Amo Carlos

La relación de sumisión total entre una sirvienta y su Amo. Ella cumplirá con sus deseos, aunque ellos le supongan cruzar límites nunca imaginados. Primera parte de una serie con escenas muy escabrosas, si bien este capítulo ronda la "normalidad".

Aún ligeramente adormilado, Carlos se encontraba sentado en su escritorio, situado éste en una de las salas de la casa donde se ubicaba su despacho. Como cada sábado, se disponía a abrir el correo de la semana.  A su espalda, una gran ventana de cristal le suministraba una luz relajante propia de un mañana de sábado que pensaba disfrutar con los cinco sentidos. Tras el ventanal, un jardín y una piscina completaban un cuadro relajante que a Carlos le gustaba admirar. Sencillamente le relajaba  quizás más verlo que disfrutar del Sol en la misma piscina o tumbado en alguna de las hamacas que se esparcían por el césped. De silueta delgada, su calva perfectamente afeitada le concedía unos años más de los que realmente tenía. Mantenía sus manos huesudas, de dedos largos y uñas cuidadas. Su torso, en otra época atlético, había dejado paso a una incipiente barriguita debido a la ausencia de ejercicio. Una lesión de columna le impedía ejercitar sus deportes favoritos. A pesar de ello, sus 180 cm disimulaban aún más esos pocos kilos de más. A sus cuarenta y tres años, estaba convencido que mantenía un buen aspecto, y así se lo reafirmaban con dulces halagos aquellas mujeres con las que profesionalmente convivía a diario.

Eran las 09.15 h de la mañana, y sin aviso, como siempre, y tal como le tenía ordenado su jefe, apareció Candela, una paraguaya de unos treinta y dos años, con una bandeja que contenía el primer café de la mañana, un zumo de naranja y dos croissants con mermelada.

Pequeña, pero muy bien proporcionada, era otro placer que gustaba de disfrutar Carlos por las mañanas. No llegaba al metro sesenta, pero tenía una cara bondadosa que le inspiraba paz en unos momentos, y deseo en otros. Físicamente era de piel morena, tostada más bien, sus piernas eran cortas, pero bellas y atléticas, y acompañaban a un trasero que sobresalía lo suficiente para ser considerado un objeto de deseo por aquellos hombres que llegaban a contemplarla. Su vientre era plano, duro, y qué decir de sus pechos, redondos y firmes, con unos pezones muy oscuros que parecían estar siempre excitados, aquellos estaban rodeados de unas aureolas pequeñas. No hacía ni había hecho ningún tipo de ejercicio deportivo en su vida, salvo las clases de gimnasia en el colegio de su Paraguay natal, pero evidentemente la Naturaleza le había dotado de una belleza extraordinaria. Su pelo era largo, llegando casi hasta su cintura, el cual podía llevar suelto en casa, salvo cuando había visitas, entonces, la norma de la casa era llevarlo recogido en una trenza.

Carlos fingió no verla, y ella, tal como tenía indicado desde que entró en la casa, en una de las numerosas normas que le exigió su patrón, se colocó a la izquierda de su señor y dejó la bandeja en la mesa. Vestía un sencillo vestido blanco  de algodón que le llegaba hasta la mitad de los muslos. La parte delantera de su vestido rozaba el escritorio, y su pierna derecha casi tocaba el reposa mano del sillón donde estaba sentado Carlos. El silencio entre ambos era total, tan solo roto por la música de los 90 que a bajo volúmen daba una cierta vida a aquella habitación. Él no deseaba hablar. A ella no le estaba permitido salvo que se le preguntase. Carlos tomó una cucharada de azúcar y la dejó caer sobre el café para endulzarlo un poco. Sorbió un poco y quedó satisfecho de la temperatura de aquel.

Candela deseaba mirarlo, pero ella desconocía que a él le ocurría lo mismo. Los ojos almendrados de Candela y la profundidad de su mirada le cautivaban más de lo que su razón le exigía. No bastó mucho tiempo para romper el silencio. Carlos echó hacia atrás su sillón de despacho, quedándose a medio metro de Candela y observándola con deseo. Tenía por ropa tan solo un batín. Nada más. Y la erección de su pene era delatada por la fina tela que lo escondía.

