Amo de casa (6)

Gustavo comunica a su "invitado" que se prepare para una visita

Capítulo 6 – La visita

Fue un pequeño golpe lo que me despertó. Y eso implicaba, lógicamente, que estaba dormido, lo que sin duda, era todo un logro dadas las circunstancias. Me había pasado buena parte de la noche cambiando de postura, y ninguna era buena. Además, el sueño me fue esquivo por la larga siesta de la tarde anterior en la mullida cama de mi casero. La luz era similar a la del día anterior, estaba helado, entumecido, me dolía el cuerpo entero. Cuando miré a un lado vi la puerta de la jaula abierta y dentro el pie de Gustavo enfundado en un corto calcetín blanco, probablemente el mismo que la noche anterior, dándome pequeños golpes en el brazo.

-¡Vamos dormilón! ¡Despierta!. –Dijo dándome otra patada en el brazo.

-¿Eh?, si… voy, voy –dije con tono dormido.

Me arrastré fuera de la jaula. Oí cómo me crujían algunas articulaciones, me quedé a cuatro patas a sus pies sin poder moverme. De pronto, el cuello tiró de mí hacia arriba. De hecho, lo que tiraba arriba era Gustavo de mi collar obligándome a ponerme en pie.

-Aaah, vale, vale ya voy –dije poniéndome la mano en la espalda.

Se limitó a mirarme durante unos instantes, como comprobando que todo estaba en su sitio. Agarró el cinturón de castidad y me lo estiró.

-Aaaau, para me haces daño –dije apartándome con lentitud.

-Es bueno ¿eh?, me dijeron que era el más fiable.

-Parece que no te mintieron –respondí con cierto sarcasmo.

-Quiero que te des una ducha, apestas, y aféitate eso –dijo apuntando a mi entrepierna– ya sabes que lo quiero bien limpio.

-Como tú digas –dije resignado.

-Bien.

-Pero, ¿me quitarás esto? –dije señalando una de las muñequeras de cuero que llevaba puesta.

-No. Pueden mojarse, pero sécalas cuando salgas de la ducha, ah y otra cosa –dijo cuando se dirigía a la puerta– más te vale no ducharte con los calcetines puestos, o no tendrás ropa seca que ponerte después.

Me miré a los pies y luego le miré a él. Su rostro tenía una expresión burlona, sin duda le hacía gracia todo aquello. Llevaba tanto tiempo con esos mismos calcetines puestos que prácticamente eran parte de mí, totalmente pegados a la piel, y bastante sucios, pero era la única concesión que Gustavo me había hecho de mi antiguo vestuario y pretendía conservarla. Asentí con la cabeza y me dirigí al baño cojeando y frotándome la espalda como si fuese un abuelo.

-Y date prisa, en cuanto termines quiero que me pongas el desayuno.

Salió de la habitación y me dejó solo. Entré en el baño y miré la ducha. La verdad es que me apetecía; casi no recordaba cuándo había sido la última. Pero había algo que corría más urgencia y era mear. Con el dichoso cinturón de castidad era algo extraño, además de que apuntar se convertía en todo un reto. Tiré de la cadena en cuanto acabé, bajé la tapa del wáter y me senté con la intención de quitarme los calcetines. Tampoco resultó tarea fácil, las correas de los tobillos estaban muy prietas y los calcetines habían quedado trizados debajo. Con cuidado me los quité. Estaban prácticamente tiesos y no olían tan mal como los recordaba, quizá por llevar dos días descalzo y no hacer precisamente, demasiado calor. Me duché con rapidez, ya que me había parecido oír la voz de Gustavo metiéndome prisa. Habría deseado tener al menos 5 minutos más bajo el agua caliente, en las condiciones en las que me encontraba era un lujo.

En cuanto terminé de colocarme los calcetines bajo las tobilleras de cuero salí a la cocina. Preparé café como el día anterior y unas tostadas con mermelada por tratar de ser algo original. El olor del café se entremezcló con la colonia de Gustavo, que se presentó arreglado para ir al trabajo, la escena del día anterior se repetía. Había preparado la mesa para dos personas.

-¿Porqué te has puesto taza? –me preguntó de mala gana.

-Para desayunar contigo, como ayer… ¿no? –dije cortado.

-Quítala ahora mismo, no comerás en la misma mesa que yo hasta que no aprendas modales.

Le miré con cara de tonto. Me preguntaba hasta cuándo le duraría el enfado por haber usado su cama. Retiré mi taza y la guardé.

