Amenazado por mi prima y su novio 3

Llega la tercera parte. Juan y yo vamos al gimnasio, donde viviré más humillaciones. Y luego me espera algo en casa...

Ambos nos montamos en el coche. Una vez nos pusimos el cinturón, él me dio una bofetada.

  • No te dije que te lo pusieras

Sin decir nada, me lo desabroché. Otra bofetada.

  • Mal, mal, zorrita. Harás las cosas cuando te diga y como te diga. ¿Entendido?
  • Sí amo.
  • Bien. Y pideme perdón.
  • Perdón amo.
  • ¿Sabes? Ahora que eres una chica deberías tratar de hablar con voz femenina. De momento te vas a quitar los botines, los pantalones y la camiseta así como el top, como castigo. Cuando lleguemos al gimnasio, esperarás a que te ordene que te lo pongas. ¿Entendido?
  • Sí amo.
  • Bien.

Dicho esto, por ordenes suyas primero me quité la camiseta, luego los pantalones. Costaba con los botines. Tras quitarme los botines y el top, Juan arrancó sin ordenarme que me pusiera el cinturón. Durante al menos diez minutos estuve así, solo mis braguitas manchadas de semen, excitado, con el pito en castidad y mirando por la ventana mientras Juan conducía.

  • Métete dedos como si fueras una putita que se masturba. Bueno, ya eres putita — rió.

Me apresuré a obedecer. Metí mis dedos en mi ano. Sentía todavía el condón pero no me lo saqué. No sabía si se habían olvidado de él pero por si acaso no lo hice. Gemí como una nena, tratando de parecer lo más femenina posible. Él reía y aprobaba mi actitud. A los diez minutos me ordenó detenerme.

  • Si María está de acuerdo, tal vez dejemos que te corras masturbándote así.

Aquello solo me había excitado más. Finalmente llegamos al gimnasio. Era una hora temprana y dudaba que hubiera mucha gente. Eso esperaba.

Pude volver a vestirme y después entramos al gimnasio. Una vez ahí, pasamos a los vestuarios. Este se encontraba totalmente vacío.

  • Vuelve a quedarte solo en braguitas. Y hazlo con tranquilidad.

Aunque temeroso de que apareciese alguien, obedecí. No estaba tranquilo, eso desde luego, pero tuve que hacer como que lo estaba. Mi verga, encerrada en el cinturón, quería ser liberada. Y el condón no paraba de excitarme y molestarme a la vez. Juan me metió mano bajo las braguitas y comenzó a mover un dedo bajo mi ano, provocando que me excitara y gimiera.

  • En cuanto salgamos, eres mi chica. Nos besaremos. Dirás a todo el mundo que eres gay. Un gay afeminado. Si alguien pregunta claro. Y cuando mi niña te encuentre pareja, tu y yo habremos roto porque me fuiste infiel con él. ¿CAPTADO?
  • Sí amo.
  • Otra cosa más. De vez en cuando, cuando veas que lo requiere la ocasión, me dirás te amo, quiero follarte, cualquiera de esas cosas.
  • Sí amo. Te quiero.

Él sonrió y asintió satisfecho. Dejó de meterme mano y me ordenó vestirme. Una vez hecho salimos al gimnasio, el cual tenía más gente de la que hubiera deseado. Juan y yo fuimos a calentar. Tras unos minutos en bicicleta, hicimos un ejercicio que consistía en tumbarse y hacer ejercicio con los pies. No sé bien como explicarlo. El caso es que sentía mi verga aún en castidad pegada a lo que podrías llamar una especie de camilla. Aquello me excitaba. Me tumbé luego en otra camilla y debía llegar con unas pesas de tres kilos hasta casi los pies y subir. De nuevo notaba mi verga pegada. Supe entonces que Juan había elegido esos ejercicios a propósito. La gente me miraba y se reían de mis pendientes y algunos me olían. Cuando acabamos regresamos a los vestuarios. Ahora había gente. Dos hombres jóvenes y uno algo mayor estaban desnudos. No pude evitar mirar sus vergas colgando, dormidas, esperando a que yo me arrodillase y las mamase. Escuché reír en voz baja a Juan y descubrí con vergüenza que me había descubierto. Me besó en la boca delante de todos y me metió la lengua. Un par de personas (habría ocho allí) nos miraron con curiosidad y uno apartó la vista, algo incómodo. Juan dejó de besarme. Las miradas hacia mí eran incómodas y algunas burlonas. No era de extrañar: iba vestido casi como una nena, con pendientes Hello Kitty y lo que parecía ser ropa de chica. Y por si fuera poco oliendo a nena.

