Amistad y Pijamada Ardiente

Mi amiga se deprimió después de cumplir su fantasía. Yo traté de ayudarla. Luego tuve la noche caliente más espectacular de mi vida hasta ahora.

Hola, chicos. Esta es una historia larga, un poco lenta, y al principio triste; tiene más alma que un video porno de cinco minutos. Pero luego se calienta, lo juro. Han pasado algunas cosas, así que esta es una actualización de mi situación; mis recuerdos todavía están organizándose; no sé qué podría contar que no me hiciera parecer rara… aunque esto también me hará parecer rara.

Daniela. Mi linda, linda amiga. Después de lo que les conté en “Pervertí a mi amiga”, no la juzgo por haberse deprimido tan duramente; después de todo, después de cumplir su fantasía le dio su nombre real y teléfono al chico pidiéndole que la recomendara con sus amigos.

Me llamaba llorando diciendo que sus redes sociales se habían arruinado llenándose de hombres haciéndole ofertas de sexo, de amistades preguntando qué carajos estaba pasando, y de respuestas, ciertas y no tan ciertas, a esas preguntas. Como aceptó a gente del trabajo en algunas, se enteraron y trataron de meterse en el asunto. Su familia se enteró también; interrogada en la sala de la casa trató de negarlo, pero las lágrimas la delataban: le dijeron que se fuera porque ellos no habían criado a una perra, pero, como no tenía adónde ir, no obedeció, sólo se encerró en su habitación a lamentarse amargamente; salía a comer después de que ellos acababan, y así desayunaba, almorzaba y comía sola; luego volvía a su cubil de tristeza. Rechazó a quienes trataron de visitarla para hablar de ello.

Por su puesto cerró las redes sociales, y temía que alguien hubiera descargado algo de ahí para reciclarlo, y cambió el chip del celular. Pero era demasiado tarde: alguien había abierto un perfil para ella en algunas web de personas liberales y había utilizado como material de promoción una selección de las fotos más sexys que había subido a los otros sitios. No creo que su promotor no autorizado hubiera tenido que esforzarse demasiado: las sensuales curvas superiores de Daniela hacían brillar de encanto casi cualquiera de sus fotos; y las pocas veces que había usado escote sus seguidores enloquecían y algunos de ellos decían demasiado y se hacían bloquear. Así que, atractiva como era, no paraban de llegar ofertas.

Y entonces se declaró la cuarentena; el negocio la despidió. Estaba atrapada. Lo había perdido todo. Y no: ninguno de mis contactos tuvo que ver con los perfiles no autorizados: lo pregunté con gravedad tras la primera llamada de ella para decírmelo, y ninguno respondió sospechosamente; yo les creo.

Y en su nuevo celular el único contacto que utilizaba era el mío: me llamaba para contarme todo eso; para reprochármelo; para decirme, palabras más, palabras menos, que arruiné su vida. Que se la devolviera.

Supongo que esas amargas palabras ayudaron a degradar mi propio estado de ánimo. Quizás por un sentimiento de culpa ligado a eso acabé haciendo locuras en el edificio. Ayudando a mi amiga enfermera con métodos poco ortodoxos, y perdiendo finalmente la guerra. Así, con un grillete en el corazón, volví a casa de mis padres, alojé a la enfermera en ella, en una segunda cama en mi habitación, y volví a contestar las tristes llamadas de Daniela recordando lo mal que acabaron las cosas con Flor, la otra amiga a la que le hice casi lo mismo. A veces me siento como si todo lo que tocara se degradara; no marchitándose, sino “perdiendo el encanto”; como se pone una flor cuando se le coge demasiado por los pétalos. Siento un miedo terrible a que pase lo mismo con la enfermera; tanto, que me rehúso a ponerle nombre aquí… no quiero involucrarla, y hago todo lo que puedo por callar las voces en mi mente que me dicen que tarde o temprano haré algo para pervertirla a ella también… tengo que irme rápido de esta casa y dejarla a ella tranquila en su feliz alquiler.

¡Maldición! ¿En qué complejo se basa esa costumbre mía de tratar de liberalizar la vida sexual de los demás? Estoy segura de que si estuviera en la Edad Media a alguien se le habría ocurrido que estoy poseída por un súcubo. Y entonces harían una fogata conmigo.

Pero la tristeza no es el único sentimiento que puede embargarte cuando alguien te llama para hacerte reproches al menos una vez a la semana. Yo tenía mis propios problemas. Y además de mis propios problemas, los de Daniela me pesaban; y ella llamaba para actualizarlos cada vez que podía… Sí… cada vez me convenzo más de que mi comportamiento en el edificio se debe en gran parte a sus acusaciones… Así que la frustración, y la ira, se hicieron un campo en mi mente, y me dieron una idea. Una de todo o nada.

Uno de aquellos días, harta de oírla pacientemente llorar, y de tratar inútilmente de reconfortarla, le dije: “…Dani… tengo algo que estoy segura de que te ayudará a sentir mejor. Te lo enviaré por correo.”

