Amistad, amor y sexo

Nunca me planteé la bisexualidad, pero mi esposa y mi amigo me lo han dado todo.

Amistad, amor y sexo.

Cuando tenía veinte años cursaba segundo de arquitectura en la universidad de una ciudad española tan histórica como provinciana, y vivía en un piso de estudiantes compartido entre cuatro chicos: Pedro y Javi, que estudiaban periodismo; Miguel, de medicina, y Toni, que soy yo. Los cuatro nos conocíamos del curso anterior, durante el que habíamos residido en el mismo colegio mayor, y éramos todos buenos amigos e inmejorables compañeros de juergas. Cansados de la disciplina a que estábamos sometidos en el colegio mayor habíamos decidido alquilar, para el curso siguiente, un piso entre los cuatro, puesto que así gozaríamos de toda la libertad que quisiéramos. Ello resultaría una experiencia notable para todos nosotros, ya que por primera vez en nuestras vidas íbamos a ser dueños de nuestro tiempo y de nuestra propia libertad, lo más importante en aquella época de juventud.

Los cuatro nos llevábamos muy bien entre nosotros, si bien Pedro y Javi congeniaban muy bien entre si, al igual que Miguel y yo. Aquel año hicimos mucha vida en el piso y, salvo las obligaciones académicas y las salidas nocturnas de los viernes, pasábamos mucho tiempo en casa. Algunos fines de semana, sobre todo aquellos que eran largos por haber alguna fiesta, Pedro y Javi se iban a sus respectivas casas, que distaban menos de cien kilómetros de allí. Miguel y yo, por otro lado, al vivir más lejos de nuestras familias, sólo íbamos a casa durante las vacaciones trimestrales de Navidad y Pascua.

Intimé más con Miguel que con ningún otro de los compañeros de piso, y la amistad que nació entones se mantiene en la actualidad, a pesar de que vivimos en ciudades distintas e incluso un poco distantes. Ambos éramos muy aficionados al cine y a la historia. Las chicas nos gustaban más que comer con los dedos, pero nuestro ardor amoroso y no digamos nuestra sexualidad desbordante, se eran severamente castrados por el espíritu moral imperante en aquella Vetusta medieval, máximo exponente de la peor de las dos Españas que tantos corazones han partido. Así, en aquella ciudad se decía que follar no era pecado, era milagro… Malos augurios para aquellos que procedíamos de lugares donde el hedonismo poseía cierto valor.

Todo comenzó una noche de viernes que Javi y Pedro no estaban. Llovía a cántaros, cosa nada extraña en aquella ciudad, y estábamos sin un céntimo, cosa nada extraña en nosotros. Miguel y yo estábamos en casa holgazaneando, leyendo a ratos y apurando una botella de ginebra que nos quedaba. La noche invernal y desagradable, el alcohol y las conversaciones sobre utopías sexuales nos fueron poniendo calientes. Ni Miguel ni yo recordamos con posterioridad como empezó todo, pero en un momento nos fuimos a mi habitación, nos desnudamos y nos metimos en la cama. Nos miramos y ambos nos juramos que no éramos homosexuales, pero que a falta de pan, øpor qué no nos lo hacíamos entre nosotros?. Reímos al contemplar las respectivas erecciones. Al principio no sabíamos exactamente lo que queríamos y tanto uno como otro nos imaginábamos que estábamos con una chica. No había atracción, pero tampoco repulsión; a ver hasta donde llegábamos.

Nos tocamos las pollas y nos acariciamos las tetillas. Me animé a chuparle los pezones y Miguel me devolvió la caricia mientras yo me masturbaba. Me gustaba como me comía… …l recorrió con su lengua todo mi pecho, fue descendiendo por el vientre hasta llegar a mi polla y sin dudarlo se la metió en la boca. Dios, que gozada… Tras unos cuantos vaivenes quise hacerle lo mismo y Miguel se montó sobre mí, a horcajadas e invertido, y nos regalamos con un sesenta y nueve magnífico, de modo que cada caricia suya en mi polla se traducía inmediatamente en un mayor ardor en los lametones que yo le daba. Me avisó de que iba a correrse y le respondí que yo también, pero ninguno de los dos soltó la verga del otro, de modo que cuando Miguel explotó se derramó en mi boca y me la llenó de semen . No me entusiasmó degustar el fluido de los cojones de un hombre, pero tampoco me dio asco. La tragué toda, al mismo tiempo que Miguel hacía lo propio con mi leche.

