Amigos

...diréis vosotros que quién diablos soy yo para meterme en lo que haga o deje de hacer Pedro, pues soy su mejor amiga.

1-mayo-07

AMIGOS

Pedro está pilladísimo por Elena, no hay más que ver la cara de pánfilo que se le pone en cuanto ella aparece y las tonterías que hace sin darse cuenta de que resulta de lo más ridículo. Cuando se pone en ese plan me entran ganas de darle un par de tortas a ver si espabila.

Y diréis vosotros que quién diablos soy yo para meterme en lo que haga o deje de hacer Pedro, pues soy su mejor amiga. Desde renacuajos hemos sido uña y carne, vecinos de toda la vida, inseparables en todo, siempre compartiendo juegos, penas, dudas, travesuras y castigos.

Tenemos entre nosotros tanta confianza y complicidad que a primera vista, la gente que no nos conoce nos toma por pareja o por hermanos. Por eso me duele tanto verle hacer el payaso por una niñata presumida, frívola y sin el más mínimo sentido del humor.

Igual ya os habéis dado cuenta de que Elena no me cae muy bien que digamos. Aunque una cosa he de reconocer, tiene buen gusto el condenado, que siempre se va a enamoriscar de las más despampanantes. Porque otra cosa no pero guapa es un rato guapa la chica, y encima tiene un tipazo de los que quitan el hipo. Como yo le digo a Pedro, para adornar al menos sí que vale.

La cuestión es que últimamente parece que se quiere integrar en nuestra panda de amigos y tengo que soportar, cada vez con menos paciencia, la imagen patética de Pedro, entre otros pretendientes, babeando por sus huesos.

A ver si por leer estos pensamientos míos vais a sacar la impresión equivocada de que estoy celosa o algo parecido, que si algo tenemos claro en nuestra amistad Pedro y yo es que es sólo eso, amistad. La atracción física que pudimos sentir alguna vez la afrontamos con jueguecitos tempranos en los que cada uno descubrió gracias al otro el funcionamiento del sexo opuesto. Una vez superada esa fase, el interés que mantuvimos entre nosotros fue tan amistoso como siempre. Además, ambos hemos tenido parejas, líos y rollos que no han supuesto nunca un problema. Así que de celos nada.

Estoy yo dándole vueltas a todo esto porque el gracioso de Pedro me ha llamado esta mañana desde el pueblo. Sus padres tienen una casita en un pueblo donde pasan todos los días que tienen libres y como ellos están de viaje y su hermano mayor se ha mudado bastante lejos, le ha tocado a él ir el fin de semana a regar las plantas y echar un vistazo a que todo esté en orden. Pues no se le ha ocurrido mejor idea que la de invitar a Elena. Claro, ella, que se ha debido oler la encerrona, le ha preguntado si iba a ir mucha gente y él capullo de mi amigo le ha dicho que aún no lo sabía pero que yo iba seguro. Así que a posteriori me ha llamado a mí para suplicarme que le haga de carabina; como podréis comprender estoy que trino, porque… para un fin de semana que no curro me va a tocar pasarlo soportando a mi amigo y a su princesita en plan cortejo. Espero que la gente se anime a ir y al menos podamos montar una fiestecita chula.

En fin, mejor no me hago mala sangre, un amigo es un amigo y a veces hay que hacer sacrificios. Justo eso es lo que iba pensando cuando salí de la academia donde voy los sábados por la mañana para intentar aprobar de una vez la dichosa física. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando me encuentro con Elena en la puerta.

Hola Bea. - me saluda toda sonriente.

Hola, ¿qué pasa? - intentando no ser demasiado seca.

Pedro me ha dicho dónde estabas y como he conseguido que mi padre me deje el coche he venido a buscarte. - como si fuese lo más normal del mundo, aunque yo no acabe de pillarlo.

¿Para? - y mientras le pregunto me doy cuenta de que no soy precisamente amable.

Pues… - duda un instante - había pensado en llevarte a casa, que cojas tus cosas e irnos juntas a "La Charca". - así llaman los Ruiz a su casa del pueblo.

No tengo nada preparado. En realidad tenía pensado comer en casa, echarme la siesta y coger el autobús de las siete.

Quizá te tenía que haber llamado antes, pero no tengo tu teléfono y Pedro me ha dicho que tiene prohibido dárselo a nadie. A veces parece que te tenga miedo. - dice en plan de coña.

Pues por lo visto no me tiene el suficiente - digo en voz alta aunque era más bien un pensamiento mío. - Anda, vamos. Ya que has venido habrá que aprovechar el coche de tu padre.

