Amistad y algo más

De como una jovencita compañera de piso y yo traspasamos los límites de la amistad.

El día que conocí a Katia supe que tarde o temprano acabaríamos liados. Bajo esta premisa podéis imaginar que desde el primer momento traté de, por todos los medios, argucias y artimañas, llevármela a la cama pero no fue así. Existían un par de problemas que me impedían actuar de esa manera: el primero que era mi compañera de piso (y ya sabéis que opino sobre este tema) y el segundo que por aquel entonces Katia contaba con diecinueve añitos y yo le sacaba casi siete más (la misma edad que mi ahijada y eso me daba cargo de conciencia). Además mi otra compañera de piso que vivía con su novio y a través del cual conseguí agenciarme una habitación en la casa, conociendo mi reputación, puso como condición el que ni por asomo se me ocurriera ponerle la mano encima a la niña (que era como comúnmente la llamábamos todos).

Llevaba poco tiempo en la ciudad, uno de mis habituales cambio de residencia por motivos laborales, y tras una breve (y costosa) temporada viviendo solo decidí compartir piso con más gente. La solución me la dio un compañero de trabajo cuando me presentó a un amigo, Andrés, que buscaba alguien para la habitación que acababan de dejar libre en su casa. Cuando fui a visitarlo quedé encantado con el piso. Amplio, luminoso, con grandes habitaciones, céntrico y sobre todo barato. Mis otras compañeras de piso como ya os he dicho serían su novia, Luisa, y Katia. Tanto Andrés como Luisa trabajaban aunque él compaginaba el trabajo con su tesis doctoral. Katia era una estudiante universitaria que acababa de salir del ala de sus padres y se había mudado a otra ciudad desconocida para comenzar sus estudios de Psicología. Los padres de Katia conocían a Luisa por lo que le encomendaron el cuidado de la niña mientras estuviera fuera de casa.

¿Cómo definir a Katia? Físicamente no era gran cosa. Extremadamente delgada, casi rozando la anorexia, sin curva alguna tanto en trasero como en pecho, blanca extrema de piel, grandes ojos marrones y pelo largo rizado negro del que asomaban varias rastas. Pero lo mejor de ella y fue por lo que me cautivó era su sonrisa. Siempre estaba riéndose y cuando lo hacía sus ojos se cerraban como rendijas enmarcando su fino rostro. Opuesto a su físico, como persona, Katia era maravillosa. Abierta de mente, muy liberal, simpática, animada, gran bebedora de cerveza y fumadora empedernida de maría. Usualmente vestía al estilo hippie, y siempre lo hacía mostrando su ropa interior (o al menos cuando la usaba).

Desde un principio ambos nos caímos bien. Yo era el mayor del grupo, y ella la pequeña. Ella era la más alocada y yo por el contrario el más serio y conservador. Pero aun así supimos encontrar puntos comunes que nos unieron como nadie hubiera imaginado jamás.

Tanto Kaita como yo éramos los primeros en levantarnos. A ella siempre se le pegaban las sábanas así que era yo el encargado de ir a su cuarto a despertarla dulcemente para desayunar juntos. Luego andábamos hasta coger el metro para compartir trayecto hasta que ella se bajaba en la parada de su facultad y yo continuaba hasta mi trabajo. Más de una vez cuando entraba a hurtadillas en su cuarto debía mantener la calma cuando descubría que lo único que utilizaba para dormir era una camiseta y un tanga ¡y a veces se olvidaba ponerse la camiseta! Menuda visión entrar en su cuarto y verla retozar sobre las sábanas vestida únicamente con un diminuto tanga. Siempre que yo bromeaba con que hiciera el favor de taparse, que sino un día acabarías saltándole al cuello, ella siempre respondía que con el poco pecho que tenía no había nada que tapar, que yo tenía más tetas que ella, que seguro que no era la primera vez que veía algo así y que las suyas ya las tenía tan vistas que no pasaba nada. Cómo ya he dicho muy liberal.

