Amigo Murphy
Las probabilidades de echar un polvo son inversamente proporcionales a las ganas que tengas
Intenté retrasar el momento de la ducha porque esperaba la llamada de Carlos para confirmar el sitio de nuestra primera cita. La hora ya estaba acordada, pero parecía que llegaría tarde. No sé cómo lo haces Angelito, pero siempre se te hace tarde. El caso es que estaba frotándome el champú cuando el politono de mi móvil comenzó a sonar. ¡Mierda! Lo sabía . Intenté aclararme lo más rápido posible para llegar hasta el Nokia, pero fue inútil: cuando logré cogerlo dejó de sonar. Volví a la ducha para acabar de enjuagarme y la situación se repitió. ¿Pero por qué llamas? Me toca a mí devolverte la llamada . Esta vez la suerte fue peor, pues me resbalé en la bañera y mi espinilla fue a parar a la única parte puntiaguda de la misma. ¡Joder! Qué bien me va a quedar el pantalón corto con este moratón.
Terminé la odisea del aseo y por fin contacté con Carlos. A las siete en la puerta del centro comercial estaba bien, pero seguro que llegaba tarde. Qué desastre, tengo que lavar el coche que está impresentable…¿Por qué la camisa en la que había pensado estaba sin lavar? No pasaba nada, la plancharía en un momento. En ello estaba cuando ¡zas! Una mancha en toda la barriga. ¡Mierda x2! Y ahora qué me pongo. Tranquilidad , la blanca estaba limpia, planchada y sin ninguna mancha a la vista. Con tanto estrés me estaba empezando a doler el tarro, así que antes de salir de casa paré en la cocina para tomarme un paracetamol. ¿Por qué siempre que abres la caja te encuentras el prospecto? ¿Quién coño se lo lee? Imagino que por la misma razón por la que te mojas al beber a morro de la botella justo antes de salir a la calle. Mi madre tenía razón: hay que beber en un vaso.
Bueno, ya estaba de camino, el lavadero de coches me pillaba de paso y un euro y un par de minutos me bastaban para dejarlo reluciente. Además con el sol se debería secar rápido. ¿Sol? Se debió esconder justo en el momento que salí de la gasolinera para que una molesta nube descargara cuatro oportunas gotas sobre mi deportivo azul. Claro, si lavas el coche llueve. Y si vas con prisas encontrarás todos los semáforos en rojo. A eso ya estaba acostumbrado porque como digo, siempre voy con prisas porque siempre salgo con la hora pegada. Y luego estaba el tema de encontrar aparcamiento. Un centro comercial un sábado por la tarde no es el sitio idóneo para ir en coche. Putos domingueros. Conseguí aparcar al lado de la zona de carga y descarga justo en el lado opuesto a la puerta principal. Encima llegaré sudando . Pero no, lo bueno que tenía rodear todo un edificio es que pillas sombra amén de tener la posibilidad de ir viendo como decenas de coches abandonan las plazas de parking por la que hubieras matado hace tan sólo unos minutos.
Carlos esperaba - imagino que impaciente - en la puerta, rodeado de los fumadores desplazados por la Ley Antitabaco con las miradas puestas en la gente que se iba acercando para acceder al sitio favorito de padres de familia que no encuentran lugar mejor que llevar a sus hijos los fines de semana para desintoxicarlos de la TV y videoconsolas y adentrarles en el maravilloso mundo consumista y de comida basura. Alcé la mano para hacerle una señal a Carlos en el preciso instante en que una pareja pasaba a mi lado a una distancia milimétrica que provocó que mi brazo chocara con el pecho de la chavala. No lo siento. Será que no hay sitio. Gracias a Dios la chica no dijo nada para desgracia de los fumadores expectantes de algo de emoción en su momento vicioso.
-¿Llevas mucho esperando? El tráfico...
-No, no te preocupes – contestó Carlos diplomático.
