Amigos de la niñez

Dos amigos se reencuentran después de varios años sin verse.

¡Joder! ¡Qué coño pinto yo en esta mierda de pueblo! ¡Si no hay ni cine! Así rumiaba mi desazón mientras deshacía la maleta. Resulta que mis padres se habían empeñado en hacer reformas en casa y tuvieron la genial idea de que mi madre y yo nos fuéramos quince días al pueblo. Mi padre se quedó en Madrid en casa de un amigo mientras los albañiles rehacían nuestra casa de arriba abajo. Ni siquiera era seguro que pudiéramos volver a los quince días. Ya se sabe lo que pasa con las obras.

Repartí mis cosas en el armario y la mesilla gruñendo para mis adentros. Al menos, mi abuela me asignó la habitación en la que dormía de niña. Paredes gruesas pintadas de blanco, techo altísimo de vigas de madera con una ligera inclinación, cama grande, armario y una cómoda. Sobre la cómoda cubierta con el sempiterno tapete de ganchillo una única foto. En cuanto la cogí me asaltaron los recuerdos. La foto se hizo en la piscina del pueblo, en ella aparecíamos cuatro personas, dos chicos y dos chicas. Mi prima Montse y yo, Elviro y Salva.

Desde que tengo memoria habíamos pasado los veranos en el pueblo. Mi madre y yo pasábamos casi tres meses en los que mi padre acudía los fines de semana. Era como se hacía antiguamente en España. La madre y los hijos se iban de “veraneo”, es decir, todo el verano, y el padre se quedaba trabajando en la ciudad de “Rodríguez”. Lo hicimos hasta que empezaron a ir bien las cosas económicamente y nos acostumbramos a veranear cada año en un sitio. Llevaba desde los catorce años sin pisar el pueblo, hacía seis años ya, y sin saber nada de los chicos. A mi prima la veía de higos a peras. A pesar de mi mal humor sonreí al ver la foto. “Los cuatro fantásticos”. Así nos llamábamos a nosotros mismos. Durante varios años coincidimos los cuatro y éramos inseparables. Montse y Elviro se criaron el pueblo. Salva y yo sólo íbamos en verano. Ahora prácticamente no quedaban chicos, la gente se había ido mudando a las grandes ciudades y solo vivían allí viejos. Como mi abuelita.

Me tumbé boca abajo en la cama para quejarme de mi situación por WhatsApp a mis amigos, al menos tenía el derecho al pataleo. ¡No me jodas! No tenía cobertura. En la esquina de la pantalla aparecía un “2G” que no había visto en la vida. ¡No hay datos! Me embargó la furia. Me había hecho a la idea de no tener cerca un centro comercial, no poder ir al cine, no salir con mis amigas, no ver a Juan, un chico con el que estaba tonteando, pero no tener cobertura en el móvil superaba todos los inconvenientes imaginables. Salí hecha una fiera a buscar a mi madre para reprochárselo como si fuera culpa suya. Por suerte encontré antes a mi abuela. Mi abuela tenía ochenta y tantos años, era bajita y gordita con unos pechos enormes y, desde que enviudó, siempre vestía de negro.

—¿Ya te has instalado, Rosa? — me preguntó con precaución al ver mi estado.

—No hay cobertura — solté sin poder evitarlo.

—Ya lo sé, cariño. Ten la contraseña del Wifi.

—¿Tienes Wifi? — pregunté estupefacta.

—Claro, no tenemos fibra en el pueblo pero me apaño con el ADSL.

—¿ADSL? ¿Para qué quieres tú ADSL?

—Anda ésta, ¿cómo si no iba a conectarme a internet?

—¿Internet? ¿Tú? — no salía de mi asombro.

—Jajaja, pues claro. Me descargo recetas en el portátil, veo el tiempo que va a hacer y chateo con las amigas. Además controlo que me ingresen la pensión puntualmente. Desde que cerró la Caja Rural no tenemos banco en el pueblo.

—Ah — patidifusa me dejó.

Rehaciendo la imagen mental que tenía de mi abuela me conecté al Wifi. Suspiré aliviada cuando apareció el simbolito en la parte de arriba del móvil y empezó a pitar al recibir mensajes. Me senté a la mesa camilla del salón y estuve un par de horas conversando con mis amigas y revisando las notificaciones de Insta y TikTok. Al menos ese rato me sentí como en casa. Lo dejé cuando llegaron mi madre y mi abuela.

—Abuela — la pregunté —, ¿qué se puede hacer en el pueblo?

—Pues poco, hija. En la plaza está el bar de Poli. Ahora en verano saca mesas y cuando se retira un poco el sol se está muy agradable. También puedes ir de paseo hasta el pinar. Está muy bonito. Por las mañanas puedes echar el pienso a las gallinas, tengo doce en el patio de atrás.

—Una juerga, vamos — repliqué.

—Jajaja, no seas quejica. Te vendrá bien el aire puro. Por cierto, ayer me pareció ver a un amigo tuyo. ¿No te juntabas con el nieto del Matías?

—No tengo ni idea de quién es ese.

—Da igual, seguro que te lo encuentras. Con vosotras dos ahora la población ha subido a ochenta y seis habitantes, jajaja.

—Pues voy a dar un paseo, al menos me distraeré.

—Vuelve para la cena, cariño — me dijo mi madre.

He de confesar que disfruté la media hora que tardé en recorrer todo el pueblo. Las cuatro o cinco personas con las que me crucé me saludaron como si me conocieran, con las dos primeras me sorprendí, luego devolví los saludos sin extrañarme. Las calles empedradas eran anchas y frescas, sin edificios, solo casas bajas la mitad de las cuales estaban cerradas y abandonadas. En la plaza encontré más gente. Otras cuatro personas. Dos abuelos se tomaban una cervecita sentados en la terraza del bar cubiertos con sombreros de paja, y dos viejecitas paseaban agarradas del brazo. Al volver a casa pasé por la piscina en la que nos bañábamos de pequeñas. Desde fuera se notaba muy deteriorada, la maleza dominaba el espacio. Llevaba años sin usarse.

