Amanda, en la estación

Amanda se entrega a un sádico operario, que abusará de ella cerca de las vías del tren. !Se aceptan sugerencias para escenarios de futuros relatos!

Amanda se apeó del tren de cercanías que cada día la llevaba a la oficina. Era hora punta y el vagón estaba hasta los topes de estudiantes, oficinistas y otros trabajadores que diariamente viajaban desde el área metropolitana hasta Barcelona. Gente corriente. Como ella.

Para los que aún no conozcáis a Amanda, dejad que os la presente como una chica normal, de clase media, de alrededor treinta años de edad. Amanda tiene trabajo estable y novio, el de toda la vida, con quien comparte piso e hipoteca. No es demasiado alta, ni demasiado baja y sin ser una belleza, no puede decirse que no resulte atractiva.

Lo que convierte a Amanda en alguien especial, en la protagonista de ésta y otras historias similares, es que ella es de las pocas personas que cuando las circunstancias lo permiten, se atreve a dar vida a sus fantasías más secretas, aquellas que muchos no dudarían en tildar de obscenas y depravadas.

Como os contaba, el tren partió rumbo a la capital y Amanda se quedó momentáneamente sola en el apeadero del extrarradio barcelonés. Había pasado por aquella estación una infinidad de veces, pero nunca hasta entonces se había bajado en ella. Todo le resultaba totalmente desconocido y eso era precisamente lo que Amanda buscaba en ese momento, la seguridad del anonimato para poder abrir la caja de Pandora que humedecía su entrepierna.

Se había levantado esa mañana muy agitada, sobresaltada por uno de aquellos sueños en los que una legión de malditos la sometían a todo tipo de torturas y humillaciones sexuales. Se despertó con el coño palpitante y mojado y con el irrefrenable deseo de sufrir en sus carnes los actos que poblaban sus sueños. Miró de soslayo a su pareja, que dormía profundamente junto a ella. Lo normal hubiera sido despertarlo entre besos y caricias, y confesarle al oído sus fantasías. "Amor, quiero que me ates a la cama y hagas conmigo lo que te plazca. Azótame e insúltame, no me importa. Lo que quiero es someterme a tus instintos más bajos, cariño. La humillación es una recompensa para mi". En lugar de eso, Amanda se levantó sigilosamente y se dirigió al baño. Sabía bien que eso no funcionaría. Para sentirse totalmente satisfecha debía entregarse a un extraño. Alguien que no sintiera nada por ella, más que el deseo de follársela.

Bajo la ducha, Amanda se pellizcó fuertemente los pezones y por unos instantes saboreó el dolor y el placer que eso le producía. Aún así, renunció a masturbarse y se vistió para ir al trabajo. Medias, falda y blusa de oficinista, como cada día entre semana.

Su novio todavía dormía cuando ella salió de casa con la esperanza de que el aire fresco le sacara tales pensamientos de la cabeza, pero no fue así. Por todas partes se veía a si misma realizando actos obscenos. Una felación a escondidas entre dos coches, sodomizada en el almacén de la tienda de la esquina, atada desnuda a un poste eléctrico... Cuando finalmente subió al tren de cada día, estaba tan mojada que empezó a temer que alguien pudiera reconocer el inconfundible olor de coñito húmedo. Se estaba sofocando e incluso se sentía mareada, así que a las pocas paradas, antes de que las puertas se cerraran de nuevo, decidió poner remedio a la situación y bajó de un salto.

A los pocos segundos se encontraba sola en el andén sin saber que hacer. La estación era un intercambiadero y además de las de cercanías, también había varias líneas muertas con trenes y vagones sin uso. Un poco mas allá, había un contenedor que parecía servir de oficina y Amanda distinguió a un trabajador con mono amarillo que parecía estar manipulando algunas herramientas. Sin pensárselo más, Amanda dirigió hacia allí sus pasos.

