Amante Desconocido
Kate descubre a su pareja siéndole infiel un 14 de Febrero. Desde ese día en que su vida queda patas arriba, cada 14 de Febrero vivirá una serie de acontecimientos que la llevarán a conocer su parte más sensual y desinhibida.
14 de Febrero de 2010
El taxi se detuvo frente a las breves escaleras de acceso al adosado número 12 de la calle, silenciosa y oscura a esas horas de la noche.
Ella había estado deseando llegar y se alegraba de que todavía no hubiera dado medianoche, de ese modo aún sería el día de San Valentín cuando James recibiera su visita sorpresa.
En realidad, el plan inicial había sido regresar a casa dos días después, pero la reunión se había desarrollado tan rápido y con resultados tan satisfactorios que su jefe le había permitido adelantar su vuelo para pasar al menos la noche de los enamorados con su novio.
Cansada por el viaje pero contenta de haber llegado al fin, ella se apeó del automóvil y pagó al amable taxista antes de tomar su maleta y subir las escaleras hasta la puerta de entrada.
Los tacones la estaban matando pero pronto se los quitaría...
Pensó en James. ¿Se alegraría de verla aparecer de improviso?
Llevaban juntos dos años. Se habían conocido durante la proyección de un documental en el Victoria & Albert Museum y había sido amor a primera vista.
Él la había abordado a la salida del salón de visionado y, con la excusa de no saber en qué dirección se encontraba la cafetería del museo, le había invitado a tomar un café con él. A los dos les gustaba el café solo y largo, al estilo americano. Probablemente porque ambos eran americanos. James se había criado en Londres pero su familia era de Georgia y a veces mostraba esa elegancia y esos modales sureños que a ella la volvían loca.
Ella había nacido y vivido en Chicago hasta los veintiún años. Después había viajado a Europa buscándose a sí misma, y se había encontrado en aquella bulliciosa ciudad de casas victorianas y edificios modernos mezclados en curiosa armonía.
Con los recuerdos todavía en la memoria, ella abrió la puerta y trató de ser silenciosa al entrar en el estrecho vestíbulo con suelos de madera vieja.
Se quitó por fin los tacones para no hacer ruido al pisar los escalones en su ascenso hacia el dormitorio. Imaginó que James estaría allí, viendo la televisión. No estaría dormido, seguro, ya que él no solía acostarse temprano.
Comprobó al llegar al rellano del piso superior que había luz en el dormitorio y escuchó de fondo la tenue música del tocadiscos antiguo que le había regalado por Navidad. Sonaba una canción lenta, algún clásico que ella no reconocía. La música era cosa de James.
Se preparó para entrar en la estancia y sorprenderle, pero justo cuando iba a abrir la puerta de golpe, algo la obligó a detenerse.
¿Había alguien más allí con James? Quizá sólo fuesen imaginaciones suyas.
Pronto, un gemido femenino la convenció de eso que no quería creer. No, James no estaba solo. Estaba con otra mujer.
Incapaz de creer hasta ver, ella empujó levemente la puerta. Ni siquiera crujió por lo que la pareja que hacía el amor sobre su cama no se percató de su presencia enseguida.
Ella observó la escena mientras una mezcla de emociones estallaba en su interior. Tenía ganas de gritar, de llorar y de romper algo. Sentía dolor, asombro, terror, ira, decepción y tristeza. Tantas cosas y tan confusas que no supo cómo reaccionar, de modo que se quedó ahí plantada mirando, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Entonces, no supo si fue un minuto o un segundo después, él la vio, detuvo aquella danza de cuerpos desnudos y cubrió a ambos con la sábana de seda oscura.
—
¡Kate! —exclamó James—. ¿Qué haces aquí? No volvías hasta el jueves.
Le hizo gracia ese intento de reproche, como si fuese ella quien estuviese haciendo algo mal.
—
¡Oh, Dios mío! —murmuró la chica que hasta ese momento había estado encima de su novio, moviéndose y frotándose contra él como una gata en celo.
No la conocía pero la odió al instante. Por suerte o por desgracia la intrusa sí parecía saber quién era ella.
—
He adelantado el viaje de vuelta —respondió Kate con un hilo de voz—. No ha sido una buena idea.
—Oye, puedo explicarlo —declaró entonces James, aunque Kate dudaba de que eso fuese cierto.
—No hace falta —replicó Kate— Me ha quedado muy claro. Te estás tirando a otra en mi casa, en mi cama y en San Valentín.
—Pero... —Trató de protestar él.
—Quiero que te vayas de aquí —dijo entonces ella, con frialdad— Mañana cuando regrese no quiero verte, ni tampoco tus cosas. Desaparece de mi vida.
Kate decidió que ya había visto y dicho suficiente. Se dio la vuelta y se apresuró para salir de aquel lugar cuanto antes. No sabía a dónde iba a ir pero le daba igual. Quería alejarse de allí lo antes posible y no escuchó la llamada de James ni las excusas baratas que le gritaba desde el piso superior. No quería oír más mentiras.