-¿No tienes nada que hacer?, creo recordar que ayer dejaste muchas tareas pendientes.

-Si… claro… pero puedo tomar algo para desayunar, por favor –dije con tono de súplica, desde el desayuno del día anterior no había comido nada, si no incluía su corrida en mi boca.

-Cuando me haya marchado puedes desayunar, ahora vete –dijo con tono autoritario y agitando la mano en dirección a la puerta.

Salí de la cocina en dirección a ninguna parte. De hecho no sabía muy bien por donde empezar. Me apoyé en la pared, cerré los ojos y apreté los puños, se me pasaron por la cabeza cosas horribles como tratar de dejarle k.o. o algo peor, pero no era ningún delincuente, y además dudo que hubiera podido con él, ya que era más corpulento que yo. Por fin, arranqué en dirección al salón, tampoco había mucho trabajo, unos cojines descolocados, una bandeja con unas migas y poco más. Me puse a ordenar todo, con cierta parsimonia, eso si, aún tenía sueño y porqué no decirlo, frio. Los efectos de la ducha caliente habían desaparecido por completo.

-Me voy –dijo Gustavo desde el umbral de la puerta del salón.

Me giré sosteniendo la bandeja y lo vi cacheándose los bolsillos para comprobar que todo estaba donde debía.

-Cuando venga quiero la ropa sucia lavada y planchada, todo bien limpio y la comida hecha, ni que decir tiene que más te vale que no vuelva a pillarte como ayer, o no saldrás de la jaula hasta el día en que tengas que marcharte de aquí, ¿está claro, rubio?.

-Si, muy claro, siento lo de ayer…

-Bien –dijo como si le importase poco o nada mi disculpa.

Se dio media vuelta y al portazo le sucedió el sonido de la cerradura, una, dos, hasta cuatro vueltas de llave. Estaba en el mismo punto que el día anterior, solo que esta vez conocía cómo se las gastaba mi casero, y prácticamente, mi dueño. Fui corriendo a desayunar, lo hice en abundancia por temor a quedarme otro día entero sin comer, y después continué con las tareas. Decidí renunciar a la búsqueda de las llaves de mis candados, posiblemente las llevase Gustavo siempre encima. Cuando me puse con la ropa sucia vi que entre ella se encontraban las sábanas que había tenido el honor de usar. No me extrañó, viendo la reacción de Gustavo aunque si que me resultó curioso que para unas cosas fuese tan escrupuloso, y para otras tan poco… o nada, como tener a un chico desnudo en su casa.

Apenas había terminado de poner la mesa Gustavo entró por la puerta. Se me había pasado toda la mañana sin enterarme de aquí para allá haciendo tareas, limpiando, lavando, planchando, cocinando… No es que tuviera un gran recetario, pero los platos que hacía, me salían bien.

-Mmm, huele bien –dijo cuando me crucé con el en el pasillo.

-Gracias, la mesa está puesta.

Entró en la cocina y vio la mesa perfectamente puesta con un servicio.

-¿Tu ya has comido?

-No, acabo de terminar de hacer las cosas de la casa como me mandaste.

-Está bien, ponte un plato y sirve. Comerás conmigo –dijo dándose la vuelta- . Voy a cambiarme y comemos.

-Claro –le dije con cierto tono de sorpresa.

Había prescindido de ponerme plato, en el desayuno no quiso estar conmigo. Sin embargo, parecía estar de mejor humor. No tardó ni dos minutos en aparecer con su habitual atuendo de andar por casa, camiseta, pantalón corto y calcetines de verano.

-Esto esta de muerte, ¿Quién te enseñó a cocinar así? –me preguntó rebañando el plato.

-Mi madre –dije con una sonrisa sincera.

-Para esta noche, haz cena para tres personas, y pones tres platos, también.

-Si… como quieras –dije tratando de parecer tranquilo.

Pero en ese instante me dio un vuelco el corazón. ¿Quién sería?, ¿el individuo con el que habló por teléfono hace unos días? No podía ser otro… o ¿sí? ¿Y porqué iba a cenar con él sino? Y si era él…

-¿Te pasa algo? –me preguntó.

-No, nada, ¿por?

-Te veo como ausente ¿en qué estabas pensando?

-Nada… nada en la cena, en qué haré de cenar –dije apresuradamente.

En cuanto terminamos de comer me quedé dándole vueltas a mis pensamientos. No me molaba nada la idea, pero seguía sin tener otra opción, recogí todo con calma y me puse con la cena para dejarla hecha, necesitaba estar ocupado, y alejado de Gustavo.