Le costó bastante avanzar por la gravilla con sus zapatos de oficina, pero finalmente salvó la distancia hasta el contenedor, que estaba a unos doscientos metros de la estación. Allí se encontró con el operario, que atareado con una herramienta pesada, no se percató de su presencia durante unos segundos. Amanda aprovechó para estudiarle. Era un tipo mayor que ella, de unos cuarenta y tantos años. Se le veía corpulento aunque no en su mejor forma y sus facciones eran duras, de alguien que ha trabajado sin descanso toda la vida. El hombre pareció muy sorprendido cuando finalmente la vio allí plantada. Se sacó un trapo para lavarse las manos negras de grasa y se dirigió hacia ella.

  • ¿Puedo ayudarla en algo? – dijo. - No debería estar aquí.

Amanda tragó saliva. Ése iba a ser el hombre que se la follara ese día. Ya no había marcha atrás.

  • Trabajo para el ayuntamiento. – dijo ella.- He venido a comprobar que la documentación de la obra esta en regla.

El hombre se la quedo mirando unos segundos, sin comprender lo que Amanda le estaba diciendo. Finalmente se encogió de hombros.

  • No sé de que documentación esta hablando. Este terreno pertenece a Renfe, no al ayuntamiento, pero si quiere hablar con el jefe de grupo esta un poco más arriba con el resto del equipo y volverán en un par de horas.

Amanda se mordió el labio, consciente de la estupidez que había dicho, pero a pesar de ello no se cortó y siguió adelante con la farsa.

  • ¿Es esa su oficina? - dijo señalando con la cabeza el contenedor. - ¿Puedo echar un vistazo?

El operario le mantuvo la mirada unos instantes, pero al final se encogió de hombros una vez más.

  • Como quiera- dijo - pero allí no hay nada. De todas maneras, iba a fumarme un pitillo.

Amanda se dirigió hacia el contenedor, vigilando no tropezar, con el hombre siguiendo sus pasos.

La oficina no era más que un sucio cubículo lleno de herramientas, monos de trabajo, cascos... Probablemente era allí donde los operarios se cambiaban de ropa y tomaban el desayuno, a juzgar por las numerosas migas de pan, latas de conservas y botellas de agua y vino. Había una sola mesa metálica, llena de carpetas y papeles desordenados, esparcidos de cualquier manera. Solo había una silla. El suelo estaba muy sucio, con papeles de periódico tirados aquí y allí. Amanda suspiró, con un nudo en el estómago. Con sus ropas de oficinista, limpias y planchadas, y su agua de colonia, no podía estar más fuera de lugar.

Era consciente que el operario, apoyado en la puerta del contenedor, no le quitaba el ojo de encima. Podía sentir su desconfianza. Amanda intento disimular levantando algún papel y echando un vistazo, pero sabia que el hombre nunca iba a tragarse su historia, porque hacia aguas por todos lados.

Efectivamente, al poco rato el operario pareció impacientarse y lanzando la colilla de su cigarrillo al suelo, se dirigió a ella en in tono más brusco.

  • Oiga, ¿qué esta buscando exactamente? Aquí no guardamos ningún papel importante.

  • Ya se lo he dicho - contestó ella sin mirarle, insolente.

  • No, no me ha dicho una mierda. - dijo él.

Amanda levantó la mirada y pudo ver que el operario empezaba a mosquearse. Las cosas no estaban yendo como ella había imaginado.

  • ¿Como ha dicho que se llama? - insistió el hombre, pero ella no contestó. El operario se había acercado a ella a una distancia incómoda. Estaba levantando la voz y todo él parecía ahora amenazante.

  • ¿Sabes qué? - dijo, tuteándola. - Voy a llamar al ayuntamiento para aclarar todo esto.

En ese momento Amanda se dio cuenta que podía meterse en un buen lío. Suplantar la identidad de un funcionario público era algo probablemente ilegal. Tenia ganas de salir corriendo, avergonzada de su propia estupidez. ¿En qué coño había estado pensando?

  • Déjelo - dijo a toda prisa. - De todos modos ya he acabado.

