Amantes
El mejor regalo de cumpleaños. Todo parecía que iba a salir mal, pero una atractiva amiga se encargó de que eso no ocurriera. Aquella noche, mientras hacíamos el amor en el sofá, me alegré de que todos los demás me hubieran dejado tirado.
AMANTES
Nunca olvidaré aquel cumpleaños. Nací en verano, así que a casi nunca puedo celebrarlo con mis amigos, que suelen estar de vacaciones en la playa. Por eso, ese año había decidido celebrarlo con Diana, una de mis mejores amigas y casi la única que se había quedado en la ciudad. Hacía algún tiempo, yo había estado loco por Diana, pero tras meses de intentar que ella me viese de otro modo, no había conseguido nada y tuve que olvidarlo para no estropear nuestra amistad. Fui a buscar a Diana a su casa por la noche y nos fuimos los dos solos al bar en el que nos solemos juntar cuando queremos salir en plan tranquilo. Una vez allí, pedí una jarra de kalimotxo y nos sentamos a charlar y beber en una mesa. Al cabo de unas horas, el humo de tabaco, el sueño y el kalimotxo nos empezaron a vencer y decidimos que ya estaba bien por esa noche. Ella vive muy cerca de mi casa y después de unas horas estaba bastante chispada (la verdad es que yo también), así que la acompañé hasta su casa; por el camino fuimos charlando de todo y de nada, andando los dos solos por las calles que estaban casi vacías, pues no era fin de semana y se había hecho tarde.
La conversación era animada y unida al alcohol nos provocaba una risa tonta y hacía que las distancias se acortaran más que nunca y así, entre palabras y risas, llegamos a su casa. En la puerta, Diana me dio las gracias por la invitación y yo le agradecí el rato que habíamos pasado juntos, después de todo, ese fue el mejor cumpleaños que había tenido. Abrió la puerta y me miró con intención de despedirse. Nuestras miradas se cruzaron, no sé por qué me salió decir: -no me apetece despedirme-, pero Diana me miró casi con indulgencia. -Anda, pasa -. De repente me vi entrando con ella a la casa, con la intención, al menos aparente, de tomar la última copa. Eso mismo había ocurrido otras veces, teníamos confianza para ello sin que significase nada. Me acomodé en un sofá amplio, delante de una mesa baja de madera, y Diana apareció con dos copas en las manos. Es guapa y estaba muy atractiva, con un top que dejaba ver sus hombros y un pantalón ancho de talle bajo. Cuando se acercó para darme mi bebida, me armé de valor para hacer lo que sin darme cuenta estaba preparando desde que salimos del bar, cogí el vaso con una mano y con la otra la acerqué hacia mí hasta besarla en los labios. Diana pareció sorprendida, pero no reaccionó, nuestras bocas se separaron lentamente y sólo supo decir mi nombre con un tono de sorpresa. Me incorporé un poco y, cogiéndola de la cintura, la llevé al sofá junto a mí. Dudé de lo que estaba haciendo, no sabía lo que ella sentía, pero ya era tarde para rectificar; allí, en el sofá, la volví acercar a mí y la besé de nuevo, esta vez con más calor y ella me siguió.
Al principio nos besamos casi sin abrir la boca, con besos cortos y seguidos, luego fueron más largos y más profundos hasta que nuestras lenguas se encontraron. "Date la vuelta, déjame ver tu espalda". Cuando dije eso, Diana se giró, dándome la espalda en el sofá. La cogí suavemente de los brazos y besé sus hombros descubiertos, bajando los tirantes y continuando con los besos hacia el cuello. Para cuando el top había caído totalmente a su cintura, mis besos continuaban por su espalda, desabrochando el sujetador para que no me estorbara en mi camino. Diana se do la vuelta y volvimos a cruzar nuestras miradas, no quería parecer ansioso. Otro beso, esta vez de parte de ella y nos cogimos por las cinturas para sentirnos cerca. -Espera -dije. Tenemos toda la noche por delante.- Le cogí de la mano y acaricié la piel de su brazo besando la articulación y deslizando los dedos por la superficie hasta su hombro y su axila.