Cené con mamá y la abuela. Después me salí a la puerta. Había un poyete al lado y me senté pensando estar un rato antes de subir a la habitación, así que me “acomodé” sobre la dura piedra enredando con el móvil. Por suerte llegaba el Wifi. Estaba inmersa en mis cosas cuando sentí acercarse unos pasos. Levanté la cabeza para desear las buenas noches al viejecito de turno, salvo que me sorprendí al ver a un chico joven viniendo por la calle empedrada. Le saludé al pasar y seguí a lo mío.

—¿Rosa? — el chico se había detenido y me miraba sonriente.

—Sí, ¿nos conocemos?

—Pues claro, tontaina. Soy Salva.

Recordaba a Salva como a un renacuajo flaco y feo. Siempre con los pelos disparados y las rodillas llenas de costras. El chico que tenía ante mí era todo lo contrario. Alto y fuerte, guapo y con el pelo corto pero bien arreglado. Pensé que estaba muy bueno. Me ruboricé al darme cuenta de mis pensamientos y del escrutinio al que le sometía y me levanté deprisa con tan mala fortuna que me tropecé. Si no me hubiera cogido Salva me hubiera estampado contra los adoquines.

—No te recordaba tan torpe, Rosa.

Me zafé de sus brazos un poco avergonzada notando los duros músculos de sus bíceps y dije lo primero que se me ocurrió.

—Estás muy bien, has cambiado mucho.

—Gracias, tú también has cambiado. Para bien.

Mientras observaba como me miraba de arriba abajo me recriminé por mis palabras notando enrojecer mis mejillas. ¿Estaba tonta o qué? Para salir del paso me senté otra vez y le hice un gesto para que me acompañara.

—Siéntate anda, y cuéntame qué ha sido de tu vida.

—Jajaja, qué alegría verte. Pensaba que iba a pasar el verano más solo que la una.

—Lo mismo te digo, ahora tengo ayuda para elegir discoteca, museo y qué película ver en el cine.

—Jajaja. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

—Unos quince días. Están reformando mi casa y he venido con mi madre hasta que acaben. ¿Y tú?

—Creo que todo el verano. Mis padres no están bien, están planteándose separarse y se han dado un tiempo para pensarlo.

—Vaya, lo siento — dije.

—Quizá sea lo mejor. Llevan un tiempo que todo son discusiones.

—Bueno hablemos de algo más alegre. ¿Qué sabes de Elviro?

—Su familia se fue del pueblo hace tres años. Creo que no lo veo desde hace cuatro. Al principio hablábamos de vez en cuando. Luego poco a poco perdimos el contacto.

Estuvimos mucho rato hablando, sentados en el poyete con la espalda apoyada en la pared de la casa. No era como cuando éramos niños, claro, pero estuve muy a gusto con él. Nos contamos nuestra vida entera y nos reímos recordando las trastadas que hacíamos de pequeños. Yo le miraba intentando que no se me notara mucho, pero le encontraba tremendamente atractivo. Al final tuve que preguntar.

—Y de novias, ¿cómo andas?

—He tenido tres novias, con una de ellas, Sole, estuve casi un año, pero ahora no salgo con nadie.

—¿Tres novias? ¿Pero no tienes dieciocho años?

—Sí — contestó algo cohibido.

—Jajaja, eres un donjuán.

—¿Y tú? Con lo guapa que te has puesto traerás a los chicos de calle.

—No tanto — respondí halagada —. Tuve un novio dos años, pero me puso los cuernos.

—Seguro que es un imbécil, tiene que ser tonto para dejarte escapar.

—Gracias, Salva. Me subes el ego, jajaja — sus palabras me gustaron tanto que le di un apretoncito en la pierna. Luego dejé ahí la mano.

Seguimos charlando hasta que salió la abuela a ver qué hacía.

—Oye hija, ¡uy! Ya has encontrado al nieto del Matias.

—Buenas noches, señora — dijo muy educado Salva levantándose.

—No te levantes, que no hace falta. Rosa, ya es la una, ¿no te vas a acostar?

—Sí abuela. Enseguida entro — contesté.

—Vale, no te olvides de cerrar la puerta. Tu madre ya está en la cama. Hasta mañana, hijo.

—Hasta mañana, señora.

Mi abuela se metió dentro y yo también me levanté. Me apenaba retirarme con lo bien que lo estaba pasando con Salva, pero tendría quince días para estar con él.

—¿Qué hacemos mañana, Rosa?

—¿Qué se puede hacer en este pueblo?

—Mañana te recojo a las once. Te voy a llevar al mejor sitio de los alrededores.

—¿Al pinar?

—Veo que estás al tanto de las visitas turísticas principales.

—Jajaja. Creo que solo hay esa.

—En efecto, así que mañana mismo te llevo, jajaja.

—Vale, tontorrón. A las once te espero.

—Duerme bien, Rosa.

Me besó en la mejilla y se fue para su casa. Yo entré en la mía con una sonrisa. Al parecer, mi horrible verano estaba mejorando.