  • Déjame ver mi desayuno, le indicó Carlos

Candela sonrió levemente. Lo esperaba. Lo deseaba. Así, con suavidad, tranquila, se puso delante de su señor, pero de espaldas a él, apoyando sus manos en el escritorio.

Carlos alargó su mano hacia sus muslos y los acarició. Sintió como la piel de esa mujer se excitaba como si le hubiese entrado una corriente de frío. Pero no, no era frío, era excitación. Carlos siguió durante un buen rato tocando sus muslos. Siempre le sorprendía como esa mujer podía tener una piel tan suave. Poco a poco, sus manos iban centrándose en el interior de sus muslos, y notando cómo ella iba contrayendo sus músculos por el goce que le daba el tacto de las manos de su señor. Con un leve golpe de mano entre los muslos, ella abrió un poco más las piernas.

  • Desearía que te desabrochases el vestido, le susurró su señor.

Ella lo esperaba. Nada más entrar en el salón ya notó la calefacción y sabía que ese sábado volvería a ser suya, pero sin las prisas ni el cansancio de los días de semana. Él la cuidaba incluso en esos momentos. El calor que irradiaba el Sol sobre el gran ventanal ya mantenía una buena temperatura, pero Carlos deseaba que Candela no pasase nada de frío, ni siquiera al principio del placer.

Con el vestido abierto, ella estaba totalmente entregada a que sus manos le tocasen y la hicieran suya. No había nada más. Solo el vestido. Una norma de las muchas era que ella no usaría ropa interior si no había visitas o huéspedes en la casa.

La mano derecha de Carlos ascendió hacia su sexo, y el canto de su mano sintió unos labios calientes; su mano izquierda tomó un pecho y con firmeza lo apretó sin hacerle daño, jugando con su pezón, estirándolo suavemente para después volver a sentir la redondez del pecho. Los pechos se mantenían firmes, pareciendo operados cuando realmente no lo eran. La mano izquierda de Carlos se centraba en el sexo de ella, el cual era pequeño, con una vagina más bien estrecha, los labios eran  perfectamente simétricos, y éstos, cuando el cuerpo de Candela se excitaba, se abrían como una rosa  dando a conocer un clítoris redondo y más voluminoso de lo se podía esperar.

Carlos giró la mano, y el canto de su mano dejó paso a sus sabios y expertos dedos, tocando suavemente la abertura de su vagina. Sintió la humedad de ella y eso le tranquilizó. Estaba gozando. Con tan solo un fino corte de pelo que dejaba todo su sexo depilado salvo una fila de pelitos en dirección al ombligo , era fácil para él acariciar todas las partes de su sexo, apretando entre sí a los labios vaginales para después soltarlos y volver a jugar con cada uno de ellos.

La excitación de Carlos iba creciendo, y entonces comenzó a tocarle los pechos con más fuerza, con cuidado de no hacerle daño, pero en ocasiones, sus pezones ya muy erectos y sensibles, sufrían de la fuerza de los dedos de su amo. Su vagina permanecía visitada por la mano maestra del señor de la casa, pero sin que ningún dedo entrase en ella. Tan solo utilizaba las yemas para jugar con la puerta de la vagina , presionando allí donde el gemido de Candela se hacía más patente. Su clítoris era igualmente tocado por esos dedos que tanto placer le daban, pero tan solo los mantenía unos breves segundos, el suficiente para que ella los deseara de nuevo en su punto mágico. Muy redondito y fácil de localizar, Carlos lo presionaba con suavidad, pero haciendo notar su dedo índice. Haciéndolo girar. Parando. Haciéndolo girar. Para posteriormente, separar su dedo y centrarse de nuevo en su vagina.

La excitación de Candela iba en aumento y Carlos lo sabía. Fue todo un descubrimiento para él, estar con una mujer que en plena excitación ya segregaba ese flujo extraordinario, y ella sabía que a su señor le encantaba tomarlo con su lengua directamente del sexo. Como ya había hecho en otras ocasiones.

Candela empezaba a impacientarse, sus piernas comenzaban a flexionarse porque no podía mantenerlas rectas. Su deseo se lo impedía.

  • Gírate y ocúpate de mí, pequeña puta. Le apremió él.

