Amigos para siempre : El templo del morbo
Si salvar su matrimonio estaba en mis manos yo estaba dispuesta a todo...
Raquel y yo eramos amigas desde hacía más de veinte años. Habíamos sido ese tamdem perfecto que se forma entre las chicas cuando son jóvenes Sabíamos todo la una de la otra, siempre nos habíamos confesado nuestros líos por vergonzosos que pudieran ser. Saliendo de fiesta, ayudándonos con los chicos que nos gustaban, intercambiando ropa y cuidando la una de la otra cuando bebíamos demasiado.
Los años fueron pasando y continuábamos siendo buenas amigas. Ella se había casado con uno de mis mejores amigos, por supuesto yo les había presentado y siempre le echaba en cara medio en coña que había sido mi regalo pues Mario había sido mi más ferviente admirador desde que podía recordar. Lo nuestro no había pasado nunca de un par de besos y aunque a veces seguía mirándome de aquel modo para mi no había más felicidad que ver a mis queridos amigos juntos y tan bien avenidos. Hacía pocos años que eran padres y como en la mayoría de las parejas la rutina y el cambio de responsabilidades les estaba pasando factura.
Yo vivía un poco alejada de la ciudad donde nos habíamos criado, con mi pareja que me hacía sumamente feliz y llenaba mi vida por completo, aunque a veces echaba de menos aquellos años tan alocados y divertidos. Ya habíamos sobrepasado la treintena, cada una tenía su vida y a veces pasaban meses sin tan siquiera hablar por teléfono aunque ambas sabíamos que siempre estaríamos allí para la otra.
Raquel llevaba un tiempo hablándome de sus problemas. De cuanto echaba de menos la pasión y el morbo que había entre Mario y ella cuando empezaron. Entendía el cambio, ahora eran padres, tenían muchas responsabilidades, el trabajo no estaba nada fácil y su situación económica era precaria, pero no pedía mucho, tan solo un poco de atención, una muestra de que aquel deseo que los unió aún seguía vivo.
Una de esas noches en que Raquel y yo salimos a recordar viejos tiempos no sé muy bien como, acabamos en su cama hechas un nudo de caricias reprimidas.
Si chicos, es cierto. Esas fantasías que os sacuden el cerebro existen y a menudo dos amigas que no son lesbianas acaban descargando sus frustraciones y su placer la una en la otra. Pero esa es otra historia...
Se acercaba una fecha importante para mi pareja y para mi y decidí ir a la ciudad a comprar algo de lencería y algunos juguetes sexuales que le pusieran un punto de sal a nuestra cama. Por supuesto llamé a Raquel. No podía venir de compras pero quedamos para comer. Llegué cargada de bolsas, nos sentamos en una mesa apartada riendo como locas cada vez que yo sacaba un corpiño, unas braguitas de encaje, unas bolas chinas, y el juguete estrella uno de esos huevos con control remoto.
La charla iba de los temas más picantes a las reflexiones sobre como las relaciones podían caer en la inercia y el abandono.
Habían estado a punto de separarse. El vaso se había desbordado cuando Raquel pilló a Mario con una serie de escarceos virtuales. Yo nadaba entre dos aguas. Por un lado la entendía y por otro sabía que Mario nunca haría nada físico con otra y que aquello era un intento de paliar las mismas necesidades que ella tenía.
A menudo las personas nos aferramos al pasado y pensamos que los problemas deberían solucionarse solos pero lo cierto es que raramente sucede.
Yo guardaba una pequeña sorpresa para mis amigos, después de comer fuimos a ver a Mario al bar donde trabajaba. Era una buena hora y el local estaba desierto. Se sentó en la mesa con nosotras y aproveché para darles mi regalo. Cada uno de ellos recibió una pequeña cajita y ambos se pusieron a abrirla con ilusión. Mario fue más rápido y extrajo un pequeño mando de control remoto.
-¿Me has comprado un coche?- Preguntó divertido mientras balanceaba el mando en su dedo por la pequeña arandela. Raquel que ya había visto mi juguete, idéntico pero en otro color, no necesitó más datos. Una risa nerviosa la sacudía mientras sacaba su pequeño huevo rosa y lo mostraba en la palma de su mano.
