Amerika

Cinco amigos españoles se divierten en una discoteca de Buenos Aires.

Hasta aquel día, ninguna de mis experiencias en los cuartos oscuros de las discotecas había resultado divertida o emocionante ni recordable por cualquier otra circunstancia, excepto quizá por la misma existencia de esos legendarios antros. Cuántas veces he querido, mientras estaba con mis amigos de la facultad bebiendo o bailando (y aburriéndome) en cualquier bar, escaparme y dirigirme a uno de esos misteriosos lugares. Sin embargo las pocas veces que me decidí a ir a un cuarto oscuro me limité a observar desde la sombra y a buscar la salida, acobardado, al poco tiempo de haber entrado.

Pero aquel día fue distinto. Llegamos a esa discoteca por casualidad, el sitio venía indicado en una de nuestras guías de Buenos Aires, sólo sabíamos que era una discoteca y como queríamos bailar y no conocíamos la ciudad, decidimos ir allí. A ninguno de nosotros (otro chico y tres chicas, todos españoles) nos gustaban mucho las discotecas, pero era nuestra última noche en Buenos Aires antes de proseguir nuestro viaje hacia el sur del país y en el fondo todos teníamos ganas de desfasar. O de follar, lo mismo da.

La discoteca cumplía con todos los estándares de su categoría. Enorme, dos plantas, mucha psicodelia luminotécnica y musical, gente muy variada y barra libre para todos. Al poco rato mis amigos empezaron a resoplar. A mí tampoco me fascinaba el plan pero les convencí para quedarnos. Por lo menos podíamos emborracharnos. Entonces a una de las chicas se le ocurrió una idea genial: dispersarnos, hacer como que no nos conocíamos y que cada uno hiciera lo que le apeteciera en aquella discoteca. Quizá había suerte y así alguno de nosotros ligaba. Todos aceptamos y a los cinco minutos estábamos desperdigados por la pista de baile. Era una sensación extraña y excitante. La regla básica era que, si nos cruzábamos unos y otros, no nos podíamos saludar ni hablar entre nosotros porque no nos conocíamos, a menos que hubiese que comunicar algo realmente urgente.

Yo me estaba meando y lo primero que hice fue buscar el servicio de tíos. Cuando lo encontré me llevé una gran sorpresa. Para mear había que acercarse a un gran meadero colectivo en una pared ligeramente convexa, donde había por lo menos diez o doce tíos meando al mismo tiempo. Encontré un pequeño espacio entre dos tíos, di un paso adelante, me saqué la polla y empecé a mear. La vista se me fue para la derecha, donde podía ver perfectamente por lo menos ocho o nueve pollas de tíos argentinos echando chorros. No sé si es que hacía tiempo que no veía tantas pollas juntas pero me parecieron todas de un tamaño descomunal y no pude evitar empalmarme un poco al final. No dudaba que hubiera algún gay como yo, pero todos parecían bastante machitos.

Me lavé un poco la cara y fui a explorar un poco la discoteca. Subí a la planta de arriba y desde la barandilla divisé uno por uno a mis cuatro compañeros de viaje, todos alejados entre sí. Una de las chicas estaba ya tonteando y hablando con un tío, los otros tres bailaban solos. Pedí una copa y caminé hacia el otro ala de la discoteca. De repente me topé con un segurata junto a unos cuantos escalones que conducían a una especie de zona indeterminada y oscura. Inmediatamente pensé que se trataba de la típica zona para parejitas, pero, no bien me interné en ella, descubrí que en realidad se trataba de un cuarto oscuro, lo cual me puso el corazón a mil por hora. Lo deduje por las posturas de la gente que había allí (muchos estaban de pie apoyados en la pared, como esperando a su presa), por los inconfundibles chasquidos de mechero y por los roces y caricias que recibí mientras caminaba.

Atravesé la oscuridad con cierta facilidad, era una zona rectangular con otra salida en el extremo opuesto. Había bastante gente dentro pero se podía transitar sin problemas. Unos estaban de pie, otros sentados en unos asientos centrales que dividían el espacio en dos largos pasillos, otros cruzaban de un extremo a otro como yo. Cuando salí por el otro lado, me quedé de pie, di un par de tragos a la copa y me recoloqué disimuladamente la polla a través del bolsillo del pantalón. Delante de mí tenía otra barandilla, y desde allí veía desde otro ángulo, más cerca, a mi amiga Eva morreándose con el tío con el que minutos antes la había visto tontear. Había valido la pena quedarse en esa discoteca y jugar a dispersarnos.