-¿Qué estás haciendo? –me preguntó cuando entró para coger una cerveza de la nevera.

-Dejar la cena hecha… si no te importa.

-Bien… en cuanto termines ven al salón, y no tardes.

No pude ni asentir, ya se había marchado. Tenía la extraña sensación de que sabía exactamente lo que iba a ocurrir. Y no me equivoqué. Cuando entré en el salón, estaba Gustavo sin pantalones cortos, viendo una película porno, una en la que había un chico atado a un potro y otro se lo follaba por detrás. Ya sabía de dónde le venía la inspiración para la decoración del cuarto en el que dormía. Por si fuera poco estaba empalmadísimo y masturbándose.

-Ven, acércate Guille.

Con un gesto de lamento y asco, como el que pondría un niño cuando ve su plato más odiado sobre la mesa, me acerqué al sofá.

-Súbete, a cuatro patas –dijo palmeando el hueco a su izquierda en el sofá.

Pasé junto a él y me subí al sofá colocándome a cuatro patas. Sabía de sobra lo que debía hacer, y cuando orientó su polla hacia mi cara tuve la confirmación. Comencé a dar lametazos como si de un helado se tratase. Gustavo no le quitaba ojo a la pantalla, donde la película empezaba a ponerse más dura aún. En su mano derecha portaba el mando del DVD, aunque no lo utilizó.

-Vamos, quiero que me la mames bien –dijo poniendo su mano izquierda sobre mi cabeza y presionando hacia abajo.

Instantáneamente abrí la boca y me metí su miembro en la boca. No sentí asco, tampoco agrado, cosa que no me hizo del todo gracia, pero a todo se acostumbra uno, pensé. Esta vez el ritmo de la mamada lo marcó Gustavo con su mano, un lento sube y baja acompañado de pequeños gemidos.

-Mmmm, que boquita tienes, rubio.

Durante un buen rato continué chupando, o más bien, dejando que me follase la boca. De vez en cuando miraba de reojo la película que había obrado tal erección de la que en ese momento estaba dando cuenta; y la cosa se ponía más y más caliente, el chico atado al potro tenía que aguantar una follada de culo acompañada de fustazos en la espalda, y un tercero se había unido a la fiesta obligando al pobre muchacho a hacer lo mismo que estaba haciendo yo, aunque sin duda, parecía estar pasándoselo mucho mejor.

Después de unos minutos de ritmo contenido, Gustavo me obligó a acelerar, más o menos, conforme avanzaba la película. Decidí ser yo el que llevase el ritmo, aunque el me lo marcase. Su polla cada vez lubricaba más y más, sabía que estaba a punto, todo terminaría y con un poco de suerte estaría tranquilo lo que quedaba de tarde noche. Sin embargo, justo cuando creí tener la leche de Gustavo en la boca, un timbrazo nos sobresaltó a los dos.

-Mierda –dijo Gustavo en voz baja.

-¿Qué ha sido eso? –dije extrañado.

-El portero automático, vete a ver quien es –dijo indicándome la puerta del salón con el dedo.

Me bajé del sofá y fui hasta el telefonillo, que se encontraba justo encima del baúl que encerraba mis cosas. Antes de poder descolgar sonó otro timbrazo. Quien fuese, se estaba impacientando.

-¿Sí? –dije tímidamente.

-¡Hola!, soy Javi, ¿me abres? –dijo una voz con sonido telefónico y ruido de coches entre mezclados.

-Es un tal Javi –dije en voz alta mirando a Gustavo, al tiempo que tapaba con la mano el micrófono.

Gustavo frunció el ceño y miró la hora. En cuando consultó su reloj de pulsera le cambió el gesto por el de sorpresa, como si pensase que no quera tan tarde.

-¡Ábrele, ábrele! –me gritó.

Le miré y miré el telefonillo. Me quedé algo confuso. Tardé una eternidad en recordar que esperábamos visita, a pesar de haber dejado preparada cena para tres, en lugar de para dos.

-¿A qué esperas?, dale al botón de abrir, ¡venga! –dijo apremiándome mientras se ponía en pie y se guardaba la polla en el pantalón corto.

Le di al botón, escuché que la puerta se abría y colgué. Caminé rápidamente en dirección a lo que podía llamar “mi habitación”, cuando Gustavo me llamó.

-¿Se puede saber a dónde vas? –dijo asomándose al pasillo.

-A mi habitación… ¿no?

