Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación
Ramón obsequia a Mariano con una sesión de sexo sado.
Nunca me deja de sorprender la multitud de tonterías que uno hace cuando entra en el laberinto que supone mezclar el amor con el sexo, ¿cuántas barreras interiores bajamos para conseguir que el ser amado permanezca a nuestro lado? Si no, no me explico porque un tío de treinta y siete años como yo, varonil y con un buen físico, atractivo (o por lo menos eso es lo que me dicen) se dejara poner una venda en los ojos por su amante. Quizás en eso tuviera mucho que ver que Ramón fuera un metro ochenta de masculinidad y estuviera de un bueno que te cagas. Lo que pretendía con la historia de cegarme, para mí era todo un misterio, aunque viniendo de él cualquier cosa me la podía esperar; el tío, de un tiempo a esta parte, estaba demostrando ser puro morbo y un maestro en eso de los jueguecitos sexuales.
Ramón tras comprobar exhaustivamente que no veía absolutamente nada, me cogió de la mano y me llevó hacia la cama. Una vez estuve sobre ella, me obligó a postrarme de rodillas sobre la parte superior. Sus ademanes estaban desnudos de amabilidad y tenían un enaltecido aire marcial. Una vez me tuvo contra su cabecero, empujó mi cabeza contra las metálicas barras de este. El lugar que duermo es una cama de hierro forjado muy antigua y que perteneció a mis bisabuelos, la parte superior es un entramado de barras metálicas que culminan en dos ornamentos plateados en forma de piña.
Fue dejarme castigado de cara a la pared y un apabullante silencio reinó en torno a mí, el cual unido a la completa oscuridad en la que me había sumido mi amigo, consiguieron que mi situación de indefensión fuera total. Unos eternos instantes más tarde, percibí como las fuertes manos de mi amante tiraban de mi brazo izquierdo hacia arriba. Cuando sentí como ataba mi muñeca a uno de los adornos metálicos, un escalofrío recorrió mi espalda. A continuación, volvió a repetir la misma operación con la derecha. Estuve a punto de pedirle que parara, que se dejara de historias raras, pero una voz en mi interior me gritaba que todo iba a ser un juego, que Ramón nunca me haría daño. Como en respuesta a mis íntimos pensamientos, me acarició el culo, paseando despacio sus dedos por toda esa zona de mi cuerpo, haciéndome degustar, poco a poco, la satisfacción que me producía el roce de su piel sobre la mía.
—¡Jo, Marianito que buen culo tienes tío! A todo el mundo con los años se nos comienza a caer para abajo y a ti se te está cayendo para arriba.
Su desparpajo me tranquilizó una chispa y me dispuse a decirle algo ocurrente, pero fue salir la primera silaba de mis labios y me mandó a callar de un modo absolutamente autoritario. Aquel tono de voz y las palabras que profirió tenían que ver tan poco con el hombre del cual estoy enamorado, que no pude evitar preocuparme.
De nuevo un silencio penetrante lo envolvió todo, ni siquiera el arrastrar de unos pies, una pequeña brisa de aire propiciada por un movimiento… ¡nada!
Estaba tan aterrorizado que el tiempo perdió su sentido para mí, no sé si habían pasado segundos o minutos hasta que volví a sentir la presencia de Ramón. Lo primero que percibí fue como sus rudos dedos acariciaron mi agujero, haciendo círculos sobre la piel. Seguidamente oí el ruido que produce un bote de plástico al ser aplastado, supuse que se trataba de mi bote de lubricante. Mis sospechas no podían ser más ciertas, pues la siguiente vez que los dedos de mi amante se posaron sobre mi ojete, estaban impregnados con el pegajoso gel.
La sensación que me embargó fue de lo más violenta, noté como intentaba invadir mi interior sin poder hacer nada para evitarlo. Fue como una especie de violación, pues aunque no me quería negar, tampoco me daban esa posibilidad. Mis labios seguían sin pronunciar palabra alguna, en parte por seguir el juego, en parte porque su reacción anterior me dio algo de miedo. Como única respuesta a todo lo que me estaba ocurriendo, mi pecho se infló como si fuera a estallar y una sensación nerviosa recorrió mi espina dorsal.
Fue sentir como el primero de sus dedos horadaba mis esfínteres y mi pene, que hasta aquel momento había permanecido en estado de reposo, comenzó a salir de su letargo. Circunstancia que fue percibida por mi acompañante, pues con total desparpajo me dijo:
—Te está gustando, ¿ein? ¡Pero qué guarrísimo eres!
Un abrumador mutismo volvió a rodearnos, solo podía notar como sus gruesos dedos entraban y salían bruscamente de mi interior. Su compulsivo mete y saca solo tenía un propósito: Dilatar mi estrecho agujero. Todo mi ser se vio envuelto en un sentimiento indescriptible, el dolor me empujaba a pedir que parara, pero el placer me hacía desear que prosiguiera, incapaz de tomar una decisión, permanecí mudo ante los estímulos que me invadían.