Mario dibujó una sonrisa y activó el juguetito que empezó a vibrar en la mano de ella . Sus miradas se conectaron y supe que le darían buen uso. Hubiese apostado a que Raquel ya había empezado a mojarse con la perspectiva y en cuanto a él, una mirada a su paquete por debajo de la mesa bastó para saber que le había encantado.
La gente empezó a llegar y Mario tuvo que dejarnos. Raquel y yo nos fuimos a tomar algo por ahí, sin parar de reírnos de la cara que se les había quedado.
Raquel estaba disparada, entre que los chupitos hacian su efecto y el regalito que estaba deseando estrenar la conversación giraba una y otra vez alrededor del sexo. Me confesó que le había contado a Mario nuestros escarceos y que incluso los había exagerado un poco ya que era un método muy eficaz para calentar a su maridito.
-Joder tía como te pasas, habíamos quedado en no hablar nunca del tema...-
-Si vieras como se pone. No sé cuantas veces me habrá echo contarle como te comí el coño y como es verte retorcerte cuando te corres. Ya sabes que yo soy de orgasmo lento y eso de que tu tengas uno tras otro sin parar...-
-pfff, te pasas tres pueblos ahora a ver como le miro yo a la cara cuando le vea-
-Va, no te me pongas estrecha ahora. Ya sabes como son los tíos, lo de dos chicas montándose les supera.-
-¿Y no te dan celos?-
-Eso lo superé hace tiempo. A Mario siempre le molaste y la verdad me hace sentir poderosa haberte catado yo antes que él.- Me dijo Raquel entre risas mientras yo alucinaba.
-Eres tremenda, espero que el bobainas de mi amigo sepa cuidar la diosa que tiene en casa- Le dije guiñando un ojo.
Estábamos disfrutando tanto de ese día que Raquel llamó a su madre para que la niña se quedara con ella y yo a mi pareja para decirle que llegaría tarde.
Acabamos cenando y tomándonos unas copas como en los viejos tiempos, bailando como dos adolescentes y provocando al personal.
Cuando la llevé a casa mientras discutíamos en el coche si estaba en condiciones de conducir o no se me acercó y me pegó un morreo ansioso, desquiciado. Su mano buscaba mis tetas mientras echaba el respaldo de mi asiento hacia atrás. Su lengua me invadía y sus dedos hambrientos pugnaban por desabrochar mi pantalón. La empujé recuperando mi espacio vital y la miré muy seria.
-Raquel joder estate quieta, has bebido demasiado y las dos estamos calientes pero nunca le eché un polvo a un tío en un coche y no va a ser contigo la primera vez. Ya sabes que soy de más parafernalia. Deberías irte a casa y esperar a Mario, seguro que os espera una noche interesante.-
-Yo quiero que estés tu, quiero hacer un trío contigo y con él, quiero ver como te folla y que él vea como me como esas tetas tuyas que me encantan-
Estaba flipando, la miré anonadada. Estaba preciosa, aunque que tras el embarazo había cogido un poco de peso pero sus rizos negros enmarcaban aquella cara de vicio y se deslizaban por su escote. sus ojos brillaban en parte por la excitación y en parte por el alcohol. Mi cabeza daba vueltas. Claro que la idea me excitaba pero no quería que nuestra amistad se viera afectada por aquello. Es cierto que los tres nos conocíamos muy bien, pero además estaba mi pareja que nunca se habría imaginado algo así... Ella como siempre me leyó el pensamiento.
-Será nuestro secreto, los tres somos amigos desde siempre, nadie más lo sabrá. Antes me dijiste que debía demostrarle a Mario lo que sentía lo mucho que lo quería y no se me ocurre un regalo mejor que tú.-
Yo seguía muda y pensativa, su mano rozaba mi muslo, esperando, como pidiendo permiso...
-Está bien, lo intentaremos pero vete a casa, yo necesito pasear un poco. esperaré a Mario y hablaré con él, tu estás demasiado cachonda para razonar...-
Le dije riendo y colocando mi asiento al tiempo que me abrochaba el pantalón.