-No, recibirás conmigo a Javi, así que ven –dijo mientras se colocaba el paquete, aún abultado.

De nada conocía al tal Javi y ya me caía mal, mi primera reacción había sido ir a esconderme, no quería que nadie me viese sin más ropa que unos calcetines, un collar, correas en las extremidades y un artilugio aprisionándome la polla.

-Pero… Gustavo… por favor, estoy desnudo…  -dije mirándole con cara de pena.

-Jejejeje, tranquilo rubio.

El sonido de las puertas del ascensor y el posterior ding-dong hizo que se me pasasen cosas por la cabeza similares a las de la mañana, esta vez en darle un empujón y salir corriendo o similar, pero todas la ideas eran ridículas y fruto de mi ansiedad.

-Vamos, abre no le hagamos esperar más –me dijo.

Bajé el picaporte de la puerta blindada. Todo parecía ir a cámara lenta, el corazón me latía como si acabase de correr varios kilómetros. Tiré de la puerta hacia atrás y enfrente apareció un chico algo más alto que yo y algo más joven, no tendría más allá de 22 o 23 años. Moreno y de ojos marrones, más bien guapete y con una barbita de dos o tres días que le daban un cierto aire de malote. El look le acompañaba, pues iba con una camisa negra con dos botes desabrochados y por fuera de los vaqueros, un peinado moderno, y zapatillas blancas. Llevaba también una pequeña mochila colgada de un hombro, sin embargo, no parecía en absoluto, ser un estudiante.

-¡Hola Javier!, pasa, pasa –dijo Gustavo con un tono amable que me era completamente desconocido.

Javier entró y le dio un apretón de manos fuerte a Gustavo. Rápidamente cerré la puerta. Lo que realmente me sorprendió de la escena es que tras mirarme al abrirle, ni se inmutó, desde luego no era la reacción lógica que se tiene cuando alguien abre la puerta con esas pintas. Estaba claro que conocía de mi presencia e incluso diría atuendo, por así decirlo, lo que por un lado me tranquilizó y por el otro me mosqueó bastante.

-¿Qué tal Gus, cómo estas? –le preguntó Javi con cordialidad.

-Muy bien, aquí el muchacho –dijo señalándome- me tiene más o menos bien atendido.

-¿Sólo más o menos? –dijo mirándome de arriba abajo y sonriéndome.

-Sí, aún está aprendiendo… os presento, Javi, este es Guille.

Me extendió la mano. No quise ser descortés y le respondí con un apretón de manos. Apretón que fue fuerte, muy fuerte y con sus ojos clavados en los míos. Nos miramos fijamente hasta que al final miré a Gustavo que se dirigió a mí.

-Javi fue un chico al que ayudé hace… ¿cuánto, año y medio? –dijo mirándole.

-Sí, más o menos -respondió este sin darle importancia.

-Estuvo aquí como tu ahora, durante un mes aproximadamente. Hoy ha estado en la ciudad y ha pasado a saludar, se quedará hasta mañana, compartiréis la habitación. Las normas son las mismas que hace año y medio –dijo mirando al chico, y a continuación a mí- quiero que le prepares.

Abrió el cajón que ya había revisado y que contenía tobilleras, muñequeras y un collar, amén de los respectivos candados. Al verlo puse cierta cara de sorpresa, para evitar suspicacias.

-No es necesario –se apresuró a decir Javi- puedo prepararme yo solo, no sería la primera vez.

-A esta invito yo, por los viejos tiempo –dijo Gustavo sacándose un llavero del bolsillo.

Abrió el baúl y le cogió la mochila a Javi dejándola caer sobre mi ropa. Tal y como había imaginado, llevaba las llaves de los candados siempre encima.

-Vamos desnúdale y colócale las correas a nuestro invitado –me dijo Gustavo con voz autoritaria.

Le miré sorprendido. Pensé que lo haría él, pero teniendo sirviente, tampoco tenía sentido. Miré a Javi que me devolvió una mirada desafiante, aunque se notaba que le estaba divirtiendo la escena. Con un solo paso me coloqué frente a él y empecé a desabrocharle los botones. En cuanto acabé con el último abrí la camisa y dejé al descubierto su torso de gimnasio con algo de vello en la zona de la barriga. Se dejaba como un maniquí. Al quitársela comprobé que tenía un tigre tatuado en el brazo derecho, menudo macarra –pensé-. La dejé doblada en el interior del baúl y me puse de cuclillas frente a sus pies. Tenía unas impecables Nike blancas que desabroché con cuidado. Miré de reojo hacia arriba y comprobé que mis movimientos estaban siendo observados con detalle. Me sentía realmente incómodo, con Gustavo había cogido cierta confianza, podía decirse, pero tener que desnudar a un chico que no conocía de nada, era algo que no me estaba gustando, pero no me quedaba otra. Con los cordones desatados, le levanté un pie y saqué sin dificultad la zapatilla de lo que parecía un 43.

