Ambiente de mazmorra (fragmento)

Traducción de un fragmento de "La propiedad" ("The Property", de Alexander Kelly) ofrecido gratuitamente por PF (Pink Flamingo Publications)

La propiedad (fragmento)


Título original: The Property

Autor: Alexander Kelly, (c) 2000

Traducido por GGG, diciembre de 2003

Oscuridad total. No porque la luz de mi celda esté apagada y en el exterior sea de noche, sino debido a la gran venda que me cubre la mitad de la cara. La cena acabó hace dos horas y la señora Lynn me trajo de vuelta a la celda. Se me permitió un descanso, luego volvió para vestirme con un uniforme básico. Me apretó aún más todas las correas, particularmente la de la entrepierna. Nada de consoladores ni tapones anales, pero me metieron en la boca una larga mordaza en forma de pene. La señora Lynn me sentó en el catre y me subió la cremallera de las botas, con los acostumbrados tacones de 4 pulgadas (unos 10 cm)...

La puerta se cierra y reina un silencio absoluto. Luego se escucha música suave, arpa y flauta. No tenía ni idea de que la mazmorra tuviera cableado un sistema de sonido, puesto que nadie lo había usado antes. Los suaves compases bajan flotando desde los altavoces de arriba.

Hay movimiento en la sala pero nadie me toca. Arrastran un par de cosas pesadas pero no se dice ni una palabra. ¿Dónde están ellos, los que me controlarán? ¿Los que me rescatarán de la noche de aislamiento y moldearan mi espíritu sexual como corresponda? Doy un paso vacilante hacia delante e inmediatamente me encuentro con un látigo que me cruza los pechos. Me encojo y chillo y retrocedo.

Un chasquido y un quedo murmullo. Algo pesado está siendo levantado desde el suelo. Una cadena cruje como si se balanceara lentamente hacia atrás y adelante.

"Veamos esos bonitos ojos oscuros." Es Gwen. La venda desaparece y parpadeo ante la súbita claridad.

Hacia la pared trasera, ligeramente a mi derecha, cuelga Bree. Paralela al suelo, al nivel aproximado del ojo, está suspendida de un robusto armazón de madera que me recuerda a una gigantesca cruz de marionetas. La cruz está suspendida de cuatro cables de acero que se unen en un vértice a unos tres pies (1 m aproximadamente) por encima de la cintura de Bree. Desde allí un único cable desaparece a través de un agujero en el techo. Sus manos y pies extendidos están esposados a cuatro ojales de madera. Su pecho, caderas y piernas soportados por fuertes correas. A diferencia de la pobre esclava señora Lange, suspendida por los brazos, la tensión de Bree es mínima. Puede estar colgada allí durante horas. Y lo que es más, puede ser colocada a cualquier altura, para besar, hacer un servicio o ser empalada por detrás.

Dylan fuerza a la mayor mordaza de anillo que haya visto nunca a pasar por los labios de Bree. Doy por seguro que su mandíbula se dislocará pero su amplia boca consigue aceptarla. Le coloca una correa estrecha bajo la barbilla, luego la pasa por el poste principal de soporte, dando algo de apoyo a su cabeza. "Ahora te limitarás a colgar de allí. Tal vez aprendas algo."

"Déjala," le espeta Gwen. "Ayúdame a desatar a nuestra pequeña belleza."

Dylan da a Bree un pequeño empujón y ella se vuelve perezosamente. Le manda un beso y luego se coloca junto a Gwen.

Ambos están vestidos de impecable cuero blanco. Los pantalones de Dylan y el chaleco parecen fundirse en uno. Lleva suelto su pelo oscuro, más largo que el de Gwen, que le cae bien por debajo de los hombros. Sus brazos desnudos están lisos, sin pelo ni cicatrices ni tatuajes. La piel de Gwen hace juego con la de Dylan; impoluta, inmaculada. Bajo su corta falda, unas piernas bien moldeadas enfundadas en medias blancas, en equilibrio sobre un par de zapatos blancos de tacón alto. Por encima de su estrecha cintura un arnés que muestra la insinuación del escote. Un lunar en su pecho derecho proporciona un cierto alivio al tono de su piel. El cabello de Gwen está levantado en un moño francés, poniendo al descubierto un elegante cuello.

Siempre había pensado en el blanco como un color sumiso, un lienzo vacío preparado para ser pintado por el amo. Sin embargo, sobre Dylan y Gwen proyecta poderío. Un par de deidades venidas a la tierra a juguetear entre los mortales, hacer un poco de deporte y volver al cielo.

Los dioses me toman de los brazos para llevarme al poste de flagelación. Me quitan mis arneses corporales, me atan las manos por encima de la cabeza a un gran aro. Soy estirada hasta que mis tacones se levantan del suelo y me tambaleo sobre la afilada punta de las botas.

Dylan me desengancha la mordaza. "Es hora de librarte de esto. Sé que es lo que quiero oír y no son gritos apagados." Me hace lamer y chupar el consolador hasta que toda la saliva me ha vuelto a la boca, luego empieza el calentamiento. Ambos me golpean con pesados látigos por arriba y por debajo de mi espalda, culo, piernas e incluso en los brazos. Me tenso en los golpes iniciales pero el ritmo regular que adoptan me relaja. Me siento bien en general, en un sitio cálido y seguro.

La intensidad de los golpes se incrementa, cada uno de ellos me empuja un poco más arriba en mi índice de dolor personal y mis reacciones siguen en consecuencia. Paso al estadio del "uh" en el que cada tira del látigo es una herramienta maravillosa abrasándome la piel. Mi espíritu se eleva con el dolor y estoy de vuelta al lugar seguro.

Ahora solo un látigo me golpea y me acostumbro a la nueva cadencia. Me saca fuera del lugar seguro con promesas de nuevas alturas y no puedo soportarlo pero sigo. Salto la ladera de la montaña...

Mi dolor me empuja hacia arriba, amigo y enemigo a la vez. Hace tiempo que abandoné el lugar seguro. El dolor está siempre conmigo. El látigo explota en mi espalda y chillo. Escucho un gruñido de satisfacción a mis espaldas y el látigo alimenta mi dolor, dándole más fuerzas para llevarme más lejos. Grito, el tono se incrementa a cada adorado y aterrador golpe.