Amantes
Silvia nunca imaginó que acabaría en su cama y menos todavía que el sexo con él fuera tan delicioso.
¿Así era como se sentía tener un amante? ¿Eso era él para ella?
Silvia se giró para mirar al hombre que dormía a su lado en la cama. Su pecho semi desnudo, tapado a medias con las sábanas, se movía ligeramente al ritmo de su respiración. Mientras lo miraba, se sintió tentada a acariciarlo, a rozar su piel y sentir su tacto en la punta de los dedos, pero se contuvo. No quería despertarlo todavía. Prefería disfrutar de esos instantes de solitaria compañía.
Miró a su alrededor. La luz del amanecer que se filtraba por las rendijas de la persiana no le permitía apreciar los detalles de la habitación, pero sí sus elementos más básicos. Las estanterías repletas de libros y figuritas que casi habían tirado al entrar besándose; el escritorio, donde él la había sentado para después arrodillarse ante sus piernas, y aquel póster que no había dejado de mirarla hasta que él apagó la luz. Silvia nunca lo había hecho a oscuras, pero con él repetiría sin dudarlo. Encontrar su boca en la oscuridad, sentir sus manos acariciando su piel y acariciarle ella, ciega, con el calor de su cuerpo como único guía. Había sido una experiencia inolvidable.
Sus ojos se detuvieron en el montón de ropa que había en el suelo. Contemplar el dormitorio le había traído recuerdos, pero también había logrado que fuera más consciente de dónde se encontraba. Y de lo extraña que era la situación. Era su dormitorio, era su cama, era él quien dormía a su lado.
En silencio, Silvia se giró para contemplar su rostro. La barba que tanto le gustaba; esos labios que adoraba besar levemente entreabiertos, sus ojos cerrados y su pelo rizado, despeinado por aquella noche tan intensa…
Por un instante, le pareció irreal estar ahí. Cuando lo conoció, en ningún momento se imaginó que acabaría acostándose con él. ¿Cómo habían llegado a aquello? ¿En qué momento comenzó a sentirse atraída por él y a desearle de aquella manera?
Silvia volvió a respirar. Llevaba conteniendo el aliento sin darse cuenta un buen rato. Mientras tomaba aire, posó con cuidado una mano en el pecho de aquel hombre. Disfrutó del calor y la suavidad de su piel y sus dedos juguetearon con el poco pelo que lo cubría.
Él la había enseñado a disfrutar de las caricias, de tomarse su tiempo en cada una, de acariciar sin prisas deslizando los dedos por la piel como un ciego leyendo palabras en Braille. Recordó cómo la había acariciado aquella noche, cómo sus manos habían recorrido cada rincón de su cuerpo. En pleno éxtasis, llegó a pensar que jamás se cansaría de sus caricias.
Silvia apoyó la cabeza en su pecho, acurrucándose, y él la abrazó. ¿Lo había despertado? No, sus ojos seguían cerrados y su respiración era lenta y pausada.
Ella también cerró los ojos y se quedó dormida escuchando los latidos de su corazón.
La despertó un tenue hormigueo en el brazo, como la caricia de los rayos del sol en un fresco día de verano.
Abrió los ojos y parpadeó adormilada. Era él, claro. Él, pasando la punta de los dedos por su piel. Al darse cuenta de que ella se había despertado, le dio un beso en el pelo sin decir nada. Silvia volvió a cerrar los ojos.
Le gustaban esos momentos con él. El calor de su cuerpo, las caricias lentas e inagotables, el silencio que los arropaba. Esa paz que no había encontrado con nadie… O que había descubierto con él.
Silvia le abrazó con fuerza y él volvió a depositar un beso entre sus cabellos. Ella alzó la cabeza para mirarle y lo besó. Cuando él la abrazó, Silvia se colocó a horcajadas sobre él. Su pelo cayó a ambos lados de su rostro, cubriendo sus besos como un velo que los ocultaba del mundo.
Lo besó hasta saciarse y luego se irguió para atarse el pelo en una coleta improvisada. Varios mechones quedaron fuera, pero a ella no le importó. Se inclinó, hambrienta de nuevo, para besarle.
La barba le raspaba los labios y la barbilla. Las manos de él se deslizaban por su cuerpo, acariciando su espalda de esa forma que la hacía estremecer.
A Silvia le gustaba pasar los dedos por su pelo mientras le besaba. Jugueteaba con los bucles que formaban en su nuca; su lengua tanteaba la de él, también juguetona.
De repente, él la abrazó con fuerza y la besó como si pretendiera devorarla. La tumbó a su lado y se colocó sobre ella.
Sus miradas se cruzaron un instante en la penumbra. Y el corazón de Silvia dio un brinco.
Él era… ¿su amante?
Alzó las manos hacia su rostro, acariciando su barba mientras él se inclinaba para besarla.
Sus lenguas se encontraron y sus cuerpos parecieron fundirse. Solo sentía el roce de sus labios, su boca, su lengua y el calor de su piel, ardiendo sobre ella.