Por la mañana desayuné con mi madre y mi abuela. Las dos estaban contentas de que hubiera encontrado a Salva, sobre todo mi madre. Pensaba que así no me quejaría tanto por estar allí, y tenía razón. Con mi amigo de la niñez no tendría que estar todo el día metida en casa agotando la batería del móvil. Me puse una camiseta, pantalones cortos y zapatillas y esperé a las once. Salva llegó poco antes. Le presenté a mi madre y nos fuimos para el pinar. Era un camino de unos dos kilómetros y fuimos hablando y riendo, recordando más tonterías de cuando éramos chicos. No había sido consciente, pero ahora recordaba lo bien que me lo pasaba con los tres. Comenté con él lo buena que había sido nuestra infancia, en esa época en que no tenías responsabilidades ni preocupaciones por el futuro habíamos disfrutado muchísimo del grupo, de nuestra amistad sincera y generosa.

Llegamos al pinar cuando el sol empezaba a calentar y se agradeció la sombra que proporcionaba. Estuvimos un par de horas explorándolo. Era bastante grande, recorrido por algunos senderos que utilizaba la gente del pueblo para recoger leña o níscalos en otoño. Vimos un montón de especies de pájaros, ardillas y algún conejo. Cada vez que localizábamos algún animal, gritábamos eufóricos por verlo antes que el otro. Increíble, pero me estaba divirtiendo. A pesar del frescor que nos daba el follaje acabamos sudando. El verano en el pueblo era muy caluroso.

—Ven, vamos a un sitio que conozco — me dijo Salva.

—Vale, pero necesito un descanso.

—A eso vamos.

Salva nos metió por un sendero casi oculto por la vegetación y en diez minutos llegamos a un arroyo. Al ser verano no corría mucha agua, pero unas rocas restringían el paso del agua y se había formado una pequeña charca.

—Ahora me acuerdo — exclamé —. Aquí veníamos algunas veces a bañarnos.

—El mes que viene prácticamente no correrá el agua, pero todavía queda algo.

Me arrodillé en la orilla para refrescarme. Me lavé la cara y me mojé el cuello y los brazos. Cuando levanté la cabeza abrí la boca sorprendida. Salva se había quedado en calzoncillos y se estaba metiendo. Antes de que entrara y se tumbara para que el agua le cubriera me dio tiempo a apreciar su cuerpo. Tenía los brazos musculosos, unos pectorales fuertes y abdominales ligeramente marcados. Cuando mi mirada bajó a sus partes masculinas y aprecié el paquete que se marcaba aparté la vista ruborizada.

—¿Qué haces? — pregunté azorada.

—Me baño. El agua está estupenda. Métete tú también.

—No he traído bañador.

—Jajaja, yo tampoco, como ya has visto.

—Idiota, me has tomado por sorpresa.

—Jajaja, anda métete que se agradece el agua fría.

—No.

—Como quieras, pero te recuerdo que ya te he visto desnuda. Si hasta hemos dormido juntos.

Era cierto, pero no era lo mismo. La última vez que nos vimos Salva tenía doce años y no se fijaba en las chicas. Le interesaba más dar patadas a las piedras que el cuerpo de las mujeres.

Estuve un rato sentada a la sombra intentando no mirar a Salva. No lo conseguí. Estaba casi todo el tiempo cubierto por el agua, pero de vez en cuando se levantaba y los calzoncillos marcaban su anatomía de forma interesante. Parecía estar en la gloria, así que al final me decidí y me quité la ropa. Me metí en el arroyo solo con la ropa interior. A toda prisa porque me daba vergüenza. Si lo hubiera sabido habría venido con el bikini, pero llevaba un sujetador sencillo blanco de algodón y unas braguitas. No usaba tanga, me resultaban incómodos, pero usaba braguitas pequeñas que tapaban solo la mitad de mi trasero. Tapándome con los brazos como pude me metí jadeando al sentir el agua fría. Tenía razón Salva. Se estaba genial.

Mi amigo no perdió el tiempo, en cuanto entré me salpicó. Eso hizo inevitable lo siguiente : “¡guerra!”. Nos lo pasamos genial, no recordaba habérmelo pasado tan bien en mucho tiempo. Me daba cuenta que Salva miraba mis pechos, el agua fría me había puesto los pezones erectos y resaltaban bajo la tela, pero como yo también miraba su virilidad, que cada vez parecía más grande expuesta bajo la tela húmeda de sus calzoncillos no me importó. Estábamos empate. Terminamos respirando afanosamente sentados juntos en la charca, con el agua hasta el cuello.

—Tengo frio — dije finalmente. A pesar de nuestro jueguecito me daba corte salir del agua y exponerme ante Salva —. ¿Miras para otro lado mientras salgo?

—Claro — me dijo riéndose entre dientes.

—No mires.

—Prometido.

Salí y me encontré un dilema. No me apetecía vestirme con la ropa interior mojada ni esperar a secarme. Terminé quitándomela y vistiéndome sin ropa interior.

—Ya puedes salir — le dije cuando estaba tapada.

Salva salió del agua.

—Estás mucho mejor que antes — me dijo mirando mi pecho.

Al tener el cuerpo mojado la camiseta se me había pegado a los pechos y se transparentaba todo.

—Vístete, salido. Me doy la vuelta.

Me giré hasta que me indicó. Realmente no estaba molesta, una parte de mí estaba halagada, contenta de resultarle atractiva.

—Ya estoy. ¿Volvemos?

—Sí, tengo hambre.

—Yo también.

Volvimos cogidos de la mano. En la mano libre llevaba el sujetador, absurdamente intentando ocultarlo de Salva. Me resultaba extraño ir sin él puesto. Mis senos eran grandes, no es que fuesen enormes, pero sí lo suficiente para que se balancearan al caminar. Al principio estaba cohibida por las miradas de mi amigo, pero decidí tomar el toro por los cuernos.

—¿Vas a seguir mirándome las tetas? — pregunté deteniéndome.

—Si no te importa, sí — me dijo con desparpajo —. Si te molesta reuniré toda mi fuerza de voluntad e intentaré evitarlo.