De camino Elena centra la conversación en mí, no para de preguntarme por mis estudios, por mi trabajo de camarera, por cómo organizo mi tiempo, por mi familia, yo contesto con frases cortas y evasivas que no dan mucho juego a continuar con la charla, pero ella no parece darse por vencida. Hacemos así todo el trayecto, ella parloteando y yo pensando lo tonta que debe ser para no darse cuenta de que no la trago. Cuando llegamos al barrio y aparcamos me pregunta por Pedro, y ahí sí le doy rollito, empiezo a venderle a mi querido amigo como si fuese el hombre perfecto. Aunque yo sé que no pegan ni con cola no creo que haya mejor forma de que Pedro se dé cuenta que liándose con ella. Suele ocurrirle, todas son perfectas hasta que las consigue.

En el portal nos cruzamos con mi hermana. Me cuenta a toda prisa que va a comer con la abuela y que mis padres están en casa de unos amigos y se quedan a comer allí. ¡Con la siesta que me podría pegar hoy que reina el silencio en mi casa!, cosa que no ocurre muy a menudo, y me tengo que meter un viajecito con la pija de Elena.

Subimos en silencio hasta mi casa, entramos y le señalo en dirección al salón para que me espere allí, yo voy a la habitación que comparto con mi hermana a coger los cuatro trapos que pille y meterlos en una bolsa de viaje. Estoy ahí rebuscando entre los cajones, porque mi hermana se dedica a ponerse toda mi ropa sin pedirme permiso y cuando busco algo no lo encuentro, cuando me doy cuenta que Elena está apoyada en el marco de la puerta mirando. Me siento un poco avergonzada por el desorden que hay y porque me da la impresión de que está comparando su, seguramente repleto y organizadísimo vestidor de ropa de marca, con mi desastroso armario.

Mejor me esperas en el salón. - le suelto sin ningún deseo ya de disimular que me incomoda su presencia.

Pedro vive cerca, ¿verdad? - dice ella al cabo de unos segundos de silencio en los que por lo visto ha decidido no hacer ni caso de mi bordería.

Justo en el portal de en frente, si te asomas a la ventana ves la de su habitación. - decido seguirle el rollo, a ver si se cansa.

Y por lo que me cuentas de él se nota que le aprecias un montón. - yo ya empiezo a dudar de que pueda estarse calladita un rato.

Claro, es mi amigo del alma. - digo yo con tono de sorna.

No, en serio. Me gustaría saber si te gusta. - y su tono de voz ha cambiado al hacer la pregunta, ha sonado serio de verdad; aún así la miro con cara de burla. - Me pones muy difícil hablar contigo - y hace una pausa que me obliga a dejar de meter cosas en la bolsa y mirarla. - Lo que en realidad quiero saber es si hay algo entre vosotros. - se decide a soltar por fin.

Mira Elena, Pedro y yo somos muy amigos, pero nada más. Además, y no debería decirte esto porque ya tendrías que haberte dado cuenta, lo tienes en bandeja. Es más, si te vas tú solita a pasar el fin de semana con él nos das una alegría a los dos. - Y me quedo esperando a ver si acepta la solución.

Se hace el silencio mientras nos miramos, parece un poco disgustada, igual he sido demasiado directa para una nena tan delicada pienso irónicamente. Entonces, muy oportunamente se oyen crujir mis tripas. ¡Mierda!

Yo también tengo hambre - dice - ¿preparo algo y lo tomamos antes de irnos?

La cocina es toda tuya - le ofrezco bastante aliviada de que me deje sola.

Cuando acabo de hacer la bolsa y me dirijo a la cocina me doy cuenta de que estoy hambrienta. Lo último que había comido era una bolsa de patatas fritas la noche anterior. Ha hecho un par de tortillas francesas, con pan tostado y tomate, la verdad es que se ven de lo más apetitosas.

Esta muy rica, gracias - reconozco después del primer mordisco - me has sorprendido, pensaba que no sabrías ni encender la cocina. - Ella ríe y me hace reír a mí.

Paso mucho tiempo sola, así aprendí que me gusta cocinar. Aunque siempre es más divertido si se cocina para alguien.

Mientras comemos me habla de su vida de pobre niña rica, y muy a mi pesar me hace sentir un poco de simpatía por reconocer tanto sus privilegios como sus carencias tan abiertamente.

Oye Bea, ahora cuando acabemos de comer te echas un ratito si quieres ¿vale? - me dice de repente - Así descanso yo también un poco que anoche dormí fatal.

Me parece genial, ya empiezas a caerme mejor. - esto va acompañado de una amplia sonrisa, y mientras lo digo me da la impresión de que no miento.

Le ofrezco echarse en mi cama y tumbarme yo en la de mi hermana, pero me dice que prefiere dormitar mientras ver la tele, así que se queda en el salón mientras yo me voy a mi cuarto.

