Amigos de Verano

Amigos tienen una aventura en la playa.

Nos conocimos en la playa, pero las circunstancias no importan y el caso es que nos amigamos rápidamente. El se llamaba Julián y era bastante alto, delgado y de músculos algo trabajados, cabello negrísimo y lacio, piel pálida y los ojos más verdes del mundo. Tenía diecinueve años, yo también. Recuerdo le gustaba el mar, se la pasaba nadando sin cansarse toda la mañana, pero luego salía porque no le gustaba el "hormiguero" (cómo él decía) en que se convertía la playa más tarde. Fue por el hábito compartido de nadar en el mar a la mañana que nos vimos por vez primera. Cómo estábamos casi solos, me acerqué y empezamos una charla ahí mismo, en el agua: cuando me enteré de que leíamos a los mismos filósofos y que compartíamos el gusto por el jazz, le dije que esa noche tocaba una banda de jazz en un bar que yo conocía, y lo invité a ir. Así empezó todo. Al cabo de unos días éramos inseparables. Salíamos a caminar por la tarde hasta que oscurecía, y después íbamos a la playa a ver las estrellas. La pasábamos genial.

Una tarde caminamos mucho y nos alejamos de la ciudad por la línea de la playa. Subimos a una duna y allí nos sentamos a charlar. En un momento, de súbito, todo se silenció, y quedamos mirándonos a los ojos. Fue un instante, y ambos nos dimos cuenta de lo que pasaba. Colorado de vergüenza, Julián se sonrió e hizo un comentario ridículo como para romper el momento incómodo, ambos nos reímos y él, jugando, me empujó y yo lo agarré de la camiseta: caímos rodando por la cuesta de la duna muertos de risa. Al terminar la caída quedamos uno sobre el otro, él arriba de mí, y nos miramos nuevamente a los ojos. El tenía esa mirada penetrante que llega al fondo del alma. Veía reflejados mis ojos en las selváticas esmeraldas de su rostro, suavemente pintado de rojo en las mejillas por el dedo del sol. Me besó. Y confesó nunca antes haber besado a otro hombre. No le mentí cuando, a mi vez, también negué. Rodamos y yo quedé encima, nunca había sentido algo así por otro chico, y nos besamos intensamente. Mientras nuestros labios se fundían en un beso al infinito, nos incorporamos, y comenzó a sacarme la camiseta, luego de lo cual se quitó la suya.

Nos besamos nuevamente sintiendo nuestros torsos uno contra el otro, sus grandes manos recorriendo mis abdominales, sus labios acariciando mi piel, nuestros cuerpos hermanados en un abrazo mágico. Me recorrió el cuello con su boca, y fue bajando por mi pecho, mientras que me hacía recostar en la arena aún caliente de la tarde, pero ya vestida tenuemente de luna. Sus labios me recorrieron, jugaron en mi piel, me erizaron e hicieron gozar. Se detuvo y alzó una mirada pícara. Traviesamente, se hizo el que no podía abrir el cierre del traje de baño, y luego lo bajó de un tirón. ¿Estás contento, Mati?, me preguntó con una sonrisa maliciosa al ver el duro bulto que el bóxer a duras penas podía contener. Me lo sacó con un movimiento rápido y mi polla salió al sol durita y vibrante. Es grandota… y se ve deliciosa, me dijo voluptuosamente. La tomó con una mano enorme y acercó su boca. Cerré los ojos cuando sentí el sensual roce de sus labios. Le daba besitos a la cabeza mientras movía suavemente la mano arriba y abajo por el cuerpo de mi polla. Sacó la lengua y jugueteó con ella, dibujando circulitos alrededor de la cabeza, luego lamiendo de arriba abajo todo el cuerpo, una y otra vez, mientras apretaba delicadamente mis testículos con su mano. De repente para y abro los ojos. Me mira agudamente y en un instante se mete toda mi polla en la boca, chupando suave y masajeando con su lengua. Nos mirábamos a los ojos y yo le acariciaba el pelo con mi mano, mientras gemía despacio. Cada vez le daba más fuerte, chupaba y chupaba, y yo supe que debía detenerlo. Me comprendió de sólo verme, puesto que mi placer no me dejaba hablar. Se detuvo y me beso en los labios, después de lo cual se acostó de espaldas en la arena y se empezó a sacar el traje de baño. Su larga y ancha polla era bien blanca y se veía hermosa y tan excitante… Se la chupé y lo hice excitar mucho, me pidió que hiciéramos un 69, a lo cual accedí gustoso, y nos comimos mutuamente hasta que vimos que nos acercábamos peligrosamente al final.

Nos acostamos uno al lado del otro de espaldas en la arena, cada uno tomó la polla del otro con una mano, y empezamos a pajearnos a toda velocidad. Los dos gemíamos por lo bajo con los ojos cerrados, y en cuestión de segundos llegamos al pico de placer: acabamos juntos, temblando de placer mientras nuestro esperma volaba por el aire y se amalgamaba a los gemidos de goce y placer extremos.

Nos giramos y miramos cara a cara y, desnudos los dos acostados en la arena, nos abrazamos y besamos tiernamente. El aferraba fuerte mis nalgas con sus poderosas manos, y me estrujaba suavemente, mientras se reía al besar. Me dijo que quería ponérmela. Por toda respuesta lo besé y me puse en cuatro, mientras él se arrodillaba detrás de mí. Entonces lo sentí, sentí como su gran verga me penetraba suave y lentamente, lo sentía ir despacio, con trabajo, pero profundo… entraba en mí con su larga polla como con su mirada de jade. La metió toda y no pude ahogar un gemido de dolor y placer. Permaneció allí unos segundos, saboreando el momento. Luego retrocedió y sentí como mi cuerpo pedía a gritos que volviera a entrar con cada centímetro que Julián dejaba.

Me preguntó si me gustaba, y le dije casi sin aliento que sí, que lo volviera a hacer. Acercó su cara y me beso el cuello, y luego comenzó otra vez, ahora más fácil y rápido… mmm, cada vez más rápido, más fuerte, más intenso. Comenzó a gemir de placer, y yo gozaba indeciblemente cada vez que sus bolas se sacudían y golpeaban lascivamente las mías… Súbitamente, y acompañada de un gemido de intensísimo placer, Julián la sacó y acabó en mi espalda. Caímos juntos otra vez, y retozamos juntos en la arena, de cara a las estrellas, únicas testigos de nuestro juego carnal.