Candela se volvió sumisamente y vió a su señor aún sentado. Se arrodilló entre sus piernas, y con cuidado y lentitud, para también hacerle de sufrir un poco, le desabrochó el batín. Su sexo estaba erecto desde hacía tiempo y a Carlos tanta excitación soportada empezaba a ponerle nervioso. Su pene, largo, sin ser demasiado grueso, fue tomado por las manos de Candela, quien se lo llevó a la boca inmediatamente. Comenzó con el glande, ejerciendo presión con sus labios, mientras sus manos apretaban y jugaban con los testículos de su señor, introduciendo poco a poco el pene en su boca. Cuando ya tenía la mitad del pene metido en su boca, comenzó a lamerlo como si de un helado se tratara, paseando su lengua abierta desde su ano hasta el glande. En todo momento ella no dejó de mirar la cara de placer de él, y Carlos mantenía su mirada, mezclándosele sensaciones de placer, dominación y frialdad. Candela conocía del goce que le ofrecía y estuvo lamiéndole sin que quedase un hueco de su pene o de sus testículos sin su saliva. Posteriormente, bajó aún más y comenzó  a chuparle el ano mientras con su mano derecha le masturbaba su polla. Carlos cerraba los ojos y con la cabeza hacia atrás se dejaba hacer.

Cuando Candela consideró que su amo estaba preparado para un placer más, subió hasta su glande e introdujo el pene en su boca. Ella no pudo evitar llevar su mano izquierda a su sexo para masturbarse, pero su señor se dió cuenta de ese movimiento.

Carlos ya la conocía. Por eso, se descalzó las zapatillas de casa y puso un pie entre las piernas de Candela. Ella, lo miró agradecida  sin dejar de soltar el pene de su boca. Conocía lo que quería su señor, así que flexionó un poco más las piernas y echó el culo hacia atrás. Ya en esa posición, Carlos no tardó en dar con los dedos de su pie derecho en el sexo de Candela, haciendo que el anular comenzara a jugar con la puerta de su vagina. A ella le resultaba increíble la habilidad que tenía para excitarla de ese modo.

El pene de Carlos cada vez se introducía más en la boca de Candela, hasta que ésta pudo mantenerlo totalmente dentro de su boca. En este momento su señor enloquecía un poco, agarrándole fuertemente de la cabeza y forzándola a que mantuviese todo el pene durante varios segundos en su boca. Era su peor momento, ya que ella apenas podía respirar, exhalaba abundante saliva por la comisura de la boca o por la nariz, y en algún momento de días anteriores, incluso había llegado a vomitar. De pronto, Carlos le cogió del pelo y le subió la cabeza con violencia.

  • Ahora, sigue chupándome, puta. Quiero correrme en tu puta boca.

Candela comenzó a hacerle una mamada acompañada de su mano. Sabía que no le debía quedar mucho, sus venas estaban hinchadas, y salvo que hubiese tenido una relación fuera de la casa, a ella no la tomaba desde hacía tres días, por lo que la leche que recibiría sería abundante.

Ese pensamiento la excitó y jugó también con la fuerza de sus labios y de su lengua. De pronto, notó cómo su amo la tomaba del pelo con fuerza y chillaba con un grito ahogado. Ella se separó inmediatamente y Carlos se levantó rápido, permaneciendo ella arrodillada con la boca abierta mientras su señor se masturbaba delante de ella con fuerza.

Deseaba que toda la leche encontrase su boca, pero la fuerte excitación hizo que parte entrara en su boca y otras porciones de leche cayesen sobre su cara y sobre su pelo.

El siguió tocándose un rato más delante de ella, mientras Candela permanecía quieta.

  • ¿quieres chuparla, perra? ¿quieres chuparla hasta dejarla bien limpia?
  • Sí, señor, me gustaría mucho, ya sabe que lo deseo.

Aún de pie, se acercó a ella y tomándola por la cabeza, le volvió a hundir el pene en su boca. En este momento, él la tomó por debajo de la boca y la garganta, ordenándole a su vez que pusiera las manos a la espalda, obedeciendo ella de inmediato.

Lo que a continuación ocurrió fue que sin ella poder mover la cabeza, literalmente le estaba follando la boca, forzándola a tenerla muy abierta.

  • Qué caliente me pones, perra ! Me sacas el animal que tengo dentro !

Candela solo podía respirar cuando podía, y solo por la nariz, ya que su señor le introducía su polla  hasta el fondo de la garganta, forzándola a que todo su pene estuviese dentro de su boca, pero a ella, esa velocidad le hacía daño.

