Amigos de toda la vida (2)

No dejaba de pensar en lo que había sucedido con Luís la tarde de la boda y no paraba de decirme a mi mismo que aquello había sido algo que había ocurrido por accidente, que a mi no me gustaban los hombres y que el amor de mi vida era Carmen, con la que el sexo era algo maravilloso y no necesitaba más. Sin embargo la realidad era tozuda y soñaba con él, con su polla y con lo que habíamos hecho en aquel maldito aseo del restaurante.

Durante el viaje de novios a Méjico, no dejé de pensar en lo que había sucedido con Luís la tarde de la boda y no paraba de decirme a mi mismo que aquello había sido algo que había ocurrido por accidente, que a mi no me gustaban los hombres y que el amor de mi vida era Carmen, con la que el sexo era algo maravilloso y no necesitaba más.

Además de pensarlo, me esforcé en demostrarlo. Era como si Carmen necesitara que le probara que era un todo un macho para que no quedara la menor duda de mi hombría; pero en realidad, era a mi mismo al que me empeñaba en demostrar los indemostrable.

Nuestra habitación tenía un amplio balcón que daba sobre la piscina y solíamos tomar el aire tumbados sobre las hamacas, un rato antes de ir a dormir. La noche que llegamos, Carmen, mientras yo me duchaba, me esperaba apoyada sobre la barandilla mirando el luminoso cielo. Cuando salí del baño, con sólo la toalla envuelta a la cintura, me acerque a ella sin que lo notara. A pesar del cansancio del viaje, ver su figura recortada contra la semioscuridad del exterior, con sólo una camisa de dormir casi transparente, tan corta que le llegaba sólo hasta la mitad del trasero, me excitó sobremanera. Inclinada hacia delante, su sexo casi depilado se marcaba claramente entre sus muslos. Me acerqué a ella con andares felinos y, sin previo aviso, la abracé por detrás y puse la punta de mi verga erecta sobre los abultados labios de su coño.

Carmen tuvo un pequeño sobresalto y la sentí temblar por un momento entre mis brazos; pero de inmediato me siguió y, sin decir nada, movió levemente sus caderas y apretó su sexo contra el mío, asegurando la penetración. Mi polla se deslizó suave y lentamente por el canal de su vagina hasta que nuestros cuerpos entraron en contacto. Mi pecho contra su espalda, mis brazos rodeando su torso. Inmóviles por unos segundos, ella giró su cabeza buscando mi boca y mis dedos rozaron levemente sus endurecidos pezones. Su mano se estiró hasta tocar mis cojones y mi polla respondió a la caricia con espasmos de placer. Carmen gimió al sentir mi verga dilatarse y endurecerse aún más clavada en su sexo. Respondí a sus caricias con la misma moneda, y mis dedos de instalaron en su clítoris. Al principio muy suavemente; pero poco a poco, a medida que aumentaba su excitación, más intensamente.

Seguimos así, solo besándonos y acariciándonos, mientras en mi sexo sentía como el suyo de iba humedeciendo por el deseo. Estábamos en el balcón y podíamos ser descubiertos; pero no pensábamos en ello y sus jadeos y gemidos se hicieron cada vez más intensos.

Las contracciones de su vagina y su cuerpo en tensión, me indicaron que había llegado al orgasmo y entonces fue cuando comencé a moverme en su interior camino del éxtasis para ambos. Creo que era la primera vez que intentaba algo así; pero hice todo lo posible por controlarme hasta que noté que Carmen estaba al borde del segundo clímax, y entonces me abandoné y me corrí susurrando su nombre, abrazado a ella.

Después de aquel inicio triunfal, no perdí ocasión de provocar un encuentro sexual, además de en la intimidad de nuestra habitación, en situaciones en las que podíamos ser sorprendidos. Follamos en aseos públicos, en un rincón oscuro de la discoteca del hotel, en la playa; nos masturbábamos mutuamente en los asientos traseros de los autocares en los que nos llevaban de excursión. Recuerdo especialmente un polvo soberbio, de pie contra un muro de un lugar arqueológico mientras el guía daba la explicación a los demás miembros del grupo.

Al final de cada acto sexual, me repetía a mi mismo lo hombre que era y lo evidente que era que no necesitaba a Luís para eso. Sin embargo la realidad era tozuda y soñaba con él, con su polla y con que habíamos hecho en aquel maldito aseo del restaurante.