Su respuesta me dejó perpleja. ¡Qué morro tenía! Sin embargo su sinceridad me impactó positivamente.

—Eres un salido, Salvita. Pero ¿sabes qué? No me importa. Mira lo que quieras.

De forma desenfadada posé para él. Eché los hombros atrás, saqué pecho y giré para que me admirara lo que quisiera. Salva no apartaba los ojos y tenía una sonrisa enorme. Llegué incluso a estirar la camiseta para que se apretara sobre mis senos.

—¿Bien? — le dije de guasa.

—Genial, mejor que con catorce años.

—Jajaja, cuando yo tenía catorce tú tenías doce y solo querías pelear conmigo — repliqué reanudando el camino.

—Te voy a confesar una cosa, aunque tuviera doce a ti te estaban creciendo las tetas y ya te miraba de reojo.

—¿Ah sí?

—Sí, no me entiendas mal, creo que era curiosidad más que otra cosa.

—Y lo de ahora, ¿es curiosidad también?

—Y mucha, creo que para mi salud mental deberías enseñármelas y así me lo quitaría de la cabeza.

—Jajaja, lo llevas claro.

Entre carcajadas y empellones cariñosos volvimos a casa. Salva me dio un beso y quedamos en vernos por la tarde.

Después de comer me eché un rato. No necesitaba dormir, pero me venía bien descansar después de toda la mañana andando y aproveché para contestar mensajes. Me reí cuando recibí una foto de un chico desnudo que mandaba la pícara de mi amiga Julia con un comentario picante. Se me ocurrió una maldad. Descargué tres fotos de chicas en topless de internet y les recorté la cara. Luego añadí una mía. En el espejo me hice una foto sin camiseta mostrando únicamente las tetas desnudas sin que se viera que era yo. Sin pensármelo mucho para no arrepentirme se las mandé.

“Por tu salud mental” — escribí.

A los pocos minutos me devolvió el mensaje. Me había adjuntado la foto de un chico desnudo con un miembro pequeñísimo, tenía que ser un montaje. Me había escrito : “La mía es un poco más grande”. Me reí y corté la conversación. Tampoco quería que las cosas se salieran de madre.

Al anochecer acudió Salva y fuimos a la plaza a tomar una cervecita. Solo con nuestra presencia bajó la edad media de los que estaban en unos cuarenta o cincuenta años. Nos sentamos en una mesa del bar y estuvimos hablando hasta que cerraron. Tenía razón mi abuela, cuando se ponía el sol se estaba a gusto. Camino de casa salió el tema de las fotos.

—Por cierto, Rosa. Es la primera vez que una chica me manda fotos, aunque hubiera preferido que fueran tuyas.

—Jajaja, ¿y qué te hace suponer que al menos una no era mía? — contesté siguiendo el cachondeíto.

—¿Qué?

Salva se paró y sacó el móvil. Enseguida encontró las fotos y las iba pasando comparándolas conmigo. Me dio mucho apuro.

—Quita, por favor. No me hagas avergonzarme — le aparté el móvil.

—¿De verdad que una es tuya?

—Yo no he dicho eso — hice una pausa —. Tampoco lo contrario.

—Jajaja, ¿y tú te preocupas por mi salud mental?

—Creo que eres una caso imposible, jajaja.

Esta vez, al despedirnos, me agarró con un brazo de la cintura. Me besó la mejilla y me preguntó :

—¿Repetimos mañana la excursión al pinar?

Seguía abrazada por él. Levanté la cabeza para contestarle. Nuestros rostros estaban a escasos centímetros.

—Claro, no hay mucho más que hacer.

Salva no me soltaba y yo tampoco quería, creí que iba a besarme. Como no se animaba me separé.

—Hasta mañana — le dije entrando en casa.

—Hasta mañana, cariño.

Cené con la familia y subí a acostarme. Pensé mucho en lo que estaba pasando con Salva. Le encontraba guapísimo y nos llevábamos genial, como cuando éramos niños. Ahora la relación podía ser muy distinta, claro. ¿Quería algo más con él? Di muchas vueltas al tema. Vivíamos en ciudades distintas y en menos de quince días yo me iría. Sufriría mucho si me enamoraba y teníamos que separarnos. ¿Rollo de verano? No — me contesté a mí misma —. Aparte de que no me iban esas cosas no me veía capaz de no implicarme más que eso y no poner el corazón en el asunto. Me quedé dormida sin haber decidido nada.

Para el día siguiente estaba preparada. Bajo la ropa me puse un bikini, me reí pensando en la decepción que se llevaría Salva. Cuando llegó me sorprendió la mochila que llevaba a la espalda.

—¿Qué traes? — le pregunté.

—He pensado que estaría bien comer allí, ¿te apetece?

—Genial.

—Solo he traído unos bocadillos, ¿por qué no coges una tolla por si nos bañamos? Cabe en la mochila.

Le dije a mi madre que no me esperara para comer y me fui tan contenta con Salva. Habían desaparecido mis miedos de la noche anterior, no es que no los tuviera, es que en ese momento no quería pensarlo. Me limitaría a pasarlo bien con la compañía de Salva. La otra opción era quedarme todo el día en casa y no estaba dispuesta.

Recorrimos otra zona distinta del pinar, hicimos una apuesta a ver quién veía más ardillas. Como ganó él, tuve que cantar, que era lo que apostamos. Me hizo subir a una piedra y ahí canté para él. Canto horrible, pero aguanté sus risas hasta que terminé la canción. Espero que Malú no me lo tenga en cuenta. Después de andar un rato más acabamos en el arroyo. Hoy fui yo la primera que se quitó la ropa. En cuanto me quedé en bikini le miré desafiante. Me llevé un chasco cuando le vi en bañador. ¡Maldición!