Hizo ademán de dirigirse a la puerta, pero el operario la sujetó por el brazo sin miramientos

  • De eso nada, bonita. Tú no vas a ninguna parte hasta que me digas que cojones has venido a buscar o hasta que llegue la policía. Tu misma. ¿Has venido a robar? ¿Es eso?

Amanda había ido retrocediendo hasta apoyarse contra la mesa, negando con la cabeza. Sus pensamientos iban a mil por hora, buscando una manera de salir de ese embrollo, pero no se le ocurría nada que no fuera una huida hacia adelante.

  • Se me acaba la paciencia - dijo el operario, que había sacado su móvil del bolsillo y lo sacudía amenazante en su mano.

Amanda, temblando un poco, decidió echar toda la carne al asador y con ambas manos, lentamente, se arremangó la falda hasta mostrar al operario sus braguitas blancas y mojadas.

El hombre se quedo inmóvil por unos instantes, con la mirada fija en el pubis de Amanda.

  • No me jodas… - dijo en voz baja, para seguidamente estallar en una carcajada. - ¡Te envía Antonio! ¿Verdad? ¡!Esto tiene que ser cosa suya!!

Pero Amanda no sabía de qué le estaba hablando y negó tímidamente con la cabeza. El operario, sin quitarle la vista de encima, alcanzó la silla y se sentó en ella. Amanda podía ver que el hombre estaba tratando de adivinar de qué coño iba todo aquello, a la par que por primera vez la estudiaba con detalle. Amanda se sintió sumamente ridícula e hizo ademán de bajarse la falda, pero el operario la detuvo levantando autoritariamente una mano.

  • Ni se te ocurra.

Amanda se sintió enrojecer. Aquel día llevaba el pelo corto recogido en una pequeña cola tras la nuca y estaba segura que el hombre podía ver sus orejas coloradas.

  • ¿No te envía nadie? - preguntó de nuevo el operario.

  • No. - negó Amanda

  • ¿Has venido por tu propia voluntad?

  • Si – dijo ella.

  • ¿Buscando qué?

Amanda no contestó a esa pregunta y desvió la mirada al suelo. El hombre sacó un cigarrillo de su bolsillo y tras encenderlo, se decidió a probar suerte.

  • Desabróchate la blusa. – dijo finalmente.

Con un escalofrío recorriéndole la espalda, Amanda dio la bienvenida a la excitación previa a una nueva sesión de sumisión y sometimiento. Sabía que el juego había empezado y sin rechistar, se desabrochó los cinco botones de la camisa blanca, dejando al descubierto la piel pálida de su vientre y sus pequeños pechos, cubiertos por un sujetador blanco.

  • Enséñame las putas tetas - gruñó el hombre.

Amanda se bajó el sujetador, mostrando sus pechos. Sus pezones estaban duros, pero el operario no se mostró impresionado.

  • Mis sobrinas de catorce años tienen mejores tetas que tú - dijo con desprecio. – A ver, pellízcate los pezones.

Amanda se agarró los pezones entre el pulgar y el índice de cada mano, apretando suavemente y sintiendo una pequeña punzada de dolor. Con el resto de la mano se apretó los senos, exhibiéndose ante aquel desconocido, pero este se levantó y con rapidez se plantó delante de ella, quitándole las manos de un manotazo y pellizcándola el mismo, mucho más fuerte.

-¡Ah! - Amanda no pudo evitar un gemido de dolor cuando el hombre tiró de sus pezones hacia arriba y luego hacia los lados.

  • ¡Más fuerte! ¡Quiero que te duela! – dijo él.

Luego se sentó de nuevo y Amanda se acarició los pechos , dolorida.

  • Sácate las bragas – ordenó ahora el hombre - pero no la falda. Siempre he querido follarme a una secretaria.

Amanda se bajo las braguitas, que dejó a sus pies, entre la basura del suelo.

  • Muy bien. - dijo el hombre. - Ahora abre las piernas y empieza a tocarte ese coñito.