Fui al negocio de correspondencia e, ignorando los ojos de la señora que atendía, hice el envío: llegaría dos días después.

Esperé ansiosamente. Bien. Pasó el día, pasó una semana… no volvió a llamarme. Sentí que podía relajarme un poco. No por completo, pero, o había funcionado, o había perdido otra amiga, o ambas cosas.

Pude seguir un tiempo con mis propios asuntos en el edificio. Aburrirme de verdad por falta de eventos y no por tormento. Permitirme pensar en ello con relajación o risa malintencionada. Odiarme a mí misma libremente por tener el toque de un súcubo y luego desquitarme con quienes fueron objeto del mismo: la mayoría de quienes ya no están no se fueron por su propia malicia, sino por la que yo exacerbé en ellos.

Soy un demonio.

Conseguí un trabajo a distancia haciéndoles la tarea a los estudiantes de algunas instituciones educativas virtuales o temporalmente virtualizadas. Pero aunque lo hago bien, es un trabajo para pasar el rato; estrictamente hablando no necesito trabajar mientras la enfermera viva aquí, porque su pago del alojamiento es perfectamente cómodo para la familia. Así que físicamente estoy todo el tiempo en mi casa, y un poco aburrida.

Entonces un día, echada sobre la cama, con el celular en la mano, pasé sobre la lista de contactos buscando excusas para hablar con alguien; cuando llegué a su nombre sentí un toque eléctrico y un vacío en el estómago; seguí bajando. No encontré a nadie. Volví a empezar… o eso me hice creer a mí misma; de nuevo el nombre de Daniela; abrí los detalles… para procrastinar. Había cambiado de número por mi culpa.

Llamé.

No contestó.

Parece que soy demasiado orgullosa. Empecé a llamarla casi a diario; pero no contestaba. Timbraba. Seguro mis llamadas perdidas le eran visibles. ¿Me odiaba? Se había vuelto una cuestión de dignidad.

Me arrastré aún más en el lodo y le envié un mensaje de texto: “¿Te gustó el regalo?”

Días después me respondió: “Hablemos de eso personalmente.”

“Ven a mi casa entonces.” Le dije. Y antes de pensar en la posibilidad de que me armara un escándalo que arruinaría mi propia vida, le di la dirección de mi casa… Aunque me pregunto si no sería eso lo que yo misma quería.

Aceptó. Vendría un día en el que el turno de la enfermera abarcaría la tarde y la noche (la cantidad de pacientes había aumentado).

El vacío en el estómago ya no se iba. Era como caminar al borde de un precipicio. Mil veces pensé en cancelar. Mil veces me detuve forzándome con esperanza y masoquismo.

Finalmente llegó el día. Pude haber vigilado desde la ventana, pero sólo deseaba que el celular sonara y ella me dijera que no podía venir. Por precaución me puse lo más recatado que tenía: camiseta, chaqueta, pantalón suelto, zapatos cómodos, maquillaje ligero, peinado sencillo.

Llamaron a la puerta. Bajé por la escalera hasta la puerta. Ahí estaba. Semblante triste, cartera, camiseta, chaqueta, pantalón suelto, zapatos cómodos, maquillaje ligero, peinado sencillo. Parecíamos dos evangélicas.

  • Hola, Dani.

  • Hola… – me respondió, con tono frío y un poco lastimero. Recordé al ver sus grandes ojos y su altura menor a la mía que le llevo algunos años, y según algunos, muchos. Es mayor de edad de todas formas.

  • …pasa. – le dije.

Entró.

  • Subamos. – dije, un poco nerviosa. – Mi habitación está arriba; abajo están solo la sala y la cocina, y mis papás están en sus cosas ahí.

  • Vale. Mejor. – respondió tranquilamente.

Empecé a subir, mostrando el camino. Me sentía vulnerable con ella atrás, como si en cualquier momento me fuera a clavar un cuchillo en la espalda. Supongo que la culpa me punzaba la imaginación.

Arriba la guie hasta mi habitación, en un pasillo angosto e incómodo diseñado por algún constructor de escuelas antiguas o algo así; el pasillo sólo llevaba a mi lugar, a un baño, y a un final ciego que se convirtió en el sitio de la lavadora vieja… ¿en qué estaba pensando el diseñador? ¿Siquiera lo era? En fin. Le abrí la puerta y entró. Cerré. Contaba mis propios pasos. Cada segundo. ¿En qué momento empezaría a gritar reprochándome todo por enésima vez y rematando con el regalo?

Nos sentamos. No había espacio para sillas; ella se sentó en mi cama, y yo en la de la enfermera.

  • ¿Cómo has estado? – le pregunté tímidamente.

Empezó a narrarme sus desgracias desde el día siguiente al que estuvo conmigo más desinhibida de lo que le convenía. Yo ya conocía la historia, y me molestaba oír eso, pero ya habíamos hablado así decenas de veces por teléfono, así que no traté de callarla. No desaprovechó oportunidad para recordarme que esas cosas habían pasado por mi culpa; lo cual era casi frase de por medio. En algunos momentos sollozaba, pero se calmaba rápido. Un rato largo de depresión pura.

