Amanda y su profesor
Un profesor universitario se ve arrastrado a una historia de sexo con una de sus alumnas
Sigo contándoles algunos retazos de mi vida a través de Alex, el alter ego virtual que guía las evocaciones de mi existencia que he decidido compartir con ustedes. Alex culminó sus estudios universitarios de forma más que brillante, hasta el extremo de conseguir una posición como profesor en otra universidad. Aquello supuso un hito en su vida profesional, le abrió las puertas a un futuro lleno de posibilidades a las que no estaba dispuesto a renunciar, siempre fue un luchador que no cejaba hasta lograr sus metas. Sus inicios en la docencia fueron complicados, al ser el mas joven de su departamento se encargó de aquellas asignaturas que, ya sea por horarios o por contenidos, no eran apetecibles para los más veteranos. Fue una maratón de trabajo que incluía no sólo clases a universitarios sino también los trabajos de preparación de su tesis doctoral, lo que supuso un esfuerzo mayúsculo que le absorbió completamente. Dejó de vivir en los típicos pisos de estudiantes para alquilar un apartamento pequeño cerca de la Facultad, ideal para un soltero absorto en sus actividades profesionales. En lo relativo al sexo seguía acumulando experiencias ocasionales, aunque mantenía una relación estable con una chica de su pueblo a la que veía sólo esporádicamente, ya que estudiaban en ciudades distintas. Para Alex aquella relación con la que luego fue su mujer le daba cierto equilibrio sin llegar a asfixiarle, disfrutaba de la estabilidad y el sosiego de una novia formal de la que disfrutaba un par de veces al mes, y a la vez follaba ocasionalmente con otras chicas para satisfacer su evidente obsesión con el sexo. Había compatibilizado interiormente ambas cosas no sin reflexionar sobre ello durante largo tiempo. Esa doble vida le permitía dar curso a su incontenible fuego interior sin destrozar su relación con una chica especial, el Alex formal y el Alex crápula convivían sin molestarse el uno al otro.
El último cuatrimestre de aquel curso estaba siendo duro, le tocó impartir una asignatura de cuatro curso de licenciatura, esas asignaturas que por su alto nivel de abstracción en una carrera de ciencias se complicaban de forma crónica para algunos estudiantes. Ese era el caso de Amanda, una chica apurando ya su paso por la universidad en su último curso (entonces las licenciaturas eran de cinco años). Amanda era inteligente pero algo alocada, vivía a toda prisa con una gran agenda social, gustaba de la noche y disfrutaba de algunos excesos, como el alcohol y el cannabis, sin perder el control. Era la típica estudiante que aprovechaba la libertad de vivir lejos de su familia para darle rienda suelta a sus pasiones, sin trabas ni cortapisas. Lo cierto es que como actitud vital es respetable, el tiempo es el mayor de los tesoros del que disponen los seres humanos y muchos luego no se perdonan el haberlo perdido. Pero el exceso sin mesura es incompatible con el éxito, un pensamiento muy aristotélico, y quizá eso le ocurría a Amanda con sus estudios. Se le habían enquistado algunas asignaturas de los últimos cursos que no lograba superar, y una de ellas era la mía, aunque yo lo desconocía. Amanda había agotado ya muchas convocatorias, sólo le restaba una, y eso era un problema importante para ella: de no superarla aquél curso se vería en la necesidad de hacerlo en otra universidad. La normativa era taxativa al respecto, muchos estudiantes en similares circunstancias no dudaban en acudir a sus profesores explicándoles su delicada situación para pedirles algo de ayuda y consideración.