Según fuimos cogiendo confianza ambos nos fuimos acercando físicamente también. De no tocarnos pasamos a cogernos de la mano cuando hablábamos en serio, llenarnos de besos o abrazos por la más mínima tontería, apretujarnos bajo la manta cuando veíamos la tele juntos, jugar a pelearnos o hacernos cosquillas, etc. Había una cosa que a Katia le encantaba y que a mi me apasionaba y era ver la tele tumbada sobre el sofá con la cabeza apoyada en mis piernas mientras yo le acariciaba el pelo. Así llegaba a dormirse profundamente muchas noches y era yo el encargado de taparla con una manta y dejarla dormir hasta el día siguiente o llevarla en brazos hasta su cuarto y acostarla.

Aunque Andrés no desconfiaba de nosotros Luisa, como supe más tarde, si miraba recelosa la relación que Katia y yo compartíamos.

Con el paso del tiempo Katia me presentó a sus amigos, cuando estos venían por casa, salíamos de compras juntos o la ayudaba con sus estudios cuando entraba en mi área de conocimiento. Pero sobre todo discutíamos. Filosofía, economía y sobre todo política eran nuestros grandes campos de batalla. Cada día comentábamos las noticias, cada uno desde su perspectiva, y trataba de convencer al otro con sus argumentos. Fue una experiencia enriquecedora para ambos.

De forma inocente pronto empezó a comentarme sus triunfos amatorios, o sus experiencias sexuales, y me pedía consejo de cómo conseguir a tal o cual chico. Entre risas muchas veces nos lanzábamos puyas mutuamente tratando de picar al otro con un hipotético encuentro sexual entre ambos que yo ya sabía por aquel entonces que tarde o temprano sucedería. Tal fue la confianza adquirida que empezamos a saludarnos dándonos fugaces besos en los labios en vez de en la mejilla. Si alguien nos hubira visto por la calle hubiera considerado que éramos pareja, un tanto extraña, pero pareja al fin y al cabo.

La primera vez que vi a Katia desnuda fue un día que necesitaba coger mis cosas para afeitarme del cuarto de baño y ella estaba duchándose. Alargando la mano me abrió la puerta y me dijo que si quería me podía afeitar allí en vez de ir a mi cuarto. Así lo hice. Cuando cerró el grifo y decidió salir de la ducha yo me giré caballerosamente para no verla aunque me dijo que no fuera tonto, que no iba a ver nada que no hubiera visto ya. Y era verdad, cada mañana la veía casi como Dios la trajo al mundo. El caso es que por mucho que yo mirara hacia otro lado el cuarto de baño estaba repleto de espejos y pude ver claramente su desnudez mientras buscaba una toalla para secarse y otra para taparse. La visión de la mata de pelo de su entrepierna me persiguió todo el día y por la noche me preguntaba a mi mismo que cuando tendría otra oportunidad de verla de nuevo.

El mayor problema de Katia en aquel tiempo fue que el chico detrás del cual iba no le hacía ni puñetero caso. Y cuando se decidió a exponerle sus sentimientos él la rechazó con el cuento de que en su pueblo tenía a otra. Aquella noche Katia tuvo una crisis nerviosa y no paró de llorar, cómo Andrés y Luisa ya estaba acostados cuando llegó a casa me tocó a mi lidiar con ello. Por mucho que traté de convencerla de que aquel tío era un estúpido y que no la merecía, ella seguía llorando. Al final, sabiendo que necesitaba dormir porque estaba de exámenes, le di un tranquilizante y la dejé plácidamente dormida abrazada a mi, no sin antes prometerle que no me movería de su lado en toda la noche.

Al día siguiente decidí ir a recogerla e invitarla a cenar para que se olvidara de todo aquello. Sin proponérmelo me planté en su facultad con el coche de la empresa, vestido de taje porque acababa de salir del curro y esperándola como si de su novio se tratara. Sus amigos bromearon cuando la pequeña hippie me saludó como siempre con un casto beso y se montó en el coche. La cena fue lo más divertida posible, ya que ese el fin de la misma. Fuimos a un lugar caro, de esos que ella tanto odiaba, y nos reímos sugiriendo lo que pensaban los otros comensales de nuestra extraña pareja.

