Amigas universitarias.

Dos chicas aburridas tendrán un entretenido pasatiempo en un día de lluvia.

Amigas universitarias.

Laura y María eran unas estudiantes de Derecho que además de ser compañeras de facultad, compartían piso. Dos chicas risueñas y soñadoras que sin embargo, sufrían un aburrimiento de clase, al proceder ambas de familias adineradas, pero cuyo concepto de diversión era por completo distinto al resto de los mortales. Así, en un día de lluvia, sino lo dedicaban al estudio de esos gordos libros o pasaban el rato en algo interesante que echaran en la tele, se convertía en la tarde más aburrida del mundo. De este modo, esas dos amigas, futuras abogadas y compañeras de piso se pusieron a hablar de sus antiguos novios y de los que todavía quedarían por llegar. - Si tuviera aquí a un chico, sé muy bien lo que le haría. – Dijo Laura, la morena, arremolinándose el cabello corto, mientras María, se pasaba su pelo largo rubio por sus dedos, sonriendo. De pronto llamaron al timbre, pero Laura no tardó mucho en despacharle, tanto que él quedó taimado, impávido a fuera. Tras un segundo, Entonces, le cogió y tiró de él, hasta llevarle dentro y cerrar la puerta detrás suya. Daba un poco de risa y seguramente en cualquier otra circunstancia hubiera pasado desapercibido, sobre todo por ellas. Pero, al menos, tendrían la tarde ocupada en conocer a ese chico que se había presentado en su piso como miembro de una iglesia protestante para adoctrinar la palabra relevada. Adoctrinar, lo que se llamaba adoctrinar, no adoctrinaría, pero revelar, todo lo del mundo. En esos momentos, estaba sonando una canción lenta, cuando María salió con un par de vasos. Le dio a probar de la copa, deslizando por su gaznate toda la bebida que a punto estuve de marearse, cuando fue a servirle más alcohol. - No quiero más, creo que ya es suficiente. ¿No pensareis emborracharme?. - ¡Te importa!. Bailemos. La rubia se pegó a él y le asestó un beso, mientras le rodeaba el cuello con sus brazos. Llegó incluso a intimidarle, incomodándole su mirada tan fija y su rostro siempre sonriente. Pero no me atreví a decir nada, tan sólo me dejé llevar. Le sonreía. Cuando la música cambió de pronto, de una melodía lenta a una canción rápida muy discotequera, pasó su mano por el trasero con suaves cachetes, sobándole el culo, mientras fue a él con la intención de besarle en la boca y dejarle un largo rastro de su carmín empotrado en mis labios, pero al apartar la cara, se tuvo que contentar con dejarle carmín en la mejilla. Entonces, su mano se estaba entreteniendo en sentir sus dedos empuntando el miembro de su entrepierna, como si fuese a reventar dentro de lo duro que estaba, al paso de sus falanges sobres su prenda. Mientras que se le iba descomponiendo la cara, con lentas y largas inspiraciones. - ¿Qué hacéis?. Le había acomodado en el sofá y se puso a acariciarme la carita de culo de bebé, recién afeitada, mientras la rubia le quitaba las gafas. Seguramente le viesen como uno de esos usuarios de pomadas y métodos caseros contra el acné, un solitario de mirada abobada, en definitiva, un bicho raro con tendencia a ser la mascota. Un chico primerizo "de pañales" que pasó a verse como el pobre adolescente que descubría un buen día que su vecinita de al lado era actriz porno. Como la vida misma. Mientras que ellas mismas, se viesen como unos auténticos bellezones, y además, pijas, novias del capitán de fútbol, delegadas de clases,... Un asco. - ¿Qué queréis? - Sscchhiii. María le indicó silencio, con su índice sobre sus labios y le desborotó el peinado. - Así está mejor. - Dijo- Sólo queremos jugar. - ¿Cómo? Quise levantarse pero María, que estaba a su lado, arremolinándole el pelo entre sus dedos, se echó para atrás. Entonces, la morena, con sus rasgos juveniles al descubierto, se mantuvo encuclillas, enfrente, para desabotonarle la camisa. - Es guapo, ¿no?. Intentó de nuevo incorporarse del sofá, pero otra vez la chica de cabello largo rubio le aplacó en aquella misma posición, pasándole sus dedos por la piel desnuda, tersa y firme, mientras que Laura pasaba su mano por encima de su pantalón, hasta llegar a la bragueta. Sintió de pronto como se empuntaba el pene cuando se dedicó a frotarlo con sus deditos largos y finos. Primero lentamente, sintiendo su cuerpo grande y jugoso, perdidamente encerrado bajo los calzoncillos y la tela del pantalón, para luego hacerlo briosamente e incluso con su boca apretando en la bragueta. No supo donde meterse, quise profesar su rechazo, impedir a esos ángeles de cornisa que siguieran con lo suyo, pero mientras que la rubia y la otra morena bajita, permanecieran allí, sólo cabía la posibilidad de dejarse llevar. Tan sólo mostró una leve resistencia cuando María, como queriendo esconder su carita de escultura de hospital, quiso besarle acercando sus labios rojos berbellones a los suyos, y él apartó la cara. Sin embargo, en el segundo intento, ella atrapó la cabeza entre sus manos y le besó ardientemente. - A ver, ¿qué tenemos por aquí?. - ¡Qué rico, hasta se ha puesto colorado!. María, que se había quedado distrayéndose acariciando la bragueta con la mano, se decidió por fin a bajar la cremallera y a meter suavemente sus dedillos por el hueco que la cremallera dejaba libre al deslizarla. Sintió el miembro más empuntado si cabe, ahora que fue liberándolo de sus defensas, hasta que ml bajó los pantalones y, al fin, los calzones. Entonces, fue más expeditiva. Había pasado de acariciar toda la trama del tejido hasta desnudar sus partes íntimas, y de delimitarlo con la punta del dedo a frotarlo con la palma de la mano, que iba lubricando con un poco de saliva.