Como dije al principio, era la primera vez que quedábamos. Nos habíamos conocido unas semanas antes en un chat, desde el que pasamos al Msn y desde el cual pasamos al teléfono. Para la cantidad de descerebrados que uno encuentra en esos sitios, Carlos parecía un tío normal. Esa primera impresión fue confirmada por un par de fotos que me enseñó y reconfirmada en esta primera cita. Desde luego no era un tío de esos que llaman la atención. No estaba cachas (eso sí que lo sabía) ni tenía un pelazo ni ojos azules. Era, para bien o para mal, un tío normal.
Nos sentamos en una terraza a tomar una cerveza. ¿Y mi mechero? Me lo había dejado en el coche. Si cuando digo yo que soy un desastre…
-Perdona, ¿me das fuego? – les pedí a los de la mesa de al lado. Joder, no enciende con el aire. Probé a cambiar de dirección, a tapar con una mano, con las dos…
-Toma, prueba con este – me sugirió uno de los interrumpidos. Y al cogerlo, ¡pumba! Se me cayó al suelo. Qué torpe.
-Gracias, voy a tener que dejar de fumar…
Nos pusieron la siempre socorrida tapa de pan con jamón y queso. Pero ¿por qué narices le echan tomate y aceite? Es el bocado ideal para pringarte en tu primera cita.
-¿No comes? – se extrañó Carlos.
-No me apetece, gracias. ¡Mentira!
Con la segunda caña nos pusieron patatas bravas. Mucho más cómodo, donde va a parar…¡Pues a mi camisa blanca!
-¡Vaya lamparón! – se rió mi amigo.
Y esa es una de las situaciones en la que debes mantener la calma. En la que crees que todo el mundo te mira pero no es así (¿o sí?) y en la que una servilleta de bar debería limpiarte y no extenderte aún más la mancha de tomate.
-Ve al baño, anda.
Daba igual. A este ritmo la cagaría de nuevo tropezándome con la mesa de al lado, dando vueltas sin encontrar el lavabo o ponerme perdido de agua por lo que sería peor el remedio que la enfermedad. Siguieron un par de cañas más acompañadas de una inofensiva ensaladilla rusa y unas cortezas. La ensaladilla no me aventuré a probarla ¿Mayonesa y ketchup en mi camisa? No gracias. Las cortezas estaban bien. Pero no. Eran las típicas que se atragantan en el gaznate provocando una tos tremenda, unos sudores de la muerte y un rubor descontrolado e indeseado.
-¿Estás bien?
-Sí, sí, cof, cof.
Pedimos la cuenta y pagué (qué menos) y sí, llevaba dinero. Eso no me lo había olvidado. Llegamos hasta mi coche sin sobresaltos. Carlos había venido en trasporte público, haciendo evidente su lógica frente a mi insensatez. Y seguro que a él le llovió mientras le llevaban cómodamente por un carril bus sin semáforos…
-Bueno, ¿qué hacemos?
-No sé, pero si vamos a algún lado debería pasarme por casa a cambiarme.
-Bueno, pues te acompaño.
Por extraño que parezca Carlos no salió despavorido, puede que por alguna razón más extraña todavía como que yo le gustase. O puede que simplemente se lo estaba pasando bomba a mi costa.
-¿Aparco y subes o me esperas en doble fila? – pregunté yo ingenuo e inocente.
-Lo que quieras.
Noooo, esa respuesta nooooo . No quería que me tocara a mí decidir. Si me espera en el coche no habrá polvo y si le digo que suba puede que no quiera él que lo haya. Vaya lío.
-Anda mira, un sitio. Ah no, es un vado. - ¿Aparco entonces?
-¿No tienes garaje?
-Sí, justo aquí a la vuelta.