Amanda dudó solo un segundo antes de abandonar su mente y entregar su cuerpo a la voluntad del desconocido que tenía en frente. Cumpliendo sus deseos, se subió un poco más la falda y apoyó las nalgas contra la mesa metálica, separando los muslos. Así empezó a masturbarse, frotándose la rajita con los dedos, mirando directamente a los ojos del operario, para quien se exhibía. No podía evitar que la situación le produjera mucho morbo. Aún seguía vestida con su traje de falda y pantalón, la blusa desabrochada, las tetas asomando sobre el sujetador, las medias puestas que llegaban a medio muslo. Notaba que la temperatura corporal le empezaba a sufrir y la humedad de su coño así lo evidenciaba. El operario estaba disfrutando y pronto desabrochó la cremallera de su mono de trabajo, desde el cuello hasta su entrepierna. Luego metió una mano bajo sus slips y se sacó la verga, oscura y gruesa, que empezaba a desperezarse.

  • Esto es lo que has venido a buscar, ¿verdad nena? - dijo sacudiéndose la polla en la mano.

Amanda jadeó brevemente por respuesta. Si. Quería polla. La quería en la boca, en el culo, dentro de si. Quería que su esperma le bañara la piel.

El operario se levantó, con la polla totalmente erecta y desafiante. El mono abierto mostraba un pecho velludo y corpulento, aunque empezaba a notarse el paso de los años.

  • Chúpamela, dijo secamente

Amanda lo esperaba. Ningún hombre se resistía a una mamada y ella era muy buena en ello. Además, disfrutaba chupando pollas. Se agachó en cuclillas delante del hombre y le agarró la verga, dura y vigorosa, con la mano derecha. Antes de metérsela en la boca, le pego tres o cuatro sacudidas, mirando el rostro del operario, quien le devolvió la mirada desafiante. Luego tomó el miembro viril entre sus labios, saboreándolo y recorriéndolo con la lengua. Abrió bien la boca y se forzó a tragar un poco mas, intentando metérsela hasta la garganta. La polla del hombre era de un tamaño respetable y le costó muchos esfuerzos, pero finalmente enterró la cabeza hasta la barriga del operario , con sus testículos rozándole la barbilla. Luego se retiró, con hilillos de baba colgando entre sus labios y la punta del glande. El hombre rió satisfecho

  • Increíble. Mejor de lo que me esperaba. – dijo.

Como una colegiala a quien el profesor hubiera felicitado en clase, Amanda retomó la mamada con entusiasmo. Esta vez recorriendo el tronco de la polla con los labios, arriba y abajo, acompañando el movimiento con la mano. De cuando en cuando se detenía para lamer los testículos del operario con grandes lengüetazos desde el escroto hasta la base de la verga para luego introducírselos en la boca. El hombre andaba loco de placer y agarró a Amanda por la cola que le recogía el pelo tras la nuca. Se sentía protagonista de una película porno y aunque no tenia ni idea de cómo ni porque aquella chica había acabado semidesnuda en su oficina, ya no se lo cuestionaba. Tan solo quería correrse en su cara, o quizás en sus tetas de adolescente. Ya se había fijado con anterioridad que tenía un buen culo, y su rostro redondito de labios carnosos también tenía algo especial. Sobretodo, tenia unos ojos verdes preciosos. Pero lo más morboso era lo guarra que era, cachonda como una perra en celo.

Ansioso por el deseo, el hombre se cogio la polla con la mano, retirándola de la boca de Amanda.

  • Saca la lengua. - le ordenó.

Y cuando Amanda sacó la lengua con la boca bien abierta, él le restregó la polla por toda la cara, esparciendo babas y saliva.

  • Voy a follarte, niña. – dijo.

Tomó la silla y se sentó de nuevo, abriéndose el mono todo lo que pudo.

  • Ahora vas a darte la vuelta y te vas a sentar aquí encima. –dijo. - Quiero que seas tu la que se mueva. Si quieres polla, tienes que ganártela.