Todo se empezó a "torcer" la noche que salí con ella y sus amigos. Estuvieron en casa bebiendo y me invitaron a que me uniera a ellos. Luego decidieron ir a una discoteca cercana y me dijeron que si quería acompañarlos. Cuando llegamos al lugar ya estábamos todos muy intoxicados o bien por alcohol o bien por maría. Inundamos la pista de baile y estuvimos hasta que cerraron allí danzando. En un momento de la noche fui a pedirme una copa y le pregunté a Katia si quería algo, ella me indicó que sí y antes de irme me soltó un beso en los labios que duró más de lo que normalmente solía hacerlo. Yo la miré extrañado pero ella solo sonrió al devolverme la mirada. Continuamos bailando y con frecuencia y sin venir a cuento a veces nos íbamos dando pequeños besos fugaces. Cuando durante una canción se apretó junto a mi como si tratara de seducirme no dude en pasar el brazo por detrás de su cintura y durante un breve instante juntamos nuestras bocas y dejamos que nuestras lenguas se encontraran rebeldes. Nos separamos como repelidos y quietos nos miramos a los ojos, nos reímos y continuamos bailando. Cuando me dijo que debía ir al baño la acompañé mientras ella me guiaba cogiéndome de la mano entre la multitud de gente. Antes de dejarla entrar en el baño de señoras tuve (o tuvimos) el irrefrenable impulso de volver a besarla pero me contuve de hacerlo. Como tardé menos que ella en salir me decidí esperarla apoyado en la pared enfrente de la puerta del baño, cuando apareció por ella me miró, sonrió y sin dudarlo se lanzó sobre mí y comenzamos a besarnos. No podía creérmelo, después de todo ese tiempo nos estábamos liando como si nada. Os juro que no me atreví a ponerle la mano encima, solo disfrute de aquel momento juntos, besándonos dulce y apasionadamente, dejando nuestras lenguas por fin libres y entremezclando nuestra saliva con todo el cariño que ambos poníamos en ello. Notar su cuerpo pegado al mío, sudoroso, caliente, hizo que me excitara al límite y mi herramienta pugnara por salir de mis pantalones. Al cabo de un tiempo encendieron las luces y nos indicaron que saliéramos del local reuniéndonos con sus amigos que no paraban de preguntar que donde nos habíamos metido todo ese tiempo.

Volvimos a casa cogidos por la cintura como hacíamos a veces y cuando le pregunté que qué iban a pensar sus amigos ella me contestó que desde hace meses ya pensaban que nosotros dos estábamos liados. Sorprendido por la contestación llegamos a casa y nos despedimos del reto de gente. Cuando subimos en el ascensor no nos dirigimos la palabra, solo nos mirábamos y supongo que al igual que yo sopesaba lo que había pasado aquella noche.

Vendrás a arroparme a la cama. – me dijo cuando entramos en casa sin hacer mucho ruido para no despertar a la pareja.

Dame un segundo y ahora voy. – dije tras pensarlo rápidamente.

Sentado en el borde mi cama me calmé y luchando contra mis instintos más básicos me dirigí a su habitación. Katia ya estaba cambiada e introducida bajo las sábanas de su cama. Me senté a su lado y acariciándole el rostro le di las buenas noches. Me acerqué lentamente y nuestras bocas volvieron a encontrarse una vez más.

Será mejor que vaya a dormir. – le dije mientras me levantaba y me dirigía hacia la puerta.

¿Estas seguro? – su melódica voz me llamaba desde la cama.

No, por eso me voy. – contesté antes de apagar la luz y cerrar la puerta.

Al día siguiente cuando Katia se despertó yo ya no estaba en casa. Había ido al cine con unos amigos y no volví a verla hasta la noche cuando llegué para cenar. Ambos actuamos como si el día anterior no hubiera ocurrido nada, aunque por lo menos yo deseaba que se repitiera cuanto antes.

Le pequeña depresión por el chico en época de exámenes le pasó factura a Katia y no consiguió aprobar ni una sola asignatura. Sus padres montaron en cólera y le aseguraron que el año próximo estudiaría de nuevo en su ciudad, así que durante el resto del año, sabiendo lo que le esperaba se dedicó a vivir la buena vida. Nuestra relación en ningún momento varió, sabedores de que no conduciría a nada y que era mil veces mejor mantener la amistad que liarnos sin que ninguno de los dos quisiera algo serio con el otro. Seguíamos siendo totalmente distintos y con pretensiones diametralmente opuestas para la edad que cada uno tenía.