Lo siguiente que percibí fue que aplastaba algo contra mi semidilatado ano, creí que era “Lenny”, sin embargo noté que era más ancho que aquel, con lo que mi perplejidad fue en aumento. A pesar de su grosor, y de un modo paulatino, el desconocido objeto terminó por penetrar en mis entrañas. Ramón lo empujó violentamente hasta que consiguió que se adentrara a lo largo de mi recto, fue considerar que había introducido una porción importante de aquel utensilio en mi ojete y lo mantuvo inmóvil. Pese a que sabía que era más ancho que mi consolador negro, era incapaz de evaluar sus dimensiones de un modo adecuado, pero por el modo que me comenzó a doler el ano, ¡debía ser enorme!
En el instante que me dispuse a pedir que me lo sacara, que no soportaba más el daño que me estaba haciendo, volvió a sonar la desagradable y autoritaria voz de mi sigiloso amante. Fue oír cómo exigía que permaneciera callado, añadiendo que si quería disfrutar con aquello debía sufrir un poco y empecé a sentirme un rato incómodo. “¿Qué coño le pasa a este?”, pensé mientras apretaba mis labios para ni siquiera gemir de dolor.
Una sensación de alivio recorrió todo mi cuerpo cuando liberó una de mis muñecas, no sé por qué, me figuré que el “dichoso” juego había terminado. Sin embargo, lo que sucedió fue bien distinto, Ramón me desató con un solo objetivo: Abrirse paso. Nada más colocó su pelvis ante mi boca, volvió a anudarme al pivote de la cama. Comprobó que me hallaba bien atado de nuevo y empujó mi cabeza contra sí, cuando me quise dar cuenta, su enorme cipote había atravesado mi boca hasta chocar contra mi garganta. Cada vez que daba un envite para que su polla chocara con mis labios, su trasero golpeaba mi antebrazo, por lo que concluí que el espacio entre mi boca y las rejas del cabecero era ínfimo.
Como no dominaba en absoluto la situación, mi paladar apenas podía saborear y disfrutar del trozo de carne que se deslizaba y chocaba contra él. Con cada arcada que mi garganta esputaba, un rio de caliente baba escapaba por la comisura de mis labios. A pesar de mi ceguera y de mi incapacidad de tocarlo, podía percibir como mi saliva empapaba el tronco y la cabeza de aquel majestuoso miembro.
Hubo un momento que casi sentí que me asfixiaba, las lágrimas resbalaban por mi cara, empapando todo mi rostro. Impotente e incapaz de replicar, mi cuerpo y mi mente se rindieron ante el torrente de dolor-placer que invadían mis sentidos. Mi singular respuesta fue una absoluta pasividad. Pasividad de la cual la única parte de mi cuerpo que quedó libre fue mi polla. Una polla que sentía como un palo de dura. Tan dura que hasta me dolía.
Tan súbitamente como la salvaje profanación de mi boca comenzó, se detuvo y retornó el silencio. Únicamente noté como sus manos desataban mi muñeca para posteriormente volver a dejarla en la misma posición inicial. Ateniéndome al cambio de peso sobre la cama, pude saber que Ramón había vuelto a bajarse. ¡Tanto sigilo me tenía escamado! No obstante, sus gritos se habían clavado en mi subconsciente y me sentía incapaz de negarme a sus caprichos.
Estaba tan muerto de miedo que no paraba de transpirar, tanto que noto como el trozo de tela que cubre mis ojos, se empapa de un sudor frio. “¿A dónde quiere ir con todo esto?”, pensé mientras me rendía plenamente ante la resignación.
Volví a percatarme de que sus manos acariciaban mi trasero de nuevo, en un primer momento de un modo suave, casi delicado, para a los pocos segundos comenzar a hacerlo de una forma desmesurada y culminando con una sonora bofetada sobre mis glúteos. Instintivamente un leve quejido escapó de mis labios, pero a él no pareció importarle mi sufrimiento pues volvió a repetirlo, la siguiente vez sobre el otro cachete del culo. Unos golpes más a cada lado y se detuvo. Ignoro si porque se estaba dando cuenta de que se estaba pasando tres pueblos o si, por el contrario, se compadeció de mí, quien ya estaba casi al límite del dolor que podía soportar.
Con una total indiferencia hacia mi posible reacción, Ramón retomó la tarea de acariciar mi trasero, recorriendo minuciosamente con sus dedos cada uno de los rincones de este. Al llegar a la altura de mi orificio, sentí como empujó un poco más el extraño aparato que aún permanecía alojado en el interior de en mi recto. Curiosamente, la primera vez que sentí aquel objeto dentro de mí me produjo un terrible dolor, en aquel momento esa lastimera sensación se había visto transformada por un inmensurable placer que se había hecho dueño de mis emociones, y sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.