Ella me quitó la camisa, nuestros pantalones se deslizaron, nos sacamos braguitas y slip y pronto nos encontramos los dos totalmente desnudos y arrodillados en ese sofá. Durante mucho rato nos dedicamos sólo a tocarnos evitando las partes más erógenas para no adelantar nada, yo rodeaba con mis de dos sus senos, descendía por el vientre y acariciaba el borde de su pequeña mata de vello corto sobre el pubis, sin llegar nunca a tocar estos lugares, pasando furtivo por el interior de sus piernas pero sin adentrarme por el momento hacia ese premio húmedo que tanto me apetecía conocer. Su piel estaba caliente y movía mis manos por ella con los ojos cerrados, intentando no sentir nada más que su tacto y que nada me distrajera de ese placer. Una pierna de cada uno estaba entre las del otro y de vez en cuando rozábamos nuestros sexos con la rodilla, haciéndonos sentir un placer sutil pero intenso a la vez, provocándonos un estremecimiento al pensar por un instante en el placer que estábamos retrasando. Aquello era agradable y por eso ninguno de los dos queríamos ir más deprisa, aunque en algún momento podía sentir como a Diana le costaba contenerse y a mí me pasaba lo mismo. A veces interrumpíamos las caricias en el cuerpo para tocar nuestros rostros o besarnos, nos acercábamos más con cada caricia, hasta acabar rozando nuestros pechos, y fue entonces cuando, sin pensarlo llevé mi mano a sus senos y apliqué mis labios sobre un pezón sorbiéndolo con ansia, pero sin prisa, esa noche tenía que ser así porque lo había esperado demasiado tiempo. Nos volvimos a besar, toqué su vulva empapada en flujos, pasé un dedo entre sus labios y lo metí sin problemas para buscar ese bulto donde su placer aumentó hasta hacerle gemir por primera vez, convulsionar su cuerpo y dejarse llevar por el primer orgasmo de esa noche, un orgasmo que llegó pronto y se fue tarde, más psicológico que físico, provocado por la espera y el deseo.
Después de esto, Diana se echó hacia atrás con cuidado, estiró las piernas y yo me deslicé sobre ella, colocando mi sexo a la entrada del suyo. Entrelazamos las manos e introduje sólo la punta volviendo a salir en seguida. Ella estaba muy mojada, no hacía falta esperar más, pero sabía que el ansia aumentaría su deseo y su placer. Volví a colocar mi pene como antes, rocé su clítoris con mi glande y lo deslicé hacia abajo entre sus labios, entrando en su vagina y deteniéndome ahí unos segundos. Diana estaba tensa, pero cómoda con mi sexo en el suyo, llena de mí sin hacer nada más durante unos momentos interminables en que nos miramos esperando a que todo estallara. Bombeé despacio, pero profundo, manteniéndome arrodillado para no descargar mi peso en ella, pasé los brazos bajo sus piernas y las alcé de forma que su vulva quedó a la vista con mi pene entrando en ella una y otra vez. Alcancé un cojín para ponerlo bajo sus nalgas, le acaricié los muslos, pasé la mano por su vientre y su pubis, subí su monte de Venus y me apliqué en el pequeño garbanzo que me esperaba erecto y mojado, tratándolo con cuidado, sin tocarlo directamente pero rodeándolo con los dedos hasta que su cuerpo se convulsionó y llegó el orgasmo, seguido de otro y otro más que contrajeron su sexo haciendo que yo también estallara en un orgasmo como nuca había sentido, mezclando nuestros líquidos es su interior. Nos abrazamos fuerte, bombee algunas veces más y nos quedamos así, desnudos con nuestros cuerpos unidos. Nos giramos en el sofá, sin separarnos y esa noche dormí dentro de ella por algunas horas. Por la mañana desayunamos juntos, nos despedimos hasta la tarde y comenzamos una historia que aún continúa y que espero que nunca acabe.