Amanda, en el taxi (y 2)
Después de entregarse al taxista que la llevaba a casa, Amanda descubre que alguien más quiere sacar tajada de la situación.
Al oír los aplausos, toda la excitación y el placer se convirtieron repentinamente en angustia y con un nudo en el estómago, Amanda se escurrió a toda prisa dentro del taxi. Se limpió como pudo el semen de la cara y de los pechos y se volvió a poner las braguitas, mientras escudriñaba por la ventana trasera del taxi para ver quién les había estado espiando.
El taxista también se apresuró en subirse los pantalones y bastante molesto empezó a dar voces mientras miraba hacia todos lados.
<<¿Quién cojones anda ahí?>>
A los pocos segundos vieron que se trataba de un tipo joven que se acercaba con pasos tranquilos, sonriendo. Quizás parecía un poco borracho. Llevaba el pelo corto, rubio y vestía una camiseta blanca de tirantes, pantalones cortos y zapatillas. Tenía unos brazos como mazas y una gran barriga. Todo parecía indicar que se trataba del conductor del camión aparcado un centenar de metros más atrás.
El taxista, más tranquilo al constatar que no se trataba de una de esas bandas que se dedican a robar en las autopistas, pero aún cabreado porque le habían estropeado los segundos finales de su orgasmo, se dirigió al recién llegado con malas maneras.
<<¿Pero quién eres tú?¿Qué coño quieres, tío?>> - preguntó cabreado.
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El taxista lo estudió por un momento, apoyándose en el maletero de su propio coche. Aparentemente, no parecía un tipo peligroso, aunque estaba fuertote. Seguramente estaría excitado por el espectáculo y se había aproximado para ver mejor a la muchacha que se escondía en la parte trasera del coche. Si quisiera, no tendría demasiados problemas para quitárselo de encima con cuatro gritos, aunque quizás había una opción aún mejor. A pesar de que acababa de correrse, el taxista se había quedado con las ganas de pasar un buen rato más follándose el culo de Amanda. ¡Quien sabía si tendría jamás una oportunidad como aquella! Seguramente no, pero si conseguía convencer al ruso o lo que fuera para que se pudiera encargar de ella durante un buen rato, él podría recuperar fuerzas para un segundo asalto.
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El camionero se encontraba ahora tan solo a un par de pasos y sonreía divertido.
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Amanda se quedó de piedra al comprender que, lejos de volver al coche y salir de allí pitando, las intenciones del taxista eran muy diferentes. Intentó como pudo salir del alcance del taxista, dando algún tímido manotazo, pero éste ya había conseguido agarrarla por el brazo y tiraba de ella.
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Amanda se vio arrastrada fuera del taxi, casi desnuda y exhibida como si fuera un trofeo. El camionero la devoraba con la mirada mientras el taxista intentaba que Amanda dejara de cubrirse los pechos con las manos.
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El camionero levantó las cejas, sorprendido. No entendía toda la palabrería del viejo taxista, pero la palabra gratis captó su atención. Hasta ahora había presupuesto que la chica era una profesional. Quizás tenía los pechos demasiado pequeños para ser su tipo, pero si realmente no le iba a costar nada, no le importaría pasar un buen rato con ella.
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Amanda tenía las mejillas encendidas por la vergüenza y un nudo en el estómago. El caminero se había aproximado más y más y lo tenía casi encima. El taxista, mientras hablaba, no paraba de sobarla e invitaba al camionero a que hiciera lo mismo. Pero lo peor, era que la excitación había vuelto. Se sentía como una esclava en una subasta, exhibida como mera mercancía... y le gustaba. Nunca había estado con dos hombres a la vez y ahora esa posibilidad parecía estar a su alcance. No podía evitar preguntarse si ya que había decidido entregarse a la voluntad del taxista ¿porqué no seguir un poco más con otro hombre, que sin duda era más joven y más vigoroso? Interiormente empezó a digerir la idea, sucumbiendo a la lujuria y a la adrenalina que le generaba saber que el asunto se le estaba escapando peligrosamente de las manos.
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Amanda bajó los ojos, sumisa. Ambos hombres cruzaron una mirada y segundos después, tomándola cada una por un brazo, la escoltaron hacia el camión que había aparcado un centenar de metros más allá. Para su sorpresa y regocijo, hacia la mitad del trayecto, Amanda se detuvo un instante y lentamente, se bajó las braguitas hasta medio muslo, dejando su trasero y su sexo al descubierto. Luego se agachó y se puso a cuatro gatas, para seguir avanzando el resto del camino de tal manera. Si iba a entregar su cuerpo, lo haría a fondo. A su manera. El taxista estalló en una carcajada.
<<¿Lo ves? ¿Qué te dije? A esta zorra le va la marcha cosa mala>>, dijo.
El camionero asintió. No sabía bien que diablos estaba pasando ahí, pero estaba realmente excitado. La chica parecía más que dispuesta a todo.