Amanda se levantó y se acercó al hombre a la vez que se daba la vuelta. El operario tenía las piernas bien separadas, sujetándose la polla hacia ella. Amanda se subió bien la falda y colocándose entre las piernas del hombre, se dobló sobre si misma a la par que flexionaba las rodillas. Se estaba agachando como si necesitara usar un retrete sucio y no quisiera sentarse en él. Pronto notó la punta de la verga rozando su coñito húmedo. No podía ver, pero el hombre estaba apuntando bien para que Amanda se empalara. Ella siguió agachándose, colocando la cabeza entre sus propias rodillas y estremeciéndose cuando la polla fue entrando, centímetro a centímetro, hasta que acabó sentada sobre el hombre. El hecho de estar doblada había facilitado una penetración extremadamente profunda. Un sonoro cachete en el culo la despertó de sus pensamientos.

  • Venga, otra vez. – dijo el hombre.

Amanda arqueó la espalda, intentando mover hacia arriba solamente la pelvis, con los codos apoyados en sus muslos, para volver a agacharse, tragándose la polla en su interior y luego otra vez, más deprisa. El operario le volvió a sacudir las nalgas con la mano bien abierta.

  • Muy bien, sigue así. Me encanta lo que veo. Tengo que follarte el culo, de eso no hay duda.

Amanda siguió cabalgando la polla del operario por unos instantes, cuando sorprendida oyó el inconfundible ruido de una cámara de fotos. Miró sobre sus hombros espantada a la par que intentaba levantarse, pero el hombre la agarró por la cintura, atrayéndola hacia el. Tenía el móvil en la mano.

  • No te preocupes que no se te ve la cara. – rió- Tan solo es un recuerdo. ¿Quien me iba a creer cuando lo cuente, si no?

Dicho esto se levantó, con la polla aún metida hasta el fondo en el coño de Amanda y agarrándola bien fuerte por la cintura, tomo la iniciativa y empezó a follársela moviendo las caderas bruscamente.

  • Te gusta esto ¿verdad? Se que te gusta – decía entre dientes.

Amanda, embestida violentamente, tuvo que alargar los brazos y apoyarse en la mesa buscando un punto de apoyo. Pequeños gemidos escapaban de su boca sin que pudiera evitarlo. A pesar de sus toscas maneras, el operario le estaba dando mucho placer y Amanda se estaba entregando sin reparos, impaciente por sumergirse en el orgasmo que llevaba buscando desde que se levantara y que crecía imparable, desde su coño hasta la boca de su estómago, lanzando rallos eléctricos hacia su nuca a través de toda la espina dorsal. Sus gemidos crecieron en su garganta hasta convertirse en gritos y finalmente todo aquello estalló y Amanda se vio arrastrada sin remedio por oleadas de placer que se la llevaron muy lejos. Con las rodillas temblorosas, sintió apenada como el hombre se retiraba precipitadamente de ella y se agitaba la polla en furiosas sacudidas, desesperado por correrse igual que ella. Amanda notó la mano y glande del hombre chocando contra sus nalgas y al poco borbotones de semen caliente empezaron a llover sobre su piel, alcanzando la parte baja de la espalda pero mayoritariamente en el culo y alrededor de su ano. Seguramente el hombre había estado apuntando como colofón final a su fantasía.

Cuando acabó, el hombre se derrumbó como un saco sobre la silla, totalmente exhausto y Amanda también cayó de rodillas, humedeciéndose los labios.

A pesar de todo, el operario no pensaba dejarla descansar pues con la mano le hacía señales para que se acercara a él

  • Ven, ven. No te quedes ahí parada. – dijo. - Tienes que limpiar todo esto.

