Amante frustrado

Mi mujer yo decidimos introducir un hombre en nuestra relación, pero las cosas no salen como debieran.

AMANTE FRUSTRADO

Estando un día en casa, follando como locos en la cama, mi mujer me confesó que le encantaría tener una relación con otro hombre. Yo, que siempre le había dicho que me gustaría verla follar con otro tío, acepté, siempre que yo pudiera estar presente cuando estuvieran juntos. Ella aceptó, y sólo quedaba encontrar el candidato que nos convenciera a ambos, ni muy feo, para que a ella le gustara, ni muy guapo para que a mí no me dieran demasiados celos. Tampoco muy joven ni muy viejo, ni con una polla demasiado grande ni pequeña. O sea, alguien normal. Pasó tiempo puesto que nadie nos convencía, pero un día Rosa dijo que había un tipo que tomaba café por la mañana en el mismo bar que ella, y que podría ser el candidato ideal.

Vino a casa a tomar algo por la tarde para que yo lo conociera, y en un aparte, en la cocina, le dije a Rosa que me parecía bien. Salimos y yo le expliqué el asunto como pude, pues no es fácil pedirle a un extraño que se folle a tu mujer delante de ti. Él lo tomó con calma, y aunque ciertamente nunca le había pasado tal cosa, aceptó sin dudarlo. Convinimos que en ese mismo momento podrían tener la primera relación, y a partir de ahí, se iría viendo. Puse más bebidas, bajé la luz y puse un vídeo porno para caldear el ambiente. Viendo las imágenes en la pantalla (polvos, mamadas, enculadas, de todo un poco), nos fuimos calentando. Rosa llevaba una blusa y una falda plisada que se había puesto con toda intención. Yo la besaba y la desnudaba lentamente, hasta dejarle los pechos al descubierto y los muslos al aire, mientras él observaba lo que pasaba en la película y a dos metros de él. Se acercó y le empezó a comer los pechos a Rosa, mientras yo ya me retiraba hasta un sillón desde el que observar todo. Saqué la polla y empecé a masturbarme viendo cómo se lo montaban.

Él siguió un rato comiendo sus pechos, sus pezones, mientras ella se abría camino hacia su polla, que al poco rato logró sacar. Se la miró con descaro. No era muy grande pero no estaba mal, debió pensar. Él le quitó del todo la blusa, el sujetador, la falda y la braguita, dejándola completamente desnuda, y también se detuvo a observarla, con sus pechos redonditos, su culito blanco y su coñito depiladito con sus grandes labios y su clítoris asomando. Yo creo que al verle el clítoris le entraron ganas de comérselo, pues le separó bien las piernas y metió la cabeza entre ellas. Rosa me miraba y gemía. Yo me levanté y le puse la polla en la boca. Me la mamó mientras su amante le comía el coño y la hacía correr. Después, una vez ella había acabado, él se puso de pie, se desnudó y arrimó su polla a la cara de Rosa, que inmediatamente sacó la mía de su boca y empezó a besar y lamer la suya. A mí me entraron unos celos terribles de la rapidez con que había preferido su polla a la mía y decidí, en ese instante, dar por concluida la sesión, arrepintiéndome de todo aquello en un segundo. Impedí a Rosa meterse su polla en la boca, y les dije que aquello se había terminado. Rosa me miraba atónita, entre asustada y confusa. Él no supo cómo reaccionar, y aunque podía haberse enfadado y hasta ofendido, y haber intentado conseguir por la fuerza lo que quería, comprendió que Rosa ya no querría, así que se vistió y se fue. Rosa también se puso la ropa, y cuando él se marchaba, sólo yo estaba desnudo.

Cuando nos quedamos solos, no le dije a Rosa ni una palabra, le hice una seña, se arrodilló delante de mi y se metió la polla en la boca.

  • Idiota, sólo me gusta la tuya- me dijo, mientras me acariciaba los huevos y lamía mi glande.

Me hizo una mamada memorable. Antes de correrme la puse a cuatro patas en el sofá, y la follé por detrás. Tuvimos un orgasmo buenísimo. Nos dejamos caer en el sofá y allí nos quedamos dormidos, abrazados, diciéndonos cosas dulces en susurros.

Nunca más dejé que otro hombre la tocara.