Amanda, 1

Amanda ha venido a cenar porque, como siempre, se lo he pedido yo. La he llamado a las doce del mediodía y le he dicho que si quería venir a cenar tenía un vino estupendo. –¿Sólo vino? -me ha preguntado. –Ya sabes que no. Ha llamado a una empresa de catering y he encargado la cena.

Amanda ha venido a cenar porque, como siempre, se lo he pedido yo. La he llamado a las doce del mediodía y le he dicho que si quería venir a cenar tenía un vino estupendo.

–¿Sólo vino? -me ha preguntado.

–Ya sabes que no.

Ha llamado a una empresa de catering y he encargado la cena. Me gusta cocinar. Pero hay días que me puede la pereza. Así que cuando Amanda ha llegado, todo estaba ya a punto. La mesa puesta. Las velas que yo odio y que a ella le gustan tanto. Y la música de fondo.

Amanda tiene mal gusto para estas cosas. Pero se lo consiento hasta cierto límite. Nació en una de esas ciudades que rodean Barcelona hasta asfixiarla con su mediocridad. Así que tampoco no cabe esperar otra cosa. Y en el fondo es igual.

A medida que ha ido bebiendo, se ha ido relajando y haciéndose más moldeable.

–Quiero que me la chupes antes del postre -le he dicho.

Y como si se tratase de un autómata, se ha levantado, ha venido hacia mi y, después de ponerse de rodillas, me ha bajado la cremallera de los pantalones y se ha puesto mi polla en la boca. Amanda tiene una boca cálida y húmeda. Sabe esconder los dientes. Pero lo que más me gusta de ella cuando me la chupa es su ritmo. Hay mujeres que hacen las felaciones de manera urgente, buscando que eyacules lo antes posible. Amanda, no. Ella comienza con un ritmo lento, explorador. Y se recrea en cada paso. No sé si quiere agradarme o es de verdad que le gusta excitarme con su boca. Tampoco se lo he preguntado nunca.

Normalmente me dejo hacer. Recuerdo una de las primeras veces. Fue en el coche. Estábamos aparcados por la zona del Fòrum y la deje hacer hasta el final, hasta eyacular en su boca. Y recuerdo que me contagio su ritmo y que la eyaculación no fue como una explosión violenta, sinó como una descarga de verdad, en todos los sentidos, como si mi orgasmo se dejase ir dentro de su boca. Hoy sin embargo, cuando ya he estado bastante excitado, me he levantado y la he levantado. He hecho que incline el torso contra la parte de la mesa donde había menos platos.

–A ver si estás mojada – le he dicho.

Y después de bajarle los pantalones con rabia, incluso con un poco de violencia, he podido comprobar con la mano que sí, que su coño chorreaba como si en vez de comerme la polla ella a mí yo se lo hubiese estado chupando.

–Mira que eres putilla, Amanda.

Y ella solo me ha contestado con un gemido, que ha enlazado con el grito casi gutural de placer que ha pegado cuando le he metido la polla de una vez, sin aviso ni miramientos.

Si mientras me chupaba la he dejado hacer, en ese momento era mi turno, así que la he follado a toda velocidad, empotrando su cuerpo contra la mesa, haciendo que los vasos cayesen y los platos temblasen. Le he cogido por el pelo, como a ella le gusta, y le he estirado con fuerza, quizás con un poco más de lo que a ella le gusta. Pero tampoco ha parecido importarle, porque en seguida ha empezado con las súplicas.

–Fóllame, por favor. Revientame el coño. Empálame.

Y todas esas cosas.

Me excita, claro. Pero lo que más me ha excitado hoy ha sido toda la escena completa. Los pantalones de ella a medio bajar. Su blusa intacta però con manchas de comida. Y la entrega. La sensación de saber que, en ese momento, su cuerpo pasaba a ser mío. Así que he tenido que vigilar para no llegar enseguida al orgasmo. Le he sacado la polla unas cuantas veces. Se la he paseado por los labios de la vagina. Y se la he vuelto a meter hasta el fondo, como si quisiese llegar a algún sitio dentro de ella.

Se ha corrido primero ella. He visto como su mano bajaba hasta el clítoris y se empezaba a acariciar. Y la he dejado. Mientras gritaba, todavía la he follado con más fuerza. Por ella y por mí. Y después, cuando se recuperaba del orgasmo, me he corrido yo dentro de ella, cojiéndola con fuerza por las nalgas, clavandole las uñas y dándole un pequeño azote de vez en cuando, no demasiado fuerte solo para que la piel de su culo adquiera esa tonalidad roja que tanto me gusta.

Ella todavía resoplaba cuando me he guardado la polla dentro del pantalón.

–Cuando puedas -le he dicho- sirve el postre, está en la cocina. Le he dado el último azote y me he sentado a esperar.