Kate volvió a ponerse los zapatos y salió de nuevo al exterior, a la fría noche londinense.
Cuando llegó al final de la calle se permitió dejar aflorar por fin las lágrimas, aunque le sorprendió ver que no salían. No lloraba, no quería llorar. La tristeza había sido momentánea pues lo que de verdad bullía en su interior en ese momento era la furia, una ira cruda y llana.
Cogió un taxi y le pidió al chófer que condujera sin especificar un destino concreto. Pensó que el movimiento, que el avance inexorable del vehículo la ayudaría a aplacar su rabia, pero no fue así. A cada instante se sentía más y más furiosa.
Se detuvieron en un semáforo en una calle iluminada por luces de neón y llena de gente que se divertía en los locales nocturnos. Kate indicó al conductor que había llegado al lugar correcto, le pagó y descendió del coche dispuesta a entrar en el primer establecimiento que encontrase.
No supo el nombre del local pero el interior estaba pobremente iluminado y había bastante gente, muchos hombres en la barra. Eso la animó.
Se dirigió a los servicios y se observó en el espejo. Decidió quitarse la chaqueta del traje y doblar la falda en su cintura para hacerla más corta. También se desabrochó los primeros botones de la blusa y le dio una propina a la mujer que custodiaba el aseo para que le permitiera echarse unas gotas de perfume y usar un cepillo de dientes desechable.
Una vez lista salió, se sentó en la barra y pidió un combinado.
El camarero la atendió con una sonrisa amplia y sugerente. Era atractivo pero estaba trabajando y lo que ella buscaba era algo rápido y sin complicaciones. Le sonrió a su vez, aunque en cuanto recibió su bebida se giró en la silla, dando la espalda a la barra.
No tardó mucho tiempo en recibir los primeros pretendientes.
14 de Febrero de 2011
Estaba harta de tener que reclamar una y otra vez a ese grandísimo malnacido el dinero que le debía. Llevaba un año luchando por hacerlo desaparecer de su vida de una vez por todas, pero estaba resultando ser una tarea de lo más complicada.
Ya era la tercera vez que le aseguraba que había hecho el ingreso en su cuenta y era mentira. ¿Es que no iba a dejar de mentir nunca?
No obstante, una parte de ella sabía que era culpa suya. No tenía que haberle prestado tanto dinero cuando aún estaban juntos. No tenía que haber pagado los gastos de ambos durante tantos meses, no tenía que haber confiado en las tonterías de James, en su cabeza llena de pájaros.
«
Sólo quinientas libras para el estudio de grabación», decía «En cuanto grabemos la maqueta, todo irá como la seda. Te lo devolveré en menos de un año».
¡Qué estupidez! Y ella había sido más estúpida todavía. ¿Cómo había podido pensar que algún día James sería un músico famoso? Y lo más importante, ¿cómo había podido creer que, si ese día llegaba, él seguiría con ella?
En el último año había aprendido mucho, había cambiado a la fuerza y ya no se fiaba de nadie. Todo el mundo es malo hasta que se demuestre lo contrario, especialmente los hombres.
De nuevo furiosa, entró en el metro, maldiciendo por tener que cogerlo en hora punta.
Consiguió entrar a presión en uno de los vagones y se acomodó como pudo en la parte trasera junto a la puerta que no se podía abrir y que comunicaba con el siguiente vagón.
Se apoyó contra el saliente acolchado pero pronto se dio cuenta de lo increíblemente incómodo que era. La esquina se estaba clavando en la parte baja de su espalda y el hombre que había delante suyo no parecía poder moverse para dejarle más espacio.
Decidió sentarse en el saliente, con tan mala fortuna que el desconocido de enfrente quedó de pie entre sus piernas.
En cuanto él se dio cuenta de tan comprometida postura trató de moverse para dejar espacio, pero en ese momento el vagón volvió a abrir sus puertas y una nueva marea de gente lo empujó hacia ella.
Para evitar perder el equilibrio, él colocó una mano en uno de sus muslos. Aunque retiró la mano y se disculpó inmediatamente después, la sensación de su tacto cálido permaneció en la piel de Kate unos segundos. Lo cierto era que no le había molestado, en absoluto.
Observó con más interés a aquel extraño. Estaba muy cerca, a apenas unos centímetros y la miraba desde arriba con unos ojos oscuros que mostraban incomodidad, pero también algo más descarado... ¿Deseo?
Era atractivo, moreno y alto, pero lo mejor era el aroma intenso y embriagador de su colonia, o quizá de su loción de afeitado. Vestía traje y llevaba un maletín. Venía de la City, casi seguro.
En un traqueteo del tren él pareció verse obligado a colocar uno de sus brazos contra la pared, justo al lado de la cabeza de Kate, sin embargo algo en esos ojos negros le dijo que ese acercamiento había sido deliberado. Ella sonrió provocativamente.