El camión era de lona y haría unos 6 metros de largo. El camionero desató las correas de la parte trasera ágilmente y saltó dentro, tendiendo la mano a Amanda para ayudarla a subir. El viejo taxista también necesitó ayuda para encaramarse dentro del camión.
El remolque estaba medio vacío, salvo por unas cajas apiladas en la parte más delantera. El suelo estaba sucio, lleno de flejes rotos y un par de cartones. También había un par de botellas de cerveza vacías. A Amanda y al taxista les costó unos instantes acostumbrar los ojos a la oscuridad, mientras el camionero rebuscaba entre las cajas y sacaba una botella de vodka como por arte de magia.
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El camionero se las había apañado para localizar una radio a pilas que tenía en el remolque y la había encendido.
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Amanda seguía con las braguitas por las rodillas. Sentía las miradas de los hombres clavadas en ella y sabía perfectamente lo que esperaban de ella en ese momento. Una felación al camionero para empezar, quién sabe que seguiría después. Se sentía mojada, con semen seco en sus pechos y seguramente parte de la cara y el cuello. El camionero apagó la radio con un sencillo "click" y se aproximó hacia ella. Dejó de hablar. Se bajó los pantalones de deporte y su polla semi erguida quedó liberada.
Amanda tomó la polla del camionero con la mano y ésta enseguida se puso más
dura. Amanda lamió su base y la besó, lamiendo también los testículos mientras
le pajeaba suavemente. El camionero empezó a respirar más aceleradamente y
tomando la cabeza de Amanda con una mano, con la otra se cogió la polla y la
metió en la boca de la muchacha. Estaba claro que no quería muchos preámbulos.
Amanda así lo entendió y empezó a chapársela lo mejor que sabía, jaleada por el
taxista que de cuando en cuando repetía <
Eso no gustó demasiado al camionero, que ahora parecía transformado. Le
indicó a Amanda que se levantara y luego le puso las manos detrás de la espalda.
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Finalmente, ante las arcadas de Amanda, el camionero le dio un respiro y se retiró de ella, momento en que ella cayó de rodillas, jadeante y recuperando el aliento. El camionero le pasó la polla por la cara, restregándole su propia saliva por el rostro. Luego cogió una de las cajas que había en el camión y depositándola delante de Amanda, se sentó en ella y le indicó a la chica que continuara. A su ritmo.
El taxista hacía rato que se había quedado en silencio, algo intimidado por la agresividad del camionero. Estaba claro que el joven era el macho dominante y temía enfurecerle. Al mismo tiempo, la situación le había contagiado y se sentía salvajemente excitado. Quería follarse a Amanda, quería morderla, arañarla, sodomizarla brutalmente contra el suelo.
Aprovechando que la muchacha había retomado la mamada al ruso, esta vez más pausada, el taxista se colocó detrás suyo y le ató las manos a la espalda con un trozo de fleje. Luego empezó a pellizcarle fuertemente los pezones, tirando de ellos. Cuando Amanda se removió protestando, el taxista le azotó en el culo, que seguía desnudo y expuesto para él.
<<¿Tienes pinzas?¿Pinzas de ropa?>> Le preguntó al camionero. Pero éste no contestó, entregado como estaba al placer que Amanda le estaba proporcionando con la felación.
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El camionero sonrió, mientras Amanda, entre el dolor y el placer, apoyaba la cabeza en sus rodillas y emitía un profundo gemido.
Esto animó al taxista, que escupiendo de nuevo empujó con más fuerza hasta conseguir que la totalidad del cuello de la botella desapareciera entre las nalgas de Amanda.
Amanda sufría, pero se dejaba hacer, estando como estaba entregada a las perversiones de aquéllos hombres, ofreciéndole el culo al taxista para que la penetrara con una botella, mientras seguía masturbando con mano y boca al joven del este. Sin duda, había cruzado todos sus límites.
Finalmente, el camionero no pudo más y la levantó como si fuera una pluma, depositándola sobre la caja en la que había estado sentado hasta ese momento. Luego le sacó las bragas y le abrió las piernas dispuesto a penetrarla, pero Amanda le detuvo.
<> le dijo. Luego recordaría que esas fueron las únicas palabras que le dirigiría en toda la noche.
El camionero pareció contrariado, pero aceptó y desapareció de nuevo entre las cajas, allí donde fuera que tuviera sus cosas, y volvió con unos condones que lanzó al suelo. Tras ponerse uno, se colocó las piernas de Amanda sobre los hombros y la penetró profundamente. La chica gimió, sintiéndose llena. El camionero se sentía excitado como un toro y empezó a montarla con fuertes embestidas, sujetando a Amanda por la cintura. El peso del hombre hacía que Amanda se viera obligada a doblar las piernas, levantando ligeramente la pelvis y por lo tanto recibiendo profundamente los envites del camionero, cuyos testículos chocaban sonoramente contra las nalgas de la chica.