Cuando volvimos a casa, evité ver a Luís, incluso hablarle durante un tiempo. Se suponía que estaba preparando un encuentro en el que le diría lo que pensaba de los sucedido en mi boda, que quería seguir con nuestra amistad de tantos años; pero que aquellos había sido una locura momentánea provocada por el alcohol. Le daba vueltas y vueltas a la idea, simulando conversaciones con Luís y buscando la mejor manera de no herirlo y de pedirle que no se lo explicara a nadie.

Al final me decidí a ir a verlo, llevaba el guión bien aprendido y hacía ya demasiado tiempo que no hablaba con él y echaba de menos su amistad.

Al abrir la puerta, pareció sorprendido. Me franqueó la entrada con un simple

Pasa.

Verás Luís, yo venía a… - Le solté, saltándome todo el guión.

No acabé la frase. Nos miramos fijamente a los ojos y nuestras caras se aproximaron lentamente, para acabar fundiéndonos en un beso eterno.

Sin decir palabra, los gestos y las miradas bastaban para expresar lo que sentíamos en aquel momento, nos fuimos desnudando mutuamente y sembrando el suelo de ropa, que iba señalando el camino a su dormitorio.

Desnudos sobre la cama, en un cuerpo a cuerpo entre dos hombres que se tratan de igual a igual, todo eran besos, caricias y lengüetazos. No quedó un centímetro cuadrado de nuestros cuerpos por recorrer. Con la piel brillante de sudor y saliva, acabamos de costado, el uno junto al otro, con su polla en mi boca y la mía en la suya.

En un momento de contención, me di cuenta de que todos mis propósitos eran inútiles, deseaba a Luís como siempre lo había deseado. Éramos amigos, amigos íntimos y que mayor muestra de amistad que aquella.

Luís soltó mi verga, suavemente me colocó boca arriba en la cama y se situó en cuclillas sobre mi polla. La tomó con la mano, la encajó a la entrada de su ano y lentamente presionó haciendo que lo penetrara. Ambos al unísono gemimos de placer mientras mi polla avanzaba hasta el fondo de sus entrañas.

Cuando mis cojones se encajaron en sus nalgas, se detuvo. Tenía los ojos cerrados, se mordía el labio inferior y respiraba de manera entrecortada. Su cara mostraba el placer que sentía. Poco a poco, se inclinó hacia delante hasta que su boca topó con la mía.

He deseado este momento desde hace siglos. ¡Fóllame!

No le respondí. Empecé a moverme subiendo y bajando las caderas. Mi polla entraba y salía de su ano libremente y Luís respondía a mis movimientos con jadeos y gemidos. Me besaba salvajemente y musitaba en mi oído frases inconexas. Su polla presa entre ambos, iba rezumando fluido seminal que iba humedeciendo mi vientre.

Volvió a erguirse sobre mí, inclinándose ligeramente hacia atrás, haciendo que su polla señalara al techo y vibrara con cada movimiento. Aceleró el ritmo y empezó a masturbarse. Aparte su mano y tome su polla con mi mano haciéndole una paja frenética. Los dos gritábamos de placer sin podernos contener.

Sentí los espasmos de su verga que anunciaban el fin y en un instante, varios disparos de semen tibio golpearon mi cara, mi cuello y mi pecho, a la vez que las contracciones orgásmicas de su ano aprisionando mi polla hacían que me vaciara en su interior.

Calló sobre mi cuerpo exhausto y volvió a besarme, rodando hasta quedar tumbado a mi lado.

Como supondréis, no sólo no rompí con Luís, si no que seguimos manteniendo encuentros sexuales regulares. En mi interior me negaba a reconocer que éramos amantes, me decía a mi mismo que aquello era la máxima manifestación de la amistad, la camaradería y el compañerismo entre dos hombres.


No escondía a Carmen que iba a casa de Luís. Ella no se extrañaba en absoluto, al fin y al cabo éramos amigos de toda la vida. Mi única preocupación era coordinar nuestros encuentros con la actividad sexual con Carmen, de la que ni podía ni quería prescindir.

Nuestros encuentros no acababan siempre igual. A veces, simplemente nos tendíamos uno junto al otro, solamente por el placer de sentir la presencia del otro, el calor de su cuerpo, el aliento de su voz. Otras era como si rememoráramos nuestra adolescencia haciendo aquello que en su momento no nos atrevimos a hacer; suavemente, casi con timidez, tomábamos el sexo del otro y nos masturbábamos mutuamente, mirándonos a los ojos en silencio, solamente escuchando el placer del otro y el vibrar de su cuerpo en el momento final.

