Amigos de toda la vida (1)

Me vienen a la mente su imagen, ambos desnudos, tendido junto a mí, con los ojos cerrados. Su hermoso cuerpo con pectorales bien marcados y vientre plano, aquel hilo oscuro de bello que desde el pubis subía hasta el ombligo y su mano subiendo y bajando por la polla.

Luís y yo éramos amigos de toda la vida. Nuestros padres ya lo eran, éramos vecinos y compañeros de colegio, estábamos todo el día juntos.

No recuerdo como comenzamos, probablemente como consecuencia de alguna broma o juego; pero hasta nos masturbábamos juntos.

Me vienen a la mente su imagen, ambos desnudos, tendido junto a mí, con los ojos cerrados. Su hermoso cuerpo con pectorales bien marcados y vientre plano, aquel hilo oscuro de bello que desde el pubis subía hasta el ombligo y su mano subiendo y bajando por la polla. Había ido observando su desarrollo, como sus huevos crecían y su verga era día a día más grande, mas esbelta, más deseable, hasta llegar a convertirse en aquella gruesa columna de carne, cuyo extremo Luís descubría y volvía a cubrir con su rítmico movimiento y que constituía el objeto de mis deseos.

Luís, suspirando y jadeando con los ojos cerrados, no sabía que yo le observaba y que mi mayor deseo en ese momento era que fuera mi mano la que agitara su polla hasta hacerlo gozar. A fuerza de observarlo había aprendido a identificar cuando estaba a punto de correrse y a acompasar mis movimientos para alcanzar el orgasmo lo más próximo posible al suyo.

Cuando se corría, tras el primer disparo que caía sobre su musculoso pecho, su mano recogía el tibio semen y, sin abrir los ojos, deslizaba suavemente los dedos por los labios para luego recorrerlos con la lengua. Yo le imitaba; pero en ese momento hubiera dado cualquier cosa por sentir en mi boca el sabor y la textura de su esperma recién vertida.

Podréis pensar que soy gay; pero no he sentido nunca atracción por ningún otro chico que no fuera Luís y no he perdido ocasión de follar con cualquier mujer que se me pusiera a tiro. Era Luís, y especialmente su polla, el centro de mis fantasías sexuales más intensas.


Al acabar el bachillerato, nuestras vidas tomaron rumbos distintos y dejamos de vernos con tanta asiduidad. Nuestra amistad no se resintió con ello; mas al contrario, pasó de ser una relación juvenil a una profunda amistad mucho más adulta.

Luís era el ídolo de las chicas; su fama de sensible, delicado y buen amante le precedía. En cambio, sus relaciones no eran duraderas: "Está bien para un polvo; pero no es lo que busco", decía cuando le preguntaban.

Personalmente no me considero poco agraciado; sin falsa modestia, soy atractivo y no me ha ido mal con las mujeres. Mis relaciones se prolongaban más en el tiempo y, además de los habituales ligues de una noche, tuve un par de novias formales. Pero como dice el refrán "a la tercera va la vencida" y cuando conocí a Carmen, el mundo cambió para mí.

Fue un flechazo a primera vista, nos sentíamos nacidos el uno para el otro: mismos gustos, mismas aficiones, mismos intereses, misma idea de futuro y además nos entendíamos maravillosamente en la cama.

Sexo prisas, caricias y besos hasta el límite de la excitación. Yo chupaba sus pezones y ella descubrió que los míos eran también muy sensibles al placer. Tomaba mi verga en su mano y la acariciaba sin intención de masturbarme y yo la sentía palpitar de placer y endurecerse hasta el límite de lo soportable. Adoraba acariciar su coño aterciopelado, suavemente, sin apenas entrar con la yema de los dedos entre sus labios, percibiendo como poco a poco se humedecía y su clítoris asomaba sensible entre los pliegues de su sexo.