La inicial sensación de molestia parecía haber desaparecido, de hecho, Kate se encontraba extrañamente a gusto en aquella posición y con aquel hombre que olía tan bien tan cerca de ella. Se sintió atrevida, desinhibida, y se le ocurrió probar a deslizar su mano suavemente por el torso de aquel desconocido. Su reacción fue de sorpresa, no se lo esperaba, pero Kate pudo ver que le gustaba, su intuición se lo decía pero por si no terminaba de fiarse de su intuición, él le dio una pista. Kate notó la erección del hombre contra la cara interna de su muslo y al instante se excitó.
¡Aquello era una locura!
Quería arrastrar a ese desconocido a algún lugar escondido y tener sexo salvaje y anónimo con él. ¿Se atrevería a hacerlo?
—
¿Cómo te llamas? —Le susurró entonces él.
Kate lo miró a los ojos y negó con la cabeza. No iba a decirle su nombre. Se estaban acercando a una estación y ella sabía que sería ahora o nunca.
En cuanto el vagón abrió sus puertas, cogió la mano del desconocido y salió al andén. Sabía que en algún lugar de esos pasillos largos y alicatados debía de haber un recodo oculto o un respiradero, y cuando lo encontró no le costó demasiado forzar la endeble reja para entrar en un pequeño espacio oscuro donde un montón de interruptores y cables se amontonaban en un rincón. Parecía increíble, pero no parecía haberles visto nadie, y si alguien lo había hecho, no perdió su valioso tiempo en hacer nada al respecto. Era una de las ventajas de vivir en una ciudad tan individualista.
Empujó al desconocido contra una de las paredes de cemento desnudo y lo besó con furia y ardor, sujetando su nuca para evitar que se alejase o que intentara hablar con ella. No quería palabras. Por suerte, él captó el mensaje y la rodeó con sus brazos, atrayéndola hasta que sus cuerpos estuvieron completamente pegados. Después recorrió con sus manos la espalda de Kate hasta ahuecarlas en torno a sus nalgas, y la alzó hasta tener las caderas a la misma altura.
Kate lo rodeó con sus piernas y notó cómo él giraba y la sujetaba contra la pared mientras guiaba sus manos a lo largo de los muslos de ella, levantándole la falda en su ascenso.
Él dejó entonces sus labios y comenzó a besarla en el cuello, Kate aprovechó e momento para tantear en el interior de su abrigo negro. Acarició su espalda fibrosa y su vientre plano, y finalmente se detuvo en sus pantalones. Se sintió peculiarmente satisfecha al comprobar que la excitación de su enigmático compañero se había hecho más evidente que en el tren, y no dudó en bajar la cremallera y acariciar su erección, haciendo que él ahogase un gemido contra su cuello.
La sensación de dominio que tuvo en ese momento le cosquilleo en todo el cuerpo, poniéndole la piel de gallina. Si quería, podía hacer que ese hombre al que ni siquiera conocía suplicase ante ella. Podía controlarlo, pedirle cualquier cosa... Y estaba segura de que lo haría.
Sin embargo se conformó con la certeza y permitió que él apartase su ropa interior y comenzase a explorarla con los dedos, sin pudor, hasta que extendió su humedad por cada pliegue. Sus caricias eran deliciosas y con cada roce le hacían acercarse más y más al punto de no retorno, a la promesa de un clímax irresistible.
De pronto, él se detuvo, sacó
un condón
de algún lugar de su abrigo y se lo colocó sobre el miembro a punto de estllar. Acto seguido sujetó una de las piernas de Kate sobre su antebrazo y se hundió en ella con un gruñido primario. Kate, enfebrecida, se amoldó a sus embestidas con las caderas y durante unos breves pero deliciosos minutos disfrutó de aquel encuentro fortuito como si no fuese a acabar nunca.
Cuando alcanzó el orgasmo se sorprendió al ver que había sido mucho más intenso de lo que esperaba, tanto que tuvo que esforzarse por ahogar sus jadeos hundiendo la cara en el pecho de su amante desconocido. Poco después, él soltó un gruñido extasiado contra los labios entreabiertos de Kate, y supo que todo había acabado.
Media hora más tarde Kate entraba por la puerta de su adosado con una sensación tan exquisita que le apenó saber que pronto desaparecería.
No era la primera vez que tenía sexo casual con hombres que no conocía demasiado, sobre todo desde que encontró a James con esa fulana un año atrás, pero sí había sido la primera vez con un hombre con el que no había cruzado ni una sola palabra. Un completo extraño.
¿Era posible que la adrenalina todavía fluyese por sus venas? Tenía ganas de hacerlo otra vez, de salir y encontrar a ese hombre de ojos oscuros para volver a esconderse juntos en un rincón.
Pero no. Era mejor así...
Al terminar, mientras ambos se colocaban la ropa en su sitio, él había intentado retenerla. Le había preguntado su nombre otra vez, le había asegurado que él no solía hacer cosas como esa y le habría ofrecido darle su número de teléfono.
Kate no había abierto la boca, simplemente había negado con la cabeza y, tras besarle por última vez en los labios, se había marchado sin mirar atrás.