Jugamos un buen rato en el agua hasta que nos entró frio. Luego nos sentamos en la orilla con los pies en la corriente. Cuando su mano me rodeó y me agarró la cintura le imité y apoyé la cabeza en su hombro. No es que lo tuviera blandito ni fuera como una almohada, pero se estaba muy bien así. Mantuvimos un cómodo silencio, disfrutando del momento de intimidad. Al menos hasta que me sonaron las tripas.

—Jajaja, ¿quieres comer? — me preguntó achuchándome.

—No me importaría, mi estómago protesta.

—Pues a comer.

—¿De qué es mi bocadillo? — pregunté mientras extendíamos las toallas.

—De arenques con cebolla — respondió muy serio.

—¿Qué?

—Jajaja, qué cara de asco. De chorizo, tonta.

—Ah, menos mal.

Comimos sentados como los indios, charlando entre mordisco y mordisco.

—Mañana es la fiesta del pueblo de al lado, ¿quieres que vayamos?

—Vale, será agradable oír música. En este pueblo solo se oyen los pájaros y algún rebuzno — contesté.

—Pero tienes que llevar tú el coche, todavía no me he sacado el carné.

—Sin problema. Se lo pido a mi madre.

Pasamos la tarde en el pinar haciendo el vago. De vez en cuando nos dábamos un paseo y luego volvíamos a tumbarnos en las toallas. Nos bañamos por última vez y volvimos a casa. Tampoco me besó en los labios al despedirnos, aunque el abrazo fue largo y esta vez se lo devolví.

Cuando entré en casa mi madre me tomo el pelo. Nos había visto por la ventana y no tardó en pincharme con Salva.

—Parece que habéis retomado la amistad, Rosa.

—Sí, Salva es un buen chico.

—¿Os abrazabais así de pequeños?

—¡Mamá!

—Vale, vale, solo preguntaba.

—Mañana queremos ir a las fiestas del pueblo de al lado. ¿Me dejas el coche?

—No.

—¿Cómo que no? — me sorprendió su negativa. Nunca había puesto pegas a que usara su coche.

—Porque lo necesitamos la abuela y yo, pero si queréis os podéis venir. También vamos a la fiesta.

—Ah, vale. Me habías asustado.

—Además, así te puedes tomar algo, que yo conduzco.

—Eso es verdad. Pienso beber hasta que vea doble.

—Jajaja, ten cuidado no abraces al Salva que no es.

—¡Mamá!

—Jajaja.

Por la mañana no vi a Salva, eso tuvo la consecuencia de que mi abuela me mandó hacer tareas. Con unas botas enormes de goma di de comer a las gallinas, luego con una manguera limpié el patio y el gallinero. ¡Quién me iba a decir a mí, urbanita total, que desempeñaría esas tareas y encima con gusto! Mi abuela me echaba un ojo de vez en cuando y como me veía hacerlo con agrado y canturreando se reía bajito. Mi abuelita estaba mayor, pero no tonta. Lo último que hice fue regar las plantas. La casa estaba llena, y en cada ventana había un macetero de geranios. Rellené un montón de veces la regadera hasta que todas las plantas estuvieron felices. Como una que yo me sé. El resto del día lo pasé con el móvil, que lo tenía muy descuidado.

Sobre las siete llegó Salva vestido de punta en blanco. En el pueblo eso significa llevar vaqueros largos y camiseta. Yo me puse una falda hasta la rodilla y camiseta también. Enseguida salimos para el pueblo vecino, Zanzarria. Era un pueblo de unos mil habitantes. Lo único que recordaba de él era una gran plaza donde alguna vez me llevaron mis padres.

Mi madre condujo con mi abuela a su lado. Salva y yo en el asiento de atrás. Tardaríamos una media hora en llegar a Zanzarria. Aparcamos en las afueras y caminamos hasta la plaza. Estaba llena de farolillos y ristras de banderitas colgantes. Todo el perímetro estaba cubierto con mesas que atendían los tres bares de la plaza. Al fondo había un escenario donde más tarde tocaría la banda. Es curioso cómo en pueblos tan pequeños hay tantos bares y se contrata un pedazo de orquesta para las fiestas. He llegado a pensar que si no llevan a bandas similares a los Rolling Stones echan al alcalde en las siguientes elecciones, jajaja.

La plaza estaba llena de gente de todas las edades, aunque la edad media era alta, afortunadamente se veía algo de juventud. Mi abuela enseguida ocupó una mesa que dejaban libre en ese momento.

—Rosa, Salva, tomaos una cervecita con nosotras. Luego podéis ir a vuestro aire — nos dijo haciendo un gesto señalando las sillas libres.

Nos sentamos con ellas y esperaron a que nos pusieran la cervecita para empezar a pincharnos.

—Entonces, Salva — dijo mi madre —, supongo que te habrás alegrado de encontrar a Rosa.

—Sí, señora, mucho.

—Es muy guapa mi nieta, ¿verdad? — atacó mi abuela.

—Eeeeh… sí, muy guapa.

—¿Y tienes novia? — insistió.

Salva no sabía dónde mirar. Me reía interiormente viendo su azoramiento y el rubor que se había extendido por su rostro, pero acudí en su rescate.

—¿Conoces a mucha gente aquí, abuela? — intenté desviar los tiros.

—Claro, hija. Son muchos años y el centro de salud está aquí. Vengo a menudo — me sonrió adivinando mi estrategia.

—Seguro que hay muchas afecciones de garganta, a lo mejor por hablar mucho.

—Es posible.

Mi madre, mi abuela y yo manteníamos la cara seria intentando aguantar la risa. La cara de mi amigo, sin embargo, se había oscurecido un par de tonos. Por suerte se apiadaron de él y no volvieron a sacar el tema. Estuvimos bastante rato con ellas, hasta que llegó una abuelita a saludar. En ese momento nos levantamos y nos despedimos para dar una vuelta.