Al límite del deseo, la penetraba lentamente. Mi polla se deslizaba suavemente por su lubricada vagina, produciendo un húmedo y lúbrico sonido que me excitaba aún más, y ella me abrazaba la cintura con sus piernas, como para evitar que me escapara de su interior. Otras veces, era ella la que cabalgaba sobre mí, cimbreando su cuerpo agitado por el placer y de su coño fluían humedades que sentía resbalar por el mástil de mi verga y que iban poco a poco empapando el pubis y los cojones.

Me volvía loco beber de sus sexo encharcado, deslizar mi lengua por los valles de su coño, tomar entre mis labios el endurecido y sonrojado clítoris, y escucharla gritar y convulsionarse de placer.

Ella tampoco desperdiciaba la ocasión de mamarme la polla. Me miraba con una mirada pícara y cómplice mientras lo hacía. Sabía perfectamente identificar cuando yo quería llegar hasta el final o prefería penetrarla y vaciarme en su sexo ardiente.

Conocía al milímetro la geografía de mi verga y sabía donde emplear su lengua y sus labios para llevarme al éxtasis. Ajustaba el grueso capullo entre sus labios y deslizaba mi miembro congestionado, hasta el fondo de su garganta, haciendo y deshaciendo una y otra vez el camino; jugueteaba golosa con su lengua sobre el frenillo y el orificio del glande, empapados de saliva y líquido seminal, presionando la base de la polla y acariciándome los cojones, hasta que me corría gritando su nombre. Entonces, me miraba sonriendo, mientras los chorreones blancos de esperma resbalaban por su cara, colgaban del mentón como carámbanos y goteaban sobre sus pechos. Y yo entonces, me lanzaba sobre ella y la besaba como un loco.


Nos casamos en una sencilla ceremonia civil, Luís fue el padrino, y celebramos el acontecimiento, como es tradicional, invitando a amigos y familiares.

Casi al final de la fiesta, me acerque al baño a orinar. Luís estaba allí y me puse a su lado. De manera casi instintiva mi vista se dirigió a su verga mientras la sacudía de las últimas gotas de orina y vinieron a mi mente los recuerdos de nuestras masturbaciones y todo lo que pasaba por mi cabeza mientras lo hacíamos

¿Qué miras? – Preguntó Luís, como extrañado.

Tu polla – Le respondí de manera automática.

Supongo que el alcohol que llevaba encima colaboró a la desinhibición y, sin cortarme un pelo, le conté todo lo que había sentido mientras me hacía las pajas a su lado y la atracción que había sentido en nuestra juventud por su verga y que había vuelto a sentir al verla a mi lado.

Se volvió hacia mí, quedamos cara a cara, su miembro pendía semirrecto entre sus piernas y notaba como el mío se iba endureciendo y elevando a medida que hablaba.

Le expliqué que no le había dicho nada en su momento temiendo que me considerara un maricón y perder su amistad.

¡Fuimos unos imbéciles¡ - Exclamó Luís con rotundidad – Yo sentía lo mismo por ti y también callaba por miedo a perderte.

¿Pero, tú…? ¿Y tus ligues…? ¿Y todas las chicas… que daban cualquier cosa por… follar contigo?... – La admiración ante su revelación a penas si me dejaba hablar.

En aquella época, yo no me quería aceptar a mi mismo como era, me negaba a reconocer mis evidentes sentimientos de atracción hacia los de mi género. Cuando me acepté como lo que soy, un homosexual, todo cambió y encontré el autentico placer del sexo. Dejé a las mujeres y empecé a frecuentar compañías masculinas; pero siempre pensaba en ti.

Se acercó a mí, nuestras pollas se cruzaron como en un combate de esgrima y Luís las asió juntas con su mano, provocándome un extraño escalofrío, y suavemente me empujó hacía el cubículo más alejado de la puerta.

¿Qué haces, Luís? – Pregunté tímidamente.

Cumplir el deseo de los dos.

No me dejo responder. Su boca de posó sobre la mía en un beso y cuando me di cuenta había cerrado la puerta tras los dos.

Se agachó y empezó a besarme el glande, a acariciarme los huevos y a lamerme el mástil de la polla. Yo simplemente respiraba jadeante, me sentía como inmovilizado por una fuerza que me impedía hacer nada más que abandonarme al goce que me estaban produciendo sus caricias. Encajó el capullo entre los labios e hizo deslizar mi polla una y otra vez hacia su garganta aprisionándola entre la lengua y el paladar.