-Déjamela un momento –dijo Gustavo extendiendo la mano.

Se la entregué y lo primero que hizo fue llevársela a la nariz, tal como hizo con las mías. Sonrió y miró a Javi.

-Echaba de menos tu aroma –dijo tirando la zapatilla dentro del baúl.

Javi se limitó a devolverle la sonrisa, mientras yo le quitaba la otra y me quedé mirando sus calcetines. Me hicieron gracia. Nunca habría dicho que un tipo que se tatúa un tigre en el hombro llevase unos calcetines azul cielo con el talón y la punta en amarillo. Continué con los vaqueros; al bajarlos descubrí que no llevaba nada debajo y por si fuera poco, tenía la polla morcillona. Metí los pantalones en el baúl junto con el resto de sus cosas y de las mías y metí un dedo en uno de sus calcetines con la intención de quistárselos.

-Si mal no recuerdo se me permite llevar calcetines –dijo apartando el pie y mirando a Gustavo.

-Así es –dijo Gustavo-, toma Guille.

-Sí, sí, perdón, no me he dado cuenta –dije mirándome mis sucios calcetines.

Me tiró las muñequeras y tobilleras de cuero al suelo. Como estaba junto a los pies le até primero las tobilleras cerrándoselas con los candados que me iba proporcionando Gustavo. Luego las muñequeras. Busqué el collar, pero ese honor se lo había reservado el propio Gustavo. En cuanto le colocó el candado cerró el baúl.

-Vamos chicos, tengo algo pendiente en el salón.

En cuanto entramos Javi se dio cuenta de a qué se refería. La imagen congelada del chico atado comiéndose una polla pareció hacerle gracia. Gustavo se sentó y se sacó la polla que había perdido gran parte del esplendor de un rato atrás. Nos hizo colocarnos uno a cada lado suyo sobre el sofá y le dio al play.

-Los dos, venga, quiero que me la chupéis, a ver si termino de ver la peli –dijo acariciándonos la cabeza al mismo tiempo.

A Javi no le hizo falta que se lo dijeran dos veces. Se lanzó a cogerle la polla y a lameteársela. Observé durante unos instantes, me molaba poco tener que chupar una polla pero que encima estuviera babeada por otro tío, menos aún, pero a Gustavo eso le importaba poco.

-Vamos, hay polla para los dos –dijo riéndose de su propio chiste y obligándome a acercar la cabeza.

Con una mezcla de cara de asco y de enfado empecé a darle lametazos al capullo. Trataba de no conectar con la lengua de Javi pero era francamente difícil. No tardó en recuperar el tamaño con el que había estado trabajando, por así decirlo, un rato atrás, e incluso, parecía más grande. Tener a dos chicos chupándole la polla le estaba gustando, al menos había alguien disfrutando de aquello. Tras un rato chupándosela al alimón, Gustavo, con su particular forma, obligó a Javi a metérsela en la boca por completo, era obvio que quería que fuese él, el que acabase el trabajo. Me quedé mirando. Gustavo cerró los ojos de placer y gemía, y Javi, desde luego, tenía mucha más experiencia que yo, cosa que me daba francamente igual.

-Ufffffffff siiiiii…

Javi no permitió que ni una sola gota de semen se le saliese de la boca. Se le veía feliz chupando y succionando cada gota, incluso desesperado cabría decir. Gustavo le acarició la cabeza y sonrió mirándome.

-¿Has visto?, así se hace una buena mamada –dijo Gustavo mientras acariciaba la cabeza de Javi, como si se tratas de la de un caniche.

Nos mandó bajarnos del sofá. Apagó la tele y se subió los pantalones cortos. Se puso en pie con cara de satisfacción y se dirigió a Javi.

-¿Tendrás hambre no?, Guille es un excelente cocinero, en eso te gana, así que, vayamos a cenar.

Se apoyó en su hombro y se lo llevó charlando amistosamente en dirección a la cocina. Fui detrás, iba a tener mi primera cena social en semanas en la que tendría la oportunidad de conocer al que sería mi compañero de habitación aquella noche. Una noche que no iba a olvidar.