De pronto, Carlos paró, sudoroso, y sacando su pene aún erecto de la boca, la agarró de sus mejillas y le dijo:

  • te has portado bien, muy bien, e imagino que querrás tu parte ¿verdad?

Ella asintió, sonriendo ya su vez dándole un último beso en el pene y llevándose a sus labios una pequeña gota de semen que aún quedaba en la punta . Carlos la ayudó a levantarse y la llevó a un pequeño sofá que había en la sala. La arrodilló entre los cojines y la colocó mirando a la pared, así su sexo quedaría a su merced. Ella le acercó el culo, y volviendo su cara hacia él, le miró con una lujuria que no podía evadir. Carlos se acercó, con las piernas separadas, el sexo de ella permanecía  abierto, esperándolo, por lo que se acercó  y le puso la punta de su pene en la vagina, sabiendo que ella esperaba su fuerza y su deseo. Pero no, Carlos tan solo quería que ella notara su pene en la puerta de su vagina, y él, a su vez,  deseaba sentir la humedad y el calor de su sexo, mucho mayor que cuando comenzaron a jugar. Ella movía levemente sus caderas, buscando su pene, pero él la rechazaba. A Carlos le gustaba pasear la punta de su pene por el largo de la vagina de ella, llegando desde su clítoris hasta la abertura de su culo. Poco a poco fue entrando, sintiendo su estrechez, y ella, a la vez que sentía como esa polla la iba inundando poco a poco, lentamente, de placer, iba gimiendo cada vez más con un susurro que despertaba en la mente de Carlos una locura por poseerla.

Carlos, ya con la mitad de su pene en el coño de ella, se volvió irracional, comenzando a embestirla cada vez con más fuerza, cogiéndola del pelo con fuerza y haciendo que la fuerza de sus caderas golpeasen con fuerza su polla y sus huevos sobre el coño de ella. Candela le rogaba que no parase, que por favor siguiese, y Carlos no iba a dejarla así. Tomo las caderas de Candela con sus manos y empezó rítmicamente a follarla con una fuerza que le hacía de sudar copiosamente. De pronto, Carlos comenzó a sentir los estertores de su perra, y ello le mostraba que estaba a punto de correrse. Estaba en lo cierto. Candela apoyó la cabeza en el sofá y dejó una mano apoyada en la pared, llevándose la otra su clítoris.

  • Córrete puta, córrete !! le jaleaba Carlos

Ella siguió masturbándose, Carlos seguía follándola con fuerzas. Ambos estaban casi exhaustos. Por fin, Candela quedó quieta, con la mano en su sexo, presionando fuertemente su clítoris. Carlos se quedó hundido en ella, y finalmente, un alarido animal de ella hizo que todo terminara. Comenzó a convulsionar de placer por el orgasmo que estaba teniendo. Carlos sacó su polla del sexo de ella y vió un bello espectáculo. Candela estaba arrodillada en el sofá, apenas apoyada con la cabeza en aquel, sus brazos no parecían tener fuerza, pero de su sexo emanaba el fruto de su orgasmo, dejando un reguero de líquido sobre sus muslos y un pequeño charco de flujo proveniente de su coño sobre el suelo de madera.

Carlos la miraba con deseo. Realmente esa mujer le hacía ser un animal. No pudo contenerse y fue nuevamente a por ella.

  • Prepárate zorra, aún no hemos acabado, todavía tienes que darme más placer.

Ella le miró suplicando. No tenía fuerzas. No podría. Carlos adivinó su ánimo y se acercó a ella con rapidez. La giró e hizo que quedase sentada en el sofá. Una gran bofetada sobre su cara resonó en la sala, seguidamente la volvió a girar y la colocó de rodillas en el mismo lugar que antes. Con el culo a su merced, él azotó su culo con sus manos cinco o seis veces.

Ella no protestó, tan solo sabía que él aún estaba excitado y no había terminado. De pronto, él tocó su sexo con los dedos de su mano derecha, introduciendo dos dedos en su vagina. Con los dedos húmedos, abrió sus glúteos y posó el líquido de ella sobre su ano. Candela volvió la cabeza asustada.

  • ¿Qué miras?, le gritó.

No contento con ello, utilizó el líquido que había en el suelo y se lo llevó a su ano, escupiéndole saliva de su boca también. Seguidamente se cogió el pene por la base, cerca de los huevos y lo acercó al ano de ella. Carlos creyó oir un -no, por favor, por ahí no-, pero no le dió mayor importancia.

