Amiga, sirviente, amante

Andrea había venido a limpiar a casa más de dos años, y nunca había pasado nada, no sé porqué hoy, se volvio loca.

Al contar esto me siento en contradicción conmigo mismo. No estoy orgulloso, pero tampoco puedo decir que lo sienta en el alma. Me avergüenza, y al mismo tiempo, estoy seguro de que lo volvería a hacer. Es más, no me lo perdonaría si no aprovechara la ocasión en el futuro.

Andrea llevaba ya más de dos años viniendo a limpiar a casa. Antes de comenzar a limpiar en casa, había formado ya parte del grupo de amigos que hicimos al poco de mudarnos a esta ciudad. Siempre había parecido una chica discreta y algo callada, por lo que mi mujer no había congeniado con ella especialmente, ya que prefiere a las personas de un tipo más extrovertido.

En realidad fui yo quien dispuso que Andrea viniera a casa. Su marido no tiene un gran sueldo y según una amiga común, Andrea andaba buscando algo de trabajo extra para completar los ingresos de la familia.

No soy tan miserable como para planificar sacar provecho de su necesidad económica en mi propio beneficio desde el principio. Simplemente parecía un buen arreglo: nosotros necesitábamos una chica para la limpieza y la plancha, y Andrea necesitaba algo de trabajo.

En los más de dos años que lleva viniendo nunca había pasado nada de tipo íntimo entre nosotros. Ella había sabido respetar las distancias y aunque la confianza mutua había crecido, tal y como es inevitable, ella siempre supo ser muy discreta y ambos mantuvimos una postura de respeto mutuo en todo momento. Sí confesaré que su delgado cuerpo y sus pechos tan atractivos siempre habían supuesto una agradable visión durante las mañanas en que venía a hacer su trabajo. Tampoco es que se hubiera convertido en objeto de mis fantasías, ya que en ningún momento tuvo una actitud de coqueteo hacia mí que alentara ningún tipo de esperanza en este sentido.

Dada la situación, comprenderán mi sorpresa ante los acontecimientos de esta mañana. Andrea se presentó tan puntual como de costumbre a las 9:15. Yo la esperaba una hora más tarde pensando que antes iría al gimnasio. Lo cierto es que me sorprendió viendo algunas imágenes subidas de tono en Internet y apenas puede calmar una mediana erección antes de abrir la puerta. No sé si notó lo abultado de mis pantalones, pero yo sí que noté en ella un tipo de blusa poco habitual. Se trataba de una blusa sin cuello, que dejaba ver todos sus hombros y que además tenía un escote bajo que colgaba suelto y se abría generosamente a poco que se inclinara hacia delante.

Acompañé a Andrea con los típicos saludos y nuestra charla habitual mientras colocábamos la mesa de la plancha en el salón y el resto de objetos necesarios para que comenzara su tarea. Me sorprendió un poco su desenfado al dejar su escote tan obviamente visible delante de mis ojos. La verdad es que no me esforcé ni mucho, ni poco, ni en mirar, ni en disimular que miraba; tan solo miraba cuando me apetecía y me hacía el distraído lo preciso. Su actitud confiada me animó, así que me senté en una silla junto a la pared mientras ella planchaba una prenda tras otra. Como la cesta de la ropa estaba delante mía, cada vez que se agachaba a coger una nueva prenda, Andrea ofrecía una visión nítida de su pecho. Alcanzaba incluso a ver hasta su cintura a través de su escote. Así anduvimos un rato, charlando desenfadadamente, sin que ella mostrará ninguna intención de ocultarme sus encantos cada vez que se inclinaba delante mía. Entonces habló:

-¿Te gusta lo que ves?

Yo no había planificado esta situación y me encontraba lleno de dudas. No había tenido intención de engañar a su marido, Alberto, que es un tío majo, y no quería traicionar la confianza de mi mujer. Pero Andrea tiene un cuerpo convincente por sí mismo. Además, quién podía saber lo que pasaba dentro de casa.

Claro que me gusta.

Se puso seria y por un momento pensé que me iba a dar la bronca. Lo último que quería era un escándalo y un problema dentro de casa y además sin haberme comido un rosco. Pero pronto me pude relajar cuando Andrea se desabotonó el pantalón y sujetándose la cremallera me preguntó:

¿Hay algo más que te gustaría ver?

Esta vez no tuve dudas de que estaba con ganas de jugar y que algo se había despertado en ella. Ella sabía que me había estado enseñado las tetas durante un buen rato y que mis ojos se habían recreado en su anatomía a pesar de haber continuado con nuestra charla insustancial. Me miró al bulto de los pantalones descaradamente y entonces descubrí mis cartas:

Llevas un bonito sujetador negro. ¿De qué color son tus braguitas?