El caso es que Amanda, ya sea por su caos existencial, o por incompatibilidad de horarios al arrastrar asignaturas de diferentes cursos, no atendía con regularidad las clases de mi asignatura (permítanme que a partir de este instante siga el relato en primera persona). Y lo sé porque cuando iba a clase no me pasaba desapercibida… Como suelo hacer en mis relatos os la describiré físicamente. Amanda era una chica alta, superaba con creces los 160cm, morena con pelo corto, estética hippie (pendientes, diademas, pulseras de cuero…), ropas casi siempre ligeras o vaporosas, minifaldas sugerentes, piernas alargadas y potentes, pechos de chica joven pronunciados sin exageración, tenía una figura envidiable que no pasaba desapercibida cuando portaba pantalones vaqueros ajustados. Pero sobre todo Amanda era preciosa, guapísima indiscutiblemente, sus ojos negros rajados, sus labios carnosos, su rostro armónico, eran irresistibles para cualquier hombre, era el arquetipo de la lozana andaluza (aunque de origen extremeño). Cada vez que acudía a clase, por desgracia excepcionalmente, no podía evitar cruzar mi mirada con la de ella de forma discreta. La formalidad de la relación profesor-alumno aconseja siempre la discreción y la prudencia, y yo en ese sentido era bastante cumplidor, incluso aparentaba seriedad. No creo que ella percibiese hasta que punto me atraía, más allá de lo que la imaginación de una mujer, que se sabe hermosa, pueda intuir de forma genérica en su trato con los hombres. Amanda no se presentó a los controles periódicos de la asignatura, lo que indicaba desconexión y abandono, y sólo lo hizo al examen ordinario al final del curso. Los resultados generales de aquél examen no fueron malos, pero ella estuvo muy lejos de aprobar. Me sorprendió, habiendo obtenido una calificación tan deficiente, que se presentase el día de revisión junto con otros estudiantes que querían les explicase sus fallos. La experiencia te dice que suelen pedir revisión de examen aquellos estudiantes que han obtenido una nota próxima al aprobado, exprimiendo las últimas opciones de que el profesor les suba la calificación. Desde luego es atípico que un estudiante con una calificación pésima se presente a revisar su examen, ya que él es el primero en saber que su caso es imposible. Es una pérdida de tiempo. Pero Amanda estaba allí, esperó pacientemente su turno, de hecho fue la última dejando pasar a cuantos compañeros acudieron a la cita, supongo que para tener tiempo de hablar conmigo. Cuando entró en mi despacho me sentí turbado, iba maquillada, con una minifalda atrevida, camiseta ajustada que dibujaba sus senos, era un diosa esculpida en el Olimpo griego. Tal fue el efecto que me ocasionó su presencia que me sentí incómodo, llegué a pensar que aquello no era apropiado, era un exceso. La conversación que mantuvimos estuvo llena de guiños sutiles que sólo el destino me ayudo a interpretar. Con voz sugerente, casi sensual, me explicó que estaba en su última convocatoria, que era consciente de que no podía aprobarla porque había hecho un examen muy malo, y que esperaba poder aprobar en la convocatoria extraordinaria de septiembre ya que, de lo contrario, tendría un problema importante. Yo callé, no tenía por qué decirle nada, solo me atreví a comentarle que los profesores somos notarios objetivos y tenemos que calificar de acuerdo a lo que los alumnos escriben en sus exámenes, le dije sentir no poder ayudarla y le deseé suerte. Eso fue todo, pero la escena tuvo además de palabras imágenes, sus piernas cruzadas al sentarse, su mirada penetrante fija en mis ojos, su seguridad a pesar de la situación de debilidad en la que estaba, ese esbozo de sonrisa que expresa un escrutinio satisfactorio de la mente de tu interlocutor. Se respiraba tensión sexual entre ambos, pura y descarnada, y ella lo había provocado y percibido. Quería sembrar en mi interior la semilla del deseo, sabía usar sus armas de mujer de forma magistral. Se levantó de la silla para despedirse. Fue entonces cuando el serio profesor Alex se quitó por un instante la careta de chico formal y se armó de valor para, con fingida displicencia, decirle con malicia
-Estoy seguro de que te lo vas a pasar muy bien este verano, pero procura estudiar un poco-
En esa ocasión quien esbozó una sonrisa maliciosa mientras la miraba descaradamente de arriba a abajo fui yo, fueron momentos de coquetería mutua que se quedaron ahí. Ella se despidió cordialmente con una innegable cara de satisfacción.