Sentí que me iba a correr y lancé un aviso entre gemidos.

Todavía no es el momento – Me susurró al oído tras abandonar mi polla y levantarse – Ahora te toca a ti.

Presionó ligeramente mis hombros y yo seguí el movimiento de sus brazos que me llevó la cara ante su polla erecta. Me dejé llevar por la intuición y, al principio torpemente y luego con mayor soltura le mamé la polla. Retiré el prepucio descubriendo su glande, que besé una y otra vez; tanteé con la punta de la lengua la sensibilidad del frenillo hasta hacerle gemir; sentí su estremecimiento cuando lamía las gotas de líquido seminal nada más aparecer por el orificio de su glande terso y brillante; me tragué aquella polla de mis sueños hasta notar el cosquilleo de su bello pubiano en mi nariz, y la hice entrar y salir una y otra vez marcando el ritmo de la mamada.

La polla se endureció aun más, los cojones se contrajeron, él gritó "me corro" y yo me preparé a recibir el ansiado elixir. La boca se me llenó de semen viscoso y caliente que escurría por la comisura de los labios a cada movimiento. No paré de chupar hasta que percibí que perdía rigidez. Había sido extraordinario, una experiencia mucho más excitante de lo que jamás había pasado por mi imaginación.

Luís me tomo bajos los brazos y me levantó. Me beso en la boca, entrecruzando nuestras lenguas una y otra vez, como si quisiera recuperar su esperma de mi boca. Se arrodilló ante mí y tomo de nuevo mi polla entre sus manos. Yo la sentía dura, palpitante, caliente, como a punto de estallar, a pesar de que ni la había rozado mientras se la mamaba a Luís.

Carmen me lleva al paraíso cuando me la mama; pero la pasión y la lujuria que estaba trasmitiéndome Luís jamás la había percibido. Coordinaba las entradas y salidas de su boca con movimientos circulares de su mano sobre mi verga. No dejaba de mirarme a los ojos, buscando en mi semblante aquellos movimientos que más placer me producían y los repetía una y otra vez hasta hacerme gritar de placer. Con su mirada me decía: "yo gozo por tú gozas".Y seguía, y seguía sin desfallecer.

La sacó de su boca, justo un momento antes de que me corriera, apretó haciendo un aro con el pulgar y el índice justo en la base de la polla sobre los huevos, dio unos lametones en el frenillo recogiendo con la lengua la primera emisión blanquecina, dejo bruscamente de presionar en la base y un chorro de semen salió a presión, junto con un sonido gutural de mi garganta, estrellándose contra su nariz. De inmediato se tragó entera la polla la apresó entre sus labios y empezó a mamarla con un ritmo frenético.

Se me nublaba la vista, me temblaban las piernas, caí al suelo quedando sentado frente a Luís y nos besamos con pasión.

Nos arreglamos la ropa y volvimos al salón, al vernos entrar, alguien exclamó: "Mira, como la mujeres. Van al aseo de dos en dos y tardan una hora en salir"


Afortunadamente, aquella noche nos venció el cansancio y no sentimos la necesidad de seguir la liturgia que lleva una noche de bodas. Supongo que para nosotros no tenía no tenía la carga emocional y sexual que para otros o, mejor dicho, que tenía en otros tiempos; habíamos follado cuando y cuanto habíamos querido y por tanto no era "la primera noche". Nos dormimos abrazados, Carmen en mi regazo, dándome la espalda mientras la envolvía en mis brazos; pero en mi mente estaba Luís.

Me despertó un agradable cosquilleo en el vientre. Abrí los ojos y vi a Carmen inclinada sobre mi sexo erecto, acariciándolo y besándolo.

¿Qué haces?

Me he despertado y lo he visto tan apunto, que no he querido desperdiciarlo. Además, ¡que noche de bodas más aburrida! – Exclamó, con una pícara sonrisa.