Entonces llegó a la parte en la que le llegó mi regalo, diciendo algo así como:

“…y después de todo lo que me pasó por tu culpa, me dijiste que me enviarías algo que me haría sentir mejor. Me llegó el mensaje de la empresa de mensajería. Estaba segura de que sería algún libro de autoayuda acerca de cómo empezar de cero, porque no me quedaba de otra. Pero cuando llegó el tipo con la caja me pareció raro que la caja fuera tan grande; creí que era una Biblia de las que usan en las iglesias. Me la entregó, como riéndose de mí, firmé y se fue. Pero era demasiado ligera para ser una Biblia…

Menos mal no la abrí ahí, cerca de mi familia. La abrí en mi habitación, y no lo podía creer… es que todavía no puedo creer que seas una perra tan irrespetuosa que después de oírme llorar contándote cómo arruinaste mi vida, para “hacerme sentir mejor” me enviaste no uno sino tres consoladores con ventosa y un tarro de lubricante… ¿es que no te da vergüenza? Con razón el mensajero ponía cara de imbécil… ¿acaso no pensaste en lo que pensarían de mí en la empresa de envíos?”

No respondí. Aunque mi cara era de vergüenza, una parte de mí se estaba riendo. Pensé en preguntar, pero ella siguió haciéndome preguntas socráticas para acusarme de depravada insensible… y tenía un poco de razón… y seguía en esa retahíla hasta que deduje que estaba vacilando; así que aproveché un vacío e hice la pregunta con acusación, muy a su manera:

  • Pero los usaste y te sirvieron, ¿no?

Lo que fuera que pensaba decir se le atragantó. Tanto así que tosió realmente. Se puso roja, pálida, y se le humedecieron los ojos; una extraña combinación. Entonces me respondió, con gramática impresentable y muletillas que daban pena ajena, hasta el punto de que casi daba lástima oírla, que primero tiró eso a la caneca de basura de su cuarto, pero cuando había que sacarla toda para que se la llevaran los camiones de la basura… pensó en lo que pensarían de ella si llegaban a ver eso y lo sacó, poniéndolo a un lado en la caja del envío.

Estaba atrapada en su propia habitación con tres juguetes sexuales de los que no podía deshacerse. Nunca había tenido alguno. Deprimida hasta el llanto, y con un sentimiento de soledad terriblemente fuerte porque no podía hablar ni con amigos, ni con pretendientes, ni con su familia, ni salir de la casa libremente…

Así que eventualmente, llorando, acostada en la cama sin querer nada más que dejar de pensar, cogió uno y se lo introdujo todo lo que pudo en la vagina y con la mano izquierda lo sostuvo bien adentro sin moverlo. Luego se masturbó el clítoris con la derecha hasta tener un orgasmo tan fuerte, que uno de sus gemidos le hizo temer que la escucharan en el resto de la casa. Y así lo hicieron; cuando le preguntaron desde el otro lado de la puerta de la habitación si estaba bien, ella dijo que sí, que se había caído tratando de poner algo en un estante, pero que estaba bien. Según dijo, estuvo así un rato, acostada mirando al techo, desnuda de la cintura para abajo, con las piernas abiertas y el consolador dentro, notando cómo ahora se sentía un poco mejor, y tratando de entender por qué.

Al otro día, cuando empezó a deprimirse otra vez, volvió a masturbarse como el día anterior.

Al cabo de unos días, tuvo que reconocer para sí misma que mi regalo le estaba sirviendo.

Después decidió usar otro de los consoladores. Metía y sacaba el de la vagina con la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía el otro frente a su cara y lo chupaba. Luego empezó a alternarlos, conociendo así el sabor de su propio cuerpo.

Otro día, como ahora tenía la caja al lado, decidió meterse el de la vagina por el culo, el de la boca en la vagina, y chupar otro. Estaba tan caliente que no le importaba lo difícil que fuera mover todo. Aun así, con esfuerzo, metió y sacó todo como pudo hasta correrse empujando todo hasta el fondo. A partir de ahí solía sacarse sólo el de la boca tras terminar, y permanecer un rato en la cama con los otros dos quietos, o no tan quietos.

Entonces un día, mientras se daba una ducha en el único baño de la casa, notó que varios de los objetos en el mismo estaban pegados a la pared con ventosas similares a las de los consoladores. Y resolvió el rompecabezas. Estuvo vacilando los días siguientes sobre hacerlo o no, hasta que finalmente se atrevió.

A escondidas de su familia, cuando se iba a bañar llevó los consoladores hasta el baño, se bañó, y aprovechó la humedad en las baldosas de la pared y el piso para fijarlos “estratégicamente”: dos en el piso, uno junto al otro, en línea perpendicular a la pared, y uno en la pared. Lubricante en uno, por si acaso. Y caliente como no podía estar más, se arrodilló, abrió las piernas, y se metió los del piso en la vagina y el ano tanto como pudo, empezó a moverse imaginando que lo hacía con dos hombres al tiempo, y cuando estaba lo suficientemente cachonda empezó a chupar el del frente como si se lo mamara a un tercero. Sintiéndose en llamas, pudiendo apenas contener su voz, tuvo uno de los orgasmos más fuertes de su vida empujando todo lo que podía los tres juguetes dentro de su cuerpo. Entonces se levantó, los lavó, se secó, y salió del baño con un sentimiento de satisfacción que no sentía desde hacía mucho.

