Amarte así es un pecado. 1

En esta pequeña historia encarnaremos a Erik, un joven muchacho que ha sufrido abuso parental desde que tiene uso de razón.

Primera mañana de octubre, año 2019, no sabía que dia era sin embargo me encaminaba hacia la estación de tren bajo el amanecer. Hacía frio, no sabía cuantos grados más era por debajo de los 10, curiosamente aquel viaje marcaría un antes y un después en esta vida. Miré con esperanza el billete que me llevaría hasta mi sirena, apodo que le puse a mi hermana algunos años antes por su gran habilidad para el canto, pues poseia una hermana 10 años mayor que yo.

Se me olvidaba, me llamo Erik y poseo 18 años de edad, bueno en ese entonces pues mientras escribo estos parrafos recuerdo con añoranza mi pasado de adolescente; aquella locura, la energía inagotable por descubrir cosas nuevas, los falsos amores y la excitación constante.

Había pasado una vida de maltrato en casa. Mi padre, un bebedor empedernido, golpeaba a mi madre día tras día más todo empeoro cuando mi hermana mayor cumplió 18 años. Las agresiones y las peleas con ella eran constantes, el control que ejercía ese hombre sobre las feminas de esa casa era insoportable y lo peor estaba por llegar. Sin previo aviso, cogió sus cosas y se fue de casa entonces empezaría el principio del fin. Durante unas semanas solo escuchaba los gritos de mi madre ante las agresiones de aquel monstruo, pasaron los días y la impotencia, pese a mi temprana edad, se empezaba a hacer una enorme esfera de odio que desembocó en una puñalada. Con toda mi rabia, mientras aquel hombre violaba y maltrataba a mi progenitora, cogí un cuchillo y sin piedad lo clavé en los testículos de ese hombre. Una vez clavado, por la adrenalina del momento, una patada salió directa hacía mi rostro quedándome inconsciente.

Pasó casi media hora hasta que logré recobrar el conocimiento quedando impactado por lo que veían mis ojos. Tumbado en el sofá pude ver a dos oficiales de los Mossos d'esquadra, la policía de catalunya, poniéndole las esposas a, la que siempre nombraré, mi salvadora. Aquélla mujer no solo evitaba qué me golpeasen dia y noche, también evitó qué fuese a una cárcel de menores a causa de aquél evento. Mi cabeza aún daba vueltas pero con algo de fuerza me levante y caminé hacía mi madre.

-Espera aquí chico.- Una voz resonó justo delante de mí, observando cómo un miembro de la patrulla me señalaba el sillón donde estaba recostado.

-Mi madre. ¿Por que os lleváis a mi madre?- Mi voz sonaba quebrada y de mis ojos brotaban las lágrimas

-No puedo contártelo, pero tranquilo, tu padre estará bien, ahora una patrulla te llevará al hospital para que lo veas.-

Y así, sin poder hacer nada, mi madre fue imputada por un delito de intento de homicidio dejándome completamente a merced del ogro. Dia tras dia aquel hombre descargó en mi la frustración sexual que tenía. No os equivoqueis, en ningún momento me violó, pero las palizas y los gritos eran constantes. Daba igual si hacía algo o no, siempre encontraba una excusa para arremeter contra mí.

Así pasaron cuatro años, palizas y abusos verbales día a día, haciendo que mi personalidad poco a poco se fuese convirtiendo de un inocente niño a alguien qué no tenía nada qué perder y lo reflejaba en mis actos. ¿Peleas? El pan de cada día en mi instituto. ¿Buscarme la vida trabajando de camarero? Por supuesto, de algún lugar tenía que sacar el dinero. Ahorrando, poco a poco, como la hormiga qué quiere vencer a la cigarra, conseguí una suma de dinero más que suficiente para largarme.

Subí a aquél tren dirección Sants-Lleida, sabiendo qué la pesadilla acabaría una vez arrancase. Mi corazón latía con calma, poco a poco empezé a sentir de nuevo cómo la angustia y los nubarrones negros de mi corazón se iban dejando paso a un rayo de luz llamado Mia, mi sirena.

Según lo que recordaba de Mia, pues hacía cuatro años que no la veía, era una chica de metro sesenta y ocho, sin excesivas curvas pero un trasero respingón y con una bonita forma de corazón. Su pecho no era nada del otro mundo, no sabía su talla exacta pero estaba casi seguro que se asemejarian a un par de manzanas. No recuerdo el peinado que solía llevar más si que su pelo le llegaba por los hombros, aquél negro y suave cabello que muchas noches me ayudaba a conciliar el sueño.

Un suspiro salió de mi boca, había estado perdidamente enamorado de ella desde que tengo uso de razón y el no verla me había afectado mas que cualquiera de las palizas. Realmente no era solo no verla, desde que se fue solo supimos dónde vivía, nada más que el nombre de un pueblo llamado Bagergue. Tenía un número de teléfono antiguo, de cuando nos llamó por última vez hace tiempo, y nada más. Podéis pensar que era una idiotez, vas a un pueblo qué no conoces en busca de una persona de la cuál no sabés nada hace años. Si, lo es, una idiotez tan grande como un campo de fútbol, pero la verdad es que no me importaba, quería salir de ese infierno y aquello era lo mejor, solo existía esa posibilidad así que me daba igual todo.

Bajé del tren, confuso y con un frío tremendo, tuve que ponerme el abrigo que llevaba conmigo. Caminando hacía la cafetería de aquél lugar iba mirando el móvil, buscando en contactos. "Hay esta" dije para mis adentros mientras apretaba a llamar y llevaba el móvil a mi oreja.

-El número marcado no corresponde a ningún cliente.-

-¡Mierda!- Grité de frustración mientras las pocas personas que habían en aquel establecimiento fijaban la mirada en mí.