Recuerdo que aquella noche llovía a cántaros aunque los calores del verano ya comenzaban a despuntar. Andrés y Luisa hacía tiempo que se habían ido a dormir. Katia y yo estábamos recostados como siempre en el sofá viendo la tele. Yo le acariciaba el pelo y a veces le dedicaba unas cuantas caricias por la cara.

Voy a quedarme sobada. – me comentó melosa con los ojos cerrados.

Hazlo si quieres. – le contesté y añadí sonriendo – Así aprovecharé para meterte mano.

Como quieras. – sentenció.

No creo que durante todo el tiempo siguiente Katia llegara a dormirse, notaba su cuerpo cada vez más tenso según iba desarrollando mi "juego". Comencé rodeando su cara con las yemas de mis dedos, dibujando los contornos de su rostro y aliviando su tensión facial. Luego baje mis dedos por su cuello y jugueteé con los lóbulos de sus orejas a la vez que con su fina garganta. Poco a poco fui bajando por su torso circundando el límite que marcaba el cuello de su camiseta. Noté que aquello le gustaba ya que sus pequeños pechos se pusieron firmes al instante y cómo no llevaba sujetador (como siempre) sus duros pezones se clavaron en la tela acusadores. Entonces decidí parar y levantarle la camiseta dejando al descubierto su vientre. Repasé su ombligo y tracé círculos sobre su barriguita mientras que con la otra mano continuaba tocándole el pelo. Mis ansías por tocar su cuerpo se hicieron palpables cuando cada vez más mis caricias subían por sus costillas y se acercaban peligrosamente a sus senos. Cuando rocé la diminuta curva de sus tetas le pregunté susurrando:

¿Continúo? – aquello era lo más parecido a una insinuación a algo más pero sin serlo.

Sí, por favor. – me contestó sin abrir los ojos. Su invitación a continuar fue una melodía para mis oídos.

Sin prisa alguna mis dedos siguieron correteando por su cuerpo en la misma dirección y cuando volvió a darse la misma situación de antes no me corté un pelo y rodeé suavemente sus pezones. Decir que estaban duros como rocas es decir poco. Tocarlos, pellizcarlos, incluso rozarlos fue como robar algo prohibido, sabedores de que en cualquier momento podían pillarnos el morbo de ir más allá nos superó a ambos.

Ya sin disimulo levanté la camiseta de Katia hasta el cuello y pasé la mano del pelo a sus delicados pechos mientras que la otra se dirigió segura hacia la parte baja de su anatomía. Vestía aquel día un pantalón de felpa con goma ancha que no me costó superar para así tocar libremente la tela de su tanga. Pasé mis dedos sobre él comprobando el calor que despedía y con cuidado lo eché a un lado buscando tocar su clítoris y llenar su cuerpo de placer. Sus labios vaginales y su pequeño botón se llenaron de mis caricias lo que hizo su vagina segregara fluidos suficientes para que decidiera introducir mi mano bajo el tanga en vez de apartarlo a un lado. Sus pezones seguían respondiendo a mis toqueteos y me permití besarlos y lamerlos inclinando un poco mi cabeza. Katia no decía una palabra ni abría los ojos, solo se dejaba llevar y disfrutaba placenteramente. Mis movimientos en su coñito poco a poco se fueron acelerando consiguiendo que sus labios retuvieran los gemidos que pugnaban por salir. Su cuerpo se tenso y sus ojos se apretaron con fuerza cuando un terrible orgasmo la recorrió y su corrida llegó a mi mano caliente y mojada.

La niña se tomó unos momentos de respiro antes de ponerse en pie y cogiéndome de la mano con un "ven" me llevó a su cuarto que era el más apartado de la casa.

Antes de introducirnos en la cama Katia se desnudó por completo cosa que hice yo imitándola. Juntos, ardientes, nos abrazamos y compartimos besos mientras notaba como mi verga crecía debido a la excitación pegada a su cuerpo. Ella, amable, la cogió con su mano y comenzó a moverla de un lado a otro. Yo no me quedé quieto y continué regalándole caricias en su coñito. Pronto mis dedos se perdieron en el interior de su vagina y buscaron llegar lo más profundo posible haciendo a su vez que Katia disfrutara de unos momentos de salvaje pasión. Dejando mi dedo índice en su interior movía mi mano rápidamente consiguiendo que la palma frotara a la vez su clítoris. Fue ella la que tuvo que dejar de tocar mi pene cuando el goce la impidió moverse una vez más y un nuevo orgasmo llegó. Esta vez su corrida fue más abundante que la anterior.