Y volvería a hacerlo...
Por muy estimulante y maravilloso que hubiera sido aquel encuentro indecente, Kate seguía sin confiar en nadie. Aunque entregase su cuerpo, nunca volvería a entregar su corazón a ningún hombre.
14 de Febrero de 2012
Kate accionó el grifo de la ducha y se observó en el espejo del lavabo mientras esperaba a que llegase el agua caliente.
Le había crecido el pelo. Más bien se lo había dejado crecer hasta que casi le había cubierto la espalda por completo y le caía en suaves ondas cobrizas sobre sus pechos.
En general a los hombres les gustaba el pelo largo. A James no. Cuando estaba con él lo había mantenido corto, a la altura de la mandíbula, sólo para contentarle. ¡Qué tontería!
Casi no reconocía a la chica que había sido antes: Insegura, dócil y ansiosa por agradar. ¿Cómo podía ser así? Los hombres debían ser quienes se esforzasen, quienes se desvivieran por conseguir mantener a una mujer junto a ellos. ¡Así lo veía ahora!
Confiando en que el agua ya estaría caliente, retiró la cortina de la ducha y se deslizó al interior. La temperatura era perfecta.
Escuchó entonces el crujido de la puerta del baño y supo que el hombre con el que había dormido esa noche quería un segundo asalto. ¿O era un tercero?
No estaba segura de recordar su nombre. ¿Era Andrew, o tal vez Matthew...? Resolvió llamarle simplemente “tú”.
—
¿Se puede? —preguntó él, aunque se unió a ella bajo el chorro de la ducha sin esperar respuesta.
—
¿No tienes que trabajar hoy? —quiso saber Kate.
En realidad no tenía demasiadas ganas de repetir con él. Era guapo, pero un egoísta en la cama.
—
No hasta mediodía —respondió, y comenzó a besar su cuello mientras sus manos reptaban hasta los pechos de Kate y los apretaban bruscamente.
—
Es un pena —declaró Kate zafándose de su agarre— Porque yo entro a trabajar en media hora.
Era mentira por supuesto, pero no se le ocurrió mejor excusa.
Terminó de aclararse el jabón del cuerpo ante la contrariada mirada del hombre y salió de la ducha envuelta en una mullida toalla azul. Él la siguió. Era un verdadero desperdicio que fuese tan mediocre, porque tenía un cuerpo de escándalo.
—Bien, entonces... —comenzó a hablar él—. ¿Quedamos otro día?
—Creo que no es buena idea —respondió Kate con naturalidad— Nunca repito, es una norma personal.
—¿Estás de broma? —masculló el hombre, humillado.
—No, va en serio.
Kate no se sentía mal por ser tan directa, al fin y al cabo los hombres lo hacían constantemente y nadie se ofendía. ¿Por qué no podía hacerlo ella?
Le sostuvo la mirada con decisión mientras él asimilaba el hecho de que tenía que marcharse y quedarse con las ganas. Al final, salió del baño airadamente.
—
Eres una puta —le gritó, despechado, mientras se ponía los pantalones.
—
En ese caso, deberías pagarme ¿No crees? —replicó Kate, comenzando a enfadarse.
—
¿Cómo puedes estar ahí, tan tranquila? —preguntó él, cogiendo su camiseta de debajo de la cama— Parece que te has deshecho de tíos como yo muchas veces, ¿verdad?
—Eso a ti no te importa.
—Es por eso que a las tías como tú nunca se las toma uno en serio —insistió aquel imbécil en sacarla de quicio— Sois fáciles, y terminaréis solas.
Kate no pudo aguantar más. Salió del cuarto de baño, aún en ropa interior y abofeteó a aquel engreído en su arrogante cara. ¡Le temblaban las manos de rabia! ¿Cómo se atrevía aquel despojo a insultarla de ese modo?
—¡Fuera de mi casa! —le gritó ella. Él le miró con ira en los ojos, pero finalmente recogió sus cosas y se dispuso a marchar, escaleras abajo.
—
Loca —declaró él en un susurro antes de marcharse dando un portazo.
Kate regresó a la habitación y se desplomó en la cama tratando de tranquilizarse. Había tenido miedo de que él le devolviese el golpe. Por suerte, podía ser un completo idiota, pero no era violento.
Terminó de vestirse y de arreglarse, y cuando estuvo lista salió a dar un paseo para despejarse. Aquel día era San Valentín y hacía dos años que no tenía pareja.
Por fin unos meses atrás había conseguido que James saldase su deuda y cortase definitivamente los lazos que aún quedaban entre ellos. Ya era libre.
Sin saber muy bien en qué ocupar la mañana Kate decidió comprar una revista en un quiosco y sentarse en una cafetería aprovechando que era un día soleado, inusual en Londres en esas fechas.
Compró un ejemplar de “Vanity Fair” y se sentó en una mesa exterior del Caffe Néro. Pidió un capuccino y comenzó a leer la revista sin demasiado interés.