Nos dimos una vuelta por la plaza parando un par de veces en algún bar para comer algo, haciendo tiempo hasta que empezara la música. En cuanto empezó a anochecer subieron los músicos. Eran cuatro, con una mujer muy guapa como cantante. Para mi desesperación empezaron tocando pasodobles. Las parejas de abueletes y alguna de mediana edad salieron a bailar y Salva y yo lo contemplábamos desde fuera. Lo cierto es que se los veía disfrutar mucho y el espacio reservado para bailar estaba lleno. Como a la media hora cambiaron de tercio. Empezaron con música más marchosa y muy muy actual : Raffaela Carrá, El Fary, Los Chichos… Ahí nos animamos y salimos a bailar.

A mí me encanta, así que estuvimos pegando botes y meneando las caderas mucho tiempo. Salva me seguía sin demasiado ánimo. Pronto se escaqueó.

—Voy a por una copa. ¿Vienes o me esperas aquí?

—Te espero. Tráeme un ron con Coca—Cola.

—Vale, enseguida vuelvo.

Estuve un rato bailando una canción de Tequila cunado me percaté que tres chavales se me arrimaban cada vez más. No tardaron en intentar ligar conmigo.

—Hola guapa, ¿estás sola? — ¡qué cutre! Desde luego no se lo había currado mucho.

El que se dirigió a mí con tan ingeniosa frase tendría unos dieciocho años, sus amigos tendrían unos quince o dieciséis.

—No, estoy con un amigo.

—Yo no te dejaría sola — el galán demostraba tener más repertorio.

Pasé de ellos esperando que me dejaran tranquila, pero me rodearon insistiendo. A pesar de estar en medio de la plaza llena de gente, me sentí un poco acosada. Cuando intenté salir para buscar a Salva me impidieron el paso. Afortunadamente mi amigo llegó en ese momento. Con una copa en cada mano se coló entre los dos más pequeños y me rodeó con los brazos. Agradecí enormemente su presencia hasta que, para dejar claro que estábamos juntos, me besó.

Me quedé petrificada, solo sentía los suaves labios de Salva contra los míos. Cuando se apartó y volvió a besarme, mis manos rodearon su cintura y me apreté contra él, participando ahora del beso. No usamos la lengua, pero nos besuqueamos durante mucho tiempo, años quizá. Cuando nos separamos estaba sofocada, pero al ver su sonrisa le correspondí con otra. Miré alrededor y los chicos ya no estaban. Cogí a Salva del brazo y salimos de la pista de baile.

—¿A qué ha venido eso? — le pregunté después de cogerle una copa y dar un buen trago.

—Creo que necesitabas ayuda.

—¿Y esa es tu forma de ayudarme?

—¿No te ha gustado? — me preguntó con picardía.

—Sabes que sí — confesé.

—Pues todo está bien, creo que ya no te molestarán más.

No contesté y bajé la cabeza, pero no pude evitar una sonrisa.

Nos tomamos la copa charlando tranquilamente. Luego bailamos un poco más. Cuando cantaron algunas canciones lentas bailamos muy pegados. Los brazos de Salva en mi cintura se sentían bien. Apoyé la cabeza en su hombro y me dejé llevar disfrutando del momento.

Como a la una de la mañana nos encontró mi madre. Nos habíamos sentado a una mesa y tomábamos una copa hablando con las cabezas muy juntas.

—Chicos, la abuela está cansada y queremos irnos — nos dijo.

—Claro, mamá.

El camino de vuelta fue estupendo. Cansados, todos permanecimos en silencio. Salva me rodeó los hombros con su brazo y yo me recosté contra él. Sentí llegar al pueblo tan pronto. No pude despedirme de él como hubiera querido porque mi madre le llevó a su casa en el coche, pero antes de bajarme me dio un beso suave y rápido en los labios que me supo a gloria.

Igual que esa noche no me preocupé por mi situación con Salva, cuando me desperté por la mañana no pude pensar en otra cosa. Le daba vueltas y vueltas a si permitirme profundizar la relación o no dejar que prosperara. Mientras desayunaba con la familia no paraba de comerme el coco. Sus besos, aunque muy castos, habían sido mejores que cualquiera de los anteriores. No dejaba de sentir su sabor en mis labios. Evidentemente me lo notaron, pero mi madre y mi abuela por una vez no sacaron el tema. Debían darse cuenta de lo que me pasaba.

Cuando Salva pasó a recogerme me alegré como si llevara muchos días sin verlo. Venía con la mochila para volver al pinar. Sorprendentemente, ir todos los días al mismo sitio ni me cansaba ni me parecía mal. Además, tampoco había para elegir, jajaja. Hicimos el recorrido de siempre, paseo entre los pinos, recorrer senderos a ver dónde llevaban y luego baño. Estábamos tomando el sol después de jugar en el agua cuando Salva quiso provocarme.

—Te reto.

—Acepto, ¿a qué? — para valiente, yo.

—Puntería con piedras, al mejor de cinco.

—¿Qué nos jugamos?

—Pues no sé… — por cómo le brillaban los ojos tenía algo en mente. Dejé que se hiciera el interesante —. Ya lo sé, a las prendas.

A pesar de esperar algo parecido me sorprendió. El caso es que yo tenía dos, las dos piezas del bikini, y el solo tenía una. Además, al menos a los doce años era toda una campeona, si había mantenido la habilidad, Salva no tendría ninguna posibilidad. El asunto era si estaba dispuesta a llegar tan lejos tan rápido.

—Vete quitando el bañador — dije toda chulita —, ni siquiera merece la pena que compitamos.

—De eso nada, ¿ves ese agujero en el árbol?