Pero lo que yo prefería sin duda era el sexo oral; mamarle la polla, esa polla que me atraía como la luz a las polillas, hasta que sentía el tibio contacto de su semen en mi cara y su acre sabor llenaba mi boca. El me respondía de igual manera, con una pasión irrefrenable, acariciando, lamiendo y chupando cada milímetro de mi verga y mis cojones. Luego nos besábamos, mezclando el esperma de ambos mientras cruzábamos nuestras lenguas en un ir y venir sin fin.

Luís, en cambio, se volvía loco cuando lo penetraba. Era un espectáculo oírle gemir y verle retorcerse de placer con mi polla entrando y saliendo de su culo. Unas veces cabalgaba sobre mí y se corría sobre mi pecho; otras me ofrecía el culo tendido boca abajo en la cama, frotándose la polla contra las sábanas con mis idas y venida hasta que acababan empapadas con su eyaculación. Yo prefería poseerlo cara a cara, con sus piernas sobre mis hombros, para no perderme un detalle de sus orgasmos, de la expresión de su cara cuando se corría entre mis dedos.

El nunca intentó follarme, fui yo quién se lo propuse. Si él tenía ese inmenso placer que mostraban sus orgasmos cuando lo penetraba, ¿por qué no podía vivirlo yo también?. Se lo dije un día en que acababa de correrme en su culo y el en mis manos. De costado en la cama, lo había penetrado desde atrás, mientras le abrazaba pellizcando sus pezones y agitando su polla al ritmo de mis caderas.

¿Estás seguro? – Preguntó tiernamente

Sí, sí que lo estoy. Quiero vivir esa experiencia que te produce tanto placer y quiero que seas tú quién lo haga. Así serás más mío que antes.

Bien, conforme; pero esto precisa su entrenamiento. En caso contrario, puede ser muy doloroso.

Lo dejamos ahí y yo me marché con la decisión tomada de que Luís me penetrara y cuanto antes mejor.


Una vez más estábamos los dos en su cama, desnudos, acariciándonos y besándonos. Luís mordisqueaba mis pezones y yo los suyos. Sus dedos acariciaban mis huevos y mi polla, los míos rodeaban la suya como calibrándola. Me conocía su geografía de memoria; pero su dureza y su tacto suave y cálido me volvían loco.

¡Fóllame!. Quiero que me la metas – Le musité al oído, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, como para seducirlo.

Me respondió con un beso lleno de pasión y comenzó a recorrer mi cuerpo con su boca para finalmente detenerse en mi verga erecta.

Te he pedido que me folles, no que me la mames. – Gemí casi sin voz.

No tengas prisa. Relájate y goza.

No volvió a tomar mi polla entre sus labios, si no que empezó a lamerme los huevos y el perineo, cada vez más cerca de mi ano. Cuando su lengua lo rozó por primera vez, sentí como una descarga que recorría mi cuerpo y no paró hasta hacerme gemir. Me comía el culo como escarbando una y otra vez con la lengua en la entrada de mi recto. Mi polla se mantenía erecta sin necesidad se tocarla. Era como si por mi interior, desde el ano al glande, fluyera una corriente que me haría estallar la polla.

Dejó mi trasero por un instante, deshaciendo con la lengua el camino antes recorrido: El perineo, los huevos, la base de la polla, el mástil y el glande entumecido. Con la punta de la lengua recorrió muy lentamente el frenillo, la corona, el orificio de la uretra, para al final tomarlo entero con los labios y deslizando lentamente la polla hasta el fondo de su garganta.

En eso me di cuenta de que mi recto estaba lleno, que algo se movía en él retirándose suavemente. Sentí como volvía a entrar, como mi esfínter se dilataba más que antes para dejar paso al intruso. Luís tenía dos dedos en mi interior que movía circularmente entrando y saliendo de mi, mientras no dejaba de chuparme la polla. No sé cuanto tiempo estuvimos así, controlando su boca para evitar que me corriera y se rompiera el encantamiento.

Se detuvo separándose de mí, mientras me decía:

Espera un momento.

Abrió un cajón y saco un tubo. Presionó vertiendo una cantidad abundante de un gel sobre dos de sus dedos que me volvió meter por el recto. Se deslizaron hasta el fondo sin que notara nada más que una sensación fría al inicio. Movió los dedos como había hecho hasta ese momento y los sacó.

Me enseño tres dedos y repitió la operación. Entraron más lentamente; pero yo notaba como mi cuerpo se expandía; el lubricante estaba cumpliendo su misión.