Pasó aquél verano sin sobresaltos, lo cierto es que no pude desconectar del todo, las vacaciones se me hicieron muy cortas por culpa del trabajo al que me obligaba la elaboración de mi tesis doctoral. Aproveché para estar con la familia y por supuesto con mi novia. Con ella me lo pasaba genial, para mi era lo único verdadero o puro en esto del sexo, a veces simulaba candidez fingiendo inocencia ante lo que yo sabía era nuevo para ella. Mantener oculta mi vida de mujeriego empedernido me exigía cierta compostura, pero aprovechaba mi experiencia en esos asuntos para satisfacerla plenamente cuando me la follaba, sabía como hacerlo, y el llevarla al límite del placer fue la forma que encontré para redimirme de mis pecados ante ella.
Llegó el mes de septiembre, ya había olvidado mi curiosa entrevista de junio con Amanda cuando me puse a elaborar el examen de mi asignatura. La vuelta al trabajo siempre se hace dura, volver a coger el ritmo cuesta. En esa época las tutorías con los estudiantes suelen ser frecuentes, todos preguntan sus últimas dudas antes de una prueba y algunos días se hacen interminables. Faltaban pocos días para la cita del examen cuando una mañana Amanda se presentó de nuevo en mi despacho. Iba espectacular, no tendría adjetivos para describir a aquella mujer, simplemente me dejó sin habla cuando atravesó el umbral de la puerta de mi despacho. Venía con el sano bronceado post-vacacional, maquillada con esmero lo que resaltaba su belleza natural a unos límites casi divinos. Llevaba un vestido blanco de una sola pieza, ceñido arriba con un escote generoso y rematado en una falda que acababa muy por encima de sus rodillas, todo en ella era hermosura, plenitud, armonía, pura perfección del género humano. Simulé como pude el volcán de sentimientos animales que bullía en mi interior, me sentí empequeñecer ante aquella hembra descomunal, y la saludé fingiendo la frialdad propia de un profesor ante un alumno. Me sacó sus apuntes, empezó a preguntarme dudas y más dudas, la tertulia se prolongaba, apoyó sus brazos sobre mi mesa demostrando cansancio, agotamiento mental, poco a poco aproximaba su anatomía hacia mis sentidos, mis ojos se perdían entre los suyos para después buscar instintivamente sus pechos, difícilmente conseguía concentrarme en las sesudas argumentaciones que nos envolvían. Tras unos minutos de preguntas y respuestas ella dio muestras de desesperación, estaba claro que no controlaba la materia del examen, habíamos perdido ya un rato intentando aclarar conceptos solo del primer tema y la asignatura era bastante larga y densa. Era evidente que no había madurado la materia, no había estudiado lo suficiente, y aunque por prudencia y sensibilidad no le hice ningún comentario cruel o desalentador, interiormente comprendí que en esas condiciones difícilmente iba a aprobar. Ella creo que llegó también a esa conclusión, guardó sus notas de clase dando la sensación de disponerse para marchar. Sin embargo me miró fijamente a los ojos, y en un arrebato de sinceridad empezó a hablarme en los siguientes términos.
-Sé que no puedo aprobar, no llego bien preparada al examen, es imposible. Este verano he sido una chica mala, me lo he pasado genial… supongo que por eso no he estudiado lo suficiente- Eso me espetó.
Yo dudé lo que responderle, sinceramente como profesor no me competía su vida privada ni me correspondía afearle sus irresponsabilidades, así que opté por contestar formalmente.
-Como profesor puedo ayudarte con cuantas dudas tengas, aún quedan unos días, aprovechalos y date una oportunidad. No puedo hacer más- Esas fueron mis palabras.
-Pero voy muy retrasada y no puedo estar aquí con usted a diario y todo el día. Para poder afrontar el examen con posibilidades necesitaría un asesoramiento de su parte continuo e intenso.
No sabía cuál era la intención oculta detrás de aquella conversación, ni la sinceridad detrás de sus palabras.
-Amanda, el horario de tutorías es limitado y he de atender también a muchos de tus compañeros. No puedo hacer de profesor particular, me lo impide la dedicación exclusiva a la universidad. La asistencia regular a las clases durante el curso académico tiene justo ese fin, el que te familiarices con los contenidos de la asignatura, sospecho que tu dedicación no ha sido la idónea.