Mario no tardó en aparecer, yo había bajado al perro de ambos para darle una vuelta mientras le esperaba. Aparcó el coche justo frente al portal y los dos echamos a andar como buenos y viejos amigos.
- ¿Encima te toca sacar al perro? Menudo morro que le echa Raquel!-
-No, yo se lo pedí. Necesitaba tomar el aire, creo que nos hemos pasado bebiendo hoy-
-Vaya dos, hay cosas que no cambian, cuando estáis juntas no hay quien os sujete.-
-No lo sabes tu bien..- Dije esbozando una sonrisa pícara. El me miró de soslayo, y se quedó callado.
-Oye Mario, ya sé que vosotros no estáis pasando una buena etapa pero tu la quieres ¿no?-
-Muchísimo, es solo que a veces... no sé, supongo que ya no somos tan jóvenes Te levantas cada día viendo el mismo rostro, te acuestas cada noche con la misma mujer respirando a tu lado. Ya no hay sorpresas, ya no es tan excitante como cuando me la comía en el portal de sus padres con miedo a que nos pillara algún vecino. No se si me entiendes...-
-Perfectamente, y si te sirve de consuelo nos pasa a todos. Raquel me ha dicho que te contó lo de nuestros juegos, ¿te parece mal?-
-jajja, ¿mal?, Joder Ali, sois el sueño de cualquier tío. Solo imaginaros desnudas, frotando vuestros cuerpos, con esas cuatro tetas sublimes...-
-Para, para, que ya lo pillo jajja. Dime una cosa ¿te has masturbado pensando en eso?.-
-Joder claro! ¿y quien no? Además ya sabes que no es la primera paja que me hago contigo. Lo que sois es un par de egoístas jajja-
No había ninguna intención en sus palabras, me hablaba con la confianza y la despreocupación que dan los años de charla pero aquello me dio la oportunidad que yo estaba esperando...
Cuando subimos a casa Raquel nos esperaba enfundada en un picardias azul. Era transparente y le quedaba apretado. Se veía que era una prenda olvidada de otra época, cuando aún se sentía orgullosa de su cuerpo. El tanga a juego se veía claramente bajo la fina tela y sus pezones sin sujetador parecían a punto de atravesar el suave bordado que los cubría. Vale que ya no era el cuerpo de una chiquilla pero estaba cañón, respiraba sensualidad y deseo por todos los poros.
Nos besó a los dos en los labios con suavidad y nos preguntó con carita de niña buena.- ¿cama o copa?
-Ir calentando un poquito- Les dije con un guiñó.-Yo necesito una ducha y ponerme a tu altura Raquel, estás preciosa.
-Corre, y no te vistas mucho que no te va a durar...- Me dio un azote cariñoso en el culo y mientras me iba al baño pude ver como se besaban hambrientos en la cocina.
Disfruté de la ducha, me rasuré con cuidado con una de sus cuchillas y me unté de crema para después enfundarme unos de los nuevos conjuntos.
Escogí el corpiño negro con tanga a juego y unas medias de liga a medio muslo.Me miré en el espejo. Mis rizos castaños enmarcaban mi cara, yo también me encontraba menos sexy que antes. Mi culo ya no era tan respingón pero seguía redondo y terso. Mis tetas, bueno ahí no podía estar más de acuerdo con Raquel, mis tetas son estupendas, aún le ganan el duelo a la gravedad y su forma redondita y proporcionada con esos pezones de color café con leche hacen que sean dignas de admirar. El corpiño ademas las resaltaba y marcaba el contraste de mi cintura con la curva de la cadera. Definitivamente no estaba nada mal.
