Amigas para siempre

Ella no tuvo valor para aceptar que esa amistad podría haber llegado a ser algo mucho más hermoso.

De niñas teníamos muy claro que siempre seríamos amigas. Ahora no puedo evitar pensar en ello y sentir un nudo en el estómago porque no pudo ser, ella no tuvo valor para aceptar que esa amistad podría haber llegado a ser algo mucho más hermoso.

En el último curso de la escuela elegimos ir al mismo instituto, para no perder el contacto, y lo conseguimos. De esta forma evitamos separarnos pero lo que no pudimos evitar fueron los cambios que trae consigo la adolescencia, una adolescencia muy infeliz para mí. Éramos unas quinceañeras que empezaban a iniciarse en todos esos misterios que rodeaban al sexo. Isabel, Isa como la llamaba yo, siempre tuvo un carácter más fuerte que yo. Era más extrovertida y sociable, el tipo de chica a la que poco le cuesta ganar puntos de popularidad entre los chicos. También era muy guapa, con el pelo castaño oscuro muy largo y una gran sonrisa, por no hablar de los encantos que le fue concediendo la naturaleza al crecer. En cambio, yo era más tímida y más reservada. Mi pelo es algo más claro y era más delgada, aunque ella en absoluto estaba gorda sino que tenía un cuerpo más generoso y muy bonito... En cierta forma era yo más femenina y ella más masculina por su carácter impulsivo, pese a los tópicos con que suelen catalogarnos a las lesbianas, aunque poco sospechaba yo nada de esto entonces...

Ya digo que yo tampoco yo era fea; y sabía que los chicos me miraban, pero lo cierto es que no sentía el mismo interés por ellos que mi enamoradiza amiga. A Isabel le sorprendía ese escaso entusiasmo mío que no iba más allá de la pura curiosidad. Lo cierto es que ni ella ni yo sabíamos lo que significaba.

Como siempre nos habíamos contado todo, ahora Isa me hablaba de sus flirteos y coqueteos con chicos y no sabía por qué pero no me agradaba el tema; de hecho sentía que me estaban arrebatando un poco a mi amiga. Ella lo notaba y me decía que esos celos eran un poco absurdos y que no me preocupara, que siempre seríamos amigas, añadiendo un abrazo o un beso amistoso que algo me consolaba.

Llegó el día en que me habló de su primera relación sexual y aquello me perturbó bastante. Lo cierto es que me excitaba imaginarlo, sobre todo pensando en la desnudez de ella. La imaginé desnuda mientras aquel afortunado podía tocarla... Fue como un pensamiento que me quemó y que me reveló por un momento qué era lo que me ocurría, pero no quise aceptarlo entonces. Sólo cuando una mañana me desperté muy excitada con el recuerdo de haber tocado a Isabel en sueños comprendí por qué no me interesaban los chicos. Mis bragas estaban húmedas por el sueño y yo me sentí sucia y también muy desgraciada. Era monstruoso que yo pudiera desear algo tan asqueroso con mi amiga, me dije entonces.

Me equivocaba: era algo muy natural en realidad (es más, diría que bonito), pero yo no pensaba así ni por un momento, en aquel entonces, y me dejaba dominar por todos esos tabúes y prejuicios que después he ido desechando uno por uno. No era posible que fuese lesbiana y probé de todas formas el sexo con un chico. Realmente no me satisfizo demasiado. El chico, bastante nervioso (y confieso que fui culpable en buena parte por mi ansiedad y falta de entusiasmo), se corrió enseguida y a mí no me gustó. Fue el momento de reconocer que me estaba engañando a mí misma y dejé de salir con chicos, acabando de una vez con esa farsa: era lesbiana y era mucho mejor asumirlo.

Pero si aceptar mis tendencias sexuales fue un problema, para mí había algo mucho peor, algo que me era imposible aceptar: me había enamorado de mi amiga. Odiaba a sus novios y la deseaba en silencio, sabiendo que nunca podría ser y sufriendo por ello.