Desde entonces se había dedicado a combinar los juguetes de todas las formas posibles, y a explorar su propio cuerpo y fantasías. La logística no era la mejor, pero fue creativa cuando quiso jugar en la cama o en la cocina. Y uno de sus hallazgos innovadores fue que, al compararse con muchas modelos, actrices porno, y algunos personajes de hentai, finalmente fue consciente de por qué ella había descubierto a los hombres en su vida diaria mirándole el busto: era lo suficientemente grande como para poder chuparse los pezones sin problemas, y lo suficientemente firme como para permitir a sospecha de que eran operados; en otras palabras, descubrió que tenía unas tetas capaces de excitar a casi cualquier hombre. Los comentarios de admiración a sus pechos en algunas de sus fotos en redes sociales siempre le habían parecido propios de gañanes, pero ahora, con esta nueva perspectiva, se daba cuenta de que había juzgado mal a algunos, y que incluso los que hacían comentarios puercos tenían sus razones, y sólo se estaban expresando mal.

Ahora se masturbaba casi a diario con los juguetes que le envié, y yo era la primera persona con la que hablaba en muchas semanas.

  • Entonces… - me atreví a decir estando ya en un poco más de confianza: - ¿sí te gustó el regalo?

  • …Sí. – respondió sonrojada. - …¿cómo los conseguiste si todo estaba cerrado en esos días?

  • Bueno… eran míos… - respondí honestamente… aunque quise dar una estocada adicional: - …pero nunca los llegué a usar todos a la vez.

  • Debe ser que siempre tenías suficientes hombres, para usarlos como reemplazo, puta. – respondió, ligeramente venenosa.

  • … - aquí iba yo de nuevo… - A veces… ¿y a ti no te gustaría reemplazarlos con hombres?

  • … - claramente la sorprendí. Entrecerró los ojos ingenuamente y respondió: - …’ejm… puedo reemplazarlos cuando quiera.

  • …pero te da miedo hacerlo… -dije, agitando el señuelo en la conversación…

  • ¿Miedo? – respondió fingiendo valentía - No, lo que pasa es que por el momento no quiero.

  • Como los fumadores: dicen “puedo dejarlo cuando QUIERA”, pero nunca “quieren”.

  • … - La tenía acorralada. Mi respiración era honda y pesada por la emoción, pero creo que la disimulaba bien; ella empezaba a respirar igual, probablemente por las imágenes que se le venían a la cabeza. Pero entonces añadió: - Si quiero, puedo llamar ahora mismo algunos admiradores para pasarla rico… cosa que tú no puedes hacer.

Uh, golpe bajo; pero tenía razón: yo no tenía un perfil no autorizado en la red anunciando servicios. Pero…

  • Aunque “puedas” – dije con una sonrisa ligeramente maliciosa, la cual ella correspondía como si le divirtiera la conversación -, no lo harás.

  • ¿Quieres que lo haga? Lo haré si quieres; ya mismo. – dijo, enderezándose como una serpiente.

  • No lo harás. – dije sonriendo ampliamente en tono de burla. Yo realmente creía que no lo haría.

Entonces sacó el maldito teléfono, rehabilitó una de sus redes personales, cambió la imagen de perfil por una con escote, publicó algo, y esperamos. Empecé a ponerme nerviosa… ¿qué había publicado? ¿Realmente iba a…?

¿Qué clase de invento del demonio es Internet? Al cabo de unos minutos la publicación estaba llena de comentarios. Ella eligió algunos, asegurándose de impedirme ver lo que hacía, y les escribió un párrafo más o menos largo.

Me asusté de verdad:

  • ¡No puedes organizar una reunión así aquí, es la casa de mis padres!

  • Demasiado tarde, puta. – respondió riendo.

  • ¡No, de verdad, cancela eso!

  • Tranquila, les dije que era una fiesta especial, que no se podía hacer ruido.

  • ¡Daniela, mi casa no es un puteadero! – realmente empecé a salirme de mis casillas.

  • Un puteadero no es un lugar, es una idea: cualquier lugar donde haya chicas dispuestas a hacerlo por plata es un lugar para putear. Si no lo era, ahora lo es… pero no te preocupes, no les cobraremos, así que no será “sexo por dinero”.

  • ¡No, Daniela! ¡Por favor, al menos cambia la dirección! - ella se rió sarcásticamente al oírme y verme… ¿realmente había sido yo quien había tenido el control de la situación? Sentí como si eso ya me hubiera pasado antes…

  • Tranquila, Dani. No tengo otros lugares para ir, y no van a hacer ruido: son chicos que conozco de cuando estaba en el colegio; elegí los solteros más juiciosos y civilizados; puede que sean hasta un poquito ñoños… créeme, ni siquiera saben a qué vienen…

  • ¿Qué?