Medio adormilada siento que Elena entra en la habitación, se acerca, me empuja un poco para hacerse hueco y se tumba a mi lado. Quedo de lado, dándole la espalda. Me llega el olor de su perfume y me gusta. Noto sus dedos deslizándose por mi pelo, peinándome y masajeando mi cabeza. La sensación de relajación que me invade es de lo más placentera. Estoy ya casi dormida cuando noto uno de sus dedos dibujando el contorno de mi oreja, bajando por el cuello y paseándose por mi hombro para apartar el tirante de mi camiseta, eso hace que me despeje un poco de mi somnolencia, pero lo que me hace despertar del todo y poner todos mis sentidos alerta es sentir un beso en mi espalda. Sin atreverme a moverme empiezo a pensar si ha sido realmente un beso o me lo he imaginado; otro beso, menos leve que el anterior, me saca de dudas. Si me hago la dormida será menos violento, me digo a mí misma. El cuerpo de Elena se pega a mi espalda y su boca empieza a susurrarme a pocos centímetros de mi oreja:

Me gustas, Bea. Me gustas muchísimo. Desde el primer día que te vi no te puedo borrar de mi cabeza. No encuentro la forma de acercarme a ti, ni de que me prestes atención. Hoy me has sonreído por primera vez y has hecho que me vuelva loca. Te deseo, te deseo, te deseo, te deseo,... - sus últimas palabras se mezclan con besos en mi cuello mientras una de sus manos baja por mi espalda, rodea mi cintura, se pierde bajo mi camiseta y acaricia mi vientre.

Me he quedado sin palabras, sin pensamientos y hasta sin respiración, lo único que funciona ahora mismo en mi cuerpo son los sentidos. La piel se me ha puesto de gallina, no sé muy bien si debido al paseo de su mano por mi cuerpo, a los besos y palabras que me atacan desde el cuello o a la presión de su cuerpo contra el mío. Soy incapaz de reaccionar, y esa a ella le parece una buena reacción.

Sus besos no paran y son cada vez más atrevidos, más húmedos más agresivos, de vez en cuando noto sus dientes arañando mi piel o su lengua acariciándola. Su mano recorre mi cuerpo desde el cuello hasta las caderas pero evitando el contacto directo con mis pechos. Su voz no ha parado de repetir "te deseo" entre susurros. Sus pezones contra mi espalda me convencen de que sus palabras son ciertas. Mi respiración ha vuelto a funcionar, pero no puedo evitar que sea profunda y entrecortada, como tampoco puedo evitar entrecerrar los ojos con cada escalofrío.

Cuando su mano por fin acaricia uno de mis pechos se me escapa un leve gemido que se mezcla con otro suyo. Agarro su mano y me giro para pedirle que pare, pero cuando tengo su cara frente a la mía solo puedo decir esa frase que me ha calado hasta los huesos: "Te deseo".

No recuerdo quién beso a quién, sólo sé que estábamos mirándonos a los ojos y al instante siguiente estamos devorándonos la boca, besándonos con pasión, con prisa, con una entrega que mezcla lenguas y labios en un baile perfecto. Nos abrazamos con fuerza, intentando el mayor contacto entre nuestros cuerpos, nos acariciamos la cara, el cuello, el pelo. Sabemos que queremos más, pero nos deleitamos haciendo larga la espera, largos los besos.

Noto cómo mide cada paso por miedo a que me eche atrás, noto cómo controla sus caricias y sus movimientos, noto cómo me desea sin atreverse a atacarme y decido quitarme la camiseta para dar luz verde a sus actos. Me mira los pechos como si no creyese que se los ofrezco y abrazándose a mi cuerpo comienza a frotar su cara contra ellos. Sus labios, su nariz, sus ojos, sus mejillas se frotan contra mis pezones mientras me aprieta entre sus brazos. Tanta ternura y tanto deseo juntos me desarman; la aparto de mí el tiempo y la distancia indispensables para quitarle a ella también la camiseta y el sujetador. Sus pechos son grandes y firmes y me doy cuenta de que me apetece muchísimo tocarlos. Alargo mi mano y siento su cuerpo estremecerse cuando entro en contacto con su piel, me dedico a modelar sus formas con intriga y delicadeza, sus pezones se han oscurecido, contraído y excitado.

Estamos así, arrodilladas en la cama la una frente a la otra, cuando Elena toma las riendas de la situación y se decide a besar mis pechos con la misma pasión con la que me besaba la boca hace unos minutos; mientras, yo intento no separar mis manos de sus maravillosas tetas. Sé que jadeo cada vez más, y que no puedo evitar movimientos que delatan mi excitación. Por eso cuando nuestras miradas se encuentran, en la suya se lee una petición y en la mía una aceptación.

Deja que te dé placer, tú sólo déjate llevar. - y sus hábiles manos ya han desabrochado mi pantalón antes de que acabe la frase.