En cierta ocasión Isa vino a mí llorando y lamentándose. Había roto de mala manera con uno de esos novios que tan poco le duraban porque le había visto tonteando con otra; y se echó a llorar desconsolada en mi hombro. Tenerla tan cerca, sobre mi cuerpo, me agradaba mucho al tiempo que me indignaba que aquel palurdo pudiera haberla engañado. Jamás le hubiera hecho yo algo así. No puede contenerme más y hablé.

  • Isa, yo te quiero – le dije sintiendo una emoción intensa y deseando tener una respuesta y liberar todos mis deseos reprimidos. Quería que entendiese.

  • Lo sé, eres una buena amiga – me respondió, abrazándome aun más. No había comprendido nada y esto fue como una verdadera puñalada para mí. Ahora yo también lloraba con ella, aunque ella no sabía por qué.

El tiempo siguió pasando y llegamos al último curso del instituto. En ese tiempo tuve mi primera experiencia con una mujer, tan excitante como falta de sentimiento. Me armé de valor y lo hice. Ella era mayor que yo y esta vez si que disfruté, aunque me deshice de su teléfono después. En mi interior sentía secretamente que había hecho algo malo y sabía que no resistiría la tentación de volver a estar con ella. No podía ser normal que otra mujer hubiera lamido mi coño y yo el suyo, y que nos hubiésemos rozado de aquella forma tan salvaje. Por otra parte me sentía un poco infiel porque yo quería a Isabel. ¡Y pensar que después no he podido vivir sin satisfacer mis deseos con cierta frecuencia y sin sentir por ello la más mínima y absurda culpa! Pero era una chiquilla entonces y me quedaba muchísimo por aprender.

Un viernes Isabel me animó a salir con ella de juerga. "A ver si encuentras un chico así" me decía con toda ingenuidad y yo tenía que reprimir una sonrisa amarga e irónica. No era, desde luego, la primera vez que salíamos las dos juntas a pasarlo bien. Enseguida los chicos trataban de ligar con ella y también conmigo, pero yo intentaba ignorarlos lo más discretamente posible; sólo por poder estar a su lado aceptaba acompañarla. Además, verla con una minifalda muy corta, unas botas de cuero, y una chaquetilla no dejaba de excitarme. Luego la veía bailar y hubiera querido bailar yo con ella y que aquel piercing que se había hecho en el ombligo rozara el mío... Afortunadamente, esa noche no hubo pretendientes ni para ella ni para mí. No era frecuente esto, tampoco que se sintiera agotada antes de lo normal por haber bebido bastante y con demasiada rapidez. Supongo que no tenía muchas ganas de ligoteo aquella noche. Quedamos en volver a casa.

Como Isabel no vivía en la ciudad sino en una de esas ciudades dormitorio de las afueras, tenía que coger el tren de cercanías para llegar hasta allí. Lo cierto es que le costaba mover su cuerpo cuando llegamos a mi casa, más o menos por el centro de Madrid. Era el momento de la separación.

  • Oye, tía, estoy agotada. No puedo con mi cuerpo, ¿te importa que duerma un poco en tu casa? – me preguntó.

  • Pero, ¿y dónde vas a dormir? – respondí disimulando los nervios.

  • ¿Qué pasa? Hazme sitio en la cama, que será sólo un rato, dos o tres horas para recuperar fuerzas, si es que no puedo más...

Ella no tenía ni idea de lo que me estaba proponiendo. Ni por un momento adivinó lo que sentía yo pensando en dormir tan cerca de ella y cómo me excitaba y me asustaba al mismo tiempo. En fin, acepté sabiendo que poco podría dormir aquella noche...

Ya en mi habitación, Isabel sencillamente se dejó caer sobre la manta sin quitarse nada, tan cansada estaba, pero me pidió ayuda para descalzarse esas enormes botas negras con tacones tan sexys. Tiré de ellas mientras estaba tumbada y con los ojos semiabiertos y el cabello castaño extendido por la almohada. Respiraba lentamente y cada vez que tomaba aire sus pechos subían para luego bajar... Me estaba excitando muchísimo y era difícil dominarme.

  • ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? – me dijo con cierta ironía.

Me asusté porque debía haberme quedado mirándola más de lo debido, pero no podía evitarlo viéndola así. Yo me había masturbado en esa misma cama pensando en ella y ahora estaba allí, como si las tentaciones de nuestra mente pudieran materializarse. En esos pensamientos ocurrían cosas muy inquietantes...

  • ¿Cómo te miro? – le pregunté disimulando la tensión que sentía dentro de mí.

  • Como suelen mirarme los chicos cuando me tienen en una cama – me respondió con una risa algo tonta.

Ella estaba algo borracha pero yo me encontraba lo suficientemente sobria (sí, había bebido pero sólo estaba algo achispada). Acaricié sus pies desnudos como si lo hiciese distraídamente. Me atreví a seguir subiendo por sus piernas y mirándola de reojo. Isabel sólo se rió y siguió bromeando:

  • ¿A que estoy buena?

Ella se lo tomaba a risa y yo sentía que estaba en uno de esos momentos decisivos de la vida, en los que uno siente que la más pequeña elección puede llevar a un final completamente distinto. Y ella siguió sin saberlo, ni siquiera cuando toqué sus pechos por encima de la camiseta. La miré y, aunque olía a alcohol y sabía que estaba mucho más borracha que yo, noté que sus ojos me miraban serios. Sentí miedo de ir más allá pero seguí rozando sus pechos.

  • Tienes unos pechos muy bonitos – le dije, en voz muy baja y temblándome la voz.

Ella me miró de manera extraña, sorprendida y excitada y quizás atónita; no lo sé porque lo único que sabía en ese momento era en lo mucho que la deseaba.

  • Isa, te quiero – le dije de nuevo, pero esta vez no quise dejar ninguna duda. La besé rápidamente en los labios y ella entendió. Ahora se resistió algo pero la abracé y la besé de nuevo, esta vez más despacio. Hubo un sonido suave de labios que se juntan y noté su lengua en la mía; buscaba en las profundidades de su boca y su lengua también se movía: le gustaba. Metí mis manos por su camiseta y la acaricié con ternura buscando los pechos... Le quité con mucho cuidado la camiseta y el sujetador, y por fin vi esos pechos que tanto había visto en la imaginación. Eran redondeados y de una hermosura que no se expresa en palabras. Besé sus pezones y se volvieron rígidos bajo mi lengua, con la que ahora le daba traviesos lametones.

Aquello era un sueño, demasiado maravilloso para ser real... Pero el contacto cálido de su piel lo era y me envolvía, y yo no dejaba de besarla y pasar mi lengua por sus pechos, su cuello y sus labios. Mientras lo hacía me iba quitando una prenda y otra hasta quedarme completamente desnuda. Estábamos muy calladas y ella me miraba con unos ojos perdidos y ansiosos. Vio mis pechos, más modestos que los suyos pero muy derechos, abrirse ante su cara y ahora fue ella quien me devolvió todos mis besos. Yo debía tener la cara descompuesta de placer entonces mientras le iba quitando la minifalda y le acariciaba después la cara interna de sus muslos con mi mano derecha.

Rompí el silencio:

  • Te quiero, Isa.

Estaba gozando hasta lo inimaginable porque yo la quería y ahora era mía y nadie podría arrebatármela. Quería darle las gracias y me adentré entre las sábanas, pasando antes por su ombligo (no olvidé repasar con mi lengua el piercing), para llegar hasta su coño y comerlo...

  • Ahhh... – gimió y tuve que taparle la boca con las manos para que no despertase a mis padres.

Yo no paraba y su entrepierna estaba completamente húmeda, como la mía, y sentía toda esa humedad resbalando por mi lengua y también por mi cara. Era maravilloso sentir el olor de mi amiga.