-Profesor, sé que no puedo exigirle una actividad académica oficial, solo favores personales- se hizo el silencio durante unos instantes- …Además yo sabría como compensarle.- dijo clavando sus ojos en los míos.
Esta conversación me estaba generando confusión, por un lado me incomodaba porque era inapropiada en un despacho de la universidad, pero por otro me agradaba porque mi interlocutora emitía mensajes inequívocos, su postura provocativa, sus miradas intensas, buscaban en mí algo más allá de lo académico.
-No sé qué decir, me estás sugiriendo…digamos…esto…unas clases particulares en tu domicilio?- No sabía cómo continuar, mi voz era titubeante, casi tartamudeaba, no estaba preparado para esa conversación.-Amanda, si me pides un favor personal debería estar dispuesto a hacerlo igual con todos tus compañeros, y claro…
Ella me interrumpió y con voz insinuante, casi suplicante, y me dijo:
-Yo sé que sería un favor exclusivo y personal, pactaríamos alguna forma de compensación, entre los dos la encontraríamos…-
La conversación se me iba de las manos, los tabiques de aquellos despachos eran demasiado finos y alguien podría estar escuchándonos, un alumno en el pasillo esperando su turno de tutoría, otro compañero del departamento… no estaba seguro de qué terreno pisaba por lo que me levanté con determinación de mi sillón y le dije:
-Quizá debamos hablar esto fuera, ¿te apetece que demos un paseo por el campus?-
Minutos después estábamos los dos en medio del campus, rodeados de grupos de estudiantes y profesores cada uno de ellos absorto en sus discusiones, entre tanta gente éramos invisibles. Caminábamos mecánicamente hablando de cosas intrascendentes, nuestras mentes estaban concentradas en algo que nos perturbaba mutuamente y no nos atrevíamos a verbalizar, hasta que pude ver entre dos árboles un banco donde poder sentarnos, era el lugar idóneo para mantener una conversación discreta. Nos sentamos.
-Amanda, tutéame y háblame claro. ¿Qué me estás proponiendo?- Le dije.
-¿No está lo suficientemente claro? No voy a poder aprobar ese examen, y no tendré otra oportunidad para hacerlo en esta universidad. Me harías un favor inmenso si me ayudases a aprobarlo, y estoy dispuesta a cualquier cosa.
-Explicate- le dije.
Bajó su mirada, la situación era violenta, no tenía la suficiente confianza conmigo. Había un muro de duda que teníamos que derribar, lo que yo imaginaba tenía que ver con pago de favores con sexo, pero no dejaba de ser una especulación, y siendo sinceros, nada ética.
- Qué quieres que te diga Alex…eres un profesor muy popular por muchos motivos entre las chicas…quiero decir…habrás notado que… que todos los alumnos le perciben cercano, comprensivo…yo he pensado que quizá…
Se hizo el silencio. Si iba a adoptar la postura del profesor recto e incorruptible, este era el momento de espetarle que lo sentía pero que no aceptaba propuestas de dudosa justificación, o cualquier otro discurso moralista. Pero yo estaba loco por follármela, y me sentía ridículo porque ella lo sabía, estaba jugando el papel del tipo estúpido que finge hipócritamente una dignidad que en el fondo no estaba dispuesto a mantener. Porque me sentía vulnerable ante ella, porque hasta la última de las células de mi cuerpo la deseaba, porque me moría por comérmela entera, por arrancarle aquel vestido y penetrarla hasta lo más profundo. En medio de esta tormenta de pensamientos contradictorios encontré una solución lógica que satisfacía tanto a mi carne como a mi espíritu.
-Verás Amanda, vamos a hacer lo siguiente. Aceptaré tu proposición, aunque quizá no te hayas dado cuenta -otra vez la estupidez masculina a escena, claro que se había dado cuenta- tu eres para mi una alumna especial, quiero decir…-¿qué coño quieres decir Alex? me dije a mí mismo- quiero decir que…me caes muy bien y…te voy a ayudar.
Ella esbozó una sonrisa entre el alivio y la malicia.