Una vez relajados nos miramos y no nos sentimos culpables. Cómo sucedáneo de estar con una chica había estado bien y nos felicitamos por haber encontrado una manera de paliar nuestras carencias sexuales. Me levanté para ira a buscar la ginebra y los cigarrillos y volví a la cama a su lado. Mientras fumábamos y tomábamos los últimos sorbos de la botella, volvimos a hablar de chicas y de sexo, de manera que sin darnos cuenta nuestras pollas volvieron a requerir algún tipo de solaz.

Se la cogí con la mano y comencé a masturbarle suavemente. …l cerraba y entreabría los ojos y me decía que lo hacía muy bien, hasta que detuvo con su mano mis movimientos y me propuso que si yo le daba mi culo, él me daba el suyo (“fóllame o déjame darte por el culo, me da igual”). Acepté. Recuero que lo hicimos con exquisita ternura y que recurrimos a la mantequilla –eran los tiempos de El /ltimo Tango en París– para suavizar la introducción. Primero sentí un dedo y me produjo placer; después fueron dos los que penetraron sin dificultad. Un poco más de mantequilla y tres deditos se abrieron camino. Yo temblaba de deseo y ansiaba sentir su verga. Siguió abriéndome un rato más, hasta que le pedí que me desvirgara. Me incorporé para situarme a cuatro patas sobre la cama, con las nalgas vueltas hacia él.

Miguel se introdujo sin dificultad en mi interior. No sentí apenas dolor y sí una sensación de entrega, de sumisión a un placer indescriptible. Me folló largamente, ahora rápido y con fuerza, ahora lenta y suavemente… Salió para volver a entrar de un solo golpe y grité, pero no de dolor. Miguel me agarraba en la cadera con una mano, y con la otra me acariciaba los huevos y meneaba la polla. Sentí perfectamente los espasmos de su verga dentro de mi culo y no pude más y comencé a derramarme. Me corrí llenándole la mano de leche y simultáneamente él aumentó la potencia de sus ataques y gritándome “°toma!, °toma!”, se abrazó a mi pecho y reventó en una corrida de semental.

Salió de mis entrañas y quedamos ambos derrengados sobre la cama, deshechos pero relajados. No pude evitar decir que había sido genial, genial… Miguel dijo que a él le había resultado fantástico. Me ofreció la revancha, pero en aquel momento ya estábamos ambos cansados y decidimos dejarlo para la próxima ocasión. Así nos despedimos y él marchó a su habitación.

El día siguiente, al despertar, nos encontramos en la cocina e hicimos y tomamos café. Comenté que me escocía el culito y, de repente, Miguel se agachó frente a mí, poniéndose en cuclillas. Metió la mano por la abertura del pantalón de mi pijama y me agarró el paquete. Me dijo que se había despertado muy calentorro, que aún tenía ganas y que no le importaría sentir el mismo escozor. Respondí que mejor nos ducháramos antes y así fuimos pasando primero él y después yo al cuarto de baño. Cuando salí con la toalla envuelta a la cintura y entré en mi habitación, allá estaba Miguel, desnudo y boca arriba estirado sobre la cama. Me dijo ven y hazme sentir chica como tú anoche. Nos la mamamos uno al otro con ganas y perforé su ano, follé y me corrí de gusto dentro suyo con la misma delicadeza que él había tenido conmigo pocas horas antes.

En el transcurso del año repetimos la experiencia cierto número de ocasiones, todas muy semejantes. Nos echamos novia, pero a veces no saciábamos nuestro deseo con las chicas y, al llegar a casa, nos las apañábamos solitos. Llegamos a disfrutar mucho a base de mamadas y penetraciones en toda regla: probamos todas las posturas y soltábamos la leche en todos los rincones de nuestros cuerpos. El curso siguiente Miguel y yo continuamos una amistad que ha durado hasta la fecha, pero ya no estuvimos en el mismo piso y aquellas sesiones de auténtica sodomía no volvieron a tener lugar. A veces las recordábamos, con un guiño de complicidad, pero nos considerábamos totalmente heterosexuales.