  • Sí, les dije que tenía una pijamada y que necesitaba algunos chicos para la logística, pero que no tenía cómo pagarles…

  • No, Daniela, yo no tengo dónde recibir a esa gente…

  • ¿Cómo que no? Aquí hay espacio suficiente.

En ese momento llamaron a la puerta de la habitación. La noche había llegado y mi mamá ya había servido la comida. Disimulamos. Bajamos a la sala, comimos. Mamá preguntó si mi amiga se quedaría esa noche; yo respondí que sí, que después de la pijamada ella dormiría en mi cama y yo en la sala. Agradecimos. Subimos. Mientras subíamos, yo adelante, empecé a sentirme observada. Volteé a ver: me estaba mirando las nalgas; me vio fijamente y sin dejar de hacerlo y sonreír se llevó un dedo a un extremo de la boca entreabierta y lo deslizó hacia abajo por el mentón mientras la abría un poco más dándole otra mirada fugaz a mi trasero y ampliando la sonrisa al volver a mis ojos. Entendí el mensaje, pero no quise decir nada; me sentía nerviosa; encadenada; estúpida. Seguí subiendo contando los pasos; no sabía si acelerar o no; empecé a sentir que invitarla había sido un error; pero también empecé a calentarme: tal como estaba el plan, podía salir bien, excepto que…

Discutimos y hablamos tímidamente y con estrés. La conversación no fluyó muy bien. Entonces dijo: “Bueno, hay que arreglarnos, ¿no? ¿Me puedes prestar algo? Tal vez algo que tengas de cuando eras de mi altura…”. Le presté una de mis pijamas enterizas tipo vestido, y yo me puse una de dos piezas de blusa y pantalón corto. Ella tuvo la delicadeza de notificar a los chicos que no llamaran a la puerta. Luego esperamos, tras poner algo de música suave; Daniela se acostó en mi cama y cerró los ojos. Yo, dando vueltas por la habitación, pronto me descubrí viéndole los senos; y sintiéndome un poco sinvergüenza, ya que ella parecía haberse dormido, me senté en la cama de al lado, me acomodé en la cabecera, y, mirándolos, empecé a tocarme…

De película, sí. La alarma del celular me interrumpió indicando que ya era hora. Daniela se incorporó y salió conmigo tras pausar la música. Los chicos ya habían llegado. Bajamos; abrimos silenciosamente; ellos me vieron de arriba abajo, pero entraron disimuladamente, como si vivera aquí. Luego la vieron especialmente a ella, con admiración física y amabilidad, y ella aprovechó para hacerles una señal de silencio. Noté que estaban sonrojados. Empezamos a subir; Daniela me acomodó haciendo que yo subiera primero. Luego ella. Tras unos escalones, me pellizcó una nalga. Yo protesté, pero ella susurró: “Perdón Yuri, no pude evitarlo”; los chicos atrás se rieron nerviosamente; parece que realmente no sabían a qué venían… yo por mi parte, estaba a merced de la creatividad de Daniela.

Ella y yo entramos a la habitación. Ellos dijeron que tenían que ir al baño. Daniela les dijo que no se demoraran ni hicieran “nada raro” en él. Yo me apresuré a poner un cubre-lecho adicional en la cama de la enfermera y a decirle que no hiciera nada ahí. Luego los chicos entraron uno a uno; estaban nerviosos, no decían nada, sólo nos miraban tímidamente. Daniela tomó la palabra diciendo algo así como:

  • La verdad, chicos, es que la pijamada empezó hace un rato larquito; sólo nos faltan tres cosas, y ustedes nos ayudarán con la segunda, y de pronto con la tercera. No hay alcohol, pero les aseguro que habrá otras cosas ricas… me alegra que todos hayan venido, en especial por la hora. - los chicos se miraron entre sí. Todos estaban en una posición extraña: ligeramente curvados hacia adelante.

Entonces les pidió que se ubicaran en extremos distintos de la habitación y se quedaran ahí: como ésta tenía una cama en dos esquinas contiguas, quedaron dos en esquinas reales, dos junto a las cabeceras, y uno en la puerta.

  • ¿Empezamos? – me preguntó Daniela, como si yo supiera lo que ella planeaba. Yo asentí.

Daniela cogió el cubrelecho de mi cama, lo quitó con mi ayuda a pesar de mi desconcierto, y lo extendió en el piso en medio de la habitación. Se quitó las chanclas, yo también, me puso en el centro, y fue a reanudar la música. Me excité, era obvio lo que Daniela pretendía. Se quitó las chanclas, y se paró frente a mí; a ambas ya se nos notaban los pezones; entonces empezó a moverse y a bailar de la forma más sexy posible, a veces a centímetros de mí, a veces completamente pegada. Yo hice lo mismo. Miré a los chicos; no podía decirse que estaban aburridos, sólo muy, muy desconcertados.