-¿Que va a tomar señor?- Pude ver como la mirada de aquel camarero se posaba sobre mí. Reconocía aquella mirada, pensaría que estaba loco por culpa de aquel improperio.

Tras rascar mi cabeza dije lo primero que se me pasó por la cabeza. -Un chocolate caliente con una nube de leche.- Recordaba que tomaba aquello los días de frío junto a Mia.

Mientras me tomaba aquello pensaba que hacer. ¿Cómo encontraría a mi hermana? ¿Seguiría en el pueblo? ¿A que saben las nubes? Si, tantas preguntas sin respuesta se acumulaban en mi mente buscando acobardar a mi corazón sin embargo nada pararía el tsunami de emociones que llevaba dentro. Con un par de tragos vacíe la taza que estaba y marche del lugar.

Debía admitir que aquel pueblo era bastante bonito, el aire se respiraba mucho más puro que en la ciudad dónde vivía y las calles estaban prácticamente desiertas, claro que la hora ayudaba bastante a eso último.

Caminé y caminé, como un simple turista, claro que sin una cámara xxxl y con deportivas en vez de sandalias y calcetines blancos, visitando parte del lugar. Las calles poco a poco empezaban a llenarse de gente, un sábado era el día ideal para perderse en un sitio desconocido, nótese la ironía. Tanto caminar había generado que mi estómago gruñir por lo que haría una parada y luego reanudaría mi búsqueda.

No había ningún restaurante que estuviese a mi gusto así qué entre en un bar. Unas tapas podrían aliviar el hambre así qué no dudé mucho. Me senté y pedí lo clásico, unas bravas, medía ración de morros y un pincho de tortilla de patata.

-¿Erik?- Sonó una voz familiar a mi espalda, haciendo qué una patata cayese al suelo por la sorpresa.

Giré mi cabeza topandome con mi sirena, Mia, tan hermosa cómo lo recordaba. -¡Mia!- Sin dejarle responder me levanté rápidamente abrazándola con fuerza.

-Vaya, se ve que mi hermanito se alegra de verme.- Con una risilla me abrazó pasando sus manos por mi espalda apretándome contra ella.

Había de admitir que apenas había cambiado sin embargo había tres puntos que se presentaban diferente. Su pecho había crecido, no tanto cómo para ser considerada una "tetona" pero sí qué se notaba un cambio para bien. Su sonrisa, el segundo cambio, ahora era completamente radiante, ya no se veía esa clásica sonrisa forzada que expresaba día a día. Y, por último, un aire de madurez increíble junto a un trasero de infarto que haría resucitar hasta un muerto.

Tras un par de besos y el abrazo se sentó, justo en frente mía, mientras miraba la carta buscando que pedir.

-¿Qué haces aquí Erik?- Seguía sonriendo pero esta vez posaba sus ojos en mí, mirándome con intriga. -¿Mamá está bien?-

-Pues verás...- Suspiraría mientras estiraba mi cuello haciéndolo crujir. -Ponte cómoda, es largo...-

-Eso decís todos, al final no es para tanto.- Ante su broma no pude evitar esbozar una sonrisa seguida de una ligera risa por parte de ambos.

Durante la comida le conté todo lo que había pasado desde que se fue; el incidente con aquel hombre, mamá en prisión y ese tipo de cosas. Omití las partes que no quería que supiese, por motivos lógicos, cómo que su adorable hermano pequeño trapicheaba con sustancias de dudosa legalidad o, incluso, que daba placer a señoras solventes.

Olvidaba que no me he descrito, que cabeza la mía. Medía cerca del metro ochenta, uno con setenta y siete para ser exactos y, pese a que no tenía la típica tableta, mi cuerpo estaba en forma gracias a que me gustaba hacer ejercicio. Cabello negro como mi hermana pero con el clásico peinado de chico.

-Y eso es todo, te dije que era larga... Además, tu amiga Ana lo comprobó.- Devolviéndole la broma pegué el último sorbo a mi bebida antes de que ambos soltasemos unas pequeñas carcajadas.

-Enano, no te hagas el fantasma, que mi hermanito debe ser un ser de luz seguro.-

Mientras esta pagaba la cuenta me levanté detrás suya observando su trasero, redondo, firme y perfecto, digno de ser llenado una y otra vez.

Horas después, a las nueve de la noche habiendo pasado la tarde acoplandome en casa de mi hermana, vería a esta salir de la ducha. Una pequeña camiseta de tirantes y un tanga de hilo era todo lo que llevaba haciendo que me quedase embobado mirándola.

-Ve a la ducha y acuéstate en mi cama, no hay mas habitaciones así que por el momento dormiremos juntos.- Habló con aquella radiante sonrisa.

¿La noche con ella? Aquello sería una dulce tortura más estaba realmente agotado. Fui directo a la ducha, dejando que el agua caliente empapase mi cuerpo. No tardé en salir y acostarme, realmente aquel día había sido largo por lo que caí rendido.

Un fino rayo de luz me despertó haciendo que abriese los ojos topandome con la nuca de mi hermosa sirena pero aquello no era lo mejor, una erección matutina se clavaba entre las nalgas de mi hermana. Al moverme lentamente hacía atrás choqué contra la pared, pués la cama de matrimonio estaba pegada a uno de los lados de la habitación, haciendo que por acto reflejo me tirase hacía delante clavándosela aún mas.

-¿Um?- Un quejido de la mayor fue seguido de un movimiento de caderas. Estaba en problemas.

•>Continuara.

Si has llegado hasta aquí debo agradecerte que te lo hayas leído todo pese a la falta de situaciones libinosas. Es mi primer relato así que espero tu valoración estimado/a lector/a.