Ama y esclavo

Una sensual sesión de femdom con grandes dosis de humillación y adoración de pies. Aunque me he tomado libertades artísticas, está inspirada en una fantástica sesión real que tuve con un sumiso.

–Quítame los zapatos.

El esclavo, postrado en el suelo, se apresuró a obedecer. En aquella ocasión no eran zapatos, sino zapatillas, pero el Ama llamaba zapatos a todo su calzado. El esclavo aflojó los cordones y descalzó al Ama lo más delicadamente que pudo.

Cuando fue a quitarle también los calcetines, como ella solía requerir, recibió una patada en la mejilla.

–No te he dicho que me quites los calcetines. Manos detrás de la espalda. Abre la boca.

El desagradable tacto del calcetín le inundó la boca. El Ama le penetró la boca con el pie derecho hasta producirle arcadas, contemplando sus esfuerzos por no vomitar con una nota de fascinación en la mirada.

Apoyó su pie izquierdo sobre el rostro del esclavo, lo suficientemente cerca de la nariz como para inundarlo con el olor que él tan bien conocía y que los calcetines multiplicaban. Respiró hondo.

–¿Te gusta el olor de mis pies sudados, cerdo pervertido? Qué asco das.

Sin retirar el pie derecho de su garganta –con cada movimiento de penetración había llegado un poco más profundo– el Ama se quitó el calcetín del pie izquierdo. Tras producirle una última arcada moviendo los deditos del pie en el interior de su garganta, liberó su boca por un segundo, para inmediatamente introducirle el calcetín sudado a modo de mordaza.

El Ama se recostó un momento en el respaldo de su sillón mientras se quitaba el otro calcetín, sin quitarle los ojos de encima al esclavo, disfrutando de las vistas. A continuación, se inclinó hacia delante y le metió el otro calcetín en la boca.

El tacto era desagradable, pero el olor y el sabor eran intensos como una droga, y su cuerpo no tardó en reaccionar. El Ama notó la erección incipiente.

–Te estás poniendo cachondo con la boca llena de calcetines sucios y sudados... Pero mira que eres patético. ¿Qué pasa, que te quieres tocar?

Los insultos, sumados a lo humillante de la situación, nublaron la mente del esclavo, que cayó en la trampa para deleite de su Ama. Sin pensar, el esclavo retiró las manos de detrás de la espalda y comenzó a tocarse.

Un dolor agudo y hormigueante que no vio venir le golpeó la mejilla izquierda.

–No te he dado permiso –dijo el Ama, seria, con los labios apretados y los ojos muy abiertos. Tenía una mano alzada, con la palma abierta–. Manos detrás de la espalda, esclavo.

Antes de que el esclavo pudiera prepararse, le sobrevino otro dolor intenso en la mejilla derecha. El Ama lo golpeó varias veces más en cada mejilla, sin que él tuviera tiempo apenas de ver por dónde venían los golpes. Los calcetines ahogaban sus gemidos de dolor. Con enorme esfuerzo, logró mantener las manos detrás de la espalda y no tratar de protegerse con ellas. Al tiempo que sobrellevaba los golpes, notó que Ella le rozaba el pene con los dedos de los pies.

Cuando terminaron los golpes, el Ama había colocado los arcos de sus pies alrededor del pene erecto del esclavo. Automáticamente, éste comenzó a mover las caderas adelante y atrás, y esta vez no hubo castigo sino una risita complacida. El Ama aflojó la presión que ejercía con los pies para que la estimulación fuera menos satisfactoria, apenas un roce, y soltó una carcajada ante la reacción frustrada del esclavo.

–¿A ver cómo me follas los pies, cerdito? A lo mejor sólo te dejo que te corras así a partir de ahora...

El esclavo continuó moviéndose, desesperado por encontrar una posición en que la presión fuera algo más placentera.

–Me aburro. No vales ni para follar pies.

El Ama retiró los pies, aunque no parecía aburrida en absoluto.

–A ver qué tal haces de perrito –Le metió los dedos en la boca y sacó los calcetines. Hizo una pelotita con uno de ellos y lo arrojó a la esquina de la habitación–. ¡Busca!

Desplazándose lo más rápido que podía a cuatro patas, el esclavo se apresuró a recoger el calcetín con la boca y llevárselo a su Ama.

–No pareces un perrito.

El esclavo probó a ladrar, poniéndose colorado, y fue tan ridículo que el Ama se rio abiertamente. Lo dio por bueno.

–Buen chico –Le quitó el calcetín de la boca y le acarició la cabeza–. ¡Busca!

El calcetín fue a parar al extremo opuesto de la habitación. El esclavo fue tras él, y se lo dio al Ama con un dubitativo ladrido y un poco convincente jadeo de perro.

–Para perro tampoco vales –dijo el Ama, divertida, agarrándolo por la mandíbula y acercando sus caras. Entonces le escupió. El esclavo abrió la boca, intentando cazar la saliva como sabía que a Ella le gustaba, pero no llegó a tiempo y el salivazo fue a caer en su mejilla. Inclinó un poco la cabeza, pidiendo perdón con la mirada.

A Ella pareció no importarle. Le restregó la saliva por la cara, y se dispuso a escupir de nuevo. Esta vez, el esclavo abrió la boca a tiempo.

–Traga.

–Gracias, Ama.

Ella lo miró con una sonrisa sádica. El siguiente salivazo lo envió al suelo, cerca de sus pies.

–Lame eso –Señaló al suelo.

El esclavo se apresuró a obedecer. Pasó la lengua por el suelo, lamiendo la saliva de su Ama. Desde esa posición, la oyó escupir de nuevo, y se apresuró a lamer lo que había caído aquella segunda vez.