No, tampoco rocé mi coche con ninguna columna a pesar de la estrechez y de las cuatro cervezas. Ni tampoco me dejé las llaves dentro. Ni olvidé el mechero esta vez. Mi teléfono sonó aun con la única y solitaria rayita de cobertura que permitía el ascensor. No conocía el número así que tuve que contestar por si era algo importante. ¿Dónde está la llave? En el bolsillo contrario como no podía ser de otra manera. Invité a Carlos a sentarse y le ofrecí una cerveza. Aceptó, así que era buena señal. Cogí yo otra y nos sentamos en el salón. Mi camisa seguía sucia así que esta vez no derramé nada ni me manché con nada. ¿Para qué? Desde luego era el momento ideal de peli americana de la excusa perfecta para desprenderse de ella y enseñar torso desnudo. Pero no. Seguramente se me trabaría algún botón o se quedaría enganchada en mi cabeza. No había que tentar más a la suerte.
Es más, tenía a un tío en mi casa un sábado por la noche que había aguantado mi retraso y mis infortunios, así que la suerte no me estaba dando la espalda del todo. Y más aún lejos de comidas que pringan y miradas vergonzantes dispuestas a poner a prueba mis nervios. Precisamente ellos, junto con Carlos, eran mis únicos acompañantes en aquel momento. Espero que no me jueguen una mala pasada.
-Pues qué casa más bonita – típica frase para romper el hielo.
-Gracias – típica respuesta para volver a enfriar y rescatar el silencio. - Mmm, ¿quieres comer algo?
-¿Te mancharás esta vez?
-Ja, ja, ja. Graciosillo. Dije que si querías comer tú algo…
-Ya, era broma. No te enfades.
Su aclaración vino acompañada de su mano hasta mi pecho para toquetear mi mancha de salsa. Sí, va a ser verdad que funciona la excusa como en la tele porque no sólo se detuvo en la mancha, sino que acarició mi pecho y subió por mi cuello. Acercó su boca para besar la mía. Obviamente yo le respondí y nos fundimos al tiempo que las lenguas se entretenían entre los dientes y nuestros labios y las manos comenzaban a buscar otros sitios. La mía se centraba de momento en la espalda de Carlos. Las suyas se repartían entre mi mejilla y mi entrepierna. Nada de rodeos y nada de dilaciones, pues se ayudó de la segunda mano que abandonó las caricias de mi rostro para centrarse en el cinturón que no tardó en desabrochar. Yo le imité.
Me desprendí de sus pantalones en un momento. Quién lo hubiera dicho después de la que lié con un simple mechero. Simple también era esta nueva situación. Tenía a Carlos, el tipo normal, vestido únicamente con un slip blanco deseoso de quitarme la maltrecha camisa para lamer mis pezones. Me empujó sobre el sofá y yo me dejé hacer. Se pasaba de uno a otro manteniendo su ardiente lengua por mi pecho. Dibujando con ella esbozos de saliva que erizaban mi vello. Sigue . Pero no siguió. Le llegó el turno a la parte más caliente de mi cuerpo, ya completamente desnuda, empalmada y receptiva.
Carlos comenzó con la punta sobre mi glande y con ella mi primer estremecimiento que me hizo retorcerme al tiempo que un cosquilleo indescriptible pero increíblemente placentero había transitado por cada rincón de mi figura. Y ningún rincón de mi polla quedó sin ser lamido por la tranquila e insistente lengua de Carlos. Un primer mordisco atraía otra ondulación de mi pelvis y el acto reflejo de llevar mis manos a su cabeza, que se hundía entre mis piernas como su boca se hundía a lo largo de mi verga.
Se confirmaba la paciencia de mi amigo. No sé cuánto tiempo estuvo dándome placer de aquella manera. Y no, tampoco sufrí un gatillazo. Todo lo contrario. No sé cómo lo hacía, pero el gozo que sentía ahuyentaba inconscientemente cualquier atisbo de corrida precipitada. Mis manos seguían sobre su pelo, intentando de vez en cuando dirigir su cabeza hasta la mía, pero Carlos se mantenía firme. Sus manos volvieron a escena. Agarró mi polla con ambas estirando lo poco que su dureza permitía y apretando para hacerla parecer más grande de lo que realmente era. Una de ellas llegó de repente hasta mi boca. Se la chupé sin pensar intentando prever lo que quería. Efectivamente, la llevo hasta mi culo y jugó con su índice en él. Sorprendentemente dejó de comerme la polla. Se incorporó quedándose de rodillas sobre el sofá, con su mirada lasciva clavada en mis ojos y un segundo dedo queriendo penetrar en mi ano.
