Amo a mi patria
El amor a la patria lo es todo para algunos. Ciertos sacrificios no son tan duros si sirves con ello a tu país. Además pueden resultar excitantes.
Nací en Phoenix, ciudad del estado norteamericano de Arizona. Ya en el colegio nos inculcaban el sentido del honor y el amor por América; también mi padre era un patriota veterano de la guerra de Corea y el me impulsó a alistarme en las Fuerzas Aéreas. Me hice piloto y me apasionaba el aire; el F-22 "Raptor" que piloté durante unos años era toda mi pasión. A lo largo de mi estancia en Pensacola (Florida) para la instrucción y las prácticas de vuelo conocí a Marnie, me enamoré de ella y en pocos meses nos casamos. Nuestra relación fue normal en esos primeros dos años y nunca pensé mal de mi mujer ni puse en entredicho su fidelidad o su moralidad.
Me destinaron a la base japonesa de Okinawa, a unos mil seiscientos kilómetros al oeste de Tokio y allí nos trasladamos Marnie y yo. A la semana de llegar a la base el General Dawson preparó una fiesta de bienvenida a los doce pilotos recién llegados y a una veintena de civiles pertenecientes al cuerpo de ingeniería aérea. Había de todo: solteros, casados, familias con hijos En la fiesta nos sentamos a cenar con el Teniente Falconi, que era mi inmediato superior. El teniente era descendiente de italianos y a pesar de su edad, que podía rondar los cuarenta y cinco, permanecía soltero. Junto a nosotros se sentó Brian Dikinson, ingeniero-mecánico de mi equipo de vuelo y exento de la disciplina militar. También su esposa, Dorothy. Los dos formaban una pareja de atractivos negros muy simpáticos.
La incorporación al servicio no comenzaría hasta 48 horas después, por lo que ese sábado muchos llevaríamos la fiesta hasta la madrugada. Mi mujer se dejó convencer por los Dikinson para irnos justo después de cenar a su apartamento de la base, a lo que el ejército llama pabellón, a continuar tomando unos tragos. Yo era muy disciplinado y no estaba habituado a emborracharme o estar mucho rato de juerga, por eso mi mujer tenía tanta gana de fiesta, porque desde que nos casamos llevábamos una vida muy metódica. El problema era el teniente Falconi, al que nos dio apuro no invitar a nuestra fiesta y lo animamos a unirse.
Mucha gente carece de pudor y tiene claro en la vida cuales son sus preferencias y sus aficiones y no se intimidan al mostrarlas ante los demás. Me refiero a la actitud de los Dikinson, que ante nosotros sus invitados empezaron a darse el lote, morrearse y manosearse. Dorothy comenzó a quitarse ropa asistida por su marido. Yo estaba algo incómodo, pero mi mujer parecía algo divertida con la acción de nuestros amigos a juzgar por la sonrisa que se dibujaba en sus labios; y eso que ninguno habíamos bebido demasiado. El teniente observaba serio y tranquilo. Sólo yo parecía estar inquieto.
Dorothy quedó desnuda ante nuestros ojos y la verdad es que no pude por más que admirar su bello cuerpo negro. Sentí mi pene estremecerse. Falconi se aproximó a la pareja Dikinson y besó con desesperación a la negra con el beneplácito de Brian, el marido de ésta. ¡Dios pensé- esta gente se ha vuelto loca! Brian me miró sonriente como habiéndome leído el pensamiento y me dijo: ¿Cómo crees que acaban la mayoría de las fiestas en las que participan los pilotos y el resto de personal de la base?
Marnie me miró ansiosa. Intuí en su mirada qué me estaba insinuando y era algo así como ¡por favor quedémonos a probar esto! Poco tardó Brian en acercarse a Marnie y alzarla en sus brazos para rodearla por la cintura para besarla y posteriormente meter una mano por debajo de su falda. Quedé estupefacto y lo peor es que mi esposa correspondió en el beso. No supe muy bien qué hacer; no sabía que era lo adecuado, si defender mi honor de un puñetazo en la cara de Dikinson o arrastrar a mi mujer del cabello para largarnos de allí. Ambas cosas me hicieron pensar que llevarlas a cabo me haría parecer ridículo. Falconi pareció entender lo que yo sentía en aquel momento y me dijo.
- Mira chico, estás lejos de tu país; tu labor para el ejército es dura y estresante, más vale que te relajes te vendrá muy bien, así disfrutarás y harás feliz también a tu mujer. Hazlo por América, si es que amas a tu patria.
Si era por la patria yo lo haría. Mi mujer abandonó unos instantes al negro y vino hasta mí para ayudarme a quedar desnudo. Ella y Dorothy ya lo estaban. Mientras la negra bajaba los pantalones a su marido yo la miraba lleno de deseo. Brian rió y me dijo: ¡Sé lo que deseas! Quieres follar con mi mujer. Pues adelante tío, porque yo pienso follarme a la tuya. Mi mujer asintió y acercándose a mi oído susurró: Quiero la polla de ese tío perforándome el coño, pero antes se la voy a chupar un rato, pero no sólo a él, también al teniente, a los dos a la vez. Tú ve a por esa zorra y disfruta con ella.
Las palabras de mi mujer al oído me pusieron como un toro, y me extrañó ese lenguaje obsceno en ella como algo insólito.
Ven aquí preciosa dijo Brian- arrodíllate ante mí.
El tío bajó una especie de tanga masculino de color claro y mostró su pene erguido y tieso ante los ojos de mi mujer. Cerré los ojos como no queriendo ver lo que iba a suceder, pero era inevitable, los ojos golosos de Marnie se posaron en aquel pedazo enorme de carne negra en forma de barra. Pensé que Marnie nunca me había hecho una felación en condiciones, si acaso unos besitos en la punta del glande y poco más, y ahora parecía estar dispuesta a todo. Creí que me moría de celos cuando la vi atrapar con una de sus manos la polla de Brian. El teniente Falconi se aproximó a ella también y asimismo le mostró la polla, la cual ella no se reprimió en agarrar también con la mano que le quedaba libre. Con esta zozobra que sentía al contemplar lo viciosa que podía ser mi mujer y yo ignorándolo, apenas advertí que Dorothy estaba arrodillada ante mí y bajaba mis pantalones con una inequívoca intención. Creo que odiaba estar en aquella excitante situación, viendo a mi mujer con las pollas de dos tíos y paradójicamente mi pene también erguido, y creo también que por eso cogí violentamente de los cabellos a la hermosa negra y empujé mi cipote hacia el interior de su boca. Se sorprendió un poco por mi irascible reacción pero no por eso dejó de iniciar una rica succión que me hizo suspirar, pues nunca había sentido algo así en mi verga.
Mi mujer me miró sonriendo y con una fingida expresión de celos que le llevarían a tener una justificación para pegarse un atracón de polla negra y de polla de oficial superior.
Siempre he deseado comerme una polla negra le dijo ella a Brian.
Sí replicó él- es lo que todas las putas blancas decís. Pero no olvides también darle placer al teniente.
Mi mujer lo hizo tan bien que ambos se corrieron en su boca antes que yo en la de Dorothy. Lo que pasó después puede que alguna vez lo cuente. La noche fue muy larga.