Con la punta de su pene en el ano de ella, empezó a empujar. Sabía que podía hacerle daño y que luego se arrepentiría, pero estaba embriagado de sexo y le daba igual el dolor de ella. Como ella se movía para adelante, él empezaba a impacientarse, así, optó por tomarla por un hombro con una mano y le abría el culo con la otra. Pronto el pene empezó a entrar. Dolía. Candela aguantaba, pero las lágrimas comenzaban a correr por su cara. Carlos la veía y la oía llorar.

  • Puta! Te vas a enterar ahora

Empujó con fuerza y la mitad del pene quedó dentro, en ese momento él empezó a follarla despacio. Vió como un poco de sangre acompañaba a su polla cada vez que la extraía de su culo, y eso le asustó un poco, pero ya nada podía pararle. Siguió empujando y sacando. Follándola despacio, hasta que notó que su polla entraba y salía con cierta facilidad. En ese momento empezó a penetrarla con mayor fuerza y violencia. Ella lloraba sin consuelo, pidiéndole por favor que parase. Finalmente Carlos la cogió de las caderas y empujó dos veces con mucha fuerza hasta quedarse clavado dentro de ella y con todos los músculos en tensión. Se había corrido dentro de su culo. Un reguero de leche la inundaba por dentro.

Carlos fue sacando su pene con lentitud. Despacio. El placer había sido inmenso, la primera vez que sodomizaba a  Candela. Hubiese querido que esa forma de placer hubiese llegado con un adiestramiento paciente, pero no había que darle más vueltas, ya estaba hecho.

Candela había dejado de llorar. Estaba recostada en el suelo en posición fetal. Carlos fue hacia ella. Candela se asustó. Él aún tenía el pene semi erecto, manchado de una mezcla de heces, semen y sangre. La tomó del brazo con suavidad y la levantó.

  • Candela siento haberte hecho daño. Pero si no quieres estar en esta casa, solo tienes que decirlo.

Candela se acercó a él y se sentó en el suelo, cogiéndole de sus piernas.

  • Don Carlos, mi mayor deseo es estar en esta casa y servirle. Es posible que algunas cosas de las que Vd me ordene no me gusten, pero le obedeceré ciegamente.

Carlos se sintió cautivado por sus palabras. Separó los brazos de ella de sus piernas y se sentó en el sofá donde la había sodomizado. Se le quedó mirando. Realmente había sido un principio de sábado muy excitante.

  • Bien, así será. Quédate en la casa. Ahora acércate.

Candela se le acercó de rodillas hasta estar junto a las piernas de su señor.

  • Quiero descansar un poco. Será bueno que ambos desayunemos y nos demos un buen baño en la piscina antes de seguir con nuestras tareas diarias.
  • Sí, mi señor- le indicó Candela desde su posición en el suelo.
  • Ahora, dijo Carlos, limpia bien mi pene.

Candela fue a levantarse para coger agua y unas toallas.

  • ¿Dónde vas? - le inquirió Carlos
  • A por toallas y agua, contestó ella
  • ¿Toallas y agua? No, límpiame la verga y los huevos con la boca. Hazlo con tu boca y con tu lengua de zorra.

Candela se quedó mirando el pene y la mezcla de heces, semen y sangre.

  • ¿Ocurre algún problema que no puedas solucionar ? Le inquirió Carlos

Ella sintió una pequeña arcada y un tirón en el estómago, pero se elevó hacia él y cogiéndole el pene con las manos y llevándoselo a la boca le dijo – no hay problema señor, ninguno que no pueda solucionar yo- para inmediatamente empezar a chuparle todo su pene hasta dejarlo bien limpio.

Seguidamente, mientras ella seguía chupándole el pene, Carlos le acariciaba la cabeza y jugaba con el pelo de ella, hasta terminar diciéndole:

  • Candela, quizás esta tarde sea bueno que mi mujer también disfrute de tus habilidades. Tienes una lengua muy hábil y unos dedos maravillosos.
  • Pero mi señor, su señora está postrada en cama por una parálisis cerebral. No siente ni comprende nada.
  • Sí, putita, sí, pero a ver si tus habilidades llegan donde no lo hace la medicina.
  • Como guste mi amo.