La morena alta, contoneó una sonrisa, y la rubia, se tapaba sus senos con las manos y componiendo una mueca golosa, le dijo: "¿Te gusto? ¿Te gusta lo que ves?". Entre tanto, su amiga se había vuelto a su entrepierna y reanudó lo que había dejado en término, hasta que decidió tumbarle en el sofá, para asomar su recto culo, para fijarse por fin el pene bajo ella. - ¡¡Iiaaa... uuhhh!! ¡¡Mmm!! Espetó, entonces, un largo gemido y un alarido de placer, mientras brincaba sobre él, gritando, gimiendo, encorvando su espalda y vibrando toda ella. Recta y encuclillas, se movía elevando sus labios rojos al cielo, cerrando sus ojillos, al ritmo que ella imponía con sus caderas, y con el cabello corto acariciando sus hombros. Esa bajita alocada, fresca y descarada, que asomaba sus impresionantes pechos, meneó su cuerpo con una pose sensual y elegante, cuando la rubita puso a su lado. Estaba buena, pero la que me agitaba el cuerpo con un sobresalto, ¡más!. Se había acercado Laura, aquella rubia de leonada melena, rasgados ojillos y la cara afilada. Siguió hasta adentrarse en el ligero y suave desliz de sus miembros suntuosos por la delicadeza de la tapicería del sofá, que bullía en efervescencia con su dulce tacto a seda, para tomarme las manos, arrumbadas en el vacío. Le hizo sentir el tacto suave de su piel bronceada, su cálido aliento, sus besos prietos y encantados, con los pómulos adorables y su graciosa naricilla. Me volvió a indicar silencio con su índice, antes de besarme nuevamente, mientras que la morena seguía con lo suyo. Laura, deslizó, por mi cuerpo, sus suaves dedillos, largos y firmes, con un ligero barniz berbellón en sus uñas, cuando un relampagueo me subió por la espalda e hice un gesto de rechazo. Por su parte, la chica agitó las hebras doradas de su cabello. Se dedicó a besarme las mejillas y volvió a pasar su lengua por el rostro, con su mirada de ojos oscuros Cuando me retiró la mordaza y se dedicó a besarme. Su pequeña boca berbellona se fundía con mis grandes labios, en un beso muy rico, mientras que ella sonreía, acariciándome el cabello corto con una mano. Entonces, se apartó. Deslizó sus braguitas negras por sus piernas hasta que decidió acomodarse en el cabecero y situar su culo prieto sobre su cabeza. - ¡Lámeme el coño!. Para agitar, entonces, su culito, arriba y abajo, mugiendo su berbellona boca, danzando su estilizado cuerpo, su brioso pelo moreno; sonriendo. Y mientras tanto, sus pechos se empuntaban, elevándose más allá que la vista permitía, y sus labios vibrantes rezumaban placer. Estaba claro que podían ser moderadas, menos en esas situaciones, siempre promiscuas, sexys y salvajes. Incluso en la conclusión del episodio. Ambas se apartaron y una vez que los pies de Laura se envolvieron en unas medias negras, estos se distraían en frotalme esa parte adorable, al que tanto aprecio tenían. Pero él, al menos no mostraba ningún entusiasmo o muestra de pasión, sino que mantenía la constante cara de póker que enfadaba tanto a ambas. Ella, airada por el hecho de no mostrar ningún tipo de emoción, al respecto, aunque se esforzase en arrancarle al menos un pequeño gemido, insistió aún más si cabe. Pero su resistencia tenía un límite, pues cuando veía que iba a llegar pronto se le empezaron a desorbitar los ojos al muchacho, hasta que al sentir derramarse, como la erupción del gran Vesubio, no pudiera más, y soltase un fuerte alarido temblando todos los músculos del cuerpo, mientras que reían, entre pícaras y triunfantes.