Y conforme la canción continuaba y terminaba para dar paso a otra, ambas nos fuimos desinhibiendo cada vez más. Empezamos a bailar pegadas todo el tiempo, y a acariciarnos: las piernas, la cintura, la espalda, el trasero, la cara, los senos… Los chicos no dejaban de mirarnos, y cada vez hacían menos por disimular la erección. Daniela me haló el short hacia arriba marcándome vulgarmente y empezó a amasarme las nalgas; yo metí las manos por debajo del enterizo y empecé a acariciarle la vulva a través del interior; le di la vuelta y la hice darme un beso en la boca sobre su hombro; un beso largo con lengua visible desde afuera; entonces hice lo que todos estaban esperando; cogí los tirantes de la pijama, y los deslicé pos sus hombros y sus brazos; la pijama cayó al piso, y sus maravillosos senos quedaron desnudos y a la vista; no pudieron evitar hacer una exclamación de sorpresa al verlos, y celebraron viéndonos a ambas amasarlos con placer. Daniela se dio la vuelta sonriendo, y me quitó la blusa y el short: ellos celebraron también. Nos besamos apasionadamente hasta que ella se acurrucó y me bajó los pantis; me acarició las nalgas, me besó el clítoris, y subió; la besé, bajé, e hice lo mismo, pero lamiendo en lugar de besar, y ella dio un quejido de placer. Subí. Ahora estábamos desnudas, manoseándonos, en medio de cinco hombres inaguantablemente calientes que luchaban por no acercarse más que los dos pasos que ya se habían permitido porque el instinto les podía más que la disciplina… dioses… qué delicia… sonreíamos sabiendo lo que ambas pensábamos exactamente lo mismo: era como estar rodeadas de perros hambrientos…

Daniela dio un paso atrás… ahora… todo ese manoseo… todo ese calentamiento, iban a… hah… a metro y medio la una de la otra, tan vulnerables como dos pedazos de carne fresca en una perrera, Dani dijo en voz baja y candente: “¡Ya pueden venir por nosotras, chicos!”.

Créeme, corazón, que lo más probable es que jamás hayas vivido algo como esto… ¡los chicos se abalanzaron sobre nosotras desde todos los flancos de una forma casi violenta!… sin decir nada, dos babeando literalmente por estar respirando por la boca desde hace rato… en segundos estaban sobre nosotras, manoseándonos y casi peleándose por quién nos penetraría primero y por dónde… Dani y yo nos miramos riéndonos y mordiéndonos los labios mientras ellos, ya desnudos, o a medias, decidían espontáneamente que había agujeros para todos.

Tres en una, dos en la otra, y nosotras dejándonos llevar deteniéndonos apenas para hacerles un gesto de silencio… dios… ahí estaba parte del encanto de la situación… una orgía desenfrenada en la que los sonidos altos están prohibidos… Daniela iba encantada de miembro en miembro, cuando no estaba inmovilizada, y yo hacía lo mismo cada vez más loca de placer.

Empezamos a hablar, acusándonos de perras, zorras, adictas al sexo, prostitutas, etc., y a respondernos reconociéndolo, para motivar a los chicos a llamarnos así. Empezamos a hablar de precios y de “pagos completamente opcionales” por ser una oferta de lanzamiento; a los chicos parecía divertirles la idea, en especial porque eso les confirmaba las sospechas que se habían formado por las redes de Dani. Juiciosos, como ella dijo que serían, prácticamente no hacían ruido, y al hablar lo hacían siempre en voz baja: desde afuera seguro sólo se escuchaba una pijamada de dos chicas riéndose, sorprendiéndose mutuamente, y usando términos soeces para entenderse; quizás jugando entre ellas.

Me distraje por un minuto en mi cama con dos chicos; cuando volví a mirar, Daniela estaba revolcándose con tres entre las sábanas de la cama de la enfermera. Quise parar, pero mi cuerpo, en cuatro, se resistía; quise hablar, pero mi boca estaba llena con un pene que sabía a ella. Ya estaban ahí… ya no se podía hacer nada; el sudor que ellos dejaban ya no se podía retirar. El chico que me penetraba por la vagina me daba tan fuerte y rico que no podía pensar claro… me olvidé de eso, y continué, y ella continuó; y los chicos rotaban entre cama y cama, para besar, chupar, manosear, y penetrar.

Al cabo de unas horas, los chicos y nosotras quedamos exhaustas; y en una caja que preparé para eso, un montón de condones usados; casi se me acaban, pero gracias a eso no había suciedad en el piso y el olor no era tan extraño; cuando se acabaron, los chicos rieron cuando les señalé dónde guardaba la caja; supongo que eso dijo demasiado de mí; tal vez más de lo justo.