  • Quedate en bragas. No rechistes o ya sabes — me dijo en un susurro.

Tardé un momento en reaccionar y una mirada suya me hizo espabilar.

Muerto de vergüenza y humillación, me quité “tranquilamente” toda la ropa hasta quedar desnudo (¿o tal vez debería decir desnuda?) salvo por mis lindas braguitas de Minnie. Se me quedaron mirando. En ese momento era totalmente nena. Juan se tomó su tiempo para desnudarse y mostrar aquel vergón. Cogió gel y champú que tuve que llevar en la mano derecha. Me cogió de la manita libre y caminamos hasta las duchas. Cerró la puerta, para mi alivio.

Me bajé las braguitas por orden suya y las eché a un lado. Me enjabonó todo mi cuerpo: primero pechos y barriga, luego brazos y espalda. Me puso el culo en pompa y metió dedos hasta casi meter toda la mano. De nuevo le comí los dedos como si fuera su verga. Luego me enjabonó mis bolitas (lo accesible de mi castidad) y luego de eso me lavó. Ya mojadita, tuve que enjabonarle con mis manos como esa mañana. Le hice hasta la paja, pero esta vez él, enjabonado, me cogió en brazos me pegó a su cuerpo, mi culito rozando su verga. El condón escapó al suelo. Él me besó con pasión, como si de verdad fuera mi chico. Cuando terminó, le dije entrecortadamente:

  • Te amo. Follame por favor.

Él rió.

  • Luego dulce nenita. Luego.

Y me dio otro beso. Me puso de rodillas bajo su verga y tuve que lamerla y besarla hasta que quedó limpia de jabón. Tras limpiar todo rastro de jabón, Juan cogió el gel y champú, dejando el condón allí. Me ordenó que me quedara así sin moverme hasta que él viniera. Temí que viniera alguien, que alguien me viera. Cuando escuché pasos en mi dirección me asusté. ¿Sería Juan u otra persona? Por fortuna era él.

  • Sal zorra — me ordenó.

Le obedecí. Él recogió la braguita que me colocó en la boca al igual que el condón. Caminé así. Temí que me vieran pero ya no había nadie. Juan ya había sacado la mochila y tuve que ponerle los bóxer, los vaqueros y una camiseta negra. Él se dedicó a peinarme con tranquilidad, como si nadie fuera a entrar. Me peinó el cabello y las bolitas (aunque no fuera necesario). Luego cogió colonia no de Minnie, sino esta vez de Barbie. Me la puso en la raja del culo, pelo y cuello. También en las braguitas. Al terminar, me tuve que poner el condón en las braguitas y estas encima, mojadas; llenas de restos de semen. Me coloqué la ropa de antes y nos marchamos de allí.

De vuelta al coche, Juan me hizo desnudar por completo, sin nada. Y sin cinturón. Me tuve que meter dedos y gemir como una buena putita hasta llegar a casa. Una vez allí, ya estaba cayendo la noche. María salió como antes: braguitas rojas y tacones.

  • Al fin — dijo mientras me agarraba de la muñeca. — Voy a prepararla, mientras tanto entretenlos y haced lo que hemos acordado.

¿Entretener? ¿Había más gente en la casa? Me entraron los nervios pero no dije nada por temor. ¿Cuantos habrían?

Sin mediar palabra, mi primita me llevó al servicio. Sin quitarme el cinturón de castidad, dijo:

  • Menos mal que vienes bañada. Ya solo queda vestirte. Y vienes oliendo a nena, genial — dijo feliz.