  • Quiero que goces conmigo como he gozado yo pensando en ti... – susurré y ella no pudo oírlo.

Aunque no tenía mucha experiencia me sobraba cariño y conseguí lo que quería. Sus líquidos vaginales se hicieron más intensos y ella mordió mi mano del placer que sentía.

Pero quería hacerla gozar más aún. Me coloqué sobre ella hasta que mi cara estuvo sobre la suya y entonces jugué con su coño con mis manos. Quería ver su expresión y no me quedaría satisfecha hasta que fuera de insoportable placer. Junté mi coño todo lo que pude con el suyo para que se rozasen y se mezclaran sus jugos... Ella no quiso quedarse inactiva y me sorprendí cuando noté sus dedos en mi entrepierna. Fue sencillamente maravilloso como jugamos con nuestros sexos y nos mirábamos fijamente, adivinando como cada caricia hacía que nuestras bocas se abrieran aun más, como nuestros coños. Yo estaba completamente húmeda cuando ella gimió finalmente.

  • Mmmmm...

Sabía que había tenido un orgasmo y entonces me sentí feliz, acerqué su cara a la mía y la rodeé con mis brazos. La quise como nunca.

  • Nunca había vivido algo así... – me confesó y adiviné que ningún chico la había hecho gozar como yo. No me sorprendía en absoluto.

Dormimos desnudas y abrazadas. Me sentí liberada de toda la culpa y también de toda tristeza. Todo iría bien en adelante. Quería decirle tantas cosas al día siguiente...

Desperté y ella estaba de pié y de espaldas a mí, metiendo sus largas piernas en esa minifalda tan corta. Sonreí y acaricié sus muslos cariñosa pero ella reaccionó dándose la vuelta bruscamente y tratando de cubrirse.

  • No me mires, estoy desnuda. No entiendo cómo ha podido pasar esto – me dijo muy nerviosa y sentí que el alma se me iba a los pies – Estábamos muy borrachas. No debió ocurrir.

  • No fue así, no estábamos tan borrachas. Fue algo completamente normal.

  • ¿Normal? ¿Eso fue normal? Tú deseabas tan poco como yo que ocurriera.

No aguante más:

  • A mí me gustó. Yo había deseado que sucediera.

Traté de decírselo con una sonrisa pero su cara era de horror. Aun así añadí lo que tanto quería decirle:

  • Yo te quiero. Estoy enamorada desde hace mucho tiempo.

Esta vez entendió perfectamente.

  • ¡No digas gilipolleces! Eso no es posible. Ahora me dices que eres una bollera – me chilló furiosa.

¡Bollera! ¡Me había llamado bollera! No dije nada pero me sentí furiosa y ella debió sentirse culpable cuando escondí la cara entre las manos.

  • Oye, no entiendo nada, pero no llores, por favor.

Yo no lloré. Yo sí estaba completamente segura de mis sentimientos.

  • Entonces, ¿no disfrutaste? Yo vi tu cara y eras tan feliz como yo. ¿Por qué no lo aceptas? ¿Por qué no me dices que gozaste como yo? – le pregunté mirándola a los ojos y ahora fue ella la que escondió la mirada.

  • No tiene sentido, nada de esto tiene sentido. Será mejor que me vaya.

Se vistió rápidamente y sin mirarme. Antes de salir se acercó a mí y me dio un beso para decirme después más conciliadora:

  • Oye, tú y yo seguiremos siendo amigas, te lo prometo.

Sonrió pero esa sonrisa fue tan fría como ese beso y su promesa era una mentira. Ya no éramos amigas y toda confianza había desaparecido. Pero yo no me sentía culpable porque sabía que ella había gozado tanto como yo esa noche. Había sido tan hermoso... y ella no había tenido valor para aceptarlo. Supe que yo sí tendría valor y no volvería a sentirme culpable nunca más por hacer algo que no tenía nada de malo.

Pero en ese momento yo me sentía indefensa y la almohada absorbió todas las lágrimas que cayeron silenciosas desde mis ojos.