-Pero lo vamos a hacer de la siguiente forma -le dije- no vamos a quedar en la Facultad, sería inapropiado como puedes comprender. Vendrás a mi apartamento estos días previos al examen, al menos durante el tiempo que dedicas al estudio a diario, y allí prepararemos el examen juntos. Ese es el trato que te ofrezco.
Si una chica accede a ir a tu apartamento, es una señal inequívoca que admite una única interpretación, era el anzuelo que le lanzaba. Quería ponerla a prueba.
-De acuerdo Alex, ¿cuando empezamos?-
Me dio un vuelco el corazón, había accedido. Ella jugó sus bazas, yo jugué las mías. Ella quizá consiguiese un aprobado (y un polvo con su profe, luego supe que le ponía un montón esa idea, era una cachonda), y yo quizá podría follármela no sólo una vez sino durante tres o cuatro días. Además, todo ello mientras mantenía mi integridad ética a salvo, poniéndome en paz con mi conciencia al obligarla a estudiar en mi presencia. No sería un aprobado regalado sino que se lo tendría que trabajar no sólo en la cama.
Esa tarde se presentó en mi apartamento a la hora del café, traía una pequeña mochila donde yo suponía portaba sus notas de clase, pero que luego descubrí también contenía ropa interior de repuesto, bolsa de aseo,… Era una chica previsora, o muy segura de sí misma, a saber. Era evidente que venía dispuesta a quedarse conmigo varios días…con sus noches. Dejó la mochila sobre el sofá, le ofrecí un café y comenzamos una charla casual hablando de cosas intrascendentes. Tras unos minutos rompiendo el hielo le comenté que deberíamos trabajar. Ella suspiró un instante, me miró intensamente hechizándome en un instante, sus ojos negros, sus labios sugerentes, su rostro de Venus reencarnada, su sonrisa maliciosa, su perfume sutil, su cuerpo vibrante, su halo de femme fatale…
-Alex, son muchos temas, quedan sólo tres días, va a ser muy difícil lograrlo por ese camino. Quizá haya una forma más fácil y directa para que consiga mi aprobado.
Con lentitud y naturalidad se levantó del sofá, se quitó su camiseta veraniega mostrando sus pechos duros y erguidos, acabados en un pequeño pezón sobresaliente (no llevaba sujetador). Con parsimonia, sin dejar de fijar sus ojos en los míos, desabrochó un pequeño botón o broche lateral de su minifalda liberándola de la presión de sus caderas, mientras la deslizaba suavemente hasta sus pies. Llevaba unas braguitas negras transparentes con encajes. Su cuerpo era simplemente perfecto, equilibrado, desbordaba juventud, todo en ella era sublime. La tenue tela o velo de su lencería no sólo me permitió descubrir el vello negro que rodeaba su a sexo, sino también la rosácea entrada a la fuente del deseo. Me levanté sin decir palabra y nos fundimos en un beso profundo, apasionado. Las cartas estaban ya sobre la mesa. Nuestros cuerpos buscaban el roce desesperadamente, le susurré que después estudiaríamos pero que ahora…
-Ahora fóllame por favor, lo necesito- Me susurró Amanda al oído, acariciando y mordiendo suavemente mi oreja.