Cuando salí raquel estaba inclinada sobre la mesa de la cocina, sus jadeos se elevaban en el silencio de la noche. Los dedos de Mario entraban en su sexo empapado una y otra vez, despacio, con la sabiduría del que ha acariciado ese cuerpo muchas veces. La escena era muy erótica Pasé por detrás de Mario que estaba de pie y comencé a besar su cuello y a pasear mis manos por su pecho con las tetas firmemente apretadas en su espalda. Veía con claridad el coño abierto de mi amiga, empapado, con los labios abiertos e hinchados, entregados al placer. Mi mano fue bajando por el vientre de su marido alargando el camino intencionadamente hasta llegar a su polla que a estas alturas ya no podía estar más dura. La frotaba por encima del pantalón notando sus latidos, sin poder apartar los ojos de aquel coño abierto cuyo olor impregnaba toda la habitación.
Raquel gemía a punto de correrse, la otra mano de su esposo la sujetaba firmemente contra la mesa. Humedecí un dedo en la boca de él y lo acerqué al ano de ella mientras seguía masajeando aquella polla y sentía como mis propios fluidos me empapaban el tanga.
Ella dio un respigo al notar mi dedo mojado en su estrecho agujero, dibujando circulos a su alrededor, entrando timidamente solo un par de centimetros para luego volver a salir mientras aquella otra mano en su vagina la penetraba una y otra vez. Las cuentas no salían si una de las manos de su hombre estaba en su espalda y la otra en su coño la tercera tenía que ser forzosamente la mía. Echó la cabeza hacia atrás para mirarnos, y esa certeza, el morbo de verme allí acariciándolos a los dos hizo que explotara en un orgasmo providencial, largo y ruidoso como siempre eran los suyos. Un torrente de flujo salió de su cuerpo empapando la mano de él y su expresión se tornó relajada y feliz.
Se retorció como una anguila para levantarse de la mesa le metió la lengua en la boca a Mario mientras yo podía notar su mojado sexo apretarse contra mi mano que aún seguía aferrada a la polla de él. Le miró con una intensidad furibunda y le dijo- Follatela, aquí y ahora follatela-
Ella se sentó en una silla con la expresión más morbosa que haya visto en mi vida asomando en su cara, tenía las piernas abiertas y su dedo dibujaba círculos sobre su clítoris hinchado.
Mario me sentó sobre la mesa de la cocina, mis manos se apoyaban en la fría superficie para darle una vista mejor de mi cuerpo. se bajó los pantalones y los boxer apresuradamente, su polla salio disparada bamboleándose en el aire ante mi. Apartó mi tanga a un lado y me la clavó sin miramientos hasta el fondo. La situación nos había puesto a todos tan cachondos que no pensábamos en preliminares, queríamos follar como animales ante la atenta mirada de mi amiga, su mujer, que continuaba masturbándose a nuestro lado. Arrastró mi cuerpo hacia el suyo y dejó mi culo en el aire, mis piernas abrazaron su cintura buscando su contacto.
Sacó mis tetas por encima del corpiño y comenzó a retorcer mis pezones enhiestos mientras entraba y salia de mi. Hacía tanto que no sentía una polla distinta a la de mi novio dentro de mi, no era más grande pero sí diferente, la notaba caliente y palpitante abriéndose paso con premura, con ansia. El golpeteo de sus huevos contra mis glúteos se unían a nuestros jadeos marcando un ritmo de tambores. Estaba a punto de estallar, mi cuello se tensó hacia atrás dejando caer mi cabeza y me corrí como una perra contrayendo aquel pedazo de carne, empapando aquel miembro que no me pertenecía.
Mario noto mi calor y se quedó quieto, disfrutando de aquella oleada de placer liquido e incandescente y concentrado, supongo, en no correrse todavía. Cuando mis músculos se aflojaron comenzó a moverse de nuevo, más despacio, entraba y salia de mi chapoteando, dejando que mis líquidos se esparciesen por cada centímetro de piel. Raquel se arrodilló bajo la mesa como una perrita hambrienta y empezó a lamer sus huevos, el trozo de polla que quedaba a su disposición cuando salía y los pliegues de mis labios chorreantes. El placer era inmenso y el morbo había sobrepasado cualquier límite conocido para los tres.
Hubo mucho, mucho más sexo aquella noche, mil posturas mil orgasmos, pero aquella cocina será siempre para mi el templo del morbo...