Él la beso en el cuello y la mordió, sin hacerle daño. Ella le abrazó con fuerza, sumergiendo los dedos entre sus cabellos, obligándole a seguir besando su cuello un ratito más. Le encanta sentirle allí. Le excitaba como la mordía, los escalofríos de placer que recorrían su cuerpo cuando sus dientes se clavaban en la frágil piel de su cuello.
El cuerpo de Silvia se arqueó. Rodeó la cintura de él con sus piernas y sintió lo excitado y duro que estaba. Se apretó contra su cuerpo, pero la poca ropa que llevaban sobraba.
Él se zafó de su agarre y descendió para besar sus pechos. Se entretuvo con los pezones mientras ella le acariciaba el pelo y le miraba jugar. Le gustaba ver como se metía el pezón en la boca, sentir su lengua… Y como lo mordía con cuidado de vez en cuando. Cambió de pecho, apretando el primero con la mano. El pezón asomaba entre sus dedos, rojo, duro y húmedo.
Silvia suspiró de placer.
Él continuó descendiendo. Su barba le hizo cosquillas en el estómago. Enredó los dedos en su tanga y lo deslizó por sus piernas, desnudándola. Lo miró, tumbado allí, con la cara entre sus muslos. Él los besó y Silvia apartó la mirada. A pesar de la penumbra, le daba vergüenza verlo ahí. Notó su aliento e instantes después algo húmedo y cálido acarició su sexo. Su lengua, su boca, hacía que su cuerpo se arqueara.
Un gemido escapó de sus labios. Silvia intentaba no mirarle allí y concentrarse en el placer que le provocaba la lengua de él en su sexo, pero era incapaz. Sus ojos se sentían atraídos hacia él. Le miró, con la cabeza entre sus piernas, lamiendo su sexo.
Silvia se tapó la cara con las manos. ¿Por qué le daba tanta vergüenza? No había nada raro ni malo en aquello. A ella le encantaba comerle, ¿por qué ese acto a la inversa hacía que se sonrojara?
Él la agarró de las muñecas y apartó sus manos. La besó y ella se saboreó en sus labios. Sus lenguas se rozaron. La de él tenía un regusto salado, a los fluidos de su sexo. Lo abrazó con brazos y piernas. No quería que aquel beso acabara, solo quería sentirle más, más cerca… Dentro.
Él se incorporó para quitarse el pantalón del pijama y volvió a inclinarse sobre ella para a besarla. Silvia se abrió para recibirle, deseando sentir el calor de su cuerpo de nuevo sobre ella. Lo abrazó y acarició su espalda mientras la besaba. Le encantaba lo suave que era su piel.
Cuando él al fin se introdujo en ella, los rayos del sol ya se colaban por los agujeros de la persiana, como si pretendieran espiarlos o disipar la penumbra.
A la tímida luz del sol, miró el rostro de aquel hombre sobre ella. Le sentía dentro, moviéndose despacio. Lo rodeó con sus piernas, lo apretó contra ella. Dolía, dolía sentirle tan profundo en su interior. Gimió, sin dejar de mirarle a los ojos, al deseo que veía reflejado en ellos.
Él se inclinó para besarla y ella aflojó la pinza de sus piernas.
Los gemidos de Silvia resonaba en la habitación. No tardó en perderse en una nube de placer. Él se movía despacio, con un ritmo que la hacía estremecer y arquear la espalda. De vez en cuando, Silvia abría los ojos. Siempre encontraba su mirada pendiente de ella, con aquel fuego ardiendo tras sus pupilas. Ese que también ardía dentro de ella.
Poco a poco fue perdiendo la consciencia, hundiéndose en el placer, transformándose en un cuerpo que temblaba, sin pensamientos, sin ideas, solo puro e intenso gozo.
Sin embargo, cuando le miraba, regresaba perezosamente a la realidad, como si despertara. Seguía perdida en aquella nube de placer, pero conectaba con él.
Susurró su nombre, mirándole a los ojos, mientras llegaba al orgasmo. Sus músculos se estremecían en espasmos de placer, como si una dulce electricidad recorriera su cuerpo.
Él se inclinó para besarla y luego pasó a su cuello. Lo escuchó gemir en voz baja. Lo abrazó mientras los últimos latidos del orgasmo corrían por su piel y él llegaba al éxtasis dentro de ella.
Momentos más tarde, Silvia se recostó en su pecho con el cuerpo laxo, como si acabara de hacer ejercicio, y la mente todavía en una nube. Se sentía agradablemente cansada.
—Me gusta mucho hacerlo contigo —susurró.
Él depositó un beso entre sus cabellos.
—Y a mí me gusta estar contigo.
Silvia sonrió y no dijo nada. No tenía muy claro que eran, o que era él para ella. Tampoco quería pensarlo ahora y complicar las cosas. Solo quería disfrutarle durante ese ratito antes de tener que despedirse.