Todavía con la boca pegada al suelo, notó que los dedos de Ella se le enroscaban en el pelo y lo agarraban con fuerza. El Ama le restregó la cabeza por el suelo como si fuera una bayeta, empapándole la cara de la saliva de ambos.

–Vamos, límpiame el suelo con la lengua, esclavo patético.

Como corrientes eléctricas, oleadas de escalofríos de placer y humillación recorrían el cuerpo del esclavo, allí postrado, desnudo, a los pies de su Ama, obligado a lamer el suelo que ella pisaba. El peso de un pie en la nuca lo frenó.

Ambos se quedaron quietos unos segundos, la cabeza de él haciendo de reposapiés para Ella, que también parecía haberse excitado enormemente y disfrutaba el momento mirándolo desde arriba y acariciándole levemente el pelo con los dedos de los pies, recordándole que ese era su lugar.

–Túmbate boca arriba –ordenó el Ama, dándole unos golpecitos con el pie en la cabeza para apremiarlo.

El esclavo se dio la vuelta y el Ama le colocó las plantas de los pies a escasos centímetros de la cara. Estaban teñidas de un color parduzco oscuro, esa mezcla de polvo y todo tipo de suciedad que había visto alguna vez en Ella después de haber estado andando descalza.

–Como parece que lo único que se te da bien es ser mi bayeta, vas a limpiarme las plantas de los pies. Míralas bien –dijo, poniéndole los pies aún más cerca de los ojos para que se fijara en cada pizca de porquería que iba a obligarle a lamer y tragar.

El esclavo abrió la boca, ofreciéndole su lengua, y el Ama pasó por ella la planta del pie izquierdo, levantándolo después para disfrutar de las vistas. La lengua se secó rápidamente y quedó teñida de un color grisáceo.

–Traga.

El esclavo obedeció.

–¿Qué se dice? –le recordó ella propinándole un puntapié.

–Gracias, Ama.

A continuación, con un movimiento brusco y violento, el Ama le metió el pie en la boca, tan profundamente como pudo, haciendo caso omiso a las arcadas del esclavo. Lo movió un poco y lo sacó, divertida. El esclavo se retorcía y tosía en el suelo.

El Ama le dio unos segundos para recuperarse y repitió la operación. Se sostuvieron la mirada mientras el esclavo forcejeaba por respirar y no vomitar, y vio cómo la excitación crecía en el rostro de Ella y sus labios se curvaban en una sonrisa.

Volvió a sacar el pie. El esclavo tosía e intentaba recuperar la respiración.

–Ve y tráeme un vaso de agua, anda. Y un cuenco de agua para ti.

El esclavo salió de inmediato, aún carraspeando, y volvió un minuto después. Le ofreció el vaso de rodillas al tiempo que colocaba el cuenco en el suelo.

El Ama no tomó el vaso inmediatamente, pero tampoco le permitió bajar el brazo. Metió los dedos del pie derecho, que aún estaba sucio, en el bol del esclavo, jugando con el agua.

–A ver cómo bebes. Cuidado con mi vaso.

Con un brazo todavía en alto, sosteniendo el vaso, el esclavo se inclinó sobre el bol. Partículas grises y marrones flotaban en el agua. El esclavo bebió ávidamente, lamiendo el agua de los pies de su Ama. Ésta tomó el vaso de su mano y bebió a sorbitos, contemplando la escena.

–No te bebas toda el agua, imbécil –le espetó tras permitirle beber un rato–. Mi pie sigue sucio. Límpiamelo.

El esclavo metió las manos en el bol y limpió suavemente el pie del Ama. El agua se tiñó de un tono parduzco. Cuando el Ama estivo satisfecha, retiró el pie y escupió en el bol.

–Ahora sí te la puedes beber. Manos detrás de la espalda.

El esclavo obedeció y comenzó a sorber el agua como pudo. El Ama le concedió unos segundos, pero se impacientó rápidamente y empezó a propinarle puntapiés.

–Qué lento eres. Bebe más rápido, esclavo inútil.

El esclavo intentó beber más rápido, pero no fue suficiente. El Ama alargó una mano y tomó el bol, y con la otra agarró la cabeza de su esclavo. Le acercó el bol a los labios y vertió el agua sucia en su boca.

–Que te la bebas, puto gilipollas -masculló, y una nota de rabia en su voz llenó al esclavo de terror–. Bebe; no quiero que caiga nada al suelo.

Pero Ella inclinaba el bol demasiado rápido, e inevitablemente el agua chorreaba por las comisuras de los labios del esclavo. Terminó de verterle el agua sobre la cara, soltó el bol y señaló el pequeño charco que se había formado en torno al esclavo.

–¿Qué es eso? Mira la que has liado, pedazo de idiota. Te he dicho que te la bebieras.

–Lo siento, Ama.

–Eres un inútil. Eres un esclavo patético.

–Sí, Ama.

–Quiero oírtelo decir.

–Soy un esclavo patético, Ama –el esclavo se postró, tocando con la frente en el suelo–. Lo siento, Ama.

–Tráeme los tacones negros de aguja y túmbate boca arriba.

El esclavo se encogió, anticipando el dolor.

–¿Qué? –lo apremió ella, pegándole una patada.

–Sí, Ama.

A gatas, pues sabía ya bien que cuando su Ama se enfadaba no le permitía caminar erguido, se acercó al zapatero y tomó los zapatos de tacón de cuero negro. El tacón era alto y fino como una daga, y terriblemente doloroso. Eran los zapatos de castigo.

(Termino aquí porque no quería que el relato se hiciera eterno, pero puedo subir una segunda parte con la escena de trampling si os gusta el rollo.)