dijiste –dijo liberándome al fin la mano.

-Pero no se lo digas, le molesta –dijo Gustavo poniéndose una mano en la boca a modo de confidencia, como si yo no estuviera en medio.

-Y vaya paquetón –dijo mirándome la entrepierna.

No había reparado en lo abultado de mi paquete. El cinturón de castidad era el culpable, la verdad es que llamaba la atención.

-Tiene el cinturón puesto, ya sabes que a mi no me va eso –le dijo Gustavo con indiferencia.

Alexander metió la mano entre mis muslos y agarró mis huevos. Tuve que contenerme para no pegar un grito. Pese a que intenté retirársela, nada pude hacer.

-Pues a mí si que me va –dijo acercando su cabeza a la mía.

En ese momento la sala se quedó a oscuras por un segundo y la pantalla se iluminó. La proyección iba a comenzar, pero el protagonista de la tarde para mi desgracia, iba a ser yo y no los vampiros de la pantalla.