Amanda ni se molestó en levantarse y en su lugar gateó hacia el hombre, ensuciándose manos y rodillas con el polvo del suelo. Luego se recostó sobre si misma y apoyando los codos sobre los muslos del operario, empezó a lamer con delicadeza el miembro viril, que yacía exhausto. Amanda lo besó y chupó con adoración, sin importarle sus ropas arrugadas y manchadas de semen. Tan solo se preguntaba si ese era el final de la sesión o por el contrario, la mañana le depararía algo más. Por la firmeza que estaba recuperando lo que sostenía entre sus labios, Amanda juzgaba que el operario aún tendría fuerzas para otro asalto.

  • Aún no he acabado contigo. - dijo como si le leyera el pensamiento. - Pero ahora quiero que te quites toda la ropa. Ya me he follado a la secretaria y ahora quiero follarme el culo de la perra que llevas dentro. Te lo prometí, ¿te acuerdas?

El hombre la alzó agarrándola por debajo de las axilas sin levantarse.

  • Deja la ropa en el suelo, a mis pies. – Ordenó.

Amanda se quitó primero la chaqueta, que dejo caer a los pies de su amo por un día, y luego la blusa. Les siguió el sujetador y al poco Amanda se desabrocho la falda, que cayó por sus muslos hasta quedar a sus pies. Tan solo le quedaban las medias y los zapatos de tacón. Pero el hombre la detuvo.

  • Así esta bien. Mírate, pareces una puta barata de descampado. Tápate la cara si quieres, porque te voy a echar otra foto.

Amanda así lo hizo, intentando digerir los insultos del hombre. Mientras oía el chasquido de la foto fue consciente de las marcas de las manos sucias del operario sobre su piel, limpia y perfumada. Seguramente también tendría rastros de semen en la espalda y en sus nalgas. Con esos pensamientos de su cuerpo siendo profanado, notó como volvía la excitación.

El hombre se levantó y dio una vuelta a su alrededor, tomándole otra foto desde atrás. Luego le propinó un buen cachete en el culo con la mano bien abierta

  • Mira, - dijo riendo. -Se ha quedado la marca de mi mano.

Amanda temblaba, pero seguía de pie mirando al frente.

El hombre empezó a recorrer la raja que separaba sus nalgas con su dedo índice, bajando brevemente hasta su coñito, humedecido otra vez. Luego lo olió y se lo hizo oler a ella.

  • Ya estas cachonda otra vez. No puedo creérmelo. – dijo acercándole el dedo a la boca. - Chúpalo.

Amanda abrió la boca, chupando el dedo del hombre, que sabia a sus propios flujos y sudor.

  • Estoy pensando en llevarte fuera para que te vean todos los viajeros que pasan por la estación, pero seguramente perdería mi empleo. - dijo el hombre- Pero tengo una idea aún mejor.

Amanda aguantó la respiración temerosa ante cual seria el siguiente movimiento del operario. Éste estaba revolviendo los estantes hasta que encontró una gruesa cuerda, con la que ató manos y pies de Amanda, sentándola en la silla Luego recogió las bragas de ella y se las puso en la boca.

  • No grites querida, vuelvo enseguida con un regalo.

El hombre se subió la cremallera del mono de trabajo y desapareció a toda prisa por la puerta, dejando a Amanda llena de aprensión. ¿Donde habría ido? Dios quisiera que nadie más entrara en la oficina y se la encontrara allí desnuda y atada o ambos tendrían serios problemas.

Transcurrieron unos diez minutos que a Amanda se le hicieron eternos, cuando al fin el operario regresó con una sonrisa lobuna en el rostro. Hasta que no se apartó y se hizo a un lado, Amanda no se dio cuenta que le seguía una segunda persona.

La joven se quedó pálida y de no haber sido por las ataduras, habría salido corriendo. Se trataba claramente de un vagabundo, un mendigo.

  • Guapa, te presento a Manolo. – dijo el operario en tono triunfal. - Manolo vive bajo el puente, no muy lejos de aquí. No te preocupes que Manolo no es un tipo violento, tan solo es un desgraciado que no ha tenido demasiada suerte ¿verdad manolo?