Unos segundos después estábamos los dos desnudos, fundidos en un abrazo infinito entre gemidos sordos y respiraciones entrecortadas. Nos comíamos a besos, mi lengua recorrió su boca, sus pechos, los lamía, los mordía… Quise explorar cara centímetro de su anatomía, sus glúteos era la culminación de la perfección, duros, redondos, definidos en su justa proporción. Mis dedos ya hurgaban suavemente en su vulva que estaba empapada, todo en ella era seducción instintiva, animal. Quería practicarle el cunnilingus, la empujé a la cama de mi dormitorio de forma que me mostrase su trasero divino, ella pensó que la iba a penetrar por detrás en la postura del perrito, pero yo quise prolongar el deleite de mis sentidos comiéndole su sexo desde atrás. Ver cómo se abría paso entre sus glúteos aquella vulva rosácea, casi de adolescente, adornada ligeramente de vello negro me llevó a una especie de climax sensitivo, es la imagen con más carga erótica que un hombre puede concebir. Mi lengua acarició la raja de su vulva de arriba y abajo, una y otra vez, en movimientos al principio aterciopelados para acabar en un frenético frenesí de lujuria incontenible. Sus gemidos me excitaban más y más, ella perdió el control de puro placer, se dio la vuelta y me arrastró encima de ella para que la penetrase. Abrió sus piernas con generosidad mirándome, casi suplicándome que la poseyera. Con lentitud acerqué mi pene hacia su vulva hasta que mi glande, de un rojo encarnado muy vivo, pudo acariciar rítmicamente primero su clítoris, luego los labios de su sexo, arriba y abajo, suavemente, empapándose de sus fluidos, para acabar llamando a las puertas de su vagina con sutileza, abriéndola suavemente, penetrando su carne delicadamente, milímetro a milímetro, centímetro a centímetro, hasta conquistar lo más íntimo y profundo de su ser. Siguieron minutos de besos desesperados, de gemidos descontrolados, de gritos desmedidos… de cualquier forma concebible para el lenguaje del placer.
Amanda tenía la pasión de la juventud, según me contó acumulaba algunas experiencias sexuales, pero aparte la relativa credibilidad que yo le daba a sus confesiones, pude observar que no era una maestra en lo relativo a la sensualidad. En ella podía más el desenfreno hormonal propio de la edad que la sofisticación de la amante experimentada. Así que aproveché aquellos tres días que estuvimos juntos no sólo para deleitarme con esa fruta fresca recién cosechada del árbol de la vida, sino para instruirla en las artes amatorias, en especial en el francés. Le costaba darle a las mamadas el ritmo suave y sensual que un hombre aprecia y adolecía de cierta torpeza manual y violencia succionadora, probablemente inducida por la visión deformada que proyecta el mundo del porno.
Aunque aquellos días fueron de sexo desmedido, encontramos también algún tiempo para que la orientase con los estudios, intenté llenar como pude las lagunas que presentaba y creo que mi ayuda le fue muy provechosa. Honestamente he de decir que era una chica muy inteligente, intuitiva y receptiva. Su examen no fue excepcional pero tampoco malo del todo, me sentí bien conmigo mismo porque finalmente no actué arbitrariamente al aprobarla, la traté con objetividad sin perjudicar a ninguno de sus compañeros.
No obstante, esta peripecia que les he contado me marcó, en el fondo no me dejó contento, yo ligaba con chicas sin problemas y no necesitaba de ningún ardid para follar. Decidí no volver a dejarme arrastrar en situaciones equivalentes, y lo he cumplido a medias. Les explicaré, después de muchos años en la docencia universitaria sólo he intimado con dos alumnas aparte de Amanda, pero no aprovechando sus necesidades académicas sino por consentimiento mutuo. En un caso fue para darle salida a una situación incómoda, casi de cierto acoso. Muchas estudiantes se enamoran de sus profesores, y eso me ocurrió con una chavala que llegó a confesarme que se sentía muy atraída por mí, y entre lágrimas a suplicarme que me la follara, literalmente. Era una chica tímida y retraída, no sé si con una psicología complicada, tampoco la conocí demasiado. Yo era entonces un profesor treintañero muy popular entre sus estudiantes de sexo femenino (mis horas de gimnasio me costaba). Aquello acabó con un polvo en una habitación de hotel alquilada por horas. La chavala no estaba ni bien ni mal, era una de esas estudiantes universitarias que pasan desapercibidas. Lo que me empujó a intimar con ella fue el puro morbo, follarte a una jovencita poco experimentada a veces es irresistible. El otro caso, no les dejaré con la curiosidad, fue el de una alumna que me tropecé en el gimnasio que frecuentaba, casualidades de la vida, nos veíamos a menudo y percibí que le caía bien. En una fiesta social que organizaron los gerentes del establecimiento, y tras varias copas, acabamos follando en un reservado del local, eso fue todo.
Lo dejo, les emplazo en un posterior relato para conocer otras aventuras de Alex. Espero que éste haya sido de su agrado.