El caso es que había algo que no me cuadraba porque no se trataba del típico cuarto oscuro para gays. Había tías, y grupos de tíos en plan machitos que también entraban y salían del túnel (que es como llaman allí a esta zona de la disco), pero los gays no tenían menos permiso que los demás. De todas formas, ¿qué más daba? Lo que tenía claro es que quería volver a atravesar el túnel.

Me bebí la copa de un trago, dejé el vaso en algún lugar y volví a internarme en la oscuridad. Al fondo vi que el segurata apuntaba con una linterna a una pareja (tío y tía) que estaban sobándose en unos asientos, como instándoles a abandonar, algo que no comprendí bien (porque entonces ¿para qué estaba tan oscuro?) Más tarde supuse que los responsables de la disco preferían mantener un cierto orden para que la cosa no terminase en orgía a lo bestia. Por otra parte no estaba mal que hubiera un control ante posibles actos de violencia (la fauna era variopinta), pero lo cierto es que esa linterna resultaba bastante molesta.

Por lo demás, mi segunda incursión en el túnel resultó muy gratificante. En mitad de uno de los dos pasillos hubo un pequeño atasco y empecé a tocarle el culo al tío que tenía delante. Él a su vez empezó a buscar mi paquete con su mano, lo encontró y lo sobó unos segundos. A mi izquierda, otro tío que venía en sentido contrario empezó a tocarme el culo a mí. Luego el atasco se deshizo y había que avanzar, y en seguida me encontré de nuevo en la otra salida fuera del túnel.

Me acerqué a la barandilla y volví a mirar abajo a la pista de baile. Vi a mi amigo Juan que estaba charlando con una chica, y a Eva, que seguía con el tío aquel, pero las otras dos no estaban por ningún sitio. Encendí un cigarrillo y decidí volver al túnel. Me apoyé en la pared cerca de la entrada y me dediqué a contemplar a los que entraban y salían. Había de todo pero algunos de los tíos eran impresionantes. Lo que más me excitaba era que muchos de ellos eran heteros, o al menos iban de eso, y la idea de poder palparles los cojones o el culo me volvía loco.

Cuando entraba uno que me molaba me ponía a andar detrás de él. Cada minuto que pasaba había más trasiego de gente y por tanto más atascos, así que era más sencillo tocar y ser tocado. A veces, los tíos me quitaban la mano de sus paquetes al advertir que yo era un tío, pues muchos de ellos estaban allí supuestamente para cazar tías, pero otras veces se dejaban hacer. Me dio la impresión de que la mayoría estaban allí para ver si caía algo, lo que fuera, y que por muy machos que se creyeran no estaban dispuestos a impedir que una mano desconocida, daba igual de quién, les alegrara un poco la polla. No sé si existe alguna discoteca así en España, pero nunca había creído posible que en ningún sitio se pudiera llegar a dar una situación tan curiosa como aquella, en la que los heteros se dejaban magrear por tíos gays. Para mí desde luego era un placer nuevo y de incalculable valor.

Las travesías por el túnel las compaginaba con las visitas al servicio de tíos. Hubiera querido estar todo el tiempo en ambos sitios a la vez, pero no podía ser. El meadero también estaba cada vez más concurrido, y a medida que pasaban las horas los tíos se miraban las pollas cada vez con más descaro. Muchos de ellos se quedaban con el nabo al aire sacudiéndose eternamente las últimas gotas sólo para exhibir sus piezas y contemplar las de los demás. También aumentaba progresivamente el grado de loquerío, algo que me disgustaba, aunque no lo había tanto en el meadero general como en las cabinas WC.

En una de mis visitas al servicio coincidí con mi amigo Juan pero seguimos haciendo como que no nos conocíamos, tal y como habíamos acordado con las chicas. Gracias a esta norma pude deleitarme tranquilamente con la visión de su polla meando, y me impresionó bastante porque creí observar que la tenía morcillona. Él no me miraba. Menudo rabo tenía el cabrón de Juan, era la primera vez que se lo veía, ¡y menudos huevazos!, se los había sacado también y se los agarraba mientras soltaba la meada.

Yo terminé antes y me fui para arriba otra vez, al túnel. Empezaba a estar demasiado lleno de gente, hasta un punto casi imposible, y en esas me vi con dos manos rebuscando en mis bolsillos, pero como no tenía nada (lo habíamos dejado todo en el ropero incluidas las carteras, pues había barra libre) no me robaron nada. Mal rollo, sí. Salí, fui a pedirme otra copa y en ese momento vi a Eva saliendo de la disco cogida de la mano con el tío con el que estaba. Esta ya ha triunfado, pensé yo. Mientras esperaba me giré hacia la derecha y al fondo vi a Susana y María besándose entre ellas como dos perras en celo. ¡¡Dios mío, pero si las dos tienen novio en España!! No sé si les habría importado en ese momento, pero me volví para que no supieran que las había visto, cogí mi copa y volví al servicio.