El operario se agachó junto a Amanda y empezó a desatarla, aunque la retuvo fuertemente por la muñeca para que no saliera de allí pitando

  • A veces Manolo se deja caer por aquí y le damos algo para comer. Es un buen tipo, como te digo, y muy tímido.

Luego, dirigiéndose al mendigo que tenía la mirada clavada en la desnudez de Amanda, le dijo:

  • Ves Manolo, te dije que era tu día de suerte, como lo es para mi.

  • Estoy seguro que Manolo ni se acuerda de la última vez que vio a una chica desnuda. - dijo el operario, mirando muy fijamente a Amanda. - No te preocupes, que no voy a dejar que te toque ni un pelo, porque seguramente cogerias mil y una enfermedades, pero quiero que le hagas una paja.

Luego, al ver que Amanda empezó a negar con la cabeza, la cogio fuertemente por la barbilla.

  • Mira niña, aún no tengo muy claro porque cojones has venido hasta aquí, ni que coño es lo que te mueve, pero ahora vas a hacer lo que yo te diga o vas directa a la policía, ¿te enteras?

Amanda miro de nuevo al mendigo, que seguía inmóvil como una estatua, los ojos negros brillando asustado. Finalmente con la cabeza. No tenía otra opción. Al fin y al cabo eso era lo que había estado buscando, someterse a una voluntad más firme y más fuerte. Sin reparos.

El operario le dio unas palmadas en la cabeza, como quien esta satisfecho con una mascota.

  • Ya has oído Manolo, ven para acá que vas a pasar un buen rato. – dijo. - Pero recuerda lo que te he dicho. Como le toques un pelo, te machaco la cabeza, lo juro por mis muertos.

El mendigo se aproximó unos pasos, arrastrando los pies hasta colocarse delante de Amanda, a quien el operario había empujado por los hombros hasta colocarla de rodillas. Como ella seguía inmóvil, le dio un empujoncito en la espalda.

-Vamos, sácale la polla. ¿A qué esperas?

Amanda tanteó con aprensión hasta encontrar el botón del pantalón, que cayó al suelo cuando ella lo desabrochó. El hombre vestía unos calzoncillos que Amanda bajó con ambas manos hasta las rodillas, dejando al aire su miembro viril, semi-erecto. Amanda trataba de mantener la máxima distancia posible, intentando no respirar. Así, con el brazo extendido, agarró la polla del hombre con su mano derecha y empezó a masturbarle. El hombre no decía nada, pero sus manos se crisparon. Poco a poco su polla se fue poniendo más y más rígida en la mano de Amanda, que aprovechó para incrementar el ritmo. El operario se había agachado detrás de ella, sujetándola por la nuca y empezó a manosearle las nalgas y los pechos.

  • Eso es, - le susurró al oído - Ahora seguro que pensaras en Manolo cada vez que pases con el tren bajo el puente.

Amanda miró a los ojos del hombre, que la contemplaban como en un sueño. El operario le pellizcó fuertemente los pezones y Amanda a su vez agarró la polla del mendigo con más fuerza, pajeándola a un ritmo enloquecido.

  • ¡Cuidado no vayas a arrancársela! - Rió el operario.

Pero el mendigo parecía disfrutarlo, sin duda loco por alcanzar sensaciones ya olvidadas. Al poco, su polla empezó a escupir grandes goterones de semen que Amanda se esforzó por esquivar. El hombre temblaba mientras Amanda le daba las últimas sacudidas. Había sido muy rápido. Apenas un par de minutos.

  • Muy bien Manolo, ahora desaparece de aquí. Mueve el culo y vete bien lejos porque si te veo merodeando te llevaras una buena paliza. – Gritó el operario.

Mientras decía esto, arrastró con los pies un periódico sobre el semen del mendigo, que ya huía pies en polvorosa. Amanda tomo nota de cómo la actitud del hombre había ido ganando en autoridad y arrogancia.

  • Me has puesto súper cachondo. – le dijo el hombre. - Baja la cabeza hasta tocar el suelo y levanta el culo. Lo prometido es deuda y voy a follarte.