De pronto un hombre se sentó en la mesa de al lado y extendió un periódico. The Times. Y Kate notó una corriente eléctrica al mirarlo.
Su cara quedaba oculta por las páginas del periódico pero a Kate la invadió una sensación familiar. El traje, el abrigo negro, el pelo oscuro... Lo conocía, su instinto se lo decía.
Entonces detectó un aroma que pareció arrojar luz a su dilema.
Recordó aquel día un año atrás. El metro abarrotado y unos ojos oscuros que la habían mirado de un modo que debía estar prohibido. Recordó el rincón oculto en los pasillos de una estación que no reconocía y la sensación de euforia que le había hecho sentir aquel encuentro.
Por un instante sintió el impulso de caer otra vez en la tentación pero después recordó su norma: No repetir nunca.
Era una norma absurda, lo sabía. Acostarse con el mismo hombre dos veces no significaría automáticamente que se iba a enamorar de él, pero era mejor prevenir que curar.
Reafirmada en su decisión de evitarlo, Kate apuró su capuccino de un trago, guardó su revista en el bolso y se levantó, con tan mala suerte que hizo caer el pequeño florero de plástico que había sobre la mesa.
Vio cómo el hombre apartaba el periódico y la miraba. No cabía duda ya de que era el desconocido del metro. El corazón le dio un vuelco.
Él se levantó y recogió el florero, volviendo a colocarlo en su lugar, de un modo tan caballeroso que a Kate le entraron ganas de suspirar.
—
¿Se encuentra bien? —le preguntó. Su voz... Era tal como la recordaba. Kate asintió y trató de escabullirse antes de que la reconociera, pero ya era tarde.
—
Un momento, señorita —pidió él, siguiéndola— ¿Nos conocemos?
—
No —respondió Kate caminando todo lo deprisa que le permitían sus piernas.
—
Espere, por favor —rogó él, apresurando sus pasos hasta situarse delante de ella para cortarle el camino.
—
¿Qué?
—
Sí, sí nos conocemos —advirtió él tan pronto como pudo verle la cara de cerca— Eres la chica del metro.
—
No sé de qué me hablas —mintió Kate, visiblemente nerviosa.
Los sensuales labios del hombre se curvaron en una sonrisa y sus ojos oscuros la atraparon sin remedio. Kate se estremeció de nuevo.
Al conocerse ella había dirigido la situación con mano de hierro, ahora no obstante era él quien la dominaba mientras Kate trataba de escapar como una chiquilla avergonzada.
—
Créeme, nunca olvidaría ese día —declaró él con un tinte sugerente en la voz.
—
Pues yo he debido olvidarlo —replicó Kate, poniéndose a la defensiva -Porque no sé quién eres.
—
No me miras como si no supieras quién soy.
—
¿Ah, sí? ¿Y cómo te miro?
—
Como si quisieras volver a meterte en el metro conmigo.
Kate no supo qué contestar. ¿Acaso su cara era como un libro abierto para él? ¿Y qué pasaba con esos escalofríos que no cesaban?
Sí, era cierto que había recordado su encuentro a menudo, sobre todo las noches en que estaba sola en casa. También era cierto que en ocasiones había pensado en él mientras estaba con otro hombre. Y por Dios que era cierto que había intentado encontrar a alguien que pudiese igualar la emoción y el éxtasis que había experimentado con él, sin conseguirlo.
¡Pero no iba a ceder! Tenía unas normas.
—
No... No voy a ir a ninguna parte contigo —Balbuceó Kate, consciente de lo poco firmes que sonaban sus palabras.
—
¿Ni siquiera si te invito a tomar algo?
—
Mucho menos si me invitas a tomar algo.
—
¿Por qué no? —quiso saber él, algo desconcertado.
—
Mira, aquello que pasó fue un momento de locura, un paréntesis en nuestras vidas —declaró Kate, ya sin molestarse en fingir que no le conocía— Estuvo bien. Pero no quiero conocerte ni quiero que me conozcas, y no quiero tomar nada contigo ni tampoco volver a entrar en el metro. ¿Entendido?
—
Sí, claro... —respondió él, atónito— Pero ¿No tengo yo nada que decir al respecto?
—
¡No, claro que no! —aseguró Kate, y se volvió para alejarse de él antes de cambiar de parecer.
Por desgracia, él no quiso darse por vencido.
—
Escucha, no me parece justo —expuso— Yo también estaba ahí y sentí eso...
—
¿Eso? —Kate se detuvo de golpe con curiosidad— ¿Qué es “eso”?
—
La conexión entre nosotros —contestó él— No intentes negarlo.
—
Lo niego —replicó ella, terca.
—
Puedes hacer como que no sabes de lo que te hablo —continuó él, pasando por alto su comentario— Pero fue la primera vez que estuve con alguien de esa manera, y no he podido dejar de pensar en ello durante un año. ¿Cómo es posible que no veas que lo nuestro fue cosa del destino?
Sin poder evitarlo, Kate se echó a reír. ¿Destino? ¡Estaba loco si pretendía convencerla con esa táctica para acostarse con él de nuevo!
