Amantes para Leopold (I-07): El Despertar (07/08)
Johs, el chico que ayudó a Leopold y Kebu en el robo de la Plaza de las Fuentes, se prostituye para satisfacer a su chulo...evoca su triste vida con el rubiales, que lo usa, humilla y explota...pero en el corazón del miserable prostituto empieza a germinar la semilla de una esperanza: Leopold...
Amantes para Leopold (007)
Josh estaba en cuatro patas sobre la cama, con las piernas bien abiertas y aguantando como podía las embestidas de su tercer cliente de esa noche. Ya no tenía fuerzas ni para moverse siquiera un poco y en lo único que podía pensar era en que aquel hombre se corriera lo antes posible para poder largarse de allí. Una estocada violenta de aquella polla gorda que le taladraba el agujero, lo hizo soltar un gemido y le arrancó algunas lágrimas que corrieron por sus mejillas hasta humedecerle los labios gordezuelos.
A pesar del dolor que lo sacudió, se alegró suponiendo que el cliente estaba próximo a concluir con su faena. Pero se equivocaba. El hombre simplemente había optado por cambiar de ritmo, para penetrarlo de manera más pausada pero clavándolo con más fuerza y mayor profundidad. Perdió la noción del tiempo mientras sentía que algo dentro de él iba a estallarle en cualquier momento y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar.
Hasta que en un momento el cliente dejó de clavarlo, sacó la gorda polla de golpe y lo agarró por los rulos tironeándolo con fuerza para obligarlo a darse media vuelta sobre sus cuatro patas. Entonces lo vio quitarse el condón y sintió un profundo asco.
— ¡Chúpamela! – le ordenó el cliente – ¡Que voy a correrme en tu boca!
Josh levantó sus ojos húmedos y forzando una sonrisa intentó expresar una protesta. De eso no habían hablado cuando acordaron el precio del servicio. Pero el tipo no le dio opción. Lo sacudió con violencia por los rulos y le advirtió:
— ¡O me la chupas o te muelo a tortazos y te vas de aquí sin paga…que eres un puto y estás para darme placer como yo quiera!
Asqueado pero temeroso por la amenaza de aquel bruto, Josh cerró sus ojos y abrió los labios para comerse aquel cipote regordete y empezó a mamarlo de la mejor forma que podía, mientras el cliente seguía tironeándolo de los rulos, marcándole el ritmo y jadeando, al tiempo que el pobre chico se afanaba con la lengua para incrementarle el placer y lograr que se corriera lo antes posible.
Finalmente el hombre logró su cometido. Soltó una generosa cantidad de leche caliente, espesa y amarga entre la boca de Josh y terminó por liberarlo para desmadejarse sobre la cama. El chico escupió cuanto pudo, se apartó de allí y fue al lavabo para tratar de asearse un poco, intentando controlar la náusea que le sacudía las tripas amenazando con expulsar de su estómago lo poco que había comido aquella noche.
Recogió la paga que el cliente le señaló sobre la mesita ratona y se vistió con premura para largarse. Ya no aguantaba. Aunque aún era temprano, Josh no tenía ni fuerzas ni ánimos para soportar una verga más entre sus entrañas o entre sus labios. Ahora en lo único que podía pensar era en ir a darse una buena ducha para tratar de sacarse la sensación de asco que traía pegada por toda la piel.
Por el camino pensó en Frank. ¡Cuánto deseaba encontrárselo en el departamentito! ¡Y cuánto anhelaba que el chico lo abrazara y le dedicara una palabra de consuelo y lo aliviara con la ternura de una caricia! Pero las cosas con Frank no funcionaban de esa manera. Para el guapo rubiales lo único importante era el dinero que podía sacar.
Josh había estado muy enamorado de él. Desde el principio se había prendado de sus maneras desenvueltas y su aire de chulito. Frank había sabido deslumbrarlo con su muy bien ganada fama de conquistador y Josh se le había ido acercando como un gatito meloso, rondándolo, ofreciéndosele, haciendo cuanto podía por abrirse un espaciesito en la vida de aquel rubiales tan guapo, que se preciaba de obtener lo que quería cuando quería y que valiéndose de arrumacos fingidos, o de falacias descaradas, o de alguna buena dosis de violencia, hacía que todos a su alrededor se plegaran a su voluntad.
Frank no había desaprovechado la oportunidad que le brindaba Josh y lo había tomado para sí, haciéndose su Dueño, dándole a entender en cada acto que le hacía un favor al tomarlo y usarlo como mejor convenía a sus intereses de gamberro. Y Josh se había llenado de ilusión y se había entregado con el alma a complacerlo, a servirle, a adorarlo sin restricciones, sintiéndose especial al pensar que el rubiales lo prefería a él por sobre toda la cantidad de chicas y de chicos que se le ofrecían.