—Sí — contesté siguiendo su mirada.

—Al mejor de cinco. Busca tus piedras.

Tardamos un par de minutos en tener cinco piedras cada uno. Empezó tirando él y falló. Después de burlarme fallé yo también. Ahora fue el turno de Salva de reírse. Al segundo intento falló también y yo acerté. Luego atinó dos veces contra mis tres aciertos. Había ganado por goleada. Salté en el sitio levantando los brazos en señal de victoria. Salva miraba mis alegres pechos algo ruborizado. Tendría que desnudarse. A punto estuve de perdonarlo, pero la situación me estaba divirtiendo. Con los brazos en jarras esperé frente a él sin decir nada.

—¿Me lo tengo que quitar? — me preguntó.

—Si hubiera perdido yo, ¿me hubiera tenido que quitar el bikini?

—Sí — contestó con sinceridad.

—Pues venga machote, a ver el pajarito.

Tampoco se cortó mucho. A pesar del rubor de su rostro se quitó tranquilamente el bañador y se irguió ante mí. Sólo eché un vistazo rápido, no quería avergonzarlo de más, y me gustó mucho lo que vi.

—Vale, has cumplido. Vamos a tomar un rato el sol.

—Quiero la revancha.

—¿Quieres perder otra vez?

—Has tenido suerte, esta vez te voy a machacar.

—Vale, pero si pierdes ¿qué te juegas?

—Ah, pues no sé.

—Bueno, yo te pongo luego un castigo. Vamos a recoger las piedras.

Fue lo mejor de todo, ver a Salva andando desnudo, agachándose hasta el suelo con su bonito miembro colgando me tenía hipnotizada.

—¿Te gusta? — me preguntó la segunda vez que me pilló mirando.

—Sí, la verdad es que sí.

—Me alegro.

Nos sonreímos mutuamente, me dieron ganas de abrazarlo y besarlo y me tuve que contener. Tenía curiosidad por saber cómo terminaba todo, aunque tenía una idea de cómo me gustaría. Volvimos a probar nuestra puntería y volví a ganar. Se le veía resignado mientras yo danzaba triunfal.

—¿Qué tengo que hacer? — me preguntó contrito.

—De momento vamos a bañarnos.

Le agarré de la mano y nos metimos en el agua. He de reconocer que fui malvada, pérfida. En cuanto se descuidó me subí a su espalda. Él notaba perfectamente mis pechos aplastados contra él, pero jadeó cuando mis pies tocaron sus partes masculinas. Consiguió que le soltara y terminamos sentados juntos en el borde del arroyo, todavía dentro del agua. Siguiendo con mi nueva política malvada le acaricié el abdomen, suavemente le frotaba en círculos. Cuando noté como su miembro empezaba a crecer salí del agua.

—Venga, te regalo una oportunidad. Si me ganas me quito todo.

Salva abrió mucho los ojos y sonrió encantado. Ahora disfruté más al verle recoger las piedras con su virilidad a medio camino de una erección. Los dos acertamos el primer tiro y fallamos el segundo, el tercero también acertamos los dos. El cuarto atinó él y yo fallé. Me ganaba por uno. Erró el último tiro. Si yo acertaba empatábamos y si fallaba ganaría él.

Lancé la piedra y dio justo donde quería. Fuera de la diana. Salva gritó levantado los brazos, sabiéndose ganador y sabiendo el premio que le esperaba. A pesar de estar deseando desnudarme para él me hice la remolona.

—Creo que deberíamos dejarlo aquí — le dije fingiendo estar avergonzada.

—Pero has perdido.

—Sí, pero como me debías un castigo me parece justo dejarlo en empate.

—Vale, tienes razón — me dijo después de unos momentos. El pobre estaba desilusionado pero no quería obligarme. Era un cielo.

Se giró para buscar su bañador y vestirse, momento que aproveché para quitarme a toda prisa el bikini. Todo. Parece obvio, pero me sentí desnuda, jajaja. Estaba deseando mostrarme ante él, sabía que yo le gustaba, pero ahora necesitaba que mi cuerpo también fuera de su agrado, que le excitara verme.

—Salva — llamé antes de que se pusiera el bañador.

Cuando se giró le cambió la cara, pasó de la desilusión al gozo en una milésima de segundo. Levanté los brazos para erguir mis pechos y me di la vuelta posando para él. Sus ojos me recorrían entera sin descanso. De mi cara a mis pechos, luego a mi ingle y de vuelta a los pechos. Si no tenía cuidado sufriría un esguince en los globos oculares, jajaja.

Cuando dio un paso acercándose salí a su encuentro y nos unimos en un abrazo y un beso. No fue tentativo ni suave como los anteriores, fue un beso profundo y hambriento. Me agarré a su pelo para no dejarle escapara. Gemí en su boca cuando sus manos acariciaron la curva de mi trasero. Ambos nos exploramos mutuamente, recorrimos el cuerpo del otro ávidos de contacto, de piel. Su culo estaba duro, su espalda musculosa, sus brazos fuertes. Su duro miembro presionaba mi abdomen. Nos dejamos llevar hasta que nos separamos para respirar, mirándonos a los ojos con calor en la mirada.

Salva bajó la cabeza hasta atrapar un pezón entre sus dientes. Suspiré cuando usó la lengua en mi pecho y amasó el otro son su mano. Apreté su cabeza contra mi seno, se sentía genial. Cuando paró le cogí de la mano y le llevé a la toalla, nos tumbamos uno al lado del otro y estuvimos mucho tiempo compartiendo besos y caricias. Tardé mucho, pero cuando así su miembro me propuse no soltarlo nunca. Deslicé mi mano por toda su longitud, apreciando su dureza y buen tamaño. Estaba muy caliente y la deseaba. Dentro de mí. A pesar de eso quise prolongar el momento y le hice una lenta y suave paja. No tenía intención de que se corriera, no todavía, pero le di placer mirando sus ojos brillantes.