Terminamos la carrera y la vida nos separó, pese a que mantuvimos correspondencia con asiduidad y nos hemos seguido viendo dos o tres veces al año. Miguel sigue soltero, pero yo conocí a la mujer que más he amado y amo: mi esposa Laura, con la que no tengo secretos, pero sí una gran identificación ya que los dos somos –todavía, pese a los años de convivencia– muy activos sexualmente. Al poco de conocer a Laura, nos casamos y comenzamos a vivir la realidad de nuestras respectivas fantasías. Ella tiene vocación y alma de prostituta sumisa que gusta de entregarse a un hombre para someterse a todos los deseos masculinos, mientras que yo tampoco rechazo un toque de sumisión por mi parte, tal vez debido a mi carácter y posición dominante.

Un día, en plena sesión de sexo, conté a Laura mi historia con Miguel, de quien ella me había oído hablar mucho aunque todavía no le conociera. Ella me preguntó si había vuelto a repetirlo con algún otro hombre. No. Después de aquello a veces lo había recordado, y a veces me excitaba pensar en ello. El problema es que los hombre no me gustaban, ni me gustan ni atraen, pero que aquello había sido una historia singular, más relacionada con el ardor incontenible de la edad que con la homosexualidad. Laura se excitó y pegamos un polvo de locura, en cuyo transcurso hizo (por primera vez) incursiones en mi ano con su dedo anular y más tarde me confesó que siempre había sentido curiosidad por ver a dos hombres haciéndoselo. A partir de entonces y para satisfacción y placer míos, empezó a dedicar atenciones a mi culito y llegamos a compartir el vibrador y la vaselina

Una de mis más recurrentes fantasías siempre ha sido ver a mi mujer en brazos de otro hombre. Laura lo sabe casi desde que nos conocemos y no ha sido difícil realizarla. Ella se ha acostado con otros hombres con mi pleno consentimiento y hasta con mi incitación. Ha elegido a sus amantes y me los ha presentado (°Qué dulce es sentirse cornudo y estremecerse al apretar la mano de quien cree que te engaña con tu mujer!). En una ocasión que habíamos invitado a un buen amigo nuestro a comer en nuestra casa, acabamos los tres en la cama. Disfruté como un loco viendo a mi Laura mamársela a otro hombre y pedí permiso a Xavi, que así se llamaba nuestro amigo, para besar y lamer la polla que iba a follar a mi mujer. Asintió y me la metí en la boca y la devoré con auténtica gula. Laura miraba y me animaba llamándome putita, hasta que dijo que ya estaba bien, que la leche de Xavi era para ella y no para mí. Ellos follaron en presencia mía, que me estaba masturbando viendo como él la tenía sentada encima y ella lo cabalgaba como si en ello le fuera la vida. Aquel día vi como Laura tenía el coño inundado de leche de un hombre y me corrí ante esta visión.

Un día me llamó Miguel para anunciar su visita. Se acercaba un fin de semana de cuatro días y había pensado venir a pasarlo con nosotros, si no resultaba inoportuno. Me alegré mucho de volver a verle y de que Laura, por fin, le conociera. Por descontado que lo invitamos.

Desde aquel momento y hasta el día que llegó Miguel, Laura pareció que había entrado en trance erótico. Por las noches, al acostarnos, me metía mano directamente al paquete; y cuando mi excitación era evidente sacaba el vibrador, me untaba la entrada con la fría crema y me lo introducía, iniciando suavemente un folleteo que iba aumentando paulatinamente de intensidad. La primera noche que me lo hizo me corrí sin más a los pocos minutos. Ella se rió murmurando algo como “sin manos”, pues mi polla había estallado sola, sin ayuda manual alguna.

Al atardecer del viernes fijado Laura y yo estábamos en nuestra casa, que está aislada del casco de la población, a poco menos de tres kilómetros de la misma; y escuchamos el ruido de un coche que se detenía frente a la entrada. Era Miguel. Salimos a su encuentro para recibirle y darle la bienvenida. Nos abrazamos y le presenté a Laura, se le besó en ambas mejillas y dijo que no sabía lo contenta que estaba por conocerle. “Eres muy guapo”. Le ayudé a entrar el coche en el garaje y con la bolsa de viaje, y nos dirigimos al interior de la casa para enseñarle su habitación.