Sin apartar su vista se llevaba los dedos a su boca y después a la mía y después de nuevo a mi culo que cada vez los recibía mejor y anhelaba la adición de algún otro. Abrí las piernas para dejar más hueco y Carlos sonreía manteniendo su pícara sonrisa como mantenía aún so polla bajo el calzoncillo. Me preguntó casi en susurros si me gustaba. Vaya pregunta. Desde luego mi cara y mis gemidos dejaban muy clara la respuesta como mi ano respondía a los cada vez más inquietos dedos de Carlos.
-¿Quieres que te folle?
Tampoco hubo respuesta vocal por mi parte. Carlos no la necesitaba. Se quitó por fin los slips para dejar ver una polla dura de tamaño normal, como él, como la situación. Se la lubricó dejando caer su saliva desde la boca y acariciándola poco después. Mi culo ya estaba receptivo. Me apartó las piernas para que pudiera tenerlo aún más. Y sin dilaciones frotó su tórrida punta en mi recto que parecía querer absorberla sin más moratorias.
-Fóllame.
Carlos me hizo caso. No parecía tener tanta calma como con su lengua un rato antes. Las embestidas empezaron fuertes. Esa sensación característica medio placentera medio dolorosa apenas duró unos instantes para quedarse sólo en un desgarrador gusto acompasado de un alentador sollozo que excitaba a Carlos acelerando sus arremetidas, estimulando mis gimoteos, avivando los suyos y apresurando su…corrida. ¿Ya? ¿Así, sin avisar? Con razón se había detenido tanto tiempo con la boca. ¿Un gatillazo? ¿Tan joven? ¿Eyaculación precoz? Bueno, quizá la probabilidad de que el otro se corra antes de tiempo es directamente proporcional a las ganas que tengas tú de que no lo haga. Entonces no es culpa suya sino mía. Pobre .
El caso es que no mostró un ápice de sorpresa. Ni tampoco yo mostré ningún interés por saber en realidad el porqué. Se apartó de encima de mí, se sentó sobre el sofá y rescató su cerveza por mucho que la que necesitaba de veras ser rescatada era mi polla que se quedó compuesta, ardiendo y tiesa con ganas de terminar ser ordeñada . ¿Me la machaco? No, está feo. ¡Qué coño! Feo está lo que este tío normal ha hecho conmigo: dejarme a medias. En fin, no era para tanto.
-¿El baño?
Ah, que es en serio. Escuché el grifo y escuche sus pasos de vuelta sobre el parquet.
-Bueno tío - decía mientras comenzaba a vestirse de nuevo. –Ha sido un placer.
No puedo decir lo mismo.
-Hablamos por el Messenger – continuó.
No, yo no respondo. Sigo boquiabierto sin saber qué decir. Lo ingenioso se me ocurrirá justo cuando cierre la puerta tras de sí.
-Gracias por las cañas.
Que no, que yo sigo en mis trece y no articulo palabra alguna. ¿Por qué siempre es más fácil hacerlo de la manera más difícil? Con lo socorrido que hubiera sido un OK. Sonríe, mañana podrá ser peor.
-Ok, hablamos.
¡Y una mierda! Acaso me darás una explicación por Msn?
Y se fue con una sonrisa. La persona capaz de sonreír cuando las cosas van mal, ya ha pensado a quién echarle la culpa, aunque dudo que Carlos fuera consciente de que algo había ido mal. Yo sí lo era: cuando algo va mal, siempre puede ir a peor. Puto Murphy.