—
Oye, aprecio tu interés de verdad —repuso ella— Y admito que lo nuestro fue algo realmente increíble. También admito que es posible que, si insistes un poco más, termine cediendo y volvamos a hacerlo, pero deja esa tontería del destino. ¿Quieres?
—
¿Y si te lo demuestro? —inquirió entonces él.
—
¿Cómo?
—
Dentro de un año, si ninguno hemos encontrado lo que buscamos, nos reuniremos aquí y comprobaremos si aún existe esta conexión entre nosotros —declaró, convencido de sus palabras— Si está ahí, si sigue siendo tan increíble como aquella vez, tendrás que salir conmigo. ¿Trato hecho?
—
¿Eso es todo? ¿No vas a intentar convencerme para hacerlo ahora? —quiso saber Kate, confusa.
—
Lo que quiero es convencerte de que estamos hechos el uno para el otro. Kate puso los ojos en blanco ante tal declaración.
—
Pero, si no nos acostamos ¿Cómo sabes entonces que esa conexión de la que hablas aún está aquí?
Él sonrió ante su pregunta, llena de contradicción y deseo mal disimulado.
No le dio una respuesta explícita, sino que se inclinó y atrapó la boca de Kate en un beso tan apasionado que la dejó completamente desarmada y anuló la poca voluntad que le quedaba para resistirse.
Sin romper la unión de sus labios, Kate alzó los brazos y le rodeó los hombros, acercando más su cuerpo mientras él estrechaba su cintura con movimientos que parecían contenidos. Kate estaba segura de que trataba de evitar que las cosas se desbocaran, no quería acariciar sus pechos ni descender más allá de sus caderas con el fin de mantener aquel fuego bajo control.
Lo único que Kate no entendía, era por qué.
Tras un tiempo que le pareció demasiado corto, él rompió su abrazo y, con el aliento entrecortado, le dedicó una última sonrisa.
—
La conexión sigue aquí —Le dijo antes de marcharse. Y Kate no pudo contradecirle.
14 de Febrero de 2013
Era un disparate eso que estaba a punto de hacer.
Había pasado todo un año. 365 días desde que lo había visto por última vez. Él no iba a estar ahí. Le avergonzaba confesar que había seguido yendo a esa cafetería a menudo con la esperanza de volver a cruzarse con él. Siempre se convencía a sí misma de que en realidad no lo buscaba, pero en el fondo no se lo creía. Lo buscaba y lo sabía. Sabía que hablar con él había sido un error y más aún dejar que la besara.
Antes de ese día, el día de San Valentín del año anterior, había creído que su vida era buena, que no necesitaba un hombre en ella y que el amor era cosa de débiles. Sin embargo, durante las siguientes semanas descubrió que era incapaz de pensar en otra cosa que no fuese él. Era lo primero que venía a su memoria al despertarse y lo último en lo que pensaba antes de acostarse. Aquel extraño insoportablemente atractivo que la había cautivado de una manera tan intensa e irrefrenable. Necesitaba volver a verle, volver a acostarse con él. Lo deseaba, pero era peor que eso. Lo amaba. ¿Cómo era posible?
Hacía un año que no tenía relaciones con ningún hombre y no era por falta de oportunidad sino porque ninguno era él.
La tensión y el nerviosismo la abrumaban mientras caminaba en dirección a la cafetería. Temió empezar a temblar como una hoja en cuanto abrió la puerta del establecimiento, pero ahí no había nadie, estaba vacío. Se acercó al mostrador y pidió un té, pero en lugar de servírselo, el camarero le preguntó si estaba esperando a alguien. Ella asintió.
—
A un hombre.
—
Me ha pedido que le de esto a una chica que encaja con su descripción -declaró él, y le tendió un papel.
Kate lo desdobló y lo leyó. Había una dirección bajo la cual, con pulcra caligrafía, él había escrito: «Esperaré durante todo el día. Feliz San Valentín»
Se preguntó si aquella dirección sería la de su casa pero cuando llegó comprobó que se trataba de un hotel.
Con la inquietud haciendo mella en su decisión, Kate entró en el hotel y se acercó a la recepción que estaba desierta. No era hora habitual para la llegada de huéspedes.
—
¿Hola? —llamó tímidamente.
De pronto, sintió una presencia a sus espaldas y antes de poder girarse, una voz le susurró al oído.
—Sabía que vendrías —dijo. Lo reconoció al instante ya que apenas había cambiado.
El extraño que había poblado sus sueños y sus pensamientos durante tantos días la cogió en ese momento de la mano y la guió hasta un pequeño ascensor al final del corredor principal.
Cuando las puertas metálicas se cerraron, Kate se permitió observarle. Tenía los rasgos faciales de una deidad griega: una mandíbula marcada, una nariz recta y labios hechos para ser besados. Y también estaban sus ojos, negros como el carbón, ardientes y profundos. Esos ojos la miraron con tal anhelo que se sintió desnuda antes de tiempo.