Se bajó un par de centímetros la cremallera y me invitó a acercarme para que mirara. Bendito sea ese momento, Andrea me quería cerca, estaba claro. Me iba a levantar con una erección evidente y me iba a acerca no solo a asomarme a los pantalones de Andrea, sino que estaría tan cerca de ella que podría rozarme con ellas y sentir su olor.

Casi salté de la silla, luego me frené un poco. En parte para no atropellarla con mi impulso y en parte para que ella tuviera tiempo de ver el efecto de su jueguecito sobre mi anatomía masculina.

Como Andrea se estaba inclinando hacia delante mientras sostenía la cremallera de sus pantalones, en lugar de acercarme de frente, me coloqué en su costado. De esta forma aproveché para rozar su cadera con mi miembro semierecto como el que no quiere la cosa. Desde esa perspectiva, mis ojos bailaban como locos entre su generoso escote y su pelvis.

No veo bien el color, está oscuro. Deja que entre la luz. – le dije.

Andrea, tan obediente como siempre había demostrado ser en su trabajo, bajó un poco más la cremallera y se abrió los pantalones para mostrarme unas bonitas braguitas de encaje. La visión de su vello púbico detrás de tan poca tela hizo que mi erección se alimentara como una hiena salvaje. Volví a dejar que mi polla tocara esta vez más fuerte contra sus caderas mientras le decía.

Mira lo que has hecho. Tendrás que ayudarme a remediar este problema que solo está creciendo desde que estás tan juguetona.

Ella me miró como confusa, por un instante, y yo aproveché su momento de duda para tomar su mano, y con suavidad, acercarla a mi pantalón para que pudiera sentir mi verga a través del tejido.

Mira, toca, este es el problema que hay que resolver.

Ella tanteó suavemente hasta sentir mi anatomía pulsante y creciente ante una situación tan cargada de erotismo.

Yo también tengo un problema – me dijo Andrea. Creo que mis braguitas están húmedas. ¿Quieres comprobarlo?

Lo haré con gusto si no te importa.

Le terminé de bajar la cremallera y le tiré de los pantalones hacia abajo hasta las rodillas suave y lentamente, mientras dejaba que mis manos acariciaran sus nalgas. Luego, metí mi mano izquierda entre sus piernas y le fui acariciando desde la mitad de los muslos mientras subía lentamente. Su mano se aferró con fuerza a mi verga, que por entonces estaba dura como un poste. Si apartar mi pelvis de su mano, me incliné como para mirar entre sus piernas y dije:

Por aquí no parece mojado. ¿Crees que debería tocarte más arriba?

Andrea explotó, y gritó:

¡Sí! ¡Sí, tócame por favor, tócame!

Entonces poseída por una pasión loca me abrió la cremallera y metió su mano para sacar mi polla. La aferró con sus manitas y la sacó mientras la agitaba rápidamente. La visión de mi polla en la mano de esta dulce criatura casi me hizo correrme en ese instante. Pero no pensaba acabar sin antes disfrutar de todo lo que me ofrecía aquella hermosa mujer. Pensaba disfrutar de toda su anatomía y recrearme en cada uno de sus agujeros. No me importaba ya ni mi mujer ni su marido. Mi polla tenía que entrar en su coño y si podía la convencería para metérsela por detrás. Me arrodillé liberándome de sus frenéticas sacudidas y controlé mi excitación, aunque estaba claro que ya no había vuelta atrás: Me la iba a follar de una forma u otra, solo era cuestión de tiempo y saber hacer.

De rodillas frente a Andrea solo me quedaba disfrutar de su bonito coño. Olerlo, acariciarlo, sentirlo con mis dedos, acercarle mi lengua, ahora por los muslos, ahora buscando su clítoris. Disfrutaba como un niño con un helado de fresa. Qué rico olor, que chochito tan carnoso y jugoso, y todo para mí.

Mi polla estaba dura y hacía un minuto había estado a punto de reventar. En ese momento tenía que aguantar un rato sin tocarme mientras disfrutaba del coño de Andrea y la ponía cada vez más excitada y desinhibida. Pero mis ganas de meter la polla entre sus piernas me estaban volviendo loco.