Tumbándome en la cama y levantando el culo consigue sacarme los pantalones, luego ella se quita los suyos y se tumba a mi lado. Volvemos a besarnos, volvemos a tocarnos, nuestras piernas se entrecruzan y noto el muslo de Elena entre mis piernas, presionando mi sexo. Me muevo contra ella al mismo ritmo que lleva su lengua en mi boca. De repente noto su mano deslizándose bajo mis braguitas y creo que me voy a derretir; no se apresura, va calentándome la piel según avanza, frotando la yema de sus dedos mientras gana milímetros en su descenso. No puedo decir que su mano no avise hacia donde se dirige, y sin embargo cuando por fin llega no consigo evitar que mi cuerpo sufra un espasmo y mi beso se corte por un gemido.

Estoy muy húmeda, lo sé, lo noto. Pasa por mi cabeza la sombra de la vergüenza por que me toque así, pero su respuesta a mi excitación es tan grata, su cara expresa tanta alegría, sus manos tanto deseo, su boca tanta dulzura… que abro mis piernas para compartir con ella lo que me está haciendo sentir. Sus besos comienzan a desplazarse por mi cuerpo, hacia abajo, despacio pero sin parar de bajar, por mi mentón, mi cuello, mi torso, mis pechos, mi abdomen, mi obligo, mi cintura, mi vientre, hasta mi pubis, donde se para como reverenciándolo, estudiándolo, deleitándose con su visión antes de hacerlo con su sabor. Con una mirada que me promete mil placeres y la punta de su lengua asomando entre sus labios comienza mi delicioso suplicio.

Llegado a este punto pierdo totalmente el hilo de lo que me hace o deja de hacer, sólo sé que con sus labios, lengua y manos me da más placer del que he sentido nunca con ninguna otra persona. No consigo llevar la cuenta de cuántos orgasmos estoy disfrutando, ni del tiempo que pasa mientras nos recorremos el cuerpo la una a la otra. En este banquete de sensaciones olfateo, miro, saboreo, toco y escucho cada reacción de su cuerpo y descubro en ello el mejor de los afrodisíacos. Cuando, sudorosas y agotadas, volvemos a la realidad ya está anocheciendo. Lo único que empaña mi estado de relajación y felicidad es un runrún que me anda por la cabeza y que se llama como mi amigo, Pedro.

La he jodido, me digo a mi misma de repente y ¡Pluf! mi felicidad se desvanece para dejar paso a un terrible malestar. Soy una traidora y una guarra, le he fallado a mi mejor amigo. ¿Qué hago? ¿Qué hago ahora?

¿Estás bien? - me pregunta abrazándome.

Pedro - eso y mi gesto de pesar es toda la explicación que necesita.

Seguro que lo entiende - dice ella.

Está colado por ti, Elena - parece que no se quiere enterar por más claro que se lo digo. - ¡Vaya amiga estoy hecha!

Sin darle tiempo a replicar me levanto y me voy a la ducha. Mientras me estoy secando ella pasa al baño para ducharse también. La miro mientras se ducha, no puedo evitarlo, tiene un cuerpo perfecto: proporcionado, delicado, sensual, y me doy cuenta de que a pesar de lo mal que me siento volvería a acostarme con ella.

¿Qué vamos a hacer? - me dice cuando sale del baño ya vestida y me encuentra arreglando la habitación y con las bolsas dispuestas para irnos.

Ir a "La Charca", Pedro nos está esperando - tengo que decírselo, es mi amigo, además de traicionarle no le voy a engañar.

Se lo vas a decir, ¿verdad? - no es un reproche, se nota por su tono de voz que no le sorprende mi decisión.

El viaje lo hacemos en silencio. Yo voy pensando en cómo contárselo, imaginando posibles reacciones por su parte y respuestas por la mía pero, a pesar de mi preocupación, no puedo evitar distraerme a ratos reviviendo los recientes momentos compartidos con Elena. ¿Qué pensará ella? ¿Qué diablos pasara por su cabeza?, decido que ya tengo bastantes problemas por ahora y que de momento no quiero saberlo.

Llegamos. El viaje se me ha hecho corto, todavía no he elegido las palabras con las que voy a herirle. Pedro ve el coche y sale sonriente a la puerta, se oye música, al final parece que la panda se ha animado a venir. Le pido a Elena que me deje en el patio y vaya a aparcar el coche detrás.

Me bajo del coche, y mientras camino hacia la casa, voy diciéndome "¡Por favor! ¡Por favor! ¡Que sólo sea un capricho! ¡Que no sienta nada más profundo por ella!"… y en el fondo de mi corazón, no sé si mi súplica se refiere a los sentimientos de mi amigo o a los míos propios.

Un relato de Erótika Lectura .

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