Amanda agachó la cabeza hasta apoyar la barbilla sobre sus manos, planas en el suelo y levantó el culo, ofreciéndoselo al operario.

  • Más arriba. – le riñó él.

Amanda se esforzó por levantar más las nalgas, doblando la espalda y por ello recibió un par de cachetes aprobatorios. Seguidamente el hombre separó sus nalgas y un par de salivazos calientes cayeron sobre su ano. El operario le introdujo poco a poco un dedo, que empezó a dilatar su entrada trasera. Al poco ya fueron dos los dedos que con más saliva le estaban horadando el culo. El sexo anal no era nuevo para Amanda y había aprendido a disfrutarlo, especialmente porque lo consideraba como una ofrenda final a sus amantes. Al tiempo que notaba como un hilillo de baba se deslizaba por uno de sus muslos, oyó el largo zip de la cremallera del mono de trabajo al bajarse y pronto la punta de la polla del hombre le estuvo empujando culo adentro. Amanda se mordió los nudillos, mientras el operario escupía de nuevo sonoramente y empujaba decidido hasta que sus huevos peludos chocaron contra las nalgas de ella. Entonces se retiró a medias y volvió a atacar, y luego otra vez, hasta que flujos y lubricante permitieron una penetración profunda y placentera.

  • Joder…- gemía el hombre. - Que bien…que bien

Agarró a Amanda por la cintura, enculándola a conciencia, totalmente entregado al placer. Amanda aprovechó para deslizar su mano y empezar a masturbarse, para completar el cúmulo de sensaciones que la invadían. El hombre resoplaba y ella empezó a gemir acompañando el choque de la carne con la carne. Sus dedos expertos muy pronto le proporcionaron un orgasmo cortó pero intensísimo, que ella recibió a grandes tragos. Siempre se corría cuando se la follaban por el culo. El operario pudo sentir las contracciones de su ano sobre su polla y aceleró el ritmo, corriéndose poco después, eyaculando grandes borbotones de semen caliente en el interior de Amanda.

Tras las últimas sacudidas el hombre se apoyó en la espalda de ella por unos segundos para luego sacarle la polla del culo y caer sentado al suelo. Ella por su parte se estiró en el suelo, con el ano palpitando y exhausta.

  • Lo mejor será que te vayas ahora. -oyó que decía el hombre.
  • Antes de que vuelva alguien.

Ella estaba cansada pero sabía que él tenía razón, así que reuniendo fuerzas se levantó y empezó a recuperar las ropas.

  • Deja las bragas. - dijo el. - De recuerdo.

Ella, que ya las tenía en la mano, dudó por un instante pero luego accedió, si bien las uso para limpiarse los restos de semen que goteaban de su ano antes de dejarlas en el suelo. Luego se vistió y se alisó las ropas como pudo. Estaban hechas un trapo. Cuando estuvo lista se volvió por última vez hacia el operario, que la contemplaba sonriendo.

  • No creo que vayas a darme tu número, pero vuelve cuando quieras preciosa. - Se despidió.

Amanda, dolorida y magullada, decidió irse sin decir palabra y con esfuerzos, llegó de nuevo al andén, esta vez de regreso a casa.

Por suerte era ya media mañana y el tren de cercanías y las calles de su ciudad estaban razonablemente desiertas, por lo que a pesar de su aspecto desaliñado, pudo llegar a casa sin más incidentes. Una vez allí, se preparó un baño y metió toda su ropa en una bolsa para dejar directamente en la tintorería. Ya desnuda, se metió en la bañera, acariciándose levemente las rodillas, la vagina y el ano dolorido. Relajada, alcanzó el teléfono inalámbrico y llamó a la oficina.

  • Hoy no me encuentro muy bien- mintió a una compañera. - Me quedaré en casa.

Luego colgó y cerró los ojos, disfrutando del baño. Deslizó su mano bajo el agua y se metió la punta del dedo en el culo. Hacía mucho que no se había sentido mejor.