La empujé hacia atrás con cuidado de que no se cayera por los pantalones que todavía llevaba por las rodillas. La llevé hasta la mesa y la abracé contra mí para levantarla y sentarla sobre la mesa mientras disfrutaba del roce de mi verga contra su pelvis y sus muslos. En ese momento, con los vaqueros todavía atascados entre sus piernas y los zapatos solo me quedaba un recurso. Levanté sus piernas unidas y quedaron expuestos ante mí su coño y su culo. Mientras sujetaba sus piernas en alto, me agarré la verga y la acerqué a sus labios mayores. Me recreé en la caricia de su vello púbico contra mi glande. Luego avancé un poco más, y fui separando sus labios mayores con mi glande, que se iba humedeciendo de los jugos del coño de Andrea. Ella estaba ya fuera de sí, y se moría de ganas por tenerme dentro. Le metí tan solo unos centímetro y me salí. Volví a repetirlo varias veces y para entonces Andrea, que estaba ya como loca. Me gritó:

Fóllame ya, fóllame ya, ¿qué esperas? Venga métemela hasta el fondo, joder!!

Nunca la había oído soltar un taco, por lo que me divirtió bastante verla tan fuera de control. Sabía que si jugaba bien mis cartas, me la follaría a placer, y no solo hoy, sino muchas más veces.

La hice rabiar solo un poco más, y le fui metiendo y sacando la polla tanto como me pareció. Luego, metí mi dedo gordo en su vagina y con el dedo bien mojado le fui tocando en su ano para preparar el terreno. Cuando empecé a notar que su ano se relajaba y sin dejar de penetrarla por el coño, a veces profunda a veces superficialmente, le metí una mano por debajo de la blusa para magrearle esas tetas que tan caliente me habían llegado a poner. Me encantaba pensar cuánto las había deseado y cuánto disfrutaba mientras las agarraba y me la follaba ya con toda la polla hasta el fondo, entrando y saliendo a placer de aquel jugoso melocotón. Me acordé de mi mujer y de las veces en que me había rechazado por estar cansada o con cualquier otra excusa. Este pensamiento me excitó aún más y sin sacar la polla, empujé sus dos piernas a un lado y le subí la blusa para dejar sus tetas al aire. Me incliné y le chupé los pezones tal y como le gusta a mi mujer que le haga. Al mismo tiempo, mi polla seguía en su vagina y mis dedos seguían acariciando su ano.

Cuando su exitación era máxima, le metí un dedo por el ano. Al principio, estuvo un poco tensa, pero su enorme excitación la dominaba y estaba dispuesta a todo. Volví a mojar mi dedo gordo en su coño y se lo volví a meter en el culo. Esta vez un poco más violentamente, de forma que le hiciera un poco de daño, pero no demasiado.

Metí de nuevo mi polla en su vagina y quedó de nuevo empapada de los jugos de Andrea, que por entonces se agitaba como posesa e intentaba liberarse de los pantalones a sacudidas.

Le ayudé a sacarse los pantalones y la tendí boca arriba con las piernas abiertas frente a mí. ¡Qué hermosa visión! Sus tetas al aire, con la blusa y el sujetador todo recogido bajo su cuello, su coño y su culo justo delante de mi polla y yo con una verga grande y dura como la de un caballo. La tenía toda para mí, para follármela a placer, así que agarré los muslos de Andrea y la embestí como un animal. Se curvaba hacia atrás y emitía sonidos guturales que seguro a mi vecina le estaban dando y mucho qué pensar. Pero en ese momento nos daba todo igual. Estábamos follando y disfrutando como en el mismo paraíso. Andrea se corrió entre gritos y emanaron líquidos de su vagina en enormes cantidades y todos mis testículos y su propio culo quedaron empapados. Aproveché para sacar la polla y en mitad de su éxtasis apunté a su ano. Le metí solo el glande y dejó de gritar para gruñir como un animal enjaulado. Le volví a sacar la polla y volví a metérsela. Esta vez se había relajado y estaba receptiva. Empujé un poco más y se deslízó suavemente hacia dentro. Volví a sacarla y sujentándola con la mano jugué con su ano antes de volver a metérsela. Esta vez, quería metérsela toda mientras me inclinaba hacia delante sintiendo los jugos de su coño en mi pubis y le magreaba las tetas. Sabiendo que ya se había corrido, me la follé sin más miramiento y la utilicé tal y como me gusta hacer con las tías que ya no se defienden. Su ano se apretaba alrededor de mi polla. Se notaba que no se la habían follado mucho por detrás o quizás no lo habían hecho nunca. Este pensamiento y las convulsiones de placer/dolor de Andrea hicieron que me corriera como un quinceañero.

Todavía disfruto al recordar la sensación de paroxismo y lujuria sin freno sobre aquella mesa. La levanté en el aire todavía con mi polla dentro de ella y seguí disfrutando del olor de sus pechos mientras en volandas la llevaba hasta el sofá y me dejaba caer junto a ella para descansar entre pequeñas convulsiones posorgásmicas. Me quedé dormido unos diez minutos y cuando desperté ella había preparado un café. Me lo puso delante y me dijo:

  • Gracias. Hoy lo necesitaba.