Una vez instalado, nos encontramos los tres en la cocina y tomamos unas ginebras con tónica, mientras charlábamos y nos contaba dos pequeñas incidencias que había tenido durante el viaje. Observé que a Laura le caía bien Miguel, estaba muy pendiente de él y le prestaba toda la atención. Habíamos arreglado para cenar en casa, pues no conocíamos ni por aproximación la hora de su llegada. Así, Laura sugirió a Miguel que se duchara, si quería, pues ella y yo pensábamos hacer lo mismo. La cena estaba preparada. Acompañamos a Miguel a su habitación y nosotros nos fuimos a la nuestra. Me duché y vestí antes que Laura y bajé al salón para esperarles. Mientras me preparaba una copa, entró Miguel y se apuntó a la ginebra.

Laura tardó todavía un cuarto de hora en bajar, tiempo que Miguel y yo pasamos hablando. Ocupaba él entonces la dirección de un departamento de investigación farmacológica de una multinacional del medicamento. Las cosas le iban francamente bien y seguía soltero. Me explicaba que hacía dos meses que había terminado con su novia más o menos eterna, cuando entró mi esposa. Ambos nos levantamos y nos quedamos mudos de asombro. Laura se había embutido en un vestido que yo sólo recordaba que hubiera puesto una vez, años atrás.

Se trataba de un vestido-túnica no excesivamente holgado, sin mangas, un escote delantero generoso y otro trasero que llegaba hasta el comienzo de sus nalgas. Una raja en la parte delantera izquierda y dos largas aberturas bajo las axilas dejaban entrever sus senos. Iba escandalosamente envuelta en su desnudez mas que vestida por una prenda.

Miguel quedó embelesado. Laura se dirigió hacia él y le dio un beso en la frente, diciéndole que estaba muy contenta de conocer al mejor amigo de su marido; amigo que por otro lado le parecía muy guapo e interesante. Miguel no se quedó corto y alabó la buena suerte de su amigo y lo mucho que le envidiaba por tener el amor de una mujer tan exquisita como ella. Ante aquel diálogo tan idílico me reí, y al son de una cancioncilla infantil canturreé: “están enamorados, están enamorados…”. Ambos se habían puesto colorados como tomates, al igual que dos adolescentes pillados en falta.

Mi esposa se recuperó y nos invitó a ayudarla a servir la mesa. Miguel recuperó el habla y fue a buscar dos botellas de vino que dijo que había traído, y al quedar solos di a Laura un pellizco en la nalga diciéndole “øQué tal…?”. Ella me miró a los ojos y respondió “Te quiero, te quiero a ti y a todo lo que tu quieres”.

La cena discurrió locuaz y alegremente, teníamos muchas cosas que contarnos y los recuerdos de anécdotas de tiempos pasados afluían constantemente. Laura se reía, preguntaba, se divertía; y el buen vino que había traído Miguel ayudaba a crear una cálida intimidad. Terminamos de comer y seguimos sentados a la mesa, fumando y apurando el vino, cuando en uno de los escasos instantes de silencio, Laura espetó de buenas a primeras que conocía nuestras travesuras en el piso de estudiantes.

Miguel se dirigió a mi y yo asentí con la mirada. Dije que Laura era también mi mejor amiga y que no tenía secretos con ella. Además, yo no tenía mal recuerdo de aquello ni me sentía culpable. Miguel añadió que él y yo lo habíamos compartido todo y que por lo que a él se refería, simplemente se había desinhibido con su amigo. Luego nos habló de su vida sentimental, que calificaba como desastrosa por su incapacidad de asumir las obligaciones de una relación estable. Esta era la razón de la reciente ruptura definitiva con la que había sido su novia durante cinco años. Quedó un poco triste y los tres callamos. En este punto Laura se levantó y vino hacia mí. Me besó en la boca y nos pegamos un morreo fenomenal a la vista de Miguel, que ponía cara de no entender nada. Laura se pegó a mi oreja y preguntó si podía besarle también a él. No esperó respuesta y acercándose a Miguel, se sentó en su regazo y rodeó su cuello con los brazos. A los pocos segundos se estaban besando sin tapujos y pude observar como las manos de Miguel se animaban a recorrer la espalda de mi esposa.

Laura separó su cara de mi amigo –ya nuestro– si levantarse y preguntó que por qué no nos íbamos a la cama. Pese a que mi esposa es persona decidida y poco dubitativa cuando de hacer lo que quiere se trata, confieso que me sorprendió la rapidez con que ocurrió todo. Miguel tenía los ojos como platos y mi esposa paseaba la mirada insinuante de uno a otro. Me levanté, la besé largamente en la boca y la tomé de la mano. Ella a su vez tomó la de Miguel y los tres nos dirigimos hacia nuestro dormitorio.