Siempre sin hacer ruido Katia se incorporó y dándose la vuelta buscó con sus labios mi herramienta dejándome a mí el maravilloso espectáculo de su trasero y sus piernas entreabiertas que ocultaban su flor del deseo. Solo tuve que hacer un pequeño movimiento para que mis labios recogieran de su rajita todos los flujos que las anteriores corridas habían desperdigado. Ella mientras trabajaba con maestría mi glande haciendo pasar la punta de su lengua por él. Cuando se introdujo totalmente mi polla en su boca yo la correspondí hundiendo mi lengua en su vagina. Ambos repasamos nuestros sexos queriendo que nuestras bocas dieran el mayor placer posible al otro. Mi lengua no dejaba de rozar sus labios y su clítoris haciendo que tuviera que dejar de chupar mi mástil para poder respirar entrecortada y gemir libremente. Por tercera vez su coñito me saludo bañándome con sus fluidos al llegar al orgasmo y correrse.

Ahora te toca a ti. – me dijo desafiante cuando se sentó a horcajadas sobre mí tratando de introducirse mi polla.

Espera. – el ansía por penetrarla no me impidió rebuscar en mi ropa y sacar un condón que me puse presto y raudo.

Ya sí dejé que su vagina aceptara con gusto la invasión de mi verga en su interior. Poniéndose en cuclillas comenzó a botar sobre mí dejándome ver el espectáculo de mi polla entrando y saliendo de su coñito. Luego cambió y se sentó sobre mí para poder moverse más cómodamente y no dudó en coger mis manos y ponerlas sobre sus minúsculos pechos para que los pellizcara y los masajeara. La humedad de sus sexo inundaba mi entrepierna y el chocar de nuestros cuerpos comenzó a producir ese característico sonido que todos conocéis de sobra. Poniendo sus manos sobre mi pecho mientras movía la cabeza de un lado a otro comenzó jadear y a decir que "no", sabiendo que volvería a correrse sin que yo lo hubiera hecho antes. Y así fue. Esta vez el orgasmo fue retenido al morder sus labios y apretar con fuerza mi pecho.

Cuando trató de ponerse a cuatro patas para que la penetrara por detrás le dije:

Quiero hacerlo viéndote la cara. Quiero que nos corramos juntos.

Ella se tumbo cuan larga era y abrió las piernas deseosa. Yo me tumbe y la penetré delicadamente. Ambos nos miramos muy quietos y yo le acaricié el rostro. Sabíamos todo lo que significaba aquello y que debíamos aprovechar el momento porque probablemente no se repetiría aquella situación. Entonces poco a poco fui moviéndome muy lentamente mientras ambos nos mirábamos a los ojos. Gozando de cada embestida, de cada empujón, supimos compaginar nuestra agitada respiración. Ver cómo el otro gozaba plenamente nos transportó a cotas de placer inimaginables. Delicadamente, pausadamente, con ternura y decisión fuimos escalando conjuntamente y llegado el momento nos abrazamos mientras cada uno susurraba al oído del otro en el momento que se corría y un maravilloso orgasmo se adueñaba de su cuerpo.

Estuvimos un buen rato abrazados sin decir nada y cuando comprobé que Katia se había dormido recogí mi ropa y me fui a mi habitación.

Al día siguiente aprovechando que Andrés y Luisa no estaban en la cocina cuando desayunamos no dudamos en darnos los buenos días con un largo beso comentando lo bien que habíamos dormido la noche anterior. Dejamos transcurrir las horas y solo por la tarde nos decidimos a abordar el tema. No hubo duda o discusión alguna. Para no estropear nuestra amistad era mejor no repetir aquello, por muchas ganas que tuviéramos de repetirlo, y así lo hemos cumplido hasta ahora.

Katia volvió a su ciudad y allí vive actualmente. Hace poco un amigo común me trajo noticias de ella y de lo bien que le iba en la vida. Me alegró escuchar aquello por eso me he decidido a escribir este relato.

Como siempre si te ha gustado o quieres comentar algo sobre el mismo no dudes en escribirme.