Me relajé y ella siguió subiendo y bajando con sus húmedos labios por mi verga. Me abandoné al placer. Yo respiraba de manera entrecortada y su lengua jugueteaba en mi glande mientras me miraba buscando mi reacción y, en eso, vi a Luís. Vi Luís mamándome la polla en el aseo del restaurante, mirándome a los ojos como ahora lo hacía Carmen y me corrí sin poder contenerme.

Carmen reaccionó instintivamente sacándose la polla de la boca con lo que una serie de trallazos de semen golpearon su cara. Se quedó mirándome con cara de asombro; tenía el rostro cubierto con los regueros blanquecinos de mi eyaculación que le goteaban del mentón cayendo sobre sus senos.

¡Podías haber avisado! – Protesto, contrariada

Lo siento, no he podido contenerme – Me disculpé avergonzado

Aunque sabía que no le importaba en absoluto que me corriera en su cara (incluso ella misma lo provocaba algunas veces), me sentía mal por haberlo hecho de aquella manera y. además, sabiendo en mi interior porque había ocurrido aquello.

La tomé cariñosamente por los hombros, la tumbé en la cama boca arriba y empecé a besarla con pasión. Sentía el sabor de mi propio semen y fui recogiéndolo poco a poco con mi lengua: la cara, los ojos, el cuello, los senos

Sentí como mi verga se endurecía de nuevo poco a poco y ella también lo notó

Vaya, vaya. Así que a mi maridito le pone cachondo hacer guarradas con su propia corrida.

Mi respuesta fue penetrarla con un golpe seco con las caderas, hasta que mi pubis topó con el suyo. Carmen reaccionó elevando la pelvis, como si buscara que se la metiera más profundamente, y un gemido de placer.

¡Fóllame, amor! – Musitó en mi oído entre jadeos.

Ella gemía y movía sus caderas al ritmo de mis penetraciones, mi polla estaba cada vez más dura; pero me sentía muy lejos del orgasmo. Carmen alcanzó el climáx abrazándose a mí y calvándome las uñas en la espalda y yo segué moviéndome en ella sin disminuir un ápice mi ritmo. Seguía jadeando y suspirando, pidiéndome que no parara, era como si el orgasmo no cediera del todo y se mantuviera en un estado de placer continuo y sostenido con mi polla bombeando su coño.

Sudábamos y babeábamos; pero yo seguía sin correrme sin que disminuyera mi excitación. Carmen, ya agotada, se dejo caer con laxitud, abierta de piernas y brazos, exhausta.

Paré de moverme, también la borde del agotamiento, y me tumbe a su lado, con la mirada y la verga hacia el techo. Carmen se volvió a mirarme

¡Cómo estás, amor! – Exclamó asombrada, al ver la erección que mantenía

Cosas que pasan. No te preocupes. Yo ya de disfrutado al inicio – Le respondí con aire de resignación.

¡De ninguna manera, no puedo dejarte así!

Se inclinó sobré mi y empezó a mamármela y a masturbarme con la mano. La deje hacer un rato; pero no había manera. Ni me corría, ni disminuía la erección.

Déjalo ya, cariño. Estás agotada

Me perece que tienes razón. Me voy a duchar y luego vemos

Se levantó y me dejó solo en la cama. Maquinalmente, comencé a acariciarme el miembro erecto y al poco me estaba masturbando rítmicamente. Me vinieron a la mente los recuerdos de cuando Luís y yo masturbábamos juntos y empecé a sentir una sensación en mi verga tremendamente agradable, mucho más que los últimos momentos en el coño de Carmen, y me corrí. Un mar de semen blanquecino se derramó entre mis dedos, sin apenas fuerza, sin salpicaduras, como un remanso de un arroyo tranquilo que se desbordara poco a poco.

Una sensación tibia y húmeda cubría mi verga, ahora laxa y reposando sobre mi vientre, y mi pubis. Estaba cubierto de una pátina brillante y non quería que Carmen lo viera, me daba vergüenza. Me fui limpiando con la mano lamiendo el resultado de mi eyaculación. Aquel intenso sabor me avivó de nuevo viejos recuerdos.