En el instante que más estaba disfrutando de aquel cacharro que invadía impúdicamente mis entrañas, mi amigo procedió a sacármelo de golpe, sustituyéndolo automáticamente por algo aún más libidinoso: su enorme cipote. No pasan ni dos segundos y sentí su rígido ariete atravesar mi puerta trasera, regalándome con ello una penetrante punzada de dolor. Hice ademán de protestar, pero una de sus manos se alojó sobre mis labios y ahogó cualquier posible queja.
Como una repetitiva retahíla, el sufrimiento dio paso al gozo. Albergar en mi interior la enhiesta verga del hombre que quiero, era para mí el mejor de los placeres. Volví a caer rendido ante sus encantos y me dejé llevar a donde fuera que él quisiera llegar. Notar como su masculinidad atravesaba mi cavidad anal hasta llegar a lo más profundo de ella, hizo que me entraran unas ganas locas de gritar de placer-dolor, pero con su mano tapando mi boca, solo pude emitir un ahogado lamento.
Cuando más emocionado me encontraba y más estaba disfrutando de la increíble follada, Ramón sacó su carajo de mi interior. Haciendo gala de un sigilo que me comenzaba a poner enfermo, sustituyó su polla por el instrumento fálico, el cual me introdujo de un solo golpe y sin contemplaciones. Al ver que un pequeño quejido brotó de mis labios, me mandó a callar, haciendo gala de un tono marcial que me cohibió por completo.
Otra vez el silencio lo llenó todo, mi situación comenzaba a ser insoportable, estaba ciego a todo lo que me rodeaba, las ataduras me impedían moverme, y estaba tan aterrado que era incapaz de hablar. Oí como se abría y cerraba un cajón, pero no sentía sus pasos. Era como si se hubiese convertido en una presencia etérea.
Unos interminables segundos más tarde, advertí como la mano de mi amigo rozaba mi cintura, cogió mi polla y se puso a masajearla para proporcionarme placer.
—Pero, ¡qué guarro eres! Te estoy haciendo todas las perrerías posibles y tú sigues con la polla mirando al techo. Si te gusta en proporción a lo dura que la tienes, todo este rollo te pone más que a mí. ¡Si ya decía yo!
En mi interior nacieron las ganas de exteriorizar lo que sentía, pero las reprimí por temor a que me gritará de nuevo. Era tanto el placer que azotaba mi cuerpo que, si seguía de aquel modo, me iba a terminar derramando sin remedio alguno. Tal como si me hubiera leído el pensamiento, mi amante dejó de pajearme y centró toda su atención en mis posaderas.
Acarició mis glúteos durante unos escasos segundos y, sin dar tiempo a que mi cuerpo reaccionara, sacó el fálico objeto de mi interior, sustituyéndolo por otro de parecida forma. En el momento inicial fui incapaz de reconocer qué coño era lo que me estaba metiendo, pero a la vez que se fue adentrando más en mi recto, fui deduciéndolo: era “Lenny” mi consolador negro.
Con el gran trozo de látex incrustado en mis entrañas hasta el fondo, tuve la sensación de que una gota de esperma brotaba de la punta de mi glande. Tras dejar bien ensartado el pene de goma entre las paredes de mi ano y cerciorarse que el remedo de testículos era lo único que se quedaba fuera, las manos de mi amante regresaron a mi pelvis. Su toque sobre mi pene comenzó siendo suave, para tornarse tosco y salvaje unos segundos más tarde. Tan excitado como estaba, tardé poco en vaciar el contenido de mis huevos, impregnando de leche el torso de la mano de Ramón.
—¡Así me gusta, que disfrutes y te corras a gusto! Ahora me toca a mí.
Los movimientos sobre el colchón me llevaron a imaginar que se habían puesto de píe sobre mi espaldas. Lo imaginé cual coloso de Rodas dejándome pasar entre sus piernas y masturbándose sobre mí. Corroboró mis “pesquisas”, el perceptible e inconfundible quejido que emitió mi amante al correrse, unos segundos después sentí como por mi espalda resbalaba un pequeño río de semen caliente, que descendía hacia mis glúteos como si se tratara de un alud.
El éxtasis fue sucedido por silencio, un flagrante silencio. Durante una porción de tiempo indeterminada, este perdió su sentido. Únicamente volví a ser consciente de la realidad en el momento en que Ramón me quitó el vendaje que me cegaba. Lo hizo de un modo tan súbito que me costó un poco hacerme de nuevo a la luz, lo primero que captaron mis ojos fue la imagen borrosa de mi amigo, quien aprovecha para robarme un pequeño beso.