Ella se desnudó en un santiamén y se sentó con las piernas cruzadas en el centro de la cama, con la espalda apoyada en la cabecera. Empecé a desnudarme y Miguel me imitó. Laura, al ver emerger las dos vergas, comentó que éramos realmente iguales; ya que él la tenía larga y gruesa como yo. Estaba realmente excitada, la conozco y sé distinguir el brillo de su mirada; además, por la postura que había adoptado podía ver su entrepierna y allí también brillaba a causa de que su coñito rezumaba fluidos de deseo.

Una vez desnudo me senté en el borde de la cama. Ella abrió los brazos a Miguel y le llamó. …l lucía toda su erección, lo que motivó un comentario jocoso mío. Nos miró alternativamente a mi esposa y a mí. Ambos asentimos y entonces se sentó al otro lado de la cama, al lado de Laura y le cogió la mano. Ella lo atrajo hacia sí y ambos se unieron en un abrazo, se derrumbaron sobre la cama y mis sentidos se vieron inundados por las sentidas palabras que escuchaba y por los sonidos carnales que de ellos salían. Siguieron todos los pasos del arte amatorio: desde el entrecruzar de sus lenguas a las caricias por todo el cuerpo de su respectivo amante, el irresistible descenso de mi esposa hacia la entrepierna de mi amigo y la suculenta mamada que le hizo. …l iba diciendo que era maravillosa y con la mano en la nuca de ella iba guiando sus movimientos. Yo observaba plácidamente y me sentía en el cielo ante aquella escena, acariciándome suavemente la polla, ya que no quería correrme inopinadamente y perder lo que restaba de aquella maravilla.

No tardaron en unirse en una cópula brutal que finalizó en un orgasmo simultáneo que los separó y dejó con la respiración entrecortada durante largos minutos, hasta que les dediqué unos aplausos y les dije que habían estado fenomenales. Laura abrió los ojos y me pidió que me tumbara de espaldas. Así lo hice y entonces me preguntó si aún mantenía aquella fantasía de tragar el semen de su amante. A modo de respuesta cerré los ojos y abrí la boca. Ella se sentó a horcajadas sobre mi cara y yo hundí mi lengua en su abertura, de la que se deslizó inmediatamente una masa viscosa y cálida hacia mi interior. Lamí bien su coñito y tragué toda la leche que mi amigo había dejado en su interior. Esto me puso de tal manera que me masturbé frenéticamente hasta acabar en una corrida que me salpicó hasta la barbilla.

Las sensaciones que pasaron por mi cabeza fueron infinitas, pero destacaba el placer que me causó haberme degradado hasta sorber el fruto del deseo de su amante, combinado con el hecho de que mis únicos contactos con otro hombre, o en este caso con su semen, siempre y únicamente habían sido con Miguel. Fumamos un cigarrillo y nos reímos haciendo frases tópicas relativas a la situación que estábamos viviendo. Fue entonces cuando Laura dijo que le encantaría vernos a los dos montárnoslo.

Miguel respondió que tras haber visto como yo engullía no se oponía a rememorar viejas experiencias, pero que esta noche estaba prendado de Laura. Yo dije que aún quedaban días para todo. Con estas palabras la polla de Miguel volvió a dar un respingo, que fue percibido por mi mujer y fue el principio de otras tórrida sesión de sexo, sólo que en esta ocasión yo también participé y Laura chupó y folló alternativamente con uno y otro, hasta que ambos nos derramamos al unísono sobre su pecho y vientre. Laura, con ambas manos, mezcló nuestras leches y se embadurnó con la crema resultante.

Nuestra cama matrimonial era muy dimensionada y los tres cabíamos cómodamente. Propuse a Miguel que si quería podía quedarse a dormir con nosotros. Aceptó y de esta manera, Laura entre los dos, nos quedamos dormidos.

Y ahora, recordando estos momentos, tal vez de los más dichosos de mi vida, me he puesto muy caliente. Guardaré este escrito y lo imprimiré. Laura está ya en la habitación, acostada y leyendo en la cama. Le leeré estas líneas. Buenas noches

Toni ( toniratoli@hotmail.com )