No hablaron hasta que él se detuvo frente a la puerta de una de las habitaciones del segundo piso. Entonces, una vez dentro y tras haber cerrado con llave, la atrajo hacia sí y comenzó a besarla con desesperación. Kate no pudo evitar lanzar un suspiro de alivio. Todas las dudas y la incertidumbre que habían hecho presa de ella durante ese año, se desvanecieron de repente.
Por fin estaba allí entre sus brazos y esa corriente eléctrica, esa conexión entre ambos, era más evidente que nunca.
Los besos apresurados y febriles se fueron transformando poco a poco en dulces y suaves encuentros en los que sus labios se fundían y sus lenguas se buscaban y exploraban mutuamente. Con delicadeza, él le quitó el abrigo y se deshizo de su suéter y de su falda, dejándola en ropa interior. Esa sería la primera vez que estarían desnudos, y Kate no podía esperar para descubrir si el tacto de la piel de él sería tan asombroso como en sus fantasías. Desabrochó con agilidad los botones de la camisa masculina y aspiró aquel aroma que la enloquecía. Tenía que preguntarle qué colonia usaba.
Suavemente, él la empujó para que se sentara en el bode de la cama, y acto seguido se arrodilló frente a ella y comenzó a quitarle las medias negras, desabrochando con destreza el elástico que las mantenía unidas a sus bragas de encaje.
Sus miradas se cruzaron y Kate se quedó contemplando esos ojos que lanzaban chispas y sintiendo cómo sus manos expertas acariciaban con deliberada lentitud los muslos femeninos.
No tardó en ceder al deseo y se arrojó a los brazos de él que la tumbó de espaldas sobre el colchón y comenzó a atormentarla de nuevo con sus manos, recorriendo esta vez su vientre y sus pechos.
Estaba claro que pretendía tomarse todo el tiempo del mundo, en contraposición a aquella primera vez en el metro, pero Kate no podía resistirlo más. Lo empujó con fuerza para quedar encima de él y se deshizo de sus pantalones con insólita rapidez.
Complacida, comprobó que la respiración de él se hacía más superficial mientras acariciaba con firmeza la gran erección bajo su ropa interior y notó cómo las manos masculinas se cerraban en torno a sus caderas con impaciencia.
A pesar de que sabía que ella no podría aguantar mucho más la espera decidió prolongar un poco aquella dulce tortura deslizando sus manos y su boca por el torso liso y duro de él.
Casi tuvo ganas de reír cuando él soltó un ronco gemido y rodeó su cintura para volver a colocarse encima, entre sus piernas. Kate había conseguido hacerle perder el control y eso le gustó. En aquel juego de poder ambos llevaban el mando y tal vez por eso resultaba tan ferozmente excitante.
Sin alargar más la cruel espera, él la despojó con celeridad del resto de su ropa, se colocó un condón, y se recostó sobre su cuerpo, introduciéndose en ella con un delicioso y firme movimiento. Kate jadeó y enredó las manos en su pelo oscuro, acompasándose a sus pausadas pero enérgicas acometidas.
El tiempo y el espacio desapareció a su alrededor, y pronto lo único que parecían ser capaces de sentir eran la unión de sus cuerpos y el sabor de los ávidos besos, anticipando un placer todavía mayor que no tardó en llegar.
Perdida en aquel mundo de sensaciones, las más intensas que jamás había experimentado, Kate se dejó llevar al límite y sintió cómo el cuerpo de él se estremecía a su vez, dentro de ella.
Una emoción parecida a la felicidad se alojó entonces en su pecho y comenzó a reír, al principio con suavidad, después con ganas.
—
¿Qué te hace tanta gracia? —quiso saber él, rodando sobre un costado y atrayéndola hacia sí para mirarla a la cara.
—
Esto —respondió ella entre risas— Es tan... raro.
—
Yo no diría raro —replicó él, recorriendo su largo y sedoso pelo con los dedos— Es un tanto insólito, sólo eso.
Kate se irguió sobre sus codos, repentinamente seria y examinó el rostro de aquel hombre, su amante desconocido, con expresión reflexiva. ¿De verdad podía ser tan perfecto?
—
¿Qué? —quiso saber él, perplejo.
—
Es imposible... —murmuró ella.
–
¿Qué es imposible?
Kate dudó, pero aunque no podía entenderlo de un modo racional y además iba en contra de todos y cada uno de sus principios, tenía la certeza de que podía confiar en él.
—
Que me haya enamorado de ti —declaró.
La mirada en los ojos oscuros se dulcificó y aquella boca perfecta dibujó una arrebatadora sonrisa.
—
Te dije que estábamos hechos el uno para el otro —repuso él— Lo supe desde el primer momento en que te miré, incluso antes de besarnos por primera vez, y definitivamente antes de hacer el amor en ese escondite del metro.
—
¿Pero cómo?
—
No lo sé, llámalo intuición o presentimiento, pero es así —contestó sin dejar de acariciar su pelo y el contorno de su mejilla— ¿Siempre intentas racionalizarlo todo?