Desde el principio las cosas no habían ido nada bien para Josh. Frank iba exigiéndole cada vez más y retribuyéndole muy poco. Y cuando el de rulos del color de la caoba parecía dudar en caer más bajo, el rubiales utilizaba la violencia o le inventaba alguna historia traída de los pelos pero que el otro se creía a pies juntillas, o le daba una prueba de sus encantos en la cama, o lo trataba con absoluta indiferencia, hasta que Josh volvía arrastrándose ante él, suplicándole perdón y prometiéndole hacer cuanto fuera necesario para seguir teniendo la oportunidad de adorarlo.
De esa forma, había empezado por entregarle a Frank el poco dinero que ganaba trabajando como dependiente en una tienda de abarrotes. Y cuando ello no fue suficiente para el rubiales, se vio obligado a robar de manera sistemática a su patrón, hasta que fue descubierto, apaleado y echado como un perro con sarna.
Descubierto en su faceta de ladrón y sin dinero con qué agasajarlo, el rubiales se encargó de que la familia de Josh se enterara además de que el chico era un maricón que iba por ahí arrastrándose a sus pies, implorándole por chuparle la polla. Su madre alcohólica y sus tres hermanos terminaron echándolo de casa por no aguantar la presencia en su familia de “un malnacido con tantos vicios tan vergonzosos” .
Josh se había quedado en la más triste y apabullante indigencia. Y para colmo de sus desgracias, Frank no quería saber nada de él. Por más que le suplicó, por más que le lloró, por mucho que se arrastró a sus pies implorándole por un poco de consuelo, el rubiales lo trató con la mayor frialdad y le advirtió que no estaba dispuesto a cargar con “un inútil que no podía aportarle nada” . Que si quería seguir estando con él, debía ingeniárselas para traer dinero.
Josh estaba desesperado. El hambre empezaba a acosarlo y los únicos lugares que encontraba para dormir eran las bancas en los parques o los bajos de los puentes, en donde quedaba expuesto a que los vagabundos que solían aposentarse en esos rumbos lo acosaran, lo golpearan y le negaran ningún auxilio.
Lleno de incertidumbre y dolor moral, abandonado de todos y sintiéndose la peor basura del mundo, vino de nuevo hacia Frank. Se postró ante él llorándole y suplicándole por ayuda y prometiéndole que haría lo que fuera, sin importarle nada más que seguir estando a su lado. Lo amaba demasiado y perderlo le resultaba insoportable. Sentía que no iba a poder seguir viviendo sin el rubiales.
— Hay algo que podrías hacer… – le había dicho Frank con frialdad –…pero seguro que no querrás hacerlo…
Iluminado por la esperanza, Josh se había arrojado agradecido a los pies del rubiales para besuqueárselos y prometerle que haría lo que fuera. Y lleno del valor que le infundía la posibilidad de volver a sentir que aquel canalla era su Dueño, no se arredró cuando Frank le explicó escuetamente que la única forma que encontraría de ganarse de nuevo ese “privilegio” , era ir a dejarse follar y a chuparle la polla a un vejete al que le sobraban los billetes y que se moría por poseer el hermoso cuerpo adolescente del chico de los rulos del color de la caoba.
El mismo Frank acordó con el vejete las condiciones y el precio del servicio y vigiló el acto para que Josh dejara plenamente satisfecho al cliente. Había sido la primera vez que el rubiales lo vendía como a un pedazo de carne. Pero no fue la última. De ahí en adelante fue consiguiéndole clientes y prostituyéndolo sin ningún remilgo, embolsillándose la paga cada vez y cada vez exigiéndole más y más dinero, hasta que el mismo Josh, de su propia cuenta, iba por allí ofreciendo sus servicios de prostituto.
Y en poco tiempo había adquirido tal fama y tal éxito, que con lo que ganaba había podido pagar la renta de un departamentito que Frank había tomado como propio para ir allí a hacer de las suyas con cuanta chiquilla le abría las piernas. Y obligado por el mismo rubiales, era tal el empeño que Josh ponía en su oficio que la falta de dinero había dejado de ser un problema y ahora su chulo vivía con sobrada holgura y hasta alcanzaba para que él mismo se comprara ropa de las mejores marcas, lo cual iba en beneficio de su trabajo y le permitía acceder a clientes cada vez más exigentes pero que también eran los que mejor pagaban por usar su cuerpo.
Poco a poco Josh había ido perdiendo las ilusiones de ser feliz con Frank. A pesar de lo mucho que se esforzaba por complacerlo y por demostrarle cuánto lo amaba, el rubiales no aflojaba en sus exigencias que cada vez eran más crecidas y apremiantes. Y él había tenido que ir conformándose con las migajas que el otro le daba y resignándose a que Frank fuera su única compañía y su única familia.
Hasta que en aquella relación ya no quedaba ni pizca de amor y lo único que la sostenía era la tremenda excitación que le causaba a Josh el mamarle la imponente polla al rubio o sentirlo cómo lo follaba con esa arrogancia y esa desaprensión con que lo había montado desde la primera vez y que no había perdido ni un ápice de fogosidad.
A la temprana edad de dieciséis años pero ya agobiado por los recuerdos y el peso de su asqueante oficio, con el sabor amargo del semen de aquel hijoputa pegado aún en su paladar y con las lágrimas bailoteándole en las largas pestañas, Josh cruzó la calle y se adentró en el pequeño departamentito.