El taxista, tras el juego de la botella y ante la expresión de placer de Amanda, se sintió por fin de nuevo con fuerzas y se decidió a incorporarse a la fiesta. Se bajo la bragueta y sacándose la polla, cogió la cabeza de Amanda con una mano, ladeándola para poder metérsela en la boca. Ella aceptó, separando los labios sumisamente, pero al tener las manos atadas a la espalda y debido a los violentos empujes del camionero, poco podía hacer más que intentar retener el miembro del taxista en la boca y aún esto le resultó casi imposible cuando el camionero empezó a acelerar el ritmo. A pesar de ello, el taxista era feliz ante la visión de la muchacha, la expresión de su rostro cada vez que el camionero empujaba dentro de ella, los gemidos que se le escapaban involuntariamente mientras él jugaba a introducir su miembro, ya completamente erecto, dentro de su cavidad bucal. Le gustaba empujar contra la cara interior de la mejilla y ver como se marcaba el bulto de su polla en la cara de la joven.
En esas estaba cuando finalmente el camionero no pudo aguantar más y notó que iba a correrse. Retirándose de Amanda, se quitó el condón y luego apretó bien juntas las piernas de la chica, introduciendo el pene entre sus muslos. Así, masturbándose de esta manera, empezó al poco a eyacular como un loco entre gruñidos de satisfacción. El semen del camionero salía disparado sobre el cuerpo de Amanda, mayormente sobre el vientre y parte sobre los pechos. La joven estaba también entregada a un fuerte orgasmo y se estremecía de placer, respirando profundamente. Le dolían las piernas de tenerlas en alto, pero sin duda había sido un polvo genial, animal y brutalmente intenso.
Cuando el camionero acabó de correrse, retrocedió unos pasos y se dejó caer, exhausto, en el suelo. Allí recuperó la botella de vodka que había sacado al principio, y le pegó un buen trago.
Amanda también estaba derrotada, pero sabía bien que la noche aún no había acabado para ella. En efecto, notó como el taxista la levantaba por los hombros, incorporándola, para enseguida colocarla de nuevo sobre la caja, esta vez boca abajo.
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Amanda cerró los ojos, todavía saboreando el orgasmo que le había proporcionado el camionero. Le dolían los brazos de tenerlos atados a la espalda, aunque el nudo del fleje no estaba demasiado apretado. En la posición en la que estaba, tan solo llegaba al suelo de puntillas. El taxista le separó bien las piernas y como hiciera antes, le lubricó el ano escupiendo y extendiendo su saliva con un dedo primero y luego dos. Sin ser capaz de esperar más, finalmente apoyó su miembro contra el recto de Amanda y empujó con fuerza. Quizás porque ya la había sodomizado antes en la noche o por haberla penetrado con la botella, esta vez comprobó complacido que su polla entraba en el culo de Amanda con más facilidad. Le encantaba aquello. Con las manos separó las nalgas de la joven para extasiarse mirando como se estaba follando el culo de la chica. Quería grabarlo en su memoria. Luego, a medida que iba acelerando el ritmo, agarró con una mano el fleje que sujetaba las muñecas de Amanda, y con la otra su nuca.
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Detrás suyo, el camionero empezó a murmurar incomprensiblemente en su propia lengua mientras reía y el taxista pronto notó que iba a explotar. Cerrando los ojos y dejando que los gemidos de Amanda llenaran su mente, se abandonó a una abundante corrida, que cayó medio dentre de la chica, medio fuera, cuando retiró el miembro y las últimas sacudidas acertaron de pleno en el ano abierto de Amanda, resbalando luego por sus muslos.
El taxista estaba finalmente saciado y mortalmente cansado. Con sus últimas fuerzas desató las manos de Amanda, que se dejó rodar al suelo. Ambos estaban jadeando, exhaustos y satisfechos. El camionero les ofreció un trago de su botella con los ojos vidriosos, pronto estaría durmiendo la mona.
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Amanda asintió y se secó el semen de su cuerpo con los pantalones que el camionero había dejado en el suelo antes de ponerse las braguitas. Luego, ambos lucharon por saltar de nuevo al suelo y volver de vuelta al taxi, mientras el camionero les despedía con la mano, feliz.
Una vez dentro del coche, Amanda se vistió mientras el taxista conducía muy lentamente y en silencio hacia el pueblo de Amanda. Había sido una noche increíble. Algo de película. Amanda cerró los ojos e intentó no pensar en nada, magullada y satisfecha como estaba.
A los veinte minutos reconoció las afueras de su pueblo y le indicó al taxista que parara. Estaban lejos de su casa pero no quería que el taxista supiera donde vivía. Ante sus indicaciones, el taxista aminoró y detuvo el coche. Luego se giró hacia la chica.
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Dicho esto, salió por la puerta del taxi y desapareció en la oscuridad camino de su casa. Solo deseaba una ducha caliente y un sueño reparador.
El taxista se quedó con la boca abierta, digiriendo las palabras de la muchacha.
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