—
Sí, casi siempre -admitió ella -¿Y tú siempre eres tan resuelto y tan seguro de ti mismo?
—En general sí —aceptó él sonriendo de nuevo.
Kate le devolvió la sonrisa y él la besó otra vez, reavivando las brasas de aquella pasión arrolladora.
—Dejando a un lado la erótica del misterio —murmuró él contra su boca— ¿Vas a decirme ahora cómo te llamas?
—Kate -respondió ella, sin aliento. -¿Y tú?
—Ethan.
Entonces ella sonrió y lo empujó contra la almohada para mirarle directamente a los oscuros ojos.
—Prefiero llamarte Amante Desconocido.
14 de Febrero de 2014
Eran las 7 de la tarde y su vuelo llegaba con retraso a Heathrow.
De nuevo había tenido que pasar varios días fuera de Londres en una de esas estresantes e infinitas reuniones de empresa.
Ethan le esperaba en su casa, o eso había dicho, de modo que indicó al taxista la dirección y se acomodó en el asiento.
La casa de Ethan, un ático algo viejo pero elegante en Tower Hill, estaba demasiado lejos de su adosado como para pensar en pasar primero por ahí.
El ático era amplio, con tres habitaciones, y la mayor parte de las noches Kate dormía allí. Incluso había empezado a plantearse dejar el adosado de había compartido con James y mudarse definitivamente a Tower Hill. Estaba más céntrico, más cerca de sus trabajos.
Por supuesto, Ethan trabajaba en la City, tal y como Kate había imaginado al verlo por primera vez. No entendía muy bien a qué se dedicaba, pero comprenderlo no era importante. Lo fundamental para ella era saber a ciencia cierta que él estaría en casa cada noche a la hora de la cena.
Con esos pensamientos en la cabeza, el taxi se detuvo frente al edificio y Kate se apresuró a entrar. Se moría de ganas de ver a Ethan, y eso era algo que en el año entero que llevaban juntos no había conseguido superar. Cada vez que estaban separados, sentía una indescriptible desazón. ¡Por Dios! Era una mujer adulta, y aún así en ese momento no había nada que deseara más que volver a estar entre los brazos de su Amante Desconocido.
Abrió con acierto la puerta de la vivienda y entró en el vestíbulo entarimado.
La cocina y el salón estaban a oscuras y el sonido amortiguado de una canción romántica le llegó a los oídos desde el dormitorio.
De pronto, una sensación de deja vú se apoderó de ella y el corazón le dio un doloroso vuelco. No, no quería ni pensar en la posibilidad de...
Con pasos temerosos e indecisos avanzó hasta la puerta del dormitorio y, notando ya las lágrimas asomando a sus ojos, la empujó.
El alivio que sintió al ver la cama hecha y cubierta de pétalos de rosa fue tan grande que lloró con más fuerza, aunque ya no eran lágrimas de miedo, sino de alegría.
Buscó a Ethan con la mirada y lo encontró en medio de la habitación donde había colocado una mesa pequeña con sendos platos de algo que Kate reconoció como pollo a la naranja con arroz chino, su plato favorito.
—
Feliz aniversario —dijo él con esa sonrisa deslumbrante que Kate nunca se cansaría de contemplar -Y Feliz San Valentín.
—
Menos mal...
En ese momento Ethan se percató de sus lágrimas y la miró confuso. Se acercó a ella y le limpió las mejillas con los dedos en un gesto tan tierno que conmovió a Kate.
–
¿Estás bien? -preguntó, preocupado.
–
Creí que había vuelto a pasar -murmuró ella, rodeando su cintura y apoyando la cabeza en el hueco de su hombro.
Él la abrazó también, percatándose de a qué se refería. Kate le había contado en alguna ocasión el modo en que había terminado su relación con James.
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Lo siento, mi amor -se disculpó -No se me ocurrió que podía asustarte.
–
Tranquilo -replicó Kate -Este es sin duda el mejor San Valentín de mi vida. Ethan la obligó a alzar la barbilla para mirarle a los ojos y la besó con dulzura.
—
Sabes que yo jamás haría algo como eso, ¿Verdad? -le dijo. Kate asintió -Nunca te engañaría, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Te quiero -declaró Kate en respuesta.
Era la primera vez que lo decía así, de forma tan clara, tan directa. Lo había insinuado antes con palabras que no eran “amor” pero que se parecían, y lo había demostrado con gestos, con detalles... Pero nunca le había dicho “Te quiero”.
—
Y yo a ti, cariño – respondió Ethan – Te adoro.
Kate se alzó de puntillas y lo besó con pasión. Lo arrastró consigo hacia la cama y ambos se tumbaron, devorándose el uno al otro con besos tan exigentes como tiernos.
–
¿Qué pasa con el pollo a la naranja? - preguntó Ethan alejándose un instante del magnetismo de la boca de Kate.
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Dejémoslo para el postre – respondió ella con una sonrisa sugerente.
Y volvió a perderse en esa locura que era amarle.