Me puso medias, tacones, unas braguitas rojas como la suya, pendientes de Minnie, un colgante con forma de corazón, peluca rubia, sombra de ojos, algo de maquillaje, desodorante y pintalabios.

  • Lista — dijo ansiosa. — Prepárate preciosa, porque lo vamos a pasar muy, pero que muy bien...

Bajamos abajo, donde empecé a escuchar voces. Estaba nervioso, pero tuve que controlarme. Tenía el chantaje grabado a fuego en mi cerebro. Además, la misma situación me excitaba sobremanera. Estaba deseando correrme y solo mi castidad lo impedía. Cuando bajamos las escaleras, mi prima me ordenó:

  • Ponte a cuatro patas. Que todos vean lo perrita que eres.

Obedecí y fui a su lado, el sonido de sus tacones resonando en el suelo. Estaba espectacular y deseaba follármela toda. En cuanto salí, lo primero que vi antes que las personas que allí había era la larga mesa de madera con mantel ya puesto. Encima de la mesa había Donut, tortilla, salchichas, huevos y plátanos y zanahorias. Pero tenían un añadido especial: toda la comida estaba llena de semen. Y, rodeando la mesa, estaban los chicos. Primero vi a Juan, con su bóxer. Se le notaba la erección. A su lado estaba un chico de pelo negro recogido en coleta, de piel morena. Tendría unos veintisiete años más o menos. Y frente a ellos estaba un joven de unos treinta años de edad, con el cabello rubio también recogido en coleta y barba. Ambos chicos tenían brazos musculados, el rubio más que el otro. El moreno era Luis, el de la farmacéutica quien me había Hackeado el PC. El rubio, como supondréis, se trataba de Carlos. Me saludaron en cuanto me vieron.

Carlos silbó.

  • Que preciosidad. ¿Esta es vuestra perrita?
  • Sí — afirmó Juan riendo. — Todo gracias a Luis.
  • Por favor — dijo este modesto — todo sea por aprovecharnos de esta putita. Voy a gozar partiéndole el culo ¿O debería decir vagina?

Todos rieron incluso María, la cual reía fuerte.

  • ¿A que esperas? — Me dijo ella. — Saluda, estúpida.
  • Sí ama — respondí. — Ho... hola.

Mi voz salió tímida. Más risas. Una patada de tacón a mis bolitas.

  • Así no. Acércate a sus vergas y salúdales. Y si ellos quieren les das un beso a sus vergas. ¿Ves? Te dije que ibas a disfrutar de muchas pijas. Ahora te vamos a violar. Y de verdad. No esas mariconadas de antes.

Tragué saliva, me acerqué a cuatro patitas como una buena perra y le dije hola a Carlos. Este rió y ordenó besar su verga sin sacársela.

  • Sé que estas ansiosa — me dijo — pero paciencia perrita.

Todos rieron y yo pegué mis labios a su verga, a la altura del tronco. Sentí la tela durante el breve momento que estuve besándole el pene. Repetí con los otros dos. Luego fui a comer. Lamí cada gota de semen de cada comida con la lengua. Ellos reían sin piedad. María a veces me daba una patada en mis huevos o cachetada en mi culo. O me daba nalgadas. Una vez lamí y tragué cada rastro de leche, comí un Donut. Para comer una salchicha tuve que lamerla de arriba abajo con cara de putita, besarlo y mamarlo. Lo mamaba de arriba abajo, luego lamía y besaba y vuelta a mamar. Me lo metí en el ano y, aunque algo sucio, lo tuve que tragar igual. Igual con el plátano. La tortilla contenía semen dentro y fuera. Tras comer y masticar un trozo (sentía la leche en mi boca y aquello me excitaba y avergonzaba) María dijo:

— Bueno chicos, haced lo que queráis con la perrita esta.

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Espero que os guste el relato, saludos. Si alguno tiene alguna idea para la historia y quiere decirmela adelante! :)