Volvió a chuparme la polla mientras movía los tres dedos en mis entrañas. Creí que me corría del placer que sentía y todavía no me estaba follando.

Se irguió, poniéndose de rodillas entre mis muslos, colocó mis piernas sobre sus hombros, como me había enseñado que lo hiciera a él, se untó de gel lubricante la polla moviendo la mano como si se masturbara haciendo que acabara de erguirse, con un aspecto brillante y marmóreo.

Retiró el prepucio, descubriendo el glande y lo encajó en mi ano. Sentí como penetraba en mí, poco a poco lentamente. Un leve chasquido interior me indicó que el glande ya había superado la estrechez del esfínter. Luís también lo notó y me la clavó hasta el fondo.

Se me nubló la vista, el mundo exterior desapareció. Sólo existían Luís y su polla.

¡Me corro! – Grité, a la par que un río de líquido seminal (que yo confundí con semen) manaba de mi polla

De nuevo tomé conciencia de la situación. Al abrir los ojos, nuestras miradas se cruzaron. Ambos éramos felices.

Los sonidos de la polla de Luís moviéndose en mi interior y de sus cojones chocando con mi trasero, llenaban el aire. A cada golpe, su placer y el mío iban en aumento y los jadeos y gemidos aumentaban de intensidad.

Luís estaba al límite, yo hubiera aguantado así, sin tocarme para nada la polla, gozando de aquella nueva sensación, toda la eternidad. Empezó a masturbarme, no resistí 30 segundos. Cuando notó que me venía, me la clavó hasta el fondo. Mi esperma cruzó el espacio salpicándolo todo y grité, grité sintiendo una cálida oleada llenando mis entrañas. Luís también se había corrido.


Un día encontré a Luís diferente. Parecía que algo le preocupaba, me miraba como si quisiera decirme algo y luego se arrepintiera.

¿Qué me quieres decir, Luís?

¿Yo?. Nada ¿Por qué lo dices? – Su tono de voz y su cara le delataba. Me estaba mintiendo

Hace muchos años que nos conocemos y no me engañas, Luís. ¿Qué pasa?

Me miró unos instantes en silencio, su cara denotaba que le iba costar mucho decirme lo que pasaba por su cabeza; pero al final lo hizo.

¿No crees que Carmen no se merece que la engañemos así?

Engañar a Carmen. ¿Cómo?

¡Joder tío! ¡Somos amantes! ¡Estás engañando a tu mujer y lo haces con otro tío que además es vuestro amigo desde hace muchos años!

¿Amantes?. ¿Tú y yo amantes? – Una risa forzada salió de mi boca

¿A no?. Entonces ¿Cómo definirías a dos personas que follan el uno con el otro casi todas las semanas?

¡Amistad, es sólo amistad!. Simplemente ponemos en práctica una afición común.

Si eso, como a los dos nos gustan las pollas de otros tíos y lo que hacemos es como ir a tomar unas copas o a pescar juntos.

A mi sólo me gusta tu polla, Luís

¡No seas gilipollas!. Yo soy gay y tú … Bueno, tú sabrás que eres. ¡Y estamos engañando a Carmen. Esto no es juego, no es una situación pasajera y casual que ha ocurrido entre dos amigos. Muchos amigos heterosexuales tienen alguna vez en su vida un contacto sexual; pero luego lo olvidan. Sólo es por probar, por que la situación lleva a ello, por… Por muchos motivos ¡coño!, pero lo nuestro ya dura casi un año y no tiene visos de acabar.

¿Es que quieres que acabe? ¿Ya no te apetece estar conmigo? ¿Te has cansado de que follemos?

¡No imbécil! ¡Todo lo contrario!. Estoy loco por ti; pero tú estás casado con una de mis mejores amigas y esto no se puede ocultar eternamente.

El gilipollas y el imbécil lo eres tú. Ahora voy a casa y se lo cuento todo a Carmen y ya está. "Que suerte tienes, cariño. Puedes disfrutar conmigo y de la polla de Luís. No pasa nada". – Le dije, poniendo voz afectada. Crees que esto es lo que me dirá. ¡Noooo!, me llamará cabrón y me dejará. ¡Y no quiero perderos a ninguno de los dos!

Rompí a llorar como un niño al que acaba de explotarle un globo entre las manos

Lo ves. Acabas de desmontar tus argumentos. Tenemos que hacer algo.

Se acercó y depositó un delicado beso en mis labios. Tenía los ojos húmedos.