Cruzó la minúscula sala y abrió la puerta de la alcoba para encontrarse con que allí estaba Frank, completamente desnudo, cabalgando a una chica que con cada estocada sobre su coño ponía los ojos en blanco, daba un chillidito y le suplicaba al rubiales que no parara de follársela con la misma fuerza con que la estaba montando desde el principio.
Josh ya no resistió más. Se dio media vuelta y con un par de zancadas fue a acurrucarse en el rincón más alejado de la pequeña cocina. Y allí se soltó en llanto. Maldiciendo su existencia y su oficio de prostituto. Renegando de su soledad y de la sordidez de su relación con Frank. Quejándose de la infamia de sus clientes y del oprobio que lo cubría con cada servicio que vendía.
Hasta que, sin que viniera a cuento, recordó la hermosa sonrisa de aquel chico de ojos negrísimos al que había conocido hacía como dos semanas en la Plaza de las Fuentes. Y como en un susurro pronunció su nombre…
— Leopold…
Y ello le valió para no sentirse solo, para olvidar a Frank que seguía follándose a la chica en la recámara, para limpiarse el asco por la infamia y el oprobio de su oficio. Y entonces fue calmándose, pronunciando aquel nombre como un mantra, hasta que lo venció el cansancio y el sueño y se tendió en el piso de aquel rincón de la pequeña cocina y se quedó profundamente dormido.
Allí lo encontró Frank, encogido como un feto, con los rulos espesos en desorden sobre la frente, con las pestañas aún húmedas de llanto, con los labios carnosos entreabiertos. Y llevado de su propia lascivia, con el poder que tenía sobre aquel cuerpo que le pertenecía para usarlo como se le diera la gana, el rubiales adelantó uno de sus pies descalzos e introdujo el dedo gordo dentro de la boca de Josh.
Instintivamente el chico se puso a chupar. Sus labios gordezuelos se amorraron de ese dedo para succionar como si se tratara de una teta y él fuera un crío hambriento en procura de su alimento. A Frank se le empezó a enderezar la polla. Acababa de despachar a la satisfecha chica luego de haberle clavado un buen par de polvos. Pero la sensualidad con la que Josh le chupaba el dedo aun estando dormido, era algo que le despertaba un gran morbo al rubiales. Sin el menor cuidado le arrancó el dedo de entre la boca y le plantó su pie sobre la cara, pisoteándolo hasta hacerlo despertar.
Josh se sacudió replegándose contra la pared del rincón donde dormía y abrió los ojos con expresión de miedo y sorpresa, para encontrarse con que Frank estaba allí pisoteándole la cara, mirándolo desde arriba, con los músculos fibrosos marcándose en su cuerpo desnudo y sudoroso. Con la polla enhiesta apuntando al techo y brillosa con los jugos de la reciente follada con la chica.
— ¡Venga, putilla! ¡A chuparme la polla! – le ordenó el rubiales.
— ¡Déjame en paz…! – le gritó Josh.
Pero Frank no le admitía rebeldías a su “putilla” . Inclinándose un poco le agarró por los rulos y haló con fuerza obligándole a ponerse de rodillas y le apuntó a los labios con el tieso cipote.
— Déjame…por favor… – suplicó Josh con un sollozo –…que estoy muy cansado…
— ¡NO! – le respondió Frank con un grito y sacudiéndolo por los rulos – ¡O me la chupas a la buena o te la clavo a lo bestia! ¡Tú decides, putilla!
— Pero si acabas de follarte a esa chica…
— ¡¿Y qué?! – le dijo Frank sacudiéndolo nuevamente con brutalidad – ¡Ninguna zorra me chupa la verga igual de bien que me la chupa mi putilla!
Josh ya no pudo resistirse más. Con los ojos llenos nuevamente de lágrimas, se comió la imponente tranca del rubiales y se dedicó a mamársela con verdadera maestría, acariciándosela con los carnosos labios y recorriéndosela sumisamente con su lengua diligente. Pero no podía evitar ir maldiciéndose al notar como su propio cuerpo se iba estremeciendo de excitación, a pesar de lo humillante que le resultaba estar chupándole la polla a Frank, que aún la traía impregnada de los jugos del coño de la chica que acababa de follarse hacía tan poco tiempo.
El rubiales terminó corriéndose como un caballo, hundiéndole la verga hasta lo más hondo de la garganta a Josh, para enseguida ver con satisfacción y con una sonrisa sardónica cómo el mismo chico de los rulos del color de la caoba, sin poder resistirse a su propia excitación, puesto casi en cuatro patas, liberaba su polla para correrse una paja rápida al cabo de la cual se estremeció y volvió a soltarse en llanto mientras de nuevo se maldecía.
— ¡A ver si te esfuerzas más en el trabajo! – le dijo el rubiales contando los billetes que le había entregado Josh – ¡Que me pienso comprar una moto que me trae loco!
Josh se volvió a verlo con odio contenido. Y decidió que aquel día iría a sacarse la frustración tratando de divertirse un poco en la feria.