No había pasado mucho tiempo desde mi anterior visita al servicio, así que me planté allí en un extremo del meadero esperando a que me entraran ganas de descargar. Desde allí tenía una visión completa del meadero, por lo menos quince pollas al aire de quince tíos hombro con hombro. Y por lo menos la mitad de las pollas empalmadas. Yo me estaba poniendo malo de tanto mirar.

Regresé una vez más al túnel, y esta vez mis manos se iban de un paquete a otro casi con ansiedad. Los había de todo tipo: grandes y pequeños, empalmados y sin empalmar, en vaqueros y en pantalones de vestir, se notaba si llevaban slip, boxer o nada. Y yo por mi parte también recibía lo mío, manos por todas partes, por delante y por detrás, manos suaves, manos fuertes, manos delicadas, manos decididas… En medio del túnel me quedé un buen rato magreándome con un tío que venía en dirección contraria y de repente me quedé helado cuando oí que el tío me decía: "qué buena polla tienes, cabrón".

-¿Juan? Eh Juan ¡que soy yo! –le dije.

-¿Pablo? Ostia Pablo, ostia jajajajaja!!!

-¿Qué mariconadas estás haciendo Juanito? –pregunté.

-Pues ya ves, como todos ¿no? Simple curiosidad, jajaja

-Sí, sí, curiosidad, sí… jajaja

-¿Pero te gusta mi polla o no? –me preguntó.

-Joder Juanito, si yo llego a saber esto… ¡Pues claro que me mola!

-Pues chúpamela –me dijo.

-¡…!

-Chúpamela y luego te la chupo yo a ti, que también quiero probar –dijo.

-¿Aquí?

-Aquí, aquí, ven, en la pared.

Juan me cogió de la mano, me condujo hacia una de las paredes del túnel y se apoyó en ella. Sin que yo pudiera hacer nada acercó su cara a la mía y me besó a lo bestia, nos morreamos con todas nuestras fuerzas.

-¡Chupa, chupa…!

Nunca imaginé que Juan pudiera hacer algo así, era el típico tío hetero que uno no se imagina pidiéndote que se la chupes. Claro que él jugaba con ventaja porque todos mis amigos saben que yo soy gay… Pero dejé de pensar y me dejé llevar por sus súplicas, que, aunque me las decía al oído, cada vez eran más guturales y más salvajes.

Me agaché, le comí el rabo por encima del pantalón y llegó un momento en que Juan no podía más y se desabrochó el pantalón, se sacó la polla de los calzoncillos y me la endilgó en la boca como si fuera necesario para que su corazón siguiera latiendo. Una vez dentro, empezó a empujar con tanta fuerza que casi me tiraba para atrás, pero en seguida me cogió bien de los hombros para evitarlo. Esa mamada empezó a ser también para mí como el oxígeno que uno necesita para respirar. Chupaba, lamía y comía polla como nunca lo había hecho en mi vida, y no podía parar. No podía parar de tragar rabo. Sólo paramos cuando alguna gente que había alrededor empezó a jalear y molestar más de la cuenta.

-Vámonos al hotel, Juan.

-Te la voy a comer en el taxi porque no voy a resistir hasta el hotel. Vamos tío, vamos vamos Pablo, joder qué bien la chupas, enséñame, me vas a enseñar a hacer de todo Pablo Pablo… –decía mientras bajábamos rápidamente hacia la salida de la disco.

Salimos de la discoteca cogidos de la mano. Al final resistimos en el taxi porque tardó muy poco en llegar al hotel. No nos separamos las manos ni un momento.

En la recepción encontramos dos notas, una de Eva, que decía:

"Al llegar al hotel el botones ha sido tan generoso que nos ha cambiado a unas habitaciones mucho mejores. Chicas, yo prefiero dormir sola, pedid la llave de vuestra nueva habitación en recepción, y vosotros también una nueva, chicos. Besos".

La otra era de Elena y Cristina:

"Nosotras nos quedamos la 201. Estamos derrotadas, no encontrábamos taxi. Nos vemos en el desayuno. Besos".

Juan y yo les dejamos otra nota a ellas:

"Dejáos de tonterías chicas, nosotros también vamos a follar. Y sabéis perfectamente con quién"