Cuando Salva se puso sobre mí abrí las piernas anhelante. Se ayudó con la mano para penetrar mi interior. En cuanto estuvo dentro empezó a balancear las caderas. Yo le rodeé con mis piernas, notando cómo mi vagina se dilataba y el placer empezaba a generarse en mi centro. Agarré su rostro con las dos manos y le atraje a mi boca. No me cansaba de besarle. Mi lengua jugó con la suya mientras seguía bombeando mi interior. Un orgasmo empezaba a construirse lentamente, aumentando poco a poco mi placer. Hábilmente Salva deslizó una mano entre nuestros cuerpos y me acarició el clítoris. Mi gozo aumentó exponencialmente.

—No, por favor — pedí —. Quiero que dure.

—No voy a aguantar mucho más — me dijo jadeando.

Volví a pegarme a su boca. Dejaría que él eligiera el momento. Seguimos haciendo el amor unos pocos minutos, ambos intentando prolongarlo. Dejé de contenerme cuando volvió a acariciarme el clítoris.

—Hazlo fuera, Salva.

Asintió con la cabeza y levantó el torso. Me embistió con más fuerza, más profundamente. Sentía su polla en lo más hondo. El orgasmo me alcanzó y solo pude dejarme llevar por la exquisita sensación. Apresé las caderas de Salva con mis piernas y tensé todo el cuerpo disfrutando del éxtasis. Fue fabuloso. Notaba a Salva retorcerse sobre mí, cuando comprendí lo que le pasaba le liberé de mis piernas. Enseguida se salió de mi interior para expulsar su semilla sobre mi cuerpo. Sus chorros llegaron a mi abdomen, a mis pechos, yo le miraba extasiada levantando la cabeza para poder verlo. Su miembro amoratado parecía una fuente, incluso uno de sus disparos llegó a mi barbilla. Pude oler su ardiente semen sobre mi piel.

Cuando terminó de correrse se tumbó a mi lado. Limpió mi barbilla con los dedos y me sonrió con ternura. Permanecimos en silencio compartiendo suaves besitos y caricias.

—Creo que debemos bañarnos otra vez — le dije tras un rato —. Al menos yo para quitarme tu pingue de encima.

—Jajaja, pues me ha parecido que te gustaba, Rosa.

—He de confesar que sí — dije después de pensarlo —, sí me ha gustado. Pero ahora que está frio ya no tanto.

—Venga, un bañito y a comer — se levantó y me tendió la mano —, que con el ejercicio me ha entrado hambre y tengo que reponer fuerzas para otra ronda.

—No sé si te has ganado otra ronda — contesté maliciosa.

—Jajaja, sabes que sí. Pones una carita preciosa cuando te corres.

—Calla, idiota, a ver si te crees que tú no enseñabas los dientes.

Entre risas nos dimos un baño, luego nos vestimos y comimos. No disfrutamos de otra ronda. Fueron dos. La primera con los dos sentados y muy juntitos y la segunda le cabalgué. Ciertamente me gustó más la primera. Me pareció más íntimo y amoroso.

Cuando volvíamos a casa no pude evitar que se me escaparan unas lagrimitas. Salva me agarró preocupado.

—¿Estás bien, Rosa? ¿Te pasa algo?

—No, nada.

—Cuéntame, algo te pasa si lloras.

—Es que estaba pensando en lo que será cuando me vaya. En unos días volveré a casa y no te veré — no quería confesarle que me estaba enamorando. Él no había hecho ninguna mención al amor entre nosotros.

—Bueno, está claro — me dijo como si fuera obvio —. Tú eres mi novia, ¿no?

—¿Por qué? — conseguí balbucear.

—Porque te quiero — me agarró las mano mirándome a los ojos —. Desde el momento en que te vi sentada a la puerta de la casa de tu abuela lo supe. Eres mía.

Me derretí mientras el corazón se me paraba y luego volvía a funcionar en modo acelerado.

—¿Me quieres?

—Claro, con locura. Ya te quería a los doce años, pero era muy pequeño para darme cuenta. Ahora sí lo sé. Te quiero. Y no pienso dejarte escapar. Bueno… ¿tú me quieres a mí?

Sin contestar me aferré a él y le besé. El beso supo salado, pero no podía dejar de llorar.

—¿Y cómo vamos a hacerlo cada uno en su ciudad?

—Eso es fácil. Nos veremos los fines de semana, tampoco estamos tan lejos. Unas tres horas en coche. El curso que viene intentaré cambiarme de universidad y podremos estar juntos todos los días. Mientras tanto tenemos el móvil y el ordenador.

—¿Tú crees que funcionará? — pregunté esperanzada.

—Seguro. Ni se te ocurra pensar que te dejaré escapar.

Retomamos el camino ya más animada. Podríamos intentarlo. Solo tendríamos que aguantar un año hasta reunirnos en la misma ciudad.

—Además — dijo —. Siempre he querido probar el sexo a distancia.

Le miré hasta que se echó a reír. Volvimos al pueblo abrazados, parando a menudo para besarnos.

Cuando pasaron los quince días y tuvimos que regresar pedí a mi madre y a mi abuela que me dejaran quedarme en el pueblo hasta el final del verano. Ninguna se sorprendió. Prolongué mi estancia todo lo que pude. Cuando nos tuvimos que separar Salva y yo ambos estábamos profundamente enamorados. Lloré hasta quedarme sin lágrimas, pero tenía confianza en nosotros y sabía que nuestra relación era fuerte. No dudaba de que lograríamos superar el primer año.

Pero esa es otra historia para otro momento… o no.