—¿Cómo te lo has pasado? Todo esto se me ocurrió viendo el otro día una película…—Ramón guarda silencio como si estuviera rebobinando algo en su cabeza —llevo unos cuantos días dándole vueltas al tema y estaba deseando verte para poder hacerlo. ¿¡No me digas que no te ha gustado!?
—Gustarme, gustarme…Bueno sí, ¡bastante! Pero tendrás que reconocer que te has pasado un poquito con todo el rollo ese de las voces.
—En parte era lo que pretendía —Responde con cierta chulería y poniendo esa carilla de pícaro que tanto me pone.
—No sabía yo que tuvieras tanta mala leche acumula —Mi frase concluye sacándole la lengua en plan jocoso.
—¿Mala leche? ¿Mala leche...? No sé yo que decirte, pero un poquito cabrón sí que he sido, ¡ja, ja, ja!
Fue tener libre las muñecas e intenté localizar el misterioso objeto con el mi amante me había estado penetrando, una vez di con él, no podía salir de mi asombro. Se trataba de una especie de “dildo” negro con la parte superior un pelín torcida. Su forma y tamaño me recordó la parte superior la palanca de cambios de algunos coches. Sin pensármelo ni un segundo, lo cogí. Lo palpé completamente atónito, el material con el que estaba fabricado era parecido al látex, pero me parecía más denso. A ojo de buen cubero debería medir unos quince centímetros y su grosor sería de unos cuatro, en principio no era tan enorme. Cosas más grandes me habían entrado, sin ir más lejos la polla de Ramón. “¿Entonces porque me ha dolido tanto?”, pensé. La respuesta no era otra que su “cabeza” torcida, la cual pensé estaba diseñada para proporcionar más placer.
—¿Todo esto me has metido tú? ¡Pero qué bruto eres!
—No protestes, que te ha gustado una barbaridad.
—No si como gustarme me ha gustado, pero es que me tienes tan estupefacto que no puedo cerrar la boca. ¡En la vida me hubiera esperado esto yo de ti!
—¡ Quillo , si quieres empiezo yo por enumerar todo lo que no me esperaba de ti —Dice marcando en su cara una sonrisa ante la cual se me acabaron todos los argumentos —. El cacharrito lo vi en un sex-shop en Málaga y te lo he traído de suvenir.
— Pues muchas gracias hombre —Digo regalándole un merecido y largo beso.
Mientras lo besaba la locura dio paso a la cordura y en mi interior comenzaron a sonar las alarmas. “¿Qué coño me pasa con este tío? ¿Qué va a ser lo próximo que me voy a dejar hacer?”, me preguntaba mientras mi lengua danzaba con la suya, saboreando el sabor de su paladar. La verdad era que a pesar de lo peligroso del terreno por el que me estaba llevando, estaba exaltado por lo sucedido y un excitante nerviosismo seguía campando sobre mí, como si el momento sexual no hubiera concluido aún.
Cogí su cara entre mis manos y clave mis ojos en sus castaños iris. A pesar de lo sucedido, de los preceptos morales que habíamos derribado en nuestra búsqueda de placer, la sinceridad que estos reflejaban no dejaba lugar a duda alguno: para él todo había sido un mero juego. Estaba claro que, como me dijo él, veía el mundo de la homosexualidad como un extenso campo que explorar y en su afán por experimentar, el sado o la dominación (no sé qué etiqueta ponerle a lo que hicimos) era una variante más de una forma de ver la sexualidad que para él era completamente novedosa.
Nos duchamos y nos acostamos, aquella era la primera noche que pasaríamos juntos. Me costó conciliar el sueño, sentir su calor, su olor, su presencia tan cerca era exultante y me tenía con mil hormigas recorriendo cada trozo de mi piel. Sin embargo, estaba tan agotado que el cansancio terminó dejando KO al nerviosismo. Mientras cerraba los ojos para hundirme en el mundo onírico, un último pensamiento “filosófico” de los míos se hizo protagonista de mi mente.
“En un mundo lleno de convencionalismos extraños como el que nos ha tocado vivir, muchos aseguran que una relación clandestina, como la que mantenemos Ramón y yo, nunca puede conducir a nada bueno, pues embaucados por la pasión, no calibramos las vidas que destrozamos a su paso con ello. Muchos piensan que relaciones como la nuestra es mejor no empezarlas y, si se comete el fatal error de hacerlo, hay que dejarlas en cuantos antes, pues más pronto que tarde, terminaran complicándose de tal manera que no tengan solución”.
Aunque no quitaba la razón a todo aquello que me había inculcado subliminalmente durante toda mi vida. En aquel momento me sentía tan dichoso que lo único que podía pensar era: El mundo se equivoca, pues prefiero sufrir por sentir que pasar el resto de mi vida lamentando algo que debería haber hecho y no hice.
FIN