Abandonamos las camas. Besamos a los chicos y los dejamos manosearnos un poco para despedirse. Amaron los senos de Daniela; eventualmente ella dijo “No olviden que sólo hoy fueron gratis… aunque recibimos donaciones voluntarias…” Los chicos se miraron entre sí, y con amable malicia, varios de ellos tomaron la iniciativa de buscar sus chaquetas y pantalones, sacar dinero, y darnos algunos billetes; yo recibí los míos recordando las palabras de Daniela hacía unas horas: “Un puteadero no es un lugar, es una idea: cualquier lugar donde haya chicas dispuestas a hacerlo por plata es un lugar para putear. Si [tu casa] no lo era, ahora lo es…”; me temblaba la mano mientras lo hacía, y me sentí la peor hija posible… pero luego recordé tanto a los hijos ladrones que usan la casa como base o bodega, que sí son escoria, como a las chicas que se acuestan con su novio en su habitación, y que no son nada comparadas conmigo, hasta el punto de que siempre me ha parecido tonto que las regañen por eso. La culpa estaba ahí, pero dejé que los billetes se apilaran en mi mano: era mucho menos de lo que valía un servicio tan amplio, pero opcional y no pensé mal de quien aportó menos.

Hablé para pedirles que guardaran el secreto. Fui ligeramente honesta con ellos, aunque no les dije que los dueños de la casa eran mis padres, sólo que se molestarían si se enteraban. Ellos asintieron como niños buenos; ojalá lo sean realmente, de lo contrario mi vida estará arruinada.

Nos vestimos todos, yo salí a hacer reconocimiento para ver si había moros en la costa, pero no, y luego le di la señal a los chicos para que salieran, usaran el baño sin dejar nada sospechoso, y bajaran. Salieron. Alguien pasaba por la calle; eran las dos de la mañana; pero no pareció fijarse: previamente le habíamos pedido a los chicos que salieran de la casa como si fuera de ellos, sin fijarse en nosotras, por si alguien los veía; buena precaución. Ellos mismos cerraron la puerta, como quien sale de su casa a deshoras; aseguré con el pasador adicional. Le pedí a Dani que me esperara; fui a la cocina, serví una jarra completa de agua, cogí dos vasos míos, para no arriesgar los de la casa, y regresé.

Cuando volví a la escalera vi a Daniela en el primer escalón, sonriendo seductoramente. “Bien pensado”, dijo; me ayudó con los vasos, y empezó a subir, contoneando la cadera. Levantó los brazos, y noté que no se había puesto nada debajo: la pellizqué haciéndola dar un gritico de sorpresa y reírse; entonces subió un poco más rápido.

Entramos a mi habitación. Me senté en la cama de la enfermera, y ella en la mía. Servimos agua y bebimos, cada una en su vaso. Estábamos acabadas, y el agua nos devolvió el alma al cuerpo. Suspiramos y nos reímos. Y en el silencio tras la risa, ella me dio una mirada de doble fondo y miró la caja con condones usados. “No…” Dije, leyéndole la mente. “¿Por qué no?” Respondió ella poniendo manos a la obra: agarró las tijeras que usamos para abrir los paquetes de los condones, y empezó a romperlos para poner el contenido en su vaso; yo no sabía qué sentir al ver eso; al menos estaba poniéndolo todo en el suyo…

Entonces se levantó, se sentó de frente en mi regazo, y me hizo beber un poco. Luego me besó. Bebió, y la besé. Yo de nuevo; un poco más que antes; ella rió y volvió a besarme. Luego ella… y no quiso detenerse… visiblemente excitada por el juego, bebió todo lo que quedaba con avidez, y una gota se le escapó de los labios, rodando por el mentón; lamí su mentón, subí limpiando, y la besé de nuevo; le cogí el trasero, le bajé los tirantes de la pijama para desnudar sus senos, y le dije:

  • Desde que te conocí supe que eras una prostituta de closet…

  • ¿Por qué? – preguntó interesada.

  • Por muchas cosas. Por ejemplo, cuando hablabas con los tipos en el restaurante siempre te acomodabas para que vieran bien la forma y el tamaño de tus tetas, y así aumentar la probabilidad de que te dieran propina.

  • No recuerdo haber hecho eso…

  • No importa, lo hacías inconscientemente: esperabas que te pagaran no por el buen servicio, sino por haberlos calentado.

  • Hmmm… interesante.

  • Y ahora, viéndote beber eso… es claro que eres tan arrecha como se espera.

  • Bueno… pues no soy la única… - dijo; y reímos juntas.

  • ¿Quieres bañarte? Hueles mucho a sudor.

  • Bueno. Pero si tú me acompañas.

  • …hecho.

Tendí la cama de la enfermera. No había tendidos de repuesto. Quité el cubre-lecho adicional. No quería pensar en eso; no quería. Cogí dos toallas, y fuimos al baño. Allí nos desnudamos, y empezamos a bañarnos. Jugamos con el jabón y el shampoo, aunque descubrimos que no es tan sexy cuando realmente quieres bañarte; lo que ven los hombres en el porno son chicas jugando con jabón, nada más. Aún así… vaya que lo basé bien besándonos y lavándonos; nos reímos tanto, que temí despertar a mis padres. Entonces recordé que mis padres saben que soy bisexual, eso significaba que no importaría mucho si…

Terminamos de bañarnos. Nos lavamos los dientes. Nos secamos mutuamente. Y cuando ella se fue a envolver con la toalla, yo la detuve sonriendo. Ella entendió. Salimos del baño tomadas de la mano y riendo con cierta libertad. Ella trató de ir hacia la habitación, pero yo sólo arrojé las toallas y su cepillo adentro y la halé hacia el pasillo, hacia la ventana, hacia la escalera… me seguía nerviosa, casi tanto como yo, y juntas desnudas, con el corazón latiendo al máximo, y un beso aquí o allá para relajarnos, caminamos por la casa entera, por frente a la habitación de mis padres, por la cocina, donde le dije que sus tetas eran los melones más deliciosos del mundo, y que era muy caritativo de su parte permitir que todos pudieran probarlos, frente al cuatro de San Alejo, hasta que llegamos a la puerta del patio de ropa.

La abrí y “salimos”. No estábamos en la calle, pero sobre nosotras había un tejado transparente bien lavado separado unos treinta centímetros de la pared que lo sostenía; la brisa entraba por ahí y era suficiente para acariciarnos. La senté en una mesa que hay, y nos besamos hasta calentarnos; la acosté: le chupé y acaricié los senos mientras la masturbaba con la mano libre; al cabo de un rato, tuvo su orgasmo. Cuando ella quiso hacer lo mismo conmigo, le dije sonriendo “Arriba”, y desandamos el camino hasta mi habitación. Entramos, cerramos bien, y en mi cama ella me besó desde el cuello hasta la vulva, y con su lengua me hizo tocar el cielo.

Escondió su vaso y la caja de condones en mi clóset, demostrándome que recordaba mis intereses, y luego se abrazó a mí bajo la sábana. Tan cansadas estábamos, que nos quedamos dormidas enseguida.

Lo siguiente que recuerdo es un click en la puerta de la habitación, unos pasos vacilantes o quizás planeados, y un nuevo silencio. Al despertar, ella y yo, una mujer, la enfermera, dormía en su propia cama, donde horas antes Daniela había tenido sexo con cinco hombres. Me pregunté asustada si lo notó…

Dani y yo nos levantamos más tarde de lo esperable, nos vestimos con nuestra ropa casual, y salimos a desayunar, teniendo que recalentar la comida, porque no oímos a mi mamá golpear, y ella no lo hizo más fuerte para no despertar a la enfermera. Mis padres nos miraban como se mira a una pareja: con amable suspicacia. Yo no los juzgo: yo veo a Dani como una pareja, y ella dijo que me ve igual.

Terminamos, agradecimos, y salimos a la calle. Estábamos cansadas, y ya habíamos armado bastante jaleo juntas. Dioses, hasta yo me pregunto si la gente leerá hasta aquí. Tomadas de la mano prometimos seguir en contacto y hablar luego de las cosas serias. Nos dimos un último beso, más tierno que sexy (en serio, de verdad la quiero), y nos despedimos. Ella se puso el tapabocas que llevaba en la cartera, y se alejó hasta doblar en una esquina.

No sé si la amo, pero estoy dispuesta a ello si las cosas se dan. Me encanta su cuerpo, pero lo que más me interesa es su corazón. Y evitaré al máximo no caer en lo que arruinó mi relación con Flor.

Y en cuanto a la enfermera… estuvo durmiendo toda la semana en el tendido; cuando le pregunté por el olor, asolapadamente por su puesto, me dijo que sí había percibido un olor diferente, pero que no le importaba si era simplemente el mío y el de ella mientras no lo volviéramos a hacer; y con algo de confianza acabó reconociendo que de hecho le había parecido un perfume agradable, aunque un poco parecido al de los hombres. Diablos. Yo recordé que los estímulos en el ambiente pueden tener cierta influencia inconsciente en los sueños, y le pregunté en otro momento, como si no tuviera relación, y dándole toda la confianza posible, qué sueños había tenido por esos días, y después de contarme algunos sueños simples e irrelevantes, me hizo prometerle que no le diría a nadie lo que me iba a decir, y yo lo hice; entonces con algo de esfuerzo y sonrojo me contó que había tenido sueños que no recordaba haber tenido antes: sueños mojados en los que hacía el amor con más de un hombre. Dioses, no… Me preguntó que qué podrían significar y le dije que no lo sabía; me dijo que si era normal, y le dije la verdad: que muchísimas mujeres tienen esa fantasía; que tal vez no debería darle importancia. Y en los últimos días, ya lavado el tendido, volví a hablarle de sueños; y recordándome mi juramento, me dijo que había seguido soñando que lo hacía con más de uno a la vez; que le preocupaba eso, y que pensaba hablar de eso con su novio, con el cura, o con ambos.

¡Maldición! ¿Es que ya no puedo tocar nada sin pervertirlo? ¿Qué habría pasado si mi papá nos hubiera pillado a Dani y a mí desnudas en el primer piso, lo habríamos seducido? ¡Es ridículo! No hundiré a la enfermera, ¡lo juro, no la hundiré, aunque tenga que irme de mi propia casa!